Morgan sintió que Jack pasaba por su lado y que abría la puerta a sus espaldas. El frío aire de febrero entró en la estancia y azotó su piel. Luego oyó el ruido de unos pasos.
Ella sofocó el pánico. Jack no iba a ir a ninguna parte. No podía hacerlo. Aquella mirada tierna y la implacable presa de sus manos la habían convencido de ello. Entonces, ¿qué diablos estaba haciendo?
Él ahuecó la mano sobre el hombro de Morgan y se apoyó en ella, murmurándole al oído.
—La palabra de seguridad sigue siendo «pantano».
Incluso con los ojos vendados, la tensión de Jack no podía ser más palpable.
—Vale, pero no la voy a necesitar.
Jack exhaló. Morgan sintió su cálido aliento en la mejilla, luego, con suavidad, deslizó la yema del dedo por la curva de un pecho, seguido por un duro tirón de su boca en el pezón.
Al instante, se formó un sendero de fuego entre sus pechos y su clítoris. La humedad inundó sus pliegues. El placer fue tan impactante que Morgan sintió una curiosa calidez en la espalda. No podía apretar las piernas para aliviarse, ya que Jack se las había atado separadas. Y con las muñecas amarradas a los muslos, le resultó imposible levantar los brazos para estrecharlo más cerca cuando él tomó el otro pecho, consiguiendo que el segundo pezón se pusiera tan duro como el primero. No pudo evitar que se le escapara un gemido de la garganta.
Jack la recompensó, deslizándole una mano por el vientre. Sus dedos la acariciaron y dibujaron unos círculos provocadores en los muslos. Con los nudillos le rozó el vello púbico.
Le temblaba la mano.
Morgan contuvo el aliento, esperando, preguntándose… ¿qué estaba haciendo?
Lentamente, él se arrodilló entre sus pies separados. ¡Oh, sí! Podía sentir su cálido aliento justo en el centro mientras le abría la carne resbaladiza con los pulgares y exponía cada uno de sus secretos, desnudando sus incertidumbres e inhibiciones, destruyendo cualquier concepto de tabú, y reemplazándolo con necesidad. Morgan podía sentir los ojos de Jack, devorando su carne más secreta, con ansia y determinación.
La sangre recorrió su cuerpo a toda velocidad. Los estremecimientos atravesaron su piel haciéndola sentir completamente viva. El aire frío contra sus pechos contrastaba claramente con la ráfaga de calor que arrasaba su espalda, mientras el roce de la cálida lengua de Jack avanzaba lentamente por su clítoris.
Morgan echó la cabeza hacia atrás con un jadeo.
—Eso es —murmuró él. La lamió otra vez—. Mójate para mí.
Él siguió azuzándola suavemente mientras que con el pulgar le rozaba allí mismo, donde ella más lo necesitaba, una y otra vez, hasta que volvió a presionar con la lengua. Finalmente, abrió la boca y la cubrió, chupándole el clítoris, jugando con él, acariciándolo, excitándolo.
El intenso placer casi había llegado a su cénit. Era imposible de contener, incluso aunque Morgan pusiera todo su empeño en ello. Pero resistirse era lo último que tenía en mente. Ese rugiente deseo se estaba apoderando de su cuerpo a la vez que la invadía una emoción agridulce. ¿Cómo iba a poder vivir sin Jack después de que hubiera terminado con ella?
Apartando a un lado ese pensamiento, Morgan se centró en el aquí y ahora. En el deseo. Se clavó las uñas en los muslos. Enfrentada a una espiral de necesidad, apenas notó el afilado aguijón de las uñas. Todo su ser estaba enfocado en Jack y en su boca. Y cuando él introdujo un par de dedos en su interior, no pudo contener un jadeo. Estaba al borde del clímax.
—No puedes correrte aún, Morgan.
Ella gimió.
—Por favor.
—Dímelo otra vez, ¿quieres todo lo que tengo para ofrecerte?
—¡Sí! Sí, señor, ahora.
Hubo una breve vacilación. Luego Jack le chupó el clítoris. Un agudo latido le atravesó el vientre con una fuerza desgarradora. Ella gimió cuando la creciente necesidad estuvo a punto de acabar con su resistencia. Cada músculo de su cuerpo se tensó bajo el látigo de la lengua perezosa e insistente de Jack.
—Bien —murmuró él contra su sexo húmedo e hinchado—. Córrete para nosotros.
—¿Nosotros?
Se sobresaltó. ¿Había oído bien?
De repente, sintió la presión de un enorme pecho desnudo contra la espalda. Y Jack todavía estaba arrodillado entre sus pies, excitando su clítoris con suaves golpecitos de su lengua, y presionando con dos dedos profundamente en su interior.
Desde atrás, surgieron un par de manos anchas que le ahuecaron los pechos, apretándole los pezones y provocándole un dolor electrizante.
El desconocido la besó justo detrás de la oreja, como para comprobar si era bienvenido.
—Hola, muñeca.
Ronca, ligeramente jadeante, sí, esa voz era de… Deke.
Oh, Dios… ¿estaba ocurriendo eso de verdad?
Mientras ella jadeaba, Deke le soltó uno de los pechos, deslizando la cálida palma por su vientre hasta sus rizos húmedos. Las ásperas yemas de sus dedos le rozaron el clítoris mientras los dedos de Jack seguían alojados en su interior. Dos hombres imponentes, ambos acariciándole partes de su cuerpo hasta hacerla gritar. La fricción y la presión la estaban matando, arrasando cualquier cosa salvo la doliente necesidad que la inundaba. No podía respirar, no podía pensar. No podía hacer nada que no fuera dejarse llevar por la eléctrica sensación que atravesaba su cuerpo.
—Córrete para nosotros —le exigió Deke al oído, apretando el brote hinchado mientras Jack presionaba los inflamados nervios del interior de su canal.
—¡Ahora! —le exigió Jack.
Un torrente de sangre y necesidad chocó contra su sexo y Morgan estalló con una oleada de placer que la hizo gritar de éxtasis. Su cuerpo se aferró con fuerza a los dedos de Jack. Deke gimió cuando ella le empapó la mano con sus jugos.
Lentamente, el clímax fue remitiendo. Con caricias tiernas y gentiles. Jack y Deke trabajaron en un tándem perfecto, leyendo las necesidades de su cuerpo a la perfección. Aturdida e impresionada, Morgan sintió que las lágrimas le inundaban los ojos. Simplemente, la realidad de lo que había ocurrido despertaba una nueva oleada de deseo en sus profundidades.
Jack sacó los dedos de la presa de su canal y le quitó la venda de los ojos. Morgan parpadeó ante la repentina luz del sol mientras cada uno de los hombres pasaba por su lado y se colocaba delante de ella.
Dos pares de ojos, unos color chocolate y los otros azul claro, la taladraron, interrogaron y abrasaron. Morgan tembló cuando se acercaron más a ella, los pechos anchos y musculosos cubiertos por una piel ardiente la hacían sentirse pequeña. No tuvo que bajar la mirada para saber que vería dos pollas hambrientas dispuestas a dar y a exigir satisfacción.
Morgan aspiró, conmocionada. Todo aquello parecía tan irreal. Jack, Deke y ella casi desnudos en aquella habitación, pero realmente estaba ocurriendo. Sintió un estremecimiento fruto de la emoción prohibida, una llamarada de deseo… las sensaciones la bombardeaban con tal rapidez, que Morgan apenas podía distinguir una de otra.
Salvo el asombro. Sólo la noche anterior, Jack le había abierto su corazón, la había hecho partícipe de su dolor, de sus miedos. Había temido que compartirla significara perderla. ¿Qué lo había hecho cambiar de opinión?
Deke se metió un dedo en la boca, saboreando el jugo de su deseo con una sonrisa perversa. Al verlo, Morgan sintió que se ruborizaba de pies a cabeza y maldijo su piel clara. Él sólo se rió.
Jack estaba más serio.
—Deke y yo estamos aquí para hacer realidad tu fantasía, cher.
—-No te haremos daño, aunque sufrirás otro tipo de dolor —prometió Deke con un guiño.
—¿Por qué? —el susurro escapó de los labios de Morgan mientras clavaba su mirada inquisitiva en Jack.
Él le tomó la cara entre las manos y se acercó un poco más.
—Me he dado cuenta de que si quiero reclamarte como mía, tengo que ser fuerte y darte lo que necesitas. De otra manera, no puedo ser tu Amo ni sería mejor que ese gilipollas de Andrew. Dime todo lo que deseas, y lo tendrás. Ambos estamos preparados para darte placer.
«¿Reclamarla como suya? ¿Después de ese día?». El corazón de Morgan latió a toda velocidad ante el increíble y maravilloso pensamiento de tener a Jack en su vida para siempre.
Permaneció allí de pie, inmóvil, muda, con la cabeza dándole vueltas.
—Oh…, vaya.
—Yo estoy más que preparado —la voz de Deke destilaba ironía y diversión.
—¿Estás segura de que esto es lo que quieres de verdad? —murmuró Jack.
Esas palabras le provocaron un pesado latido entre las piernas, donde ambos la habían poseído con los dedos, proporcionándole un placer abrumador.
Dejando las sensaciones a un lado, había llegado el momento de la verdad: ¿Quería que ambos la tomaran? ¿Podría someterse a un menaje à trois? ¿Estaba preparada para experimentar todo lo que le había dicho a Jack que anhelaba desde siempre?
La imagen de Jack y Deke penetrándola, follándola, casi la hizo gemir. Le dolieron los pechos y el clítoris le latió reclamando nuevamente atención. Se le hinchó el corazón al darse cuenta de que Jack había dejado a un lado sus miedos y había confiado en ella con el fin de que pudiera experimentar su fantasía.
Jack le agarró la barbilla, tensando los dedos contra sus mejillas. Necesitaba que le respondiera. Ella buscó los familiares ojos oscuros que atraparon los suyos como un torno. Jack la necesitaba. Lo que estaba dispuesto a hacer para conservarla la dejaba totalmente anonadada. Sintió una inmensa alegría.
—¿Estás seguro tú? —dijo con voz temblorosa.
—De si quiero observar cómo te sonrojas y te excitas bajo la luz del sol, sentir cómo te aferras a mis dedos, verte sonreír, sí. —Jack sonaba como si se hubiera tragado un camión lleno de grava—. Sí, estoy seguro.
Una hermosa respuesta, pero aun así tenía que hacerle una pregunta difícil.
—¿Estás seguro de que no te vas a convertir en un destructor de esteroides cuando veas que Deke me toca? ¿No te molestará?
Ahuecándole la mejilla, Jack suspiró.
—Si no te doy esto, te perderé de todas maneras. Y creo que debemos estar juntos, cher. Tenemos que confiar el uno en el otro para tener un futuro. —Una sonrisa renuente torció su ancha boca—. Además, parecías condenadamente caliente cuando te has corrido para nosotros.
—Jack y yo hemos hablado de esto esta mañana. Tiene la cabeza en su sitio, muñeca.
—Así que es decisión tuya —Jack tragó saliva—. Todo lo que tienes que hacer es decirlo y te poseeremos como en tus sueños más tórridos. Sólo tienes que aceptar tus necesidades. Sí o no.
Por un momento Morgan se sintió aturdida. Estaba asombrada. Al parecer, Jack estaba dispuesto a dejar a un lado sus recelos para concederle sus deseos. Una decisión arriesgada, una que probaba que en realidad quería tenerla en su vida porque ella le importaba.
Gracias a Dios, porque cada vez que había intentado alejarlo de ella, su cuerpo y su corazón había sufrido miserablemente.
Ahora, todo lo que tenía que hacer para cumplir sus fantasías era ser lo suficientemente valiente para admitir su deseo, su placer, sus exigencias.
Tan sólo unos días atrás, Morgan no habría podido aceptar esa oferta. Oh, habría querido hacerlo. De hecho, se habría sentido dolorida y anhelante, consumida por el deseo, con sólo escuchar las palabras de Jack. Pero la vergüenza, la preocupación y el miedo la habrían hecho rechazar la idea.
Ahora. No había vergüenza ni preocupaciones. Sólo una admisión manifiesta de quién era y de lo que quería.
Jack la había liberado. Y sólo por eso, lo amaba.
Nuevas lágrimas le anegaron los ojos cuando miró a Jack.
—Te abrazaría, si pudiera.
Ella retorció las muñecas atadas a los muslos mientras la risa de los dos hombres llenaba la estancia.
—¿Es eso un «sí»?
—Sí. —Presionó su cuerpo contra el de Jack—. Por favor, sí.
—Cher, será un placer.
Él selló el trato con un beso, amoldando su boca hambrienta sobre la de ella e instándola a separar los labios. Inmediatamente, él llenó su boca con ese sabor único, algo oscuro, aderezado con café cajún, whisky y misterio. Ella reconocería el sabor adictivo de Jack en cualquier parte. También saboreó un leve indicio de sus propios jugos. Pero había algo nuevo en ese beso, no sólo estaba lleno de deseo, sino de esperanzas y promesas. Morgan sintió que se derretía.
Sin embargo, Deke no se contentó con seguir ocioso. Le presionó la cálida boca contra el sensible hueco entre el cuello y el hombro, recorriendo su cuerpo con los dedos desde las caderas al ombligo, y luego hasta el tenso pezón que suplicaba su atención.
Se lo rozó con el pulgar una vez. Sólo una. En respuesta, Morgan jadeó en la boca de Jack. Luego gimió cuando su excitante cajún le pellizcó el otro pezón.
Esos dos juntos iban a ser pura dinamita.
Un torrente de cálido deseo inundó a Morgan y sintió que se le aflojaban las rodillas cuando Jack la besó en la barbilla, en el hombro, dirigiéndose directamente hacia el pezón que todavía asía entre el pulgar y el índice.
Al parecer, Deke tomó eso como una señal porque le ahuecó las mejillas con las enormes palmas de sus manos y le alzó la cara hacia sus ojos ardientes. Cualquier rastro del tío simpático que la llamaba «muñeca», había desaparecido para ser reemplazado por un hombre duro.
Y voraz. Una nueva oleada de lujuria se estrelló contra el vientre de Morgan.
Esa misma necesidad se percibió en el gemido de Deke cuando se apoderó de su boca. Hábil y seductora, su lengua bailó con la de ella, tentándola, saboreándola para luego retroceder. Jugueteó con ella, dándole una breve muestra de su sabor que tenía cierto matiz a menta.
Morgan se ahogaba en un mar de deseo. La sensación de la boca de Deke sobre la de ella mientras Jack jugueteaba con su pezón la arrastraba a un infierno de aguas revueltas.
Su habilidad para sortear las aguas de esa necesidad no mejoró cuando Deke le pellizcó el otro pezón, y los dos hombres se esmeraron a fondo con las sensibles cimas. Si no hubiera estado ya increíblemente mojada, la vista de las dos cabezas masculinas, una como la luz leonada y la otra sedosa como la medianoche, habría notado que sus jugos manaban como un grifo abierto. El deseo ardía doloroso y apremiante bajo su piel y se fusionaba entre sus piernas, creando un mar de deseo.
Los tirones y la presión de esas bocas eran diferentes, pero produjeron el mismo resultado: una necesidad que la hacía sudar. Las sensaciones se precipitaban rápidamente desde sus pezones hasta al clítoris en una secuencia ardiente que su cuerpo apenas podía soportar.
—¿Te gusta? —Jack levantó la cabeza, con los labios húmedos, rojos y condenadamente besables.
Morgan gimió en respuesta.
—Creo que eso es un sí —susurró Deke a su lado.
Irguiéndose, Jack la urgió hacia la cama. Deke lo ayudó, guiándola con una mano sobre su hombro y la otra palmeando su trasero. Esperó que la ayudaran también a subir.
No lo hicieron.
Cuando sus muslos chocaron contra el colchón, la doblaron sobre la cama deshecha, luego desaparecieron tras ella. Morgan cerró los ojos, consciente de estar desnuda, vulnerable y expuesta. Y de que había dos pares de ojos devorándola.
Oyó el ruido de cremalleras y el crujido de las ropas. Alguien metió la mano en la pequeña bolsa de trucos del suelo. Se oyó la rasgadura de un envoltorio metálico. El corazón de Morgan latió a toda velocidad. ¿Qué iban a hacer ahora? No estaba preocupada, sólo se moría de curiosidad. Un millón de imágenes prohibidas inundaron su mente, cada una más sexy que la anterior. Y todo porque Jack quería satisfacerla para poder reclamarla como suya.
Apenas se había recobrado de ese pensamiento cuando Deke rodeó la cama, esta vez completamente desnudo. Morgan ya había visto los duros músculos de su pecho y abdomen. Esa misma solidez y firmeza continuaba en los muslos que enmarcaban un miembro grueso, pesado y lleno de venas. La mirada de Morgan voló a su cara y él le dirigió una sonrisa sardónica mientras se subía a la cama.
Detrás de ella, Jack le agarró las caderas y se inclinó sobre su espalda, el vello de su pecho se rozó contra la piel sensible de Morgan que se estremeció.
—Yo soy quien está al mando, Morgan. Mi palabra es ley. ¿Está claro?
Ella tragó saliva y asintió con la cabeza.
—Sí, señor.
—-Bien. Deke… —Jack retiró una de sus manos de las caderas de Morgan sólo por un momento, al parecer para hacerle al otro hombre alguna clase de señal.
Estaba claro que Deke la comprendió porque se acercó más a Morgan mientras Jack la separaba un poco de la cama para que su amigo pudiera acomodarse con facilidad delante de ella.
El corazón de Morgan comenzó a martillearle en el pecho. El cuerpo de Deke estaba tan cerca que podía oler el perfume almizclado que emanaba de la unión de sus piernas ligeramente abiertas, y podía ver el vello que cubría sus muslos y cada vena que se dilataba bajo la suave piel de su miembro rígido.
Jack la atrajo más hacia sí, le asió las caderas con manos ávidas y presionó el hinchado glande en su sexo húmedo. Se introdujo un poco pero sólo lo suficiente para provocarla.
Su miembro ardía contra ella. Morgan gimió, se retorció, intentando tentarle. Deseaba sentir cómo la empalaba, cómo la poseía. La oleada de deseo casi la hacía gritar. Se mordió el labio y contoneó las caderas. Jack simplemente se quedó quieto, negándose de manera tortuosa a complacerla.
—¿Quieres que te folle? —preguntó.
—Sí, señor.
—Lo haré —le murmuró al oído—, en cuanto se la chupes.
Las palabras la sacudieron como un latigazo de deseo, excitando sus sentidos. Morgan lo miró por encima del hombro con los ojos muy abiertos.
—Quiero verlo en tu boca mientras te follo. Hazlo.
Una oleada ardiente la atravesó, pulsando en su bajo vientre. Morgan deseaba hacerlo. Y quería que Jack la viera, y que ardiera como si lo consumieran las llamas del infierno.
Volviéndose hacia Deke, Morgan centró la atención en su erección. Estaba definitivamente a tono con el resto de su enorme cuerpo. No creía que pudiera metérsela en la boca por completo.
Pero podía ser divertido intentarlo, sabiendo que con cada pasada de su lengua, haría no sólo que Deke perdiera la cabeza arrebatado por la lujuria, sino también Jack.
—Sí, señor.
Antes de que ella hubiera acabado de hablar, Deke la agarró suavemente por la nuca con una mano callosa y envolvió su miembro con la otra. Luego la instó a bajar la cabeza.
Cuando ella le lamió el glande, Deke gimió. Jack lo secundó.
Morgan volvió a hacerlo, succionando con más fuerza el glande de Deke. Mientras observaba cómo se le tensaban los muslos, le rodeó la polla con la lengua, luego volvió al glande y se vio recompensada con un gruñido en el oído, y el salobre y almizclado sabor que se filtró en su boca.
—Jesús, Jack —gimió Deke—. Es una tortura.
—Y sólo acaba de empezar. ¿No es cierto, cher?
Jack sacó la punta de su polla de la dolorida vagina, y ella gimió en señal de protesta contra la cabeza púrpura de la excitada erección de Deke.
—Chúpasela de una vez —exigió Jack—. No juegues con él.
Maldita sea, era Jack quien estaba jugando con ella.
Le echó una mirada a la cara de Deke. Las tensas líneas de expresión enmarcaban su boca. Los ojos azules ardían de deseo con un hambre voraz que la inundó de lujuria, hasta que el poder de ese deseo la obligó a satisfacer esa ansia.
Él apretó los dientes, pero aún logró bromear:
—¿Puedes darte prisa, muñeca? Me gustaría que me echaras una mano aquí abajo.
Bajando la vista, Morgan observó con impotencia cómo Deke se agarraba con fuerza la erección con una presa fuerte y ruda que la conmocionó y la excitó.
Un pesado nudo de deseo palpitó entre sus piernas y se inflamó mientras lo miraba. La palmeó con ardiente impaciencia mientras Jack la alimentaba con cinco centímetros escasos de su polla antes de detenerse. El sudor le cubrió la espalda, y se lamió los labios, su mente era incapaz de controlar las necesidades de su cuerpo. El tormento era demasiado intenso.
Los dedos de Deke se tensaron en su nuca, bajándola de nuevo. Sí, quería eso. Quería saborearle sabiendo que Jack los observaba con aprobación y deseo.
Morgan abrió la boca y alojó cuanto pudo en su interior la dura longitud de Deke, cubriendo la seca y ardiente piel con su saliva. La humedad facilitó que se retirara, luego volvió a meterse el miembro en la boca, llevándolo hasta el fondo de la garganta.
Lo sentía pesado contra la lengua, salado, caliente y especiado. El sabor incrementó todavía más su deseo. Eso y saber que Jack observaba cada una de sus movimientos.
—Buena chica —la elogió Jack mientras le clavaba la polla profundamente, casi contra el fondo de la vagina, donde al presionar contra un lugar sensible la hizo gemir, retorcerse y contorsionarse—. Cuanto más le chupes, más te follaré. Si te detienes, me detengo. Si te corres antes que él, lo pagarás muy caro.
Un nuevo ramalazo de lujuria la atravesó como un relámpago, ardiente y electrizante. Jack no sólo había metido a tres personas en esa habitación para follar, no. Como él comprendía sus necesidades más oscuras, la sometía, le ordenaba que participara, liberándola de las riendas que su sentido de la moralidad pudiera haber impuesto.
Morgan asintió con un cabeceo, con la lengua rozando contra la erección de Deke. El enorme rubio gimió de gusto, y le enterró los dedos en los cabellos, provocando deliciosos alfilerazos de dolor en su cuero cabelludo.
Dios, se estaba quemando viva. Las firmes y rudas estocadas de Jack contra su carne mojada le nublaban la mente. Con cada envite, se veía impulsada hacia la polla de Deke, y ella la rodeó con la lengua, mojándola, lamiéndola, jugueteando con ella en cada embestida, amando la sensación que esa ruda longitud producía en su boca, y la mirada de Jack desde atrás.
Allí, entre ellos dos… el tormentoso placer se extendía por su cuerpo, haciéndola arder con una lujuria agonizante. Le dolían los pezones, su clítoris reclamaba atención. Se imaginó llevando a Jack y a Deke juntos al clímax. El simple pensamiento la volvió loca de deseo.
Se tensó en torno a Jack, exprimiéndolo con fuerza mientras deslizaba la lengua por la sedosa longitud de la polla de Deke. Ambos hombres gimieron larga y guturalmente. Jack le apretó la cadera con una mano; con la otra exploró los rizos húmedos y le presionó el clítoris hasta que ella gritó. Deke incrementó el placer pellizcándole los pezones hasta que sintió dolor. El chocante hedonismo de sus demandas casi la llevó al clímax, estaba a punto de alcanzar la satisfacción.
—Todavía no —la advirtió Jack con una voz irreconocible.
Salió de su cuerpo con lentitud, deteniendo abruptamente sus embestidas.
—¡No! —protestó ella, apartando la boca de Deke. Maldita sea, ¿cómo podía Jack hacerle eso? Estaba palpitante. Atrapada en un nudo de la necesidad. ¿Acaso no era su fantasía?
—¡Jack!
—Señor para ti —le recordó con un gruñido, una firme palmada en el trasero y un suave pellizco en el clítoris—. Ahora chúpasela hasta que se corra. Luego tendrás lo tuyo.
Sin mostrar compasión, Deke la observó con un hambre desnuda, volviéndole a meter las manos entre los cabellos y arrastrándola de nuevo hacia su pene.
Morgan cerró los ojos. Debería estar enfadada. Totalmente encolerizada por esas exigencias con que la controlaban y contenían. Pero no. Estaba más excitada que nunca.
—Succióname profundamente.
La voz de Deke era tan áspera como el papel de lija. El sonido convirtió su cuerpo en un horno, provocando que su sexo se contrajera de necesidad.
De nuevo, Morgan albergó a Deke en su boca y lo succionó con tesón. Él se tensó todavía más contra su lengua y apretó los puños en su pelo. Como recompensa, Jack se introdujo con rapidez en ella, aguijoneando su clítoris hinchado con los dedos, ahora empapados con sus jugos. Morgan gritó.
Dios, aquello era excesivo. Era superior a ella. Y si bien Jack había moderado el ritmo de sus envites, Morgan todavía sentía la ardiente espiral de deseo que trepaba por su cuerpo y amenazaba con sepultarla hasta estallar en mil pedazos de placer y conducirla a la locura.
Al sentir que de nuevo Morgan estaba próxima al clímax, Jack se salió otra vez. Ella gimió. Tenía que correrse. «Pronto, maldición ¡Ya!».
Concentró sus esfuerzos en la polla de Deke, lamiéndola desde la raíz a la punta, demorándose en el lugar justo debajo del glande, envolviendo la lengua en torno a la gruesa longitud. Luego se lo metió en la boca profundamente, hasta el fondo de la garganta y succionó con fuerza, hundiendo las mejillas. Bajo ella, Deke se puso todavía más duro. Gimiendo y espoleándola.
—Sí, eso es. Maldición, muñeca, tienes una boca… oh, sí. Tan caliente, tan perfecta. Sigue chupando.
Empujó dentro de ella, follándole la boca una y otra vez. Y una vez más, se hinchó contra su lengua de manera que ella sintió cada surco, cada vena, cada latido del semen bajo la piel.
—Jesús, Jack —jadeó Deke—. No voy a durar mucho más.
—Buena chica —jadeó Jack en su oído mientras le cubría la espalda resbaladiza por el sudor con su cuerpo y comenzaba a embestir su dolorido sexo—. Trágate hasta la última gota.
Morgan meneó la cabeza, asintiendo, frenética ahora por el deseo. Se arañó los muslos mientras el deseo crecía rápidamente en su interior, con el vientre tenso de necesidad mientras Deke la llenaba otra vez y palpitaba en su lengua con fuerza. Luego Deke gritó, un sonido gutural que le desgarraba el pecho como si el placer fuera pura agonía. El semen caliente le inundó la boca, salado y lechoso. Apenas tuvo tiempo de tragárselo antes de que Jack se tensara a sus espaldas, agarrándole las caderas con rudeza para embestirla con toda la fuerza que poseía.
El placer de Morgan subió de intensidad ante la sensación del miembro de Jack llenándola. Esa voz ronca excitaba cada uno de sus nervios y los comienzos del clímax revolotearon en su interior, haciéndola gemir y preparándola para la liberación.
—No te corras —le ordenó Jack—. No te he dado permiso.
Tenía que estar bromeando. Frenéticamente, Morgan sacudió la cabeza. No podía detenerse. Simplemente no podía.
Jack le palmeó el culo, y Morgan, por instinto, se apresuró a obedecerle. ¿Por qué, maldita sea? Quería correrse ya.
Pero por encima de todo quería complacerle. Morgan se crispó, intentando contenerse, luchando contra su cuerpo para no alcanzar la satisfacción.
—Aguanta, muñeca —la alentó Deke.
Ella levantó la vista hacia él, implorando, necesitando. Él solo negó con la cabeza, sus ojos azules prometían más… pero mucho más tarde.
Ella gimió y lloriqueó. Dios, aquel doloroso placer nunca había sido tan arrollador.
Detrás de ella, Jack le agarraba las caderas mientras la embestía con unos envites penetrantes que le aflojaron las rodillas. El deseo pulsó en su clítoris mientras él la llevaba cada vez más alto.
Luego Jack se hinchó y se puso rígido. Con un grito salvaje y una última estocada brutal, él se corrió larga y duramente.
Morgan no lo hizo. Aunque negarse a sí misma esa satisfacción la hizo tensarse hasta límites insospechados y gritar. Dios, sentía como si la cabeza estuviera a punto de estallarle. El deseo se la estaba comiendo viva. Tan ardiente y condenadamente doloroso. Las lágrimas le anegaron los ojos. No podía seguir así…
Jack se retiró de su cuerpo y se deshizo del condón con una sonrisa de satisfacción. ¡Bastardo! La había dejado ardiendo.
Lo miró con furia, mientras se imaginaba atravesándolo con un asador, o colgándole por las pelotas. ¡Ésa era su fantasía, y era la única que no había alcanzado el orgasmo!
—Guau —comentó Deke.
—Puro fuego, ¿verdad?
—¡Dejad de hablar de mí como si no estuviera aquí! No podéis dejarme en este… estado.
—Te recompensaremos —la tranquilizó Jack.
—¿Cuándo? El mes que viene no me vale. Incluso cinco minutos me parecen demasiado.
Morgan se retorció con fuerza contra las ataduras llena de frustración. Pero no podía hacer nada, ni siquiera tocarse el clítoris. Y que esos dos la estuvieran devorando con los ojos sólo conseguía ponerla más caliente, aumentando aún más su necesidad de alivio.
—Súbete a la cama.
La profunda voz de Jack cortó el aire, advirtiéndole de que no iba a tolerar ningún arrebato más. Morgan tuvo que morderse la lengua para no mandarle al infierno. En definitiva, no podía desobedecerle. No cuando hablaba así. No sabiendo cuánto deseaba complacerle. La sumisa que había en ella necesitaba someterse a esa presencia fuerte y confiar en que él le daría todo lo que necesitaba.
Morgan se acercó a la cama sin saber exactamente qué postura adoptar. Jack la sacó de dudas y la ayudó a ponerse de rodillas, montando horcajadas a Deke mientras él se tendía en la cama con una amplia sonrisa. La abrasadora mirada azul estaba fija en los empapados rizos de su entrepierna, y su miembro ya volvía a estar erguido como una columna de piedra contra su estómago.
Por favor, que no quisieran que follara a Deke sin correrse.
Tras ponerse de rodillas, Jack la urgió a escalar el cuerpo de Deke, pasando sobre sus muslos y caderas. Pero no se detuvo ahí. La impulsó a subir más, alzándola, por encima del estómago y pecho de Deke. Luego el propio rubio la levantó, colocándole las rodillas a ambos lados de su cabeza.
—Tengo que saborear esta rajita —gimió.
Y se hundió en ella como un hombre poseído, atravesando con su lengua el empapado canal. Luego le lamió el clítoris. Morgan jadeó ante la ardiente sensación. Cualquier tipo de calma que hubiera conseguido en los últimos tres minutos se evaporó al sentir la boca de Deke en su sexo. Se retorció, tratando de encontrar alivio en la dulce tortura de los dientes que la mordisqueaban suavemente. Pero él no estaba dispuesto a permitírselo. En su lugar le rodeó los muslos con los brazos, inmovilizándola.
Morgan podía estar encima, pero era Deke quien tenía el control.
—Eres condenadamente sexy —la voz de Jack retumbó en su oído desde atrás, ronca por el deseo—. No puedo esperar a que los dos te follemos a la vez y nos empapes con tus jugos.
¿Los dos follándola a la vez? Dios, sí. Jack comprendía lo que ella deseaba con tanta desesperación. Y se lo iba a dar. Esperaba que fuera pronto antes de que muriese por el deseo insatisfecho.
Jack manipuló los candados, y de repente Morgan sintió libres las muñecas, justo cuando Deke se puso a chuparle el clítoris y casi la envió disparada a la estratosfera. Casi. Pero ni siquiera entonces la dejó despegar.
—¿Me puedo correr? —se giró para mirar a Jack que se inclinaba sobre su bolsa para coger algún nuevo artículo—. Por favor.
—Todavía no. Yo te diré cuándo, cher.
—No puedo resistirlo más —jadeó ella sin aliento—. Es demasiado…
—Puedes y lo harás —le exigió Jack.
Una nueva capa de sudor cubrió la piel de Morgan. Un nuevo ramalazo de lujuria crepitó en su sexo. El mismo gemido que no conmovió a Jack antes, no lo conmovió ahora.
¡Maldita sea! Estaba tan cerca… sentía sus pliegues hinchados a cuatro veces su tamaño natural, y Deke seguía allí, haciéndola hervir, dándole placer para dejarla justo a las puertas de un orgasmo atómico. Y Jack se conformaba con observar la función, jugueteando ociosamente con sus pezones como si tuviera todo el tiempo del mundo.
—Inclínate hacia delante y apóyate en las manos —ordenó Jack.
Morgan accedió, esperando que la dejaran correrse de una vez por todas y acabar con la vorágine de lujuria que invadía su mente. El orgasmo seguía allí, pendiente de un hilo, creciendo más y más, hasta cotas tan altas que nunca lo hubiera creído posible. Cuando finalmente estallara, iba a quedar totalmente aniquilada.
Un momento después, Jack introdujo un par de dedos profundamente en su canal. Él se retorció, su polla volvía a la vida. Pero no se detuvo. No, esos dedos arrastraron sus jugos al diminuto agujero de su trasero.
Estaba listo para follarla de nuevo. Y una vez que lo hiciera, no habría manera de que ella pudiera detener el orgasmo que burbujeaba en su vientre y bajo el que estaba a punto de sucumbir.
—¡Jack! Señor…
—Tu piel es hermosa… este rubor… —murmuró contra su espalda mientras jugueteaba con un dedo en su arrugado ano.
—Su sabor también es adictivo —masculló Deke contra su sexo antes de volver a hundir su lengua en ella, antes de chuparle el clítoris.
El oscuro y agudo deseo palpitó con más fuerza. El clímax se acercaba deprisa, enorme, amenazador e inevitable ante esa presa ardiente. Dios, iba a estallar en llamas. No podría contenerse por mucho más tiempo. Las paredes de su sexo se contraían y estremecían. Su clítoris latía contra la lengua de Deke. Sólo un toque más y explotaría.
Jack parecía haberse olvidado de la debacle sensual de Morgan, tomándose su tiempo para llevar los jugos de su vagina al hueco prohibido de su trasero. Morgan se encontró empujando contra los dedos, gimiendo e implorando.
—¿Eres mía? —le murmuró él al oído, tan bajo que sólo ella podía escucharlo.
—Sí.
—¿Por completo?
—Sí. Dios mío, sí.
—¿Te quedarás conmigo? ¿Te entregarás a mí? ¿Te pondrás mi colgante?
—Sí, sí, sí —gimió ella.
Él situó un dedo contra su ano, y todos los nervios de su cuerpo se tensaron cuando él comenzó a presionar hacia dentro.
—¡Oh, sí! —Morgan apenas podía articular las palabras, prácticamente estaba sin aliento. Un dolor agudo y caliente atravesó su piel mientras Morgan murmuraba algo incomprensible.
Jack empujó el dedo profundamente en su ano en el mismo momento que Deke le mordió el clítoris.
—¡Córrete! —gritó Jack.
Pero ella ya había empezado. Nada hubiera podido impedir que estallara en mil pedazos bajo la presión del dedo invasor de Jack y de la instigadora lengua de Deke.
Ella no gimió, ni gritó, sino que soltó un fuerte y profundo alarido, mientras se agarraba con fuerza a las sábanas y las oleadas de placer atravesaban su cuerpo. El clímax la destrozó por completo, golpeándola tan fuerte, que se quedó sin aliento. El vientre se le contrajo. Casi perdió el conocimiento mientras el corazón le martilleaba en los oídos como un redoble de tambores.
Dios, estaba agonizando. Allí mismo, en esa pequeña habitación, estallando en tantos pedazos que no creía que pudiera volver a recomponerse. Y no le importó.
Deke la soltó un instante para coger algo al lado de su cadera. Morgan se dio cuenta de lo que era al cabo de un momento, cuando le observó desgarrar el pequeño paquete metálico con los dientes, colocarse el condón y volver a cogerla por las caderas en un tiempo record.
¿Otra vez? Oh… se sentía como una muñeca de trapo, era la primera vez que se relajaba en horas, y ¿querían llevarla de nuevo al orgasmo?
Antes de que Deke la penetrara, Jack sacó el dedo de su ano y lo reemplazó por la abrasadora anchura de su pene lubricado.
—Jack… señor —comenzó a protestar.
—Tómame —exigió con un gemido—. Tómanos.
Y se deslizó en su oscuro interior, exigiendo con rudeza que ella se abriera y aceptara en su ano cada centímetro de su polla. Gimiendo ante esa sensación invasiva, Morgan se impulsó contra él hasta que tuvo todo el miembro en su interior y los testículos de Jack rozaron su sexo.
Y allí se quedó, completamente inmóvil.
Sorprendentemente, volvió a excitarse ante la sensación de tenerlo dentro de ese pasaje oscuro y prohibido. Intentó contonearse, gimiendo. Deke detuvo el movimiento de sus caderas. El alarido anterior la había dejado casi sin voz. La nueva y abrasadora demanda de su cuerpo se llevó el resto.
La estaban matando. De verdad que la estaban matando.
Antes de que pudiera encontrar una manera de recuperarse, de enfrentarse a ello, Deke situó su grueso miembro en la entrada empapada de su sexo y embistió con rapidez, destruyendo cualquier resistencia, introduciéndose en ella con una despiadada rudeza.
«Oh. Dios. Mío». Se sentía llena y comprimida. El ardor de esos miembros penetrándola sobrecargaba sus sentidos, atravesando su cuerpo con un estremecimiento de placer que la hizo jadear y gritar el nombre de Jack mientras se agarraba a los hombros de Deke e intentaba a aferrarse a la realidad a pesar de estar en medio de una de sus más íntimas fantasías.
Y luego comenzaron a moverse, con un ritmo que parecía estar especialmente diseñado para arrasar sus sentidos. Jack se retiraba, Deke la penetraba. Jack la embestía, Deke se retiraba. Y la fricción, oh, Dios… era tan deliciosamente ardiente. Nunca había estado tan excitada y Deke sólo consiguió empeorar más las cosas cuando le presionó el clítoris.
—Jesús, qué estrecha es —exclamó.
—Y la membrana que separa su ano y su sexo es muy fina. Siento tu glande rozándose sobre el mío. ¡Joder!
—Sí —la cara de Deke se retorció en una máscara de concentración—. Me está haciendo perder el control.
—¿Qué control? —gruñó Jack—. Cher, córrete cuando quieras, tanto como puedas.
Era toda la invitación que Morgan necesitaba. La sensación de la polla de Deke contra su cerviz y la suave presión de su pulgar sobre la resbalosa superficie del clítoris inflamado, la hizo explotar, haciéndola ver toda clase de estrellas y luces bajo sus párpados. Caramba, no se sorprendería nada si alguien le decía que el cielo se había abierto en dos.
La explosión que Jack había ordenado fue tan afilada como un machete. Los dos hombres la desgarraban con un placer intenso, sublime y sobrenatural.
Jack la recompensó rodeándola y alzando uno de sus pechos hacia la boca de Deke que tomó el pezón entre sus labios con avidez, lamiéndolo con dureza, y mordisqueándolo. Una sensación electrizante bajó desde su pecho al vientre, y más abajo, donde Deke la empalaba con la longitud de su miembro. Y… donde Jack despertaba sensaciones prohibidas mientras la penetraba profundamente.
Juntos la poseyeron con rudeza, con envites que la elevaban hasta alturas imposibles, conduciéndola hasta algo enorme e irresistible. Indescriptible.
Apenas había recobrado el aliento cuando sintió que la carne de Jack empujaba todavía más profundamente en ella, provocándole estremecimientos de placer mientras exhalaba en su cuello y murmuraba:
—Eres mía. Te amo.
Algo se rompió en el interior de Morgan al escuchar esas palabras. Cualquier resistencia que hubiera tenido en el pasado se evaporó. Le dirigió a Jack una mirada desnuda por encima del hombro, sabiendo que la total sumisión asomaba en sus ojos, y llegó al clímax otra vez. Contrayéndose con fuerza en torno a las dos pollas, que ambos habían introducido profundamente en su interior, el orgasmo la recorrió; una oleada tras otra de placer que la llevó a la completa sumisión.
Sintió que las lágrimas le resbalaban por las mejillas. En ese momento, Morgan no era ella misma. No le preocupaba si aquello era la elección correcta ni qué pensarían los demás de ella, ni si podría vivir consigo misma. Cuando Jack y Deke se derramaron en su interior, gimiendo y jadeando, ella se sintió en paz. Una paz tan perfecta como el primer placer perfecto que había sentido en su vida.
—¡Sí! —gritó ella, mostrando en su voz dolor, necesidad, amor y placer.
—Te amo —jadeó Jack en su oído—. Dímelo.
—¡Sí! Sí, te amo.
Mientras remitía el placer, Jack la abrazó con fuerza, con tanta fuerza que parecía que no querer soltarla nunca. Justo lo que Morgan deseaba.
Los rayos del sol del mediodía se filtraban por las ventanas de la pintoresca casita del bed & breadfast e incidían sobre el pelo rojizo de Morgan y su pálida piel desnuda mientras estaba acurrucaba a su lado dormida, descansando la cabeza sobre su hombro. Deke estaba tumbado tras ella, con la mano, laxa por el sueño, apoyada en la cintura femenina. Parecían en paz.
Y él estaba en el infierno.
No porque Deke la hubiera tocado. Sorprendentemente, había sabido casi desde el momento que éste puso las manos en Morgan que si bien ella apreciaba las caricias de Deke, no ponía su corazón en ello.
Después, Jack sólo había disfrutado con los fuegos artificiales que su fantasía había provocado.
Tal y como había esperado, Morgan se había rendido por completo, entregándose a él en cuerpo y alma. Había conseguido que se sometiera sin vacilaciones, tal y como había querido desde el primer momento que la vio.
Morgan le había dicho que le amaba.
¿Cómo demonios pensaba decirle ahora que había planeado su primera cita con el propósito de tirársela para vengarse de su novio? Ex-novio. No había manera de que la dejara volver con Brandon Ross después de aquello.
Pero ¿y si ella quería volver con ese bastardo?
Iba a tener que confesárselo todo, explicarle cómo y por qué había amañado su primer encuentro, y jurarle por su vida que todo había cambiado casi desde el mismo momento que la tocó.
Demonios, debería habérselo contado todo mucho antes. Jack suspiró y apretó los puños. En cuanto relegó la venganza a un lado para conquistar a Morgan, debería haberse sincerado con ella, debería haber puesto las cartas sobre la mesa. Planear formas de ganarse su confianza para luego reconocer que le había mentido, había sido la idea más condenadamente estúpida que había tenido nunca.
Intentando no dejarse llevar por el miedo a perderla, Jack la despertó con un beso.
«Por favor, Dios, que no sea ésta la última vez que me deje tocarla».
Lentamente, Morgan abrió los ojos. Su lánguida mirada azul, su sonrisa saciada y su desperezar felino, le produjo una punzada en el corazón. Morgan no era simplemente hermosa, sino que era perfecta para él. La amaba como… como nunca había amado a ninguna mujer. Y si no jugaba bien sus cartas, ella saldría por esa puerta y no volvería a verla.
Jack contuvo un taco.
—Morgan. Cher… —murmuró.
¿Y ahora qué? ¿Cómo continuar? ¿Cómo demonios podía acabar la frase?
—Tengo algo que decirte —susurró.
Las cejas color jengibre se arquearon en un ceño cansado. Bostezó, cubriéndose la boca con la mano en un gesto tan femenino como inocente.
A Jack se le encogió el corazón y se sintió como si lo hubieran pateado en el estómago. Dios, prefería que le cortaran las pelotas con un cuchillo oxidado y romo que destruir el vínculo entre ellos.
—Hum. —Ella gimió. Cerró los ojos mientras le dirigía una sonrisa somnolienta.
Detrás de ella, Deke se movió, deslizando la mano hacia abajo, hasta su cadera. Luego soltó un ronquido. Morgan soltó una risita nerviosa.
Ignorando a Deke, Jack le cogió la cara, clavando la mirada en ella.
—Te amo, cher. Tengo que saber una cosa. Brandon y tú…
Morgan abrió los ojos. Del todo.
Contuvo el aliento.
—Jack, yo…
—¿Le amas? —exigió saber.
Morgan vaciló claramente, sin saber qué decir. Él sintió que se le encogía el estómago. Maldita sea, si ella decía lo que no quería oír, le rompería el corazón.
—Sí, pero no cómo tu piensas. Él…
Algo —alguien— golpeó la puerta. Un momento después, la madera se astilló en un sonido ensordecedor. La puerta se abrió de golpe, chocando contra la pared.
Jack se colocó de rodillas delante de Morgan y se enfrentó a la amenaza que había destrozado la puerta.
Era Brandon Ross vestido con traje de oficina y con un cabreo de mil demonios.
—Aparta tus jodidas y sucias manos de ella, Cole. —Echando una significativa mirada al dorado musculitos, señaló a Jack—. ¡Ahora!