«Terminaremos más tarde».
Las palabras de Jack resonaban en la mente de Morgan mientras Brice se mostraba encantador con ella durante el desayuno.
Regañó al anciano por que en vez de ropa de vestir sólo le hubiera llevado lencería. La oscura y risueña mirada, la amplia sonrisa, y el encogimiento de hombros que le dirigió en respuesta indicaban que no se arrepentía en absoluto.
Y Jack… su mirada la hacía arder, recordándole sus anteriores palabras: «Terminaremos más tarde».
Morgan quería borrar aquellos recuerdos, ahogar la voz que resonaba en su mente. Por encima de los huevos revueltos que ambos hombres habían condimentado con tabasco, Jack la miraba como si Morgan fuera un cruce entre un enigma indescifrable y un bocado apetecible. Como algo que codiciara y tuviera intención de poseer.
Maldita sea, ¿por qué le había dicho que sí a Jack y a su cuarto de juegos? Intentar negarse tras haber disfrutado de aquel exquisito placer le había parecido casi imposible.
Pero decir sí había sido lo más fácil —obligatorio incluso— con la boca de él gravitando sobre ella, mientras estaba al borde del clímax. Ahora que el placer no anulaba su capacidad de respirar y pensar, Morgan no estaba segura de que haber cedido, dándole lo que él quería, hubiera sido una buena idea. No sólo cambiaba las cosas entre ellos, sino que la cambiaría a ella para siempre. Desde que estaba con Jack, sus fantasías eran más urgentes y explícitas. Los impulsos que siempre había tenido ahora la acosaban en forma de sensaciones y recuerdos, obsesionándola con la imagen de Jack.
Deseaba a Jack, y deseaba disfrutar del intenso placer que él le proporcionaba. El hecho de dejarse llevar por las sensaciones que Jack provocaba en su cuerpo la hacía sentirse más viva, más… completa. ¿Tenía sentido?
«Terminaremos más tarde». Sintió el peso de la mirada penetrante de Jack y Morgan supo qué estaba pensando.
¿Debería o no debería hacerlo?
Como todo lo que tenía que ver con Jack, la promesa que le había hecho la avergonzaba, pero a la vez la hacía sentirse dolorida y temblorosa de necesidad. Esa mañana en el porche… Dios, todavía podía sentir la boca de él en su sexo, penetrando en ella con la lengua, tomando posesión de cada punto sensible. Le había arrebatado la capacidad de pensar. Había inundado cada parte de su cuerpo con un éxtasis capaz de desafiar las palabras, algo que le hacía imposible huir de las sensaciones que él derramaba sobre ella como si fueran miel dulce y caliente.
Y para colmo aún seguía sintiendo esa condenada curiosidad —y excitación— ante cualquier cosa que él pudiera hacer en ese toallero y en esa mesa con esposas. Y con los otros artículos que era demasiado ingenua para nombrar. Cuanto más intentaba huir de sus deseos, más insistentes se volvían éstos, apoderándose lentamente de su cuerpo como si fuera una enredadera.
¿Qué ocurriría si le permitía a Jack cumplir la amenaza de terminar lo que habían empezado? ¿Sería tan terrible permitírselo aunque sólo fuera una vez? Nadie más, aparte de ella y Jack, lo sabría.
Mordiéndose los labios, observó la impaciencia de Jack cuando Brice se quedó un rato más después de tomar el café. Los oscuros ojos prometían placer, y un leve indicio de dolor. Su intención de poseerla totalmente se reflejaba en la seductora mirada. Ella tragó saliva ante la mezcla de miedo, emoción y anticipación que le retorció el estómago. La atracción era cada vez mayor. Jack tiraba de ella, como si entre ellos hubiera una cuerda invisible que se hiciera más y más corta a cada hora que pasaba.
No tenía sentido desear con tanta desesperación a alguien que había sacado sus peores impulsos. Alguien que la llevaría a un lugar más allá de las normas, algo que horrorizaría a su madre y que enfermaría a hombres como Andrew. Si permitía que Jack siguiera adelante con su plan, la arruinaría para las caricias de otro hombre. No podría vivir consigo misma después de que él la hubiera convertido en una depravada sumisa; le sería totalmente imposible. Ser una esclava sexual no iba con ella. No le gustaba recibir órdenes, o que le dijeran lo que podía hacer o lo que no. Su madre había empezado a llamarla marimacho independiente cuando cumplió los doce años.
Pero con Jack…, Morgan suspiró. Sus órdenes lograban penetrar en su interior, no sólo en su cuerpo, sino también en su mente, en su alma. Las cosas que él le exigía nunca dejaban de sorprenderla, y aun así, las cosas que él le había ordenado hacer, eran algo con lo que siempre había soñado. Algunas veces se preguntaba cómo podía leerle la mente. La sorprendía, la avergonzaba, la hacía ansiarle más que cualquier otra cosa.
En el fondo, Morgan se veía incapaz de luchar contra lo que ambos deseaban.
Quizá… quizá debería acceder a estar juntos de nuevo y averiguar la verdad sobre sus deseos. Jack no le haría daño a propósito, no más allá de un pequeño dolor erótico. La opinión de su madre o de Andrew no tenía importancia allí, en un mundo apartado de la civilización. Podría disfrutar de ese tiempo secreto, antes de que atraparan al acosador y de que ella regresara a la realidad.
Brice se marchó poco después del mediodía. Morgan sabía que Jack querría retomar con rapidez el punto donde lo habían dejado esa mañana. Como cualquier mujer ansiosa, Morgan quería estar lo más guapa posible. Se retiró al cuarto de baño cuando Jack acompañó a Brice hacia el embarcadero y se permitió un baño relajante y secarse el pelo a conciencia. Lamentó no tener maquillaje, por lo que no había manera de suavizar las pecas de la cara. Se humedeció los labios, se pellizcó las mejillas y se encogió de hombros. Era lo más que podía hacer.
El ruido de pasos en el pasillo la sacó de sus pensamientos.
Jack. Pronto llamaría a la puerta con golpes exigentes.
Contuvo el aliento. ¿Estaba preparada? ¿Podría manejarlo? Soltó un suspiro tembloroso, dividida entre su mente racional y su exigente cuerpo. Hasta ese momento siempre había prevalecido su lado racional, pero desde que había conocido a Jack, eran los deseos de su cuerpo quienes ganaban la partida.
Estaba todo lo preparada que podía estar para un hombre como Jack, considerando que iba vestida con una bata y una ropa interior que ni siquiera cubría lo esencial, algo que no escaparía a la penetrante mirada de Jack.
En lugar de sentir rechazo hacia esa reveladora y explosiva lencería, Morgan sencillamente se humedeció más al pensar que Jack la vería con ella.
—¿Morgan? —ladró él a través de la delgada puerta del cuarto de baño.
«Que comience el espectáculo».
—¿Jack?
En cuanto le echara un vistazo, Morgan estaba segura de que esos oscuros ojos verían cada pecaminoso secreto de su alma. Pero ahora, incluso le temblaba la voz al mencionar su nombre.
Antes de que él pudiera decir o hacer cualquier cosa, sonó el teléfono. Jack soltó una maldición obscena mientras atravesaba el pasillo. Morgan se relajó visiblemente con una extraña mezcla de alivio y decepción. Pero no podía negar que el dolor entre sus piernas era cada vez más agudo.
Aspirando profundamente, lo siguió por el pasillo, permaneciendo entre las sombras. Y escuchó.
—¿Qué diablos quieres? —oyó que espetaba Jack.
Una profunda carcajada salió por el altavoz del teléfono y retumbó en el pasillo.
—Puedo nombrarte tres razones de por qué estás de tan mal humor. Dos de ellas sobran.
Era Deke. Morgan reconoció la voz burlona, incluso podía ver las arruguitas de risa que se le habrían formado en torno a esos ojos azules claros y alegres. Algo incongruente en un cuerpo tan duro y enorme.
—¿Has llamado sólo para cabrearme?
—Caramba, no. Ya sabes que no me gustan las cosas fáciles. ¿Dónde estaría el reto?
—¿Así que has llamado sólo para…?
—Tengo que hablar con Morgan.
Jack vaciló, cerrando los puños.
—¿De qué?
En esas dos sílabas sonaron la sospecha y los celos.
—¿Acaso tu polla ha hecho que te olvides de que Morgan tiene un acosador tras su trasero?
—No, hijo de perra, no se me ha olvidado. Y aparta tu mente de su trasero.
—Aún no he perfeccionado la habilidad de follar a través del teléfono, Jack. Es sólo una forma de hablar. Relájate.
Morgan frunció el ceño. Deke actuaba como si pensara que Jack estaba celoso. Ese pensamiento la hubiera hecho estallar en carcajadas si no hubiera observado antes el extraño comportamiento de Jack con Deke y no hubiera parecido tan… tenso.
Con un profundo suspiro, Jack abrió los puños.
—Voy a llamarla.
—Estoy aquí. —Morgan salió de las sombras y recorrió los últimos metros de pasillo hasta Jack.
Él se volvió rápidamente hacia ella, taladrándola con la mirada. Morgan sintió que sus pezones, desnudos bajo el escotado sujetador, pulsaban contra el suave tejido de punto de la bata. Dado que Jack tenía los ojos agrandados y las fosas nasales dilatadas, Morgan supuso que lo había notado.
—Morgan —la saludó Deke por el altavoz—. Hola, muñeca.
—Hola Deke. ¿Alguna noticia?
—Sí. No pudimos encontrar huellas digitales en las fotos. Lo siento. Sin embargo, hemos obtenido algunas pistas interesantes, así que tengo que hacerte unas preguntas.
La decepción se apoderó de ella. ¿Cuánto más duraría esa pesadilla? ¿Y cómo iban a llegar hasta el fondo de todo eso si Deke no podía seguir la pista de ese lunático? Quería sentirse una persona normal otra vez, regresar a casa y no tener que preocuparse de si alguien la había allanado o manchado su cama con semen. Quería recuperar su vida. Y estaba claro que por el momento eso no iba a ser posible.
Para su sorpresa, Jack se acercó a su lado y tomó su mano, repentinamente fría, en la suya, más grande y caliente. Algo sólido y seguro. Un simple gesto y, de inmediato, Morgan se sintió más fuerte.
Hasta que se dio cuenta de que recuperar su vida, significaría perder a Jack. La decepción que sintió la aturdió. Se aferró a él con más fuerza. ¿Por qué no la hacía feliz el pensamiento de perderlo de vista? Debería de celebrarlo con margaritas. Regresar a su vida significaría que habían atrapado al acosador, que no tendría que cuestionarse más a sí misma. Pero en vez de eso, apretó la mano de Jack y se negó a soltarle.
—¿Qué quieres saber? —le preguntó Morgan a Deke.
—¿Conoces a alguien que sea muy aficionado a la fotografía, alguien que lo considere un hobby?
—A Reggie, mi ayudante de producción. No es que sea un profesional, pero es muy bueno. Incluso ha hecho algunas exposiciones. —Morgan frunció el ceño—. ¿No pensarás que es Reggie?
Él vaciló.
—Cuando mis amigos de FBI analizaron las fotos, descubrieron que habían sido realizadas por alguien que sabe manejar una cámara. No han sido reveladas en un laboratorio, ni en uno de esos sitios que revelan las fotos en una hora. No son fotos digitales. Son de la vieja escuela. Es probable que hayan sido reveladas en casa, y usando unos productos químicos bastante caros y con papel bueno. Son de alguien que se toma la fotografía en serio. Y aunque tú te sientas incómoda y amenazada cuando las miras, él, por el contrario, las ve como un arte. No es que haya sacado simplemente unas fotos. Ha buscado la simetría, la iluminación, el ángulo más interesante. Y no ha hecho un mal trabajo.
¿Reggie? ¿Su amigo Reggie? No…
Pero ella no conocía a nadie más con esa pasión por la fotografía, alguien que desdeñaba las fotos de las nuevas cámaras digitales. Trastos sin sentido las llamaba. Siempre le decía que no valía la pena echar a perder una buena imagen con aquellas cámaras. No conocía a nadie más que tuviera un cuarto oscuro en su casa.
Morgan se quedó paralizada y sin aliento. Reggie, a quien consideraba casi como a un padre.
¡No!
No eran muchas las personas que conocían su dirección en Los Angeles. Pero Reggie sí… y también conocía su horario. Podría haber entrado en su casa, y haberse masturbado en su cama mientras ella no estaba. Reggie era una de las pocas personas que sabía qué vuelo había tomado para Houston y dónde se había hospedado.
Se frotó la frente ante un dolor repentino. ¿Reggie? ¿Había estado en Texas para sacar las fotografías de Morgan en el patio trasero de Brandon hacía sólo unos días? Siempre hablaba con Reggie por el móvil. Así que no sabía exactamente dónde estaba. Cualquier cosa era posible. Y si Reggie había llegado tan lejos para acecharla… bueno, él sabía que tenía intención de ir a Lafayette para reunirse con Jack. Seguirla no habría sido demasiado difícil.
¿Había Reggie —el padre que nunca tuvo— sacado fotos de ella desnuda? ¿La habría espiado, se habría masturbado en su cama, había intentado matarla? ¡No! Pero… ¿quién más podría ser?
Sólo Reggie.
—Oh, Dios mío. —El impacto atravesó su cuerpo y le hizo zumbar los oídos. Le fallaron las rodillas. Se cubrió la boca con una mano temblorosa para contener un grito—. ¿Por q…? No… ¿Por qué? Confiaba totalmente en Reggie.
Cuando se tambaleó, Jack la agarró por la cintura.
—Tranquila —murmuró él.
Clavó los ojos en Jack con un repentino horror. Si no podía confiar en Reggie, el hombre que conocía desde hacía tres años y que había sido como un padre para ella, ¿cómo podía confiar en Jack, un hombre al que sólo conocía desde hacía tres días?
—¿Morgan? —La preocupación de Deke resonó a través del hilo telefónico.
Ella miró a Jack con los ojos muy abiertos, llenos de incertidumbre y algo muy parecido al pánico. ¿Qué sabía de él? Sólo lo que Reggie le había dicho. Y que intentaba transformar su sexualidad en algo que ella misma no quería aceptar.
Luchó para soltarse de la presa de Jack. Se retorció con todas sus fuerzas, intentando liberarse. Quería escapar ya. Huir a algún lugar donde nadie pudiera encontrarla.
—Tranquila. —Jack usó esa voz paciente pero autoritaria que Morgan conocía tan bien.
Algo en lo más profundo de su ser respondió al instante, quería obedecer a esa voz. Pero otra parte de ella tenía miedo, aunque no sabía con exactitud de qué. Alguien deseaba hacerle daño, alguien en quien había confiado plenamente. Reggie sólo probaba que ella no sabía juzgar el carácter de las personas más allegadas a ella. ¿Y si se había equivocado al confiar a un desconocido, no sólo su seguridad, sino su cuerpo y su alma?
Un desconocido al que sólo conocía porque Reggie le había pasado información sobre él.
Un terror helado atravesó a Morgan. Le dio a Jack una patada en la espinilla, y un codazo en el estómago. Él la sujetó con más fuerza y esquivó sus ataques como pudo.
—Te llamaré más tarde —le gruñó Jack al teléfono. Luego pulsó rápidamente el botón de apagado e interrumpió la conexión con Deke.
Jack la agarró por la cintura. Morgan luchó aún con más ímpetu impulsada por el pánico que le atravesaba el vientre y le bajaba por las piernas. Jack gruñó cuando ella acertó a darle con el talón en la espinilla. Esperó que la soltara, pero la presa de él se hizo más fuerte.
Jack la condujo al dormitorio, arrastrándola con él. Morgan intentó agarrarse a la manilla de la puerta para usarla como ancla, pero él era demasiado rápido y fuerte.
—¡Maldito seas, suéltame! —gritó Morgan—. ¡Suéltame de una vez!
—Sé lo que estás pensando —gruñó Jack, ignorando su demanda—. Deja de pensarlo ahora mismo.
—No me digas lo que puedo o no pensar, gilipollas.
—Sé razonable, cher.
Unos instantes más tarde, Morgan se encontró tumbada de espaldas sobre la cama. Con la rapidez de un rayo, él cubrió su cuerpo frío con el suyo y la inmovilizó contra el colchón. Extendió los brazos sobre los de ella, agarrándoles las muñecas en una presa suave pero inflexible. El peso de sus largas piernas aseguró las de Morgan contra las sábanas suaves.
«No». La palabra resonaba en la mente de Morgan mientras ella luchaba; necesitaba escapar, encontrar un lugar donde esconderse de todo aquello. Jack siguió sujetándola con fuerza incluso cuando ella se quedó inmóvil. ¡No!
—Relájate. —La oscura mirada se clavó en la de ella, penetrando en su miedo con sus tranquilos y dominantes ojos.
—¡Suéltame! —Morgan se tensó contra él, pero tanto sus brazos como sus piernas estaban firmemente sujetos.
—Sé lo que está pasando por esa preciosa cabecita tuya, cher. Basta ya. No voy a hacerte daño.
—Si Reggie es el culpable, entonces…, entonces alguien como… tú, podría herirme, matarme…
Su voz sonaba jadeante, temblorosa. Morgan odiaba sonar tan indefensa. En la tele, ella era la presentadora sexy; una profesional con cierto aire provocativo. Allí daba la talla. Pero en medio de los pantanos de Lousiana, bajo el techo de Jack, era una pelirroja que odiaba sentirse aterrada y estar fuera de su elemento físico, mental y… sexual.
Jack frunció el ceño, la preocupación le formó un surco entre las cejas.
—Estás pensando con la adrenalina que corre por tus venas, Morgan, no con la lógica. No lo hagas. Sólo llevamos aquí dos días. Podría haberte lastimado en cualquier momento si ésa hubiera sido mi intención.
Morgan se detuvo jadeante, pensando a toda velocidad. Jack había tenido un millón de oportunidades para violarla o matarla… o las dos cosas a la vez. No había hecho nada de eso. Pero razonar no era tan sencillo.
—¿Cómo sé que no estás jugando conmigo, esperando a que baje la guardia y que confíe totalmente en ti para matarme? Apenas te conozco.
Jack hizo una pausa, esos insondables ojos color chocolate parecían taladrarla con una mirada tensa y frustrante.
—No soy tu acosador. No soy como ese cabrón. Si escucharas a tu corazón, lo sabrías.
—¿Nunca has querido hacerme daño?
—¿Hacerte daño? —La inmovilizó con una mirada sincera y resentida—. ¿Quién te ayudó a librarte del tirador? ¿Quién te puso a salvo?
Ella le respondió con un silencio significativo, mientras los pensamientos se agolpaban en su mente. Estaba claro que Jack no le había hecho daño, a pesar de las múltiples oportunidades que había tenido. La había ayudado en Lafayette, lo sabía. Lo que no sabía era por qué.
—Maldita sea, ¿qué he hecho para que desconfíes de mí? —le exigió él—. De lo único que soy culpable es de intentar que reconozcas quién eres en realidad, algo que te empeñas en no querer saber.
—Hace tres días ni siquiera sabía tu nombre —le gritó Morgan a la cara—. Y ahora… ¿se supone que tengo que dejar mi vida y mi sexualidad en tus manos? ¿Cuántos hombres arriesgarían su vida para ayudar a una desconocida?
—Eso es algo que un soldado hace todos los días, Morgan. —Le agarró las muñecas con fuerza—. Es el que se la juega para proteger a los ciudadanos de su país, gente a la que no conocerá nunca. He sido soldado demasiados años para cambiar ahora. Después me convertí en guardaespaldas. No podía estar allí y observar cómo te mataban.
La blanca neblina del pánico comenzó a abandonar la mente de Morgan mientras procesaba sus palabras. Jack la había salvado porque ésa era su forma de ser. Bien por instinto o bien por caballerosidad. Si estuviera compinchado con Reggie para matarla, no se habría tomado tanto tiempo. No parecía ser el estilo de Jack.
Vale, quizá no fuera el socio de Reggie, pero todavía había algo que la inquietaba. Algo que no cuadraba.
—¿El hecho de que me ayudaras en Lafayette no tuvo nada que ver con salir en mi programa?
Apoyándose sobre los codos que ahora enmarcaban la cara de Morgan, él sacudió la cabeza.
—Me importa un bledo la televisión. Francamente, te salvé porque tenía que hacerlo. Es mi trabajo. Pero también lo hice porque quería tocarte desde la primera vez que hablé contigo en el chat. Sentí que había un vínculo entre nosotros. —Le besó suavemente la línea de la barbilla—. Sentí tu inocencia, tu curiosidad y tu incertidumbre. La primera vez que te vi en el café me sentí noqueado. Tú y tu excitante reticencia me hicieron desearte tanto que no podía respirar. A los cinco minutos de conocerte ya estaba buscando la manera de tocarte, de acostarme contigo. Todavía te deseo.
El pulso de Morgan dio un salto como si acabara de encontrar un trampolín. Él acababa de poner las cartas sobre la mesa. Un estremecimiento la atravesó, y las palabras y los pensamientos se atropellaron uno tras otro. Sí. No. Quería. No quería. Tragó sin saber qué decir.
—Y tú también me deseas.
Sus palabras, tan arrogantes como él mismo, la sobresaltaron. Pero no las podía negar. Por supuesto que deseaba a Jack, incluso aunque él siguiera aprisionándola contra la cama. La pregunta decididamente sexual que asomaba a sus ojos color chocolate le endureció los pezones. Sintió que se mojaba de nuevo.
Jack le depositó un beso en la frente, otro en la mandíbula.
—Sabes que no voy a hacerte daño, ¿verdad?
Lentamente, ella asintió con la cabeza.
—Tie… tienes razón.
—Y respecto a tu amigo Reggie. Puede que sea él, o puede que no. Hasta que sepamos la verdad, no des nada por sentado.
Morgan sacudió la cabeza.
—Pero es que a él le gusta mucho la fotografía. No conozco a nadie más que…
—Lo entiendo. Pero es mejor esperar. Deke seguirá investigando. Por ahora, creo que lo mejor será que no hables con Reggie hasta que no sepamos nada más. ¿Has intentado ponerte en contacto con él?
—Lo intenté ayer. Pero aquí no tengo cobertura.
—No. —Jack negó con la cabeza—. Desde aquí es imposible hablar por el móvil. ¿Denunciará tu desaparición si no le llamas por teléfono?
—Por ahora no, supongo que esperará unos días.
—Esperemos que para entonces ya lo hayan detenido. Mientras tanto no supongas lo peor. Es cierto que parece que las cosas no pintan bien para Reggie, pero no hay nada seguro. E incluso aunque él fuera culpable, sabes que aquí no te encontrará, ¿verdad?
Donde quiera que fuera «aquí».
—Sí.
—Y además, aquí estoy yo para protegerte.
—¿Por qué? —¿Por qué iba él a correr ese riesgo por ella?—. No tienes por qué hacerlo.
—Yo creo que sí. —Le acarició el cuello con la nariz, y le mordisqueó el lóbulo mientras su cálido aliento le rozaba la oreja—. Además, contigo, se trata de algo más que de protegerte.
Morgan se estremeció. Se percató de que los dedos de Jack se deslizaban por sus brazos para rodearle las muñecas de nuevo, con sus piernas presionando las de ella. Una corriente cálida se deslizó entre sus cuerpos, y sintió la erección de Jack, gruesa, larga, insistente.
—No dejas de sorprenderme —susurró él—. Eres lo suficientemente lista para llevarle la delantera a un psicópata peligroso y decidido. Lo suficientemente dulce para convertirme en un adicto a ti. Lo suficientemente terca para desafiarme. Tan fuerte como para triunfar en la tele, un medio difícil donde abrirse camino.
El cumplido más agradable que Morgan había recibido de Andrew era el de ser una mujer arrebatadora. Perfecta para lucir los vestidos. Sin embargo, las palabras de Jack cayeron sobre ella como si fuera dulce caramelo caliente sobre un helado, recubriendo sus miedos con algo tranquilizador y maravilloso.
A un hombre que quisiera hacerle daño no le importaría que ella fuera lista, dulce, terca o fuerte. Es más, ni siquiera se habría fijado en ella. En la mujer que verdaderamente era.
Jack la cautivaba, haciendo que se derritiera lentamente. Con la presión de sus caderas contra su sexo, Morgan sintió que se derretía aún más. Una llamarada de deseo ardió y se extendió por su cuerpo. Con una profunda inspiración, se sintió envuelta por el olor de Jack. Olía a cuero, hombre, a cipreses y misterio. El deseo —y el dolor— la recorrieron y la hicieron arquearse contra su cuerpo.
—No sólo me sorprendes, me dejas perplejo —murmuró contra su piel, fingiendo no notar cómo se tensaba contra él—. Asumiste un enorme riesgo al iniciar un programa de televisión que anima a la gente a explorar su sexualidad, sea la que sea. Pero dudas en explorar la tuya propia. ¿Por qué?
—Lo hice. Pero no estoy segura de querer ser esposada… o sometida…
—¿Atada a mi cama? A ti te gusta estar a mi merced.
—¡No quiero que sea así! No es normal.
—Es perfectamente «normal», no a todo el mundo le gusta el sexo vainilla[1]. No eres una salida por eso, cher.
—Lo soy. ¡Y no quiero serlo!
Antes de Jack, nunca había estado con un hombre capaz de provocarle múltiples orgasmos. Y no sólo los había tenido porque él la hubiera atado y llenado la cabeza con pervertidas sugerencias de sumisión y otras sucias acciones que ella sólo había vivido en su imaginación. No importaba la forma en que la tocara, ese hombre era tan irresistible que le hacía perder la cabeza. El placer que le daba no tenía nada que ver con someterse a él.
—Sé que deseas ser como eres. —Le tocó suavemente un mechón del fogoso pelo rojizo que le enmarcaba el rostro—. Y si me dejaras, podría demostrártelo. Tus deseos no son sólo perfectamente normales, sino completamente maravillosos.
—Estás loco.
—Y tu escondes la cabeza como un avestruz y te niegas a ti misma lo que quieres, te niegas a ser quien eres de verdad —gruñó él, apretando la boca con frustración.
Morgan negó con la cabeza. «No. Mil veces no».
Pero temía que él estuviera en lo cierto. Algo en lo más profundo de su ser revivía con sus palabras. Todo estaba allí: esperanza, necesidad, excitación; todo lo que había intentado negar y expulsar de su cabeza. Una parte de ella —la mayor parte en realidad— quería aceptar todo lo que él le ofrecía.
—¿Por qué huyes de ti misma?
Las desagradables calumnias de Andrew volvieron a la mente de Morgan, socavando de repente su confianza en sí misma. «Eres una depravada. ¡Sólo una puta quiere eso!».
Cuando la tensión invadió su cuerpo, Jack le sostuvo las muñecas con una mano y deslizó la otra por su nalga desnuda. El calor de la palma de la mano de Jack contra su piel fría la trajo de vuelta al presente. De regreso al hecho de que Jack estaba tendido encima de ella, con su enorme y duro cuerpo cubriéndola por completo.
—¿Por qué tiene que ser como tú dices? —lo desafió ella—. ¿Por qué tienes que tener razón?
—Puedo esposarte a esta cama —murmuró él—. Conseguir tu sumisión, follarte durante toda la noche y hacer que te corras media docena de veces.
El deseo espoleó su vientre como una espada ardiente al escuchar esas palabras terribles y provocativas. Morgan cerró los ojos, apretó los dientes e, ignorando la humedad de su sexo, negó con la cabeza.
—Lo único que quiero es que te quites de encima.
Se retorció, intentando salir de debajo de su cuerpo, pero Jack no se movió.
—Puedo sentir cómo tus pezones se me clavan en el tórax y cómo tu sexo se humedece dulcemente para mí. Tengo razón y lo sabes.
—¡Mira que eres cabezota! Quizá sólo quiera ser tocada, poseída, de una manera normal.
Él arqueó una ceja oscura.
—¿Crees que quieres sexo vainilla?
—Sexo tradicional —corrigió ella—. Y sí, estoy segura de que eso es lo que quiero.
Jack vaciló, su oscura mirada le escudriñó la cara. Su incredulidad casi acabó con la compostura de Morgan.
—Hay algo entre nosotros. Química. No lo puedo negar —farfulló ella—. Sólo creo que encontraríamos placer juntos sin cuerdas ni órdenes.
Mirándola fijamente, Jack pareció sopesar las posibilidades. Con rapidez, llegó a una conclusión. Sonrió.
Al instante, ella desconfió de esa amplia y blanca sonrisa cajún.
—Como quieras —ronroneó él—. Será vainilla para ti, cher.
Su capitulación había sido demasiado fácil. Ahora sí que no confiaba en él.
—¿Qué quieres decir?
—Oui. Nada más que besos, tiernas caricias, y la típica postura del misionero.
Jack lo hacía sonar como algo aburrido, maldita sea, y no lo era. No sería así entre ellos. Sin embargo, sentía que una extraña puñalada de decepción le atenazaba el vientre ante la rápida aceptación de él.
Caramba, debería sentir lo contrario. Había ganado, ¿no? Debería estar emocionada.
—Gracias —murmuró Morgan.
Él se encogió de hombros y le dirigió una irónica sonrisa.
—Sólo quiero complacerte.
Ignorando la inquietud que crecía en su interior, ella le sonrió a Jack cuando le liberó las muñecas y movió las piernas para permitirle un poco más de libertad de movimientos. Jack relajó la espalda y aunque siguió encima de ella, apoyó el peso en los codos a ambos lados de su cabeza.
Jack deslizó gentilmente los pulgares por las mejillas de Morgan y bajó la boca hasta la de ella. Con suavidad, como un aleteo, sus labios se rozaron con los de ella sin dar ni pedir nada a cambio. Un simple roce, una dulce y suave presión de los labios, un intercambio de alientos.
Morgan cerró los ojos e intentó hundirse en el sensible ritmo del beso, era fluido, tranquilo y seductor.
Muy agradable. Maravilloso incluso. Pero Morgan quería más. Mucho más.
Se necesitaban dos para bailar el tango, así que ella tendría que tomar la iniciativa. Estirándose para coger la cabeza de Jack, enterró los dedos entre los cortos mechones de su pelo y apretó sus labios contra los de él. Jack le dio más… presión, acceso, pasión. Ella soltó un profundo gemido.
El beso se hizo eterno, interminable. Un dulce intercambio de suspiros, un suave roce de lenguas, la entrega total de sus sentidos a ese hombre que la fascinaba. No podía esperar a acercarse más a él, a tocarle… pero no era una sensación exactamente sexual.
Fueron transcurriendo los minutos. En silencio, Jack no hizo nada más que besarla, deslizando la palma de la mano por su mejilla, por su hombro. En el interior de Morgan comenzó a formarse un suave crescendo. Algo que le exigía mucho más. De nuevo Morgan tomó la iniciativa. Empujando a Jack a un lado, le mordió la mandíbula, luego se apartó para desanudarse el cinturón de la bata, quitársela y lanzarla a un lado. Aterrizó en un montoncito en el suelo.
Debajo, Morgan llevaba la picara lencería color burdeos con un diseño que revelaba sus pezones y su sexo. ¿Qué pensaría Jack?
Ante su gruñido de lujuria, se sintió poseída por una imagen mental. Lo imaginó invadido por una urgente necesidad que lo impulsaba a inmovilizarla, a agarrarle firmemente los muslos, abriéndoselos tanto como podía, mientras él penetraba profundamente en ella con mucha pasión y poca piedad.
¡No! No, aquello era sexo tradicional.
Temblorosa ante sus caprichosos pensamientos, le dirigió una mirada llena de incertidumbre. Jack contenía el aliento y sus ojos ardían con un fuego abrasador.
—Eres muy hermosa, cher. —Le acarició la curva del seno con el dorso de los dedos, jugueteando con el ribete del sujetador que rodeaba su pezón.
—¿Te gusta?
—Muchísimo. —Él se inclinó para depositarle un dulce beso en el hombro.
Morgan frunció el ceño.
—No me tocas.
Jack sabía lo que ella quería. Tenía que saberlo. La habilidad de leer en su cuerpo era una de las cualidades de Jack que encontraba prácticamente irresistible. Aparte de rudo, podía ser encantador, atrevido, divertido, o tierno cuando quería. Siempre sabía cómo excitarla.
—¿Cómo quieres que te toque?
—Nada de juegos —murmuró ella.
—No. Quiero tu felicidad. Sólo quiero asegurarme de que te doy lo que necesitas.
—Sólo… tócame. Haz el amor conmigo. Ya sabes.
Él sonrió ampliamente.
—Lo que yo sé y lo que tú quieres no tiene por qué coincidir. Estoy pisando un terreno poco familiar. No he tenido sexo… tradicional desde hace años. Y jamás contigo. Tendrás que echarme una mano.
Morgan cruzó los brazos sobre el pecho.
—Estás siendo muy poco colaborador.
—No estoy de acuerdo —la molestia matizaba su voz—. Dime qué quieres, y te lo daré.
—Tócame, bésame… haz cualquier cosa que harías normalmente salvo atarme, someterme o provocarme dolor.
Jack miró el techo; parecía estar considerando cuidadosamente sus palabras.
—Eso me da bastante donde elegir. Lo intentaré.
Apaciguada por su aparente voluntad de colaborar, Morgan se inclinó hacia delante y se deshizo de la camiseta de Jack, revelando los duros músculos de sus pectorales y sus abdominales firmes y definidos cubiertos por la suave piel dorada. Incapaz de resistirse, Morgan le lamió una tetilla con la lengua y, atrapándola entre los dientes, tironeó de ella.
A él se le cortó la respiración, y ella sonrió al ver la erección que le abultaba los vaqueros. Pero cuando retrocedió para evaluar su reacción, él la miraba con expresión interrogativa.
—Me encanta cuando me lo haces tú —dijo ella en respuesta.
Asintiendo con la cabeza, Jack extendió la mano y tomó un pezón entre el pulgar y el dedo índice. Una espiral de sensaciones se abrió paso desde el seno al vientre de Morgan. Cuando él lo repitió en el otro pecho, obtuvo los mismos resultados.
Ahora, las duras cimas de sus pechos exigían su atención.
—Jack —le rogó.
Sin decir nada, él cerró la boca sobre un pezón, dibujando círculos con la lengua. Lo succionó y después lo soltó para repetir lo mismo en el otro pecho. Un estremecimiento de placer atravesó a Morgan. Sí, lo deseaba. Jack conseguía que lo deseara con la misma locura de siempre.
Bueno, no como siempre. Era más… lento. Pero eso estaba bien. Cuánto más lento más descomunal sería el clímax, ¿no? Un poco de lentitud no vendría mal.
Pero Morgan se sentía aislada, Jack no hablaba con ella.
Frunciendo el ceño, se inclinó para besar la línea que dividía en dos el abdomen de Jack y se dirigió directa hacia la bragueta. Él no hizo ningún ruido, ni siquiera gimió en señal de protesta cuando ella le abrió la cremallera y le bajó los vaqueros por las caderas para luego dejarlos caer al suelo.
Morgan sí que gimió. Jack tenía un cuerpo increíble. Era un dios del sexo hecho hombre, y sólo suyo.
Una vez que le hubo quitado la ropa, Jack le correspondió, bajándole las tiras de sujetador por los hombros, luego se lo desabrochó. Le plantó unos besitos hambrientos en el vientre mientras se deshacía del tanga de encaje y lo lanzaba al otro extremo de la habitación.
Por fin, estaban los dos gloriosamente desnudos. Ahora iba a comenzar el verdadero placer.
Jack la besó una vez más, deslizando un dedo por el valle entre sus pechos, y luego sobre un pezón. Un estremecimiento le recorrió el pecho. Morgan se arqueó ante sus caricias. Sentir los dedos de Jack sobre su piel era placentero. Pero quería… más.
Inclinándose sobre Morgan, Jack capturó con la boca la cima del otro pecho y lo lamió suavemente mientras le deslizaba la palma de la mano por el abdomen. Se detuvo antes de llegar a su sexo; aparentemente se contentaba con acariciarle la curva de la cintura y la redondez de las caderas.
No era posible que eso lo satisficiera. ¿Qué le pasaba? ¿Y ese mutismo? A Morgan no le gustaba. No se sentía en sintonía con él, no tenía ni idea de lo que él quería, de lo que pensaba, temía comunicarle sus necesidades en medio de ese agobiante silencio.
Frustrada, Morgan estiró la mano entre los dos para agarrar su miembro. Estaba duro, siempre estaba duro y le llenaba la mano. Le dio un pequeño apretón y le frotó con el pulgar el glande seco y sensible.
Él cerró los ojos y los puños. Pero no dijo nada. No hizo nada más.
Así que ella continuó, lo acarició con la mano, subiendo y bajando por la gruesa erección. Ésta aumentó y se endureció todavía más. Deslizó de nuevo el pulgar por el glande y comprobó que todavía estaba seco. Normalmente, la punta de su pene lloraba de necesidad desde el instante en que ella lo tocaba.
Mordiéndose el labio, Morgan ideó un plan de contraataque.
Lo hizo tenderse sobre su espalda. Dejó un reguero de besos sobre su piel, se dirigió a las tetillas para chuparlas y pellizcarlas otra vez y bajó por su abdomen, que se tensó bajo sus labios, hasta su miembro. Tomó el apéndice con una mano, rodando la lengua por el glande color púrpura, recorriendo las gruesas venas que decoraban el pene con los dedos, y deslizando luego la palma de la mano para ahuecar los testículos.
Jack se tensó, casi gimió en silencio, y cerró los ojos.
¿Qué diablos estaba pensando él? ¿Qué quería? Morgan se preguntó, dada la falta de compenetración, si a Jack le importaría que ella abandonara la cama y se fuera a la cocina.
—¿Te gusta? —preguntó contra la tensa erección.
—Hum. —Él asintió con la cabeza.
Luego él le respondió volviendo a tomar un pezón en la boca para darle un suave tirón con los labios. Era agradable, pero nada trascendental. No era lo que Jack le provocaba normalmente.
Cuando Morgan iba a agarrarle por la nuca para obligarle a aumentar la presión de la caricia, Jack rodó sobre ella y le deslizó los dedos por el sexo. Ella estaba húmeda, pero no demasiado.
Suavemente le rozó el clítoris, luego deslizó los dedos con lentitud entre los pliegues.
Era agradable. No podía negar que su contacto la hacía derretirse. Pero nada más, no le hacía perder la cabeza ni se le encogía los dedos de los pies. ¿Por qué?
Los dedos de Jack juguetearon en su interior, con el pulgar concentrado en el botón sensible de su sexo. El deseo aumentó un grado más cuando pensó en las manos de Jack dentro de su rajita. A él le gustaba usar esa palabra. Y cuando se la decía en la cama, una parte de su mente se revolvía contra esa crudeza, pero… en verdad la excitaba.
—¿Estoy mojada? —preguntó ella.
—Sí.
—¿Dónde? —le preguntó tímidamente, deseando que él hablara con esa voz ronca que despertaba su sexualidad como en una salvaje noche de lujuria.
—Shhh…
Luego él cerró los ojos, dejándola al margen otra vez. Al menos ella se sentía así, a pesar de que tenía los dedos de Jack jugueteando en el interior de su sexo y su pulgar rozándole el clítoris.
Bajo esa estimulación, se mojó un poco más. Su cuerpo latió en algunos lugares. Por lo general, su misma piel clamaba a gritos por Jack, todo lo de él la invadía, la conducía hasta la cumbre de la necesidad y el placer para hacerla caer en picado. Ahora, ella quería algo —cualquier maldita cosa— más intenso. Algo que la hiciera estar profundamente compenetrada con él.
—Háblame —lloriqueó Morgan.
—Eres preciosa y maravillosa —murmuró él.
—¿Qué quieres?
—Complacerte. —Le volvió a rozar el clítoris con el pulgar—. ¿Esto te gusta?
Morgan no contestó, no sabía qué decir. Se sentía bien, pero no tan bien como Jack la hacía sentir normalmente. De hecho, tenía la alarmante impresión de que era como aquellas veces que había hecho el amor con Sean, Brent o Andrew. Bueno, pero no «genial».
Él abrió los ojos y la miró con una mirada cálida y desafiante.
—¿O necesitas algo más?
El muy imbécil la estaba retando, como si supiera que eso no sacudía su mundo como había ocurrido antes. Y no podía decir que fuera porque no lo intentara. Le había estimulado los pezones y había seguido penetrándola con los dedos, rozándole el clítoris con la yema del pulgar. El deseo estaba ahí, pero faltaba algo.
—Que me penetres —susurró Morgan—. Eso es lo que necesito.
—Uno de mis lugares favoritos.
Con una sonrisa, Jack se enfundó en un condón que sacó de la mesilla de noche, luego se colocó sobre ella, cubriéndole la boca con un beso húmedo y cálido. Un nuevo estremecimiento de placer surcó el vientre de Morgan cuando Jack buscó su entrada.
Con una suave estocada, Jack se introdujo en ella, deslizándose hasta el fondo de su canal, llenándola por completo. Morgan jadeó cuando la longitud y el grosor de la erección acariciaron las sensibles terminaciones nerviosas de su interior.
Él se retiró, saliéndose hasta la punta, luego se introdujo lentamente de nuevo. Sí, era agradable. Celestial. El deseo aumentó poco a poco otro grado.
¿Estaba él disfrutando? ¿Estaba sintiendo placer? Morgan deseaba que dijera algo, que gimiera… lo que fuera para saber qué sentía.
Silencio.
Dentro, fuera, dentro, fuera con lentas y suaves embestidas. La excitación iba en aumento. Ella se aferró a él mientras la presión y la necesidad la invadían. Se arqueaba ansiosa al encuentro de cada envite.
Genial. Pero, maldita sea, deseaba que él dijera algo. Normalmente lo sentía hincharse en su interior, lo veía luchar para mantener el control mientras su cuerpo se tensaba y el sudor le resbalaba por las sienes. Hoy, sólo había suaves estocadas para llevarla a un dulce clímax.
¿Por qué Jack no decía nada? Morgan se había sentido más compenetrada con el vibrador que se había comprado a regañadientes.
Apartó ese pensamiento de su mente y se aferró a los duros músculos de la espalda de Jack, luego le deslizó las manos hasta el trasero y lo agarró con fuerza para que la penetrara con más profundidad, intentando convertir el ritmo de la carne que la invadía en algo urgente y profundo.
Casi… casi estaba llegando. Pero no aún. Dejó salir un gemido de frustración que él se tragó con un beso.
—Jack —jadeó—. Jack.
—¿Necesitas correrte?
—Por favor —gimió ella, clavándole las uñas en el trasero.
Doblando las rodillas, él le abrió más las piernas y, apoyándose en los codos, cambió el ángulo de las embestidas. El grueso glande se rozó contra ese sensible lugar de su interior.
Necesitaba que se clavara en ella, la excitación se centraba justo en su clítoris. Uno o dos envites deberían de haber sido suficientes para llegar al orgasmo. Pero aún no lo conseguía.
Jack buscó sus pezones y se los acarició con suavidad, incrementando las agudas sensaciones que la inundaban. Mientras, el pene erecto continuaba frotando y presionando ese sensible lugar, ella lo aferró con más fuerza. La presión seguía creciendo en el interior de Morgan, un latido comenzó a resonar en su cabeza. «Ahora, ahora, ahora», se exigía a sí misma.
Pero nada. No lo lograba.
Luego, Jack dijo las palabras mágicas.
—Córrete, cariño.
Ella se dejó llevar, el nudo de tensión se incrementó, brilló tenuemente y luego se disipó. No fue una violenta y rápida explosión. Fue un suave clímax, una liberación rápida. Por encima de ella, él se tensó y gimió suavemente en su oído.
Había sido un clímax y un anticlímax al mismo tiempo. Mejor que cualquiera que hubiera logrado antes con un amante, sí. Pero no había sido ni abrasador, ni arrebatador. No había habido fuegos artificiales como en las veces anteriores.
Maldita sea, quería llorar. Cerró los puños sobre las sábanas arrugadas hasta que desapareció toda la tensión y se disipó la lava de la lujuria y la frustración. Hasta que sintió la mente y el cuerpo laxos y saciados.
¿Qué demonios le pasaba?
Jack se retiró, se deshizo del condón, luego se reunió de nuevo con ella, y le cogió la mano.
—¿Te ha gustado este sexo tradicional, cher?
Demasiado rápido para su gusto. Morgan recordó que Jack le había dicho que el sexo tradicional no le iba. Él solo había accedido a ello para probárselo. Y ella lo había sabido desde el principio, aunque se había negado a aceptarlo. Quizá… quizá él tenía razón.
—¿Te ha gustado? —insistió él.
Morgan suspiró. Había llegado el momento de tomar una decisión: o seguía huyendo y negando lo que más deseaba o aceptaba que someterse, al menos a Jack, era algo que necesitaba más que el sexo tradicional.
Aspiró entrecortadamente y contuvo las cálidas lágrimas. La oscura mirada de Jack era tierna y comprensiva, y ardía con un explícito deseo.
Morgan sabía qué respuesta debía darle. Sabía que no tenía alternativa.
—Por favor, llévame a tu cuarto de juegos y tómame como quieras —tragó saliva—, señor.