Fue el llanto de Júnior lo que impulsó a Carrie a ponerse de pie inquieta. Sentía la cara caliente e hinchada en el lugar que Riff la había golpeado. El silencio llenaba la casa, lo único que se oía era el llanto de Júnior. Cogió al bebé en sus brazos y lo apretó contra su pecho. Satisfecho de encontrar la atención que necesitaba, Júnior dejó de llorar y comenzó a hacer risitas ahogadas.
Carrie lo llevó al vestíbulo y se detuvo, escuchando. No oyó nada. Se dirigió a la puerta de la entrada, la abrió y miró hacia el patio.
Chita estaba mirando en dirección suya y se sentó al sol.
—Venga usted… por favor —dijo Carrie secamente.
Chita la miró con indiferencia.
—Apártese de todo eso —dijo—. Lo único que conseguirá será salir lastimada.
—Pero usted no le puede dejar…
—Vuelva a su cuarto.
Carrie volvió a su cuarto. Colocó a Júnior en su cuna, y con mano insegura le dio uno de sus juguetes preferidos; luego sintiendo los latidos acelerados de su corazón, se dirigió al cuarto de Zelda. Era con seguridad el acto más valiente que había realizado en su vida. El pensamiento de tener que enfrentarse con Riff de nuevo la llenaba de horror, pero no podía dejar a Zelda indefensa para habérselas sola con él. Hizo girar el picaporte de la puerta, pero ésta estaba cerrada con llave.
Vaciló un momento, luego empezó a golpear con sus puños cerrados.
—¡Abra la puerta! —gritó, la voz insegura por el terror.
El silencio del cuarto le causaba horror. ¡Tal vez ese bruto salvaje habría matado a la chica!
Volvió a golpear la puerta con fuerza.
—¡Zelda! ¿Está bien? Abra la puerta.
Se produjo un gran momento de silencio, luego Carrie oyó un murmullo. Entonces oyó el jadeo de Zelda. El ruido le llegó produciéndole una impresión tal que la sangre abandonó su rostro.
—¡Todo está bien! —gritó Zelda—. ¡Váyase!…
Mientras Carrie se quedaba sin movimiento, sintiendo los golpes que le daba el corazón, oyó un ruido detrás de ella y miró en derredor.
Chita había entrado, sin hacer ruido, en la casa. Se quedó contemplando a Carrie. Su expresión era tal, que Carrie pensó que no quisiera verla nunca más en la cara de una mujer. Había dolor, angustia, frustración y celos amargos en la cara de Chita, que se había transformado en una máscara de desesperación.
—¿Qué está tratando de hacer, pobre tonta? —preguntó Chita, con una voz furiosa de animal acorralado—. ¡Mi hermano gusta a las mujeres! ¡Váyase! Vuelva a su cuarto.
Enferma, Carrie pasó por delante de ella y entró en su cuarto. Cerró la puerta, se llevó las manos a la cara dolorida. Con una mueca de disgusto, se encerró con llave.
El policía de tráfico, Murphy, entró en la oficina de Jay Dennison. Saludó diciendo:
—Murphy, División D. El sargento O’Harridon me ha dicho que me presente a usted, señor.
—¿Miss Van Wylie? —preguntó Dennison, empujando los papeles que había sobre su escritorio.
—Así es, señor —Murphy fue directamente a los hechos—. Estaba con ella esa otra chica, señor —prosiguió—. Era de una clase diferente —dio una descripción detallada de Chita—. Me pareció que Miss Van Wylie la llevaba a dar un paseo por la ciudad.
Dennison le hizo una infinidad de preguntas. Cuando acabó de hablar con Murphy, tenía toda la información que podía conseguir del policía de tráfico.
—Seguí a Miss Van Wylie hasta el aparcamiento de Macklin Square —concluyó Murphy—. La dejé allí.
—Muy bien —dijo Dennison—. ¿Sería capaz de identificar de nuevo a esta chica?
—Claro que podría.
Dennison despidió a Murphy con un ademán, después de recomendarle que no hablara con nadie. Luego llamó a San Bernardino. Les pidió que inspeccionaran el aparcamiento de Macklin Square; pues pensaba que podrían encontrar allí el Jaguar de Miss Van Wylie. El sargento a cargo dijo que volvería a llamar.
Merrill Andrews y Abe Masón entraron en el momento que Dennison colgaba el receptor.
—Hemos visto todas las fotografías de la biblioteca del Herald —dijo Masón—. Mr. Andrews no está seguro, pero cree que ha encontrado al hombre que buscamos— puso una foto de un grupo de hombres sobre el escritorio—. Esta fotografía es la de los actores de una obra de teatro llamada Noche de luna en Venecia. El hombre en la última fila, tercero de la derecha, es Victor Dermott, el autor. Mr. Andrews tiene idea que éste es nuestro hombre.
—Sí —asintió Andrews—. Es una mala foto, pero en realidad, se parece al muchacho.
Dennison tomó el teléfono. Pidió que le comunicaran con Mr. Simón de Simón y Ley, los agentes teatrales. Después de una larga espera, Simón apareció en la línea. Conocía a Dennison, pero parecía sorprendido por la llamada del inspector.
—Siento mucho molestarle, Mr. Simón —dijo Dennison—. Deseo ponerme en contacto con Mr. Victor Dermott. ¿Puede usted darme su dirección?
—Creo que puedo darle la dirección de su casa particular —dijo Simón con cautela—, pero no creo que le encuentre allí. Está fuera. ¿Qué significa todo esto?
—Es urgente y confidencial —dijo Dennison—. Le agradeceré su ayuda.
Pasaron unos segundos y luego que hubo anotado algo en una hoja de papel, Dennison dijo:
—Gracias, lamento haberle molestado —y colgó el receptor.
—La dirección es 13345 Lincoln Avenue, Los Ángeles —le dijo a Masón—. Vaya allí con Mr. Andrews. Pregunte por Mr. Dermott. Si no está en su casa, trate de ver alguna buena fotografía de él. Si es nuestro hombre, averigüe dónde está.
Cuando Andrews y Masón abandonaron el despacho entró Tom Harper.
—Informe del Chase National Bank de San Bernardino y del Merchant Fidelity de Los Ángeles —dijo—. Han pagado cheques al portador de cuatrocientos mil dólares cada uno, firmados por Van Wylie.
—¿Alguna descripción del hombre que los cobró?
—Sí… la misma. Tiene alrededor de treinta y ocho años, alto, bien parecido y moreno. Bien vestido.
Dennison reflexionó durante un buen rato, luego dijo:
—Tengo un trabajo especial para usted, Tom. Vaya a Arrowhead Lake. Quiero que recorra todos los hoteles del distrito. Vea si puede averiguar si un hombre que responde a la descripción de Jim Kramer está o ha estado en alguno de los hoteles. Tenga mucho cuidado al hacer las averiguaciones. Lleve con usted a Letts y a Brody. Necesito un informe rápido.
Harper se entretuvo un momento para decir:
—¿Jim Kramer? ¿Quiere decir…?
Dennison lo miró fijamente.
—¡He dicho un informe rápido!
—Sí, señor —dijo Harper, y salió corriendo del despacho.
—¡Carrie!
La voz de Zelda venía a través del vestíbulo, y Carrie, que estaba haciéndose fomentos en la cara dolorida, salió del cuarto de baño y fue a la puerta de su dormitorio.
—¡Carrie!
Abrió la puerta y se dirigió al vestíbulo.
—¿Sí?
—¿Quiere entrar?
Carrie se aseguró de que Júnior estaba entreteniéndose solo, y se dirigió a través del vestíbulo al cuarto de Zelda. La puerta estaba abierta. Vaciló un rato y luego entró.
Zelda se hallaba sentada al lado de su cama en desorden. Estaba envuelta en una sábana. Su pelo, generalmente inmaculado, estaba enmarañado. Su rostro sonrojado, y sus ojos le recordaban un gato satisfecho después de haber bebido demasiada crema.
Carrie echó una mirada rápida a través del cuarto. No había señal alguna de Riff Crane. Al lado de la cama se hallaban los restos de la ropa de Zelda. El vestido que había tenido puesto yacía hecho harapos. Su ropa interior parecían guiñapos blancos.
—No tengo otra ropa —dijo Zelda con mucha calma—. ¿Me podría prestar algo?
—¿Está lastimada? —preguntó con expresión de angustia Carrie—. ¿Dónde… dónde está él?
Zelda tuvo una risita ahogada y se sonrojó.
—Estoy bien… él se está dando un baño. Le he convencido —señaló la puerta del cuarto de baño—. ¡Oh, Carrie! ¡Necesito decírselo a alguien! ¡Estoy loca por él! —cerró los ojos, con una expresión extática en la cara. Carrie sintió un súbito impulso de abofetearla, pero se dominó—. ¡Usted no sabe! ¡Es maravilloso! ¡Es tan primitivo! ¡Carrie! ¡Estoy enamorada de él! ¡Es el primer hombre que en verdad significa algo para mí! ¡Me voy a casar con él!
—¿Se ha vuelto loca? —exclamó Carrie—. ¡Cómo puede pensar semejante cosa! ¡Míreme! ¡Me ha pegado! ¡Mire mi cara!
Con una sonrisa tonta, apartó la sábana para mostrar una magulladura en el muslo.
—También me ha pegado a mí. Le gusta. No tiene conciencia de su propia fuerza. Toma lo que quiere… brutal… maravilloso… El…
—¡Basta ya, chiquilla estúpida! —gritó Carrie indignada—. ¡Semejante bruto! ¡Usted ha perdido el juicio!
La expresión de Zelda se endureció y empezó a hacer pucheros.
—No tiene por qué estar celosa —dijo—. Yo sé que me prefiere a mí, pero ¿qué puede esperar usted? Después de todo, usted es mayor y tiene un hijo… Riff no desearía una mujer…
—Si no se calla le voy a dar una bofetada… Como se lo digo —amenazó Carrie.
El cuarto de baño se abrió y Riff se paró en el umbral de la puerta. Tenía una toalla envuelta alrededor de la cintura. Su pecho musculoso estaba cubierto de gruesos pelos negros, lo mismo que sus brazos. A Carrie le pareció un mono de aspecto terrorífico. Retrocedió hasta la puerta.
—Hola, nena —dijo Riff sonriéndole—. ¿Todavía anda por ahí buscando líos?
—¡Oh!, déjala tranquila, Riff —dijo Zelda mirándole con adoración—. Sólo está celosa. No se animaría a hacerme nada contigo al lado —dirigiéndose a Carrie, prosiguió—: Por favor, présteme ropa —sonrió—. Riff tenía tanta prisa que… que ha hecho trizas toda la mía.
Riff miró a Carrie maliciosamente.
—Equípela con algo —dijo, y se rio—. Nos hemos encaprichado el uno del otro.
Con una expresión de horror en la cara, Carrie se dirigió tambaleante al pasillo del baño.
—Tome lo que quiera —dijo, y salió del cuarto.
Riff contemplaba la mesa de tocador. Tomó un frasco de cristal con agua de Colonia. La derramó sobre su pecho, aspirando satisfecho.
—Ahora huelo como un bebé —dijo sonriendo—. ¿Te gusto así?
Zelda le miró embelesada.
—Creo que eres maravilloso, Riff. Esos músculos… tú…
—Bueno, bueno, bueno. Ponte algo encima, nena. Ya volveré —y guiñando un ojo, salió del cuarto y cerró la puerta. Con los pies descalzos y sólo la toalla en la cintura, se fue a tomar sol.
Chita estaba esperándole. La espalda apoyada en la baranda de la galería, un cigarrillo entre los labios, su cara era una máscara fría y hostil.
Riff avanzó muy despacio hacia ella, sonriente y satisfecho. .
—Chiquita, ahora estamos bien metidos en la salsa —bajó la voz—. Esta vaca estúpida se ha enamorado de mí. ¿Te imaginas? ¡Diez mil dólares! Ahora, en realidad, esto es para reírse. ¡Quiere casarse conmigo!
Chita perdió el color. Sus ojos brillaron.
—¡Casarte tú! ¿Qué quieres decir?
Riff estaba nervioso. Se sentó en la silla de mimbre, cerca de Chita, y pasó sus anchos dedos por sus cabellos.
—Lo que te estoy diciendo. Sólo ahora me doy cuenta de quién es ella. Su viejo es uno de los tipos más ricos del mundo. Media Tejas es suya, ¡maldita sea! Ahora escúchame. Ella está embobada conmigo. Es de las que le gustan las cosas a lo bruto —su cara cuadrada, salvaje, se iluminó con una sonrisa maliciosa—. ¡Y nena! Yo le daré brutalidad; la tengo…
—¡Cállate la boca, canalla! —le gritó Chita—. ¡Casarte tú! ¡Estúpido, cerebro de pájaro! ¿Te imaginas que el viejo va a dejar que te cases con ella? ¡Estás loco!
Riff se lanzó hacia adelante y dio a Chita un tremendo puntapié en el final de la espina dorsal. El golpe la dejó sin respiración, y Riff, inclinándose hacia adelante, le cruzó la cara de una bofetada.
Se levantó de un salto, su cara desfigurada por la furia, en el momento que ella trataba de incorporarse.
—¿Quieres más? —gruñó—. Te puedo dar. Cierra la boca y cállate. Ahora escucha lo que voy a decirte. ¿Me oyes?
Chita se echó para atrás. Las marcas de los gruesos dedos de Riff le habían dejado surcos blancos en la cara.
—Aquí vamos a hacer nuestro agosto —dijo Riff sentándose de nuevo—. ¿Te das cuenta? ¡Ese tipo Kramer tiene la osadía de ofrecernos sólo diez mil! ¡Eso es calderilla! Y además el asunto puede ponerse feo. He pensado en todo eso. Todo lo que tenemos que hacer ahora es coger el auto y devolver la chica a su viejo. Esto nos dejaría fuera del asunto del rapto. Estará tan agradecido que no buscará la ayuda de la Policía. Entonces ella le dirá que me quiere —se sonrió—. Le dirá que va a tener un niño. Por lo tanto, ¿qué podrá hacer? Le guste o no le guste, tendrá que decir amén a todo, y entonces, nena, tendremos todo el dinero del mundo. ¡Casado con esa pequeña estúpida, tiraremos el anzuelo a la fortuna del viejo… él vale millones!
—Yo no me caso con ella —dijo Chita sin inmutarse—. Así que, ¿qué va a pasar conmigo?
Riff se acercó a ella.
—¿Qué va a pasar contigo? Tú vienes en el auto. ¿Qué crees que te va a pasar?
—Nosotros tres, ¿es eso? A ella le gustará. A mí también me gustará.
—¡Ella hará lo que yo le diga!
Riff hizo con la mano un gesto de exasperación.
—¿Quieres gastar su dinero, no es así?
Chita se inclinó hacia adelante. Su rostro, donde aún se notaban las cuatro marcas lívidas de los dedos de Riff, tenía una expresión viciosa.
—¡No, yo no! Hemos estado siempre juntos desde que nacimos. ¡Lo hemos hecho todo juntos! ¡No te voy a compartir con ninguna mujer! No voy a dejar que esa pobre tonta con todo su dinero se interponga entre nosotros.
—Hablas como si fueses mi mujer —murmuró Riff—. ¿Estás chiflada o algo por el estilo?
Chita le miró fijamente.
—Bueno, ¿no soy tu mujer?
—¡Tú! ¡Estás loca! ¡Qué quieres decir… eres mi hermana! ¿De qué estás hablando?
—También soy tu mujer —dijo Chita.
Riff trató de encontrar su mirada, dura y furiosa, pero no pudo. Ella miraba para otro lado.
—No saques a relucir eso —murmuró, y se puso de pie—. Sucedió una sola vez, y sabes muy bien que fue culpa tuya. ¡Eres mi hermana! ¡Mi mujer! ¡Estás completamente loca!
—Oh Riff…
Los dos miraron al extremo de la galería, donde Zelda estaba parada. Tenía una camisa color limón, un par de zapatillas, pantalones apretados y una cinta blanca atada en el cabello. Su expresión era tan animada que casi parecía bonita.
—¿Cuándo nos vamos, Riff?
—En cuanto busque algo de ropa —dijo Riff.
—Yo he encontrado algo para que te pongas —dijo Zelda—. Lo he dejado sobre la cama. Date prisa, Riff. Quiero irme lo antes posible.
—Ahí viene un coche —dijo Chita con una voz fría e inexpresiva.
Riff se volvió rápidamente y se quedó mirando hacia el largo camino de tierra. Se mantuvo tenso durante un rato, observando el auto que se acercaba.
—Es Zegetti —exclamó Riff.
—Esto va a ser divertido —dijo Chita—. ¿Qué le vas a decir de tus propósitos de llevarla a su casa?
Riff corrió por la galería y entró en el dormitorio de Zelda. Con rapidez cogió su pantalón de cuero negro que se había caído al suelo. Introdujo la mano en uno de los bolsillos, buscando la pistola de Vic, pero ya no estaba allí. Una rápida búsqueda, seguida de una retahíla de malas palabras, confirmó que la pistola había desaparecido.
Vera Synder, una mujer grande, bien parecida, de cabellos grises, cuyo rostro agradable tenía ahora una expresión de despierta curiosidad, había sido secretaria de Vic Dermott durante los cinco últimos años.
Estaba sentada ante su gran escritorio y miraba a Abe Masón y a Merril Andrews a través de sus gafas con montura de asta mientras decía: .
—Oficina Federal, ¿Mr. Masón? No entiendo.
—¿Puede decirme, por favor, dónde puedo encontrar a Mr. Dermott? —repitió Masón amablemente.
—Me acaba de hacer esa pregunta. Le he dicho que no entiendo. ¿Qué negocios tiene usted con Mr. Dermott?
Mientras estaban hablando, Andrews observaba todo lo que había en la amplia habitación, amueblada con gusto. Vio en el extremo opuesto del cuarto la fotografía de un hombre, colocada en un marco de plata. Se puso bruscamente de píe, cruzó la habitación y se quedó contemplando el perfecto parecido de Dermott, luego se volvió y dijo, un poco agitado:
—Es Dermott, ¡muy bien! No puede haber equivocación posible.
Masón se relajó. Por fin ahora contaban con algo. Dijo a Miss Synder:
—Se trata de un asunto policial urgente. Es de importancia esencial que nos pongamos en contacto con Mr. Dermott, en cualquier parte en que se encuentre. Por favor, dígame dónde está.
—Mr. Dermott está escribiendo una obra de teatro —dijo Miss Synder, en tono terminante—. No puede ser molestado. No tengo autorización para darle su dirección.
Masón dominó su impaciencia con dificultad.
—Mr. Dermott podría estar corriendo un peligro muy grave —dijo con la mayor tranquilidad posible—. Tenemos motivos para creer que unos secuestradores se han instalado en la casa donde está viviendo y ponen en peligro la vida de su mujer y su hijito.
Vic había dicho a menudo que aunque una bomba atómica explotara detrás de la silla de Miss Synder, ésta seguiría sin inmutarse lo más mínimo. Ahora seguía serena.
—¿Puedo ver sus credenciales, Mr. Masón?
Sorprendido, con un gruñido de exasperación, Masón buscó su tarjeta de identidad. Miss Synder la examinó y luego se la devolvió.
Tres minutos más tarde, Masón estaba frente al teléfono, hablando con Dennison.
—Es Dermott, con seguridad —dijo—. El y su mujer han alquilado un rancho llamado Wastelands, al señor Harris Jones y señora. La casa se encuentra completamente aislada; está situada a más de treinta kilómetros de una pequeña aldea llamada Boston Creek y a unos ochenta de Pitt City.
—Buen trabajo —dijo Dennison—. Vuelvan en seguida. No necesitamos más a Mr. Andrews. Vuélvase aquí lo más pronto que pueda.
Cuando Dennison colgó el receptor, el teléfono comenzó a sonar de nuevo. Con un ademán de impaciencia, levantó de nuevo el receptor. Era el sargento O’Harridon, de la policía de San Bernardino.
—Encontramos el Jag de Miss Van Wylie —informó—. Estaba donde usted dijo. Un dato interesante: la puerta del acompañante ha sido rociada con un ácido muy fuerte. Ha corroído todo el cuero del tapizado.
—Tome todas las huellas dactilares que pueda en el auto —ordenó Dennison—. Hágame saber qué ácido ha sido usado.
—Los muchachos están trabajando en eso ahora —dijo O’Harridon, y colgó.
Cuando Dennison se servía un cigarro, el teléfono volvió a sonar. Era Tom Harper.
—He aquí que el pájaro ha vuelto a desaparecer, jefe —dijo Harper—. Kramer ha estado dos días en el Lake Arrowhead Hotel. El portero lo identificó en la fotografía. A las quince treinta del día del rapto, Kramer alquiló un Buick descapotable y viajó en dirección a Pitt City. No regresó esa noche, pero volvió al hotel a la mañana siguiente poco después de las once. Pagó su cuenta, devolvió el Buick y tomó un taxi hasta la estación de ferrocarril. Llegó a tiempo para coger el tren para Frisco.
—Buen trabajo —dijo Dennison—. Por consiguiente, parece que puede ser Kramer quien está detrás de todo esto. Ahora mira, Tom, tengo un trabajito para ti. Estamos casi seguros que Miss Van Wylie está en un rancho llamado Wastelands —le explicó dónde estaba situado Wastelands—. Pero no estoy absolutamente seguro de que esté allí. Quisiera que lo averiguaras. ¿Crees que puedes hacer eso?
—Creo que sí —dijo Harper, sin mucho entusiasmo.
—Tienes que estar más seguro —dijo Dennison, con un tono repentinamente brusco en la voz—. Estos sujetos no deben sospechar nada. Pueden ser asesinos. Sé que utilizan ácidos. Si ellos sospechan que estamos siguiéndoles la pista podrían matar a la chica, a los Dermott y a cualquier otro que no pudieran identificar —mientras hablaba, estaba pensando—. Espera un poco —dejó el receptor, encendió un cigarro mientras seguía pensando. Luego volviendo a alzar el receptor, dijo—: He aquí lo que harás, Tom. Alquila un auto. Deja a Brody tu billetera, tus credenciales y tu pistola. Ve a Wastelands, echa un vistazo al lugar, luego llama a la puerta de entrada. Di a cualquiera que te atienda que eres un amigo de Harris Jones y que piensas alquilarle la casa dentro de un par de meses. Como pasabas por casualidad, querías saber si podrías echar un vistazo a la casa y ver si era realmente lo que necesitabas… Ya sabes toda la palabrería. Mantén los ojos bien abiertos. No te dejarán entrar, pero podrás hacerte una idea de la topografía del lugar. Hazme saber las dependencias que tiene alrededor, qué superficie cubren; si podemos colocar un puñado de hombres bastante cerca de la casa como para poder vigilarla. Ya sabes qué clase de información quiero. Y cuídate, Tom; estos sujetos son peligrosos si Kramer está entre ellos.
—Muy bien, jefe —dijo Harper—. Iré en seguida. Estaré allí alrededor de las diecisiete. ¿Puedo llevarme a Letts o a Brody?
—¿Para qué? —dijo Dennison con impaciencia—. ¿Imaginas que vas a encontrarte muy solo?
Moe Zegetti había calculado el tiempo para su regreso a Wastelands. Cuando estuvo fuera de Boston Creek, siguió por el borde del camino y se disponía a dar rienda suelta a su dolor.
Para gran sorpresa suya, las lágrimas que esperaba no vinieron, pues de pronto se dio cuenta de lo que en verdad significaba para él la muerte de su madre. Comprendió por primera vez en su vida que podría ser exactamente lo que quería ser, ahora que no tenía que consultar primero con su madre. Esta reacción inesperada le dejó azorado; encendió un cigarrillo y pensó, no sin un sentimiento de culpa, lo que su descubrimiento podría significar para su porvenir.
Tenía cuarenta y ocho años. Nunca se había casado, porque su madre no había aprobado a ninguna de las chicas que él había llevado a su casa para que pasara por su inspección. Toda su vida había estado bajo el dominio de su madre. Algunas veces le había vuelto medio loco con sus maneras dominantes. Entre muchas cosas irritantes, ella insistía en que se cambiara la camisa todos los días y en que debía limitar la bebida y otras cosas por el estilo. Con un cuarto de millón de dólares que iba a recibir, tendría mía nueva vida, libre y excitante para mirar de nuevo hacia adelante. Pensando aún en sí mismo, sé sentó en el auto, y se dio cuenta de que cuando su madre no le había dominado, lo había hecho Kramer. Tuvo que admitir que cuando Kramer se lo había impuesto, sus asuntos habían andado mal, pero que no había sido por su culpa. Había tenido mala suerte. ¡Ahora Kramer estaba de vuelta, queriéndole dominar otra vez! Moe se movió inquieto. ¡Un cuarto de millón de dólares! Era un buen bocado, pero ¿por qué Kramer le había ofrecido una suma semejante? ¿Cuánto iría a ganar Kramer en este rapto? Si Kramer quería desprenderse de un cuarto de millón, podía apostar que el mismo Kramer iba a beneficiarse lo menos con tres o tal vez con cuatro millones.
Bajo la influencia de esos nuevos sentimientos de libertad, Moe decidió que el reparto no era justo. Aunque Kramer había planeado el asunto, a él, Moe, le había dado el peligroso final. Si el asunto llegaba a tomar mal cariz, iba a ser el primero en pagar el pato.
Con estos pensamientos trabajándole la cabeza, Moe puso el auto en marcha y se desvió por el camino de Wastelands. Mientras conducía, reflexionó sobre el rescate. Por fin logró convencerse de que Kramer tenía que repartir el dinero con él. Le iba a decir a Kramer que él, Moe, se las arreglaría para pagar a los Crane con su parte, pero Kramer iba a tener que aceptar los nuevos términos. En este momento de euforia, Moe no pensó siquiera en cómo iba a hacer para persuadir a Kramer.
Su instinto innato se había despertado con estos pensamientos, y por lo mismo tuvo el presentimiento que algo no marchaba cuando se detuvo a un lado de la casa.
Permaneció sentado un buen rato en el auto, mirando hacia la galería. Zelda, con ropa distinta, al lado de Chita, estaba tensa y miraba hacia él. No había señales de Riff.
Bajó del auto. Hay algo que no marcha, se dijo, pero ¿qué? Los Crane eran muy astutos, pero a pesar de toda su astucia no podía imaginar que pudieran producirle a él una sensación de malestar.
Como por casualidad, se desprendió el botón de la chaqueta para poder echar mano en cualquier momento a la 38 automática que llevaba en una funda, en el interior de la chaqueta.
Subió lentamente los escalones de la galería.
—¿Todo va bien? —preguntó, deteniéndose en lo alto de los escalones y mirando fijamente a Chita.
Observó que Zelda miraba de soslayo a Chita y luego se daba la vuelta para otro lado.
—¿Por qué no va a ir todo bien? —dijo Chita.
Había algo en su mirada que le produjo inquietud. Vio también que tenía el lado derecho de la cara lastimado.
—¿Dónde está Riff? —preguntó sin moverse.
—Dentro —respondió Chita.
Hubo un silencio, mientras Moe la miraba con expresión interrogativa; entonces apareció Riff en el umbral de la puerta.
Moe se fijó de pronto en que una mano de Riff se hallaba oculta detrás de su espalda.
—¿Todo bien mientras yo he estado fuera? —preguntó.
—Por supuesto… muy bien —dijo Riff, y empezó a avanzar hacia Moe.
Mirando de soslayo, Moe se dio cuenta de que Chita se movía como al azar, pero sus lánguidos pasos se dirigían hacia él.
—¿Qué tienes detrás de la espalda? —preguntó Moe.
—¿De qué está usted hablando? —preguntó Riff a su vez. Estaba casi a un paso de Moe.
Moe nunca había sido considerado por la Policía como un criminal peligroso en asuntos pequeños. Podía haber permitido que su madre y Kramer le dominaran, pero por un mazo de billetes, Moe podía llegar a ser tan peligroso como una víbora. Cuando era ayudante de Kramer, había tenido que controlar a tahúres viciosos, que podían convertirse en asesinos y nunca había perdido en una acción definitiva.
Tenía la habilidad de usar la pistola más rápido que cualquiera de los sujetos que él manejaba. Era una habilidad que le había salvado la vida muchas veces en el pasado y que nunca le había fallado.
Riff, con la cadena envuelta en la mano, estaba a punto de administrar a Moe un tremendo puñetazo en la cara, cuando se encontró con el cañón de una 38 que había aparecido como por obra de magia en la mano de Moe y que le apuntaba con firmeza.
Al ver la pistola, Chita se detuvo como si se hubiese encontrado con una pared invisible. Los Crane miraron a Moe, quien se movió ligeramente, con el fin de poder girar con facilidad la pistola, cubriéndolos a los dos.
—¿Qué significa esta gran idea? —preguntó Riff, con voz rota.
—¡Quítate esa cadena! —estalló Moe—. ¡Tírala al suelo, rápido!
Era un nuevo Moe. Su gruesa cara se había endurecido; sus ojos negros estaban fijos y amenazadores.
Riff se quitó rápidamente la cadena y la dejó caer.
—Sólo estaba gastando una broma —dijo con voz plañidera—. ¿Qué mosca le ha picado, Moe?
—¡Sal de ahí! —gritó Moe y apuntó con la pistola a Chita.
—¿Se ha vuelto loco o qué? —dijo Riff, pero se puso al lado de su hermana.
Sin apartar su mirada de Riff, se agachó y cogió la cadena.
—Ahora voy a hacer yo las preguntas —dijo—. ¿Qué sucede aquí?
Hubo un largo silencio, luego Zelda, que había estado contemplando la escena con espanto, dijo sin aliento:
—No le haga daño a él. Nos vamos juntos. ¡El y yo nos vamos a casar! Si usted nos ayuda, haré que mi padre le dé algo de dinero.
Esta noticia dejó a Moe tan perplejo que bajó la pistola para contemplar a Zelda.
Rápido en ver esta oportunidad, Riff dijo:
—Este es el caso, Moe, Nos hemos divertido un rato juntos. Escuche, esto es una ganga. La llevaremos de vuelta a su padre, y el viejo estará tan contento que no pondrá a los polizontes sobre nuestra pista. Estaremos a salvo… nosotros tres. ¿Qué le parece, compañero? Ella y yo nos casaremos y cuidaremos de usted.
Moe pensó en Kramer. No le perdonaría haberle sugerido la colaboración de los Crane en este asunto. Faltaban aún tres días antes de que Kramer pudiera reunir todo el rescate. Ahora tenía a Zelda y a Riff contra él. ¿Qué haría con ellos? Chita parecía estar de su lado, pero sabía que no podía confiar en ella. Además, tenía a la chica de Dermott también sobre sus espaldas.
Estaba de pie, en la calurosa tarde de sol, tratando de resolver ese problema, cuando vio una nube de tierra que se acercaba: la señal inconfundible de un automóvil que llegaba.