Cuando llegué al apartamiento, tenía ya decidido lo que iba a decirle a Chalmers. Lo mejor que podía hacer, por el momento, era comprometerme lo menos posible; habían ángulos en este asunto que tenían que ser investigados antes de que pensara siquiera en darle a Chalmers una vislumbre de la verdad.
Dejé el Lincoln frente al edificio y con rapidez subí la escalera privada de mi apartamiento. Mientras caminaba por el pasillo, vi la figura de un hombre vagando frente a la puerta de mi apartamiento.
Mi corazón saltó un poco cuando reconocí la figura baja y ancha de hombros del teniente Carlotti.
Se volvió al oír mis pasos, y me miró en una forma larga y detenida que quiso ser desconcertante y lo logró.
—Hola, teniente. ¿Ha estado esperando mucho tiempo? —dije tratando de parecer tranquilo.
—Acabo de llegar. Hay algo que quiero preguntarle.
Busqué mi llavero, abrí la puerta y me hice a un lado.
—Pase.
Entró a la sala caminando en la forma en que lo haría un enterrador al penetrar en la habitación en que yace el cadáver. Se colocó con la espalda a la ventana de manera que si yo lo miraba de frente, toda la luz de la ventana me daría en la cara.
No estaba dispuesto a darle ventaja, de manera que me dirigí a mi escritorio que estaba en un rincón fuera de la luz y me senté sobre él, haciendo que Carlotti volviera la cabeza.
—¿Qué le anda preocupando, teniente? —pregunté encendiendo un cigarrillo y tratando de mantenerme tranquilo.
Miró en derredor, encontró una silla frente a mí y se sentó.
—Lamento que ya no sea posible mantener la opinión ante el forense de Nápoles de que la muerte de la signorina Chalmers fue accidental. Hay muchos puntos sospechosos. Intentamos hacer una investigación completa.
Cuidé de que mi rostro siguiera inexpresivo.
—Y ¿entonces…? —pregunté encontrando su mirada fría, investigadora.
—La signorina tenía una cantidad de amigos. Nos hemos encontrado con que era una mujer liberal y fácil con sus favores.
—Está dicho con mucho tacto, teniente. ¿Quiere decir que llevaba una vida inmoral?
Asintió.
—Temo que sí.
—Eso es algo que no le agradará saber a Chalmers. ¿Está seguro de lo que me dice?
Hizo un movimiento de impaciencia.
—Por supuesto. Creemos que es más que posible que alguno de sus amigos la haya matado. Ahora se sigue una investigación por asesinato. Ya he reunido los nombres de algunos hombres que ella conocía. El suyo está entre ellos.
—¿Está sugiriendo que yo tenía relaciones inmorales con ella? —me esforcé por buscar sus ojos— porque si es así, tendré el mayor placer en demandarlo.
—No hago ninguna sugerencia signor. Usted la conocía. Estoy tratando de aclarar la posición. Estamos convencidos de que un hombre a quien ella conocía la mató. Quizás usted fuera tan amable y me ayudara. ¿Quiere por favor decirme dónde estaba el día de su muerte?
Esta es la pregunta que había estado esperando desde hacía mucho tiempo.
—¿Cree usted que yo la maté? —pregunté con una voz que apenas parecía la mía.
—No. No lo creo. Estoy haciendo una lista de todos los nombres de los hombres que la conocían. Contra cada nombre, estoy apuntando dónde se encontraba a la hora de su muerte. En esta forma ahorraré mucho tiempo. Necesito investigar sólo los hombres que no pueden explicar dónde estaban a esa hora.
—Comprendo —inspiré largamente—. ¿Quiere saber dónde estaba hace cuatro días?
—Por favor.
—No será difícil. Fue el día que comenzaron mis vacaciones, tenía intenciones de ir a Venecia, olvidé reservar alojamiento y luego no lo encontré. Me quedé acá, trabajando en mi novela. La mañana siguiente…
—No me interesa lo que sucedió la mañana siguiente —dijo Carlotti— sólo quiero saber lo que pasó el veintinueve.
—Bien, estaba aquí, trabajando en mi novela. Trabajé durante toda la tarde y la noche hasta las tres de la mañana. No me moví de casa.
Miró sus zapatos bien lustrados.
—¿Alguien lo visitó? —preguntó esperanzado.
—Nadie vino, porque pensaban que estaba en Venecia.
—¿Lo llamaron por teléfono?
—No. Por la misma razón.
—Comprendo.
Hubo un silencio largo e incómodo mientras seguía mirando sus zapatos; luego de pronto levantó los ojos. Encontrándome con sus ojos era lo mismo que si me hubieran encendido un reflector en la cara.
—Bien, gracias, signor —dijo y se puso de pie—. Este es un asunto complicado. Sólo haciendo preguntas e interrogando es que eventualmente llegaremos a la verdad. Lamento haberle tomado tanto tiempo.
—No importa —respondí consciente de que tenía las manos húmedas y la boca seca.
—Si pienso en algo en que usted pueda ayudarme me pondré otra vez en contacto con usted. —Se dirigió a la puerta. Luego se detuvo para mirarme—. ¿No hay nada que quisiera agregar? ¿Cualquier cosa que hubiera olvidado y que significara una pista para mí?
—No olvidaría una cosa así.
Continuó mirándome.
—No creo que deba tratar este asunto con tanta displicencia, signor. Después de todo es una investigación por asesinato. Piense en lo que le he dicho. Quizás recuerde algo…
—Desde luego. Si eso sucede lo llamaré.
—Me alegraría que lo hiciera.
Saludó con la cabeza y abriendo la puerta se dirigió al hall. Me sentía tan aturdido que no me atreví a acompañarlo hasta la puerta. Se fue solo. Cuando oí que la puerta se cerraba tras de él, saqué un cigarrillo, y poniéndome de pie me dirigí a la ventana.
Observé el tránsito moviéndose alrededor del Forum. Habían algunas nubes oscuras subiendo detrás del severo perfil del Coliseo; señal segura de que iba a ser una noche lluviosa. Vi a Carlotti subir al automóvil policial.
Me quedé inmóvil, con la mente hormigueando alarmada. Podía haber imaginado que Carlotti no iba a desconocer la importancia de las películas que faltaban. Esto era algo que no podía ocultarle a Chalmers.
De pronto tuve una sensación de urgencia. Tenía que encontrar a este misterioso X antes de que Carlotti me señalara a mí. No lo subestimaba. Se estaba acercando demasiado a mí para sentirme cómodo.
El llamado del teléfono me sacó de mis meditaciones. Tomé el receptor; era Gina.
—Dijiste que me llamarías ayer —dijo—. He estado esperando. ¿Qué está sucediendo, Ed?
Pensé de prisa. No podía confiarle mis problemas ahora que sabía que Carlotti me había dicho que era un caso de homicidio. Podría verse complicada como encubridora si sabía que yo era Douglas Sherrard.
—Estoy atiborrado de cosas en este momento —respondí—. Estoy por salir. Dame un par de días, y tendrás noticias mías.
—Pero, Ed… ¿qué era lo que ibas a decirme? ¿No podemos vernos esta noche?
—Lo siento, Gina, pero esta noche no es posible. Ahora no puedo detenerme más. Te llamaré dentro de un par de días. Hasta entonces —y colgué.
Esperé un momento, luego hice una llamada a Nueva York. La operadora dijo que había dos horas de espera.
No tenía otra cosa que hacer que sentarme y cavilar sobre la información que había recibido de Matthews y considerar la amenaza que estaba empezando a ser Carlotti. Después de un momento me cansé de estar asustado y encendí la radio. María Meneghini Callas estaba dando un recital de canciones de Puccini. Su voz oscura, excitante, me sacó de mis problemas durante la siguiente hora. Estaba en medio de Sola perduta, abbandonata, erizado hasta la punta del pelo, cuando sonó el teléfono y tuve que interrumpirla.
Chalmers apareció en el teléfono después de dos minutos de espera.
—¿Qué novedad tiene?
Aún a la distancia podía oír el hierro en su voz.
—Acabo de recibir la vista de Carlotti —le dije—. Ha decidido ahora que parece un asesinato, y así se lo dirá al forense.
Hubo una pausa y Chalmers replicó:
—¿Cómo ha llegado a esa conclusión?
Le referí lo de la cámara; había encontrado la película adentro rota y cómo me la habían robado antes que pudiera devolvérsela a la policía.
La noticia pareció aturdirlo, porque vacilaba cuando comenzó a hablar otra vez.
—¿Qué va a hacer, Dawson?
—Estoy tratando de conseguir una lista de los amigos de Helen —le dije y le informé que había contratado una agencia de investigaciones para ese trabajo—. Carlotti está trabajando en el mismo sentido. Parece pensar que su hija tenía muchos amigos.
—Si trata de promover un escándalo con respecto a la niña, ¡lo quebraré! —bramó Chalmers—. Manténgase en comunicación conmigo. Quiero estar al tanto de lo que usted está haciendo… ¿comprende?
Le dije que comprendía.
—Y hable con ese forense. Me dijo que arreglaría este asunto del embarazo. Yo no quiero figurar. Póngase duro con él, Dawson. ¡Asústelo!
—Si esto no resulta un caso de asesinato, Mr. Chalmers, no podemos hacer nada referente al veredicto.
—¡No me diga lo que no podemos hacer! —vociferó—. Hable con ese individuo. Llámeme mañana a esta hora.
Le dije que lo haría y colgué.
Llamé al forense Maletti. Cuando vino al teléfono le dije que había estado hablando con Chalmers, que estaba ansioso por estar seguro de que seguiría en pie lo convenido con él. Maletti estuvo muy untuoso. Salvo que otras evidencias salieran a luz, el signor Chalmers no tenía por qué preocuparse por el veredicto.
—Es usted el que se verá en aprietos si el veredicto resulta equivocado —le dije y colgué.
Ahora ya estaba oscuro y se veía la lluvia en las ventanas.
Era hora, decidí mientras entraba al dormitorio, de buscar mi impermeable y de hacer una visita a villa Palestra.