Sentí como si el fondo de mi mundo se hubiera hundido. Recién en este momento, al oír esto, recordé la nota que había dejado a Helen en la villa.
—La tengo aquí mismo —continuó Carlo, golpeando el bolsillo de atrás de su pantalón—. Es una belleza. Eso y el reloj podrían dar cuenta de usted, Mac. No tendría la menor oportunidad de demostrar su inocencia.
Tenía razón. Si Carlotti se apoderaba de esa nota, sería mi ruina. Recordaba la nota con tanta claridad como si la tuviera ante mis ojos.
Helen (había escrito) espérame en el sendero detrás del portón del jardín si es que nos desencontramos. Ed.
—Cuando la policía encuentre sus maletas en una oficina de equipajes abandonada, también encontrarán la cámara y algunas de las películas —continuó Carlo—. Además, encontrarán una carta de Helen dirigida a usted que rematará el caso en el supuesto de que necesite remate. La escribió antes de matarse.
Hice un esfuerzo y me recuperé. No podía estar en una situación peor, Y porque era tan mala, me puse furioso. La única manera de salir de ella era apoderarme de la nota y destruirla. Él dijo que la tenía en el bolsillo. Tenía que sorprenderlo, desmayarlo, y quitarle la nota.
—Helen nunca me escribió —dije.
—Oh, sí. Lo hizo. Yo la persuadí. Es toda una carta. En ella cuenta cómo alquiló la villa y cómo ustedes dos, como Mr. y Mrs. Sherrard, van a vivir en ella. Es una declaración completa, Mac. No se equivoque con respecto a eso. Me he encargado de que no tenga escapatoria.
Pero hablaba demasiado. Estaba seguro de que mentía. No había tal carta; además, no importaba demasiado. La nota que yo le había escrito a Helen era suficiente para condenarme.
—Comprendo. De manera que usted se ha encargado de inculparme bien —le dije—. ¿Y qué va a hacer con respecto a eso?
Se puso de pie y comenzó a dar vueltas por la habitación. No se acercó a mí en ningún momento.
—Durante meses he esperado encontrarme con un tipo como usted —respondió—. Cuando Helen me dijo que estaba haciendo planes con respecto a usted, y quién era usted, supe que había hallado el hombre que buscaba. Tengo una tarea para usted. Va a llevar una encomienda a través de la frontera francesa. Para usted será una cosa fácil. Lo pasará. Con sus antecedentes y su empleo, ni se tomarán el trabajo de registrar sus maletas, sin hablar del coche. He estado guardando el material durante meses en espera de una oportunidad como ésta.
—¿Qué material? —pregunté observándolo. Sonrió.
—No necesita saberlo. Todo lo que tiene que hacer es llevarlo a Niza. Pasará la noche en cierto hotel, dejando el coche en el garaje del hotel. Pondré el paquete en el coche antes de que se marche, y mi contacto en Niza lo recogerá durante la noche. Así es de simple.
—Y si no lo hago, Carlotti tendrá la nota que le escribí a Helen. ¿Esa es la idea?
—Deduce con rapidez.
—Y si lo hago, ¿qué sucede luego?
Se encogió de hombros.
—Pasa unas vacaciones y vuelve. Quizás dentro de seis meses, tenga que hacer el mismo viaje a Niza. Se supone que un periodista viaja. Usted viene de medida para la tarea. Por eso lo elegí.
—Dígame, ¿Helen tuvo algo que ver con esa elección?
—Por supuesto, pero en una medida miserable —sonrió—. Quería sacarle mil dólares a usted, pero la disuadí. Le demostré que sería mucho más útil como correo.
De pronto comprendí de lo que se trataba.
—Helen era drogadicta, ¿no es así? —pregunté—. Es por eso que necesitaba dinero sin importarle cómo lo conseguía. Y es un paquete de drogas lo que quiere que lleve a Niza, ¿verdad?
—¿No pensará que es polvo facial, Mac? —replicó sonriendo.
—¿Y usted le suministraba las drogas?
—Eso es, compañero. Siempre estoy dispuesto a ayudar a una muchacha si tiene dinero para pagar.
—¿Fue idea suya o de ella el que fuéramos a la villa?
—¿Le importa saberlo?
—Fue suya la idea, ¿no es cierto? Era una villa conveniente, y había un acantilado conveniente para caerse. Usted sabía que yo no me prestaría al juego si no me viera atrapado. Tendió la trampa, la arrojó por el acantilado y yo entré en escena.
Se rio.
—No cabe duda que tiene una gran imaginación. De cualquier manera esa es una historia que no puede probar, Mac. Pero yo puedo probar la mía.
—¿Helen lo fotografió con su cámara cuando estaban ustedes dos allá arriba? ¿Es por eso que estuvo tan ansioso por deshacerse de la película?
—Nada que se le parezca, compañero. No se preocupe del film. Eso fue dispuesto para hacer que la policía creyera que era un asesinato. —Encendió otro cigarrillo—. Hablemos del asunto. ¿Va ir a Niza o le mando la nota a Carlotti?
—Parece que no tengo mucho donde elegir.
Recorrí la habitación con los ojos, buscando algo que se pareciera a un arma. No había nada bastante fuerte como para golpearlo. Sabía que no podía hacerlo con mis manos desnudas.
Cerca de la puerta había una pequeña mesa de adorno, y sobre la mesa un gran jarrón lleno de claveles. Al lado del jarrón había una fotografía de Myra Setti en un marco de plata. Vestía un traje de baño blanco, y estaba recostada en una reposera a la sombra de una gran sombrilla. Había algo vagamente familiar en esta fotografía, pero apenas la miré. Mis ojos se fijaron en un aprieta-papeles sólido, de vidrio, que había al lado de la fotografía. Esto, me dije, podría servir.
—De manera que lo hará —dijo, observándome.
—Supongo que tendré que hacerlo.
—Así se habla. —Sonrió—. Sabía que entraría en el juego. Bien, esto es lo que tendrá que hacer. Deje su coche en su garaje la noche del jueves. No cierre con llave el garaje. Yo iré durante la noche a dejar el paquete. Salga el viernes a la mañana temprano. Pase esa noche en Ginebra, y el sábado, siga a Niza. Tiene que calcular el tiempo para cruzar la frontera alrededor de las diecinueve. Esa es la hora en que están comiendo y estarán apurados por hacerlo pasar de una vez. Diríjase al hotel Saleil d’Or. Es uno de los lugares elegantes sobre la Promenade des Anglais. Quizás deba reservar una habitación allí. Deje su coche en el garaje del hotel y olvídese de todo. ¿Entendió?
Le respondí que sí.
—Y que no se le ocurra ninguna tontería, Mac. Tengo una pequeña fortuna en ese material, y esté seguro que me encargaré de usted si trata de traicionarme. —Sus ojos se endurecieron mientras me miraba—. Usted está en el gancho, no lo olvide. Y lo estará para siempre.
—¿Qué sucederá si Carlotti descubre que yo estaba en la villa cuando Helen murió?
—Deje que lo pruebe —respondió Carlo—. Si se pone demasiado incómodo, buscaré una coartada que le sirva. Tengo maneras de encontrar coartadas. No tiene de qué preocuparse mientras esté en el juego conmigo. Usted y yo podemos trabajar esto durante años. También está el distrito de Suiza del que se puede encargar usted.
—Parecería que he encontrado una nueva profesión.
—Esa es la idea —apagó el cigarrillo—. Bien, Mac. Tengo cosas que hacer. Prepárese para partir el viernes. ¿Entendido?
Lentamente me puse de pie.
—Creo que sí.
Caminó a mi alrededor, manteniendo la distancia y observándome.
Me detuve frente a la mesa y miré la fotografía en el marco de plata.
—Esa muchacha, ¿es su amiga? —pregunté.
Se acercó un poco más, pero todavía estaba fuera de mi alcance.
—No importa quién es… márchese, Mac. Tengo cosas que hacer.
Levanté el marco.
—Vaya… ¡qué hermosa! ¿También es drogadicta?
Con un gruñido se vino hacia mí y me arrebató el retrato de la mano. Eso ponía su mano derecha fuera de acción. Con mi mano izquierda arrojé el florero con los claveles al piso y me apoderé del aprieta-papeles.
El florero, agua y claveles, fueron a dar contra las rodillas de Carlo. Por una fracción de segundo miró hacia abajo, maldiciendo.
Tenía el aprieta-papeles en mi puño. Lo golpeé en un costado de la cabeza con todas las fuerzas que tenía.
Cayó de rodillas. Vi que sus ojos se ponían en blanco. Lo golpeé en la parte superior de la cabeza, él fue resbalando hacia adelante, cayendo cuan largo era a mis pies.
Dejé caer el aprieta-papeles y me arrodillé a su lado. Ese fue un error. Era increíblemente fuerte. Su mano derecha me tomó del cuello y casi me mata. Con violencia me desprendí de su brazo mientras él se incorporaba. Su mirada estaba perdida. Prácticamente estaba liquidado, pero aún así era peligroso. Me afirmé, mientras levantaba la cabeza le disparé un puñetazo en la mandíbula que me hizo trepidar desde el puño hasta el codo. Su cabeza dio contra el piso y se desvaneció.
Jadeando, lo puse de cara al suelo. Deslicé mi mano en el bolsillo de su cadera y me apoderé de la billetera de cuero.
Cuando la estaba sacando, la puerta se abrió de golpe y Myra Setti entró.
Tenía una pistola automática 38 en la mano y me apuntaba.