Disponía de cinco días antes de partir para Sorrento. Durante ese tiempo tenía mucho que hacer, pero me resultaba difícil concentrarme.
Era como un adolescente esperando con ansia la primera cita. Esto me irritaba. Había imaginado que ya estaría bastante curtido como para manejar la situación que Helen había urdido, pero no era así. La idea de pasar un mes a solas con esta adorable muchacha me tenía excitado. En mis momentos de sensatez —y eran pocos— me decía que era una locura seguir adelante con esto, pero me tranquilizaba sabiendo la eficiencia de Helen. Me había dicho que no habría peligro y lo creía. Me decía que sería un idiota si no aprovechaba la oportunidad que ella me estaba ofreciendo.
Dos días antes de partir, Jack Maxwell llegó a Roma para hacerse cargo de la oficina en mi ausencia.
Había trabajado con él en Nueva York desde 1949.
Era un buen periodista, pero no tenía mucho talento para otra cosa que no fueran noticias. No me gustaba mucho. Era demasiado apuesto, demasiado suave, demasiado bien vestido y demasiado lleno de demasiados.
Tenía la impresión de que yo tampoco le gustaba mucho, pero esto no me impidió brindarle una gran bienvenida. Después de haber pasado un par de horas en la oficina hablando sobre el trabajo futuro, sugerí que podríamos comer juntos.
—Espléndido —dijo—. Veamos qué tiene esta antigua ciudad para ofrecer. Te advierto, Ed. No espero nada más que lo excelente.
Lo llevé a lo de «Alfredo» que es uno de los lugares en que mejor se come en Roma, y ordené porchetta, que es lechón asado en asador, parcialmente deshuesado y relleno con hígado, salchichas, y hierbas; es un plato muy sabroso.
Después de haber comido, y de haber bebido la tercera botella de vino, se ablandó y se mostró amistoso.
—Eres afortunado, Ed —dijo aceptando el cigarrillo que le ofrecía—. Quizás no lo sepas, pero eres el preferido del viejo, allá en Nueva York. Hammerstock tiene muy buena opinión de lo que le has estado enviando. Te diré algo extraoficial: sólo que no se lo digas a nadie. Hammerstock quiere que vuelvas en un par de meses. La idea es que yo te reemplace aquí, y te van a encargar el Departamento de Exterior.
—No te creo —respondí mirándole—. Estás bromeando.
—Es verdad. No haría bromas sobre una cosa así. —Traté de no mostrar mi alegría, pero no creo que lo lograra muy bien. Que me pusiera al frente del Departamento de Exterior en la sede central era mi máxima ambición. No sólo significaba más dinero, sino también el mejor de todos los puestos del Western Telegram.
—Se hará oficial en un par de días —me informó Maxwell—. El viejo ya ha dado su consentimiento. Eres un hombre afortunado.
Lo admití.
—¿Sentirás dejar a Roma?
—Me acostumbraré —respondí sonriendo—. Por una cosa así vale la pena dejar a Roma.
Maxwell se encogió de hombros.
—No lo sé. No me gustaría para mí. Es un trabajo demasiado duro y sería una tortura trabajar tan cerca del viejo. —Se hundió en su silla—. Ese lechón estaba bueno. Me parece que Roma me va a gustar.
—No hay ciudad en el mundo que pueda comparársele.
Se llevó el cigarrillo a la boca y con un fósforo lo encendió y me echó el humo en la cara.
—Dime, ¿cómo anda la turbulenta Helen?
La pregunta me sobresaltó.
—¿Quién?
—Helen Chalmers. Tu eres su niñera o algo por el estilo, ¿no es así?
La luz roja se encendió. Maxwell olfateaba el escándalo. Si llegaba a tener la menor sospecha de que había algo entre Helen y yo, haría cuanto estuviera en su mano para saber de qué se trataba.
—Le serví de niñera exactamente durante un día —respondí con indiferencia—. Desde entonces rara vez la he visto. El viejo me pidió que la fuera a buscar al aeropuerto y la llevara al hotel. Creo que está en la Universidad.
Arqueó las cejas.
—¿Que está dónde?
—En la Universidad —repetí—. Me parece que está siguiendo un curso de arquitectura.
—¿Helen? —se inclinó hacia adelante y me miró, luego soltó una carcajada—. Eso es lo más gracioso que he oído. ¡Helen siguiendo un curso de arquitectura! —Volvió a reclinarse riendo a carcajadas.
La gente se daba vuelta para mirarnos. En verdad parecía que había oído la broma más graciosa del siglo. Por mi parte no le encontraba gracia alguna. Lo más que podía hacer era no dar un puntapié a la silla y aplicarle un puñetazo en su preciosa cara.
Cuando terminó de reír, me miró. Quizás advirtiera que yo no estaba tan divertido, porque hizo un esfuerzo por controlarse y movió la mano como disculpándose.
—Lo siento, Ed. —Sacó el pañuelo y se enjugó los ojos—. Si conocieras a Helen como yo la conozco… —y volvió a reír.
—Mira, sea como fuera, no puede ser para tanto —interrumpí, con la voz áspera—. ¿De qué se trata?
—Pues así es. ¡No me digas que también te ha conquistado! Hasta ahora la única persona del personal del Telegram que no ha caído en sus redes es su padre. No quiero creer que todavía no la hayas calado…
—No te entiendo. ¿Qué quieres decir?
—Bien, decididamente no la has visto muy seguido. Tenía la impresión de que podía haberte buscado. Parece que le gustan los hombres altos, corpulentos y varoniles. Supongo que no habrá aparecido en Roma con tacones bajos, anteojos y el pelo echado para atrás…
—Aún no entiendo, Jack. ¿Qué hay en todo esto?
—¿En todo esto? —sonrió—. Parece que eres más afortunado de lo que creía, o poco afortunado; depende del punto de vista que tengas. Todos los muchachos allá en New York la conocen. Es sensacional. Cuando nos enteramos que venía a Roma y que el viejo quería que la vigilaras, todos pensamos que tarde o temprano serías hombre perdido. Helen desplegará sus ardides con cualquiera que tenga pantalones. ¿Quieres decirme que no ha tratado de hacerte alguna insinuación?
Sentí primero calor y luego frío.
—Lo que me dices es algo nuevo para mí —respondí con naturalidad.
—Bien, bien. Es una amenaza para los hombres, de acuerdo, admito que tiene todo. Tiene belleza, ojos insinuantes y unas formas que harían resucitar a un muerto. Pero ¡menudo problema puede significarle a un hombre! Si Chalmers no fuera el periodista más poderoso, todos los diarios de Nueva York publicarían titulares escandalosos con respecto a ella una o dos veces por semana. Se libra de la publicidad porque ningún periódico quiere enemistarse con su padre. Helen se mete en casi todos los enredos sucios que hay. Porque se vio envuelta en el asesinato de Menotti, es que dejó Nueva York y vino a Roma.
Me quedé inmóvil en la silla, mirándolo. Menotti había sido un notorio gangster de Nueva York, enormemente acaudalado, poderoso y certero asesino. También estaba conectado con los negociados de los sindicatos y del vicio. En todo sentido era un mal elemento.
—¿Qué tuvo que ver con Menotti? —pregunté.
—Los rumores decían que eran amantes —respondió Maxwell—. Siempre andaba con él. Un pajarito me dijo que lo mataron en el departamento de ella.
Hacía dos meses que Menotti había sido asesinado brutalmente en un departamento de tres habitaciones que había alquilado como nido de amor. La mujer que lo había ido a visitar desapareció, y la policía no había podido hallarla. El asesino también desapareció. Todo hacía pensar que Menotti había sido asesinado por orden de Frank Setti, un gangster rival, que fue deportado por traficante de drogas, y se suponía que ahora estaba viviendo en algún lugar de Italia.
—¿Qué pajarito? —pregunté.
—Fue Andrews que, como sabes, tiene un olfato especial para estas cosas. Generalmente sabe lo que dice. Quizás se haya equivocado esta vez. Todo lo que sé es que ella acostumbraba a salir con Menotti. Que partió para Roma en seguida de que Menotti fuera asesinado. El encargado del edificio de departamentos en el que Menotti fue estrangulado dio a Andrews una buena descripción de la mujer. La descripción calzaba a Helen Chalmers como un guante. Nuestra gente tapó la boca del encargado antes de que la policía llegara a él, de manera que no se supo nada.
—Comprendo.
—Bien, si no tienes nada sabroso para referirme con respecto a la estadía de ella en Roma, quizás se ha asustado y por fin se está comportando bien. —Sonrió—. En verdad me siento defraudado. Cuando me enteré que iba a reemplazarte, pensé que tal vez podría tirarme yo un lance con ella. ¡Vale la pena! Como tú tenías que vigilarla, esperaba que ustedes fueran algo más que amigos.
—¿Crees que tengo tan poco seso como para andar haciendo tonterías con la hija de Chalmers? —pregunté acalorado.
—¿Por qué no? Vale la pena, y cuando Helen maneja este tipo de situaciones, tiene buen cuidado de que el viejo no la descubra. Anda correteando con hombres desde que tiene diez y seis años, y Chalmers jamás se ha enterado. Si no la has visto sin anteojos y sin ese horrible peinado, te aseguro que no has visto nada. Es magnífica, y lo que es más, me han dicho que es muy sensual. Si alguna vez me hace una insinuación no me voy a hacer rogar.
En alguna forma lo saqué del tema de Helen para traerlo al de los negocios. Después de pasar otra hora en su compañía lo llevé a su hotel. Dijo que estaría en la oficina a la mañana siguiente para ponerse al tanto de algunos asuntos y me agradeció la compañía.
—Eres realmente afortunado, Ed —dijo cuando nos despedíamos—. El Departamento de Exterior es uno de los mejores puestos del diario. Hay individuos que darían su brazo izquierdo para tenerlo. Yo no, no lo quiero. Es demasiado pesado el trabajo, pero para ti… —se interrumpió y sonrió—. Un hombre que deja que una ninfa como Helen se le escabulla entre los dedos… bien, ¡por el amor de Dios! ¿Qué otra cosa podría hacer excepto dirigir el Departamento de Exterior?
Pensó que era una buena broma, y golpeándome la espalda se dirigió riendo hacia los ascensores.
Yo no pensé que la broma fuera tan buena. Subí al coche y anduve a través del congestionado tránsito hasta que llegué a mi departamento. Durante el trayecto pensé. La información que había recibido de Maxwell referente a Helen me provocó un impacto. No dudaba de que lo que me había dicho fuera verdad. Sabía que Andrews era verídico en cualquiera de sus versiones. De manera que había estado involucrada en el asunto de Menotti. De pronto me preguntó con quién estaría involucrada aquí en Roma. Si le gustaban los peligrosos gangsters en Nueva York, podría haber seguido cultivando el mismo gusto aquí. ¿Sería esta la explicación para su alto nivel de vida? ¿Estaría algún hombre manteniéndola?
Cuando me desvestí y metí en cama me pregunté si en verdad tomaría el tren para Sorrento. ¿En verdad quería enredarme con una muchacha de ese tipo? Si en realidad iba a dirigir el Departamento de Exterior y estaba seguro de que Maxwell no me hubiera dado la noticia sin tener datos concretos, sería un loco en arriesgar, por poco que fuera, el futuro cargo. Como el mismo Maxwell lo reconoció, era el cargo más codiciado del periódico. Sabía que si Chalmers descubría que su hija y yo éramos amantes significaría no sólo perder ese puesto, sino que quedaría para siempre fuera del periodismo.
No, dije en voz alta cuando apagaba la luz. Helen puede ir a Sorrento sola, yo no iré. Puede encontrar algún otro tonto. Yo iré a Ischia.
Pero dos días después estaba en el tren local de Nápoles a Sorrento. Me decía que era un tonto y un loco, pero por más que me repetía una y otra vez que no debía seguir adelante, allí estaba en el tren. Estaba en camino hacia Nápoles. El tren no corría demasiado ligero para mis deseos.