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—Es Mr. Dawson, ¿verdad?

Salí de golpe de mi pesadilla, casi dejando caer la cámara y levantando los ojos.

June Chalmers estaba parada delante de mí. Vestía un traje de lino gris, adornado con un cinturón y botones rojos; zapatos rojos de taco alto, y un casquete rojo con una pluma de ganso.

Me puse de pie.

—Así es, Mrs. Chalmers.

—¿Estaba buscando a mi marido?

—Esperaba encontrarlo antes de que partiera.

—No tardará.

Tomó asiento en un sillón próximo al que yo había estado ocupando, cruzó las piernas y me dejó ver sus rodillas.

—Por favor, siéntese, Mr. Dawson, quiero hablar con usted.

—¿Desea tomar algo?

Meneó la cabeza.

—No, gracias. Acabo de almorzar. Esperamos tomar el avión de las tres y cuarenta. Mr. Chalmers está supervisando el empaque, ahora. Le gusta hacer eso personalmente.

Me senté y la miré.

—Mr. Dawson, no tengo mucho tiempo —dijo—. Por favor no me interprete mal si parezco severa con respecto a Helen, pero tengo que hablarle de ella. Mi marido es un hombre muy insensible y duro, pero como muchos hombres duros, tiene una faceta sentimental. Todo su afecto y amor estaban volcados en su hija. Quizás sea difícil que lo crea, pero la adoraba.

Me moví inquieto. No sabía adónde llevaba esto. Recordaba lo que Helen había dicho sobre su padre, y cuán amargada se había mostrado. Dijo que ella no le interesaba a su padre, que éste sólo pensaba en si mismo y en encontrar mujeres nuevas para divertirse. Lo que June Chalmers me estaba diciendo no coincidía.

—Según me han dicho, no producía esa impresión —dije con cautela—. La mayor parte de la gente piensa que no tenía tiempo para ocuparse de su hija.

—Ya lo sé. Esa es la impresión que causaba, pero en realidad, era ridículamente afecto a ella. Deseaba que no lo consideraran un padre indulgente, y con bastante estupidez, la mantenía corta de dinero. Pensaba que mucho dinero la perjudicaría, y le tenía asignada una cantidad muy pequeña.

Me hundí un poco más en mi silla. No puedo decir que todo esto me interesara mucho.

—Supongo que usted estará deseando volver a Nueva York a hacerse cargo de su nuevo puesto: el Departamento de Exterior, ¿me equivoco? —preguntó abruptamente.

Eso retomó mi atención.

—Sí, así es.

—¿Ese puesto significa mucho para usted?

—Desde luego…

—Mi marido tiene muy buena opinión de usted —continuó—. Me ha dicho lo que quiere que usted haga. Me refiero a lo de Helen. Está seguro de que la han asesinado. De tanto en tanto tiene ideas fijas, y nada que uno pueda decir o hacer lo disuade de ellas. La policía y el forense están de acuerdo en que fue un accidente. Creo que usted también piensa así.

Me miró inquisitivamente.

Sin razón alguna diría que de pronto me sentí incómodo en su presencia. Quizás fuera porque me parecía que su sonriente calma era fingida. Había una tensión reprimida en su continente que podía sentir más que ver.

—No lo sé. Eso es algo que voy a investigar.

—Sí. Y esto me trae a lo que quiero decirle, Mr. Dawson. Quiero advertirle que tenga cuidado y no indague demasiado en este asunto. Mi marido estaba loco con Helen. No me gusta hablar mal de nadie que no pueda defenderse, pero en este caso no tengo alternativa. Él pensaba que ella era una muchacha buena, decente, estudiosa. Pero no era así. No había nada que no hiciera por dinero; absolutamente nada. Vivía para el dinero. Mi marido sólo le tenía asignado sesenta dólares semanales. Me consta que gastaba doscientos o trescientos dólares por semana cuando vivía en Nueva York. No tenía escrúpulos de ninguna especie cuando se trataba de obtener dinero. Era quizás la mujer más casquivana, indisciplinada, inmoral y desagradable que haya conocido.

La voz ronca con que dijo esto me desagradó.

—Ya sé que es una cosa espantosa lo que digo, pero es la verdad. —Continuó June—. Si indaga en su pasado lo descubrirá usted mismo. Estaba totalmente corrompida. Esta no era la primera vez que estuvo embarazada. Una cosa así no la habría preocupado. Sabía lo que tenía que hacer y a quién recurrir. Los hombres con quienes salía eran degenerados y criminales. ¡Si alguien merecía ser asesinado, era ella!

Aspiré con profundidad y lentitud.

—¿Y a pesar de todo eso usted no cree que fue asesinada? —pregunté.

—No lo sé —quedose mirándome—. Lo único que sé es que la policía está de acuerdo en que murió en forma accidental. ¿Por qué no se da por satisfecho usted?

—Su marido me ha dicho que debo hacer una investigación. Fue una orden.

—Si investiga su muerte como un asesinato, es seguro que descubrirá una serie de asuntos desagradables con respecto a ella. Estoy segura que se condujo en Roma como lo hizo en Nueva York. Será imposible ocultarle esto a mi esposo. Él está completamente convencido de que Helen era una muchacha de vida honesta y limpia. Lo que usted le tendrá que decir va a molestarlo. No le perdonará que haga añicos sus ilusiones con respecto a su hija, ni es probable que dé la posición más importante de su periódico a un hombre que le ha demostrado cuán tontamente ha sido engañado por una hija degenerada e indigna. ¿Ahora comprende por qué le pido que no investigue muy hondo en este asunto?

Tomé mi vaso de whisky y lo terminé.

—¿Cómo es que usted conoce tantas cosas de Helen Chalmers?

—No soy ciega ni estúpida. Hace años que la conozco. He visto los hombres con quienes ella estaba vinculada. Su conducta era notoria.

Yo sabía que en el fondo había más que eso, pero no lo demostré.

—Esto si que me coloca en una situación muy embarazosa —respondí—. Mr. Chalmers me ha dicho que si no descubro los hechos, no me dará el empleo. Ahora usted me dice que si lo hago, no conseguiré el empleo. Me pregunto, ¿qué debo hacer?

—No los saque a luz, Mr. Dawson. Demore las cosas. Después de un tiempo, mi marido se repondrá del impacto de la muerte de su hija. Por el momento está furioso y se siente vengativo, pero cuando vuelva a Nueva York y el trabajo lo acapare una vez más, se calmará. Dentro de un par de semanas puede informar sin temor que no hay progresos en la indagación. Le aseguro que dejará de lado el asunto, y le prometo que si no comienza una investigación tendrá su puesto en el Departamento de Exterior. En cambio si investiga y mi marido se entera de la verdad de la vida de Helen, jamás lo perdonará…

—¡De manera que usted sugiere que me quede sentado y no haga nada!

Durante un momento su sonrisa estereotipada se apagó. A sus ojos asomó una mirada de miedo que me sorprendió. La vi por una fracción de segundo, y luego volvió la sonrisa, pero yo había visto bien que tenía miedo.

—Por supuesto que tendrá que decirle a mi marido que está haciendo cuanto puede, Mr. Dawson. Tendrá que mandarle informes, pero nadie puede culparlo si no descubre ninguna información que valga la pena. —Se inclinó hacia adelante, y puso su mano en la mía—. Por favor, no investigue la vida de Helen en Roma. Yo tengo que vivir con mi marido. Sé cómo reaccionaría si supiera la verdad con respecto a Helen. Fui yo quien lo persuadió de que la dejara venir a Roma, y me culparía, de manera que no sólo es por usted que le estoy pidiendo esto, sino también por mí.

Estaba sentado dando frente al hall de recepción cuando vi a Chalmers salir del ascensor y dirigirse al escritorio de la recepción. Saqué mi mano de la suya y me puse de pie.

—Aquí está Mr. Chalmers.

Su boca se endureció, y se volvió para saludar con la mano a Chalmers quien se acercó. Llevaba un sobretodo liviano en el brazo y un portafolio en la mano.

—Hola, Dawson, ¿quería verme? —preguntó poniendo el portafolio en el sillón— no tenemos mucho tiempo.

Había pensado decirle lo de las películas que faltaban y lo del Renault que me había seguido, pero ahora, habiendo oído a June Chalmers, decidí que era mejor tomarme algún tiempo para reflexionar sobre lo que ella me había dicho, antes de comprometerme. De pronto no sabía cómo explicar mi presencia aquí.

Pero June me sacó del apuro.

—Mr. Dawson trajo la cámara de Helen —dijo. Durante un momento me pregunté cómo sabía que la cámara era de Helen, pero mirando el estuche, comprendí que había visto las iniciales. De todas maneras, este despliegue de ingenio me demostró que era mucho más lista de lo que había imaginado.

—No la quiero, no quiero ninguna cosa que le haya pertenecido —dijo Chalmers con sequedad—. Deshágase de ella.

Le dije que lo haría.

—¿Encontró algo en la villa?

Tropecé con los ojos ansiosos de June. Meneé la cabeza.

—Nada importante.

Gruñó.

—Bien, espero resultados. Debe encontrar a este canalla de prisa. Ponga hombres que lo ayuden. Espero recibir alguna noticia para cuando llegue a Nueva York… ¿comprende?

Respondí que comprendía.

Sacó del bolsillo una llave Yale.

—La policía me dio esto. Es la llave de su apartamiento en Roma. Es mejor que se ocupe de que recojan las cosas de ella y las vendan. Lo dejo en sus manos. No quiero que me envíe nada.

Tomé la llave.

—Deberíamos partir, Sherwin —dijo de pronto June. Miró su reloj pulsera.

—Sí, está bien. Lo dejo en sus manos, Dawson. Encuentre a este canalla y hágamelo saber en cuanto lo encuentre.

Saludó con la cabeza, y recogiendo su portafolio, salió del bar hacia el hall de recepción.

June me miró con fijeza mientras lo seguía. Los acompañé hasta el Rolls.

—Quiero que me tenga al tanto de lo que hace —dijo Chalmers por la ventanilla abierta del coche. No tenga temor de gastar dinero. Tendrá todo el que necesite para esto. Cuanto más rápido ande en este asunto tanto más pronto tendrá el Departamento de Exterior.

Le dije que haría cuanto estuviera a mi mano. Mientras el Rolls se alejaba, June Chalmers se volvió para mirarme por el vidrio de atrás. Todavía tenía una expresión ansiosa en los ojos.