Capítulo 12

Jack se quedó inmóvil, totalmente estupefacto. La sorpresa, el alivio, el júbilo, y algo parecido a la miel, cálida y dulce, se extendió por su pecho llenándolo de una emoción a la que no estaba acostumbrado. A pesar de ello, guardó silencio.

A Morgan se le llenaron los ojos de lágrimas. Le temblaba la barbilla.

Suspirando, Jack se contuvo para no cogerla en sus brazos y salir corriendo pasillo abajo para encerrarla tras la puerta de su cuarto de juegos. Aunque le costó un gran esfuerzo. Aún no estaba seguro de que ese mediocre polvo vainilla hubiera convencido a Morgan de que había nacido para ser una sumisa. Se sentía culpable por algo que él no comprendía. Y ella no sería feliz hasta que no lo resolviera.

Como tenía intención de hacerla suya —mataría con sumo gusto a Brandon o a cualquier otro hijo de perra que pensara que ella le pertenecía—, Jack creía que sería mejor llegar ahora al quid de la cuestión. Quería que, desde este mismo momento, ella empezara a reconocerlo como su amo, su amante, el hombre a quien confiar su seguridad.

Jack se inclinó hacia delante y la besó en la frente.

—¿Por qué?

Ella tardó en contestar. Se sentó en la cama, dobló las piernas hasta el pecho desnudo y apoyó la frente en las rodillas. Él no la presionó, no la tocó, sólo esperó.

Al fin, ella levantó la mirada empañada hacia él, demostrando que había estado llorando en silencio.

—Me dijiste que no me sentiría satisfecha con sexo vainilla. No quería creerte, pero creo que acabas de demostrarlo.

Maldición. Morgan acababa de admitir dos cosas que tendría que tratar con sumo cuidado. La primera era fácil, así que empezó por la segunda.

—¿Cómo lo he demostrado?

Ella arqueó las cejas y luego frunció el ceño como cuestionando la cordura de Jack.

—¿Acaso lo que acabamos de hacer ha sido para quitarse el sombrero?

Él sonrió, intentando mantener el tono ligero.

—No lo llevaba puesto.

A Morgan no le hizo gracia.

—¿Así que ahora te parece gracioso?

—No, cher —la tranquilizó—. No fue para quitarse el sombrero, pero tampoco lo esperaba. Acepté hace mucho tiempo que a mí no me gusta nada la vainilla, ni siquiera en helado. Dime cómo ha sido para ti.

Era una orden sutil. Morgan vaciló, luchando consigo misma. Finalmente se rindió.

—Lo que hemos hecho estuvo bien. Fue agradable, como ir de picnic. Me gustó un poco más de lo que me suele gustar el sexo. —Las lágrimas anegaron sus ojos, y su mirada azul reflejó su confusión—. No lo esperaba. Esperaba más… una palabra, una orden… alguna indicación de lo que querías, de lo que sentías. Algo que nos hiciera compenetrarnos. Algo más intenso.

El alivio y el júbilo inundaron a Jack. Cuando había accedido a mantener relaciones sexuales sin dominación, había esperado que esa fuera la respuesta de Morgan. Pero no había estado completamente seguro. Ella estaba resultando ser todo lo que él había creído. Durante años había deseado encontrar a una mujer como ella. Aun así, tenía que ir con mucho tiento.

—¿Tus experiencias sexuales pasadas no fueron satisfactorias?

Ella le dirigió una mirada vagamente culpable.

—No… yo… No.

Ah. Eso lo decía todo. Podría haberla regañado por creer que a ella le gustaba el sexo simple, pero Morgan tenía que descubrirlo por sí sola. Una de las cosas que más le gustaba de ella era cómo se aferraba a su fuerza de voluntad y a su determinación, incluso si al final llegaba a esa frustrante conclusión.

—¿Por qué pensabas que sería diferente conmigo?

Morgan encogió un hombro sin demasiado entusiasmo.

—Tú me gustas más que cualquier otro. Y, simplemente, pensé que eras tú. Que sería diferente contigo. Antes de conocerte, alcanzaba el orgasmo en muy raras ocasiones. Si ésta hubiera sido nuestra primera vez, me habría sentido eufórica por lo que acaba de ocurrir. Salvo que ya sé lo explosivos que podemos llegar a ser cuando…

—¿Te someto? —la apremió.

—Sí. —Ella se sonrojó—. No sólo me excita estar contigo, sino la manera exigente con la que me tratas. Eres capaz de leer en mi cuerpo y en mi alma. Haces que tenga un montón de fantasías hasta que estoy tan excitada que…

Jack se obligó a contener la sonrisa de «ya te lo dije» que amenazaba con cruzarle la cara. Era muy pronto para sonreír. Tenía que asegurarse de que realmente había llegado hasta ella.

—Eso es porque necesitas que haya otro órgano sexual involucrado: tu cerebro. Eso no es posible con el sexo convencional. La Dominación y Sumisión puede ser un juego o un estilo de vida, depende de la seriedad con la que te lo tomes. Lo que sí es indiscutible, es que conecta el cuerpo con la mente. La promesa del placer puede ser tan excitante como el placer en sí mismo… quizá más, y lo que antes has descubierto es que tu mente no estaba en sintonía con tu cuerpo.

Morgan vaciló, mordisqueándose ese labio exuberante y pleno que hacía que un hombre lo mirara fijamente. Luego, la compresión iluminó sus avergonzados ojos azules.

—Sí. Eché de menos la parte mental. Necesitaba saber qué pensabas, oír tu voz urgiéndome a continuar.

Parecía que por fin empezaba a darse cuenta. Jack sonrió.

—¿En qué trabaja tu novio?

Morgan frunció el ceño ante esa pregunta tan fuera de lugar. Vaciló.

—Es analista para alguna organización gubernamental. No sé con exactitud a quién o qué estudia.

Interesante información, Jack se la reservó para más adelante.

—¿Y cómo es el sexo con él?

Tuvo que apretar los dientes para controlar la voz. Pensar en Brandon tocando a Morgan… Brandon podía ser más alto que él, pero en el ejército, Jack le había pateado el trasero en más de una ocasión. Y estaba tentado de volver a hacerlo.

Morgan negó con la cabeza, los ardientes cabellos rojos le cayeron sobre los hombros pálidos. Bajó las pestañas, ocultando la expresión de sus ojos.

—Nunca lo hemos hecho.

«Nunca». Jack exhaló, asombrado. ¿Se había tirado a Morgan antes que su novio? Sí, la dulce venganza era cada vez más dulce. Pero las emociones que recorrían a Jack tenían que ver más con el hecho de que Brandon jamás había tocado a esa mujer que él sentía como suya y sólo suya, que con la propia venganza. Morgan sería suya, sí. Pero primero, tenía que acabar esa difícil conversación.

—En realidad, no creo que pensaras que el sexo vainilla fuera a ser mejor conmigo. De hecho lo esperabas. La pregunta es, ¿por qué? No sé nada del novio que tuviste en la universidad, pero que eligieras a un jugador de fútbol americano y a un productor de televisión indica que tú, incluso de manera inconsciente, buscabas a un hombre con poder y dominio. ¿No es cierto?

La boqueada de Morgan le dijo a Jack que había acertado y que la había dejado estupefacta.

—Sí.

—¿Por qué rompiste el compromiso con el productor?

—Andrew y yo rompimos porque…

A ella le tembló la voz y apartó la mirada con una mueca de disgusto. Definitivamente allí había gato encerrado. Después de que hubiera llevado a Morgan a la cabaña, la había interrogado sobre su pasado sexual, y ella se había negado a responder a las preguntas sobre Andrew o por qué lo habían dejado.

—¿Porque…?

Ella lo miró con esos atormentados ojos azules, y Jack sintió esa mirada como una puñalada en el vientre. Sí, al final iba a obtener sus respuestas, pero a Morgan le estaba costando un gran esfuerzo dárselas. Le cogió la mano y se la apretó, esperando que ella comprendiera su mudo apoyo.

—Hubo bastantes razones. Pero el sexo… no es que nos fuera demasiado bien. No conseguía llegar al orgasmo con él. —Morgan vaciló y sacudió la cabeza—. Recuerdo que me gustaba su sentido del humor y su inteligencia, pero cuando me tocaba, era como si pensara que me podía romper. Siempre era suave y dulce. Y silencioso. No nos compenetrábamos. Apenas sentía nada.

Jack le acunó la cabeza con una mano y le acarició la sedosa maraña de cabellos rojizos. Quería consolarla, hacerla ver que no corresponder a unas caricias suaves, dulces y silenciosas no la convertía en una mala persona. Pero no podía interrumpirla. Tenía que quitarse ese peso de encima.

—Continúa.

Morgan suspiró.

—Me preguntó qué me pasaba, qué tenía que hacer para que las cosas fueran mejor. Confié en él. Parecía mundano y liberal. Así que le conté algunas de las fantasías que jamás le había dicho a nadie, esas fantasías… ya sabes. Le dije lo que pensaba acerca de…

—Ser atada, sometida y poseída. —Jack hubiera apostado todo lo que poseía a que sabía qué iba a decir Morgan a continuación—. ¿Qué te respondió?

Esta vez ella tragó saliva y cerró los ojos con fuerza. Una temblorosa lágrima resbaló por su mejilla. Jack quiso pegarle a algo. No, a alguien… a Andrew.

—Me llamó depravada. Me dijo que sólo una puta querría algo así. Me dijo que no continuaría la relación a menos que buscara ayuda profesional y que me quitara esos pensamientos de la cabeza.

¿Ayuda profesional? ¿Dónde estaba Andrew en ese momento? No quería patearle el trasero a ese bastardo, quería matarlo por haber hecho que Morgan llorara y dudara de sí misma.

—Espero que le dijeras cuatro cosas y lo mandaras al infierno —gruñó él.

—No con esas palabras. Le devolví el anillo y le dije que se lo quedara. —Se mordió el labio, y un brillo de picardía asomó a sus ojos azules—. Creo que le señalé que se consiguiera un pene de verdad.

Jack rió con alivio. La atrajo hacia él, sentándola en su regazo.

—Buena chica. No hay nada malo en ti, cher. —La miró directamente a los ojos, esperando que lo creyera—. Andrew es aquí el único que tiene problemas, menudo gilipollas. No le gustó que pusieses en duda su virilidad, tú eres más fuerte que él, y querías algo de alguien que no era lo suficientemente hombre para dártelo. No eres una depravada. Necesitas a alguien a quien le puedas confiar tu seguridad y tu placer, tu mente, tu cuerpo y tu alma. Y eso es lo que te hace tan maravillosa y perfecta.

Morgan apretó la mandíbula, luchando por contener las lágrimas. Y él no quería que lo hiciera. Era el momento de desahogarse y llorar de una vez por todas. Después, cuando estuvieran haciendo el amor, no habría tiempo para lágrimas.

—Dime —la persuadió—, no pasa nada.

—Es que no podía quitarme su voz de la cabeza. —Entonces fue incapaz de contenerse más. Las lágrimas anegaron sus ojos y resbalaron por sus mejillas, una tras otra. Morgan inspiró entrecortadamente—. Durante mucho tiempo, seguí oyendo su voz en mi cabeza diciéndome lo depravada que era. Que no era normal…, que estaba trastornada. Que era una puta.

Si ese imbécil estuviera allí ahora mismo, ni siquiera Dios podría haberlo salvado de la furia de Jack. Andrew casi había destrozado la sexualidad de esa hermosa mujer para seguir mintiéndose a sí mismo. Ya trataría con él más tarde. Jack se aseguraría de ello. Ahora, Morgan le necesitaba.

—No eres nada de eso. —Le enjugó las lágrimas con los pulgares, luego le besó las mejillas húmedas—. ¿Acaso os gustaba la misma pizza?

Ella frunció el ceño.

—Ni siquiera le gustaba la pizza.

—Definitivamente, a ese tío le pasa algo raro.

Morgan se rió entre lágrimas, y Jack le besó esa boca dulce e hinchada.

—Mi opinión, cher, es que no todo el mundo tiene el mismo gusto. Lo de la pizza es quizás un ejemplo demasiado simple, pero lo entiendes, ¿verdad? No dejes que su voz vuelva a entrar en tu mente.

Otra orden, y mucho más severa. Él no esperaba que ella le hiciera caso por completo en ese momento. Pero se conformaría con meter su propia voz en la mente de Morgan y expulsar la del gilipollas de Andrew.

—Y luego estaba mi madre. Poco después de romper el compromiso, vino a visitarme para consolarme. Encontró algunos de mis libros. Libros sobre Dominación y Sumisión…

Cher, las madres no quieren ni pensar en que sus hijos practican el sexo, y mucho menos del bueno.

Morgan le miró con los ojos llenos de lágrimas y asintió.

—Fue terrible. Crecí en una casa muy religiosa. El sexo era algo sucio para mi madre, algo malo. Decir que se escandalizó con mi biblioteca privada sería quedarme corta. —Se mordió los labios cuando nuevas lágrimas amenazaron con derramarse—. Me llamó lo mismo que Andrew. Anormal…, depravada.

Y oírselo a su madre le había hecho daño. Jack podía ver el tormento por el que había pasado.

—Son unos ignorantes y unos reprimidos —le aseguró Jack—. Ninguno de los dos comprende el profundo vínculo de confianza y comprensión que implican las relaciones de Dominación y Sumisión. Tú sí lo entiendes. Llevas años buscándolo sin ser consciente de ello. Ahora que lo has encontrado, eres demasiado lista para dejarlo escapar, ¿verdad?

Hubo una imperceptible vacilación. Una muy pequeña. Ya lo pagaría más tarde con su trasero, no porque él no entendiera sus dudas o porque ella necesitara pensar detenidamente las cosas, sino porque tenía que comenzar a asociar su culpabilidad con consecuencias desagradables.

Al final ella asintió con la cabeza.

—¿Estás dispuesta a aceptar ser quién eres de verdad?

Morgan vaciló de nuevo. Tragó saliva. Pero asintió con la cabeza.

—Sí.

Jack se levantó de la cama, dirigiéndole una mirada que exigía reconocimiento y obediencia. Se inclinó para recuperar la lencería que antes había dejado caer en el suelo con un diseño intrigante que se moría por volver a explorar. La puso en las manos de Morgan.

Los ojos abiertos y húmedos de Morgan eran como un faro azul, que brillaban con vulnerabilidad. Ella parecía una cría con la cara sin maquillar y manchada de lágrimas. Maldición, se había esforzado en tratarla con suavidad, como si se fuera a romper en mil pedazos. Había llegado el momento de ayudarla a recomponerse, de que confiara en él.

Morgan le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de él. Cuando él extendió la otra mano para acariciarle la mejilla, Jack vio algo nuevo en su cara. Vio determinación.

En ese momento, se permitió esbozar la sonrisa que había contenido antes.

—Vuelve a ponerte esto, junto con las medias negras. Ven a mi cuarto de juegos dentro de diez minutos. Te estaré esperando.

Cuadrando los hombros, Morgan alzó la mano ante la puerta negra y llamó. El sonido resonó en el pasillo oscuro. No iba a pensar en si estaba haciendo o no lo correcto. No iba a pensar más ni en Andrew ni en su madre. Lo que ellos opinaran no tenía importancia. No dejaría que la tuviera.

Jack le había abierto los ojos.

Su madre se convirtió en una mujer marchita y amargada, en el momento en que John Morgan Ross le rompió el corazón. Y en cuanto a Andrew, se dio cuenta de que era un ser frustrado. Andrew había convertido la angustia en una forma de arte. No quería ser feliz, y lo cumplía a rajatabla. Su relación con él siempre había sido una montaña rusa emocional, con escaladas y bajadas en un solo día… en una hora, si de Andrew dependía. La gente del plato de Provócame le había puesto el mote de «El rey del drama». Se había sentido amenazado ante cualquier alarde de fuerza por parte de Morgan, ante cualquier opinión que ella expresara. Negar la latente sexualidad de Morgan había sido su manera de conseguir que se sintiera tan frustrada como él.

Sí, todavía podía oír sus voces, sus calumnias, en la cabeza. Pero no iba a dejar que eso la convirtiera en una desgraciada. Aunque Morgan aún no estaba completamente a gusto con su sexualidad, sospechaba que con el paso del tiempo y otro hombre como Jack —él no era de los que mantenían relaciones a largo plazo— superaría su reticencia.

Intentó ignorar la punzada que sintió al pensar en no tener a Jack para siempre.

Así que se concentró en su cuerpo. El aire fresco le rozaba los pezones expuestos, el sujetador elevaba sus pechos invitadores. Bajó la mirada al tanga de encaje que ni siquiera le cubría el trasero ni le absorbía los jugos húmedos que resbalaban de su vagina, extendiéndose por el interior de los muslos. Sintió las ligas de las medias que se ajustaba a sus muslos, y enfatizaba el trozo de tela que le cubría los rizos húmedos.

Estaba nerviosa, sí, pero mucho más excitada. Y decidida a no examinar ni a juzgar lo que Jack y ella hicieran en esa habitación. Si la excitaba y le gustaba, simplemente lo haría.

Todo eso sonaba muy bien, pero no tenía ni idea de lo que Jack podía querer o exigir de ella, y eso la hacía consciente del dolor erótico y la necesidad que se estaba originando en su interior.

Jack abrió la puerta vestido con unos pantalones de cuero negro, y nada más.

La miró de arriba abajo, empezando por la boca hinchada que Morgan llevaba mordisqueándose los últimos diez minutos, bajando luego por la pálida curva de sus pechos y la piel desnuda de la barriga para centrarse en su entrepierna cubierta por encaje de seda.

Morgan observó su cara. Sus ojos desprendían calor. Las firmes líneas de su mandíbula estaban tensas. La mirada femenina descendió por los dorados músculos de sus hombros y por el ancho pecho, y siguió bajando hasta la gruesa erección que crecía a una velocidad sin precedentes.

A pesar de lo nerviosa que estaba, Morgan sonrió.

—No cantes victoria tan pronto. Esta noche tendrás que ganarte mi polla y tus orgasmos.

Su sonrisa vaciló. Si Jack lo notó, no dijo nada.

—Entra y siéntate sobre la mesa.

—Pero…

—No hables a no ser que te dé permiso. ¿Está claro? Niega o asiente con la cabeza.

Severo, intenso, hermoso. Morgan debería sentirse furiosa por su actitud arrogante. Pero sólo sentía curiosidad, humedad y deseo. Y una emoción electrizante.

Asintió con la cabeza.

Jack abrió la puerta un poco más para dejarla pasar, y ese gesto le pareció simbólico. El de una puerta que se abría hacia algo nuevo. Ella iba a abrazar esa parte de sí misma sin juzgarse, sin pensar en lo que dirían los demás.

—Siéntate —ordenó él—. No volveré a repetirlo.

Morgan se obligó a prestar atención. Ya tendría tiempo después para pensar. Ahora era el momento de obedecer. Con rapidez, atravesó la estancia y deslizó el trasero sobre la mesa, hasta quedar sentada. Cruzó las piernas, apretando los muslos con fuerza para aliviar el dolor, y esperó.

Con una mirada desafiante en sus ojos ardientes, Jack le colocó una mano en cada rodilla y le separó los muslos.

—No cruces las piernas delante de mí. Cuando estemos solos, quiero que estén bien abiertas, indicando que estás disponible y enseñándome esa dulce rajita mojada. ¿Entendido?

Quería sentirse enfadada por decirle cómo debía sentarse de ahora en adelante. Era demasiado exigente. Autoritario. Pero era excitante ver cómo la mirada de Jack observaba la carne mojada que acababa de exponer, y que acariciaba con los ojos. Una nueva y dolorida sensación latió en su clítoris, y pulsó suavemente al ritmo de cada latido de su corazón.

Y ella entendió. Por eso la excitaba tanto someterse a Jack. Él estaba pendiente de ella, concentrado en captar cada una de las sensaciones de Morgan. Llenaba de tal manera su mente con aquella experiencia sexual que era imposible que ella pudiera pensar en cualquier otra cosa.

Pronto, Morgan sentiría todo el poder masculino, toda la testosterona y el control enfocados en darle placer. Ante ese pensamiento, se ruborizó y casi se desmayó.

Y Jack ni siquiera la había tocado.

—¿Lo has entendido? —preguntó Jack, apretando los dientes.

Morgan asintió en silencio.

Él se dio la vuelta para abrir algunas cajas del mostrador que tenía detrás. Se metió algo, que ella no pudo ver, en el bolsillo del pantalón, luego se volvió hacia ella con algo brillante y dorado en las manos. Cuando lo sostuvo en alto, vio que era una gruesa cadena de oro con un rubí en forma de corazón. Era hermoso. Impresionante. Y demasiado grande para ser una pulsera. Aunque demasiado corto para colocárselo en el cuello y que el colgante reposara entre sus pechos. ¿Qué iba a hacer Jack con eso?

—Si aceptas ponerte esto, es que aceptas ser mía. Sólo mía. En el sexo, sólo harás lo que yo te diga, cuando yo lo diga, cómo yo lo diga y dónde yo lo diga. Si te pones esto, la palabra «no» desaparece de tu vocabulario. Me responderás siempre con un educado «sí, señor».

Él le acarició con el rubí un pezón desnudo y luego el otro. La fría gema le provocó una oleada de sensaciones que la obligó a inspirar entrecortadamente.

—Puedes hablar. Pregúntame lo que quieras antes de contestar.

¿Ser de Jack? ¿Esa noche? ¿Eso era lo que estaba diciendo? No era posible que ese hombre se estuviera refiriendo a algo duradero.

Morgan se humedeció los labios resecos. Estaba excitada y muy necesitada.

—No tengo preguntas, señor. Quiero ser tuya.

El pulso se disparó en la base del cuello de Jack. Él tragó saliva. La nuez osciló de arriba abajo. Eso significaba algo para él, y el hecho de que no lo pudiera ocultar le llegó al corazón. Pero la mirada de Morgan no se detuvo ahí, sino que se deslizó por los poderosos antebrazos, que se hincharon cuando cerró los puños y por el tenso abdomen plano, que parecía estar conteniéndose para no pasar a la acción, hasta llegar a su miembro. Jamás lo hubiera creído posible, pero le pareció todavía más largo.

—Yo también lo quiero, cher. —La mirada seductora de Jack parecía adorarla.

A Morgan le sudaban las palmas de las manos. Deseó apretar los muslos para aliviar el nuevo latido que él había provocado. Pero no se atrevió.

—¿Has entendido con claridad que, en cuanto te ponga esto, serás mía para que juegue contigo, te castigue, te atormente o te posea a voluntad?

«Sí. Maravilloso. Date prisa». La espera la estaba matando. Con rapidez, ella asintió con la cabeza.

—¿Entiendes que tu cuerpo me pertenecerá?

Ella asintió de nuevo.

—¿Que en el momento en que te indique que quiero usar tu boca, tu sexo, tu culo tienes que asumir la posición que te pida, cueste lo que cueste?

Morgan vaciló un momento, luego asintió con la cabeza. Lo desconocido, el sexo anal, y cualquier otra cosa que él pudiera imaginar, no la preocupaban. Tenía que confiar en que Jack se ocuparía de todo. Dios sabía que esas palabras evocaban las fantasías más profundas de Morgan, y apartaban a un lado sus reticencias pasadas y sus inhibiciones.

Le dirigió una mirada sumisa con los pezones duros como diamantes.

—Sí, señor.

—Yo me ocuparé de ti. Tienes que confiar en que sabré cuándo y cómo necesitarás mi pene. En que comprenderé cada una de tus fantasías y las haré realidad. Tienes que confiar en que sabré cuándo necesitas una buena zurra y cuándo que te tome entre mis brazos.

¿Tomarla entre sus brazos? ¿Para qué? ¿Para apoyarla? ¿Para amarla? Hablaba como si para él hubiera algo más aparte de esa noche. Como si todo eso fuera a ser para siempre…

—¿Entendido? —su voz fue suave, pero no por ello menos exigente.

No realmente. Pero estaba demasiado impaciente para preguntar.

—Sí, señor.

Sin decir ni una palabra más, él se colocó detrás de ella y le abrochó el colgante al cuello. Se ajustaba como una gargantilla, cómoda y no restrictiva. El rubí reposaba justo en el hueco de la base de la garganta, y se calentó con rapidez ante el contacto con su piel. Jack rodeó la mesa para mirarla.

—Te queda perfecta. —Con suavidad, le rozó el colgante con un dedo.

Su mirada jamás abandonó la suya. Nunca vaciló. Había un mundo de promesas y pecaminoso dominio acumulado en sus ojos. Morgan había visto a Jack de muchas maneras esos días: enfadado, dormido, protector, excitado. Pero jamás así: tan posesivo y completamente decidido.

Morgan exhaló un entrecortado suspiro de excitación.

—Perfecto —murmuró él—. Túmbate y mantén abiertas las piernas para que pueda ver esa dulce rajita tuya.

Morgan sólo vaciló el tiempo suficiente para recordarse a sí misma que había ido allí para estar con Jack, para experimentar todo lo que él podía hacerla sentir. Para aceptar su sexualidad.

La mirada oscura y hambrienta vagó sobre Morgan, calentándola por todos lados. Se le veía enorme desde esa posición. Se cernía sobre ella con los duros y firmes músculos de su torso ondeando con cada respiración. A Morgan se le secó la boca de repente.

Ahora, todo lo que ella tenía que hacer era confiarle a él su placer.

Lentamente, Morgan hizo lo que él le ordenaba y apoyó la espalda en la mesa con las piernas abiertas. Quería preguntarle lo que había planeado para ella, para ellos, pero sabía que no estaba permitido. Tenía que confiar en él. Hasta ahora le había confiado su vida, y todavía estaba viva.

Quizá por primera vez, completamente viva.

Durante un largo momento, él no hizo nada más que contemplarla, con su oscura mirada penetrando en su cuerpo y en su mente. Morgan no podría haber apartado la mirada de él ni aunque le fuera la vida en ello. Pero romper el vínculo entre ellos era lo último que deseaba. Esa certeza la aturdió y le estremeció el corazón. La dejó jadeante, en suspenso. Atormentada por la anticipación. Esperando.

—Cierra los ojos.

Oh, ¿qué tenía planeado hacer? Si no podía ver lo que tenía pensando hacer… Morgan no estaba segura de poder manejarlo. Pero el peso de la gargantilla que rodeaba su cuello le recordó todo lo que había aceptado. Jack arqueó las cejas negras, advirtiéndola de que no aceptaría ni una vacilación más.

Con el corazón acelerado, Morgan cerró los párpados, dejando de ver a Jack y cualquier cosa que él pudiera hacer.

Un momento más tarde, algo sedoso y cálido le rozó la cara. Jack se lo ajustó sobre los ojos, luego lo ató en la parte de atrás de su cabeza. Le había vendado los ojos. Morgan tragó saliva. Dios, él quería que ella estuviera completamente a ciegas, que confiara en él plenamente.

Morgan respiró hondo para tranquilizarse. Se enfrentaría a eso con confianza y optimismo. Podía hacerlo, a pesar de los latidos acelerados de su corazón.

Jack se inclinó hacia delante. Ella podía sentir su calor y el maravilloso aroma a almizcle. La tranquilizó y al mismo tiempo la hizo ser más consciente de sí misma como mujer, incluso se humedeció aún más.

Sus labios se posaron sobre los de ella como un susurro. Un roce divino, un sabor cálido, un toque prohibido de su lengua.

—Gracias por confiar en mí.

Ella se relajó en la mesa y arqueó el cuello para recibir más besos.

Pero en su lugar sintió la presa de sus dedos en torno a la muñeca derecha. Él le levantó la mano, llevándola unos centímetros más a la derecha. Morgan sintió el frío metal cerrarse en su muñeca con un chasquido. No le apretaba. Y sin embargo la inmovilizaba. No había manera de que pudiera mover ese brazo. Jack repitió el proceso con la otra muñeca. Luego le inmovilizó los tobillos de la misma manera, asegurándoselos a los lados de la mesa con las rodillas dobladas y los muslos abiertos.

—Con el tiempo —murmuró él— y, estoy seguro de que con los castigos apropiados, aprenderás a confiar en mí como deberías.

La suave nota de censura reverberó en el estómago de Morgan como una advertencia. Sin que se lo hubiera dicho, supo que se merecía ese castigo ahora.

Aun así, la repentina palmada de Jack en el montículo de su sexo conmocionó a Morgan. La sensación vibró a través de ella, bajándole por los labios inferiores. Luego el latido se centró en su clítoris, aunque no era doloroso. Sintió que el deseo reemplazaba la sorpresa y la inundaba de inmediato, con una feroz necesidad que le tensó el cuerpo y se centró entre sus piernas.

Jack repitió la acción, pero esta vez con un poco más de dureza. El feroz latido se hizo monstruoso, haciendo que se retorciera bajo su presa. Morgan se mordió los labios para contener un gemido.

De nuevo, Jack le palmeó el monte de Venus con más fuerza. La sensación la atravesó, reverberando en su vagina. Era una mezcla de dolor y placer. La necesidad apremiante la puso tan tensa que ahogó cualquier pensamiento. El gemido, que había estado conteniendo, escapó de su garganta y rompió el silencio que había entre ellos.

—Otro gemido más, y el dolor será más intenso que el placer. Me lo reservaré… a menos que vaciles otra vez. ¿Entendido? Niega o asiente con la cabeza.

El ronco sonido de la voz masculina la inundó, provocando una nueva oleada de excitación. Él ya había reducido toda su existencia a los latidos de su corazón, a la pulsación de su sexo, y al vínculo que parecía existir entre ellos.

Finalmente, se dio cuenta de que Jack estaba esperando una respuesta. Asintió con la cabeza.

—Bien. Esta noche, prefiero darte placer que castigarte.

El sonido de pasos a través del suelo de madera le indicó que él se había dado la vuelta y había cruzado la habitación. ¿Se marchaba? ¡No! Morgan había olvidado sus inhibiciones, había decidido aceptar lo que él quería compartir con ella. Una súbita desilusión la inundó, e intentó librarse de las esposas de sus muñecas y tobillos.

Luego el ruido de pasos —que tenía cierta cadencia militar— anunció su regreso.

—No vas a ninguna parte. Ni yo tampoco —le aseguró él, colocando la palma de la mano en su estómago. La piel de Jack era como hierro candente, una promesa de que la haría completamente suya.

Morgan se tranquilizó, más aliviada de lo que ella hubiera creído posible.

La lengua mojada de Jack rozó la curva de su pecho. Un dedo siguió el suave valle entre sus senos, luego, lentamente, lo introdujo bajo el borde del provocativo sujetador, acercándose a la sensible areola. Ella se arqueó en una muda invitación.

Él la ignoró.

—Tus pezones son de un rosa más pálido que el rubor —murmuró, exhalando su cálido aliento directamente contra uno de los botones tensos—. Se ponen de un dulce e intenso color rosado cuando estás excitada.

Mientras jugaba con su boca sobre su pecho, Jack volvió a mover el dedo, dibujando un círculo caprichoso sobre el seno.

—Tus pecas son fascinantes, me pasaría las veinticuatro horas del día buscando todas y cada una de ellas para lamerlas hasta que me supliques que te folle. Pero no ahora.

Dios, sus palabras eran como acercar una cerilla a un barril de pólvora. El latido que él había provocado entre sus muslos se transformó en un dolor insoportable, tan fuerte que el sudor comenzó a resbalar por su frente. Encogió los dedos de los pies ante la necesidad. Ahora sus pechos estaban tensos, reclamando que él hiciera algo —lo que fuera— para aliviar el inclemente placer que demandaba el cuerpo de Morgan.

Y sólo llevaba allí cinco minutos.

—Esta noche, mi misión será ver lo oscuros que puedo llegar a poner esos dulces pezones rosados.

Antes de que Morgan pudiera siquiera considerar lo que quería decir, la lengua de Jack aguijoneó la dura cima una vez, dos veces. La torturó con ligeras estocadas, haciendo que su corazón latiera a un ritmo acelerado. Daba la impresión de que tenía la intención de matarla muy lentamente. Morgan gimió.

Jack chupó el pico sin piedad, como si quisiera tragarlo entero. Sus dientes apresaron con fuerza el pezón de Morgan mientras lo succionaba con la boca. La explosiva sensación —medio placer, medio dolor— atravesó sus pechos y se extendió por todo su cuerpo hasta que, como un relámpago, estalló entre sus piernas.

Morgan jadeó. En respuesta, él la mordió con más dureza y la chupó con más fuerza. El nuevo dolor la bombardeó como si fuera alfilerazos helados, que tensó sus pezones todavía más. Morgan se quejó.

—Aguanta el dolor, cher. Aguántalo por mí. Puedes hacerlo.

Por alguna razón, decepcionarle no era una opción. Asintiendo, Morgan apretó los labios.

Jack metió el mismo pezón de nuevo en su boca, mordisqueándolo otra vez mientras lo succionaba sin piedad. El dolor volvió a atravesar el cuerpo de Morgan. Esta vez, fue seguido por un sorprendente y delicioso estremecimiento de placer. El quejido que había soltado antes se convirtió en un gemido.

Al día siguiente tendría los pezones lastimados, pero no le importó. Lo que él estaba haciendo, le dolía pero la excitaba sobremanera, la hacía temblar con un erótico dolor y una ávida sensación sexual al mismo tiempo.

Esto era todo lo que ella había soñado; sus más profundos y oscuros deseos.

Un momento después, Morgan sintió la presa de sus dedos en el otro pezón y lo atormentó sin piedad. Él retorció el duro brote, arrancándole otro gemido. El pellizco coincidió con un erótico mordisco en el pezón que tenía entre los labios.

Morgan jadeó.

—Eso es —la elogió, aliviándola suavemente—. Precioso.

Con el pulgar, jugueteó con el mojado pezón. Placer, dolor, placer otra vez. Los límites se desdibujaban. Todo lo que ella sabía era que deseaba que Jack la cubriera, la llenara, la hiciera correrse, la hiciera suya; Dios la ayudara para sobrevivir a esa noche.

Levantando las caderas, Morgan se retorció intentando atraerlo, implorando en silencio.

La risa retumbó en el pecho de Jack.

—Oh, por supuesto que me tientas, cher. Pero todavía no. Aún queda mucho por hacer.

Ella emitió un nuevo gemido de protesta, hasta que algo afilado y metálico le pellizcó el húmedo pezón. El gemido de Morgan acabó en un grito ahogado que no pudo contener.

—¡Oh, Dios mío! —jadeó ante el dolor.

—Lo sé. Respira hondo. Tengo el presentimiento de que acabarás apreciando el mordisco de las pinzas. Antes o después.

No. Era terriblemente doloroso, rozaba el límite de la crueldad. Morgan aspiró profundamente. No le ayudo. Aspiró de nuevo.

Jack bajó la boca al otro pezón, con el que sus dedos habían jugueteado previamente. Una suave succión, un suave roce. El contraste de las sensaciones la mantenía en vilo. El latido de su clítoris pulsó de nuevo con intensidad. Su vagina se contrajo con fuerza, dolorosamente vacía. Morgan se arqueó. Retorció las caderas con desasosiego. ¿Qué le estaba ocurriendo?

Jamás había estado tan excitada en toda su vida.

El dolor que sentía en el otro pezón comenzó a perder intensidad cuando se acostumbró a la sensación. El aguijón se acabó convirtiendo en una presión entumecida. Y la atención de Jack en la dura punta que tenía en la boca se hizo más áspera.

—¡Jack! —gritó Morgan, clavando los dedos en el cuero negro que cubría la mesa.

En un abrir y cerrar de ojos, su boca abandonó el pecho y volvió a darle una palmada en el monte de Venus. Una serie de estremecimientos recorrieron el cuerpo de Morgan como un grito. El clímax burbujeó entre sus piernas, y levantó las caderas para ofrecerse de nuevo.

—No es así como debes llamarme —gruñó él.

—Señor —jadeó ella—. Señor, por favor.

—Te tomaré, pero no antes de que esté preparado. No hasta que tú estés preparada. Ahora cállate antes de que me arrepienta y te caliente el trasero.

Sus palabras acabaron con sus esperanzas de alivio. Se mordió el labio con fuerza, intentando contener un gemido de protesta. Pero no sirvió de nada cuando Jack cerró los dientes en su pezón, lo mordió y lo chupó con dureza, arrancándole un gemido.

La voz de Jack vibró profundamente en su interior, reverberando en su clítoris. Morgan estaba siendo torturada en el potro del placer. Las asombrosas sensaciones se apilaban una sobre otra, ahogando cualquier pensamiento o disconformidad. Estaba más dolorida de lo que nunca hubiera soñado, más de lo que hubiera creído posible. Y él ni le había tocado la vagina ni la había penetrado.

En ese momento, otra pinza se le clavó en el otro pezón, hundiéndose en su piel y su cuerpo reaccionó con más violencia. Una bola ardiente de placer se estrelló directamente contra sus pechos, descendió entre sus piernas, y se unió al incendio que ya la hacía arder. Si Jack la tocaba allí, aunque sólo fuera una vez, temía que saldría disparada como un cohete, por mucho que él le exigiera que contuviera el clímax. El orgasmo sería tan descomunal y arrollador que se la tragaría por completo. Morgan luchó contra ello, negando desesperadamente con la cabeza. Comenzó a transpirar. Se agarró a la mesa con más fuerza.

El latido seguía creciendo y creciendo. ¿Cuándo llegaría al cénit?

—Y ahora estos pezones son de un rojo profundo y excitante, hermosos —murmuró él.

Morgan jadeaba y gemía cuando Jack le soltó las muñecas y los tobillos. La ayudó a poner las piernas —que parecían de goma— sobre el suelo. De nuevo, ella se preguntó qué habría planeado él, pero se dio cuenta de que no importaba. Le daría un asombroso placer. Y tarde o temprano, él haría estallar ese latido que palpitaba en su interior.

De buena gana, se abandonó a sus brazos. Él le inclinó la cabeza hacia atrás y se hundió en su boca con un beso devorador. Un beso hambriento y posesivo. Morgan respondió, saliendo a su encuentro y entrelazando su lengua con la suya.

—Desafías mi control, cher, con solo estar así, absolutamente hermosa y sometida. Nadie me ha tentado nunca tanto, ni con tanta rapidez —dijo con voz ronca contra la garganta de Morgan, luego se movió para mordisquearle el lóbulo de la oreja—. Apenas puedo esperar para hundirme en ti y mostrarte todos estos nuevos placeres.

Con desasosiego, Morgan cambió el peso de pie. Tampoco ella podía esperar a tener a Jack enterrado profundamente en su interior. Lo quería ya. En ese mismo momento.

Jack la hizo girarse y le agarró los bordes del tanga de encaje. La humedad que manaba de su interior y que empapaba la delicada tela, se extendía como un reguero por el interior de sus muslos.

—Estás tan jugosa como un melocotón dulce y maduro —la elogió mientras la hacía inclinarse sobre la mesa.

Ella gimió cuando las pinzas de sus pezones entraron en contacto con la superficie de la mesa y un nuevo escalofrío de dolor recorrió su espalda y empapó su canal. Se tensó, luchando consigo misma, deseando meterse la mano entre las piernas para frotarse furiosamente el clítoris hasta hacerlo explotar. Pero de manera instintiva, sabía que eso tendría como consecuencia un duro castigo. Con otro gemido, logró controlarse.

—Buena chica. Tan hermosamente sumisa, cher. ¿Quieres que te posea?

A Morgan no le importaba lo que tuviera que decir si con ello conseguía que Jack la hiciera explotar.

—Sí —dijo entre jadeos—. Sí, señor. Por favor…

Arrodillándose, Jack le quitó el tanga, deslizando la tela húmeda por su piel. Luego le esposó el tobillo a la pata de la mesa y le lamió el muslo mientras subía, más y más cerca del corazón de su latido. Ella ardió con una necesidad anhelante y gimió cuando la boca de Jack se acercó a su sexo.

Él se rió y se inclinó para esposarle el otro tobillo, luego lamió los jugos que resbalaban por sus muslos… pero no le concedió alivio a su empapada entrepierna. En su lugar, se apartó; el ruido de sus pasos la avisó de su retirada. Sintió movimientos, el suave roce del plástico contra el plástico, la apertura de un cajón. Dios, ¿por qué Jack no se daba prisa?

—Ah, sí —masculló él, aparentemente satisfecho. Luego se volvió hacia ella—. Te has ganado una recompensa.

«¡Sí!». La emoción, la necesidad y el deseo resurgieron ante sus palabras, se anudaron en su clítoris y esparcieron una nueva calidez en su corazón. Se alegró absurdamente de haberlo complacido, y se sintió muy orgullosa consigo misma por haberse sometido por completo. Por supuesto, quería con todas sus fuerzas esa recompensa.

Oyó un susurró de ropas, que acrecentó su anticipación. Desnudo. Él tenía que estar desnudo. Retorció el trasero para atraer su atención.

—Te excita que te elogie. —La falsa reprimenda vino acompañada por una repentina y dolorosa palmada en su trasero.

La risa que asomaba a la voz de Jack le hizo apretar los dientes.

—Estoy perdiendo la paciencia y ya he perdido el sentido del humor —protestó Morgan a sabiendas de que Jack se enfadaría mucho. Pero no podía detenerse. La había presionado demasiado.

Jack no dijo nada, simplemente se acercó un paso a ella y cubrió su trasero. Un infierno formado por músculo masculino y piel almizcleña la envolvió. La firme y gruesa columna de su erección le rozó la hendidura entre las nalgas. Morgan volvió a arañar la mesa acolchada.

Por lo que Jack le agarró las muñecas y se las esposó de nuevo.

Antes de que el resonar del último chasquido se apagara, se escuchó el sonido de una palmada en su trasero.

El ardor le calentó la nalga y luego se extendió hasta su necesitado sexo. ¿Iba a seguir jugando con ella? Maldita sea, ya había tenido suficiente.

—Jack. Señor… —se corrigió—. N-no puedo resistirlo más. Por favor, tómame.

—Cuando yo quiera y cómo yo quiera —gruñó él, puntualizando sus palabras con otra nalgada.

Una nueva oleada de calor se originó en su interior, poniendo fin a su arranque de genio.

De repente, Morgan sintió que los dedos de Jack indagaban en su trasero, serpenteando entre sus nalgas y extendiendo entre ellas un líquido frío.

«¿Lubricante? Oh, Dios».

El latido ronroneó con la fuerza de un motor Indy 500. Esa misma mañana le había dicho que él tenía intención de reclamar su trasero e iniciar una larga cabalgada. ¿Lo haría…?

La presión de dos dedos lubricados dentro de su trasero interrumpió la pregunta a medio formular. El estiramiento y el ardor de su carne apretada y virgen la inundaron. La presión fue seguida por una sensación de plenitud. Y cuando él movió los dedos en su interior, su cuerpo se opuso levemente, pero luego, el placer anuló su capacidad de raciocinio.

—Eso es. —Jack le agarró de la cadera con la mano libre y la alentó a que saliera al encuentro de los dedos invasores.

Ella gimió.

—¿Te gusta?

Casi sin pensar, casi en contra de su voluntad, ella dijo jadeando:

—Sí.

Los dedos se detuvieron.

—¿Sí?

—Sí, señor.

—Excelente. Veamos lo mojada que estás.

Jack apartó la mano de su cadera y rodeó con ella el cuerpo de Morgan, buscando el nudo hinchado y duro de su clítoris.

Ella gritó cuando los desgarradores estremecimientos atravesaron su vientre con ese simple toque.

Los dedos penetraban en su culo y frotaban su clítoris. Sintió que la sangre se le agolpaba entre las piernas, y que el placer amenazaba con escapar a su control. Intentó contenerlo, pero no fue capaz. Sintió los primeros estremecimientos del orgasmo.

Y Jack también.

—Nada de correrte —le ordenó, apartando los dedos de su clítoris y de su ano.

—Señor, por favor. ¡Por favor!

—Cuando imploras tan dulcemente, ¿cómo puedo negarme? —le murmuró en el oído—. Pero debo…

Él se retiró un momento, y ella lamentó la pérdida de su carne caliente contra la de ella, del calor de ese cuerpo penetrando en su piel. Un rasgón, un chasquido. Morgan se dio cuenta de que había cogido un condón. ¡Gracias a Dios!

Pero sólo tuvo un momento para celebrarlo antes de que él le abriera las nalgas y de que ella sintiera el enorme glande de su lubricado miembro contra el ano.

—Empuja y méteme en tu interior. Haré que te corras de tal manera que gritarás hasta quedarte ronca.

«Sí. ¡Por favor, sí!».

Morgan echó las caderas hacia atrás, empujando. El grueso glande se deslizó en su interior, presionando y quemando. Dolía. Oh, Dios… no iba a funcionar, no entraría. Cada vez que él se movía, incluso cada vez que respiraba, el dolor la recorría de pies a cabeza. Con desesperación, arañó de nuevo la mesa, gimiendo.

Luego, él se deslizó tras el apretado anillo de músculos y penetró en su interior lentamente. Muy lentamente. Morgan jadeó cuando él introdujo un centímetro más en su cuerpo, cada vez más profundo, en un recorrido aparentemente interminable, placentero y doloroso a un mismo tiempo.

Cuando ella ya estaba de puntillas, cuando pensaba que no podría albergar ni un centímetro más del pene de Jack, Morgan sintió el roce suave de sus testículos contra sus nalgas. Lo tenía dentro por completo.

—Eres muy estrecha —gimió él—. Me vas a hacer perder el control cada vez que respires.

Morgan ciertamente así lo esperaba. Ese orgasmo pendiente todavía burbujeaba bajo la superficie de su piel, esperando un roce más en su clítoris, una larga embestida de su polla.

Pero Jack contuvo las caderas de Morgan con dedos insistentes, respirando hondo una vez y luego otra.

—No voy a durar mucho —graznó—. Y tú tampoco.

Dicho eso, se retiró casi del todo, luego volvió a penetrar por completo las profundidades de su ano. La pervertida y ardiente presión hizo que Morgan cerrara los puños sobre la mesa. Placer y dolor. Prohibido y fabuloso. Oh, ella quería perderse en esa sensación. Estaba cerca. Tan condenadamente cerca…

Jack le arrancó la venda de los ojos. Morgan parpadeó, intentando acostumbrarse a la luz rojiza que tenía sobre la cabeza. Ver bien de nuevo no le hizo perder los sentidos del tacto ni del olfato en absoluto, no le pasó desapercibido el espejo que había al lado de la puerta y vio el reflejo de Jack mientras se contenía, con los músculos de los hombros acordonados y el cuello tenso. Las venas se le hinchaban en los antebrazos y los nudillos de los dedos que agarraban sus caderas estaban blancos.

—Obsérvanos —le ordenó—. Mira cómo poseo tu culo virgen y apretado.

Morgan lo observó, incapaz de evitarlo mientras él la penetraba con rítmicas embestidas; salía y entraba con fuerza, llenándola mientras intentaba prolongar tan novedoso placer, tan intenso que apenas lo podía soportar. Ella gimió, perdida en la imagen, en las sensaciones de su interior.

—Una última cosa y dejaré que te corras, cher.

Morgan se lamió los labios resecos.

—Sí. Lo que sea, señor.

—En las fantasías que le contaste a Andrew, ¿mencionaste que te gustaría ser esposada?

—Sí, señor.

—¿Le dijiste que querías que te prendieran los pezones?

—No.

—¿Te gusta? —él se estiró para alcanzarlos y dio un suave tirón de la cadena que unía las pinzas.

Una oleada de dolor y éxtasis se extendió desde los pezones de Morgan, envolvió su cuerpo e hinchó todavía más su clítoris.

—Sí.

—¿Le dijiste que querías que te poseyera por el culo?

—Sí, señor.

Y Jack lo hizo, dos agridulces envites, uno lento, otro rápido y profundo, hasta la empuñadura. Morgan jadeó y gimió. No podía soportarlo más.

—¡Por favor, señor!

—Casi está —prometió—. ¿Qué más le dijiste que querías?

«No». Si le decía eso… no. ¿Qué pensaría él?

—E-eso es todo —mintió.

Él le palmeó las nalgas y se hundió rápidamente en ella con una serie de estocadas rápidas y fuertes. Morgan gritó. Más ardor se añadió al fuego que le quemaba entre las piernas. Maldita sea, ¿por qué no podía llegar? El ardor del clímax era mucho más grande de lo que nunca había sentido. A esas alturas ya debería de haber explotado.

¿Acaso su cuerpo había aprendido a esperar las órdenes de Jack?

—Miénteme otra vez y me masturbaré, me correré a tus pies y te dejaré aquí dolorida toda la noche.

Morgan tragó; no dudó ni por un momento de que Jack cumpliría esa amenaza.

—Por favor, no me lo hagas decir, señor.

—Es tu última oportunidad —le espetó, deteniendo sus envites por completo—. O saldré de tu cuerpo.

Ella cerró los ojos y apretó los párpados, impotente entre las necesidades de su cuerpo y sus miedos. ¿Le escandalizaría a él también? ¿Pensaría Jack también que era una puta depravada?

—Dímelo —la alentó.

Con un suave tirón, Jack removió las pinzas de sus pezones. La sangre volvió a centrarse allí, hinchando las cimas con un violento despliegue de necesidad. ¡Sí! Luego la sensación bajó vertiginosamente hacia su clítoris.

Mientras llegaba allí, él tanteó en ese lugar otra vez, los dedos revolotearon cerca de su dolorido botón y Morgan pudo sentir el calor de su mano. Pero él no le tocó el clítoris. Morgan gimió. Todo lo que tenía que hacer era ser sincera sobre ese espantoso secreto y él le daría el mejor orgasmo de su vida.

Ése era Jack. Él comprendía sus fantasías. Estaba claro que él tenía también las suyas. Hasta el momento, le había dado todo lo que su cuerpo había ansiado en secreto. La ayudaría también con eso. Tenía que creer que lo haría. Tenía que confiar en él…

—Dos hombres —farfulló mientras abría los ojos para buscar la mirada de Jack en el espejo de la puerta.

Pero lo que se encontró fue a Deke en el umbral, observándolos.

Agrandó los ojos, y se retorció bajo Jack, intentando escaparse. Pero con las muñecas y los tobillos esposados, no podía ir a ningún sitio.

Ni lo hizo Deke. Permaneció allí parado, mirando fijamente cómo Jack le penetraba el ano. El brutal calor del deseo que se reflejó en la cara del gigante rubio, junto con la gruesa protuberancia de su miembro en los pantalones, la hizo arder. Los ojos azules de Deke capturaron los suyos, y la necesidad pura y dura se abrió camino en su cuerpo.

Morgan apartó la mirada y vio a Jack en el espejo a la derecha de Deke. La oscura mirada conectó con la de ella, clavándola en el lugar.

—¿Qué? —ladró Jack.

—Deseo a dos hombres. —Las palabras salieron de golpe.

Jack le agarró las caderas para penetrarla con una furia y una urgencia renovadas.

—¿Qué te posean a la vez?

—Sí —ella logró decirlo entre los gemidos de placer.

Una maldición escapó de los labios de Deke mientras se ajustaba la bragueta de los vaqueros. El corazón de Morgan latía con tanta fuerza que apenas oía nada más.

—¡Mírale! —rugió Jack, rodeando su cuerpo con una mano para alzarle la barbilla y obligarla a mirar a Deke.

Y él le devolvió la mirada. Esos ojos azul claro recorrieron su piel desnuda como ácido sulfúrico mientras Jack la taladraba con lentas e implacables embestidas en ese canal prohibido. Ella podía sentir cada duro centímetro y vena de su polla; el pesado glande le rozaba todas las terminaciones nerviosas con cada envite, impulsándola hacia el orgasmo.

—¿Quieres tener la polla de Deke en tu vagina mientras yo poseo tu culo? —murmuró con voz áspera en su oído.

Incluso esas palabras consiguieron que su necesidad se volviera aún más dolorosa.

—Sí, señor —sollozó, arañando la mesa. La idea convirtió el ardor de entre sus piernas en un infierno que estaba a punto de estallar, dando lugar a una hecatombe que iba más allá de sus fantasías—. ¡Dios mío, sí!

—Jack, tócale el clítoris antes de que le dé algo a esta pobre chica. Necesita correrse —señaló Deke con la voz calmada y, a pesar de todo, llena de deseo.

—No me digas cómo tengo que follar a mi mujer —gruñó.

—La estás presionando demasiado y demasiado rápido. No está acostumbrada. La estás destrozando.

Detrás de ella, Jack masculló algo claramente desagradable sobre Deke. Pero siguió la sugerencia de su amigo. Sólo por eso, Morgan le dio gracias a Dios.

Unos segundos después, los dedos de Jack le tocaron el clítoris, el sordo latido de su entrepierna se convirtió en una dura y oscura bola de fuego que atravesó y atormentó su piel.

—¡Córrete! —gritó Jack.

Las agudas y dolorosas sensaciones ardieron desde su interior mientras ella explotaba en mil pedazos.

Morgan gritó mientras se convulsionaba en torno a Jack, apretando su miembro con fuerza. La afilada cresta del orgasmo se estrelló contra ella y todo lo demás desapareció. Lo único que podía sentir era a Jack y un placer tan liberador y sublime, tan perfecto, que casi perdió el sentido. El corazón amenazaba con explotarle en el pecho.

En ese instante, sintió que las manos de Jack se aferraban a ella, notó sus dientes en el cuello y luego el endurecimiento de su erección en lo más profundo de su interior. Un largo y ronco gemido surgió del pecho masculino.

Jack aminoró el ritmo hasta detenerse. Morgan cayó desmadejada sobre la mesa, totalmente agotada. Aun así, era consciente de la mirada de Deke sobre su cuerpo.

Pero lo peor era la tensión que sintió en Jack a sus espaldas.

De repente, él se retiró de su cuerpo, se quitó el condón y lo lanzó al cubo de basura de la esquina.

—¡Hijo de perra!

Jack le dirigió a Deke una mirada endiablada mientras se dirigía a la puerta completamente desnudo.

¿Qué…? Morgan observó atontada a Jack. ¿A dónde iba?

En cuanto alcanzó el umbral, Jack se volvió hacia ella con una mirada penetrante y furiosa, como si Morgan le hubiera traicionado de alguna manera. El dolor y la cólera eran patentes en esos ojos.

Luego cerró la puerta de golpe.