Capítulo 8

Con los ojos cerrados, Morgan se dio la vuelta y se desperezó entre las sábanas calientes y arrugadas. Sentía los músculos deliciosamente laxos y relajados, y se sentía dolorida en algunos lugares inusuales. Pero vaya, aunque fuera difícil de creer, dormir profundamente la había rejuvenecido. No podía recordar la última vez que se había sentido tan descansada. Sonriendo, medio adormilada, inspiró profundamente. Olores a cuero, a hombre, a medianoche, a pantano y a sexo inundaron sus sentidos.

Los olores de Jack.

Los acontecimientos de la noche anterior regresaron a su mente. Todos y cada uno de ellos. Hasta el más mínimo detalle. Con un grito ahogado, Morgan se incorporó en la cama, aferrando la sábana con los puños. Todo lo que ella había hecho…, y no sólo eso, sino que también lo había disfrutado. La lujuria invadió su vientre y su vagina se tensó con un ansia voraz ante esos recuerdos tan vívidos.

Su mente se bloqueó con una mezcla de sorpresa e incredulidad. Y de consternación.

Aún estaba desnuda. Ella, que jamás dormía sin pijama, había dormido desnuda en la cama de un hombre que le había hecho caer en el pecado más prohibido y había logrado que le gustara a pesar de todo. Y ahora, permanecía en la cama como si estuviera esperando que él volviera a hacerla caer.

Frunciendo el ceño, Morgan lo recordó durmiendo a su lado. No, no a su lado, sino con su cuerpo entrelazado al suyo. El sólido tórax contra su espalda, la mano extendida sobre su vientre. El ritmo constante de la respiración masculina le había rozado el oído.

Morgan llevaba semanas sin dormir bien, desde que los problemas con el acosador se habían vuelto más serios. Pero incluso aunque se sentía a salvo en la relativa seguridad de su apartamento, jamás había dormido tan profundamente. Con Jack cerca de ella, se había sentido querida, protegida, y absolutamente capaz de caer en el negro abismo del sueño.

También se había sentido reclamada, en especial cuando Jack la había despertado bruscamente en mitad de la noche. La había colocado de espaldas sobre la cama y había acomodado sus caderas entre los muslos abiertos de Morgan que jadeó ante el suave empuje de su miembro en su sexo inflamado.

A pesar de estar medio dormida, la sensación de esos lentos y perezosos envites la había envuelto en una roja neblina de necesidad. Al cabo de unos minutos, ella había intentado aferrarse a los hombros de Jack en una súplica silenciosa y se había dado cuenta de que él la había atado otra vez, además de vendarle los ojos.

Recordó que le había soltado las ataduras de los tobillos repentinamente, luego la movió cerca de la cabecera de la cama, sin desatarle las muñecas, él se había sentado con ella encima y, con un arranque de pasión controlado, la bajó sobre su miembro.

—Móntame, cher. Envuélveme con esa preciosa vaina tuya —le susurró él después de la medianoche.

Agarrándola firmemente por las caderas, Jack marcó el ritmo y la profundidad de la penetración. Nunca demasiado rápido. Nunca demasiado profundo, pero bastaba para convertirla en una masa temblorosa y jadeante.

Morgan había gemido pidiendo más. El sudor le resbalaba por el vientre, por la espalda, mientras buscaba una liberación que él no parecía querer darle. Simplemente la hacía subir y bajar con interminables y lentos envites.

—Jack —gimió ella.

Non —él se enderezó bajo ella y le pellizcó el pezón con los dientes, al tiempo que le golpeaba el trasero con una de las manos.

La doble sensación de placer y dolor atravesaron su cuerpo como una oleada de lava líquida. Morgan se quedó sin aliento cuando Jack se sumergió profundamente en su interior. Él empujó hacia arriba, pero con golpes largos y lentos que multiplicaron la fricción y sacudieron a Morgan con estremecimientos de placer.

—Incorrecto. —La castigó levantándola, dejando casi fuera la totalidad de su erección—. ¿Cómo tienes que llamarme?

Morgan vaciló, casi al borde del abismo. Jadeando, con el sexo en llamas y las manos atadas que impedía que lo acariciara, gimió:

—Más, por favor…

—Sólo cuando te dirijas a mí de manera correcta.

—Señor —se apresuró a decir—. Señor.

Jack la recompensó entonces, levantándole las caderas y penetrándola tan profundamente que Morgan gritó. La mano de la cadera se movió lentamente hasta que el pulgar jugueteó con su clítoris. Con un gemido, ella se arqueó bajo su toque, buscando alcanzar el clímax.

Con dedos rápidos, él le soltó las manos y le dejó claro que no quería verlas desocupadas.

—Juega con tus pezones, Morgan. Muéstrame cómo te gusta tocarlos.

Ella vaciló, la aprensión se mezclaba con un estremecimiento de lujuria. ¿Tocarse mientras él la observaba? Oh, Dios, la idea la excitó.

Como ella no se movió, Jack detuvo los lentos y constantes envites. Morgan gimió.

—Tócalos ya —le exigió—, o dejaré de follarte y volveré a zurrar ese pequeño trasero tuyo.

Morgan no quiso pensar en cuánto le gustaba que esa ancha palma le calentara las nalgas. Pero también quería tener su miembro dentro, además de complacerle. Se llevó las manos a los pechos y se los ahuecó, deseando más que nada poder verle la cara. ¿Se sentiría Jack excitado por lo que ella estaba haciendo? ¿Sentiría rechazo?

—¿Y los pezones? No se merecen que los ignores cuando estás a punto de correrte, ¿verdad?

—No —dijo ella entre jadeos, apretándoselos y retorciéndoselos con los dedos—. No, señor.

Un nuevo brote de humedad inundó su pasaje, empapando todavía más sus pliegues. La reacción de su cuerpo no le pasó desapercibida a Jack.

—Sí, cher. Me encanta que te mojes. Eres perfecta, estás hecha para mi polla.

Jack la bajó otra vez sobre su erección y comenzó a invadirla de nuevo con un ritmo duro y constante que hizo que la cabeza le diera vueltas y que le ardiera el cuerpo. Lo siguió, envite a envite, gemido a gemido, pellizcándose los pezones con cada estocada del miembro de Jack hasta que estuvieron duros y sensibles.

—Mueve las manos —murmuró él contra su piel.

Casi con renuencia ella soltó los duros brotes. Fue difícil seguir la orden cuando estaba tan cerca de la satisfacción que casi podía saborearla. Gimió. Pellizcarse los pezones era un placer añadido al que Jack le proporcionaba.

No tuvo que prescindir de ese deleite demasiado tiempo. Él se llevó una de las tensas cimas a la boca, succionándola con fuerza contra el paladar mientras con la lengua le lamía la parte inferior. Sus dedos atormentaron el otro pecho con tanta fuerza, con tanta presión que ella casi gritó.

—Me aprietas la polla, cher. No quiero que te corras hasta que yo te lo diga —le recordó.

—No puedo evitarlo, señor —gimió ella, indefensa ante el creciente mar de éxtasis que amenazaba con ahogarla.

—Puedes y lo harás. Y mientras te tocarás el clítoris. —Él se llevó una de las manos de Morgan a su boca y le chupó un dedo, sumergiéndolo en la estremecedora calidez—. Mójate así el dedo, déjalo brillante y húmedo, luego acaríciate el clítoris para mí.

Ella quería hacerlo. Oh, Dios, quería hacerlo. El mero pensamiento la hizo sentir una nueva oleada de necesidad.

—Pero… así, llegaré al orgasmo.

Jack le golpeó el trasero.

—Dirígete a mí de manera correcta.

Morgan tragó luchando contra la necesidad.

—Eso me llevará al orgasmo, señor.

—No hasta que yo te lo permita —la advirtió—. Ahora llévate el dedo a la boca. Sí. Hasta el fondo. Chúpalo. Así, cher. Precioso.

La bajó profundamente sobre su miembro. La sangre corría con rapidez hacia la unión de sus cuerpos, inundando cada célula, hinchando sus pliegues hasta que sintió la fricción de cada envite, dentro, fuera…, por todas partes. Apretó los ojos cerrados, intentando contenerse, pero sabía que no podría hacerlo por más tiempo… Jack la estaba llevando hasta el límite de su resistencia.

Pero lo último que quería era usar la palabra de seguridad para detenerle.

—Apriétame con tu sexo. Sí —murmuró—. Ahora ponte el dedo en el clítoris y enséñame cómo te lo frotas.

Excitada más allá de la modestia o la vergüenza por las llamas del placer, Morgan hizo lo que él exigía, deslizándose la palma de la mano por el abdomen hasta el húmedo nicho de sus rizos y rodando el dedo mojado sobre el clítoris.

—¡Oh, sí! —no pudo contener el sonido. De inmediato, Morgan se dio cuenta de que el clítoris se había salido de su capuchón y que cada roce de su dedo sobre el hinchado brote era como fuego en su sexo, un fuego que se extendía por el pasaje que el miembro de Jack llenaba con cada envite.

—No te detengas —gruñó él—. Déjame ver cómo juegas con tu clítoris.

Lo cierto era que ella no hubiera podido detenerse por nada del mundo. Su saliva se mezcló con sus propios jugos cuando presionó un segundo dedo encima del clítoris y comenzó a realizar los movimientos que sabía que la llevarían directamente al clímax.

Se esforzó por contener el orgasmo, esperando la aprobación de Jack. Necesitándola. La presión creció y se acumuló. Tensó cada uno de sus músculos mientras se sentía compelida a dejarse llevar cada vez más alto. Y Jack… ahora estaba embistiendo en ella, gimiendo con cada estocada. Podía sentir cómo su miembro se hinchaba cada vez más en su interior, penetrándola con mayor profundidad, con el glande golpeando su punto G.

Y Morgan se aferró a él, clavándole las uñas en la cadera mientras con la otra mano seguía acariciándose el nudo de nervios de su entrepierna. Apretó los muslos en torno a él. Gritó, intentando aguantar hasta que Jack le diera su consentimiento, intentando contener la gigantesca explosión que se arremolinaba dentro de ella con la brillante promesa del Nirvana.

Jouis vierte à moi —le exigió—. ¡Córrete para mí!

Jack no había terminado la frase cuando Morgan estalló, y pudo ver las brillantes estrellas girando dentro de su cabeza. Aquel bello despliegue de luces tenía, sin embargo, un lado oscuro que la envolvió y tiró de ella como si hubiera sido arrastrada por las aguas revueltas del pantano y se ahogara en un inmenso y violento placer, uno en el que sólo aquel candente ardor era capaz de provocarle una vívida satisfacción. El retumbar de sus oídos y la sequedad de su garganta le indicaban que estaba gritando. El largo gemido de satisfacción de Jack se unió al de ella.

Después no recordó nada más, sólo que durmió profundamente y sin pesadillas, envuelta en el calor de Jack.

Ahora la cama estaba vacía, y la puerta del dormitorio cerrada.

Y sólo pensar en él y en la noche que habían pasado juntos la hacía sentirse dolorida y mojada otra vez.

Morgan enterró la cara entre las manos. Dios, ¿qué había hecho?

Antes de que Jack la tocase, le había preocupado que después de pasar una noche con él, no volviera a ser la misma. Había hecho bien en preocuparse.

Y lo que era peor aún. Después de excitarla hasta hacerla jadear por todo lo que había jurado que nunca desearía, después de satisfacerla más allá de cualquier fantasía erótica que pudiera haber tenido, Jack, sencillamente, se había despertado en algún momento de la noche y se había ido. No, no había esperado devoción eterna ni confesiones de amor. Sería una locura. Por otra parte, Jack Cole no parecía el tipo de hombre que se doblegara ante algo tan tierno como las emociones. La simple idea la haría reír, si estuviera de humor.

Fuera como fuese, el hecho es que se había entregado a alguien —y además repetidas veces— que podría poner su mundo del revés y convertirla en alguien que horrorizaría a su propia madre, o que Andrew despreciaría. La convertiría en una depravada, algo con lo que no estaba segura de poder lidiar. Luego, él la abandonaría.

Tenía que ponerle fin aquello, incluso aunque esa temeraria parte de su alma deseaba ardientemente a Jack y la dulce locura del placer que le daba.

Y eso no podía ser. Aparte de esa noche de sexo, no tenían nada en común. Sencillamente, Jack tenía una actitud despreocupada que no encajaba en su mundo. Y ella no quería encajar en el de él, un mundo lleno de órdenes susurradas, ataduras de terciopelo, azotainas y actos que la horrorizaban y fascinaban a la vez.

¿Y cómo podía estar contemplando si quiera la posibilidad de compartir más noches de locura con Jack?

La había desafiado a que se entregara a él sólo por una noche. Bien, pues ya lo había hecho y no iba a ocurrir de nuevo. Ahora sólo tenían que descubrir la identidad del acosador y ella podría recuperar su vida. Y encontrar la manera de olvidarse de Jack antes de que la sometiera por completo.

Si lo miraba por el lado bueno, cuando llegara el momento de presentar el tema de la dominación en su programa Provócame, estaría más que preparada.

Sonriendo sardónicamente ante su propio humor negro, Morgan se levantó y buscó por la habitación algo con lo que cubrir su desnudez y protegerse del frío de la mañana. Más tarde, después de vestirse con una enorme sudadera de Jack que le llegaba hasta la mitad del muslo y un par de calcetines, se peinó el pelo con los dedos para deshacer los peores enredos. Maldición, ni siquiera había podido encontrar ropa interior. Y el resto tendría que esperar. Le rugía el estómago y tenía que comer.

Respirando hondo, Morgan abrió la puerta del dormitorio y salió al pasillo.

Lo último que esperaba ver era a otro hombre en medio de la cocina.

De complexión fuerte y antepasados obviamente alemanes, el hombre era unos diez centímetros más alto que Jack que no era precisamente un enano. El pelo castaño claro con un corte militar, la mandíbula cuadrada y los anchísimos hombros lo hacían rezumar virilidad por los cuatro costados. Pero fueron los ojos, brillantes, perspicaces y de un profundo azul claro —que la fulminaron por encima del hombro de Jack con una descarada y abrasadora apreciación—, los que sobresaltaron a Morgan.

La miraba como si sospechara que había pasado la noche haciendo el amor con Jack. Como si su comportamiento licencioso no hubiera sido ya lo suficientemente malo, aquella nueva revelación provocó que sus mejillas se cubrieran con un rubor mortificante.

Jack se giró para mirarla paralizada en el pasillo. Lo más probable es que ella pareciera un ciervo cegado por los faros de un coche, pensó Morgan, obligándose a respirar hondo y a enfrentarse a la mirada del desconocido.

—Morgan —la llamó Jack.

Ella lo miró. Dios, estaba guapísimo por la mañana. Sólo su voz, susurrante y ronca, con un leve matiz dominante, la hacía excitarse y mojarse una vez más. Mala señal, muy mala.

El estómago le dio un vuelco, y sus mejillas se ruborizaron de nuevo cuando recordó por segunda vez todo lo que habían hecho la noche anterior.

Los ojos oscuros de Jack ardían con los recuerdos, incluso cuando cruzó los brazos sobre el enorme pecho y apretó los dientes. Su postura no invitaba a un beso de buenos días aunque ella hubiera estado dispuesta a dárselo. ¿Era ese hombre distante el mismo que había entrelazado sus extremidades con las de ella en un tierno abrazo protector durante la oscuridad de la noche?

—Éste es mi socio, Deke Trenton —dijo sencillamente.

Jack y el recién llegado se parecían tanto como la noche y el día, como la luz y la oscuridad, pero sus cuerpos y ojos duros, estaban cortados por el mismo patrón militar. Sintió un escalofrío. Demasiada testosterona en una sola habitación.

El enorme guerrero pasó junto a Jack y extendió la mano con una sonrisa cordial que transformó la expresión inescrutable de su cara en otra sorprendentemente amigable.

Vacilando, Morgan extendió la mano y se la estrechó.

—Morgan O’Malley.

—Jack, eres un aprovechado. Siempre andas acaparando a las chicas bonitas. Debería darte una patada en el trasero.

Jack bufó.

—Bueno, puedes intentarlo.

Deke sonrió ampliamente.

—Más tarde. Fuera. Tú, yo y los caimanes. —Miró a Morgan soltando un suspiro conspirador—. Si me permites, te diré por quién puedes apostar. Mejor aún, quizá pueda convencerte de premiar con un beso al ganador. Te prometo que nunca verás ningún otro combate igual.

El tono burlón agradó a Morgan de inmediato. A pesar de lo delicado de la situación, ella se sintió relajada y le devolvió la sonrisa.

—No estoy dispuesta a ser considerada una apuesta —bromeó Morgan mirándolo a los ojos.

—Buena chica —la elogió Jack—. Y si mi socio no deja de meterse en donde nadie le llama, acabará encontrándose con la nariz rota… y todavía más feo de lo que ya es.

Deke se rió y se acercó con paso lento hacia Jack para darle una palmadita en el hombro.

—No eres demasiado sutil, Jack. —Lanzó otra acalorada mirada en dirección a Morgan, disfrutando un buen rato de las piernas desnudas y de la forma de sus pechos sin sujetador a través de la sudadera—. Eres un bastardo afortunado.

Morgan, desconcertada, se mordisqueó el labio bajo esa mirada apreciativa. Se sentía vergonzosamente intrigada. Deke parecía el protagonista de una película sobre la guerra fría, no era su tipo. Aunque tampoco lo era Jack si lo pensaba bien. Pero… no importaba; no quería pensar en ello.

—¿Has venido aquí por alguna razón en concreto o sólo para atormentarme? —le replicó Jack con aspereza.

A pesar del sarcasmo que notó en su voz, Morgan tenía claro que Deke y él eran grandes amigos. Jack no confiaba en demasiadas personas, pero apostaría lo que fuera a que le confiaría la vida a ese grandullón rubio. Sin embargo, en ese momento, Jack estaba tenso y vigilante, incluso un poco enfadado. Fingía bromear con Deke, pero no lo hacía.

—Bueno, ya sabes que jamás dejo pasar la oportunidad de atormentarte. Y no es que necesite esforzarme mucho.

—No, te sale a la perfección.

—Años de práctica —suspiró Deke—. Pero he venido aquí por una razón. —Se volvió hacia Morgan, esta vez con aire serio—. Puede que tú también quieras oír esto. Es sobre tu acosador.

Ella contuvo el aliento. Con todas esas emociones conflictivas que bullían en su interior y esas bromas, se había olvidado de ese homicida lunático. Menuda tonta.

—Bueno. Hum, dame un minuto. No puedo enfrentarme a eso sin comer algo antes.

—Y de tomar un buen café, claro —añadió Deke.

Morgan frunció el ceño. Jack se rió.

—No le gusta —le dijo a Deke.

Deke arqueó una de sus cejas leonadas.

—¿Es humana?

Poniendo los ojos en blanco, Morgan regresó al dormitorio. Si iba a enfrentarse a toda esa testosterona tenía que cubrirse el trasero con algo más que el faldón de una sudadera. En cuanto recuperó la bata de Jack, entró en el baño y se cepilló los dientes y el pelo.

Cuando salió al pasillo de nuevo, Jack y Deke estaban sentados en la mesa redonda de la cocina, con sendas tazas de café en la suave superficie de pino. A ella la esperaban una tostada y un vaso de zumo de naranja.

Miró a Jack sorprendida. Él le señaló la silla sin decir nada.

¿Había hecho la cena y ahora eso? ¿El hombre que la había atado y le había dicho cómo debía comportarse en el dormitorio para llevarla directamente a un increíble orgasmo se había convertido en su cocinero personal? ¿Le gustaba que él se ocupara de ella?

—Gracias —murmuró, completamente confundida, mientras se acomodaba en la silla frente a Deke.

Jack, que estaba sentado a su izquierda, asintió y se volvió hacia su socio.

—Deke tiene algunos contactos en el FBI. Han estudiado las copias de las fotos que ese enfermo bastardo te ha enviado, y el patrón de comportamiento.

Deke agarró la taza de café y observó a Morgan desde el otro lado de la mesa; era una presencia imponente, incluso en esa espaciosa habitación. Morgan contuvo el aliento, esperando que él supiera algo, cualquier cosa que ayudara a atrapar a su Norman Bates personal antes de que se convirtiera en un auténtico psicópata.

—El acosador es, con toda probabilidad, un hombre entre veinte y cuarenta y cinco años. Alguien conocido. Su comportamiento es el de una pareja celosa en extremo. Está totalmente obsesionado contigo.

—Pero aunque él me conozca, quizás yo no lo haga. Es decir, si así fuera, ¿no querría que yo supiera quién es?

—La manera en que oculta su identidad es algo inusual. Quizá lo haga a propósito o piense que es obvio que tú deberías conocerlo. A juzgar por las pruebas que tenemos, creemos que es esto último. No creo que esa persona esté intentando ocultar su identidad. Eso es lo que lo hace tan peligroso.

Morgan suspiró, cada vez más atemorizada por las palabras de Deke.

—¿Podría existir otra explicación?

—No, el hecho que te siguiera a Houston cuando fuiste a casa de tu novio, nos indica que va en serio —añadió Jack.

Deke volvió la mirada hacia ella con la sorpresa reflejada en sus cejas arqueadas.

¿Novio? Morgan hizo memoria. La tensa mandíbula de Jack y su ceño oscuro la hicieron recordar de repente que ya le había mencionado que estaba comprometida con Brandon. La mentira no había logrado que se mantuviera a distancia. Pero revelar la verdad en ese momento, sólo le daría alas a Jack para conseguir cualquier acuerdo sexual que quisiera obtener de ella. No. Mejor aferrarse a la mentira que podría esgrimir como excusa si se le acercaba de nuevo. La próxima vez, tendría que acordarse de que se suponía que era una mujer comprometida.

—Entre Los Angeles y Houston hay demasiada distancia para que sea una broma —convino ella.

—Exacto —dijo Deke—. Pero que te haya tiroteado sugiere que en su mente sólo hay lugar para la venganza.

—Piensa que eres suya —dijo Jack—. Pero fue al verte conmigo tomando café cuando intentó dispararte por primera vez. Como si quisiera castigarte e impedir que cualquier otro te tuviera.

—Es de locos. —Morgan hizo una mueca.

—Los acosadores no son gente normal y agradable —dijo Deke, encogiendo los hombros.

Ella suspiró.

—Pues no tengo ni idea de quién es.

—Estoy seguro de que lo conoces, Morgan. Es alguien que en algún momento de tu vida ha estado próximo a ti, bien sea como amigo o como amante. Pero por lo que parece, cree que eres suya, lo que le da derecho a castigar tu mal comportamiento, como por ejemplo estar viéndote con otro hombre. Está claro que es bastante tenaz.

—Sí, sé ve que no es cosa de un día. —El nudo de aprensión de su estómago se apretó todavía más.

—Bien —dijo Deke—. Jack y tú estáis haciendo todo lo que está en vuestra mano. Por ahora es mejor que te quedes aquí. Así que no intentes ser Doña Independencia.

Alejarse de Jack sería genial para su amor propio, pero terrible para su seguridad. Morgan suspiró.

—Me molesta tener una niñera, pero hasta que sepa quién es y se hayan ocupado de él, me siento más segura estando con alguien.

—Bien. ¿Te ha llamado alguna vez al móvil? —preguntó Deke.

—No. Hace seis meses que conseguí un número nuevo. Sólo tres personas lo tienen: mi madre, Brandon y mi agente.

—¿Brandon?

—Su novio.

El rencor de Jack al contestar a su socio la aturdió. No sonaba precisamente contento por el hecho de que ella pronto estaría casada con otro. Morgan frunció el ceño. Ya había obtenido todo lo que quería de ella, ¿no? No podía estar celoso.

—Ah, y mi ayudante de producción, Reggie, también tiene el número.

Jack y Deke se miraron de reojo.

—¿Qué sabes de Reggie?

Estaba claro que sospechaban de él. Morgan iba a decirles que eso era absurdo. Reggie era un cruce entre un osito de peluche gigante y un padre sustituto. Pero entonces se dio cuenta de que cualquiera podría ser sospechoso. Cualquiera, no importaba lo absurdo que pareciera.

—Reggie ha estado conmigo desde que comenzó el programa. Tiene algo más de cuarenta años. Divorciado. No parece un mal tipo. Pero supongo que nadie lleva tatuado en la frente la palabra acosador.

—Exacto. ¿Hablas con él sobre cosas personales?

Ella se encogió de hombros.

—Supongo que a veces. Me dejó llorar sobre su hombro un par de veces después de que terminara con Andrew. Luego, cuando la cadena renovó Provócame, el equipo solía reunirse en un bar de moda de Los Angeles. Reggie y yo coincidimos allí algunas veces. Una noche, él me contó lo de su divorcio y cómo le engañó su esposa, y yo acabé como una cuba, así que me acompañó a casa.

—¿Te has acostado con él? —la aguijoneó Jack.

Morgan abrió la boca.

—¡No! Ya te he contado mi pasado, el cual, estoy segura, has compartido con Deke.

—Sólo lo que consideraba más importante —dijo Deke con una mueca de pesar—. Pero eres libre de contármelo todo. Y en particular cualquier detalle jugoso.

Jack se volvió en su asiento y le lanzó una mirada furiosa a Deke.

—O no —añadió el gigantesco rubio.

La mirada de Morgan fue de uno a otro ¿Qué demonios pasaba allí? Jack actuaba de una manera casi posesiva. Contuvo un bufido. Bueno, como si ella fuera importante para un tío como Jack. Para él, ella sólo era un juguete.

—¿Podría ser que estuvieras demasiado ebria para recordar haberte acostado con Reggie? —preguntó Jack.

—No. Me desperté al día siguiente con las bragas puestas.

Jack se relajó y miró a su amigo.

—¿Algo más, compañero?

La respuesta de Deke fue inusitadamente seria.

—Por el momento no. Me llevaré las fotos originales para que las analicen, a ver si encuentran alguna huella o pista.

—No lo creo posible —dijo ella.

—Yo tampoco —admitió Deke con un encogimiento de hombros—. Pero nunca se sabe. Tal vez tuvo algún descuido, o no se planteó que intentarías analizarlas. No sabré nada hasta dentro de unos días. Tendrás que tener paciencia. Llegaremos hasta el fondo del asunto. —Le palmeó la mano.

De repente, Jack se puso de pie. Su silla rechinó en el suelo de madera, rompiendo la silenciosa quietud matutina. Estaba tenso cuando le dio a Deke una palmada en la espalda.

—Tenemos que hablar de negocios.

Deke vaciló, esbozando una sonrisa. Morgan tuvo el presentimiento de que la orden le hacia gracia.

—Vale. —Miró a Morgan—. Ha sido un placer conocerte.

Cuando extendió la mano por encima de la mesa, Morgan apenas tuvo tiempo de estrechársela antes de que Jack lo instara a seguirlo hasta la puerta del final del pasillo. La abrió y lo empujó para que entrara. Los observó desaparecer con el ceño fruncido. ¿Qué demonios le pasaba a Jack?

Jack contuvo el deseo de cerrar la puerta de un portazo. También se contuvo para no pegarle un puñetazo a Deke en la cara, aunque eso le costó un poco más.

«¿Qué demonios me pasa?».

—Bueno, sea lo que sea, suéltalo ya —le exigió Deke, sentándose en la silla al lado del ordenador.

Jack no fingió no entenderle.

Suspiró y se dejó caer pesadamente en la silla. ¿Por dónde podía empezar? Todo esa historia se estaba volviendo cada vez más complicada. Venganza, lujuria, intento de asesinato, sexo intenso…, y todo en los últimos dos días.

Pero como en toda historia, Jack supuso que lo mejor sería empezar por el principio.

—Mi ex-esposa me puso los cuernos con otro hombre antes de dejarme.

—Lo mencionaste una vez, uno de tus fines de semana locos en Nueva Orleans.

—Con Brandon Ross.

Deke frunció el ceño.

—¿Brandon Ross? ¿El mismo Brandon con el que Morgan está comprometida?

Jack apoyó los codos en las rodillas y miró atentamente a su amigo.

—El mismo.

—Diría que es demasiada coincidencia que hayas terminado protegiendo y metiendo bajo tu techo a la novia de tu enemigo y, a menos que me equivoque, también la has metido en tu cama. Te conozco lo suficientemente bien para creer que no puede existir tal coincidencia.

—Lo había planeado —confirmó Jack—. Hasta el último detalle. Iba a seducirla, a tirármela y a restregárselo a Brandon por las narices de la misma manera en que él hizo conmigo.

Deke soltó un silbido.

—Eso es tener agallas, amigo. Retorcido, pero con un par de pelotas. ¿Qué ha ocurrido?

Jack se puso de pie, paseándose de un lado a otro por la pequeña estancia sin ventanas. ¿Desde cuándo la habitación se había vuelto tan pequeña? Nunca se lo había parecido antes.

Le dio la espalda a Deke. Suspiró. Entrelazó las manos. Merde, estaba nervioso.

No, era mucho más que eso. Estaba furioso porque la rabia que había sentido por Brandon antes de poner en marcha todo el asunto, el propio deseo de vengarse de su antiguo amigo, estaba siendo usurpado por el deseo de volver a tener a Morgan bajo su cuerpo. Estaba furioso porque durante toda la noche, Morgan no había sentido ni una pizca de remordimiento por haber engañado a su novio, y porque aún había logrado contener una parte de sí misma. Maldita sea, su cuerpo, su cara le decían que aún no había experimentado todo lo que deseaba.

Luego, había tenido que soportar el flirteo de Deke con ella y con tener las ganas de partirle la cabeza a ese rubio gigantesco.

Y por encima de todo eso, estaba ese deseo…, Jack luchó contra la necesidad que burbujeaba en su vientre. Hacía menos de cuatro horas que había estado en el interior de Morgan, y ya estaba de nuevo agonizando, jadeando y babeando por ella. Deseaba volver a saborearla. Esa necesidad lo enfurecía, y lo hacía perder el control. Indudablemente, eso era inaceptable.

—No lo sé —dijo Jack finalmente—. Sencillamente… no es tan fácil como creía.

—¿Has pagado al acosador para tenerla dónde querías?

—Me conoces muy bien. No te habría llamado si todo esto fuera un montaje. Sólo había pensado en seducir a Morgan en Lafayette. Convencerla de que Brandon no era el mejor hombre para ella, y luego dejarla. Pero hay un acosador de verdad, y cuando le disparó en medio de la multitud a plena luz del día, estaba jodidamente aterrorizada. Así que la traje aquí.

—Me parece lógico, pero no entiendo ese sentimiento posesivo. No va contigo. En el pasado, hemos compartido…

—Ni siquiera lo pienses —gruñó Jack—. Morgan es muy reservada. Además, es una mujer que lucha por su vida, no una furcia que nos hayamos ligado en un pub.

—Sin embargo, nada de eso te ha impedido tirártela.

—Déjalo ya, maldita sea.

—Está bien. —Deke respondió al gruñido de Jack con una sonrisa torcida y levantó las manos en un gesto de rendición—. No tendré más pensamientos lascivos sobre ese bomboncito pelirrojo que hay ahí fuera.

Jack se masajeó los hombros, intentando aliviar la tensión. Demonios, una noche con Morgan atada y a su merced, y ya empezaba a perder la cabeza. Deseaba poder librarse de todos esos pensamientos lascivos sobre ella con tanta facilidad como Deke. Pero no podía. Deseaba a Morgan. Y la deseaba ya.

—La pregunta es, ¿por qué ese rollo del amante celoso? —Deke lo atravesó con una mirada penetrante, como si conociera cada maldito pensamiento que le cruzaba por la cabeza—. A menos, claro está, que estés celoso de verdad.

¡Maldición! La amarga realidad era que los celos le roían las entrañas No cabía duda. Había compartido algunas mujeres con Deke y había estado bien. Pero hacerlo con Morgan… sólo de pensarlo se ponía enfermo. El instinto le decía que a ella le encantaría un trío, si se permitiera considerar esa posibilidad. Pero él se sentía posesivo con ella. Prefería masticar clavos antes que permitir que su amigo y socio participara en la función.

Había algo en Morgan que lo conmovía profundamente y lo dejaba sin aliento. Jack tenía demasiada experiencia para perder el tiempo mintiéndose a sí mismo. El deseo que sentía por la prometida de Brandon tenía, sencillamente, poco que ver con la venganza, y desear que fuera de otra manera no iba a cambiarlo.

Pero era algo más que todo eso. Hacer el amor con Morgan durante toda la noche no había satisfecho su libido ni el deseo de traicionar a Brandon. En realidad, ella había sido perfecta. Jack no recordaba haber mantenido nunca relaciones sexuales con una mujer de una manera tan completa, como si pudiera ver dentro de ella, como si conociera todos y cada uno de sus deseos. Y aunque había estado totalmente dentro de ella —al menos físicamente— no era suficiente. Quería más, quería darle todo lo que necesitara, que ella se sintiera libre de pedirle cualquier cosa que deseara.

Pero ella seguía sin confiar en él.

Maldita sea, no quería eso. Ansiarla no era parte del plan. Tirársela, plantar la semilla de la duda para que dejara a Brandon y marcharse, ése ere el plan. Así de simple.

Pero no. Jack no sólo quería que dejara a Brandon para vengarse. Una temeraria desesperación lo embargaba. No estaba seguro de poder dejarla marchar. Si bien ella había engañado a Brandon, saberlo no le bastaba. Había pensado que podía pasar de las mujeres desde el momento en que se divorció de Kayla, pero con Morgan no podía. La deseaba más de lo que había deseado nunca a su ex-mujer.

Por una parte, la estúpida hormona de la felicidad que llevaba dentro lo impulsaba a ganarse la confianza de Morgan, hacerla suya para someterla. Su instinto de posesión le exigía que la reclamara.

Bueno, ya lo había admitido. Quizá ése fuera era el primer paso para recuperarse de esa locura y centrarse en su venganza.

Jack siguió paseándose de un lado a otro de la habitación, sin poder concentrarse, como si su mente hubiera sufrido un cortocircuito. Lo más probable es que fuera debido a la maratón de sexo y a la falta de sueño.

Pero se conocía demasiado bien. Algo en su interior le gritaba que abandonara la venganza y reclamara a Morgan para sí. Que la tratara como le gustaba tratar a las mujeres, que la enseñara a aceptar sus más profundos deseos, que la cuidara. Que la hiciera suya para siempre.

También había algo que le decía que haberle enviado a Brandon el vídeo en el que tomaba a Morgan contra la puerta había sido un error. Uno bien grande.

Con un suspiro, Jack se hundió en la silla. No debería preocuparle que Brandon viera la cinta en la que poseía a Morgan. Pero como el tonto que era, le preocupaba. Maldita sea, ojalá no hubiera compartido los detalles de su primera vez juntos, y menos de esa manera.

Era una locura sentir remordimientos. ¡Enviarle el vídeo a Brandon era parte de su venganza! A pesar de eso, Jack era consciente de que había enviado a Brandon algo que sólo les concernía a Morgan y a él. ¿Qué decía eso acerca de sus sentimientos por ella?

Lo peor era que si Morgan se enteraba, no comprendería por qué lo había hecho, sólo vería sus acciones como una enorme traición a su confianza. Una que socavaría cualquier avance que hiciera con ella. Y si quería poseerla de nuevo, tenía que demostrarle que no sólo quería tener relaciones sexuales con ella. Tenía que demostrarle que le importaba.

Maldita sea. Iba a tener que escoger entre Morgan o seguir con su venganza, porque una sola noche salvaje con ella no había sido suficiente para saciarse. No había sido suficiente ni por asomo. Al contrario, sólo había servido para que no se la pudiera quitar de la mente.

Pero ¿cómo diantres podía renunciar a tres años de furia, de traición, de intrigas y odios?

¿Cómo podía renunciar a una dulce sumisa como Morgan?

—Oh —se rió Deke—. Morgan te tiene cogido por las pelotas. Te tiene bien atado. Qué fuerte. No es que te culpe. Parece tener un polvo que…

—Cállate. No hables de Morgan de esa manera —gruñó Jack.

En cuanto las palabras abandonaron su boca, se dio cuenta de que no había hecho sino confirmar cada una de las sospechas de Deke.

«¡Maldición!».

Deke se rió.

Jack se esforzó por aflojar la mandíbula tensa.

—Hablemos de trabajo.

Su amigo contuvo una amplia sonrisa.

—Claro. Venga. ¿Cuál de los sospechosos piensas que es el acosador de Morgan?

—Podría ser cualquiera. —Jack encogió los hombros, intentando relajarse—. No creo que sea el novio de la universidad que se casó hace poco y acaba de tener un bebé. También creo que Morgan tiene razón sobre Brent Pherson. Un jugador de fútbol americano que esté de gira no pudo haberle sacado esas fotos. Lo que sólo nos deja a su antiguo novio, el ayudante de producción o algún admirador secreto.

—Sospecho que el viejo Reggie tiene madera de psicópata. No es tan leal como Morgan cree. Caramba, le pagué para contactar con ella, y le pasé información sobre mí para el programa. Me cogió el dinero sin hacer preguntas, y me envió toda la información que le pedí por correo electrónico. Aunque amenazó con castrarme si se me ocurría insinuarme a ella —dijo Jack con una mueca.

—Así que la vendió y luego se volvió contra ti. Qué agradable. —Deke suspiró—. ¿En plan novio celoso o tiraba más a padre protector?

—Es difícil de decir, hablé con él por teléfono. Puede haber sido cualquiera de las dos cosas.

—Es un buen elemento. Le investigué ayer. Descubrí que se había librado de la cárcel por agresión sexual, debido a un tecnicismo legal.

El asombro embargó a Jack.

—¿En serio? ¡Maldita sea!

—Sí. Me pregunto si Morgan conoce algo del pasado de Reggie.

—Lo dudo. Dijo que era como un padre para ella. No creo que pensara así si supiera que es un presunto violador. Pero, por si acaso, también tenemos que descartar a los admiradores y a los vecinos, en caso de que…

—Mi intuición me dice que es un conocido de Morgan, alguien en quien ella confía. Por eso cuando descubramos quién, será la primera en sorprenderse.

Jack estaba tan preocupado por la seguridad de Morgan que se agarró a los brazos de la silla. Ese tío estaba perdiendo la paciencia, y Jack estaba seguro de que daría problemas antes de que lo atraparan y le pararan los pies.

—Exacto.

—Así que no te despegues de Morgan. Tienes que vigilarla las veinticuatro horas del día.

Claro, eso sería de gran ayuda para apagar el deseo de su vientre y mantenerle cuerdo, ja.

—Sí.

Echando hacia atrás la cabeza, Deke se rió a carcajadas.

—Por lo que veo, la deseas tanto que no lo puedes controlar.

Jack suspiró. Odiaba ser tan transparente como el cristal.

—Sí.

La pregunta era, ¿su venganza o Morgan? ¿Qué debería elegir?

—Cuídate, Morgan. —Deke se había detenido en la puerta de la cabaña.

—Gracias —murmuró ella.

Desde su altura, él bajó la vista, esos inusuales ojos azules brillaban con preocupación. Le tocó el hombro con suavidad.

—Haré que examinen las fotos originales. Mientras tanto, Jack cuidará de ti.

A Morgan le había gustado Deke de inmediato. Ese rostro severo se suavizaba cuando sonreía. Parecía agradable. Y lo suficientemente fuerte para protegerla. Y era de trato amable, por lo que probablemente sería más fácil hablar con él.

A diferencia de cierta persona que conocía.

Morgan lanzó una mirada hacia la derecha, hacia Jack. Tenía la mirada fija en la mano de Deke que le acariciaba el hombro. La furia de su mirada no podía ser confundida con otra cosa. ¿Qué le pasaba?

—Si Jack no te trata bien, llámame por teléfono. —Deke señaló el aparato negro que colgaba de la pared—. Mi número está guardado en la memoria, en el botón número dos. Vendré corriendo si me necesitas. —Le guiñó el ojo.

Morgan lo señaló con un dedo acusador, pero no pudo reprimir la sonrisa. Ese flirteo provocador la seducía. Era un hombre que había nacido para coquetear. Lo más probable es que las mujeres se mataran por llamar su atención, pero agradecía que intentara levantarle el ánimo cuando estaba preocupada tanto por su seguridad como por su vida sexual.

Otra mirada a Jack le dijo que a él eso no le hacía gracia. Ni la más mínima.

—Gracias —murmuró—. Espero que me llames si encuentras huellas digitales en las fotos. O alguna otra prueba.

Con otra caricia en el hombro, Deke arqueó las cejas.

—Puedes dar por sentado que estaremos en contacto.

De nuevo, ella se rió. Luego él saludó a Jack con la mano y salió al pantano iluminado por la puesta del sol.

La puerta se cerró y Morgan se quedó a solas con Jack. Un silencio atronador cayó sobre la estancia. Dejó de sonreír. A lo lejos, oyó los chapoteos del bote de Deke saliendo del pequeño muelle. Dentro, los latidos de su corazón rompían el silencio y se podía palpar la tensión en el aire.

—Gracias por pedirle ayuda. Agradezco cualquier cosa que ayude a identificar al acosador y poder retomar mi vida de nuevo.

Jack permaneció en silencio un rato antes de contestar.

—Deke es listo y está bien relacionado. Si hay alguna prueba en esas fotos, él la encontrará.

—Bien. —Ella asintió con la cabeza.

Luego se hizo otro incómodo silencio. Morgan no podía leer la expresión de Jack, pero podía sentir su desaprobación flotando en el aire. Frunció el ceño completamente confundida. ¿Acaso pensaba Jack que el flirteo con Deke significaba algo? ¿O simplemente le molestaba tener que hacerse cargo de ella después de haber conseguido que se entregara a cada uno de sus caprichos la noche anterior? Quizá sólo quería que se fuera.

—Deke parece agradable —murmuró ella, intentando aligerar la tensa atmósfera.

Jack bufó.

—Deke es muchas cosas. Pensar que es agradable podría ser un gran error.

Morgan vaciló con el ceño fruncido por la confusión.

—Es tu socio. Si no es honesto…

—No he dicho que no sea honesto. Es de una honestidad a prueba de bomba. Es digno de confianza, valiente e inteligente, jamás tiene una actitud negativa. Él representa todo lo que el ejército quiere para sus fuerzas de élite. Pero en lo que respecta a las mujeres, no lo llamaría agradable.

—Parece como si me estuvieras advirtiendo contra tu amigo —lo acusó—. ¿Acaso te molestaría que mostrara interés por él?

Jack se giró con los hombros tensos.

—Si ya lo pasas mal con las ataduras de terciopelo y las órdenes suaves, Deke aplastaría tus delicados sentimientos, cher. En lo que se refiere al sexo, juega muy en serio… pero sólo si hay tres personas en la habitación.

—¿Tres personas? ¿Le gusta mirar?

La risa ronca con la que Jack respondió a su pregunta la tomó por sorpresa.

—El sexo no es algo en lo que a Deke le guste ser un espectador.

Genial. Así que a ese alemán grandote con esa típica sonrisa norteamericana le gustaba lo que en francés se llamaba un ménage a trois. Una imagen —Jack por un lado, Deke por otro, los dos dando placer a su cuerpo impotente y atado—, atravesó su mente, llenándola con el color rojo del pecado. La humedad inundó su entrepierna. En un instante, se había puesto tan mojada que casi goteaba. El clítoris le dolía sin piedad.

Morgan, mareada y avergonzada, apartó la imagen de su cabeza.

—Oh.

—Sí, oh. —Jack le respondió con una amplia sonrisa que no desapareció mientras la seguía al interior de la cabaña.

—A su lado soy como un inocente niño de coro.

Morgan casi se atragantó.

—¡Estás de broma! ¿Tú cantando en un coro?

—Oye, estuve en el coro hasta la adolescencia. El director del coro de Nuestra Señora de la Perpetua Esperanza decía que cantaba como un ángel.

—Pues tienes la mente de un diablo.

Jack sólo sonrió.

—Apenas te he dado una muestra, cher. Podría enseñarte muchas más cosas…

Morgan lo creyó. Sin ningún género de dudas. Sólo pensar en las sensaciones y sentimientos en los que la podría iniciar la hacía temblar y sufrir. Y no sólo por la increíble liberación que eso le podría proporcionar. En sus brazos, en su cama, se había sentido libre y viva. La asustaba pensar que el único lugar donde podía sentirse completamente libre era atada a la cama de Jack.

«Dios, no. Por favor, no».

—No lo harás —prometió ella—. Me pediste una noche. Te la di. Ya sé suficiente para hacer el programa. Es todo lo que necesito.

Jack se acercó a ella, cogiéndola desprevenida.

—¿Me estás diciendo que no te gustó?

¿No sería maravilloso poder decírselo y que se lo creyera? Pero Morgan sabía que no era tan crédulo.

—No. Pero eso no quiere decir que quiera repetirlo.

—¿Qué te detiene, tu prometido?

Morgan apretó los dientes. Maldita sea, había sostenido la mentira de su relación con Brandon para mantener a Jack a distancia, pero lo único que había conseguido era liar más las cosas. De hecho, la pregunta parecía una burla por ser tan pervertida como él.

—Hasta cierto punto. —Tal vez fingir remordimientos le quitaría las ganas—. Sí, me siento culpable.

—Puede, pero no lo pareces. ¿Por qué no llevabas el anillo de compromiso cuando viniste a hablar conmigo de sexo?

—A-aún no tengo. Quiero escogerlo yo.

Jack la estudió con la cabeza ladeada y esos oscuros ojos perspicaces.

—Creo que estás más asustada de tus deseos que de engañar a tu prometido. ¿Acaso puedes negarlo?

¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo, con sólo mirarla, podía deducir todo eso?

—Vete al infierno. Te di una noche, como quedamos. No me convencerás para que te dé otra. No quiero saber nada más de dominaciones. Ni de sexo. Ni siquiera quiero hablar de ello.

Sacudiendo la cabeza, Morgan se dio la vuelta. Medio esperaba que Jack la agarrara del brazo, que la detuviera, o que, simplemente, soltara un gruñido. Estaba casi en la puerta del dormitorio cuando comenzó a preguntarse si lo habría dejado sin palabras. Sintió una sensación de victoria y un desasosiego aplastante.

La voz de Jack la dejó helada para después convertir su sangre en lava líquida.

—Puedo cumplir tus fantasías, cher.

—Basta. —Morgan se detuvo con la mano en la manilla de la puerta. Aspiró con fuerza—. Maldita sea. Para ya, sólo déjalo estar.

Non. —Jack dio un paso en su dirección, luego otro, y otro, hasta que cogió a Morgan por la cintura, apretándole la erección contra el trasero y murmurándole al oído—: Todas y cada una de tus fantasías. Empezando desde ahora mismo.