Morgan estaba magnífica. El sol naciente derramaba su luz dorada sobre la pura y pálida piel, iluminando cada una de sus sexy pecas color canela. Las sombras danzaban entre las depresiones y montículos de su delicioso cuerpo, tentándolo a levantarse para obtener una mirada completa. Para su deleite personal.
Jack se sentía demasiado feliz para hacer caso a ese impulso. La temblorosa admisión de Morgan aún resonaba en su mente, incitándolo a agarrar esos temblorosos muslos para abrirlos un poco más y lamer la satinada carne rosada que tenía delante.
Dios mío, ella era como una droga. Era como si cada parte de su cuerpo tuviera un perfume exótico o un nuevo sabor. El hueco de su cuello olía a mujer madura con un leve indicio de frambuesas. El sabor de su boca lo convertía en un adicto al azúcar y la canela. Y su sexo… tenía la esencia del almizcle, dulce y limpio. Ah, Morgan sabía a puro deseo. Algo único y cautivador. Podría pasarse la mañana allí, bebiendo de ella y aún así sentiría el impulso de saborearla eternamente hasta descubrir qué tenía ella que tentaba su lengua de esa manera.
El jadeo entrecortado de Morgan atrajo su atención. Los muslos femeninos estaban tensos bajo su presa. Él sonrió contra su sexo, luego bajó la lengua a su vulva, lamiéndole el clítoris de vez en cuando. No con una presión constante. Sólo lo justo para llevarla cada vez más alto. Luego, mientras introducía un dedo en su interior, ella tembló.
Los jugos manaban de ella. El rubor cubría su piel cuando echó la cabeza hacia atrás, y le temblaron las piernas. El sexo de Morgan se hinchó todavía más mientras clavaba las uñas en la vieja madera de la barandilla y gemía.
Distraídamente, Jack se preguntó cuánto tiempo podría tenerla así, justo en el borde, a punto de alcanzar el dulce clímax, pero sin dejar que llegara. La idea de reducirla a una masa temblorosa y suplicante lo tentó. No porque no hubiera oído nunca antes a una mujer implorar. Lo había hecho con frecuencia. Pero Morgan y esa modestia propia de una joven de buena familia lo atraían como el gas al fuego. Y cuando la llevara más allá de sus inhibiciones, ella los haría arder a los dos. Incluso ahora, la gruesa erección presionaba inquieta contra los vaqueros, reclamando la atención de la carne inflamada y dulce que tenía bajo la lengua.
—Jack —jadeó Morgan—. Señor.
El temblor de su voz le indicaba que el orgasmo crecía cálido y rápido en su interior. Él sonrió, abandonando el duro nudo del clítoris para centrar la atención en los labios hinchados que se cerraban en torno a su dedo.
—¿Cher? —respondió perezosamente, tragándose el nudo de lujuria que amenazaba con despojarle de su autocontrol.
Antes de que ella pudiera contestar, él la penetró con otro dedo. Morgan dio un grito ahogado de asombro que resonó en el porche y en el pantano.
Cerrando los ojos con fuerza, ella no dijo nada. Sólo se concentró en el placer, justo como él quería que hiciera.
Jack comenzó a sacar los dedos del apretado canal. Ella murmuró una protesta, pero él supo exactamente lo que ella quería decir, cuando su cuerpo se aferró a sus dedos y los succionó. Dios mío, no era de extrañar que le arrebatara tan rápido el control cuando la penetraba con su miembro.
Dejando las conjeturas aparte, sacó la húmeda mano de su sexo. Sus fluidos goteaban de los dedos de Jack. Esa imagen y su perfume se le subieron directos a la cabeza, como si fueran alcohol puro, dejando su libido por los suelos. Tuvo que contener el deseo de bajarse los pantalones hasta las rodillas y penetrar profundamente en ella.
En su lugar, deslizó los dedos sobre los brotes rosados de sus pezones y los recubrió con sus jugos. La brisa azotaba el cuerpo de Morgan, contrayendo todavía más las cimas de los pechos, tentando a Jack, hasta que no pudo resistirse ni un segundo más a saborearlo.
Agarrándole las caderas, Jack la apretó contra la protuberancia de su miembro, restregándola con lujuria y regocijo. Le encantaba cómo estaba ella en ese momento, sonrojada, suspirando y gimiendo por él.
Lentamente, cerró la boca sobre uno de esos pezones que le hacían la boca agua. Hum, frambuesa y almizcle juntos. Piel suave como el terciopelo sobre unas puntas duras que imploraban ser chupadas, mordidas y atenazadas.
Bebió de ella, lamiéndola y mordiéndola, prodigando atención a sus pezones hasta que se hincharon en su boca. Por si el aliento jadeante de Morgan no era suficiente prueba, una rápida caricia con su mano libre le dijo que estaba tan mojada como siempre. Ese hecho —toda ella en realidad— lo atraía como el canto de una sirena. No había forma de resistirse.
Volvió a introducir con fuerza un par de dedos en sus ardientes profundidades, y luego le rozó el clítoris con el pulgar. Asombrosamente, ella se tensó de inmediato contra los dedos, apresándolos y estremeciéndose ante la inminente explosión.
La satisfacción inflamó a Jack mientras volvía la atención al otro pezón y lo envolvía en la cálida caverna de su boca. No podía esperar para sentir la magnitud de ese clímax. Apostaría lo que fuera a que ella estaba más que dispuesta a rogarle para conseguir la liberación.
Dándole un último pellizco en el duro pezón, Jack subió con un reguero de besos hasta acariciarle el cuello con la nariz. Sus dedos jugaban ahora con ese sensible lugar de su canal, justo detrás del clítoris, mientras con el pulgar rozaba el pequeño y duro botón con un ritmo pausado. Aunque se preguntaba si alguna vez volvería a sentir la sangre en los dedos, la satisfacción lo invadió cuando ella volvió a cerrarse en torno a ellos una vez más.
—Cher —susurró en su oído—. ¿Qué quieres?
—Lo quiero ahora —jadeó ella mientras él frotaba las yemas de sus dedos justo en ese dulce lugar de su interior—. Dios, por favor. Necesito…
—¿Qué me detenga?
—No. ¡No, señor! —Su exclamación fue rápida y fuerte en medio de sus jadeantes suspiros.
El rubor le inundó las mejillas, y la luz del sol llovió sobre la piel clara hasta que relució como si fuera una llama incandescente.
Dios lo ayudara, porque Jack tenía intención de tomarla, no sólo en la cama, sino en su cuarto de juegos y haciéndola llegar tantas veces y tan dulcemente que ella no volvería a tener escrúpulos para implorarle lo que quería y para buscarlo cada vez que lo necesitara.
Un salvaje ramalazo de lujuria asaltó su miembro ante el pensamiento de verla correrse, entregando su cuerpo, su mente y su voluntad sólo a él. Ese pensamiento lo excitaba como ninguna otra cosa.
—Dime lo que necesitas —murmuró en su oído—. Y recuerda cómo decirlo.
—Quiero correrme en tu lengua. Por favor, señor. —Lo asió por los hombros, clavándole las uñas en la piel por su necesidad urgente—. Por favor, señor.
—Imploras muy dulcemente, cher. ¿Cómo podría resistirme?
Morgan enterró los dedos con frenesí en el pelo de Jack y tiró de él; unos dardos de dolor estallaron en su cabeza. Que Dios la ayudara cuando finalmente la tuviera debajo de él. La iba a embestir con tal ferocidad, enterrándose sin piedad en ese dulce sexo hasta que ella se corriera una y otra vez, y él con ella.
—¡Ahora!
La voz de Morgan tenía una nota de pánico. Su sexo se aferraba a los dedos de Jack con tal fuerza que apenas los podía mover. Ella estaba al borde del precipicio. Y llevaba allí un rato, el tiempo suficiente como para que su cuerpo hubiera tomado el control de su mente.
—Ruegas como una descarada —bromeó Jack mientras le rozaba el lóbulo de la oreja y le frotaba aquel sensible punto en el interior de su sexo—. Te prometí que te daría lo que quisieras. Una vez que te lo haya dado, ¿me seguirás a mi cuarto de juegos para que pueda atarte y poseerte a mi entero placer?
—Sí —sollozó ella—. ¡Sí, señor!
—Buena chica. Voy a acostarte sobre la mesa y a tomar ese pequeño sexo caliente varias veces. Luego aprenderás a rogarme y correrte cuando yo te lo diga, cher. Y más tarde… —jadeó contra la piel de Morgan mientras comenzaba a descender por su cuerpo con una serie de caricias y mordiscos—, voy a abrir ese precioso trasero tuyo para que mi miembro se dé un larga y placentera cabalgada.
Las últimas palabras las susurró contra su clítoris. Un largo gemido escapó de los labios de Morgan. Los músculos de sus muslos temblaban de la tensión. El resbaladizo paraíso de su sexo le oprimía los dedos, mientras le tiraba desesperadamente del pelo.
Perfecto. Como si fuera una fantasía. Morgan respondía a sus caricias, a sus escandalosas sugerencias susurradas, tal y como él había soñado. Una vez que acabara con sus inhibiciones, y la hiciera consciente de esa sexualidad inexplorada, Morgan se sometería dulcemente al hombre que la había amaestrado.
Era como si ella lo hubiera estado esperando.
Ese pensamiento atravesó su miembro como un rayo.
—Córrete para mí —le exigió contra su sexo empapado.
Con rapidez, sacó los dedos de su interior y se los deslizó por el clítoris. En el siguiente latido, introdujo la lengua dentro de su canal y alcanzó con la punta el sensible lugar que ya había tocado antes.
Ella soltó un grito que resonó en el pantano. Agarrándole del pelo, apretó su cara contra su sexo. Los jugos se derramaron en la boca de Jack y él los bebió con avidez, sintiéndose triunfante y deseando penetrarla con desesperación, someterla, atarla a él. Todo su ser clamaba de necesidad.
«Tómala. Reclámala. Es tuya».
Sí, y ¿qué diría Brandon al respecto? ¿Qué diría la propia Morgan? Esperaba que ella dijera que sí, pero una vez que pasara a formar parte de su vida, no quería ser sólo un buen polvo para ella. Quería que cada caricia significara algo.
«¿Por qué ella? ¿Por qué ahora? ¿Qué ha sucedido para que mi venganza, que una vez ardió como el metal fundido me haya estallado en la cara?».
Jack frunció el ceño ante ese pensamiento.
Momentos más tarde, sintió que el sexo de Morgan se relajaba en torno a su lengua, y le soltaba el pelo. Jack dio un último lametazo, prometiéndose repetirlo más tarde y se puso de pie. Ella parecía aturdida, sonrojada y conmocionada ante su propia respuesta.
Había una sensualidad innata en ella, algo que sólo podría alcanzar un hombre fuerte, alguien que la quisiera lo suficiente para ocuparse de su seguridad y su tranquilidad de espíritu. Pero Morgan no había descubierto cuánta pasión encerraba en su interior.
Aún.
Y maldición, quería ser el hombre que se lo revelara.
—Buenos días —murmuró.
Le dio un suave beso en la boca temblorosa, acercándose a sus labios abiertos y deslizándole la lengua en el interior con una caricia lenta e invitadora. Al instante, Morgan se echó hacia atrás al degustar su propio sabor en los labios de Jack. Pero él le tomó la cabeza entre las manos, y la obligó a saborear la dulce perfección de sí misma con un beso largo y profundo. Al final, ella se relajó contra él, abriendo la boca, y degustando en su lengua el sabor de su propio sexo.
Jack se sintió impresionado ante esa rápida aceptación. No sólo impresionado sino también orgulloso, algo que lo alegraba y lo preocupaba al mismo tiempo. Por un lado se alegraba porque Morgan era dulce, y podría doblegarla hasta convertirla en una sumisa que lo tentaría más allá de sus más salvajes fantasías. Con el tiempo, podría ayudarla a aceptar esa parte de sí misma que se empeñaba en negar, pues ella no sería realmente feliz hasta que lo hiciera.
Pero por otro lado le preocupaba que ese sentimiento de orgullo significara algo más. Ningún dominante se sentiría orgulloso de una sumisa que no estuviera determinado a hacer suya. Durante años, él había sentido un distante respeto por las mujeres a las que había sometido. Como un maestro y su alumno, él había premiado sus progresos, había castigado sus fallos, y perfeccionado sus habilidades.
Con Morgan sentía algo más profundo y personal. Se sentía impelido a ayudarla. Como si sólo él pudiera despertar su sexualidad.
«Como si ella fuera mía». Ese sentimiento confirmaba todo lo que sentía. No era sólo una simple fase, ni estaba bajo el calor del momento. La deseaba. Punto.
—Jack.
La temblorosa voz de Morgan penetró en su conciencia, trayéndole de vuelta a la realidad. Estaba temblando y esta vez no era de deseo. Maldición, allí fuera hacía frío. Y aun así, ella había aguantado. No, se había superado y lo había sorprendido más de lo que nunca hubiera imaginado.
La envolvió entre sus brazos, intentando protegerla del viento.
—Cher, tienes frío, ¿verdad?
Sin poder resistirse, acunó la cabeza de Morgan bajo su barbilla y le acarició la espalda con una mano. Con la otra, le acarició uno de sus pechos, y con el pulgar le rozó el pezón todavía duro.
Ella gimió.
Cualquier urgencia por llevarla a su cuarto de juegos y quedarse allí con ella durante horas o días abandonó su cuerpo al oír ese sonido.
Metió la mano en el bolsillo para sacar las llaves con la intención de ordenarle que se diera una buena ducha caliente y se reuniera con él en el cuarto de juegos en quince minutos. Qué le dieran al desayuno, más bien le daría él a ella.
—Bonjour —se oyó una voz lejana y familiar, justo a la vuelta de la esquina, cerca de la puerta principal.
Morgan dio un grito ahogado y se tensó en el círculo de sus brazos.
—¡Es… tu abuelo!
Sí. ¿Qué otra persona tenía ese don de la oportunidad? Conteniendo un taco, soltó a Morgan, le puso los restos de la camisa en las manos, y la urgió a volver a la cabaña por la puerta lateral.
—Vete. Date una ducha y vístete. Terminaremos más tarde.
Ella vaciló, agrandando los ojos ante sus palabras. La indecisión se reflejaba claramente en su cara ruborizada.
—Jack. Yo… creo que deberíamos hablar de esto.
—¿Bonjour? —La voz de Brice sonaba más cerca.
Se les había acabado el tiempo.
Con rapidez, le depositó un duro beso en la boca, luego la hizo girarse hacia la puerta abierta. Con una palmadita en el trasero, la impulsó al interior.
—Sí, si es lo que quieres. Pero más tarde.
Antes de que ella pudiera replicarle, Jack cerró la puerta.
La reticencia de Morgan a continuar lo que habían iniciado era obvia y frustrante. Justo cuando pensaba que había conseguido derribar sus defensas, que ya no iba a negarse más, ella continuaba sin darle el dulce sí que su cuerpo deseaba tan ardientemente… y que esperaba tras la respuesta de Morgan de esa mañana. La decepción y la cólera lo inundaron, confundiéndole, mientras se volvía hacia su grand-pére.
Todos esos deseos se unieron a su determinación de no aceptar otra negativa de Morgan, sin importar sus dudas ni su incertidumbre. Aunque quería entenderla. ¿Qué la detenía? Era más que simple modestia o temor a lo desconocido.
Jack suspiró. La pregunta que debería hacerse era ¿qué demonios le ocurría para que de repente estuviera tan resuelto a tener a esa mujer? Al parecer, había perdido el juicio.
Y corría el peligro de perder mucho más.
—Ah, aquí estás —dijo Brice, doblando la esquina del porche. Se dirigió hacia Jack arrastrando los pies por el suelo de madera.
—Buenos días, grand-pére. —Jack le ofreció sentarse en la silla de la esquina con un gesto de la mano—. ¿Café?
—Non. Vine a ver cómo os iba a ti y a ta jolie rousse.
«¿Su hermosa pelirroja?». Todavía no por el momento. Hubiera estado un paso más cerca de serlo si no hubiera tenido esa inoportuna interrupción. Contuvo una maldición.
—Morgan está bien —masculló Jack, dejándose caer en la silla al lado de su abuelo.
Se humedeció los labios y todavía saboreó allí la dulzura de Morgan. Ese sabor —y el recuerdo de sus piernas abiertas para él, y de sus gemidos desinhibidos resonando en el pantano— no hacía nada para reducir su rugiente erección.
—¿Alguna novedad… desde mi última visita? —se mofó Brice, guiñándole un ojo—. Has tardado en contestar a mi saludo y no me has oído llamar a la puerta, ¿verdad?
—Es cierto. No te oí llamar. Estaba aquí fuera. Y es muy temprano. No esperaba compañía.
—¿Qué hora es? —Brice frunció el ceño con aire inocente.
Jack no se lo tragó ni por un momento.
—Más bien si es hora de —le corrigió Jack—. Es demasiado pronto para llamar, y lo suficientemente temprano para habernos pillado a mi y a Morgan haciendo algo si hubiéramos querido empezar el día con buen pie. ¿No es lo que esperabas?
—Mon petit fill, qué suspicaz.
—Creo que tengo derecho a serlo, después de que la ropa cómoda y práctica que te pedí que trajeras pareciera la versión porno del catálogo de Victoria’s Secret.
La risa de su abuelo hizo que Jack pusiera los ojos en blanco.
—Pero ¿a que has disfrutado con… las vistas?
—Sin comentarios. ¿Por qué lo hiciste? Estaba claro que querías que hiciera el amor con ella. Sé que quieres que vuelva a casarme, pero no conoces a Morgan.
El anciano se golpeó el pecho.
—He vivido una larga vida, y sé bastantes cosas. Esos sueños, Jack, significan algo. Significan amor. Ha sido así desde hace varias generaciones.
—Sólo porque tú…
—Non, no sólo yo. También mi abuelo. Cuando se fue a trabajar a San Francisco tras jurar que no volvería a Lousiana —Brice agitó una mano con desdén ante aquel juramento—, comenzó a soñar con una bella rubia.
—Caramba, yo también he soñado con una rubia más de una vez.
—¿Durante meses y meses, mon garçon?
Jack suspiró, primero porque odiaba que lo llamaran niño y luego porque razonar con ese anciano no era nada fácil.
—No —contestó finalmente.
—Pues ya ves. Mi grand-pére tuvo esos sueños sobre una hermosa rubia. La conoció y descubrió que era la mujer de su jefe. Como ella ya estaba casada, creyó que la leyenda familiar estaba equivocada. Pero continuó soñando con ella. En esos sueños hablaba su corazón.
»Dos semanas después de que conociera a su amor verdadero, ocurrió el gran terremoto de San Francisco de 1906. El marido de la hermosa rubia murió. Y mi abuelo se casó con ella un año después. Seis hijos y cincuenta años después aún seguían enamorados.
Clavando los ojos en el anciano, Jack se preguntó si hablaría en serio. ¿Sería posible? ¿Sería realmente posible?
—Y su abuelo antes que él —continuó Brice—. Fue herido en combate y capturado por los yanquis al final de la Guerra Civil. Su novia era enfermera en un hospital de campaña. Mi abuelo siempre sostuvo que fueron los sueños sobre una bella desconocida lo que lo mantuvieron cuerdo durante los meses de batalla. Cuando la conoció, se quedó impactado. Se casaron tres días después de que acabara la guerra.
Tres hombres de su sangre habían soñado con bellas desconocidas. Jack había soñado una y otra vez con una mujer de brillante pelo rojo que resplandecía bajo la luz del sol. Y esa misma mañana, Morgan se había manifestado como la imagen de su sueño. ¿Explicaba eso ese alocado deseo de reclamarla, como si no pudiera renunciar a ella, como si Morgan fuera mucho más que un instrumento de su venganza? ¿Como si alejarse de ella fuera simplemente imposible?
Un estremecimiento atravesó su cuerpo. Jack se acarició la barbilla e intentó razonar. Los sueños y las almas gemelas se asociaban al concepto de la espiritualidad. Era todo tan extraño. No es que nunca hubiera oído hablar de ello a lo largo de su vida, sino que, sencillamente, no se lo creía.
—Ninguno de nosotros quiere creer que la malédiction sea cierta. Pero los hechos son los hechos. Les ocurre a los hombres de nuestra familia. Y ahora te toca a ti, con Morgan.
—¿Cómo supiste que la abuela era la mujer indicada? —preguntó Jack, intentando aceptar todo lo que decía su abuelo—. ¿Qué te hizo estar seguro, además de los sueños, de que grand-mére era la mujer perfecta para ti?
El anciano sonrió, haciendo más profundas las líneas que le surcaban los ojos y la boca. Sin lugar a dudas era un hombre que se había pasado la vida sonriendo muy a menudo.
—Cuando la conocí, tuve que contenerme para no abrazarla y convencerla de que era mía. Nunca quise estar alejado de ella ni que estuviera triste. Sobre todo, cher garçon, quería que fuera feliz y sabía aquí dentro —se señaló el corazón— que sólo yo podría hacer que lo fuera. ¿Comprenes-tu?
Oh, sí. Jack lo entendía demasiado bien. ¿No era justo lo que había sentido desde el primer momento que había conocido a Morgan? ¿Un loco deseo de tocarla, la necesidad de hacer lo que fuera para mantenerla a salvo, un odio visceral hacia el acosador? Odiaba ver las dudas que corroían a Morgan, pero la clave de su felicidad estaba en liberar su sexualidad.
—¿Qué te dicen las entrañas, Jack? Haz caso a tus instintos.
—No son racionales.
Las líneas enmarcaron la boca de Brice cuando su sonrisa se hizo más amplia.
—No tienen por qué. Es el corazón quien tiene la última palabra. ¿Te has sentido alguna vez de esa manera con otra mujer? ¿Con Kayla?
El anciano se refería a su ex-mujer.
Jack sólo negó con la cabeza. No. Nunca. Ni de cerca. Se había casado con ella porque estaba embarazada, y él era católico, incluso aunque ella no lo fuera. El matrimonio acabó unos meses más tarde cuando encontró un vídeo de Brandon Ross tirándosela mientras ella, supuestamente, había estado tan afligida por la pérdida de su bebé que no había querido hacer el amor con su marido. Mirándolo en retrospectiva, el divorcio había sido lo mejor. Pero no podía olvidar aquella humillación. Brice había estado con él, esperando para ver un episodio de CSI que Jack le había grabado, cuando se había encontrado con un tipo de acción totalmente diferente.
—Con Morgan es distinto, ¿verdad? —susurró Brice.
—Es complicado. Morgan está saliendo con otra persona. Están comprometidos.
Jack no podía decirle a su abuelo que Morgan pertenecía al hombre que había estado con Kayla en el vídeo. Sabría al instante que él había atraído a Morgan hasta su casa para obtener su venganza. Y no tendría que echarle mucha imaginación para saber lo que Jack había hecho para conseguirlo. Ese anciano lo desollaría vivo con su vieja navaja y le echaría tabasco en las heridas.
Haciendo una mueca, Jack no pudo negar la desagradable sensación de vergüenza que le atravesó las entrañas.
Y si Morgan lo descubría alguna vez… Oh, Dios, claro que lo iba a descubrir. Lo haría en cuanto hablara con Brandon. E impedirlo era condenadamente imposible.
Soltó un taco. No había manera de borrar un correo ya enviado. ¡Maldita sea! Ojalá hubiera prestado más atención a su instinto en ese momento, el que le decía que enviar ese vídeo sería un terrible error.
Y en cuanto Morgan y Brandon hablaran, él la perdería para siempre.
El pensamiento lo llenó de pánico.
A menos que encontrara una manera de atarla a él antes de que supiera la verdad… ¡Sí! Eso era. Brice se encogió de hombros.
—Bueno, jovencito. ¿Qué te preocupa? Ni siquiera están casados.
Y quizás no lo estén aún porque Morgan sabe que ese hombre no es el indicado para ella. Si ella te da un beso o dos es porque su corazón y su cuerpo saben lo que su mente aún se niega aceptar.
—¿Que no ama a su novio?
—Exactement.
¿Sería tan simple? ¿Qué Morgan fuera su… alma gemela, y por eso había respondido a él de esa manera, permitiéndole tales libertades con su cuerpo porque en alguna parte de su alma sabía lo que él era para ella? Parecía tan surrealista. Tan increíble.
¿Sería posible que ella no fuera la clase de mujer que engañaba a su novio, sino simplemente una mujer confundida? ¿Alguien tan confundido como él?
Jack suspiró y se agarró la cabeza.
Un sonido indignado salió de la garganta de Brice.
—Qué juventud. No tiene sentido del romance. Sigue resistiéndote. Amárgate la vida. Ya te atrapará el amor.
¿Amor? Ese pensamiento lo sorprendió más que si hubiera visto un alienígena verde y con antenas.
—La deseo. No la amo.
—¿Estás seguro? ¿Estás seguro de que no es amor?
Jack se dejó caer contra el respaldo. Condenado hombre y condenadas fueran sus preguntas.
—No, no lo estoy.
Brice asintió con aire conspirador.
—He traído vaqueros y camisas para Morgan. Así que dime si quieres que te los dé o si prefieres que me los lleve de vuelta conmigo.
Y dejar que Morgan sólo vistiera lencería provocativa.
De inmediato, la vio con el bustier dorado y el tanga a juego. El recuerdo bombardeó su cerebro y despertó su miembro. Oh, sí, Morgan estaba para comérsela con esas prendas. No entendía cómo podía ponerlo a cien con tanta facilidad. Caramba, había visto a centenares de mujeres desnudas, en especial cuando estaba con Alyssa y sus chicas, pero nunca se había excitado tanto. Lo que sentía por Morgan minaba su lógica y su tranquilidad de espíritu, y lo hacía sentir rudo… Jack sólo podía definir ese deseo de reclamarla como el instinto de un cavernícola. Tenía que saber que era suya y asegurarse de que siempre la cuidaría y la haría feliz. Sólo con pensar en tener éxito, en poder convencerla de que fuera suya en todos los sentidos, aumentó su temperatura corporal otros diez grados.
«Maldición».
Llegados a ese punto, no podía negar que su abuelo quizás tuviera razón.
De hecho, si quería tener a Morgan, y conservarla, iba a tener que formar un fuerte vínculo con ella. Un vínculo que no pudiera romperse cuando ella supiera por qué él había estado de acuerdo en aparecer en el programa de televisión, y que para ello había tenido que sobornar a su amigo Reggie. Y todo por una cuestión de venganza. Se lo diría. Pero aún no. No hasta que estuviera seguro.
Primero tenía que ganarse su confianza a un nivel visceral, enseñarle a su cuerpo que para él, ella siempre sería lo primero. El dormitorio era un buen lugar para comenzar a derribar sus defensas. En cuanto se hubiera rendido, podían hablar. El resto se resolvería por sí sólo.
Ese conocimiento, la sensación de estar haciendo lo correcto, y de que tenía un plan, encajaron en ese momento como las piezas de un puzzle que se le hubiera estado resistiendo.
Al fin, dijo:
—No necesito tiempo para pensarlo. Llévate esas ropas contigo, grand-pére. Y no las vuelvas a traer.
Brice sonrió ampliamente, lo que hizo destacar sus blancos dientes contra la oscura piel cajún.
—Laissez les bons temps rouler! Oh, sí. Qué vengan los buenos tiempos.