11

Chita estaba apoyada contra la pared y vio el terror que había en el rostro de Moe y el miedo en el de su hermano. Los dos hombres se hallaban al lado de la ventana, mirando a la oscuridad. La luz de la luna cayó directamente sobre ellos, y su expresión la sobresaltó. Así que esto era trabajar a lo grande, pensó. Cuando los naipes estaban sobre la mesa y eran todos ases, entonces se sabía quiénes eran los hombres y quiénes los niños. Estos dos juntos no sumaban un hombre.

—¿De quién es… el cuerpo? —preguntó Moe roncamente.

—¿De quién le parece que puede ser? —gruñó Riff—. ¡Del hombre amarillo! ¡Tuve que matarlo! Ahora usted, gordo presuntuoso, ha metido la pata. ¡Se ha cargado a un federal!

Moe se retiró de la ventana. Estaba sudando y temblaba como una hoja.

—No quise hacer eso —dijo con voz débil—. El tiro se escapó. No quise matarle.

—Dígale eso al juez —dijo Chita con voz suave.

—¡Cállate la boca! —gruñó Riff, mirándola—. ¡Y óyeme!

Si hay un federal afuera, con seguridad habrá otros —Chita se rio para su coleto—. Esta gracia está tomando mal cariz.

—¡Oh, muchacho! ¡Has dicho algo!

Moe salió del cuarto, inquieto, atravesó el vestíbulo y entró en el cuarto de Carrie. Esta había abierto la celosía. Se había puesto un pantalón y una camisa y estaba de pie al lado de la cuna de Júnior, con el rostro blanco, los ojos muy abiertos, cuando se encaró con Moe.

Este entró y cerró la puerta. Todavía tenía la pistola en la mano, y Carrie le miró vacilante.

—No tenga miedo —dijo Moe, y escondió la pistola—. Estamos metidos en un lío. ¿Me escucha?

Carrie hizo un esfuerzo y se acercó a él.

—Sí… le escucho.

—Había un agente federal afuera —dijo Moe, hablando muy ligero en su ansiedad por explicarse—. Le he pegado un tiro. No quise hacerlo. Vi que algo se movía y el tiro se escapó. Nunca había matado a nadie. No espero que me crea, pero es la pura verdad. Ahora estamos en aprietos —hizo una pausa y miró al niño dormido—. Esto quiere decir que usted y el bambino también están en peligro. No por mí… Quiero que sepa esto. Haré todo lo que pueda por ustedes, pero el peligro vendrá del lado de los otros dos. Necesito saber una cosa. Es importante. ¿Está todavía de mi parte?

Carrie miró fijamente al hombre asustado.

—Sí —dijo—, todavía estoy de su parte.

Moe lanzó un profundo suspiro.

—A mí no me queda mucho tiempo de vida —dijo—. Lo sé, pero mientras pueda, me ocuparé de que no le pase nada a usted. Quédese aquí y haga todo lo que yo le diga. La sacaré de este lío si puedo.

Salió del cuarto y cerró la puerta tras de sí.

En el salón encontró a Riff, mirando aún por la ventana. Chita estaba sentada en el brazo de un sillón, fumando.

Riff se volvió cuando entró Moe.

—¿Qué diablos tenemos que hacer? —preguntó. La voz le temblaba por el miedo, y esto hizo que Chita se riera despacio—. ¿Cómo vamos a salir de aquí?

—Cogeremos el auto y haremos un intento —dijo Moe, sabiendo que tal cosa podría serles fatal. Todo lo que deseaba ahora era un final rápido. Si pudiera ponerse bajo una lluvia de balas que le mataran en un instante, sería feliz. No podía soportar la idea de volver a la cárcel. Deseaba un final rápido y quería que la criatura estuviera a salvo—. Saldremos por el camino de atrás.

—¿Qué va a hacer? —preguntó Chita, mirándole con fiereza—. ¿Quiere un suicidio?

—Yo sé lo que me digo; es la única manera de poder salir —mintió Moe apresuradamente—. Les sorprenderemos. ¡Vamos! Es mejor que salgamos de aquí antes que estemos rodeados.

Asustado y empapado en un sudor frío, Riff miró hacia la puerta. Chita bajó del brazo del sillón y caminó en esa dirección.

—¡Riff!

El tono de su voz le hizo detenerse bruscamente.

—¡Usa tu cerebro! —prosiguió—. Si salimos de aquí nos harán saltar en pedazos.

Riff titubeó.

—No la escuches —dijo Moe apremiante—. Vamos… ¡salgamos de aquí!

Riff miraba a Chita, que en ese momento tenía ese brillo en los ojos que él conocía tan bien.

—¡No escuches a ese gordo! —dijo ella—. Cuando nos vayamos nos llevaremos con nosotros a la mujer de Dermott. Con ella en el auto no se atreverán a disparar. No se animarán a pararnos mientras ella esté con nosotros.

Riff se quedó mirándola con la boca abierta; de pronto se relajó y sonrió.

—Muchacha ¡qué cerebro tienes! Ven a buscarla. ¡Vamos! ¿Qué estás esperando?

Cuando se dirigía hacia la puerta, Moe dijo:

—¡Mira! —tenía la pistola en la mano y apuntaba a Riff—. ¡A ella la dejaréis en paz! ¡Nosotros iremos y correremos el riesgo, pero no nos llevaremos a Mr. Dermott!

Detrás de las dunas, donde no podían ser vistos desde la casa, Vic, Harper y Brody conversaban.

—Mire, Mr. Dermott —decía Harper, tenso—, esto es una complicación. Ahora ellos saben que estamos aquí. No podemos acercamos a la casa sin que nos peguen un tiro. Ya han matado a tino de nuestros muchachos. Nos llevaremos a Miss Van Wylie y buscaremos más hombres para que nos ayuden. Por el momento, no podemos hacer nada más que esperar.

Vic estaba medio loco de ansiedad.

—Mi mujer y mi hijo están en la casa —dijo tratando de dominar su voz—. ¿Se imaginan que me voy a quedar aquí mientras ellos están en la casa con esos asesinos? ¡Yo me voy para allá ahora mismo, y será mejor que ustedes no traten de detenerme! Tengo el rescate. Se lo daré a ellos y entonces se irán. Me importa un rábano que se vayan, pero quiero salvar a mi mujer.

—Comprendo lo que usted siente, Mr. Dermott —dijo Harper—, pero ellos saben que estamos aquí. Si les da el dinero, utilizarán a su mujer y a su hijo como escudo para poder salir. Los pondrán en el auto e intentarán fugarse, sabiendo que nosotros no vamos a disparar. Después cuando ellos crean que están a salvo, abandonarán a su mujer. Usted no debe ir allá y no tendrá que darles el rescate.

Brody, que había vuelto al jeep, llegó corriendo a donde ellos se hallaban.

—Está Dennison en la radio. Quiere hablar con usted —le dijo a Harper.

Harper se volvió apresuradamente y corrió al lugar de la radio. Brody lo siguió, dejando solo a Vic. Este titubeó durante breves instantes, luego se subió al Cadillac y se dirigió sin la menor demora hacia la casa. Cuando pasó delante del jeep, Brody le gritó, pero él siguió.

Al momento Harper refirió a Dennison lo que estaba pasando.

—Y ahora Dermott va hacia la casa. Le aconsejé que se quedara aquí, pero se ha ido —concluyó diciendo.

Dennison juró por lo bajo.

—Estoy seguro que le van a atrapar —dijo—. Saquen a Miss Van Wylie. ¿Puede ella conducir el jeep?

Brody movió la cabeza y se encogió de hombros cuando Harper le transmitió la pregunta.

—Brody dice que no. Está histérica.

—Entonces dígale a Brody que la lleve sin perder tiempo a su padre. Este es el primer paso. Esos tres seguramente querrán utilizar a Mrs. Dermott como rehén… apostaría cualquier cosa. Tú te quedas donde estás. Si hacen la tentativa con Mrs. Dermott, quiero saberlo. Si tratan de fugarse sin ella, tengo apostada gente en el camino para cerrarles el paso. Mantente en contacto conmigo y no te acerques a la casa. Quiero saber todo lo que va sucediendo —y Dennison dejó de oírse.

En la casa, Riff y Chita observaban a Moe, mientras éste les apuntaba con la pistola.

—¿Se ha vuelto loco? —gruñó—. ¡La llevamos con nosotros y quedaremos Ubres!

—¿Por cuánto tiempo? —dijo Moe secamente—. No vamos a añadir más complicaciones. ¡Nos iremos sin ella!

—¡Nos la llevaremos con nosotros o no nos iremos! —dijo Chita con voz aguda.

—¡Haréis lo que yo os diga! —la expresión de Moe se endureció—. ¡Estoy asqueado de vosotros dos! No tengo ya nada que perder. ¡Haréis lo que yo os diga o de lo contrario os liquido a los dos!

Fue en ese momento cuando los faros del auto de Vic iluminaron el cuarto a través de la cortina. Moe se levantó y se dirigió hacia la ventana. Chita saltó sobre él haciéndole tambalear. Se agachó y recogió la pistola. Retrocedió cuando Moe recobró el equilibrio. Le apuntó con la pistola.

—De ahora en adelante —dijo con maldad—, nosotros manejaremos este asunto.

Riff reconoció el Cadillac de Vic. Vio que Vic bajaba de él.

—¡Es Dermott!

—¡Cuidado! —dijo Chita secamente—. ¡No te dejes ver!

—¡Dame la pistola!

Chita se la tendió. Riff miró de nuevo hacia afuera por la ventana. Vic se hallaba parado, inmóvil, mirando hacia la casa. Vio a Riff en la ventana.

—Estoy solo —llamó Vic—. Tengo el rescate.

—Por suerte, mejor que esté solo —dijo Riff—. Le estoy apuntando con una pistola. Venga aquí con el dinero.

Vic sacó las dos maletas del coche y se dirigió a la escalera de la galería.

—Déjale entrar —dijo Riff a Chita. El se quedó vigilando la ventana, mientras Chita se dirigía al vestíbulo.

Moe permaneció inmóvil, pero sus ojos buscaban un arma por toda la habitación, bañada por la luz de la luna. Cerca de él, en una mesita transportable, había una estatuita de bronce, representando a una mujer desnuda. Fue avanzando poco a poco hasta que estuvo próximo a la mesa.

Viendo que se había movido, Riff echó una mirada rápida.

—No empiece nunca lo que no puede terminar —dijo.

—No estoy empezando nada —dijo Moe—. Este es el fin del camino. No podremos salir por ahí.

—¡Cierre la boca! Usted no podrá, pero nosotros sí.

Vic entró, seguido de Chita, que se volvió a sentar en el brazo del sillón.

—¿Así que tenemos a los federales ahí afuera? —dijo Riff malignamente—. ¿Esa fue su brillante idea?

—Había dos —dijo Vic—. Uno de ellos está muerto. El otro se lleva a la chica de Van Wylie a su casa.

Por la ventana podían oír el arranque del jeep. Unos instantes después vieron los faros del jeep iluminando el camino de tierra cuando se dirigía hacia Pitt City.

—¿Ah, sí? —gruñó Riff—. ¿Usted se imagina que le voy a creer? Vamos… ¿cuántos quedan todavía?

—Ya se lo he dicho. Ahora no hay ninguno, pero luego habrá. Dentro de una hora el lugar estará rodeado por ellos.

—Aquí tienen el dinero… ¡tómelo y váyanse!

Riff volvió a colocar la cortina en su lugar.

—Apague la luz.

Chita alcanzó la llave desde donde estaba sentada y apagó las luces.

—¿Dónde está Kramer? —preguntó Riff, mirando fijamente a Vic—. ¿Por qué no está aquí?

—¿Por qué tiene que estar aquí? —contestó Vic—. Esta es su parte del rescate. El ya está en camino.

Riff miró las maletas.

—¿Cuánto?

—Más de un millón y medio —dijo Vic.

—¡Está mintiendo!

—Mire usted mismo.

Vic colocó las maletas sobre el sofá y sacó las llaves. Las abrió y se retiró un poco. Los Crane se quedaron mudos a la vista de todo el dinero que había en ellas. Entonces Riff, hipnotizado al ver semejante fortuna, bajó el arma y se dirigió hacia las maletas. Tenía que pasar por delante de Moe, y ésta era la oportunidad de Moe. Su mano alcanzó la estatuita de bronce, la alzó y golpeó con la base la muñeca de Riff. Sus movimientos eran tan rápidos que no se podían seguir con la vista.

La pistola cayó de la mano de Riff, y éste gritó de dolor, apretándose la muñeca y tambaleándose. Moe levantó la pistola y apuntó a los dos Crane.

Chita no se había movido. Se sentó en el brazo del sillón, sin expresión en la cara, los ojos brillantes.

—Diga la verdad, Mr. Dermott. ¿Hay federales ahí afuera? Necesitaremos ayuda. Yo cuidaré de estos dos… Me cuidaré yo mismo. Si están afuera, llámelos para que entren.

—Hay uno afuera —dijo Vic.

—Muy bien, entonces hágale entrar —dijo Moe.

Frotándose la muñeca y blasfemando, Riff se apoyó contra la pared cuando Vic se dirigió a la puerta. Moe se volvió y apuntó a Riff con la pistola. Daba la espalda a Chita. No pudo ver que deslizaba la mano bajo el almohadón de la silla. Sus dedos buscaron a tientas y encontraron la automática de Vic que ella había quitado del bolsillo del pantalón de Riff, la noche anterior y había escondido debajo del almohadón.

Vic atravesó el vestíbulo. Mientras caminaba hacia la puerta de entrada, Carrie salió del dormitorio.

—¡Oh, Vic! —exclamó llena de gozo—. Me pareció haber oído tu voz.

El fue hacia ella y la tomó en sus brazos.

—Todo marcha bien, querida —dijo—. Espera un momento… Estoy buscando al agente federal. Yo…

El violento estampido de un arma de fuego procedente de la sala les dejó helados y presas del terror.

Debajo de la almohada, Chita había quitado el seguro, sacando la pistola de su escondite, apuntando a la espalda de Moe y apretando el gatillo.

Moe sintió el impacto de la bala, sin dolor. Era como si alguien le hubiese golpeado con una cachiporra almohadillada. Cayó, chocando contra una mesita; la pistola se le deslizó de la mano y fue a parar a los pies de Riff. El rostro convertido en una máscara blanca y dura, Chita miró a Moe, le observó mientras se movía haciendo un débil esfuerzo para levantarse, luego alzó ligeramente la mira de la pistola, dirigiéndola a la cabeza y apretó de nuevo el gatillo.

Durante los breves instantes que pasaron antes que la segunda bala penetrara en el cráneo de Moe, pensó en su madre. Se preguntó si habría tenido miedo al morir. Lamentaba no haber estado a su lado en esos momentos. Durante esos segundos, comprobó que aunque no hubiese escuchado a Kramer, al morir ella, se desvanecía su porvenir. La gente, pensaba, tiene que vivir con la gente, y él nunca había tenido a nadie con quien vivir más que a su madre. Sin ella en su vida estaba perdido. No sentía ningún dolor. Se dio cuenta de que se estaba muriendo. Por lo menos, nunca más volvería a estar encerrado en una horrible celda.

Justo antes de que la segunda bala lo matara pensó en el hijito de Dermott.

Riff alzó la pistola con la mano izquierda.

—El hijo de perra me ha roto la muñeca —dijo con un quejido.

—¡Oh, cállate! —replicó Chita con un gruñido, y yendo hacia la puerta apuntó a Vic y a Carrie que se quedaron inmóviles, mirándola—. Vamos, entren —dijo—, y tengan cuidado de cómo entran.

El estampido de los dos disparos llegaron hasta Harper con toda claridad. Inmediatamente se comunicó con Dennison por medio de la radio.

—Se oyen estampidos de armas de fuego desde aquí —informó—. Parece que los Dermott necesitan ayuda. Pido permiso para ir a ver lo que sucede.

—Tú te quedas donde estás —dijo Dennison con firmeza—. Antes de una hora tendréis ayuda. La Policía de Pitt City os manda gente. Quiero saber si esos sujetos piensan hacer una tentativa de fuga y si utilizarán a los Dermott como escudo. Tú quédate donde estás y tenme al corriente… ¿entendido?

—Pero pueden matarlos a los dos —protestó Harper—. Puedo acercarme…

—¿Me oyes? —gritó Dennison—. Quédate donde estás… ¡son órdenes!

Al ver el cadáver de Moe, Carrie lanzó un grito, se volvió y escondió la cara en el hombro de Vic.

Riff parecía perplejo ante la muerte de Moe. Miró a su hermana con la pistola en la mano, pero aunque aturdido de pronto sintió que si alguien podía sacarle de este atolladero tenía que ser ella.

—Coge el dinero —le dijo ella—. ¡Ponlo en el auto!

—No puedo —gruñó Riff—, ¡tengo la muñeca rota!

—Haz lo que te digo —le gritó Chita—. ¡Al diablo con tu muñeca! ¡Lleva el dinero al auto!

Maldiciendo, Riff se guardó la pistola en el bolsillo, cerró las maletas, cogió las asas con la mano izquierda y salió del cuarto con ellas.

Chita echó una mirada a Vic y a Carrie. Con la pistola apuntaba directamente a Vic.

—Nos vamos, pero nos llevamos a su mujer con nosotros. ¡Intente cualquier cosa y los suprimo a usted y a su hijo! Ahora… ¡sepárese de ella y póngase contra la pared!

—¡No se la llevarán con ustedes! —dijo Vic con la cara blanca, pero con expresión decidida—. ¡Oh, no!

—¡Apártese del camino! —dijo Chita—. ¡No quiero repetírselo!

Carrie se liberó de los brazos de Vic.

—Voy con ellos —dijo sin aliento—. Vic, por favor…

—¡No! —exclamó Vic—. ¡Iré yo! ¿Qué les importa quién va? —se dirigió a Chita—: Mi mujer tiene que cuidar del niño. . .

Riff entró sin hacer ruido. Estaba detrás de Vic. Chita movió la cabeza. Vic no se dio cuenta. Carrie vio de pronto a Riff, pero antes de que pudiera gritar para avisarle, Riff golpeó a Vic con la culata de su pistola en la nuca. Vic se dobló sobre las rodillas, luego se desplomó hacia adelante, inconsciente. Carrie corrió hacia él, pero Riff la detuvo.

—¡Vamos! —dijo Chita con tono apremiante—. Vamos… vamos… ¡salgamos de aquí!

Como Carrie estaba aún forcejeando, Riff le cruzó la cara de una bofetada. Desvanecida, se le doblaron las rodillas. Chita y Riff la agarraron y la sacaron de la casa hasta el Cadillac. Chita se colocó al volante, mientras Riff tiraba a Carrie en el asiento de atrás. Se sentó al lado de ella.

Chita puso en marcha el motor y condujo el auto hacia el camino.

—¿Crees que dispararán? —preguntó Riff con un temblor en la voz.

—¿Por qué me lo preguntas? —dijo Chita con impaciencia—. Lo sabrás muy pronto.

Riff atrajo a Carrie sobre sus rodillas. Se colocó detrás de ella, usando su cuerpo como escudo. Miró a su hermana por encima del hombro de Carrie; estaba sentada muy erguida, las manos fuertemente asidas al volante, mientras conducía el auto por el largo camino que llevaba a la verja de la entrada.

Dennison estaba inclinado sobre un mapa en gran escala del terreno que rodeaba a Wastelands cuando Harper se hizo oír a través de su radio.

—En este instante acaban de partir —informó—. Sólo puedo ver dos mujeres, pero tal vez los hombres estén tendidos en el suelo. Conducía una mujer, la otra estaba en el asiento de atrás. Iban en el Cadillac de Dermott. Giraron hacia la izquierda cuando salieron de la verja: eso quiere decir que se dirigen a Boston Creek.

Dennison echó una rápida ojeada al mapa abierto sobre su escritorio.

—Muy bien, Tom: ve allí y averigua qué le pasa a Dermott. ¡Observa! Pueden haber dejado a alguien allí, pero lo dudo. Vuelve a llamar pronto. Estaré esperando.

Harper levantó el aparato de radio, pasó sus correas sobre el hombro y luego, con la pistola en la mano, corrió hacia la casa.

Llegó en el momento en que Vic se dirigía, vacilante, hacia la puerta del frente.

—¡Se han llevado a mi mujer! —dijo Vic, apoyándose en la puerta—. ¡Tiene que hacer algo! ¡Se han llevado a mi mujer!

Mientras caminaba hacia la casa, Harper había pasado al lado del cuerpo de Di-Long. Se había detenido el tiempo suficiente como para identificarle, y ahora quiso pasar por delante de Vic para entrar en la casa, pero. Vic le puso el brazo para que no pasase.

—¿Hacia dónde iban?

—Hacia Boston Creek —dijo Harper—. ¿Qué ha sucedido aquí?

—Vea usted mismo —respondió Vic—. Allí hay un hombre… muerto.

Harper entró en el vestíbulo. Encontró a Moe que yacía en el suelo. Le dio vuelta con el pie, cerciorándose de que estaba muerto, luego conectó la radio.

Para entonces, Dennison había alertado a todas las patrullas policiales, dentro de un radio de ochenta kilómetros de Boston Creek para que vigilaran al Cadillac. Uno de sus hombres estaba llamando a todas las estaciones de servicio para que informaran si el Cadillac de Dermott se detenía a coger gasolina, añadiendo que bajo ningún concepto debían tratar de detener el auto. Y otro de los hombres de Dennison estaba poniendo sobre aviso a todos los aeropuertos de los distritos próximos.

Cuando Dennison oyó el informe de Harper, hizo una mueca de disgusto.

—No pueden seguir huyendo siempre —dijo por último—. Tarde o temprano tendrán que parar. Mientras Mrs. Dermott siga estando con ellos, no podemos tratar de detenerlos. Vuelve aquí, Tom, y tráete a Mr. Dermott. Dile que estamos haciendo todo lo posible por su mujer.

Mientras Harper escuchaba lo que Dennison le estaba diciendo, oyó el ruido de un auto que arrancaba.

—Espere, jefe —dijo, y dejando el aparato se dirigió apresuradamente a la ventana. Llegó a tiempo para ver a Vic sacando el Lincoln de Moe fuera del garaje, dirigirse hacia el camino y luego, a una velocidad que dejó a Harper con la boca abierta, bajar estrepitosamente hacia la salida.

Sudando, volvió corriendo al aparato.

—Dermott se ha ido —informó—. Sin duda se le ha ocurrido que podía alcanzar al Cadillac.

Se detuvo porque un nuevo raido llegó hasta él: el llanto persistente de un bebé.

—¡Oh, por el amor de Dios! Ahora está chillando el niño de Dermott. ¿Qué tengo que hacer?

—Tú vas a casarte —dijo Dennison—, y tendrás hijos propios. Esto será una buena práctica para ti. Sería mejor que trajeras al chico a la Jefatura —dijo, y cortó.

Con la aguja del marcador llegando a más de ciento treinta kilómetros por hora, el Cadillac corría por el camino de tierra hacia Boston Creek. Chita iba prendida al volante, mirando el camino que corría hacia ella, bajo la luz de sus poderosos faros. Se sentía animada y temerariamente excitada. Ya estaba elaborando un plan para escaparse. Tenían un millón y medio de dólares en efectivo. Con esa cantidad de dinero y con dos pistolas, no había nada que no pudieran hacer, se decía a sí misma.

Carrie se sentó en el rincón del asiento de atrás. Estaba aterrorizada. Tarde o temprano, este viaje de locura tendría que terminar, y entonces ¿qué pasaría con ella? Pensó en Vic. ¿Estaría mal herido? También pensó en Júnior. ¿Quién cuidaría de él?

Rezongando en voz baja, Riff examinó su muñeca dolorida. Con la mayor precaución y cuidado, flexionó la mano y se dio cuenta con gran alivio de que los huesos no estaban rotos, pero le dolía mucho. Satisfecho al ver que no tenía fractura y que no iban a tirar sobre él, comenzó a recuperar su temple. Se inclinó hacia adelante y le gritó a Chita:

—¿Adónde piensas llevamos? ¡No conduzcas a esa maldita velocidad! ¡Vamos a volcar!

Mientras estaba hablando, el coche se inclinó en forma peligrosa al tomar Chita una curva del camino; lo enderezó, torció el volante y otra vez aumentó la velocidad.

—¡Escúchame! —gritó Riff, asustado—. ¡Vamos a volcar!

—¡Oh, cierra la boca! —replicó Chita con maldad, pero disminuyó la marcha al salir del camino de tierra para coger la carretera que conducía a Boston Creek.

—¿Adónde piensas llevamos? —preguntó Riff por segunda vez.

—Debe haber un aeropuerto cerca de aquí —repuso Chita—. Nuestra única oportunidad es llegar a México. Si pudiéramos mirar un plano y pasar la frontera, estaríamos salvados.

La dura sensación de frío que había paralizado la mente de Riff comenzó a desvanecerse.

—¡Nena, qué cerebro! —dijo lleno de admiración.

—Sí, podemos dar el golpe de esa manera.

—Busca un mapa de carreteras —gritó Chita—. ¿O es que tengo que hacerlo todo yo?

—Tranquilízate —dijo Riff, y se pasó del asiento de atrás al delantero. De manera apresurada hurgó en los bolsillos del auto, pero no encontró ningún mapa. Empezó de nuevo a blasfemar. Luego se volvió y se quedó mirando a Carrie.

—¿Dónde queda el aeropuerto más cercano?

Carrie, que había estado escuchando la conversación y que sabía dónde se encontraban los varios aeropuertos del distrito, estaba decidida a no prestarles ninguna ayuda.

—No sé —repuso.

Riff le gritó. Se inclinó sobre el asiento mostrando el puño.

—He dicho: ¿dónde está el aeropuerto más cercano? No pretenda hacerme creer que no lo sabe. ¿Quiere que le salte algún diente?

Carrie le miró fijamente, con el rostro pálido, los ojos desafiantes.

—No sé.

Riff titubeó, volvió a darse la vuelta para mirar a Chita.

—Entonces ¿qué hacemos?

—Ya encontraremos uno —dijo Chita. Vio que la aguja de la gasolina anunciaba que el depósito estaba casi vacío—. Vamos a quedarnos sin gasolina. Vuelve atrás con ella. Tendremos que parar en la próxima estación de servicio. Ten la pistola lista.

Riff volvió a pasar por sobre el respaldo para sentarse al lado de Carrie.

—Escucha, nena —murmuró—. Quiero tranquilidad. Si nos trae complicaciones, será la última que podrá provocar.

El tenía ahora la pistola de Moe en la mano.

Carrie se apartó de él.

Cuando se iban acercando a Boston Creek vieron las brillantes luces de una estación de servicio. Sus letreros luminosos decían: C.A.L.T.E.X.

—Esto podría ser una complicación —dijo Chita a media voz—. Mira, Riff. Pégale si tienes que hacerlo —puso la pistola debajo del muslo, donde podía alcanzarla sin inconvenientes, luego giró y entró con el auto en la estación de servicio.

Un empleado corpulento, con cara agradable, vino trotando cuando el Cadillac se hubo detenido.

—Llénelo hasta arriba y muy rápido —dijo Chitá, cortante—. Tenemos mucha prisa.

—¿Quién no la tiene? —repuso el encargado con una sonrisa. Colocó el extremo de la manguera dentro del depósito de gasolina del Cadillac—. Aceite, agua, gomas, ¿todo bien?

—Sí —dijo Chita.

Riff, vigilando aún a Carrie, había abierto una de las maletas y había sacado un billete de cien dólares. Carrie se quedó sentada inmóvil, sintiendo la presión de la pistola que Riff tenía apretada contra su costado.

—Menos mal que no necesitan hacer uso del teléfono hoy —comentó el encargado, en tono gentil—. Ha estado todo el día averiado. Me he vuelto loco hoy. Todos los que han pasado por aquí, excepto ustedes, necesitaban llamar a alguien.

—Bueno, nosotros no —dijo Chita—. Apresúrese, muchacho. Tenemos prisa —luego sacó la cabeza por la ventanilla del auto—. ¿Hay alguna estación de taxis aéreos por aquí cerca?

—¡Claro que la hay! —exclamó el encargado—. Un par de millas por la carretera, luego tuercen el primer camino a su izquierda. Hay una estafeta. Es una pequeña casilla que dirigen una pareja de muchachos jóvenes que han instalado el negocio este año. No entienden mucho del asunto. Están demasiado cerca del aeropuerto de Oro Grande; pero si tienen tanta prisa, tal vez allí consigan un avión con más facilidad que si van a Oro Grande.

Sacudió la manguera y tomó el billete de cien dólares de manos de Riff.

—¿No tiene más pequeño?

—No —dijo Riff.

Hubo una pequeña demora mientras el encargado iba a buscar cambio. Los tres permanecieron sentados, aguardando en silencio.

Ni Chita, ni Riff se daban cuenta de la suerte que significaba para ellos que el teléfono de la estación de servicio estuviese averiado. Era la única estación en ochenta kilómetros de Boston Creek, con la que los agentes federales no podían ponerse en contacto.

Cuando perdieron de vista a la estación de servicio, Chita lanzó el Cadillac a toda velocidad por la carretera.

Por ahora Riff estaba tranquilo y su mente comenzó a trabajar. Esta idea de Chita, de escapar a México, le había parecido espléndida, pero ahora, mientras estaba sentado atrás vigilando a Carrie, advirtió de pronto que era una idea descabellada.

—Nena —dijo inclinándose hacia adelante, para poder hablar en voz baja con Chita—, ¿no se necesita pasaporte o algo por el estilo para poder entrar en México? Suponiendo que esos tipos no nos quieran llevar.

—Nos llevarán —dijo Chita—. Tenemos un millón y medio de dólares en efectivo y dos pistolas. De manera que nos llevarán.

—Sí —Riff flexionó su muñeca dolorida.

—¿Y qué pasa con la chica? ¿Qué tenemos que hacer con ella?

—¿Qué se te ocurre? La tendremos con nosotros hasta que estemos fuera de peligro.

Riff se acarició la mejilla. Se sentía nervioso y poco seguro de sí mismo.

—¿Crees que nos podremos ir con ésta, nena?

—No sé, pero lo que sí sé es que vamos a probar —dijo Chita fríamente, en voz baja.

Delante de ellos vieron, a la luz de los faros delanteros, una señal barata, con los signos pintados, donde se leía Boswick Air Taxi Service. Dos millas.

Hizo girar el auto y penetraron en un camino de tierra, que conducía al aeropuerto.