Capítulo 15

—¿Jack? —El estómago se le anudó con fuerza, luego se le cayó a los pies.

Él estaba justo en la puerta del cuarto de baño, grande, fornido y con ganas de pelea, bloqueándole cualquier vía de escape. Morgan se humedeció los labios repentinamente secos. Cualquier persona que no lo conociera diría que la expresión de Jack era neutra. Pero ella, que lo conocía bien, se echó a temblar.

—¿Cómo…?

Le echó un vistazo al reloj de la pared por encima del hombro. Deke le había dicho que Jack la encontraría en cuarenta y cinco minutos. Lo había hecho en treinta y siete. Y por lo que veía, a duras penas podía controlar su cólera. Apretaba los puños con fuerza, tenía las venas marcadas en los antebrazos, la mandíbula tensa, las negras cejas fruncidas sobre los reprobadores ojos oscuros. Sin duda había echado de menos todo eso.

Y la rugiente erección que presionaba contra la bragueta de los vaqueros. Pero ése no era todo el interés que tenía en ese demonio.

Jack cogió el bolso de Morgan, le dio la vuelta y esparció el contenido en una mesa redonda. Cogió un pequeño dispositivo de plástico. Las letras GPS en el dorso le dijeron todo lo que necesitaba saber.

¡Maldición! Deke lo había colado en su bolso, probablemente cuando ella dejó caer el contenido después de que «accidentalmente». Deke tropezara con ella y la «hubiera ayudado» a recoger lo que se había caído. Morgan tomó nota mental de darle una bofetada cuando… no, no iba a volver a verlo.

—Deke te ayudó a localizarme —le espetó.

—Te habría encontrado sin importar el tiempo que me hubiera llevado. Sin importar lo que hubiera tenido que hacer. Deke sólo me lo facilitó un poco. De cualquier manera, te seguía los pasos muy de cerca.

Morgan masculló entre dientes un deseo imposible.

—No, no te dejaré sola. De hecho, tengo que hacerte una pregunta: ¿te has vuelto loca?

—¿Por querer alejarme de ti después de tu precipitada retirada de esta tarde? Pues sí, debo de estar loca.

Él hizo una mueca. Oh, fue algo sutil, pero ella conocía a Jack lo suficiente como para darse cuenta.

—¡Maldita sea! —Se mesó el pelo oscuro y se acercó todavía más—. Alyssa me llamó cuando dejaste el club y me contó lo de las fotos y la nota. Deke me lo confirmó. ¿Qué demonios estabas pensando? ¿O crees que tu peligroso admirador ha recogido los bártulos para marcharse a casita?

—No tenía manera de seguirme hasta aquí. Estaré segura durante un par de noches. Después de eso… —se encogió de hombros—. No eres la única persona del planeta que puede mantenerme a salvo.

Al parecer no le gustó la respuesta, porque avanzó un paso más; un tipo enorme y dominante lleno de cólera y, a pesar de todo, preocupado por ella.

—¿Conoces a algún otro guardaespaldas mejor cualificado? ¿Alguien que sea capaz de protegerte?

—No creo que sea asunto tuyo.

—¿Por qué? ¿Porque antes me comporté como un estúpido? No pongas esa cara de sorpresa. Es cierto, me equivoqué. Y lo lamento.

¿Jack disculpándose? ¿Así sin más? No. Aquello era demasiado bonito para ser verdad. Tenía que haber una trampa por algún lado.

—Sólo te disculpas para que vuelva a comportarme como una niñita buena y deje que me desprecies de nuevo.

—Estoy dispuesto a disculparme para no perderte. Pero me perdones o no, no voy a dejar que ese bastardo se acerque a ti.

Morgan señaló la habitación vacía.

—Como puedes ver, no hay moros en la costa. No veo ningún psicópata por aquí dispuesto a matarme. Por mí, puedes marcharte.

A Jack le palpitó un músculo en la mandíbula.

—No pienso irme a ningún sitio. Es posible que ese gilipollas te haya seguido hasta aquí desde el local de Alyssa. Puede que haya estado vigilando el club, esperando que aparecieras por allí. ¿O no has pensado en ello?

Morgan odiaba admitir que él pudiera tener tazón. Pero en ese caso, así era. Maldita sea, tenía que comenzar a pensar con la cabeza que Dios le había dado y no con ese estúpido corazón suyo.

—Y si crees que hemos terminado —continuó Jack, avanzando hacia ella y pareciendo más enorme y dominante si eso era posible—, estás equivocada. No voy a perderte a manos del acosador, ni de ninguna otra manera. Punto.

Morgan puso los ojos en blanco.

—¿Así que no quieres perderme? Ya. Un juguetito con el que follar. Eso es lo que soy para ti. Te encantó someterme y hacer que cambiara el concepto que tenía de mí misma. Te felicito por convencerme de que soy una sumisa. Ahora sal de mi vida. —Pasó con rapidez por su lado.

Jack la cogió por la cintura y la atrajo contra su pecho. Morgan no tardó más de un segundo en sentir el acero de su polla presionando contra su trasero. Aquello no debería importarle, no debería ponerla tensa de necesidad, no debería hacer que se sintiera ansiosa por entregarse a él.

Pero lo hacía. Morgan le deseaba con un desesperado anhelo que tensaba su cuerpo y hacía que le doliera, y se temía que sólo él podía darle alivio.

—¿Un juguetito con el que follar? —le gruñó al oído—. No. A un juguete podría haberlo devuelto a su caja y olvidarlo. Podría haberlo desdeñado sin volver a pensar en él. Un maldito juguetito no me pondría duro cada vez que oigo su voz ni me afligiría cuando lo viera llorar. Ni estaría dispuesto a entregarle mi corazón en una bandeja a cambio de una jodida sonrisa.

Morgan contuvo el aliento. Jack no podía estar hablando en serio. Era imposible después de cómo la había tratado esa noche.

—Suéltame.

La demanda cayó en saco roto. En su lugar, Jack le gruñó al oído:

—El colgante que te puse la noche pasada, significaba algo. Me refiero al corazón de rubí. Sé que lo sabes. No puedes haber pasado por alto el simbolismo.

¿Su corazón? No…

—No significaría tanto cuando me maldijiste antes de abandonarme. Me presionaste una y otra vez, hasta que conseguiste que me abriera a ti y te contara mis fantasías, prometiéndome que todo estaría bien. Mientras tú te guardas tus secretos para ti, yo tengo que…

—Mi ex me puso los cuernos —la interrumpió Jack con la respiración entrecortada—. Me enteré de que se acostaba con mi mejor amigo por un vídeo que me encontré.

Morgan se quedó boquiabierta. Su acalorada perorata quedó interrumpida de golpe. ¿Sería verdad que Jack había visto a su mejor amigo y a su esposa juntos en la cama? ¿Qué no se había enterado por unos rumores o por la confesión de su propia esposa? ¿Qué lo había presenciado todo y que era algo que no se podía quitar de la cabeza?

Para un hombre fuerte y orgulloso como Jack aquello debía de haber sido como una bofetada en la cara.

Morgan se arriesgó a mirarle por encima del hombro. Con las defensas bajas, la mirada de Jack rezumaba cólera y, a la vez, imploraba perdón.

—No estábamos… muy unidos. Fue el final. Había intentado darle lo que necesitaba: dinero, seguridad, tiempo, espacio, después de que tuviera un aborto involuntario. Siempre le fui fiel, pero…

No había sido suficiente. Y no había sabido qué más hacer. Lo proclamaba su atormentada mirada y el doloroso silencio que siguió.

Jack la giró de cara a él y luego la soltó.

—Ver cómo otro hombre se la tiraba me carcomió por dentro. Ver cómo le rogaba que la acariciara —tragó saliva—, cuando apenas podía soportar estar en la misma habitación que yo… Y luego me dejó. Por él.

El resto del mensaje brilló claramente en su mirada torturada. Morgan le importaba y no la dejaría marchar. Tampoco ocultaba su intención de volver a poseerla.

Y ella le había contado que tenía fantasías sobre dos voraces pollas sometiéndola y poseyéndola a la vez. Él quería que comprendiera por qué no deseaba compartirla con otra persona.

Ver a otro hombre acostándose con su ex-mujer le había afectado mucho, había herido su orgullo. Esa ardiente y penetrante mirada le decía a Morgan que Jack se convertiría en un maniaco celoso si veía cómo otro hombre la tocaba. Aquello podría llegar a destruirlo.

Oh, Dios. Él no había salido disparado del cuarto de juegos porque se hubiera sentido escandalizado; lo había hecho porque tenía miedo. De perderla.

Porque ella le importaba.

—No dejé de preguntarme qué era lo que mi ex necesitaba. —A Jack se le quebró la voz. Se aclaró la garganta y cerró los ojos. Apartó la mirada—. En diez meses de matrimonio, jamás me dijo que me amaba. En el vídeo, se lo dijo a ese tío tres veces en ocho minutos. Desde entonces, no he podido dejar de preguntarme si realmente podré hacer feliz a una mujer.

La intensidad de su mirada la dejó sin aliento. En esos ojos oscuros acechaba el miedo de que ella no pudiera amarlo. De todas las cosas que ella había esperado de él, el amor se encontraba al final de la lista.

Los sentimientos, cálidos y profundos, estallaron en el pecho de Morgan. Con una mano, le ahuecó la áspera mejilla oscurecida por la barba y le acarició el pómulo con el pulgar. La vulnerabilidad que escondía su ceño le rompió el corazón mientras él le besaba la palma de la mano y la observaba con una mirada que no podía ocultar la cruda verdad.

—¿Le has contado a alguien lo que hizo tu ex-mujer?

—No. —La voz tensa sonó entre un susurro y un barboteo, luego le dirigió una afligida sonrisa—. Bueno, se lo largué a Deke un fin de semana de borrachera.

Ese hombre, orgulloso y autoritario, acababa de dejar al descubierto su miedo y dolor. A ella. Para que comprendiera por qué la había dejado antes.

—Tienes todo lo necesario para hacer que una mujer te ame —le dijo Morgan con voz temblorosa—. Después de todo, estoy intentando contener el peligroso deseo de enamorarme de ti desde hace tres días.

Los ojos de Jack se agrandaron y ardieron. Se acercó más a ella, metiéndole los dedos entre los cabellos, comiéndosela de arriba abajo con una mirada hambrienta.

—¿Y lo has conseguido?

Morgan vaciló. Si contestaba a esa pregunta, le daría mucho poder sobre ella. Pero a pesar de ello, Morgan oyó la orden sutil de su voz, aquella que siempre lograba excitar su cuerpo y que la impelía a someterse a él. Vio cómo la aprensión tensaba los rasgos de Jack y no pudo guardar silencio.

—No lo suficiente para mi tranquilidad.

Una amplia sonrisa se extendió por la cara de Jack, los dientes blancos brillaron contra la morena piel cajún. Los ojos parecían del color del chocolate derretido. Y esa expresión… tan brillante, tan feliz.

—Vale. Pero no esperes lo mismo de mí.

Luego le cubrió la boca con la suya, con un deseo urgente y exigente a la vez. Con control y maestría. Los fríos labios de Morgan se calentaron bajo su tacto con rapidez. Su cuerpo se derritió, se calentó y comenzó a dolerle. El roce de esos labios, la danza sensual de su lengua, y de repente, todo su ser se llenó de Jack; de su olor y de la dura anchura de su pecho, del sabor de su boca y de la forma en que la abrazaba como si ella fuera… todo para él.

Con la respiración jadeante, Jack le dio un beso ligero en la comisura de los labios y retrocedió.

—¿Para ti es importante esa fantasía?

¿Podría prescindir de eso? No es que fuera tan importante. Después de todo, había prescindido de ello durante años. ¿Por qué perseguir algo que iba a causar más desasosiego? ¿Por qué arriesgarse a hacerle daño a ese hombre que ya había sufrido bastante?

—La verdad, Morgan. No me digas lo que crees que quiero escuchar.

Si le mentía, aunque fuera para no herir sus sentimientos, la castigaría severamente. El mensaje no hubiera podido ser más claro ni aunque lo hubiera anunciado con un letrero de neón.

Morgan cruzó los brazos sobre el pecho. ¿Era tan importante? Suspiró e intentó aclarar ese lío.

Bien, no había tenido más que relaciones penosas desde que comenzó a tener citas. Y Jack había sabido por qué desde el primer momento en que la vio: Morgan no había escuchado sus necesidades, no le había dado a su cuerpo lo que necesitaba para obtener placer. Se había sacrificado, negando y enterrando esos deseos por el bien de esas relaciones. Y lo único que había conseguido a cambio de ignorar su naturaleza sumisa era echar a perder esas mismas relaciones.

Le había costado admitirlo y tenía que agradecérselo a Jack. Él le había enseñado a no esconderse, la había obligado a afrontar que era imposible ser feliz basándose en una mentira.

Y la verdad era que de todas esas fantasías nocturnas, la idea de que la tomaran dos hombres a la vez, había sido la más explosiva. Y sí, podía renunciar a ella por ahora. Pero ¿cuánto tiempo pasaría antes de que negar sus deseos afectara a su relación?

—Me… me encantaría que no fuera así. Pero mucho me temo que no me sentiré verdaderamente realizada y satisfecha hasta que no haya experimentado esa fantasía al menos una vez.

Él frunció el ceño, asintió con la cabeza, se giró y caminó al otro lado de la habitación, dejando claro que ella quería más de lo que él estaba dispuesto a darle. La verdad le hizo daño, le desgarró las entrañas como si estuviera bajo las fauces de una trituradora de papel. Pero había hecho lo que debía. Mentir no hubiera funcionado. Al final, la caída sólo habría sido más dolorosa. Les habría hecho daño a los dos. Su anterior relación con Andrew era una buena muestra de ello.

Además, mejor dejar las cosas claras desde el principio, antes de que se sintiera totalmente unida a Jack.

¿Podría entablar nuevas relaciones después de él? Al mirar la tensa postura de los hombros masculinos, los puños cerrados con fuerza, recordó la sensación de ese pelo negro entre sus dedos y esa amplia sonrisa cajún…

Probablemente no.

Morgan suspiró.

—Lo siento.

Ella observó cómo encogía los hombros.

—No quería que me mintieras. —Se giró y regresó de nuevo a donde ella estaba—. Nunca me mientas, Morgan.

Pero sus ojos se mostraron furiosos, como si el dolor fuera superior a su control. Morgan sufrió con él.

—Comprendo que no puedas…

—Shhh —murmuró él contra su boca—. Estás cansada y sólo quiero sentirte, saber que estás bien.

Jack la llevó a la cama, le quitó el elegante albornoz del establecimiento para dejar al descubierto su piel. Él se desnudó y se deslizó tras ella sobre el colchón. Le alzó los pechos, y los acarició con los pulgares. Acercó su dura polla contra las curvas de las nalgas de Morgan, pero no hizo nada más. Después de esa noche, Morgan dudaba que lo hiciera.

—Duerme —le exigió en un susurro.

¿Se había vuelto loco? Morgan contuvo las lágrimas, intentando relajarse, intentando que él no se sintiera peor por no poder darle lo que ella deseaba.

—Yo me ocuparé de todo. —Jack le besó el hombro y le acarició la curva del cuello con la nariz.

Era agradable sentirlo contra su cuerpo. Con él, ella se sentía querida, protegida, excitada. Incluso aceptada. Intentó con todas sus fuerzas no darse la vuelta para decirle que le amaba, que podría prescindir de esa fantasía. Pero con esa mentira de por medio, no habría ningún futuro para ellos.

—Jack…

—Mañana nos ocuparemos de todo. Te lo prometo.

Jack cerró el teléfono cuando Morgan salió del cuarto de baño sin nada más que una toalla y una sonrisa incómoda. Se le tensó el vientre ante tal visión.

Resultaba muy tentador verla con una toalla color verde esmeralda cubriendo su piel clara y sus curvas. Saber que esos pezones rosados estaban desnudos bajo la gruesa toalla de felpa no calmaba exactamente su libido. Con un poco de rímel negro, los vividos ojos azules resultaban enormes en su cara. La barra de labios color ámbar enfatizaba la tierna exuberancia de sus labios. El pelo le caía como una sedosa cortina hasta la mitad de la espalda, enmarcando la piel de alabastro de su rostro salpicada de pequeñas pecas color canela. Ella se ruborizó.

Y Jack la deseaba tanto que apenas podía respirar sin pensar en saltar sobre ella y tomarla de todas las maneras posibles que su retorcida mente pudiera imaginar.

¿Había tomado la mejor decisión?

Ya era demasiado tarde. Lo que tuviera que ocurrir, ocurriría.

—¿Te ha sentado bien la ducha?

Ella asintió con la cabeza, luego miró a su alrededor. La cama con una suntuosa colcha seguía deshecha, el suelo de madera brillaba, no había nada fuera de lugar.

—¿Se han llevado los restos del desayuno?

—Mientras estabas en la ducha.

—Bien. —Se mordió el labio inferior.

—Acabo de hablar con Deke. Es amigo de un poli del pueblo. —La cogió de la mano esperando que eso la tranquilizara—. A tu amigo Reggie lo arrestaron a las tres de la mañana cuando abordó a Alyssa en el club. Deke ha ido a verla. Según le contó Alyssa, Reggie le había exigido que le dijera dónde te encontrabas utilizando demasiada fuerza.

Morgan contuvo el aliento. Pareció que se ponía todavía más pálida, y en los ojos azules, muy abiertos por el miedo, asomó la decepción, la cólera y el alivio.

—Así que ya no corro peligro.

—Quizá. Es posible. Reggie no estará bajo arresto demasiado tiempo, uno o dos días a lo sumo. Y aún no estamos seguros de que sea el acosador.

—Tiene que serlo. Nadie más sabe dónde vivo, o dónde estaría. La fotografía es su pasión. Si pudiera ganarse la vida con ella, no creo que estuviera trabajando en Provócame. A veces tiene un temperamento un tanto volátil. He oído rumores de que estuvo detenido… aunque yo jamás lo he visto ponerse violento. Sin embargo, no conozco a nadie más que pueda tener la habilidad de seguirme y sacar todas esas fotografías.

Era posible que ella tuviera razón, reflexionó Jack. Era lo más probable. Pero no estaba lo suficientemente seguro para bajar la guardia, en especial cuando estaba en juego la seguridad de Morgan. La atrajo hacia su cuerpo y le dio un suave beso en el hombro desnudo.

—Ya lo averiguaremos. Voy a hablar con él esta tarde. Si es el culpable, espero arrancarle una confesión.

Morgan hundió los hombros.

—Me alegra tener unas horas de paz, pero me entristece perder a alguien que consideraba un amigo. Y… —Se apartó de su abrazo—. Supongo que es hora de que me marche, de que nuestros caminos se separen. Gr-gracias por haberme vuelto a proteger esta noche.

¿Qué sus caminos se iban a separar? No si él podía evitarlo. Nunca.

—De nada.

Jack esperó. Morgan no se lo había dicho todo. En la mirada azul y pensativa vio que algo le rondaba en la cabeza. ¿Iba a preguntarle por Kayla? ¿Le diría que su fantasía no era importante? ¿O que se perdiera de vista? La impaciencia le roía por dentro como un perro a un hueso jugoso. Pero siguió esperando.

—Gracias por contarme lo de tu ex. Sé que no te resultó fácil. Agradezco que me lo explicaras… ha sido un alivio saber que no te fuiste del cuarto de juegos porque mi fantasía sobre un trío fuese demasiado para ti.

Él lamentó que hubiera pensado eso aunque sólo fuera por un instante. Lo lamentaba de verdad. Y tenía intención de resarcirla.

Cher. —Cruzó la estancia y la agarró por los hombros—. Nada de lo que digas o hagas será demasiado para mí. Ni hará que deje de quererte.

Ella levantó la cara hacia él con una amarga sonrisa en los labios, una que hablaba de lágrimas contenidas. Y él, el hombre cuyo control era legendario en los círculos de Dominación y Sumisión de Lousiana, apenas pudo esperar para tocarla.

Tomándole la cabeza entre las manos, la atrajo hacia él y capturó su boca con un beso abrasador. La poseyó, incapaz de detenerse, incapaz de contener la sed que lo impulsaba a beber de sus labios, a hacer que se derritiera y gimiera. Y se rindiera. Demonios, ni siquiera intentó detenerse.

«Atrápala, devórala, domínala». Era como un cántico en su cerebro, que se repetía una y otra vez mientras inclinaba su boca sobre la de ella, hundiéndose profundamente en esa textura gloriosa. Buscó su lengua y la entrelazó con la suya en un baile de urgente necesidad.

Bajo él, Morgan gimió. El sonido hizo vibrar su cuerpo. ¿Cuándo no la había deseado? ¿Cuándo la había mirado y no la había considerado suya?

Y la noche anterior. Había vuelto a soñar con ella. No era la imagen familiar en el porche de la cabaña del pantano con el sol destellando en sus cabellos. No. Había soñado con el futuro, con ella en su cama, llevando su colgante puesto, sometiéndose a sus ardientes exigencias, aceptando su corazón de la misma manera que él tomaba el suyo.

Cher —murmuró contra sus labios—. J’suis fou d’te caresser

«Estoy desesperado por tocarte». Jamás había dicho nada más cierto.

—Jack, no podemos.

Él escuchó el pesar en su voz, la desesperación. Maldición, tenía que cambiar eso. Borrarlo. Hacerlo desaparecer. Reemplazarlo por una alegría y un placer ardiente. Por una completa sumisión.

—Este momento —murmuró él contra las dulces curvas de los hinchados labios de Morgan—. Sólo te pido este momento. Arreglaremos todo lo demás más tarde.

Morgan lo miró, con los ojos azules tan relucientes como un radiante día de diciembre. Le transmitía su incertidumbre y la necesidad de ceder. Una vez más, esa mente suya tan racional la hacía vacilar.

—Morgan —bajó una octava el tono de voz, la presionó y aprovechó la ventaja—. No digas que no.

Morgan cerró los ojos, sus largas pestañas sombrearon las mejillas levemente ruborizadas. Una sonrisa autorecriminatoria, curvó sus labios llenos.

—Jamás he podido decirte que no.

Jack esperaba borrar esa palabra de su vocabulario, a partir de ese mismo día. Pero primero… tenían que llevar a cabo la más íntima fantasía de Morgan.

La peor pesadilla de Jack.

Se sintió invadido por la tensión que le roía las entrañas hasta que se sintió cabreado y… ¿cuál era la palabra justa? Vulnerable. Sí. Su vientre se retorcía por los nervios. Comenzó a sudar.

Y a pesar de todo, tenía que saber, de una vez por todas, si Morgan y él podían hacerlo.

En algún rincón de su mente acechaba un hecho excitante, que la absoluta sumisión de Morgan le proporcionaría en bandeja de plata la venganza que tanto había buscado: que la novia de Brandon le rogara que la sometiera. Que dijera que lo amara, mientras se hundía profundamente en ella. Excitante… pero la idea de vengarse ya no lo satisfacía. Nada en la manera en que deseaba a Morgan, en la necesidad que lo impulsaba a someter a esa mujer, tenía que ver con Brandon. Era Morgan. Sólo ella.

De alguna manera, había llegado a significarlo todo para él.

Y si Morgan volvía con Brandon después de ese día, pues bueno… entonces su antiguo amigo volvería a romperle el corazón y reiría el último… otra vez.

Maldita sea, ojalá pudiera evitar contarle la verdad durante un tiempo, hasta que ella ya no pudiera dar marcha atrás. Morgan estaba todavía muy nerviosa, pero tenía que actuar con rapidez o la perdería.

—Ve al centro de la habitación —ordenó en la suave quietud matutina.

Morgan se mordió el labio inferior. Luego se pasó la lengua rosada por la superficie, y Jack se la imaginó lamiéndole el glande. Se endureció, maldiciendo el poder que tenía esa mujer para excitarle.

—Jack.

No podía retroceder. Arqueó una ceja negra, sabiendo que ella obedecería sin rechistar.

—Señor —se corrigió Morgan.

—Dame sólo este momento.

Con un obediente asentimiento de cabeza, Morgan se giró y se situó en el centro de la habitación, cerca de los pies de la cama. De cara a la cama deshecha.

—Buena chica —murmuró él mientras se acercaba a ella sin apartar la vista de sus ojos, sintiendo la ansiosa impaciencia de su polla, hasta que estuvo justo delante de ella—. Dame las muñecas.

Por una vez, ella accedió sin vacilar. Él no pudo evitar la sonrisa que asomó a su cara. Morgan había llegado muy lejos en sólo unos días. No sólo había admitido su naturaleza, sino que la asumía. Morgan sabía que tenía intención de atarla y, simplemente, accedía. Con perfecta obediencia. Con una total confianza que lo hizo sentirse orgulloso y lleno de una ardiente necesidad.

—Muy bien.

La besó en el suave lugar donde se unían el cuello y el hombro y le gustó observar el estremecimiento que la recorrió de pies a cabeza. Siguió besándole el brazo, bajando por la sensible piel del codo. Ella contuvo el aliento, y él sonrió contra su muñeca, sintiendo el pulso acelerado de Morgan contra los labios.

Sacó unos amarres de cuero de la bolsa que había en el suelo, la que él había dejado allí antes, y le ató uno en cada muñeca. Ella no dijo ni una palabra.

Metiendo la mano bajo la toalla, le pasó la yema de los dedos por el interior del muslo, rondando cerca de ese lugar caliente y húmedo, ese lugar dulce como la miel que no podía esperar a saborear. La rigidez comenzó a abandonar el cuerpo de Morgan y cuando él palmeó suavemente la sensible carne de su sexo en una exigencia silenciosa, ella abrió las piernas. Se arrodilló ante ella y aseguró otros amarres de cuero a juego en sus muslos.

Jack sintió sobre él los ojos inquisitivos de Morgan, pero no levantó la vista. No quería darle ninguna pista, y sintiéndose tan tremendamente excitado como se sentía… no quería que averiguara sus intenciones. Aún no. Así que rebuscó de nuevo en la bolsa del suelo y sacó dos cintas de terciopelo y las dejó en el suelo de madera entre ellos.

Dejando que ella se imaginara lo que quisiera.

Luego le quitó la gruesa toalla verde, dejando al descubierto sus exuberantes curvas y respiró hondo intentando contener el deseo. La dejó completamente desnuda bajo la luz del sol, esos rayos dorados inundaban la estancia haciendo que su pelo rojizo brillara con el mismo color que las llamas e iluminando la piel de alabastro de sus hombros, sus pechos traslúcidos, el vientre suave. Y sus rosados pezones maduros.

Morgan no se estremeció ni protestó al quedarse desnuda de repente. La única reacción que él pudo percibir fue un adorable rubor que se extendió por la pálida piel cremosa. Estaba tan condenadamente hermosa, desnuda, sometida y sorprendentemente segura de sí misma. La imagen hizo que su miembro se pusiera todavía más duro. Se sentía asfixiado por los vaqueros, por la necesidad de tocarla.

—Señor, ¿de dónde ha salido esa bolsa?

Y el resto del equipo. Eso era lo que ella quería saber. Él sonrió. No debería de haber preguntado, pero la satisfaría por esa vez.

—Cuando anoche me di cuenta de que te habías ido, cogí algunas cosas para asegurarme de que, cuando te encontrara, no podrías volver a escaparte.

—Oh —exclamó.

Maldita sea, podía sentir el deseo en su voz. Ese tono tembloroso y ronco lleno de curiosidad, y de una necesidad apremiante, consiguieron que a duras pena pudiera contenerse.

Jack tragó para aplastar la ruda explosión de lujuria.

—¿Estás preparada para lo que sea que yo quiera?

Ella lo miró directamente.

—Sí, señor.

No había otra opción. Volvió a meter la mano en la bolsa y sacó un par de candados. Con ellos, aseguró los amarres de las muñecas a los de los muslos. Los cejorros resonaron al cerrarse en la silenciosa habitación, un silencio roto por la jadeante respiración de Morgan y el latido del corazón de Jack en sus propios oídos.

Se puso de pie, presionándose contra ella con toda intención y forzándola a mirarlo.

—¿Estas preparada para lo que voy a darte?

—Sí, señor.

Hasta ahí muy bien. ¿Pero estaba ella realmente preparada? Encontró un juego de esposas para tobillos en la bolsa. Eran de suave cuero negro y susurraron sobre sus dedos, excitándole con la idea de que muy pronto estarían envolviendo una piel todavía más suave, manteniéndola inmóvil para que él hiciera lo que quisiera con ella. Cogió las cintas de terciopelo del suelo y ató cada una en el aro de las esposas que cerró sobre los tobillos temblorosos.

—Confía en mí —la tranquilizó.

Morgan vaciló, bajando la mirada hacia él. Sí, quería saber qué sería distinto, qué la esperaba esta vez. Pero no preguntó, sólo lo miró fijamente.

—Confío en ti —susurró. Y la confianza que se reflejaba en su cara le decía que así era—, señor.

—Eres asombrosa, cher.

La visión de esos ojos azules, llenos de lujuria y confianza, fue como una patada a su autocontrol. Fue condenadamente sorprendente que no se desgarrara las ropas para penetrar ese dulce cuerpo al instante.

En su lugar, la urgió a abrir más las piernas. Morgan lo hizo sin rechistar, luego ató el extremo libre de las cintas de terciopelo en la parte inferior de las patas de madera de cerezo de la cama. Lo aseguró con fuerza.

Ahora, Morgan ya no podía ir a ninguna parte. Estaba preciosa, hacía justicia a las esposas de cuero y a las ataduras de terciopelo que la anclaban a ese lugar con las piernas deliciosamente abiertas. Jack jamás había visto nada tan erótico.

Se contuvo, luchando contra el deseo tembloroso que le hacía arder y amenazaba con despojarlo de su control.

Impaciente —demonios, temblando— por la necesidad de tocarla, Jack le deslizó las palmas de las manos por los costados, clavándole los dedos en la cintura mientras dejaba un reguero de besos por esa piel suave. Ella jadeó cuando las manos de Jack bajaron por sus caderas y la boca masculina encontró el lugar sensible donde la cadera se unía al muslo.

¿Existía algo más perfecto que esa piel pálida, más tentador que acariciar la firme longitud de las piernas de Morgan, o que arrodillarse ante el paraíso de su sexo? No para él. Esto… Morgan y todo lo que ella ofrecía eran lo que siempre había estado buscando.

Rezó para poder conseguir lo que ambos deseaban del otro, para ser el amante que el otro necesitaba.

Estirándose, deslizó los dedos por sus nalgas, agarrando la parte de atrás de los muslos. ¿Era Morgan tan suave por todas partes? Sí, y eso lo destrozaba. A él, que había matado en combate, que había sido herido por las balas, que tenía cicatrices de navajas, que había aprendido a joder al enemigo en ocho idiomas diferentes, Morgan lo dejaba anonadado con esa piel tan perfecta. Deslizó la mano hasta los tobillos, su boca siguió el mismo camino hasta que ella tensó las piernas y se estremeció bajo sus manos y su boca.

—¿Estás mojada? —le preguntó.

—Sí. —Morgan observaba jadeante cada uno de sus movimientos, con los ojos bien abiertos. No parecía sorprendida ni horrorizada. Estaba excitada, abierta, hambrienta.

—¿Morgan? —la advirtió.

—Sí, estoy mojada, señor.

—Mucho mejor —dijo él, mordisqueando la cremosa piel del interior del muslo antes de deslizar la lengua por su cadera.

El gemido de Morgan resonó en sus oídos. Mierda. ¿Cómo diantres iba a aguantar sin ponerse de pie, arrancarse los pantalones y darle lo que los dos necesitaban?

Con unos suaves tirones a las cintas, Jack se aseguró de que estaban firmemente atadas. Sólo un poco más…

Acercándose de nuevo a la bolsa, sacó una gruesa bufanda de seda. «Perfecto», pensó, extendiendo la tela y colocándosela sobre los ojos. Morgan podría sentir y saborear, escuchar y… experimentar a través de los sentidos todo lo que necesitaba. Pero no podría moverse ni ver, lo que le permitiría controlarse tanto como deseara y necesitara. Por si acaso.

Tras un instante, Morgan se tensó. Pero se obligó a respirar y relajarse. Orgulloso de lo calmada y confiada que se mostraba, la besó suavemente en la boca, saboreando la cálida tensión y los labios ardientes, dulces como las bayas.

Apretando los puños con fuerza, pasó a su lado y se alejó de ella. Tomando aliento profundamente, rezó. Luego se obligó a abrir los puños, a cruzar la habitación y abrir la puerta de la estancia.