38

Se produjo otro pesado silencio, que fue roto por Patton al decir con su voz más cuidadosa y lenta:

—Esa me parece una afirmación que puede pecar de temeraria, ¿no lo cree usted? Me da la impresión de que piensa que Bill Chess no ha sido capaz de reconocer a su propia esposa.

Le contesté:

—¿Después de un mes en el agua? ¿Llevando las ropas y los adornos que pertenecían a su mujer? ¿Con el pelo empapado tan parecido al de ella y con una cara casi irreconocible? ¿Cómo se le hubiera ocurrido dudar? Ella dejó una nota que podría haber sido la que habría escrito una suicida. Se había marchado después de una pelea. Sus ropas y su automóvil habían desaparecido con ella.

Durante un mes, desde que se marchó, Bill no tuvo ninguna noticia. No tenía ninguna idea de dónde podía haberse marchado. Luego aparece un cadáver emergiendo de las aguas con las ropas de Muriel. Una rubia de la estatura de su esposa. Por supuesto que se habrían notado diferencias si se hubiera sospechado que podía existir una sustitución. Pero no había ninguna razón para sospechar semejante cosa. Crystal Kingsley estaba viva todavía. Se había marchado con Lavery. Había dejado su auto en San Bernardino. Le había enviado a su esposo un cable desde El Paso. Había quedado fuera de todo, por lo menos para Bill Chess; él ni le había dedicado un solo pensamiento. Para él no entraba en forma alguna en el cuadro. ¿Por qué debía haberlo hecho?

Patton dijo:

—Yo debí haber pensado en todo eso por mí mismo. Claro que si lo hubiera hecho me habría parecido una de esas ideas descabelladas que se abandonan no bien uno las ha concebido. Me habría parecido demasiado extravagante y rebuscada.

—Tomada en forma superficial, sí —dije—. Pero sólo superficialmente. Supongamos que el cuerpo no hubiera aparecido en la superficie por un año, o nunca, a menos que el lago fuera dragado para buscarla. Muriel Chess se habría marchado y nadie iba a perder mucho tiempo en su busca. Nosotros podríamos no volver a saber nada de ella, sin inquietarnos. La señora Kingsley era un problema diferente. Tenía dinero, amigos y un marido ansioso. La habrían buscado, como eventualmente ocurrió, pero no demasiado, pronto, hasta que sucediera algo que despertara sospechas. Podía haber sido cuestión de meses antes de que se hubiera descubierto algo. Podrían haber dragado el lago, pero, como sus huellas parecían indicar que ella había abandonado la casa del lago y se había marchado colina abajo, hasta San Bernardino, y había tomado allí un tren hacia el Este, nadie pensó hacerlo. Aun en el caso de haberlo dragado, y haber encontrado el cuerpo, siempre existía la posibilidad de que no se lo identificara correctamente. Bill Chess fue arrestado por el asesinato de su esposa. Se me ocurre que podría haber sido condenado por esa causa, y eso habría sido todo, por lo menos en lo que al cuerpo hallado en el lago concierne. Crystal Kingsley, desaparecida inexplicablemente, se convertiría en un misterio insoluble. Finalmente, se llegaría a suponer que le había sucedido algo, y que no se encontraba ya con vida. Pero nadie hubiera sabido dónde, cuándo y de qué manera había perdido la vida. Si no hubiera sido por Lavery no estaríamos hablando aquí de este tema. El es la clave de todo el asunto. Estuvo en el hotel de San Bernardino la noche en que se suponía que Crystal Kingsley había abandonado este lugar. Vio allí una mujer que tenía el coche de Crystal, que llevaba sus ropas y que, por supuesto, sabía bien que no era Crystal Kingsley. Sin embargo, no tenía por qué imaginar que había algo raro. No tenía por qué saber que ésas eran las ropas de la señora Kingsley, ni que la mujer había guardado el coche de Crystal en el garaje del hotel. Todo lo que tenía que saber era que había encontrado a Muriel Chess. Muriel se encargó del resto.

Me detuve y esperé a que alguien dijera algo. Nadie lo hizo. Patton continuaba sentado en su silla, imperturbable, sus gruesas manos desprovistas de vello cruzadas beatíficamente sobre el estómago. Kingsley tenía reclinada la cabeza hacia atrás, los ojos entornados, y no hacía el menor movimiento. Degarmo continuaba apoyado en la pared, cerca de la chimenea, rígido y muy pálido y frío; un individuo corpulento, rudo y solemne, cuyos pensamientos estaban perfectamente ocultos.

Continué hablando:

—Si Muriel Chess personalizaba a Crystal Kingsley, era que ella la había matado. Eso es elemental. Muy bien, examinemos el problema. ¿Quién la conocía mejor y sabía qué clase de mujer era? Ella había matado a alguien ya, antes de casarse con Bill. Había sido la enfermera del consultorio del doctor Almore, y su amiga. Asesinó a la esposa del doctor Almore con tanta habilidad, que éste tuvo que disimular todo para encubrirla. Además, ella había estado casada con un hombre que prestaba servicios en la policía de Bay City, y que fue lo suficiente tonto como para protegerla. Sabía manejar a los hombres y hacer con ellos lo que se le antojaba. No la conocí lo suficiente cómo para descubrir cómo lo hacía, pero su conducta lo ha demostrado. Lo que fue capaz de hacer con Lavery lo prueba. Muy bien, mataba a las personas que se le cruzaban en el camino, y la mujer de Kingsley también se le interpuso. No tenía intención de mencionarlo, pero eso no importa gran cosa. Crystal Kingsley podía hacer también con los hombres lo que a ella se le ocurría. Hizo que Bill Chess hiciera lo que ella quiso y Muriel Chess no era mujer que aceptara eso con la sonrisa en los labios. Además, se encontraba harta de la vida que llevaba aquí —debe de haberlo estado— y quería escapar de todo. Para eso necesitaba dinero. Trató de sacárselo a Almore y éste envió aquí a Degarmo para que la buscara. Eso la asustó un poco. Degarmo es de esa clase de personas de las que uno nunca puede estar seguro. Y ella tenía razón en no estar segura de usted, ¿no es cierto, Degarmo?

Degarmo movió los pies sobre el suelo.

—La arena del reloj se está terminando, amiguito —dijo sombríamente—, de manera que trate de contar su hermoso cuento mientras pueda.

—Mildred no tenía necesariamente que apoderarse de las ropas de Crystal, ni de su coche, documentos de identidad y todo lo demás, pero podían serle útiles. El dinero que tenía debe de haberla ayudado mucho, pues según dice Kingsley acostumbraba a llevar encima cantidades, considerables. Además, debía de tener joyas que se podían pignorar, en caso de necesidad, en dinero. Todo esto hizo que el crimen fuera para ella una cosa tan lógica como agradable de realizar. Eso nos proporciona el motivo; sólo nos queda hablar de los medios y de la oportunidad. La oportunidad apareció como hecha a medida. Había tenido una disputa con su marido, y éste se fue a emborrachar. Ella conocía bien a su Bill y sabía en qué forma se emborrachaba y cuánto tiempo se quedaría fuera de casa. Lo que necesitaba era tiempo. El tiempo fundamental. Presumió que ésta era la oportunidad precisa en que el tiempo no le faltaría; si se equivocaba, todo el plan sería un fracaso. Tuvo que empaquetar su ropa y llevarla, junto con el coche, al lago del Mapache y esconderlos allí, porque tenían que desaparecer. El camino de regreso debió de hacerlo a pie. Tenía que matar, además, a Crystal Kingsley, vestirla con sus propias ropas y meterla en el lago. Todo eso lleva tiempo. En lo que se refiere a la muerte en sí, me imagino que consiguió emborracharla o que le dio un golpe en la cabeza, y que luego la ahogó en la bañera de esta cabaña. Eso era lo más lógico y también lo más simple. Era enfermera y sabía bien cómo manejar los cuerpos humanos. Sabía nadar. Bill hizo notar que lo sabía hacer muy bien. Como el cuerpo de una persona ahogada se hunde, lo único que tenía que hacer era guiarla dentro del agua profunda y colocarla donde le resultara más conveniente. Nada hay en eso que se encuentre fuera de las posibilidades de una mujer que sabe nadar bien. Así lo hizo, se vistió con las ropas de Crystal Kingsley, empaquetó todo lo que se le ocurrió de las pertenencias de ella, subió al auto de la señora Kingsley y se marchó. Y fue a San Bernardino, donde se encontró con el primer contratiempo… Lavery.

»Lavery la conocía como Muriel Chess. No tenemos evidencias ni motivo alguno para pensar que la conociera bajo algún otro nombre. La había conocido aquí, y probablemente él se dirigía hacia aquí. Eso no le podía convenir. Sólo se encontraría una cabaña cerrada y existía la posibilidad de que se pusiera a hablar con Bill, lo que arruinaría parte de su plan, ya que ella no quería que Bill supiera que había abandonado el Lago del Pequeño Fauno. Porque entonces, si el cuerpo llegaba a ser encontrado, Lavery estaría en condiciones de identificarlo. Así fue como ella lanzó el anzuelo para atrapar a Lavery, lo que conociéndole no era una cosa difícil. Ya sabemos que algo que Lavery no podía hacer era mantener las manos apartadas de las mujeres. Cuantas más mujeres mejor. Debe de haber sido, una presa fácil para una persona hábil como Mildred Haviland. De esta manera, lo envolvió e hizo que se fuera con ella. Lo llevó hasta El Paso y desde allí envió ese cable que nosotros conocemos y del cual él no supo una palabra. Finalmente lo trajo de regreso a Bay City, no lo podía evitar. Lavery quería volver a su casa y ella no podía permitirse el lujo de alejarse de su lado. Porque ese hombre representaba un peligro constante para ella. Sólo él podía destruir todos los indicios de que Crystal Kingsley había abandonado el Lago del Pequeño Fauno. La búsqueda de Crystal llevaría inevitablemente a Lavery; entonces, y a partir de ese momento, la vida de ese sujeto dejó de valer un cobre. Es probable que al principio no se le creyera, como en realidad sucedió, pero cuando él contara toda la historia, entonces sí que se le iba a creer, porque podría ser comprobado. La búsqueda empezó, y de inmediato Lavery fue muerto en el baño, exactamente la misma noche del día en que yo fui a verle para hablar con él. Esto es casi todo lo que hay que explicar; queda ahora por aclarar por qué volvió ella a la casa a la mañana siguiente. Esa es justamente una de las cosas que al parecer hacen siempre los asesinos. Ella dijo que él se había apoderado de su dinero, pero yo no lo creo. Me parece más probable que haya pensado que él tenía algún dinero escondido, o que se le ocurriera que era conveniente echar un vistazo con toda tranquilidad y ver si todo estaba en orden y no había quedado allí algún detalle que pudiera comprometerla; o a lo mejor fue solamente, como dijo ella, para que no quedaran fuera el diario y las botellas de leche. Todo es posible. El caso es que volvió, que yo la encontré allí y que representó una comedia que me desorientó completamente.

Patton dijo:

—¿Quién la mató, hijo? Por lo que veo, a usted no le gusta Kingsley como autor de ese pequeño trabajito.

Miré a Kingsley, mientras le decía:

—¿Usted ño habló por teléfono con ella, según me dijo? ¿Qué pensó la señorita Fromsett? ¿Creyó que había estado hablando con su esposa?

Kingsley meneó la cabeza.

—Lo dudo. Sería muy difícil engañarla de esa manera. Ella dijo que le había parecido muy cambiada y sumisa. No tuve ninguna sospecha entonces. No se me ocurrió sospechar nada hasta que llegué aquí. Cuando entré a esta cabaña anoche, sentí que había algo que no estaba bien. Estaba demasiado limpia, cuidada y ordenada. Crystal no acostumbraba a dejar las cosas en este estado. Debería de haber encontrado ropas desparramadas por todo el dormitorio, colillas de cigarrillos en todos los pisos de la casa, botellas y vasos sin lavar, hormigas y moscas. Pensé que la mujer de Bill la habría limpiado, pero recordé luego que ero era imposible; no ese día, por lo menos, en que había estado demasiado ocupada, la pelea con su marido y su asesinato, o suicidio o lo que fuera. Pensé en todo eso de manera confusa, pero sin llegar a extraer conclusión alguna.

Patton se levantó de su asiento y salió al porche. Regresó limpiándose los labios con un pañuelo marrón y volvió a sentarse, acomodando su cuerpo de manera que lo apoyaba más sobre el lado izquierdo, ya que tenía del otro lado la funda de la pistola. Miró pensativamente a Degarmo. Este seguía contra la pared, duro y rígido, un hombre de piedra. Su mano derecha colgaba todavía a su costado, con los dedos algo curvados.

Patton dijo:

—Aún no sé quién mató a Muriel. ¿Es eso parte de la representación, o es que aún deben descubrir al asesino?

Le contesté:

—Alguien que pensó que Muriel debía morir, alguien que la había amado y odiado, alguien que era demasiado policía como para dejar que ella escapara de más crímenes, pero no lo suficiente policía como para arrestarla y dejar que se supiera todo lo sucedido. Alguien como Degarmo.