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En el bar que estaba contra una de las paredes del salón, encontré tres botellas de whisky y dos de gin. Abrí una de las botellas de whisky, busqué un vaso en la cocina y vertí tres dedos de licor.

Llevé el vaso al balcón y me senté en una banqueta. Bebí el whisky con lentitud, mirando el magnífico panorama sin verlo. Estaba temblando y con la mente ofuscada por el pánico.

Recién cuando terminé la bebida mis ojos comenzaron nuevamente a recoger imágenes. Desde donde estaba sentado, mirando hacia abajo, podía ver el lejano camino serpenteante que conduce a Sorrento; vi el gran Rolls negro que llevaba de vuelta a Chalmers a Nápoles, alejándose con rapidez por las curvas.

—Es todo suyo, Dawson —había dicho, mientras lo acompañaba al coche—. Manténgase en contacto conmigo. No hay problemas de dinero. No pierda tiempo escribiendo. Telefonee. Tan pronto como descubra algo, llámeme; no importa la hora. Arreglaré con mi secretaria para que sepa dónde estoy en todo momento. Estaré esperando. Quiero pronto a este canalla.

Era como darme una navaja y decirme que me apurara a cortarme el cuello. Me había sugerido que podría examinar la villa en detalle mientras estaba aquí, y registrar a fondo el lugar donde Helen había muerto.

—Utilice el coche. Cuando termine, véndalo y dé el dinero a alguna obra benéfica. Venda todo lo que hay allí adentro. No lo quiero. Lo dejo en sus manos. He ordenado que envíen en avión el cuerpo a Nueva York. —Me había estrechado la mano, con sus ojos color de lluvia fijos en mi cara—. Quiero que encuentre a este individuo, Dawson.

—Lo intentaré.

—Escuche, hará algo más que intentarlo; la encontrará —me dijo estirando la mandíbula—. Le reservaré el Departamento Exterior para usted hasta que lo encuentre… ¿entendido?

La que era otra manera de decirme que nunca conseguiría ese puesto si no lo encontraba.

El whisky me hizo algún bien. Después del segundo vaso, pude desembarazarme del pánico y comenzar a pensar.

No creí ni por un momento que Helen hubiera sido asesinada ni que se hubiera suicidado. Su muerte había sido accidental. Estaba segura de ello.

Yo no había sido su amante. Era algo que no podía probar, pero por la menos yo lo sabía. Chalmers había dicho que buscara a Sherrard, a quien creía que había sido su amante. Yo era Sherrard, y no fui su amante; en consecuencia, había otro hombre involucrado. Si había de salvar lo que quedaba de mi futuro tenía que encontrar a este individuo y probar que había sido amante de Helen.

Encendí un cigarrillo mientras dejaba que mi mente trabajara en este asunto. Este hombre a quien tenía que buscar, ¿sería el intruso que había visto en la villa? Si no fuera así, entonces, ¿quién era el intruso? ¿Qué estaba buscando? Desde luego que no buscaba el estuche con las joyas. Estaba en el tocador y no podía haber dejado de verlo. Entonces, ¿qué buscaba?

Después de pensar en todo esto durante cinco minutos, sin llegar a ningún resultado, decidí dejarlo por el momento y buscar algún otro ángulo que rindiera dividendos.

Helen había vivido en Roma durante catorce semanas. Durante ese tiempo había conocido a este hombre X que eventualmente se convirtió en su amante. ¿Dónde lo conoció?

Comprendí que no sabía nada con referencia a las actividades de Helen en Roma durante esas semanas. Había salido con ella algunas veces, estado en su apartamiento en dos oportunidades, y encontrado en una reunión, pero aparte de eso, no tenía la menor idea de lo que hacía con su tiempo.

Había estado en el hotel Excelsior, y luego había alquilado un apartamiento costosa en la Via Cavour. Probablemente Chalmers pagó la cuenta del hotel, concediéndole ese pequeño lujo hasta que se instalara en Roma. Era probable que después de permanecer en el hotel algunos días, tuviera que mudarse a una de las hosterías de la Universidad. En cambio, se había mudado a un apartamiento que debía haber de costarle casi todos los sesenta dólares semanales que recibía.

¿Significaba esto que había conocido a X en el Excelsior, y que él la había persuadido a tomar un apartamiento pagándoselo?

Cuanto más pensaba en ello, tanto más lógico parecía que debía empezar la búsqueda de X en Roma. Conocía una firma de investigadores privados que tenía fama de responsable. No podía indagar en el pasado de Helen sin ayuda. Mi primer movimiento sería consultar la firma.

Me puse de pie y me dirigí al dormitorio de Helen. La primera vez sólo había echado una ojeada por la habitación, pero ahora registré en detalle.

Miré la cama camera y sentí un poco de escrúpulos. Helen había planeado esto para ambos. No tenía que perder eso de vista. Para mí era obvio que su affaire con X había terminado, y que buscaba un nuevo amante; me había elegido. ¿Estaba enamorada de mí, o estaría buscando un padre para su hijo por nacer? Ese pensamiento era perturbador, pero no valía la pena demorarse en ello. Sólo Helen podría decirme eso, y estaba muerta.

Luego otra idea cruzó por mi mente. Recordé lo que Maxwell había dicho de Helen. Se divierte con todo lo que tiene pantalones… ¡Los líos en que mete a los hombres…! Suponiendo que X hubiera estado todavía enamorado de ella, y Helen se hubiera cansado de él. Suponiendo que él hubiera descubierto que ella había alquilado esta villa y planeaba vivir aquí conmigo. Podría haber venido a arreglar cuentas. Hasta haberle arrojado por el acantilado.

Esta sería una hermosa teoría para plantearle a Chalmers, quién, era obvio, estaba convencido de que Helen era una niña cabalmente honesta. No podía planteársela sin involucrarme yo mismo.

Con esta idea machacando en el fondo de mi cerebro, pasé una hora revisando las maletas. Fue una pérdida de tiempo, porque sabía que tanto Carlotti como Chalmers las habían revisado sin encontrar nada. Sus ropas estaban perfumadas con ese costoso perfume que me la recordaba muy vivamente. Me sentía muy deprimido cuando volví a empacar las maletas, listas para ponerlas en el coche cuando partiera.

Registré toda la villa, pero no encontré nada que me revelara lo que ella había estado haciendo desde el momento en que la criada la había dejado arreglando las flores hasta el instante de su muerte.

Llevé las maletas abajo y las puse en el asiento de atrás del convertible. Volví a la villa y tomé otro whisky.

Me dije que la búsqueda debía comenzar en Roma. Aquí no había encontrado nada, y mientras pensaba en eso, se me ocurrió otra cosa. Me quedé reflexionando un momento; luego me acerqué al teléfono y pedí que me conectaran con la jefatura de policía de Sorrento. Cuando me comunicaron, pregunté por el teniente Grandi.

—Habla Dawson —le dije—. Me olvidé de preguntarle. ¿Hizo revelar la película? La película que había en la cámara cinematográfica de la signorina Chalmers.

—No había ninguna película en la cámara —respondió con sequedad.

—¿No había ninguna película? ¿Está seguro…?

Me quedé mirando la pared que tenía enfrente.

—Si no había película en la cámara, no podía estar usando la cámara cuando murió —dije pensando en voz alta.

—No del todo. Pudo haber olvidado poner una película… ¿No le parece?

Recordé que el indicador de la cámara había mostrado que doce pies de película habían sido rodados. Conocía estas cámaras, y sabía que cuando se coloca una película adentro, hay un resorte que abre un visor a través del cual se observa pasar la película, y que, al abrirse el visor, el indicador está automáticamente en cero.

—Supongo que sí —respondí—. ¿El teniente Carlotti no hizo algún comentario?

—¿Qué comentario puede hacerse? —espetó Grandi.

—Bien, gracias. Una cosa más. No sacaron nada de la villa, ¿verdad? Además de las joyas, por supuesto…

—Nosotros no hemos sacado nada.

—¿Han terminado con la cámara y el estuche? Estoy recogiendo las cosas de la signorina Chalmers. Si paso por allá, ¿puedo recogerla?

—Ya no la necesitamos.

—Muy bien, pasaré por ella. Hasta luego, teniente —y colgué.

El indicador de la cámara había marcado doce pies. Eso significaba que había habido una película en la cámara, y que alguien que no estaba muy familiarizado con ese tipo de cámara la había sacado. La película había sido arrancada a la fuerza, rasgándola para sacarla sin liberar el cierre del visor. También significaba que la película se había arruinado al ser tratada de esa manera, todo lo cual indicaba que quien quiera la hubiera tomado no deseaba conservarla. El único propósito de sacarla fue destruirla.

¿Por qué?

Me serví otro vaso. De pronto me sentí excitado. Sería esta la clave que Chalmers me dijo que iba a encontrar, y habiendo encontrado ésta ¿hallaría otra?

Helen no hubiera arrancado la película de la cámara. Eso era seguro. Entonces, ¿quién lo hizo?

La segunda pista cayó en mi mente como una hoja cae desde un árbol.

Recordé que ella me había mostrado diez cajas de películas cinematográficas cuando la visité en su apartamiento en Roma. Recordé haberle preguntado que para qué quería tantas y ella me contestó que intentaba usar la mayor parte de las películas en Sorrento.

Y sin embargo, no había una sola caja de películas en la villa ni en su equipaje.

Ni siquiera había una película en la cámara. La policía no las había tomado. Grandi había dicho que no tomaron nada de la villa.

¿Sería esta la explicación del intruso que había visto rondar por la villa?

¿Las habría encontrado y llevado él? ¿Sería él quién arrancó la película de la cámara, y luego arrojó la cámara por la ladera del acantilado?

Para estar absolutamente seguro, volví a revisar la villa, buscando las cajas de películas. Pero no las encontré. Satisfecho, cerré la villa, puse las llaves en el bolsillo, y luego, dejando el Lincoln donde estaba, caminé por el sendero del jardín, pasé por el portón y seguí la senda que lleva a la cima del acantilado.

Para entonces era poco más de mediodía y el sol caía sobre mi cabeza mientras caminaba. Pasé la inaccesible villa de abajo. Esta vez me detuve más tiempo para mirarla mejor.

En la terraza, a la sombra de una sombrilla y tendida en una reposera, pude ver a una mujer en traje de baño blanco. Parecía estar leyendo un periódico. El borde de la sombrilla impedía que la viera bien. Sólo podía descubrir sus piernas largas, tostadas y bien formadas, parte de la malla, un brazo tostado y la mano que sostenía el periódico.

Vagamente me pregunté quién sería, pero tenía demasiadas cosas en mi mente para interesarme en ella, y seguí andando hasta que llegué al lugar en donde Helen había caído.

En forma metódica registré el sendero, el pasto áspero y las rocas que habían en un radio de treinta yardas. No sabía qué estaba buscando, pero pensé que valdría la pena hacerlo.

Era un trabajo arduo, pero continué. Encontré algo que podría tener o no importancia. Era un cigarro Burma a medio fumar.

Mientras estaba parado bajo el sol ardiente, haciendo girar la colilla entre los dedos; de pronto tuve la inequívoca sensación de que me estaban vigilando.

Me sentí bastante aturdido, pero cuidé de no levantar los ojos. Seguí examinando la colilla, el corazón latiendo con fuerza. Era una sensación de pavor, encontrarme en este peligroso sendero, sabiendo que alguien estaba próximo, oculto y observándome.

Deslicé la colilla en mi bolsillo y me enderecé alejándome del borde de la cima del acantilado.

La sensación de ser observado persistía. Con indiferencia miré a mi alrededor. Habían tupidos arbustos, y como a cincuenta yardas, el bosque apretado, me demostró que cualquiera podía estar oculto y observando sin la menor posibilidad de que lo descubriera.

Bajé por el sendero hasta la villa. Durante todo el camino hasta el portón sentía unos ojos que penetraban mi espalda. Tenía que esforzarme para no mirar por encima del hombro.

Recién cuando entré al convertible y lo conduje de prisa por el camino serpenteante hacia Sorrento comencé a distenderme.