—Puedes salir —dijo Deke, con la risa burbujeando en su voz.
Morgan se quedó rígida bajo la lona que había en el suelo del pequeño bote. Deke estaba hablando con ella. ¡Maldición! ¿Cómo demonios había sabido que estaba allí?
Se interrumpió el rítmico movimiento de los remos, y el bote se detuvo; las turbias aguas del pantano golpearon el casco metálico de la embarcación. ¿Habían llegado ya al embarcadero de Lafayette?
—Sé que estás ahí, Morgan —dijo Deke mientras levantaba la lona.
La fría brisa de la noche azotó de repente el cuerpo medio desnudo de Morgan mientras levantaba la vista hacia Deke. La luna plateada iluminaba a contraluz la imponente figura masculina, oscureciendo sus pómulos angulosos y fuertes y la barbilla cuadrada. La diversión asomaba a sus rasgos.
—¿Cómo lo has sabido?
—Tuve que pasar por encima de ti para meterme en el bote —dijo riéndose—. Aunque la lona hubiera logrado ocultarte, en cuando empujé el bote se hizo evidente que había alguien más a bordo. Y alguien no muy grande. Así que eras mi única sospechosa.
Maldita sea, había intentado alejarse de Jack, y del mar de problemas en que se había convertido su vida, sin que nadie se enterara.
Con una risa ahogada, Deke se inclinó y la ayudó a ponerse en pie.
—Muñeca, pareces encantadoramente frustrada. No te lo tomes a mal. Nosotros, los de las Fuerzas Especiales, siempre prestamos atención a los pequeños detalles. Nunca se sabe cuando eso te salvará la vida. —Se encogió de hombros—. Jack te habría oído salir por la ventana del dormitorio si no hubiera estado sentado en el porche ahogando sus penas con cerveza.
El viento la azotó de nuevo, y Morgan se estremeció. El enorme pantalón de chándal de Jack, la camisa de algodón que llevaba atada sobre el ombligo y los finos calcetines no eran suficiente protección contra la fría brisa húmeda. No debían de estar a más de cinco grados de temperatura.
—No voy a volver.
—No tienes por que hacerlo.
Morgan se rodeó con los brazos, intentando protegerse del frío y sospechando que la respuesta de Deke tenía doble sentido.
—Bien. Sólo quiero recoger mi bolso, encontrar el coche y alejarme de aquí tanto como sea posible.
—¿Quieres decir alejarte de Jack?
—¿Vas a decírselo?
Él se encogió de hombros.
—Sólo si está demasiado borracho como para averiguarlo por sí solo. Pero no tardaré mucho en recibir noticias suyas, así que no tendré que avisarle.
—Borracho o sobrio no vendrá a por mí.
—Dale una hora, dos como mucho. —Le echó un vistazo a su reloj—. Apuesto a que no tarda más de cuarenta y cinco minutos.
Ella no lo creía posible. ¿Acaso Deke estaba ciego o era estúpido?
—Ese hombre me dejó tirada después de haberle provocado un shock.
—¿Le provocaste un shock? —Deke se rió—. Sería divertido, pero es imposible. Simplemente lo sorprendiste. Se marchó para pensar. Si hubiera creído por un segundo que él no vendría a por ti, te habría dejado con él en el pantano.
Deke creía en serio que Jack volvería a por ella. Esa misma noche. ¿Estaría decepcionado? ¿O se alegraría de no tener que hacer más de canguro de ella?
Pero eso ahora no importaba. Tenía que salir de allí, alejarse de los pantanos y de Lafayette, y de Jack, antes de que hiciera algo que terminaría lamentando más tarde.
—¿Por qué? Yo quiero irme. ¿Por qué me dejarías con un hombre que no quiere estar conmigo?
La brisa fría de febrero se abrió paso entre las delgadas ropas de Morgan, dejándola helada. Se arrebujó un poco más entre sus propios brazos.
—¿Que no te quiere? —preguntó Deke con incredulidad mientras se sacaba la sudadera por la cabeza—. Mujer, no sabes nada sobre los hombres. Cuando Jack aparezca, cosa que no tardará en hacer, pregúntale por qué te ha seguido.
Morgan intentó seguir la conversación sin ponerse a babear. Cada centímetro esculpido del torso de Deke estaba gloriosa y dolorosamente desnudo. Fue consciente de lo duro y fornido que era. ¡Ese hombre era enorme! Qué hombros. Tenían que medir cerca de un metro de ancho. Cielo santo, menos mal que sabía que Deke no pensaba hacerle daño, de otra manera, estaría aterrada de encontrarse a solas con él.
—Levanta los brazos —ordenó él.
—Te vas a morir de frío.
Él negó con la cabeza.
—Tengo una de reserva en el Hummer. Levanta los brazos.
Esta vez, ella accedió. El calor que prometía la prenda era demasiado atrayente para negarse. La sudadera envolvió su cuerpo como una nube cálida y suave que se extendió más allá de las yemas de sus dedos y casi hasta sus rodillas.
Deke se rió.
—Eres muy menuda, muñeca. Con mi sudadera pareces mi hermanita pequeña.
Sin saber si reír o llorar, Morgan salió del bote y subió al embarcadero de madera. Deke amarró la embarcación y la siguió.
—En cuanto termines de reírte a mi costa, me gustaría que me llevaras a Las Sirenas Sexys para recuperar mi bolso y alejarme de todo esto.
Deke arqueó una ceja leonada.
—Ya sabes que ése es el primer lugar donde Jack te irá a buscar.
—Bueno, entonces tenemos que apurarnos para que no me pille si sale a buscarme —«Si lo hace, claro».
—Su carroza, milady —dijo señalando, con una pícara y brillante sonrisa, un Hummer H3 lleno de suciedad aparcado a unos tres metros. Las llantas de la enorme camioneta tenía casi la misma altura de Morgan.
Ella bufó. Como si un tío tan grandote necesitara tener un vehículo tan intimidador. Era excesivo.
En cuanto él desbloqueó las puertas con una llave-mando que sacó del bolsillo, le abrió la puerta del acompañante y la ayudó a subir al vehículo. No podía llamarlo «coche». Era más como un tanque con asientos de cuero y GPS.
Cuando se acomodó en el asiento, él cerró la puerta. Morgan agradeció no seguir sometida a ese terrible aire frío.
Detrás de ella, se abrió y cerró una puerta. Unos momentos después, Deke subió al asiento del conductor con una sudadera de West Point y una sonrisa.
Camino de Las Sirenas Sexys, Morgan le pidió que la dejara en la puerta trasera. Lo último que necesitaba era atravesar el local lleno de gente con un chándal de Jack, una sudadera de Deke y sin sujetador ni zapatos. Lo más probable es que pareciera recién salida de una fiesta universitaria.
—Como si fuera a dejarte sola. —La voz de Deke destilaba sarcasmo—. Creemos que tu amiguito el francotirador está en California. Pero no es seguro. Hasta que no sepamos con certeza dónde está, no pienso arriesgarme.
No había manera de rebatir ese argumento. Era mejor ir con cuidado que lamentarlo más tarde. Quería creer que Reggie estaba todavía en California, despotricando porque ella hubiera desaparecido, pero quién podía saberlo…
Deke aparcó el Hummer en el callejón trasero, luego la ayudó a salir. Se detuvieron ante la puerta trasera y Deke llamó con el puño. Una nueva ráfaga de aire helado recorrió el callejón. A Morgan le castañearon los dientes. Siendo de Los Angeles no podía soportar aquel frío. Sin decir palabra, Deke movió su cuerpo para protegerla del gélido aire y la rodeó con los brazos.
Alyssa abrió la puerta y clavó los ojos en ellos con una mirada sorprendida que cambió con rapidez por una de decepción.
—Vaya, pero si es He-Man.
La sexy propietaria del club vestía esa noche un corsé negro de cuero que rozaba la ilegalidad y una minifalda a juego que dejaba al descubierto esas piernas interminables embutidas en unas medias de liga. Dio un paso atrás sobre sus tacones de aguja para dejarlos entrar. La música retumbaba en la pequeña trastienda del club. Era difícil pasar por alto la letra de la canción, una melodía de los ochenta sobre chicas calientes que necesitaban amor.
Entraron y Deke cerró la puerta tras ellos.
—Pero si es mi bailarina favorita pole dance. ¿Qué tal te va?
Alyssa se retiró el pelo color platino de la cara y miró a Deke con desdén.
—Bueno hasta ahora me creía afortunada de no recibir noticias tuyas o de tu primo. La última mujer que estuvo con vosotros no pudo caminar en una semana.
—No tienes por qué preocuparte. Preferimos a las damas.
La ex-stripper se puso rígida.
—Te voy a joder vivo.
Deke se encogió de hombros.
—No me importaría, pero no eres el tipo de Luc. Gracias de todas formas.
—No me estaba ofreciendo —explotó la mujer—. La próxima vez que quieras algo, envía a tu primo. Al menos es educado.
Así dejaba claro que Deke no lo era. ¿Qué les pasaba a esos dos? Morgan observaba la escena con el ceño fruncido. Alyssa y Deke se caían realmente mal. Muy mal.
—Odio interrumpir —intervino Morgan entre dientes—, pero ¿puedo recuperar mi bolso, Alyssa?
La mujer la miró.
—¿Morgan? Caramba, lo siento, no te había reconocido con el pelo rojo y… ¿qué demonios llevas puesto?
—Un chándal de Jack y una sudadera de Deke.
La expresión de Alyssa sugería algo no apto para menores.
Morgan se sonrojó de vergüenza y cólera.
—No es lo que piensas, pero no preguntes. Sólo quiero recuperar mi bolso y salir de aquí.
—¿Encontró Jack al tío que te perseguía?
—No, pero creemos que está en California buscándome dado que ayer le prendió fuego a mi casa.
Alyssa la agarró de la mano.
—Yo no estaría tan segura, cariño. Ven conmigo. Y tú también, musculitos de esteroides.
Morgan la siguió por un estrecho pasillo que desembocaba en una oficina. Deke las siguió, refunfuñando que él jamás había usado esteroides. Morgan no le prestó atención. ¿Sabía Alyssa algo nuevo del acosador?
La mujer cerró la puerta de la pequeña oficina. Ah, estaba insonorizada. Qué alivio.
Se dirigió detrás del escritorio con unas zancadas sorprendentemente largas y seguras a pesar de los altísimos tacones, y cogió un sobre grande. Era un sobre familiar de papel de manila. Sin franquear.
A Morgan se le cayó el alma a los pies.
—Llegó esta mañana. Al parecer, la indigente que lo trajo dijo que un hombre le pagó para que lo entregara en mano. Habría llamado a Jack para decírselo, pero hoy estuve en Nueva Orleans. Acabo de regresar y verlo.
Con manos temblorosas, Morgan abrió el sobre y sacó las fotos. Sólo había dos, habían sido tomadas en Las Sirenas Sexys el día que Jack la había llevado allí para ocultarla y disfrazarla. ¿Hacía sólo tres días de eso? Habían ocurrido tantas cosas desde entonces que parecía que había pasado toda una vida.
La primera foto mostraba a Jack, con los dedos curvados sobre la cadera de Morgan y la palma de la mano sobre la curva de su trasero. Tenía la boca justo sobre su oreja. Morgan se estremeció al recordar aquella voz hipnótica y la sombra de la barba que le cubría la cara que atentaban contra sus sentidos.
Se tragó el nudo de pesar y anhelo mientras pasaba a la siguiente foto. La impresión la dejó sin aliento.
Jack la agarraba por la nuca y la mantenía inmóvil bajo la firme acometida de su boca. La devoraba con los ojos cerrados. La foto fija había captado la agresividad, la posesividad de sus dedos en el frágil cuello femenino, la presión de sus hombros, como si estuviera determinado a acercarse tanto a ella como fuera posible. Su boca, completamente abierta, devoraba la de ella. Morgan no pudo evitar mirar fijamente la foto; en ella abrazaba a Jack por el cuello, apretando los pechos contra su tórax y abriendo los labios con ansia para saborear todo lo que ese beso pudiera ofrecerle. No sólo aceptándolo, sino deseándolo ardientemente. Se estremecía con sólo mirarla.
Deke soltó un silbido.
—Menudo beso.
—Sí, jamás había visto a Jack tan concentrado en algo que no requiriera unas esposas —comentó Alyssa con franqueza.
Morgan le dirigió una mirada atormentada. Por supuesto que Alyssa se había acostado con Jack. Probablemente más de una vez. ¿Qué mujer en su sano juicio no lo habría hecho teniendo la oportunidad al alcance de su mano? Además, no hacia falta más que mirar a la exótica criatura vestida de cuero negro y con una brillante cascada de cabello platino que exudaba sexualidad por todos sus poros para que Morgan se sintiera como un patito feo… con ropas enormes, pecas y llena de represión.
Dios, tenía que alejarse de allí. Si se quedaba lo suficiente como para ver a Jack tocar a ésa o a otra mujer, la imagen la destrozaría. No tenía dudas. Había confiado en Jack, le había abierto el corazón, revelándole más de si misma de lo que nunca le había revelado a otro hombre. Él le importaba. No, era mucho más que eso. Pero no quería pensar en ello.
Era una estúpida, eso es lo que era.
—Si tanto te interesan las esposas, puedo conseguirte un par de ellas —dijo Deke intentando picar a Alyssa.
La rubia se burló:
—Ya te gustaría.
Esa conversación la estaba poniendo de los nervios. No tenía ni idea de por qué Deke seguía pinchando a Alyssa, pero tampoco le importaba.
—¿Has llamado a Jack? —inquirió Morgan.
Alyssa la miró con el ceño fruncido.
—No. Iba a hacerlo ahora.
Morgan sacudió la cabeza.
—Espera a que me vaya. Quiero estar bien lejos antes de que aparezca.
—Muñeca, no puedes irte con ese tío suelto por ahí. Podría estar esperándote.
Ella intentó no estremecerse ante esa alarmante posibilidad.
—Tengo que irme. Estoy exhausta, quiero estar sola y dormir un poco. Mañana…
—Mañana podría ser muy tarde. Tienes que esperar a Jack y enseñarle esas fotos. Deja que te proteja.
—Esta noche estaré bien. Mañana por la mañana haré varias llamadas y contrataré a alguien para protegerme. —Miró a Alyssa—. ¿Puedes darme mi bolso, por favor? Necesito el carnet de conducir, las llaves del coche, dinero…
—¿Y qué pasa con la nota? —preguntó la rubia.
—¿La nota?
Alyssa cogió el sobre de las manos de Morgan y metió la mano hasta el fondo para coger una nota doblada.
—Esta nota.
La tensión se apoderó de Morgan mientras cogía el papel y lo desdoblaba.
«Me perteneces a mí. Sólo a mí. Te mataré antes de que otro hombre vuelva a tocarte».
La brevedad y la osadía de esas palabras la dejaron helada. Tenía que ser Reggie. Morgan se cubrió la mano con la boca y sintió que le temblaban las rodillas.
Deke la agarró antes de que sus piernas cedieran y cayera al suelo. Alyssa apareció delante de ella con la preocupación y la confusión reflejadas en su rostro.
—Deja que llame a Jack. Tiene que saber esto.
—No, no tiene por qué saberlo. —Morgan apartó la mirada, conteniendo las lágrimas que aparecieron de repente en sus ojos.
Alyssa se acercó a ella y le levantó la barbilla con una mano sorprendentemente fuerte a pesar de esas largas uñas con manicura francesa.
—Bueno, ahora sí que voy a llamarle para echarle una buena bronca. ¿Cómo diantres te ha roto el corazón en tan sólo tres malditos días?
—No creo que sea unilateral —aclaró Deke.
Deke estaba equivocado, resolvió Morgan. Ya había oído bastante de esos dos.
Morgan se apartó de ellos y se dirigió a la puerta. Estaba cansada y enfadada. Quería darse una ducha y dormir profundamente. Pero hasta que no saliera de allí, no conseguiría hacer ninguna de las dos cosas.
Si Reggie había conseguido entregarle ese sobre a Alyssa, quería decir que él todavía estaba resuelto a matarla. Lo más probable era que estuviera por allí. Sabía con quién y cuándo había dejado el club. Razón de más para no quedarse con Jack, para buscar un nuevo guardaespaldas.
Tenía que salir de allí YA.
—¡Dame el maldito bolso! —gritó—. Me marcho.
Alyssa levantó las manos en un gesto de rendición y volvió al escritorio. Se levantó el dobladillo de la minifalda, revelando un juego de ligueros negros. De un lazo de raso rojo colgaba una pequeña llave oculta debajo del liguero. Tiró del lazo y la llave cayó en su mano.
Dirigiendo una mirada burlona a Deke, Alyssa cerró el puño sobre la llave, se alisó la minifalda y abrió el cajón del escritorio. Luego le tendió el bolso a Morgan.
—Déjame llamar a Jack antes de que te vayas.
—Estaré bien. Deke puede acompañarme al coche para recuperar mis cosas y asegurarse de que no me ocurre nada. Luego decidiré qué hacer.
Morgan no esperó respuesta de ninguno de los dos. Salió con rapidez de la oficina y se dirigió a la salida trasera. Estaba oscuro. Podía esperar en las sombras del callejón.
Unos momentos después, oyó el ruido de los pasos de Deke a sus espaldas.
—Me quedaré contigo esta noche, hasta que encuentres un nuevo guardaespaldas.
¿Para que luego le dijera a Jack dónde estaba y viniera a calentarle el trasero por haber huido de él?
—Acompáñame sólo hasta el coche. Cogeré mis cosas y llamaré un taxi para mayor seguridad. A partir de ahí no seré responsabilidad tuya.
—Si hago eso, Jack me matará —masculló.
—Si no lo haces, te mataré yo. Te retorceré las pelotas.
Aunque Morgan era dolorosamente consciente de que no podía cumplir esa amenaza, se sintió aliviada cuando Deke sacudió la cabeza y suspiró.
Condujo hasta el coche de Brandon, se detuvo al lado y se apoyó en el volante.
—Lo que hizo Jack estuvo mal, Morgan. No voy a negarlo. Él lo sabe. Pero ese gilipollas que te vigila es peligroso. Y es posible que haya cogido un avión hasta aquí. Déjame llamar a Jack. Él puede protegerte hasta…
—Maldita sea. ¿Qué es lo que no entiendes?
—¿Y si ese psicópata te encuentra? Ha intentado matarte una vez. Volverá a intentarlo. Ya has visto esa nota.
—Soy una adulta bastante inteligente. Puedo esconderme yo sola esta noche. Mañana ya veré lo que hago. Jack no es el único que puede protegerme.
—Es quien más se preocupa por ti. Haría cualquier cosa para cuidarte, incluso daría la vida por ti.
—Todos los guardaespaldas corren ese riesgo.
Deke asintió con la cabeza.
—La diferencia es que en nuestro trabajo nos pagan por arriesgar la vida. Pero Jack te salvaría sin pedir nada a cambio.
—No, no es así. —Morgan negó con la cabeza, molesta por el temor y la alegría que burbujeaban en su interior—. Tendría que amarme para…
—Te ama.
«¿Sería posible?», susurró una vocecita en su cabeza. Una entrevista había conducido a su acuerdo para protegerla y luego a algo… más. Se vio bombardeada por imágenes de Jack; protegiéndola de las balas, empalándola contra la puerta, bromeando con su abuelo, alentándola a aceptar su sumisión y luego hacer que maldijera sus fantasías cuando la abandonó.
Jack no la amaba. Deke estaba equivocado y no iba a convencerla de lo contrario.
Se quitó la sudadera de Deke, se la devolvió y recogió su bolso.
—Estaré bien.
—No creo que subirte a este coche sea seguro. Sabe Dios lo que ese lunático podría haberle hecho. ¿Por qué no dejas que te lleve a algún sitio hasta que podamos examinarlo?
Y luego, en cuanto se diera la vuelta, le diría a Jack dónde estaba.
—Gracias, pero llamaré a un taxi.
Con un largo suspiro de derrota, Deke apagó el motor del Hummer.
—Al menos déjame comprobar que ese bastardo no ha manipulado el coche.
Por mucho que lo deseara, Morgan no podía discutirle eso. Asintió con la cabeza.
Deke bajó de un salto y rodeó el vehículo para abrirle la puerta. La cogió por la cintura y la sacó del coche. Sus manos tardaron en soltarla.
—¿Estás segura?
—Sí. —Tenía un acosador dispuesto a matarla, pero podría contratar a alguien muy grande y muy feo que velara por ella, regresar a casa, y comenzar a rodar los nuevos programas de Provócame.
En la mirada de Morgan asomó algo parecido a una helada determinación.
—No puedo quedarme.
Morgan buscó las llaves en su pequeño bolso recién recuperado, y maldijo entre dientes cuando Deke chocó con ella y desparramó la mitad del contenido por la calle oscura. Dios, ¿es que no podía salir nada bien?
—Lo siento. He tropezado. —Deke se inclinó y recogió un cepillo, la cartera, su loción de manos, y lo metió todo de nuevo en el bolso—. Ya está.
Morgan abrió el maletero de Brandon después de que Deke hubiera comprobado el vehículo por dentro y por fuera, luego apagó la alarma. Con un suave juramento, él llamó a un taxi mientras ella cogía sus pertenencias del maletero.
—Gracias. —No logró que su voz sonara más alta que un susurro.
—Espero que volvamos a vernos en otra ocasión.
Palabras sinceras. No eran nada del otro mundo, ni tampoco una invitación. Una enorme oleada de decepción la inundó.
Morgan asintió y observó cómo el coche de Deke se alejaba con lágrimas ardientes resbalando por sus mejillas mientras la cruda verdad se abatía sobre ella: jamás volvería a ver a Deke. Peor aún, nunca volvería a ver a Jack. Sólo lo conocía desde hacía unos días, pero se sentía como si estuviera dejando atrás una parte de sí misma, como si le hubieran arrancado el corazón.
Perfecto. Así era ella. Había tenido que dejar a Jack, para darse cuenta de que estaba enamorada de él.
Gracias a Dios el taxi llegó unos momentos más tarde y la sacó de su ensimismamiento.
Exhausta, Morgan inspeccionó la enorme cama estilo europeo de un bed & breadfast en las afueras de un pueblo, con el neceser en una mano y el portátil en la otra. Había escogido para pasar la noche un pequeño vagón reconvertido en casita que no era visible desde la carretera, y que tenía un jacuzzi y una puerta trasera por donde salir pitando en caso de que fuera necesario. Era un lugar solitario, con un patio con verjas. El dueño había jurado que allí jamás había ocurrido nada en los veinte años que llevaba dirigiendo el lugar y a Morgan eso le sonó a gloria bendita. Quería acostarse y dormir una semana entera y esa noche, era precisamente lo que pensaba hacer.
Pero antes tenía que hacer unas cuantas cosas.
Sacó el portátil, se dejó caer en la enorme cama y le envió un correo a Brandon. Le explicaba lo ocurrido con su casa y prometía regresar a Houston para encargarse de las reparaciones. Le decía que estaba viva y segura y que Jack la había estado protegiendo. Le dio el nombre del motel por si podía ponerse en contacto con ella, y poco más. ¿Cómo explicarle al ultraresponsable Brandon que estaba siendo acosada por un desconocido? Luego, tras suplicarle que permaneciera a salvo en Irak, cogió el móvil. Había leído en internet que algunas veces enfrentarse a un acosador con firmeza conseguía que éste desistiera de su acoso. Tal vez ese método surtiera efecto con Reggie. Pero una mirada al móvil fue suficiente para saber que esa noche no iba a poder llamarlo. Su teléfono estaba muerto. ¡Maldición!
Resignada, decidió que tendría que esperar a la mañana siguiente, así que se dirigió al baño para tomarse una ducha caliente.
Veinte minutos y dos botes de champú de muestra más tarde, Morgan salió del encantador cuarto de baño.
Pero ya no estaba sola.