5

Sherwin Chalmers y su esposa llegaron al hotel Vesuvius la tarde del viernes antes de la indagatoria.

Él y yo tuvimos una sesión de dos horas. Le referí la historia del pasado de Helen y su vida en Roma. Le dejé leer algunos de los informes de Sarti, habiendo retirado los que me concernían. Le dije que Carlo Manchini era el hombre conocido como Douglas Sherrard.

Chalmers escuchó y leyó los informes, con un cigarro entre sus dientes, con la cara impávida. Cuando terminó, arrojó la carpeta de Sarti sobre la mesa, se puso de pie y caminó hacia la ventana.

—Ha hecho un buen trabajo, Dawson. Esto ha sido un rudo golpe para mí, como puede imaginarse. No tenía idea de que mi hija se comportara así. Obtuvo su merecido. Lo que hay que hacer ahora es evitar la publicidad.

Sabía que sería imposible, pero no se lo dije.

—Iré a hablar con el forense —siguió diciendo Chalmers—. Él puede acallarlo. También hablaré con el jefe de policía. Queme esos informes. Ha terminado su trabajo aquí ¿Podría venir conmigo a Nueva York, después de la indagatorio?

—Tengo algunos arreglos que hacer, Mr. Chalmers. Puedo estar en Nueva York dentro de diez días.

—Hágalo. —Se apartó de la ventana—. Estoy satisfecho con usted, Dawson. Es mejor que el canalla haya muerto. Voy a ver a ese individuo, el forense.

No me ofrecí a acompañarlo. Bajé con él hasta donde esperaba el Rolls y lo vi partir, luego crucé hasta el escritorio del recepcionista y le dije al empleado que pasara mi tarjeta a Mrs. Chalmers. Hizo el llamado y me dijo que subiera.

June Chalmers estaba sentada mirando por la ventana, el puerto. Volvió la cabeza cuando entré a la salita; sus ojos me miraron fijamente.

—Mr. Chalmers acaba de decirme que está complacido conmigo —le dije, cerrando la puerta y acercándome a la ventana— quiere que vuelva a Nueva York lo antes posible para hacerme cargo del Departamento de Exterior.

—Mis felicitaciones, Mr. Dawson —dijo— pero ¿por qué me lo dice?

—Porque necesito su aprobación.

Arqueó las cejas.

—¿Por qué habría de aprobarlo?

—Por la obvia razón de que, si usted no lo aprueba, podría evitar que tomara el puesto.

Ella desvió la mirada, abrió su cartera, sacó un cigarrillo y antes de que le ofreciera el encendedor lo había prendido.

—No lo comprendo, Mr. Dawson. No tengo nada que hacer con los asuntos de negocios de mi marido.

—Desde que usted sabe que soy el hombre llamado Douglas Sherrard, estoy deseando saber si intenta decírselo a su marido.

Vi como apretaba los puños.

—Yo no me meto en lo que no me importa, Mr. Dawson. Helen no significaba nada para mí. No tenía interés en sus amantes.

—Yo no era su amante. ¿Eso significa que usted no se lo va a decir?

—Sí.

Saqué la caja de la película de mi bolsillo.

—Usted querrá destruir esto.

Se volvió con rapidez. Su cara intensamente pálida.

—¿Qué quiere decir? ¿Por qué habría de querer destruirla?

—Si usted no lo hace, lo haré yo. Carlo me pidió que me deshiciera de ella, pero pensé que sería más satisfactorio para usted si usted misma lo hacía.

Aspiró profundamente.

—¿De manera que la maldita tomó otra película? —se puso de pie y comenzó a pasear por la habitación—. ¿Sabe lo que hay ahí dentro?

—Sí. Carlo me dijo que lo viera.

Se volvió, con la cara del color del marfil, pero se ingenió en sonreír.

—De manera que sabemos algo uno de otro, Mr. Dawson. Yo no lo traicionaré. ¿Qué hará usted con respecto a mí?

Volví a ofrecerle la película.

—Tendrá un problema para destruirla. No se quema con facilidad. Yo la cortaría en trocitos y la tiraría en el baño.

—Gracias. Le estoy muy agradecida. —Se sentó—. Mi marido me dijo que Carlo se declaró el asesino de Helen.

—Así es.

—Pero no es verdad. Él lo dijo para evitar que la policía siguiera investigando. ¿Supongo que usted imagina que éramos amantes? —me miró—. Quiero que sepa esto. Creo que yo era la única persona en el mundo a quien él trató decentemente. Nos conocimos en Nueva York cuando yo era cantante en Palm Grave Club. Lo conocí mucho antes que a mi marido. Sabía que era inculto, brutal y peligroso, pero tenía su lado bueno. Significó mucho para mí. Estaba loca por él. Le escribí cartas estúpidas que él conservó. ¿Recuerda que Menotti se desembarazó de Setti? Carlo me dijo que tendría que volver a Roma con Setti. Pensé que jamás lo vería otra vez. Sherwin Chalmers se enamoró de mí. Me casé con él porque estaba cansada de cantar en cabarets baratos y estar siempre corta de dinero. Lo lamento desde entonces, pero eso es asunto mío, y no interfiere en esto. —Sonrió con amargura—. Como dicen, el puesto hiede, pero la paga es buena. Soy una de esas personas inservibles y débiles que no pueden ser felices si no tienen mucho dinero, de manera que por el momento mi marido es importante para . —Guardó silencio, luego dijo—. ¡Espero no provocar náuseas! A menudo me las provoco a .

No le respondí.

—Helen era amante de Menotti —continuó—. Carlo descubrió que era drogadicta. Le dijo a Setti que podía vengarse de Menotti a través de Helen. Setti lo envió de vuelta a Nueva York. Tontamente, no pude mantenerme alejada de él. Helen nos vio juntos. Cuando Carlo se aproximó a ella para proponerle traicionar a Menotti, ella estuvo de acuerdo. Fue al departamento de Carlo mientras estaban negociando el precio. No sé cómo lo hizo, pero se apoderó de cuatro cartas mías dirigidas a Carlo. Esto lo descubrimos mucho tiempo después. Por dos mil dólares dejó entrar a Carlo en el departamento de Menotti. Quiero que crea que yo no sabía nada de esto hasta que me encontré con Carlo, semanas más tarde, en la cima del acantilado donde Helen murió. Fue ella quien me lo dijo.

—No tiene por qué decirme todo eso, Mrs. Chalmers. Lo único que quiero saber es cómo murió Helen.

—No tiene sentido sin los detalles sucios —replicó—. Helen comenzó a extorsionarme. Me dijo que tenía cuatro cartas escritas por mí a Carlo y que si no le daba cien dólares por semana se lo diría a su padre. Yo podía darle cien dólares semanales, de manera que pagué. Estaba segura que Helen llevaba mala vida, y se me ocurrió que podría descubrir algo de ella para obligarla a devolverme las cartas. Cuando vino a Roma, pedí a una agencia investigadora que la vigilara y me informara. Cuando supe que había tomado una villa con el nombre de Mrs. Douglas Sherrard, y que iba a vivir allí con un hombre, decidí que era mi oportunidad. Proyecté venir, enfrentarla y amenazarla con decírselo a su padre si no me devolvía mis cartas. Le dije a mi marido que quería hacer unas compras en París. Él aborrece hacer compras, y, además estaba muy ocupado. Convino en encontrarse conmigo después. Fui a París, luego a Sorrento. Fui hasta la villa pero Helen no estaba. Mientras la aguardaba caminé hacia la cima del acantilado y me encontré con Carlo. Helen también debió haber estado allí oculta, con la cámara. Debe haber estado filmando nuestro encuentro. ¿Es eso lo que contiene la película?

—Hay una filmación de veinte segundos del encuentro de ustedes. Como esa toma está en los últimos pies de película, supongo que debe haber vuelto a la villa para poner un rollo nuevo, dejando el que ya estaba filmado en el buzón que está fuera de la villa, y debió haber subido otra vez al acantilado con la esperanza de sacar otras tomas.

—Sí, eso es lo que debe haber sucedido. Carlo oyó funcionar la máquina filmadora. Atrapó a Helen. Hubo una terrible escena. Ella me dijo que Carlo había matado a Menotti. Amenazó con referírselo a la policía. Dijo que había sacado tomas de Setti en la terraza de la villa que está más abajo, y que él tendría que pagarle la película si no quería que se la diera a la policía. Parecía medio loca, gritando y desvariando. Carlo la golpeó en la cara. Estaba tratando de hacerla callar. La cámara se le cayó. Ella se volvió y comenzó a correr. Fue horrible. Siguió corriendo hasta que se cayó del acantilado. No se mató a propósito. Era que no sabía adonde iba. Estaba medio loca. Carlo no la mató. Tiene usted que creerlo.

Corrí los dedos por mi pelo.

—Sí, lo creo. Carlo sacó la película de la cámara y no se le ocurrió mirar en el buzón.

—No pensamos en el buzón. Cuando regresé a Nápoles no dejé de pensar en la posibilidad de que ella tuviera más películas en alguna parte. Cuando Carlo me llamó por teléfono más tarde, le dije que fuera a la villa y destruyera las películas que encontrara por si acaso había sacado más tomas. Creo que fue cuando usted estuvo allí. Él también fue al departamento de Helen. Encontró las cuatro cartas que ella había sustraído —las cartas que yo le escribí a él— y las destruyó. Quiero que crea que no tenía la menor idea de que Carlo estuviera tratando de incriminarlo a usted, Mr. Dawson. Quiero que crea eso. Carlo siempre fue bueno conmigo, pero sé que tenía una veta muy corrompida. No podía hacer nada contra eso. Era mi mala suerte estar enamorada de él.

Dejó de hablar y miró por la ventana. Hubo una larga pausa.

—Gracias por decirme todo esto —le dije—. Puedo comprender el problema que tenía. Sé cómo debe haberse sentido. Ella también me metió en un lío. —Me puse de pie—. Destruya esa película. No sé qué saldrá a luz en esa indagatoria. Su marido está tratando de arreglarlo. Conociéndolo, quizás lo logre. En cuanto a mí concierne, no tiene nada de qué preocuparse.

Chalmers logró silenciarlo. El veredicto fue homicidio intencionado contra Toni Amando, conocido como Carlo Manchini, con insuficiente evidencia para demostrar el motivo. Los periodistas habían sido advertidos para que no hicieran demasiadas preguntas. Carlotti estuvo suave y nada comprometedor.

No vi a June Chalmers mientras estuvo en Nápoles. Ella y Chalmers partieron tan pronto terminó la indagatoria y volvieron a Roma.

Yo me dirigí directamente a la oficina. Gina estaba allí sola.

—Ya ha terminado y estoy libre de culpa y cargo —le dije—. Vuelo a Nueva York el domingo.

Hizo un esfuerzo para sonreír.

—Es lo que quieres, ¿no es cierto? —preguntó.

—Es lo que quiero, siempre que no vaya solo —le respondí—. Quiero llevarme algo de Roma.

Sus ojos comenzaron a chispear.

—Algo ¿como qué? —preguntó.

—Algo que es joven, hermosa y lista. ¿Quieres venir conmigo?

Se puso de pie de un salto.

—¡Oh, sí… querido! ¡Sí… sí… sí…!

Estaba en mis brazos y la estaba besando cuando entró Maxwell.

—¡Vaya… sí que está bueno! ¿Por qué no se me ocurrió hacer eso? —preguntó con amargura.

Yo le hice un gesto con la mano indicando su oficina.

—¿No ves que estamos ocupados? —respondí acercándome más a Gina.