Cuarenta minutos después, estaba de vuelta en mi apartamiento, curándome las magulladuras. Había dejando a Gina en el suyo, y telefoneado a Maxwell para que retuviera todo hasta que me pusiera de nuevo en contacto con él. El policía me informó que Carlo todavía estaba con vida, pero desahuciado. Dijeron que le quedaba una hora más o menos de vida. Lo habían llevado de prisa al hospital.
Terminaba de ponerme una tira emplástica en una herida sobre el ojo cuando sonó el timbre de la puerta. Era Carlotti.
—Manchini pregunta por usted —dijo—. Se morirá pronto. Tengo un coche afuera. ¿Quiere venir?
Lo seguí hasta donde estaba esperando el coche de la policía. Mientras íbamos al hospital, Carlotti dijo:
—Parece que usted ha estado muy activo. Grandi me telefoneó diciendo que fue usted quien le informó sobre el escondite de Setti.
—Ya he tenido demasiada actividad.
Me miró pensativamente.
—Después que haya hablado con Manchini, quiero tener una conversación con usted.
Aquí se viene, pensé y le respondí que estaba a su disposición. No se habló nada más hasta que llegamos al hospital. Entonces, Carlotti dijo:
—Espero que esté todavía vivo. Estaba muy mal cuando lo dejé.
Nos llevaron en seguida a una sala privada donde yacía Carlo, custodiado por dos detectives. Aún vivía. Cuando entramos a la habitación sus ojos se abrieron y me dirigió una sonrisa torcida.
—Hola, compañero —dijo en un susurro ronco—. Lo he estado esperando.
—¿Qué quiere? —estaba de pie a su lado.
—Haga salir a los policías. Quiero hablarle a solas.
—Usted hablará delante de mí o no hablará —le dijo Carlotti.
Carlo lo miró.
—No sea tonto, policía. Si quiere saber cómo murió Helen Chalmers, salga de aquí y llévese a esos dos pies planos con usted. Quiero hablar con mi amigo primero. Luego tendré algo que decirle a usted.
Carlotti vaciló, luego se encogió de hombros.
—Le doy cinco minutos —dijo, y haciendo un gesto a los dos detectives salió. Lo siguieron y cerraron la puerta.
Carlo me miró:
—Tiene agallas, compinche, me gusta la forma en que pelea. Le voy a salvar. Les voy a decir que fui yo quien mató a Helen. Ahora ya no pueden hacerme nada. No voy a durar mucho más. Si les digo que fui yo, ¿me hará usted un favor?
—Si puedo.
—Deshágase de esa película, compañero. —Un espasmo de dolor corrió por su cuerpo y cerró los ojos. Luego abriéndolos, hizo un gesto salvaje—. Me estoy convirtiendo en un marica, ¿no es así? ¿Me da su palabra de que no mostrará la película a nadie? ¡Tiene mucha importancia para mí, compañero!
—No creo que pueda hacerlo —respondí—. La policía debe verla si tiene algo que hacer con la muerte de Helen.
—Voy a decirles que yo la maté. El caso quedará cerrado —dijo Carlo. Cada palabra que pronunciaba lo hacía traspirar—. Vea usted la película. Ya comprenderá lo que quiero decir cuando la vea. No es una evidencia. Cuando la haya visto destrúyala. ¿Quiere hacer eso?
—Bien, si encuentro que no es una evidencia la destruiré.
—¿Me da su palabra?
—Sí. Pero tengo que estar seguro de que no es una evidencia.
Logró sonreír.
—Bien, hágalos entrar. Les daré mi confesión… toda.
—Hasta pronto, Carlo —y le estreché la mano.
—Hasta pronto, compañero. Fui un tonto en implicarlo en esto. No pensé que usted valiera tanto. Hágalos entrar de prisa.
Salí y le dije a Carlotti que Manchini quería verlo.
Él y los dos detectives entraron a la habitación y cerraron la puerta. Caminé por el pasillo hasta el hall de entrada. Esperé allí a Carlotti.
Veinte minutos después, llegó al hall.
—Ha muerto —dijo con sobriedad—. ¿Vamos a su apartamiento? Quiero hablar con usted.
Bien, por lo menos no me llevaba a la policía. Anduvimos en silencio hasta mi apartamiento.
—¿Quiere una copa? —pregunté tan pronto entramos a mi casa.
—Tomaré un Campari —respondió Carlotti.
Yo sabía que jamás bebía cuando estaba en servicio, y me sentí más cómodo. Le serví el Campari y un whisky con soda para mí y nos sentamos.
—Bien, veamos —dijo—. Manchini ha firmado una confesión diciendo que él ha matado a la signorina Chalmers. Tengo razones para creer que usted también estaba en la villa a la hora en que ella murió. Ha sido identificado por dos testigos. Me gustaría oír su explicación.
No vacilé. Le dí toda la historia sin ocultar nada. Lo único que no le dije fue que June Chalmers había contratado a Sarti para vigilar a Helen. Le comenté que pensaba que el cliente de Sarti había sido el mismo Chalmers.
Carlotti me escuchó sin interrumpirme. Cuando finalmente terminé, me miró durante un momento largo antes de decir:
—Creo que se ha comportado muy tontamente, signor.
Resultó un tal anti-clímax que hice una mueca.
—Supongo que sí, pero si usted hubiera estado en mi lugar, creo que se hubiera comportado de la misma manera. Tal como están las cosas, he perdido mi nuevo empleo. Todo esto es seguro que saldrá a relucir en la indagatoria.
Carlotti se tocó la nariz:
—No necesariamente; Manchini dijo que él era el hombre con quién la signorina planeaba pasar un mes en la villa. No veo razón alguna para no aceptar esa historia. Después de todo usted nos dio la información referente a Setti y siempre ha sido una ayuda en el pasado. Creo que su historia es verídica. Y no hay motivo para que sea castigado. Manchini dijo que había descubierto a la signorina sacando una película de la villa de Setti. Aparentemente Setti estaba en la terraza, Manchini comprendió que esta película podía ser utilizada como un arma para extorsionar a Setti. Tomó la cámara de la signorina y arrancó la película. Para darle una lección —según dijo— la castigó. Ella saltó para atrás y se cayó por el acantilado. Esta explicación será satisfactoria para el forense si le digo que nosotros nos damos por satisfechos. No creo que usted deba sufrir ningún castigo por una mujer de ese tipo. Mi consejo es que no diga una palabra que lo implique con el signor Chalmers.
—No es tan fácil como todo eso —respondí—. Ahora que Manchini ha muerto, nada detendrá a Sarti de tratar de chantajearme otra vez. Se lo podría contar a Chalmers.
Carlotti sonrió con frialdad.
—No tiene por qué preocuparse de Sarti. Manchini me dio suficiente evidencia como para encarcelado a Sarti durante años. Ya ha sido arrestado.
De pronto comprendí que estaba libre. Me había liberado de este enredo que creía que jamás se aclararía.
—Gracias, teniente. Está bien, no le diré una palabra a Chalmers. Ya no volveré a ocasionarle problemas. Si tengo suerte me iré a Nueva York.
Se puso de pie.
—No me ha causado problemas, signor. Hay momentos en que es bueno poder ayudar a un amigo.
Cuando hubo partido saqué de mi bolsillo la caja de película y la di vueltas en mi mano. ¿Qué contendría? ¿Por qué motivo Carlo parecía tan ansioso de hacer un trato conmigo? Me quedé pensando un momento largo. Luego, recordando que Giuseppe Frenzi tenía un proyector de 16 milímetros, lo llamé y le pregunté si me lo prestaba por una hora.
—Está instalado en mi apartamiento, Ed —respondió—. Ve allá y utilízalo. El encargado te dejará entrar. Tengo trabajo hasta los ojos y no podré librarme de él hasta tarde. Iré a explicarte cómo se maneja.
—Lo sé manejar. Gracias, Giuseppe. —Corté. Media hora más tarde, estaba en el apartamiento de Frenzi con la película de Helen metida en el proyector. Apagué las luces y comencé a rodar la película.
Indudablemente. Helen sabía sacar fotografías. Las vistas de Sorrento que se proyectaban en la pantalla eran de primer orden. Desde la piazza concurrida, la escena cambió a la villa y luego a unas tomas desde la cima del acantilado. Yo estaba sentado en la orilla de la silla con el corazón palpitante, observando la pantalla con fijeza. De pronto hubo una larga toma de la villa de Setti. Sólo podía ver dos hombres en la terraza. Luego la escena cambió a un close-up tomado por el poderoso lente telefoto de Helen. Estaba Setti, se lo reconocía con facilidad, hablando con Carlo y un momento después se les reunió Myra. De manera que Carlo había dicho la verdad a Carlotti. Debe haber visto a Helen en el acantilado mientras ella tomaba la película, luego vino a buscarla, arrancando la cámara de sus manos, y dando la cachetada que la había enviado rodando por el acantilado. Entonces, ¿por qué estaba tan ansioso para que nadie viera la película si ya le había dicho a Carlotti lo que pasó?
Tuve la respuesta en la toma siguiente. Desde la terraza la escena cambió una vez más hacia la cima del acantilado. Carlo estaba parado dando la espalda a la cámara, mirando al mar. De pronto se volvió y su cara oscura y tosca se iluminó. La cámara se desvió de él en dirección a lo que él estaba mirando. Se veía a una muchacha venir por el sendero. Saludó a Carlo. Él se acercó a encontrarla y tomándola en sus brazos la atrajo hacia sí y la besó.
La toma duró cerca de veinte segundos. Yo estaba de pie mirando la pantalla casi sin creer a mis ojos. ¡La muchacha a quien Carlo tenía en los brazos era June Chalmers!