12

Vic no ignoraba que el Cadillac casi no tenía gasolina cuando regresó a Wastelands. Antes que los Crane llegaran a Boston Creek tendrían que parar para llenar el tanque. Le llevaban una ventaja de diez minutos. Con tal que él condujera a gran velocidad y que tuvieran una pequeña demora cuando cogieran gasolina, tenía bastantes probabilidades de alcanzarlos. No tenía la menor idea de lo que iba a hacer cuando los alcanzara, pero lo único que a él le interesaba en ese momento era estar con Carrie.

Se había decidido de golpe, cuando Harper entró en la casa y le dijo que el Cadillac se dirigía hacia Boston Creek. Vic corrió hasta el garaje. Allí encontró el Lincoln de Moe; la llave del contacto estaba puesta. Cuando la hizo girar, vio con una sensación de alivio que el depósito de gasolina estaba lleno hasta la mitad.

Condujo como nunca lo había hecho antes. El Lincoln de Moe era muy poderoso y el auto salió como una bala por el largo camino, a más de ciento cuarenta kilómetros por hora. La verja estaba abierta. Vic apretó un poco los frenos. Las ruedas chirriaron cuando el auto salió del camino de tierra, luego volvió a apretar el acelerador cuando entró en la carretera asfaltada.

Parecía que no habían transcurrido más que segundos antes de que los faros delanteros iluminaran la carretera principal. De nuevo disminuyó la marcha. No quería arriesgarse a romper el auto. Pero una vez en la carretera principal puso el auto en dirección a Boston Creek, al máximo de velocidad. Tres veces se acercó tanto a los autos para pasarlos que le llamaron de todo; los conductores estaban impresionados de su velocidad. La aguja del marcador estaba fija en los ciento sesenta y cinco kilómetros por hora, el máximo que podía dar el motor.

Aferrado al volante, el corazón dándole vuelcos, Vic sentía haber rechazado la pistola que le había ofrecido Dennison. Cuando por fin alcanzara al Cadillac, ¿qué haría? Los dos Crane tenían armas. ¿Qué iba a hacer para sacar a Carrie de sus manos?

Pasó a un auto que, a la velocidad que él viajaba, parecía estar parado. Otra vez oyó la bocina de un coche, por medio de la cual el conductor, furioso, protestaba y demostraba su indignación.

Vic siguió adelante. Unos minutos después, vio un cartel luminoso donde se hallaba deletreada la palabra C.A.L.T.E.X., la primera estación de servicio que encontraba en el camino. Con un poco de suerte sería aquí donde el Cadillac habría parado para coger gasolina. Disminuyó la velocidad, dirigió el auto hacia el camino circular y haciendo chirriar las ruedas, frenó.

Un hombre corpulento con el uniforme de «Caltex» salió a paso rápido de la oficina. Vic bajó del auto.

—¡Hermano! —dijo el encargado—. Le aseguro que me ha asustado. ¿Va a apagar un incendio?

—¿Ha parado aquí un Cadillac azul y blanco para coger gasolina hace más o menos diez minutos? —preguntó Vic, tratando de demostrar tranquilidad—. ¿Dos mujeres y un hombre en el coche?

Feliz de tener una buena información que dar, el encargado asintió.

—Bueno, claro. Se fueron hace más o menos cinco minutos. ¿Amigos suyos?

Vic lanzó un profundo suspiro. ¿Amigos? Pensó en Carrie.

—¿Dijeron para dónde iban?

—Uno de ellos, una de las chicas, preguntó cuál era el servicio de taxis aéreos más próximo —le dijo el encargado—. Les indiqué el aeropuerto de Boswick: lo llevan una pareja de muchachos jóvenes… buenos muchachos… creo que les hice un favor.

—¿Tiene teléfono?

El encargado levantó los brazos, desesperado.

—Ha estado averiado todo el día. Lo siento mucho, pero está… las veces que he tenido que decir…

—¿No tiene una pistola que pudiera prestarme? —preguntó Vic mientras volvía al Lincoln.

—¿Pistola? ¿Qué quiere decir? —el encargado lo miró atónito.

—No se preocupe —gritó Vic, y lanzó el coche hacia la carretera. Sabía dónde estaba el aeropuerto de Boswick. Muchas veces había pasado por la estafeta, en el camino de Boston Creek.

De manera que intentaban escaparse por aire, pensó. Si podía confiar en el encargado de la estación de servicio, sólo le llevaban cinco o a lo sumo diez minutos de ventaja. No conseguirían un avión en menos de una hora. Ahora estaba seguro de que llegaría al aeropuerto mientras ellos estuvieran allí.

Tan pronto como viera las luces del aeropuerto tendría que apagar los faros delanteros y acercarse a marcha lenta para que ellos no oyeran el motor del auto. Tendría que dejarlo a cierta distancia del aeropuerto y luego avanzar a pie. Su única arma, recordó con tristeza, era la sorpresa.

Ralph Boswick, un joven corpulento, con cabellos color arena, colgó el receptor del teléfono, sacó sus grandes pies de encima del escritorio y se puso de pie.

Su compañero, Jeff Lancing, recostado en una silla que había pertenecido a un avión, lo miró intrigado.

—¿Quién era?

Boswick encendió un cigarrillo, frotando la cerilla en los fondillos de los pantalones de sarga, de andar a caballo.

—Lo creas o no… el F.B.I. —dijo, y sonrió—. Parece que podrían llegar por aquí irnos raptores. Un hombre y una mujer han capturado a otra mujer y podrían seguir este camino. ¡Están chiflados! ¡Desde la semana pasada que nadie ha venido por aquí!

Lancing, bajo, con el pecho combado y moreno, poco mayor que Boswick, miró a su compañero.

—¿Te han dado alguna descripción?

—Oh, por supuesto. El hombre es alto, de constitución fuerte, y moreno. Usa pantalón y chaqueta de cuero negro.

La mujer es rubia, es su hermana gemela. La otra mujer es pelirroja y muy bonita. Dicen que los raptores van armados y son peligrosos.

—¡Este es justamente el lugar para ellos! —dijo—. ¿Peligrosos, eh? —fue hacia el escritorio, abrió un cajón y sacó una 45 automática.

Boswick se rio.

—¡Tranquilo, Jeff! Este hierro no sirve para tirar. No ha sido limpiado ni engrasado desde hace años, y además no tenemos ni una bala para cargarlo.

Lancing titubeó, luego, con una sonrisa embarazada, volvió a colocar la pistola en el cajón.

—Nos quedaremos mudos si vienen aquí —dijo.

—No vendrán —respondió Boswick—. Nadie viene aquí, Jeff… Siento decirte esto, pero he estado echando un vistazo a nuestras cuentas. Si no sucede algo pronto, nos hundimos. Ya lo estamos comprobando.

—Lo malo —dijo Lancing— es que siempre estás buscando los negocios rápidos. Todo requiere su tiempo. Fíjate, dentro de un par de meses habremos pagado nuestras deudas.

—Si seguimos así —dijo Boswick, tomando una carpeta del cajón del escritorio— nos levantaremos. Quiero decir esto, Jeff. Aquí, mira un poco estas cifras.

Con un suspiro resignado, Lancing se dirigió al escritorio. Juntos, los dos hombres empezaron a mirar las cuentas que debían. Trabajaron una hora entera, luego Lancing dejó a un lado su lápiz y se puso de pie.

—No me había dado cuenta de que andaba tan mal —dijo malhumorado—. ¿Qué vamos a hacer?

—Lo que hacen los asaltantes —dijo Boswick encogiéndose de hombros—. Tendremos que llevar a cabo algún atraco… Tendremos… —se detuvo, al ver que la puerta que daba a la pequeña oficina se abría sin ruido. Una chica con el cabello mal teñido de rubio, con un vestido floreado de algodón, de falda ancha, con sus ojos muy abiertos y observadores, estaba parada en la puerta.

Los dos hombres se quedaron mirándola.

Boswick se puso de pie.

—Necesito un avión para llevarnos a mí y a mis amigos lejos de Frisco —dijo Chita—. ¿Qué puede hacer por nosotros?

El rostro de Lancing se iluminó con una feliz sonrisa.

—Claro, ya lo creo. El aparato está listo. Podríamos estar en camino en menos de una hora después de comunicarnos con Frisco. ¿Es bastante rápido para ustedes?

—¿Para qué quiere comunicarse con Frisco? —preguntó Chita con desconfianza.

—Tengo que obtener permiso para aterrizar —explicó Lancing—. Eso nos va a llevar tiempo.

Boswick estudiaba a la chica. No le gustaba su apariencia. De pronto se acordó del aviso que había llegado de la Oficina Federal. Dijo, como de pasada:

—Lleva a la señora y a sus amigos a la sala de espera, Jeff. Tal vez les guste tomar café mientras esperan. Voy a conseguir el permiso.

—Por supuesto —dijo Lancing, y se dirigió a Chita—. Por aquí. No les haremos esperar mucho. Ustedes… —se paró en seco cuando Chita extrajo la pistola que había tenido oculta entre los pliegues de la falda.

—Nada de telefonear —dijo—. Nos vamos directamente. ¡Retírese de ese escritorio!

Bajo la amenaza de la pistola y con cierto temblor en la voz, Boswick se dirigió hacia donde esperaba Lancing. Este miraba a Chita con la boca abierta.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó—. ¿Qué…?

—¡Basta! —dijo Chita, y se dirigió a la oficina. Riff la siguió, empujando a Carrie delante de él. Al ver la espalda de la chaqueta de Riff, Lancing recordó el aviso que el F.B.I. había hecho, y se dio cuenta de quiénes eran estos tres.

Riff se dirigió al teléfono y arrancó de un tirón el cable de la pared.

—Si vosotros dos, bribones, queréis seguir viviendo —dijo mientras arrojaba el receptor del teléfono a través del cuarto—, ¡haced lo que se les dice! ¡Tenemos prisa! Queremos llegar a la frontera y entrar en México… y vosotros nos llevaréis. ¡De manera que entremos en acción!

—¿México? —preguntó Boswick—. Eso no se puede hacer. Tendrían que haber conseguido un permiso de aterrizaje de Ti juana. Se van a encontrar con las autoridades del control de pasaportes. No pueden de ninguna manera volar a México en esa forma.

—Sí podemos —dijo Chita—. Nos dejaréis en un campo… en cualquier parte. No necesitamos aterrizar en ningún aeropuerto. ¡Vamos a ir a México y nos vais a llevar!

—Ya se lo he dicho, no es posible —dijo Boswick—. Usted puede hacer aterrizar un avión ligero en un campo. ¿En cuál? ¿No ha estado nunca en México? No se puede.

Riff miró inquieto a su hermana.

—Estamos perdiendo el tiempo. Tal vez sería mejor que nos fuésemos. Yo nunca hubiese tenido esa idea…

—¡Cállate! —dijo Chita con su tono maligno. Miró a Boswick—. ¡Vamos a México! Nos llevarás, a menos que quieras un agujero en la barriga. ¡Muévete!

Boswick titubeó, luego se encogió de hombros.

—Si eso es lo que quiere, pues, lo tendrá —dijo—. ¡No voy a ponerme a discutir con una pistola, pero se lo aviso, podemos estrellarnos contra el suelo! El aparato sólo puede hacer un corto recorrido. Podemos quedarnos sin combustible antes de encontrar un lugar llano para aterrizar.

—Nos preocuparemos por eso cuando llegue el momento —replicó Chita—. ¡Tú hablas demasiado! ¡Vamos, andando!

Boswick era el personaje principal. Lancing tenía el presentimiento de que Boswick estaba planeando algo que podría ser peligroso.

—Ve tú con él —le dijo Riff a Chita—. Yo me quedo aquí y vigilo a esos dos.

—Vamos, monada —dijo Chita a Lancing—, y no se te ocurra alguna idea brillante.

Siguió a Lancing fuera de la oficina.

Ed. Black, uno de los hombres de Dennison, colocó el receptor en el soporte.

—Todas las estaciones de servicio están avisadas, jefe —dijo—, excepto la Caltex en las afueras de Boston Creek. Su teléfono está averiado —Dennison levantó la vista del mapa que estaba estudiando.

—Busque a un policía de carretera. Es probable que sea el lugar donde han parado.

Black levantó el micrófono. A los pocos segundos estaba en contacto con un coche-patrulla que se dirigía hacia Boston Creek. El agente Benning dijo que iría en seguida a la estación Caltex y volvería a informar.

De nuevo, sin saberlo, los Crane tuvieron un feliz principio. Era la una de la mañana. El encargado de la Caltex, que había dado la información a Vic sobre la estación de taxis aéreos, al terminar su trabajo, había sido reemplazado por su ayudante, que tomó el turno hasta las nueve de la mañana.

—No sabría decirle —dijo cuando Benning lo interrogó—. Acabo de llegar. Fred debe saber algo, pero se ha ido a su casa.

—¿Sabe su número de teléfono? —preguntó Benning.

—Por supuesto, pero nuestro teléfono está estropeado: además, Fred todavía no debe haber llegado a su casa. Siempre se detiene en Boston Creek para comer algo allí.

Benning encontró el número de teléfono de Fred y su dirección, luego volvió al auto y avisó a Dennison.

—¡Encuéntrenlo y rápido! —gritó Dennison.

Había una infinidad de cafés abiertos toda la noche en Boston Creek, pero por fin Benning encontró al encargado de Caltex, en el preciso momento en que se iba a su casa. Ahora era la una y cuarenta y cinco. Antes de que Benning pudiera conseguir toda la información que necesitaba de Fred y el tiempo de volver a informar a Dennison, serían poco más de las dos.

Tom Harper había llegado a la Jefatura llevando con cuidado al niño de Dermott, que había chillado sin cesar durante el camino y seguía chillando, aunque estaba atendido por dos policías femeninas.

—Se dirigen hacia la estación de taxis aéreos de Boswick —dijo Dennison a Harper, quien lo estaba mirando con expresión interrogativa—. Apostaría a que quieren ir a México.

Nos llevan una hora de ventaja… demasiado para que podamos hacer mucho, pero Dermott debe estar detrás de ellos.

Harper encontró el número de teléfono en la guía, marcó, escuchó y colgó.

—El teléfono está estropeado.

Se echó hacia atrás en la silla.

—Le he dicho a Benning que vaya para allá, pero que tenga mucho cuidado. No podemos acercarnos mientras Mrs. Dermott esté con ellos —dijo, hubo una pausa, luego, de pronto, se le ocurrió—: Vamos, Tom. No me puedo quedar aquí. Iremos en helicóptero —se volvió hacia Black—. Avise a Benning que estamos en camino y que se mantenga en contacto con nosotros por medio de la radio. Que permanezca cerca del aeropuerto, pero sin emprender ninguna acción a menos que esté seguro de que Mrs. Dermott no va a sufrir ningún percance —dijo—. Avise a todas las unidades que se encuentren en el aeropuerto, pero que se mantengan fuera del alcance de la vista. Que no tomen ninguna iniciativa hasta que yo llegue.

Salió de la oficina y Harper salió detrás de él.

Por la mitad del camino de tierra que llevaba al aeropuerto, Vic apagó los faros. Marchó despacio, y cuando llegó a la entrada del aeropuerto se detuvo. Se dirigió al portaequipajes del auto, lo abrió y buscó en la caja de herramientas. Eligió un cricket, la única arma posible que pudo encontrar, luego, con rapidez, pero con mucho cuidado volvió hacia el pequeño cobertizo de recepción y oficina, sobre el cual había un letrero luminoso que representaba un avión en vuelo.

Miró el Cadillac estacionado al lado de la oficina. Cuando llegó al auto se abrió la puerta y entró un hombre seguido de una chica, en quien reconoció a Chita. Vic se agachó detrás del Cadillac. Oyó que Chita decía:

—Mueve las piernas, monada. Estás paralizado ¿o qué?

Vic observó a los dos: el hombre delante, Chita como a un metro detrás de él, caminaba rápidamente hacia el hangar. Esperó hasta que estuvieron unos metros más allá; luego se dirigió sin hacer el menor ruido hacia la oficina, y con muchas precauciones, miró por la ventana.

Un hombre corpulento estaba apoyado en la pared frente a Riff, quien estaba sentado en el escritorio, con la pistola en la mano.

Manteniéndose apartada de estos dos, con ojos asustados y muy pálida, estaba Carrie.

Vic la miró durante un largo rato, luchando con la tentación de irrumpir en el cuarto y atacar a Riff, pero sabía que no tenía ninguna posibilidad mientras Riff tuviera la pistola. Retrocedió a la sombra, luego tuvo una súbita idea. Se dirigió a paso rápido al Cadillac y miró al asiento trasero. Allí estaban las dos maletas en las que se hallaba todo el dinero. Se apoderó de ellas, las sacó del auto y luego miró ansiosamente hacia el hangar.

Lancing había llegado a las puertas abiertas del hangar, y seguido de Chita entraba en él. Llevando las maletas, Vic corrió a la parte de atrás de la oficina y penetró en la oscuridad de la noche.

En el hangar, Chita, quedándose alejada, observaba a Lancing, que estaba dando los últimos toques al avión.

—Escucha, monada —dijo—, no estás haciendo esto por nada. Hay mil billetes para ti si nos llevas a México.

—¿Eso cree? —replicó Lancing cortante—. Pero ¿y si me estrello con el aparato?

—¡Oh, no hay de qué preocuparse! Seguramente lo tienes asegurado, ¿no? ¡Vamos, monada!

En la oficina, mientras Boswick estaba apoyado contra la pared, mirando de soslayo a Riff, de pronto notó la muñeca hinchada y magullada. Pensó que si pudiera llegar lo bastante cerca de Riff como para dar un salto hasta la pistola, podría quitársela sin ninguna resistencia. Con una muñeca en esas condiciones, el muchacho estaba desarmado.

—Mi compañero no puede manejar el aparato sin ayuda —dijo Boswick—. Se necesitan dos hombres para empujarlo. Si tienen prisa, tal vez deberíamos ir al hangar.

Riff le miró con suspicacia.

—¿Por qué no lo has dicho antes?

Boswick esbozó una sonrisa forzada.

—Supongo que porque sus maneras me desconciertan.

Sin mirar a Riff, se dirigió como por casualidad a la ventana y miró hacia afuera. Riff, alerta, le apuntó con la pistola.

—Sí, necesita ayuda —dijo Boswick, mirando sobre su hombro—. ¡Vamos!

Riff titubeó, luego bajó del escritorio. Volvió su cabeza hacia Carrie.

—¡Vamos! Quédate cerca de mí —dirigiéndose a Boswick, prosiguió—: Tú ve delante.

Con los músculos en tensión, Boswick caminó hacia la puerta de la oficina y la abrió. Estaba a un metro de Riff. Como Carrie no se movía, Riff, gruñendo, la empujó hacia la puerta. Al hacer esto, dio la espalda a Boswick, que se echó sobre Riff, alcanzando con la mano la pistola. Al caer al suelo, se disparó un tiro: la bala hizo un agujero en el piso, a poca distancia de donde se hallaba Carrie.

Durante esos breves instantes de triunfo, Boswick pensó que había logrado la pistola de Riff, pero había subestimado la fuerza de éste y no sabía nada de los años de experiencia que tenía Riff en peleas callejeras.

Incapaz de usar su mano derecha, Riff estampó el tacón de hierro de su bota sobre el pie de Boswick. Este contuvo la respiración con un gemido de dolor y aflojó su puño. Riff golpeó con su hombro el pecho de Boswick, y lo mandó rodando contra la pared: luego, gruñendo, levantó la pistola y disparó sobre Boswick.

Carrie escondió la cara entre sus manos y se apoyó contra la pared. El hombre miró a Riff, con la camisa color caqui ensangrentada, luego sus ojos dieron la vuelta, se deslizó hasta el suelo.

Unos pocos segundos antes de sonar el disparo, Lancing había hecho arrancar el motor del avión. Ni él ni Chita oyeron los dos disparos debido al ruido del motor. Tampoco los había oído Vic, quien se hallaba a unos cien metros de la oficina y había vaciado el contenido de las maletas en una zanja que corría a lo largo del límite del aeropuerto. Después había vuelto a él, cuando oyó el motor del avión.

Maldiciendo, Riff asió a Carrie y la arrastró a la oscuridad. Se encaminó hacia el hangar, luego se detuvo.

—¿Qué me pasa? —murmuró salvajemente—. ¡Estoy medio loco! Casi me olvido del dinero —soltó el brazo de Carrie—. Espera aquí —gruñó, luego se dirigió hacia el Cadillac, subió al asiento de adelante. Murmurando corrió hacia el cajón del auto, lo abrió y vio que estaba vacío, y se quedó mirándolo, luego lo cerró con rabia.

¡El dinero había desaparecido!

Estaba tan azorado que no podía hacer un movimiento contemplando el Cadillac. ¡Un millón y medio de dólares! ¡Desaparecidos! ¿Quién se los abría llevado?

Mirándolo, con el corazón en un puño, Carrie vaciló durante unos breves instantes. A su derecha, dentro de los veinte metros que había desde la luz que venía de la ventana de la oficina, había un vasto espacio que permanecía a oscuras. Si podía llegar a ocultarse en él, tendría una posibilidad de escapar. Estaba segura de que estos dos la llevarían a México. Esta era su única oportunidad de fugarse… No se animaba a pensar cuál sería su suerte una vez que aterrizaran en México.

Como un fantasma asustado, corriendo como jamás había corrido en su vida, escapó hacia la oscuridad protectora.

Riff aún se hallaba parado como el asta de un toro en acecho, mirando al Cadillac. ¿Quién se habría llevado el dinero? Sólo podía pensar en el dinero esfumado. Carrie había sido completamente olvidada.

En ese momento se le ocurrió la respuesta. ¡Chita! ¡Un doble juego! ¿Chita? ¡Era Chita quien había llevado la pistola! ¡Era Chita quien había desenterrado el cuerpo del hombre amarillo! ¡Era Chita quien había hecho imposible su casamiento con Zelda! Y ahora Chita le había arrebatado el dinero y estaba por irse a México, abandonándolo a él.

Miró hacia el hangar, a unos doscientos metros. De golpe llegaron hasta él los rayos de un reflector iluminando parte del camino. Entonces vio el pequeño taxi aéreo fuera del hangar. Vio a Chita salir y dirigirse hacia el avión. Bajo la luz brillante y con su vestido liviano, estaba completamente visible, no sólo para Riff, sino también para el agente de carretera Benning que había llegado al aeropuerto y estaba esperando en el pastizal, mirando hacia el hangar. Había visto a Riff y a Carrie salir de la oficina, pero los había perdido de vista en la oscuridad. Ahora, mientras observaba el avión, vio a Chita y quiso adivinar cuál sería su próximo movimiento. Mientras se hallaba allí, con la pistola en la mano, oyó el zumbido apagado de un avión. Podría ser Dennison que llegaba en helicóptero, pensó lleno de esperanza.

Con la mente convertida en una llamarada de furia maligna, Riff levantó su pistola, la puso en el techo del Cadillac y vio la pistola que tenía Chita detrás de la espalda, como la había colocado mientras Lancing maniobraba el avión en la pista.

En pocos segundos Chita llegaría al avión con el dinero y se iría, pensó Riff. Con mucha lentitud, su dedo empezó a apretar el gatillo. Había mucha distancia. Titubeó. Tal vez podría acercarse un poco, pero si lo hacía, ella quizá le vería. Chita también tenía una pistola. Mientras pensaba, iba apretando automáticamente cada vez más el gatillo. De repente hubo un fogonazo y un estampido.

Vic se volvió hacia la ventana iluminada de la oficina del aeropuerto, con el cricket fuertemente apretado en su mano.

Había caminado unos cincuenta metros cuando de golpe se detuvo.

Vio a Carrie y a Riff que salían de la oficina. Se ocultó en las sombras y Ies observó. Vio a Riff que de pronto se detenía, hablaba con Carrie y luego se dirigía hacia el auto.

El corazón de Vic dio un vuelco. Este sujeto iba a darse cuenta de que el dinero había desaparecido. ¿Qué haría? Miró a Carrie que permanecía parada, inmóvil, perfilándose contra la luz que provenía de la ventana. Vio que Riff abría la puerta del auto; entonces retuvo su respiración al ver que Carrie volvía a la vida y comenzaba a correr como loca hacia él. ¿Llegaría a verla Riff? ¿Le dispararía un tiro? Sin embargo, no. Riff parecía no darse cuenta de que Carrie se escapaba.

Vic esperó hasta que Carrie estuvo a unos quince metros de él; entonces se puso de pie.

—¡Carrie! ¡Soy Vic!

Carrie se hizo a un lado, ahogando un grito, luego se paró y le miró espantada. Ella sólo podía ver una silueta oscura, pero Vic volvió a decirle:

—Soy yo, querida.

Con un sollozo ahogado, Carrie se lanzó hacia él, que la tomó en sus brazos. Se estrechó contra él, mientras Vic miraba por encima de su hombro a Riff. Aunque se sentía aliviado pensando que la tenía a salvo, tenía miedo de Riff. Viendo que éste aún no había notado que Carrie se había escapado, Vic miró más allá, al hangar iluminado, donde se veía de manera clara a Chita. Entonces se oyó el estampido apagado de un arma de fuego, que dejó mudos a Carrie y a Vic. Este vio que Chita hacía un movimiento convulsivo y caía de cara en el hangar iluminado por reflectores.

—¡Alto! ¡No se muevan de donde están!

Carrie retuvo su aliento en un murmullo imperceptible, mientras Vic la sujetaba. Saliendo de las sombras, apareció el agente Benning, pistola en mano.

Cuando Chita cayó al suelo, Riff sintió un dolor de agonía dentro de su cuerpo como si un cuchillo hubiera penetrado en él. Durante un rato largo y espantoso, se quedó mirando la figura de su hermana, que yacía con la falda levantada dejando ver la carne blanca de sus muslos, la luz de los reflectores jugando en su mal teñido cabello.

La furia que le había nublado la mente haciéndole ver todo rojo se desvaneció. Súbitamente se sintió desnudo y solo. Entonces, con una sensación de pánico, corrió frenéticamente hacia el hangar.

Sentado en el asiento del piloto, Lancing lo veía venir. Estaba tentado de apretar el acelerador y hacer levantar vuelo al avión, pero pensó en Boswick. No podía dejar que se enfrentara solo con este sujeto. Por consiguiente se sentó, inmóvil, con el motor en marcha, la hélice en movimiento, casi invisible a la luz brillante de los reflectores.

Riff llegó donde estaba su hermana. Estaba jadeante, asustado y sudoroso. Se inclinó sobre ella. Una mancha roja teñía su vestido en la mitad de la espalda. Cayó de rodillas al lado de ella, dejó su pistola, luego con toda suavidad la dio vuelta.

Chita soltó un gemido. Abrió los ojos y se quedó mirando a Riff.

—Vete —dijo jadeando—. ¡Ellos están aquí! Haz que te lleven… déjame aquí. ¡Vete!

Riff se secó la cara con el reverso de la mano.

—¿Dónde está el dinero? —dijo con voz temblorosa—. ¿Por qué lo has cogido? ¿Por qué me has hecho eso a mí?

Chita entrecerró los ojos. Un hilillo de sangre le caía por el costado de la boca. Movió apenas la cabeza, hizo un esfuerzo por hablar, luego cerró los ojos.

—¡Chita! —la voz de Riff se quebró—. ¿Dónde está el dinero? ¿Qué has hecho con él?

Ella permaneció en silencio durante unos instantes, luego haciendo un esfuerzo abrió grandes los ojos.

—Está en el auto… ¿qué estás diciendo? Cógelo y vete. ¡Riff! ¿No entiendes? ¡Ellos están aquí! ¡Me han pegado un tiro!

Riff se sentó sobre los talones. Lancing, que le observaba desde el avión, sintió un sudor frío recorrerle, al ver la expresión de Riff. Parecía un hombre a punto de perder el juicio.

—¿No has cogido el dinero? —gritó Riff—. ¡Ha desaparecido! ¡Pensé que lo habías cogido tú! ¿Me oyes? ¡Ha desaparecido!

Chita movió las piernas en un espasmo de dolor.

—¿Crees que yo lo he cogido? ¿Para qué lo iba a coger? Es nuestro… tuyo y mío… ¿por qué lo tomaría?

Riff se golpeó las sienes con los puños cerrados. Se arrancó el vendaje sucio que le cubría la oreja y lo arrojó lejos. Parecía un animal con el espinazo roto: desesperado de miseria y dolor.

—¡Chita…! ¡Creí que eras tú! He disparado yo, chiquilla. Te sacaré de esto. Estaremos muy bien. Te llevaré a un médico. ¡Te llevo conmigo!

Más sangre caía de la boca de Chita. Se incorporó.

—¡Tú te vas!

—No te voy a dejar —dijo Riff frenético. Cogió la pistola—. Nos iremos juntos. Tan pronto como lleguemos a México me ocuparé de ti. ¡Todo irá muy bien, nena! ¡Al diablo con el dinero! Tú y yo… como siempre.

Se agachó y tomó a Chita en sus brazos. Ella lanzó un gemido y enarcó el cuerpo en forma tal que casi la dejó caer. La sangre brotaba de su boca y sus ojos se nublaron.

Riff la apretó contra él, mirando su rostro blanco sin vida, sintiendo la sangre caliente contra su pecho. Luego, con mucha suavidad, la dejó en el suelo.

Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba muerta. ¡Chita! ¡Muerta! Contemplaba su cara que de golpe se había convertido en el rostro de un extraño. Esta no podía ser Chita, a quien él había querido, con quien había peleado, con quien había robado, con quien había vivido, con quien había compartido todo lo que tenía, ¡ésta no podía ser Chita!

Entonces brotó de él un llanto salvaje, animal. Al oírlo, Lancing hizo una mueca y miró para otro lado.

Riff comenzó a golpear el suelo con los puños, llorando y gimiendo, demente en su dolor.

El piloto del helicóptero miró.

—No nos van a oír con ese aeroplano calentándose allá abajo. Podemos tomar tierra… ellos ni siquiera nos verán —dijo.

Dennison y Harper cambiaron miradas, luego Dennison dijo:

—Aterrice.

Dos minutos después el helicóptero hizo un suave aterrizaje a unos quinientos metros del aeropuerto. Pistola en mano, Dennison y Harper saltaron afuera. Podían oír el zumbido laborioso del motor. Vieron el avión esperando fuera del hangar. Vieron a Riff arrodillado al lado del cuerpo de su hermana, luego oyeron un suave silbido a su derecha. Tratando de ver en la oscuridad vieron al agente Benning que avanzada cautelosamente hacia ellos.

—Benning, señor —le dijo a Dennison—. Tengo conmigo a Mr. y Mrs. Dermott. Ha habido un tiroteo. Pido permiso para investigar.

Detrás del agente, Dennison vio a Vic y a Carrie. Echó a correr hacia ellos.

—Todo va bien —dijo—. Este agente les llevará a la jefatura. Ya no hay nada que Ies puede preocupar. Su bebé está bien cuidado y les está esperando. Pueden irse. Nosotros terminaremos esto —se volvió a Benning—. Lleve a Mr. y a Mrs. Dermott a la Jefatura ahora mismo.

—Hay un millón y medio de dólares en una zanja más allá —dijo Vic.

Dennison sonrió.

—No se preocupe por el dinero. Ustedes dos se vuelven a la jefatura. Se me ocurre que allí se alegrarán de verles.

Mientras Vic y Carrie iban hacia su coche, Dennison y Harper salieron cautelosamente hacia el hangar.

Riff ahora daba vueltas alrededor del cuerpo de Chita. Parecía trastornado y no sabía qué hacía. De pronto levantó los brazos y comenzó a rugir como un animal. Lancing sintió que se le erizaba el pelo.

Dennison y Harper ya estaban cerca. Apuntaban a Riff con sus pistolas. Entonces Dennison alzó su voz gritado una orden:

—Suelte la pistola y levante las manos.

Riff se volvió. Se quedó mirando sin ver en la oscuridad, luego, con un pánico repentino, dio media vuelta y echó a correr. Corrió ciegamente, metiéndose en la hélice del avión en marcha, que le cortó la cabeza con la precisión de un hábil carnicero, tronchando carne y huesos.