Capítulo XV

EXCAVACIÓN EN BUSCA DEL TÚNEL SECRETO

—¿Cómo podemos obtener permiso para excavar? —preguntó Ana—. Quiero decir, ¿se nos permitirá hacerlo?

—No veo por qué no; al señor Henning sólo le han dado permiso para excavar en un lugar —dijo Julián—. Supongo que a nosotros nos darían permiso para excavar precisamente aquí; está a bastante distancia del asentamiento del castillo.

—¿Por qué no nos ponemos sencillamente a excavar y vemos si alguien nos lo impide? —dijo Jorge—. Si el señor Philpot nos lo prohíbe, podemos decirle lo que realmente estamos haciendo. Probablemente nos dejaría entonces. Pero pase lo que pase no debemos permitir que el señor Henning sepa lo que hemos descubierto o lo que creemos haber descubierto.

—Bueno, pero ¿qué vamos a decir si pregunta por qué estamos excavando? —dijo Ana.

—Pues se dice cualquier tontería, una broma cualquiera —repuso Dick—. Gemelos, ¿tenéis trabajo que hacer esta mañana? ¿Creéis que podríais encontrarnos palas?

—Sí, podréis coger las nuestras y también las viejas de papá —dijo Enrique—. Nos gustaría poder ayudaros, pero tenemos montones de cosas que hacer y ya estamos retrasados.

—¡Oh, Dios mío, y yo que prometí que Jorge y yo ayudaríamos en la cocina! —exclamó Ana—. ¡Y coger guisantes para la comida y pelarlos, y buscar más frambuesas! ¿Podríais excavar tú y Dick solos, Julián?

—Claro que sí —repuso Julián—. Será más lento excavando nada más dos, pero pronto llegaremos al fondo, ya veréis. Además podríamos organizar turnos esta tarde si los gemelos terminan sus trabajos.

—Sí, sí, lo haremos todo volando —dijeron Enrique y Enriqueta al unísono—. Ahora os traeremos palas.

Echaron a correr con Retaco al lado, y las dos niñas bajaron la colina más lentamente, presas de gran emoción. ¡Si pudieran excavar y encontrar el pasadizo secreto desde la capilla a las bodegas del viejo castillo…! Tim se daba cuenta de la excitación general y movía la cola muy feliz. Siempre se sentía feliz cuando Jorge se mostraba emocionada.

Pronto Enriqueta trajo a los muchachos dos palas grandes y otras dos más pequeñas. Pesaban bastante, y ella llegó jadeando por la subida de la cuesta.

—Buena muchacha, ¿o eres buen muchacho? —preguntó Dick al recoger las palas—. Espera, eres Enriqueta, ¿verdad? ¡No tienes cicatriz ninguna en la mano!

Enriqueta sonrió maliciosamente y echó a correr para reunirse con su hermano en el trabajo que tenían que hacer en la granja. Julián la siguió con la mirada.

—Son unos chiquillos estupendos —dijo mientras se volvía para clavar la pala en la tierra—. Valen por cien Juniors. Es curioso cómo algunos niños están hechos de tan buena pasta y otros no valen un ochavo. Bueno, Dick, manos a la obra. Esta tierra es bastante dura. Me gustaría que pudiéramos tomar prestada una de esas máquinas que están utilizando allá arriba.

Excavaron con ahínco y pronto tuvieron mucho calor. Se quitaron las camisas, pero el calor continuaba. Saludaron con júbilo a Ana cuando la vieron subir la cuesta con un jarro de limonada fría y algunos pastelillos.

—¡Caramba, habéis hecho un magnífico agujero! —dijo ella—. ¿A qué distancia creéis que estará el túnel?

—No creo que esté muy lejos —dijo Dick, que tomó seguidamente un gran trago de limonada—. Esto es soberbio, Ana. Un millón de gracias. Hemos excavado en la madriguera y vamos a seguir ahora mismo, con la esperanza de que tropezaremos con el túnel secreto antes de que estemos demasiado cansados para continuar.

—¡Oh, ahí viene Junior! —dijo Ana de pronto, levantando la mirada. En efecto, el niño americano descendía por la ladera, con un aire muy bravucón al ver que no estaban ni Tim ni Retaco.

Se detuvo a cierta distancia y gritó:

—¿Qué estáis haciendo ahí? ¿Cómo os atrevéis a excavar en nuestra colina?

—¡Vete de aquí y no digas tonterías! —gritó a su vez Dick—. Ésta no es vuestra colina. Si vosotros podéis excavar, también nosotros podemos hacerlo.

—¡Monos de imitación! —vociferó Junior—. Mi papá se va a morir de risa cuando se entere de la ridiculez que estáis haciendo.

—Pues dile que no se ría tanto, que se puede caer colina abajo. Y tú vete de aquí —gritó Dick.

Junior se quedó mirándolos un rato, perplejo, y luego se encaminó colina arriba, probablemente para informar a su padre. Ana se echó a reír y regresó a la casa de campo.

—Como su padre no sabe una palabra del pasadizo secreto, debe pensar que estamos locos al hacer excavaciones aquí —dijo Julián con un risita—. Bueno, que piense lo que quiera. Menudo disgusto se va a llevar cuando vea qué es lo que estamos haciendo realmente. Y no se enterará hasta que estemos ya en las bodegas.

Dick se echó a reír y se secó de nuevo la frente.

—Estoy deseando que se acabe esta madriguera. Y espero que nos lleve al túnel. No me gustaría tener que excavar media colina. Es una tierra tan dura y tan seca…

—Bueno, gracias a Dios aquí ya hay un poco de arena —dijo Julián, metiendo más profundamente su pala. De pronto dio un grito—. ¡Caramba! Se me ha colado toda la pala. Creo que he llegado al pasadizo secreto. La madriguera debe de terminar directamente en uno de sus costados.

Tenía razón. La madriguera se extendía de través y hacia abajo y desembocaba en un pasadizo. Los muchachos excavaban ahora febrilmente, jadeantes, con los cabellos pegados a la cara, sudando por todas partes.

Pronto tenían hecho un profundo agujero bastante ancho, y al fondo del mismo se abría un caminito que llegaba hasta el túnel. Se agacharon y se pusieron a mirar.

—Sólo está a poco más de un metro por debajo de la superficie —dijo Dick—. No ha sido mucho lo que hemos tenido que excavar. ¡Uf, qué calor tengo!

—Debe de ser la hora de la comida —dijo Julián—. Realmente no me gusta abandonar nuestro agujero, ahora que hemos llegado al túnel. Y sin embargo no nos queda más remedio que comer. Estoy muerto de hambre.

—Lo mismo me pasa a mí. Pero si dejamos el agujero sin vigilancia, puede venir el entrometido de Junior, asomarse y descubrir el pasadizo —dijo Dick—. Mira, allí viene Jorge con el viejo Tim. Quizá nos lo deje para que se quede aquí de guardia.

A la muchacha le encantó oír las noticias. Muy excitada, miró el agujero.

—¡Hay que ver lo mucho que habéis excavado! —dijo—. No me extraña que tengáis calor. Si el señor Henning supiera lo que habéis encontrado, estaría aquí en menos que canta un gallo.

—Tienes razón —dijo Julián lacónicamente—. Y eso es lo que tememos. O que el fastidioso de Junior pueda descubrir el hoyo si pasa por aquí. Ya se acercó para ver qué estábamos haciendo.

—Nos da miedo ir a comer porque pueden venir por aquí uno de los y examinar el agujero si no se queda nadie de guardia —dijo Dick—. Y habíamos pensado que…

Pero Jorge lo interrumpió como si supiera lo que el otro iba a decir.

—Dejaré aquí a Tim de centinela mientras vosotros bajáis a comer —dijo—. No permitirá que nadie se acerque a menos de diez metros.

—Gracias, muchacha —dijeron los niños, agradecidos, y bajaron la colina con Jorge dejando a Tim detrás.

—En guardia, Tim —dijo Jorge—. ¡En guardia! No permitas que nadie se acerque al agujero.

—Guau —dijo Tim, comprendiendo inmediatamente y mirando con ferocidad en torno de él. Se tendió con un pequeño gruñido. ¡Que se atreviese cualquiera a acercarse al hoyo de los muchachos…!

Y se atrevieron, pero cuando vieron que Tim se ponía de pie y se le erizaban los pelos del cuello, al mismo tiempo que gruñía de una manera profunda y continua, Junior y su padre lo pensaron mejor y continuaron el descenso por la colina para ir a comer en la casa de campo. El pobre señor Durleston renqueaba detrás de ellos casi aplastado por el calor del sol.

—Tontos chiquillos —dijo el señor Henning a Junior—. Creerán que es muy inteligente dedicarse a excavar simplemente porque nosotros lo estamos haciendo. ¿Qué suponen que van a encontrar aquí? ¿Otro basurero?

Junior tiró una piedra en dirección a Tim y luego huyó para salvar la vida al ver que el perro descendía furioso. También el señor Henning se dio prisa. A él tampoco le gustaba Tim.

Aquella tarde, los gemelos, Julián, Dick, Jorge, Ana y Retaco subieron por la colina hasta llegar al agujero donde Tim estaba de guardia contra los intrusos. Le traían dos hermosos huesos y una lata con agua. Se puso realmente muy contento. Retaco bailaba alrededor esperando poder dar un mordisco a uno de los huesos, y la urraca, con el ala ya al parecer completamente curada, se atrevió a picotear el hueso más grande a pesar de los gruñidos de advertencia de Tim.

Los gemelos se emocionaron al ver el profundo agujero.

—¿No podríamos bajar ahora? —dijeron ansiosamente los dos a la vez.

—Sí, es un buen momento para deslizamos hasta el túnel —dijo Julián—. Todos los hombres que están trabajando en las ruinas del castillo han ido a comer a la taberna del pueblo y no han vuelto todavía, y los Hennings y el señor Durleston están descansando en la casa.

—Pasaré yo primero —dijo Dick, metiéndose en el hoyo. Se agarro a los bordes cubiertos de hierba y golpeó duramente con los pies para ensanchar la abertura que daba al túnel. Luego se dejó deslizar hasta que las piernas se le salieron de la madriguera y las balanceó contra la pared del túnel.

—Allá voy —dijo, y se dejó caer. ¡Catapum! Resbaló en el interior de un túnel oscuro y musgoso y aterrizó sobre un suelo blando—. Echadme una linterna —gritó—. Esto está negro como boca de lobo. ¿Te acordaste de traer las linternas, Jorge?

Sí, Jorge tenía cuatro.

—Atención, allá va una —dijo, y la dejó caer por el agujero. Ya la había encendido, por lo que Dick la vio llegar y la recogió limpiamente. Iluminó el negro espacio que lo rodeaba.

—¡Sí, es un túnel! —gritó—. El pasadizo secreto, no hay duda. Es estupendo; bajad todos; hagamos juntos la exploración. Vamos directamente a las bodegas del castillo. ¡Adelante todos!