6

Riff estaba en la galería de Wastelands, con un cigarrillo entre los labios delgados. Miraba cómo se iba acercando un auto por la larga avenida serpeante, y apretó la culata de la automática de Dermott que había introducido en el bolsillo superior de su pantalón de cuero.

Eran unos minutos después de las doce. Riff había encerrado con llave a los Dermott y a su hijito en la habitación del frente. Las ventanas estaban abiertas, pero no había otra salida. Desde donde se hallaba podía ver las ventanas, y no tenía ningún temor de que pudieran escapar. Al golpear tan fuerte al hombre había vencido sus veleidades y también las de su mujer.

Pero Riff estaba en extremo inquieto. Había matado al vietnamita. Esto, se decía, era el resultado de cambiar de los negocios pequeños a los grandes. Se maldecía por haber golpeado con tanta dureza al hombrecillo. Un hombre de la contextura física de Dermott, podría recibir una buena paliza, pero un enano como el hombrecito amarillo, no. Bueno, ahora ya estaba hecho. Riff había decidido no decir nada a Moe sobre el vietnamita. Había llegado a darse cuenta durante su breve asociación con Moe que a pesar de lo vivo que este tipo parecía, era blando. Si llegaba a saber que Riff había matado al vietnamita, casi con seguridad le largaría.

El auto se acercó a unos metros de donde él estaba. Moe iba conduciendo, Chita y la chica raptada estaban sentadas en la parte trasera.

Riff miró con curiosidad a la chica, dejando escapar el humo por la nariz. Estaba desilusionado. Había esperado algo mejor, pero cuando se bajó del auto, vio sus anchas caderas, y sus ojos se entrecerraron. Podría ser que no estuviese tan mal después de todo, pensó, mientras bajaba los escalones de la galería, exagerando su balanceo de matón.

—¿Todo bien? —preguntó Moe con ansiedad cuando bajó del auto.

Riff alzó un pulgar sucio.

—Ninguna novedad… ¿y usted?

—Bien —Moe se detuvo, luego miró hacia el auto—. Será mejor que lo ponga a cubierto. ¿Dónde está el garaje?

Riff lo señaló.

—Hay mucho lugar.

Moe subió al auto y lo llevó al garaje. Riff miró a Chita, que se hallaba al lado de Zelda. Alzó las cejas y ella asintió. Entonces miró a Zelda, que le observaba con mucha curiosidad. Había superado el miedo y estaba tranquila. Por lo que le había dicho Moe, no tenía nada que temer. Era cuestión del tiempo que tardara su padre en pagar su rescate.

Este hombre de aspecto sucio en su uniforme raído de cuero negro, con su cara cuadrada, la intrigaba. Este era el tipo de bribón que veía tan a menudo en las películas: el tipo de hombre que le hacía sentir la sangre caliente en todo su cuerpo y que le producía sueños eróticos.

Riff vio el rubor que coloreaba su rostro y la manera en que se le oscurecían los ojos. Se dio cuenta de que había causado impacto en ella.

Se acercó.

—Soy Riff —dijo—. ¿Cómo te llamas, nena?

—Zelda Van Wylie —dijo Zelda. Su rubor comenzó a ceder. Para su edad tenía un buen dominio de sí. Esto podría ser divertido, estaba pensado. ¡Dios! ¡qué pedazo de hombre! ¡Si sólo estuviese un poco más limpio! ¡Esos hombros! ¡Esas manos brutales!—. ¿También está usted en esto?

—Por supuesto, nena —dijo Riff mirándola—. Todos nosotros estamos en esto. Vamos adentro y haga como si estuviese en su casa.

Subió tres escalones y puso su mano con ademán posesivo sobre su brazo. Ahora estaba muy cerca y ella podía sentir su olor y ver la suciedad de su cuello, sus uñas negras y la tierra en su cabello cortado al rape.

Se alejó de él frunciendo la nariz con disgusto.

—¡No me toque! —dijo en tono cortante—. ¡No se me acerque! ¡Usted huele mal!

Riff se quedó muy tranquilo. Los músculos de la cara se le movían bajo su piel grisácea como la superficie del agua agitada. Sus ojos se entrecerraron y su boca se transformó en una línea delgada y blanca.

Sabiendo lo que significaban esos síntomas, Chita dijo:

—¡Cállate, Riff! ¡Escúchame! ¡Basta de eso!

El repentino furor frenético que brillaba en sus ojos asustaron a Zelda, quien retrocedió.

—¡Riff! ¡Cállate! ¡Ahí viene él!

—Muy bien, nena —dijo Riff en voz baja, contemplando a Zelda—. Ya me acordaré. Hay mucho tiempo… ya me acordaré.

Moe se acercó, secando su rostro sudoroso con un pañuelo sucio.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó—. ¡Déjala ir adentro!

Chita hizo una seña a Zelda, y las dos mujeres subieron los escalones y entraron en la casa.

Riff las miraba. Sus ojos bajaron a lo largo de la espalda de Zelda.

—¿Qué pasa con los Dermott? —preguntó Moe.

Riff no dijo nada hasta que las mujeres estuvieron fuera de la vista. Entonces se volvió y miró a Moe.

—Están encerrados en el cuarto de enfrente. El sujeto se ha querido hacer un poco el guapo y he tenido que pegarle. Ahora no nos van a molestar más.

—¿El perro?

—Nada de él. Lo he enterrado.

—¿El sirviente?

Riff señaló con el pulgar la cabaña del personal.

—Está encerrado con llave allí. He tenido miedo que se escapara. Ahora no nos va a molestar. No puede salir.

—Sería mejor reparar la línea del teléfono —dijo Moe—. El patrón va a venir en cualquier momento.

A Riff no le gustaba recibir órdenes de nadie. Miró a Moe y luego se encogió de hombros.

—No se puede —contestó—. He cortado los cables, pero no hay cinta para unirlos.

—Busca en el garaje —dijo Moe con impaciencia—. Puede que encuentres algún alambre allí entre los desperdicios. Tenemos que tener la línea en condiciones. ¡Vamos! —subió los escalones y entró en la casa.

Riff se rascó la nariz pensativo. Era un poco demasiado temprano para una declaración forzada. Encogiéndose de hombros, se dirigió con pasos perezosos hacia el garaje.

Vic Dermott, recostado en el sofá de su despacho, oyó el auto que llegaba. Tenía un violento dolor de cabeza y una contusión que se extendía hasta abajo en el lado derecho de la cara, Había estado inconsciente durante tres horas, y sólo ahora se estaba recobrando poco a poco. Carrie estaba sentada a su lado, sosteniendo una de sus manos, observándolo con mirada curiosa. No se habían dicho mucho uno al otro. El golpe había sido tan violento, que Vic sintió que su cabeza se iba a la deriva, pero al oír el ruido del auto, intentó sentarse.

—Quédate quieto —dijo Carrie, mirando a sus pies. Miró por la ventana y vio a Zelda y a Chita enfrentando a Riff. Luego vio a Moe llevar el auto al garaje—. Hay tres más. ¡Oh Vic! ¿Qué está pasando aquí? ¿Quién es esa gente?

Rechinando los dientes, Vic se sentó con gran esfuerzo. Por un momento la habitación dio vueltas ante sus ojos, luego cada cosa volvió a su situación normal. Miró más allá de Carrie a través de la ventana abierta.

Riff estaba conversando con Zelda. Vic miró a la chica, luego a Chita, antes que sus ojos volvieran a Zelda.

—No puede ser —murmuró y se pasó la mano por los ojos; luego volvió a mirar. Zelda y Chita estaban ahora caminando hacia la casa—. Esta chica… no puede ser —ahora estaban fuera de su vista y podían oírse sus pasos a través de la sala—. Es exactamente igual a la hija de Van Wylie —Vic se tocó el costado de la cara y dio un respingo—. Ya sabes… se supone que ella es una de las chicas más ricas del mundo. Zelda… ¿no es ese su nombre?

—¡Claro que sí! Yo la conozco. ¡La he visto en alguna parte antes! —exclamó Carrie sin aliento. Miró a Vic—. ¡Ellos la han raptado!

—Podría ser, y están usando este sitio como escondite —cogió una esponja que había en un tazón con agua helada, la escurrió y se la puso en la cara—. Podría ser —siguió—. Es una buena idea, ¡maldita sea! ¿A quién se le va a ocurrir venir a buscarla aquí?

—¡Ahí viene un auto! —exclamó Carrie. Señaló fuera de la ventana. Unos kilómetros más abajo por el camino podían ver una nube de tierra que siempre anunciaba la venida de un auto.

Vic se dejó caer sobre el almohadón. La cabeza empezó a dolerle con tanta violencia, que de pronto no le importó nada de nada. En ese momento Júnior empezó a chillar, y Carrie se apresuró a atenderlo.

Carrie no había sido la única que había visto el auto que se acercaba.

Riff entró dando zancadas en la sala donde Zelda y Chita estaban sentadas. Moe se estaba preparando un cóctel en el bar.

—Viene un auto —dijo Riff—. ¡Estará aquí dentro de cinco minutos!

Moe dejó al instante el vaso y fue a la ventana. Contempló la nube de tierra que se acercaba, y sus dedos tocaron nerviosamente la culata de un 38 que tenía en una funda debajo de su chaqueta. Su cerebro trabajó con rapidez. Se volvió hacia Chita.

—Tú harás de criada —dijo—. Si vienen aquí, sales a la puerta y dices que los Dermott están afuera. Si arman lío, nosotros estaremos detrás —miró a Zelda—. Si hace el menor ruido se arrepentirá.

Riff se sonrió.

—No hará nada. No es así, ¿nena? —dijo mirando fijamente a Zelda.

Ella le devolvió la mirada y después miró para otro lado, con expresión desdeñosa.

—Eres muy lista —dijo con desprecio—. Nena, te está llegando el momento. Yo…

—¡Cierra la boca! —vociferó Moe—. ¡Vigila a los Dermott! Tenlos a raya. Yo me quedo aquí.

Riff le clavó la mirada, ampliando su sonrisa despectiva y salió cruzando el vestíbulo; abrió la puerta del despacho y entró en él.

Chita, que estaba mirando hacia afuera por la ventana, anunció:

—¡Vienen a reparar el teléfono!

Moe se quedó sin respirar.

—Está examinando la línea. Cuando vean que está cortada…

—¡Oh, cálmese! —dijo Chita en tono cortante—. ¡Yo lo arreglaré!

Como el camión con su escalera en el techo y dos electricistas en el pescante llegaban al costado de la casa, Chita atravesó el vestíbulo y abrió la puerta de entrada.

El portero del Lake Arrowhead Hotel se tocó la gorra cuando Kramer cruzó el vestíbulo lleno de gente.

—Su auto está listo, señor —dijo—. Era sólo por dos días, ¿no?

—Sí —dijo Kramer, y deslizó un billete de cinco dólares en la mano expectante del portero—. Si lo necesito por más tiempo se lo haré saber.

El portero le condujo hasta el Buick descapotable que estaba estacionado en uno de los aparcamientos del hotel, y abrió la puerta.

—Quédese con el auto todo el tiempo que quiera —dijo mientras Kramer se instalaba en el volante.

Kramer hizo una seña al portero, puso el auto en marcha y salió en dirección a Pitt City.

Unos minutos después de las tres, en el calor agobiante de una tarde de sol, Kramer tomó el camino de tierra que llevaba a Wastelands.

Se detuvo ante la verja, bajó del auto, la abrió, entró con el auto, volvió a bajar y cerró la verja. El calor le hacía sudar y se percató de que el molesto dolor del costado se había recrudecido. En el momento que tomaba el camino serpeante que llevaba a la casa, sintió que perdía la confianza en sí mismo de manera sorprendente. Estaba haciéndose viejo, se dijo. ¡Si algo saliese mal! ¡Si después de todos estos años en el hampa fuese a acabar de manera inesperada en una celda policial! El dolor del costado aumentaba y se colocó la mano grande y carnosa en el pecho. Pero no podía dar marcha atrás ahora. Confiaba en Moe. El plan era bueno. No podía acabar mal.

Cuando llegó frente a la puerta de la entrada de Wastelands, vio a Riff, instalado en un sillón de bambú, los pies sobre la baranda de la galería. Riff se levantó cuando Kramer bajó del auto.

—Lleva este auto donde no se pueda ver. ¿Dónde está Moe? —ordenó Kramer en tono cortante.

Riff se quedó mirándolo con sus pequeños ojos indagadores. Señaló con el pulgar la puerta de la casa, y con un movimiento perezoso, saltó la baranda de la galería, subió al auto y lo llevó hacia el garaje.

En el momento en que Kramer subía los escalones, la puerta de la entrada se abrió y Moe salió a la luz del sol.

Los dos hombres se detuvieron y se miraron uno al otro.

—¿Y bien? —preguntó Kramer, con alguna sequedad en la voz.

—Todo marcha perfectamente —contestó Moe—. La chica está aquí. No ha habido ningún inconveniente con los Dermott. Hemos tenido la visita de un electricista para el teléfono porque Riff había cortado los hilos, pero Chita ha solucionado el asunto. Se han ido satisfechos. Andamos por buen camino.

Kramer lanzó un largo suspiro. Mostró sus dientes descoloridos en una gran sonrisa de súbito alivio.

—Cuando quiera algo bien planeado, recurra a mí, ¿eh? —entró a la casa—. ¿Dónde está Dermott? El es el tipo con quien quiero hablar —Moe se encaminó hacia la puerta del despacho.

—Está dentro con su mujer —cuando Kramer iba a dirigirse allí, Moe dijo—: Jim… espere un poco. Está un poco enojado. Riff tuvo que golpearlo.

Kramer se detuvo en seco. Su cara carnosa se puso escarlata cuando se dio vuelta para mirar a Moe.

—¿Golpearlo? ¿Qué diablos quiere decir con eso?

Moe desvió la vista, molesto.

—Bueno, el muchacho trató de ser un héroe. Riff tuvo que tranquilizarlo.

Kramer se quitó el sombrero y se secó el sudor de la frente.

—¿Cómo está ahora?

—Está bien ahora, pero Riff lo golpeó fuerte.

Kramer gruñó entre dientes y luego se dirigió a la puerta del despacho, hizo girar el picaporte y entró en la gran habitación bien aireada.

Vic y Carrie estaban sentados el uno al lado del otro, en el sofá. A la vista de este hombre corpulento, entrado en años, Vic, lentamente, se puso de pie.

—Tengo que pedirle disculpas, Mr. Dermott —dijo Kramer con su voz más amable y falsa, que usaba a veces para su trabajo—. Me han dicho que uno de mis muchachos se ha excitado un poco —se detuvo al advertir la herida lívida que se extendía por todo un lado de la cara de Vic—. ¡Lo siento mucho!

—¿Quién es usted? —dijo Vic—. ¿Uno de estos… estos bribones que actúan en mi casa?

Kramer entró en el cuarto y se sentó. Saludó con una inclinación de cabeza a Carrie que le estaba observando.

—Mis respetos, Mrs. Dermott. Lamento todo esto, pero es inevitable —miró a Vic—. Mr. Dermott, ha sido una mala suerte que alquilara este… lugar. Espero que querrá cooperar con nosotros. Si se sienta, le explicaré con toda exactitud de qué se trata y entonces usted mismo podrá decir si quiere o no entrar en el juego conmigo.

Vic y Carrie cambiaron miradas, luego, dominando su furia, Vic se sentó. Buscó un cigarrillo y lo encendió, mientras observaba la cara grande y colorada del hombre.

—Adelante —dijo—. Necesito alguna explicación.

—He sido bastante afortunado como para raptar a una de las chicas más ricas del mundo —dijo Kramer, con una gran sonrisa, que se extendió a todo su rostro—. Yo calculo que vale cuatro millones de dólares para su padre. Este lugar me pareció un cuartel general para negociar el rescate y un excelente sitio donde esconder a la chica. Seré lo más breve que pueda, Mr. Dermott. Le he elegido a usted para que hable con el padre de la chica y que le convenza de que pague sin protestar. También tendrá que buscar el dinero y traérmelo a mí.

Vic se quedó rígido. Comenzó a decir algo, pero se detuvo al ver que los ojos de Kramer estaban fijos en Carrie con una mirada maligna.

Después de una pausa, Kramer prosiguió:

—Tengo entendido que usted tiene una criatura… ¿un varón? —miró a través del cuarto hacia donde estaba durmiendo Júnior—. Me gustan los chicos. Lo último que desearía es ver a un pequeñuelo metido en líos. ¿Se da cuenta de lo que quiero decir?

Carrie puso una mano en la de Vic. Su piel estaba caliente y seca.

—Creo que sí… si no hago lo que usted quiere —dijo Vic— nos quita al niño, ¿no es así?

Kramer sonrió satisfecho.

—Me gusta tratar con un hombre como usted, Mr. Dermott. Es rápido, inteligente y razonable. Este muchacho, Riff… es peligroso y está hasta cierto punto fuera de mi control. Tengo miedo de que le persiga —hubo un silencio amenazador, luego Kramer prosiguió—: ¡Le importa un pepino a quien persigue, maldita sea! ya sea hombre, mujer o niño.

Vic pensó en Riff. Era uno de esos retrasados mentales, repugnantes, salidos del arroyo, capaz de cualquier cosa. Todo lo que le interesaba ahora era poner a salvo a Carrie y a Júnior.

—Si cree que puedo persuadir a Van Wylie de que pague, trataré de hacerlo —dijo por fin.

Los ojos de Kramer se entrecerraron.

—¿Quién ha dicho nada sobre Van Wylie? —había un tono peligroso en su voz.

—He reconocido a la chica —dijo Vic con impaciencia—. Es una persona muy conocida. ¿Qué quiere que haga?

—¡No, Vic! —exclamó Carrie—. Tú…

Vic volvió la cabeza hacia ella. La expresión de su mirada firme la hizo callar de golpe. Se volvió una vez más hacia Kramer, que estaba instalando su pesado cuerpo en un sillón.

—No tendrá dificultad alguna —dijo Kramer—. Todo lo que debe hacer es convenir el rescate con Van Wylie y convencerle de que si no paga hasta el último centavo, no verá nunca más a su hija. Tengo idea de que debe ser fácil de convencer. Quiero que él le dé diez cheques certificados, por cuatrocientos mil dólares cada uno. Firmados por un hombre del valor financiero de Van Wylie no habrá dificultad en cobrar los cheques por esa suma. Su tarea consistirá, Mr. Dermott, en ir a varios bancos y hacer efectivos esos cheques. Yo le daré una lista de bancos; están muy diseminados y usted no tendrá ninguna dificultad. Después me traerá el dinero a mí. Dejaré en libertad a Miss Van Wylie y usted también estará libre para continuar su trabajo —sonrió—. No es muy difícil, ¿verdad?

—Me parece que no —dijo Vic tranquilamente.

Kramer le observó durante un buen rato, su rostro convertido en una fea y dura máscara.

—Si usted no logra convencer a Van Wylie de que debe pagar todo junto, de que no tiene que meter a la policía en esto y de que de lo contrario no volverá nunca más a ver a su hija, si trata de hacer alguna viveza, su mujer y su hijo se encontrarán en un peligro real. Quiero que comprenda bien esto. El dinero es importante para mí. Lo necesito. Estoy en una situación que no me permite tener ninguna especie de sentimentalismo. Le aseguro a usted que si las cosas se ponen feas por su culpa o por la obstinación de Van Wylie, las primeras personas que sufrirán las consecuencias serán su mujer y su pequeño —Kramer se inclinó hacia adelante, con los ojos fríos, inyectados en sangre—. Quiero que piense lo que un sujeto como Riff puede llegar a hacer a un niño. Le gusta tratar con alguien que no le pueda devolver los golpes. Dese cuenta adónde quiero llegar. Le aseguro que si fracasa nuestro plan, yo me apartaré y les dejaré a todos ustedes enteramente en manos de Riff.

Por consiguiente ande con mucho cuidado, Mr. Dermott. ¿Me entiende? —se puso de pie—. Les dejo para que los dos discutan este asunto. Espero que mañana por la mañana vea a Van Wylie. Esto le dará tres días para reunir el dinero. Luego tiene que volver aquí. Si todo marcha bien, no nos volverá a ver nunca más. Si hay alguna dificultad… —se encogió de hombros y se dirigió a la puerta.

—Espere. ¿Qué ha pasado con mi sirviente? —preguntó Vic.

Kramer se detuvo, con la mano en el picaporte de la puerta.

—No le ha pasado nada. Está en perfecto estado.

—No lo creo —dijo Vic, mirándose los pies—. Hay sangre en las dependencias del personal… él ha desaparecido.

La cara de Kramer se puso rígida. Abrió la puerta.

—¡Riff! —su voz profunda y pesada resonó a través de toda la casa del rancho.

Hubo un rato de espera, luego Riff entró en el vestíbulo. Miró de soslayo a Kramer.

—¿Me busca?

—¿El vietnamita? ¿Qué ha pasado con él? —preguntó Kramer.

Riff señaló con el pulgar hacia la cabaña del personal.

—Está allí adentro —dijo.

—¡Está mintiendo! —exclamó Vic—. ¡No está allí!

Riff le sonrió con expresión maligna.

—¿Quiere otro puñetazo en la boca?

—¡Basta ya! —gruñó Kramer, y salió del cuarto.

Después de mirar fijamente a Vic durante un rato, Riff le siguió. Ya afuera, en el vestíbulo, Kramer inquirió:

—¿Qué ha pasado con el hombre amarillo?

—Se excitó —dijo Riff secamente—. Tuve que darle un leve puñetazo. Se le hinchó un poco la cara, pero ahora está bien.

Kramer gruñó. Tenía demasiados problemas en la mente para preocuparse de un sirviente vietnamita.

Moe llegó del salón y Kramer le hizo una seña.

—Me quedaré esta noche. Hay lugar para mí, ¿no es así?

—Desde luego —dijo Moe—. Hay muchísimo lugar.

—¿Dónde está la chica de Van Wylie?

—Chita se ocupa de ella.

—¿No hay posibilidad de que se escape?

—Hay una distancia de veinticinco kilómetros hasta la carretera principal. No hay ninguna posibilidad. Este es el lugar perfecto.

Mientras los dos hombres se encaminaban al salón, conversando aún, Riff salió a la galería y se sentó. Miraba inquieto el lugar, a unos cien metros de donde él estaba sentado, en que había enterrado a Di-Long.

Fue sólo después de medianoche cuando los Crane se encontraron solos por primera vez después del rapto.

Riff estaba sentado en el sofá de bambú en el extremo de la galería, desde donde podía vigilar las ventanas de los cuartos en que los Dermott y Zelda estaban durmiendo.

Chita salió de la sombra y se unió a él. Se sentó en el suelo a sus pies y tomó el cigarrillo que él le tendía.

—¿Qué te está dando vueltas por la cabeza? —le preguntó e inclinó la suya hacia adelante para encender el cigarrillo con la llama del fósforo que él había prendido—. ¿Esa chica?

Riff se levantó fastidiado. A él siempre le irritaba que Chita penetrara sus pensamientos más secretos. Hizo una mueca despectiva.

—¿Crees que me preocupa?

—Sí… creo que sí.

—¡Qué ocurrencia! ¡Jamás me ha preocupado una falda!

Hubo un largo silencio mientras los dos fumaban. Dándose cuenta de que algo no andaba, Chita esperó. Su hermano siempre le había confesado sus inquietudes cuando llegaba el momento. Nunca intentaba apremiarle. Pero cuando ya habían pasado diez minutos, dijo:

—Bueno, supongo que sé lo que te pasa. Zegetti te ha descubierto, ¿no es así?

—Sí —Riff titubeó; luego, cuando Chita empezó a pasear, él prosiguió—. Ese hombre amarillo…

Ya va llegando, pensó Chita, mientras se acostaba sobre el piso de la galería.

—¿No le deberíamos dar algo de comer? —dijo—. Me había olvidado de él. Debe tener hambre.

—¿Tú crees? Yo no —Riff se aflojó el cuello de la camisa con su dedo sucio—. Está muerto.

La respiración de Chita se hizo corta y agitada. Permaneció muy tiesa, mirando atónita a su hermano, quien contemplaba la colilla encendida de su cigarrillo. La apagó contra Ja baranda de la galería y encendió otro cigarrillo en el acto.

—¿Muerto? ¿Qué ha pasado?

—Iba a ponerse a gritar. Me cogió de sorpresa. Le pegué demasiado fuerte —dijo Riff frunciendo el ceño—. Tenía la cadena lista. ¡Su maldita cara, estalló como un huevo que se cae!

Chita secó sus manos sudorosas en la falda de su vestido. Su inteligencia rápida y salvaje le hizo ver en el acto que ahora estaban en un verdadero aprieto.

Tratando de aparentar tranquilidad en la voz, preguntó:

—¿Qué has hecho con él?

—Enterrarlo ahí afuera —Riff señaló el médano de arena.

—Si llegan a saber que está muerto —dijo Chita despacio—. Kramer no podrá mantener a la policía fuera de este asunto.

—¿Crees que soy estúpido? —gritó Riff—. Ya lo he pensado. ¡Ya te he dicho que no era culpa mía! Sólo que le golpeé demasiado fuerte.

Por un largo rato, Chita luchó contra el pánico que se apoderaba de ella. ¡Rapto! ¡Y ahora asesinato!

—Le tienes que llevar comida a la cabaña todos los días —dijo por fin—. Podrías decirle a Zegetti que el hombre amarillo te ha visto a ti, pero que no es necesario que le vea a él. Cuantas menos caras vea, mejor para nosotros. Zegetti estará de acuerdo en esto. A nosotros nos dará un margen de dos días para ver cómo se desarrollan los hechos.

Riff reflexionó. Le apareció sensato, y asintió.

—Pero no sé cómo se arreglará esto al final —dijo—. El tipo ha muerto y yo le he matado.

—Ya lo pensaré —dijo Chita—. Puede ser que podamos endosarle el asesinato a Zegetti. Los policías le conocen. A nosotros no nos conocen.

—¡Oh, cállate! —gruñó Riff—. Saben muy bien cuándo salió. Moe no llegó aquí hasta quince horas después de que yo hubiera golpeado al tipo. Estos polizontes son muy listos.

—Lo pensaré —volvió a repetir Chita. Hizo una pausa, luego dijo—: Riff… deja en paz a esa chica.

Riff la miró fijamente entrecerrando sus ojos pequeños.

—Tengo que arreglar cuentas con ella —dijo con expresión perversa—. ¡No te metas en esto! ¡Voy a arreglar cuentas con ella y las voy a arreglar bien!

Chita se puso de pie.

—Tócala y lo lamentarás —dijo—. Usa la cabeza. Ya tenemos bastantes dificultades, pero si tú tienes que ver con ella, arriesgaremos el pescuezo. ¿No te das cuenta de que… ya estamos metidos en un lío? —era una modalidad de los Crane, compartir la responsabilidad de las faltas que cada uno de ellos pudiera cometer—. No pienses en ella. De cualquier manera, ¿quién es ella? Todo lo que tiene es un trasero gordo… nada más. Empezaste con el hombre amarillo. ¡Quiero irme de aquí con diez mil dólares que pueda gastar a mi gusto!

Se fue, dejando a Riff con el ceño fruncido, y cruzó el desierto iluminado por la luna.

Vic y Carrie estaban acostados uno al lado del otro en una de las camas del dormitorio. Carrie quería estar lo más cerca posible de su marido. Habían colocado la cuna en la que Júnior dormía con toda placidez cerca de la cama, al alcance de la mano.

Ninguno de los dos había podido dormir. Carrie sacó otra vez el tema que ya habían discutido una infinidad de veces.

—No puedes hacer eso, Vic —dijo—. No puedes actuar como intermediario de este hombre. Tienes que darte cuenta de eso, ¿verdad, Vic?

Vic se movió con impaciencia.

—No movería un dedo por los Van Wylie —dijo, atrayéndola más cerca de él—. Tengo que hacer esto para salvamos. No están fanfarroneando. Carrie… Estoy completamente seguro de que Di-Long está muerto.

Carrie se quedó rígida.

—¡Oh, no!

—Bueno, si no está muerto, está mal herido. Yo metí el zapato en la sangre, dentro de la cabaña. ¡Este bribón pega! —se tocó la cabeza dolorida—. Si golpeó a Di-Long…

—¡No, Vic!

—Esta gente necesita dinero. No sé quién será el hombre gordo, pero puedes imaginártelo; es un bribón tan grande como el muchacho. Si no hago lo que me dice, puede apoderarse de ti y de Júnior. No está alardeando. Tengo que hacerlo.

—Pero Vic, ¿no me vas a dejar sola con ellos? —dijo Carrie con voz algo temblorosa.

—No buscan líos —dijo Vic tranquilamente—. Sólo quieren el dinero. No quieren hacerte daño… a menos que yo no logre conseguir el dinero para ellos. Estoy seguro de lo que digo.

—Yo quisiera estar tan segura. ¿Quieres decir que de verdad piensas irte mañana y dejarme con esta gente horrible?

Vic lanzó un largo suspiro.

—A menos que no tengas otra cosa que sugerirme, Carrie, eso es lo que tengo que hacer.

—¿Sugerirte? ¿Qué quieres decir?

—¿Qué otra cosa quieres que haga?

—¡Te lo estoy diciendo! ¡Quédate aquí con Júnior y conmigo, por supuesto!

—¿Quieres que le diga a ese hombre que no voy a hacer lo que me pide? —preguntó Vic en tono muy tranquilo.

Estaban de nuevo en el punto de partida. Habían vuelto a él una y otra vez. Vic comprendía lo que podía sentir Carrie al pensar en quedarse sola con esos truhanes, pero consideraba que si quería que ella y Júnior permaneciesen a salvo, no había otra alternativa.

—Tengo que ir, querida —dijo.

Carrie cerró los ojos. Se apretó más contra él, luchando con las lágrimas que querían escaparse de sus párpados fuertemente cerrados.

Moe Zegetti estaba acostado en la confortable cama del cuarto dormitorio de huéspedes. Aunque hacía años que no se sentía tan cómodo, su cerebro estaba inquieto. Pensaba en su madre. Hacía ya dos semanas que no la había visto. No había tenido ninguna noticia de ella desde que se había ido de Frisco. El sabía que estaba muy mal, pero tenía mucha fe en su resistencia. ¡Cuando ese asunto terminara, él habría ganado un cuarto de millón de dólares! Big Jim lo había dicho, y cuando Big Jim hacía una promesa, la cumplía. Con todo ese dinero, se dijo Moe, no importaba lo mal que pudiera estar su madre, él sería capaz de conseguir cualquier cosa para ella.

Pero todavía no tenía el dinero. Estaba preocupado por el policía de tráfico. Estaba preocupado también por Riff Crane. Ese muchacho era malo… realmente malo. A Moe no le gustaba la manera con que miraba a la hija de Van Wylie. Había perspectiva de líos con estos dos: de eso estaba seguro. Y Riff tenía las armas de Dermott en su poder. Esto era lo malo. Un sujeto como Riff, con semejante naturaleza no debía poseer nunca un arma.

En el cuarto próximo al de Moe, Zelda permanecía despierta. Pensaba en lo que estaría haciendo su padre en ese mismo momento. Movió sus largas piernas bajo la sábana y sonrió entre las sombras del claro de luna. Debía estar rompiéndose la cabeza, pensó. No tenía la menor duda de que pagaría y que pagaría rápidamente. En realidad era una lástima que esto se acabara tan pronto, porque ella se estaba divirtiendo mucho. Pasado el primer momento de sobresalto, cuando aquella chica había desparramado ácido en la puerta del Jag y ella había visto en qué forma se había desintegrado el cuero, la había horrorizado, pero una vez superada la impresión y cuando se dio cuenta de que no estaba en peligro, este asunto había empezado a divertirla y excitarla. Después de todo, se sentía muy a gusto. Nadie podía compadecerla por la habitación que ocupaba. Después estaba este hombre de cara cuadrada. Zelda sintió una ola de calor en todo su cuerpo al pensar en él. Era una bestia, pero ¡qué bestia! Metió las manos debajo de las sábanas y cerró los ojos. La imagen de Riff llenó su mente. Empezó a respirar en forma desacompasada y dificultosa; al rato estaba jadeante, sus piernas juntas bien apretadas. Un poco más tarde se quedó dormida.