Morgan se despertó lentamente, emergiendo de la neblina de un sueño erótico en el que estaba tumbada desnuda sobre la hierba bajo la luz de la luna, los brazos descuidadamente por encima de la cabeza, mientras los tirones en sus sensibles pezones creaban una piscina de dulce placer entre sus piernas. Se retorció. Los rayos plateados de la luna le acariciaban los brazos, el vientre, la parte superior de sus muslos con una suave caricia. Gimió.
Las hojas de los árboles se movían con una ligera brisa veraniega, rozándole los pechos y los sensibles pezones. Una y otra vez las hojas encontraban el camino a su cuerpo, un ligero roce que avivaba lentamente su necesidad sensual.
Una hoja con un borde afilado le recorrió el cuerpo. Un pequeño aguijonazo en la dura cima de su seno la sorprendió. Intentó apartar la hoja, pero fue reemplazada por una cálida caricia, y una oleada repentina de deseo entre las piernas. Otra hoja le pellizcó el otro pezón y una nueva oleada de deseo la atravesó. Se arqueó ante el suave dolor y de nuevo fue premiada con una inundación de calor y humedad.
El dolor entre sus muslos se convirtió en un latido, un redoble de tambores dentro de su cuerpo que exigía liberación. Morgan gimió, cambiando de posición.
Debajo de ella, la hierba le pareció extrañamente suave. Intentó incorporarse, pero fue incapaz de moverse. Otra hoja se paseó por su seno izquierdo, suave, sedosa, ligeramente tierna. Fue seguida con rapidez por un brusco pellizco en el pezón.
El dolor duró un instante, y fue reemplazado por una necesidad despiadada y apremiante en las tensas cimas de sus pechos. Se arqueó, buscando que se repitiera, mientras otra hoja bajaba por su vientre y rozaba suavemente su monte de Venus.
Las sensaciones se amontonaron, una sobre otra, hasta que su cuerpo exigió más. Intentó moverse, tocarse, sólo para descubrir que no podía. Otra hoja se prendió de un pezón, todavía con más dureza que antes. Gimió. El sudor le humedeció la piel entre los senos y la espesa humedad se convirtió en un latido interminable entre sus piernas.
Morgan abrió los ojos y se deshizo de los últimos vestigios de sueño, descubriendo con rapidez que sus pechos no estaban siendo atormentados por las hojas, sino por la suave lengua de Jack, seguida por eróticos mordisquitos de sus dientes.
Antes de saber siquiera qué hacía, Morgan se arqueó hacia arriba, ofreciendo silenciosamente a un Jack de mirada ardiente los sensibles pezones, ignorando de esa manera cualquier cosa que su mente pudiera haber decidido.
—Eso es, nena —murmuró él apasionadamente entre sus pechos.
La luz de las velas resplandecía suavemente sobre su piel cuando ella se recorrió el cuerpo con la mirada y se dio cuenta de que él le había abierto el bustier, exponiendo por completo los montículos gemelos y sus duras cimas.
Como a cámara lenta, Morgan lo observó bajar la boca hacia ella otra vez. Sus anchos y fornidos hombros cubrieron la luz de la luna y la hicieron más consciente de él. Ella tiró de sus brazos y piernas, desesperada por abrazarle, pero descubrió que estaba firmemente atada a los cuatro postes de la cama de Jack.
Por Dios, estaba completamente a su merced. La comprensión la invadió con una especie de placer oscuro que la asustó.
La alarma retumbó en su vientre como un trueno. El duro grillete del deseo amenazó con ahogarla. Ese hombre la excitaba de tal manera que se le hacía difícil respirar y aniquilaba cualquier pensamiento racional.
¿Por qué la afectaba tanto Jack Cole y su manera de acariciarla?
Él ignoró sus contoneos y depositó sobre sus pechos un reguero de besos suaves, endureciendo y humedeciendo las excitadas cimas con atrevidos golpecitos de su lengua. La calidez de su duro pecho rozaba levemente su vientre, y el cuerpo femenino reaccionaba de manera febril ante la seda ardiente de su piel, de su boca. Los pezones se tensaron aún más hasta que se convirtieron en dos cimas enrojecidas y erectas, suplicándole que continuara haciéndoles cualquier cosa que él deseara.
Como respuesta, Jack le pellizcó los pezones, retorciéndolos ligeramente. Un amalgama de dolor y placer le hicieron gritar su nombre.
—Aquí estoy, cher, para cumplir cada una de tus más íntimas fantasías.
El deseo sacudió el cuerpo de Morgan que se retorció bajo su boca cuando él reanudó la sensual tortura en sus pezones. Ella contuvo el aliento cuando la lengua de Jack rodeó una de las palpitantes cimas.
Gimió. Ese hombre conseguía que se le retorcieran las entrañas, convirtiéndola en una ninfómana. En una mujer que estaba dispuesta a decir que sí a casi cualquier cosa.
Jack no quería simplemente darle placer; quería controlarla, someterla, convertirla en la lasciva y depravada mujer que Andrew le había acusado de ser. Jamás se había considerado la esclava de ningún hombre. Y no iba a empezar a serlo ahora.
—No —jadeó—. Detente. No he accedido a esto. Y tampoco lo quiero.
Él deslizó un par de dedos por la hendidura expuesta de su sexo. Morgan sabía que estaba más que mojada. Estaba vergonzosamente húmeda e hinchada. Y dolorida. Su caricia sólo consiguió que más humedad llenara su sexo.
Jack soltó una risita ronca y erótica. Su torso musculoso se tensaba con cada movimiento y la parte más salvaje de Morgan ansiaba poner las manos sobre ese cuerpo para sentir toda su vitalidad.
—Tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo te desmiente —la desafió con un susurro burlón—. ¿Estás segura de que no quieres esto?
—¿Acaso estás sordo? Te he dicho que no —lo acusó—. Aún crees que soy una sumisa.
—No, no lo creo.
Morgan arqueó una de sus cejas rojas, luchando contra los escalofríos de placer que sacudían su cuerpo y aniquilaban su sentido común.
—Bueno. ¿Por fin un poco de sensatez?
—Cher, yo no creo que seas sumisa. Sé que lo eres.
Lo miró boquiabierta, luego cerró la boca de golpe. ¡Bastardo! Bien. Pues si él pensaba eso, ella prefería quedarse con su propia opinión, muchas gracias.
Jack atrapó de nuevo sus pezones y se los pellizcó.
—Detente. No te he dado permiso.
Al instante, la sonrisa masculina desapareció.
—No pienso pedirte permiso, deja de hacerte la estrecha. La mujer valiente que corrió conmigo después de que le disparasen, la mujer audaz que fue capaz de disfrazarse para desaparecer en una ciudad extraña con un hombre que sólo conocía desde hacía unos minutos…, demonios, la mujer que habla de sexo en la tele… ésa es la mujer que tú eres, no la que siempre está huyendo de sí misma.
Sus palabras fueron como una bofetada en la cara. Se retorció otra vez, intentando liberarse con todas sus fuerzas. ¡La había llamado cobarde por intentar mantenerse cuerda! Increíble.
—No estoy huyendo de mí misma. ¡Huyo de ti! Quiero que me protejas, no que me ataques.
Dirigiéndole una sonrisa afilada, Jack le bajó la mano por el estómago, sobre la cadera, en un suave contraste con las inquebrantables ataduras que le sujetaban las muñecas y los tobillos. Que lo condenaran por parecer tan cálido y viril sin camisa, y por confundirla. Podía hacer que lo deseara y sentirse deseada a la vez. Y eso la enfurecía. ¡Maldición! Jack estaba utilizando su experiencia para acorralarla, para nublarle el juicio, para reducir a añicos su sentido común.
Y ella tenía que ser fuerte para no picar el anzuelo.
—Era yo quien estaba contra la puerta esta mañana —replicó—. No estoy huyendo y no me hago la estrecha. Pero tú quieres algo de mí que no puedo darte.
—Bien, eras tú esta mañana, pero no del todo. Podrías someterte por completo si te mostraras tal y como eres en realidad. Pero te contienes. Sí, me di cuenta; no parezcas tan sorprendida. Esa parte de ti, profunda y oscura, que quiere ser dominada y tomada, es lo que me has negado. La que niegas que exista. Tienes valor para enfrentarte a ese maldito acosador que intenta matarte, pero no para aceptar el placer que puedo ofrecerte.
Morgan ignoró la oleada de calor que le provocaron esas palabras, y la visión de la gruesa erección que presionaba la bragueta de los vaqueros. Se concentró en la cólera que sentía.
—El que tantas mujeres hayan sido tus esclavas sexuales, no quiere decir que todas las demás tengamos que tumbarnos y abrirnos de piernas cuando así lo desees.
—Tú quieres someterte porque estás cansada de ser fuerte, porque si te acuestas con alguien no quieres tener que indicarle qué es lo que te gusta o que no. Quieres un hombre que sepa comprenderte y darte lo que necesitas sin tener que pedírselo.
—¿Eres una versión pervertida del doctor Phil?
—Vigila esa boquita, cher. Tengo una mordaza, y sé cómo usarla —gruñó él.
Ante esa amenaza ronca, Morgan cerró la boca. La furia y el deseo burbujeaban en su interior, amenazando con estallar.
—Escúchame. Lo que tú necesitas es a un hombre lo suficientemente fuerte como para que te obligue a rendirte en la cama. No has probado tu lado oscuro, cher. Sé que obedecerás perfectamente a todo lo que te pida. Lo noto, lo veo en ti.
Esa confianza en sí mismo y el poder físico que destilaba, hacían estragos en sus sentidos. Qué el Cielo la ayudara. Jack parecía convencido de cada palabra que decía. Morgan se estremeció. Durante la mayor parte de su vida, había tenido deseos y fantasías. Había sentido curiosidad. ¿No le pasaba lo mismo a todo el mundo? Pero eso no quería decir que ella quisiera que esas fantasías se convirtiesen en realidad.
Negó con la cabeza.
—Si dejarás de ver reflejadas en mí tus retorcidas necesidades, verías que soy sólo una chica normal.
Jack tensó los hombros y los brazos, apretando los dientes.
Luego su expresión se suavizó hasta que no quedó ni rastro de cólera ni de cualquier otra emoción. Simplemente se inclinó y aflojó los nudos de la muñeca izquierda, luego los de la derecha. Repitió el proceso con los tobillos, teniendo mucho cuidado de no tocarla siquiera. Con rapidez, ella estuvo desatada y libre, ya no estaba a su merced.
Una extraña emoción la golpeó con fuerza, como si estuviera… vacía. Despojada. Morgan dobló las rodillas hacia el pecho y observó cómo Jack se ponía la camiseta. No la miró… lo cierto es que evitaba mirarla. Era como si ella ya no existiera. Se sintió muy sola a pesar de que él seguía en la habitación, recogiendo las cuerdas de terciopelo.
—Jack —farfulló, sin saber qué decir. Morgan sólo sabía que su indiferencia le hacía daño.
—¿Sí?
Dios, esa expresión. Podía haber estado hablando con cualquiera… con un perfecto desconocido, y sobre algo tan banal como el clima.
La ironía de la situación inflamó su temperamento.
—¡Hablando de hacerse el estrecho! Cómo no obtienes lo que quieres, yo recibo frialdad por tu parte, ¿no?
Él regresó a la cama y se sentó a medio metro de ella. No la tocó, y Morgan deseó que lo hiciera.
¿Qué demonios le pasaba?
—Si no estás dispuesta a ser quién sabes que eres, yo sólo puedo darte lo que me pedías: una relación estrictamente platónica y profesional.
Morgan sabía que debía alegrarse. En el fondo de su ser no era una sumisa. Tener algunas fantasías de vez en cuando no la convertían en la marioneta de un dominante. En realidad no estaba interesada en eso.
¿Pero por qué entonces una parte de ella ansiaba borrar sus palabras y regresar al momento en que se había despertado y hallado sus pechos desnudos y excitados, mientras Jack se inclinaba para lamer sus pezones con esa lengua abrasadora?
«Sí, ¿y qué quieres hacer al respecto? ¿Abrirte de piernas como disculpa?». Honestamente, Morgan no sabía la respuesta. Lo que sí sabía era que no podía dejar que esa conversación terminara con esta frialdad entre ellos.
—Estás enfadado.
—Resignado —corrigió Jack—. Vas a esconderte de ti misma sin intentarlo. Dejaré que vuelvas a dormir.
Allí de pie, le dirigió una mirada de pesar, luego le dio la espalda.
Morgan clavó la mirada en esos hombros anchos y en esa piel dorada. Poder, control, inteligencia, paciencia. Todo lo que había querido siempre en un hombre. E iba a dejar que se marchara.
¿La convertía eso en una cobarde? ¿O sería que Jack se le había metido en la cabeza y no podía pensar con claridad?
Se mordió los labios para no responder, pero las palabras atravesaron su mente y salieron rápidamente por su boca.
—Bueno. A veces tengo… pensamientos de sumisión. Nada serio.
Jack se detuvo y la miró de nuevo, con una expresión cuidadosamente vacía.
—Continúa.
Consciente de su desnudez, Morgan se rodeó firmemente las rodillas con los brazos para ocultar los pechos desnudos.
—Mentiría si te dijera que la idea nunca se me ha pasado por la cabeza. Pero me conozco. Yo no soy así en realidad.
—¿Por qué piensas eso?
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué no debería pensarlo?
—No has sido sumisa con tus anteriores amantes. ¿Cómo puedes saber si lo eres o no sin haberlo probado por lo menos una vez? La realidad puede ser todavía mejor que tus fantasías.
Los pensamientos se apelotonaron en la cabeza de Morgan. Él estaba equivocado. A Morgan sólo le bastaba oler las coles para saber que no le gustaban.
Era una pobre analogía. La verdad era que no quería volver a pasar por la vergüenza que había sentido con Andrew, o por el horror que sentiría si su madre supiera que había sucumbido a ese tipo de deseos.
Y había otra razón. La idea la tentaba más que cualquier otra cosa. Temía que al final le creara adicción.
Jack se acercó un poco más, haciendo que le resultara difícil pensar con lógica. Olía genial. A hombre y especias, a cipreses y cuero, y a piel caliente que envolvía unos músculos tan tensos que ella bien podría rebotar en ellos. Ese hombre era puro sexo andante.
¿Y si probaba a someterse? A él. Sólo una vez.
Si le gustaba, Andrew estaría en lo cierto. No sería… normal, ¿o sí lo sería?
—Casi puedo oír esos pensamientos que bullen en tu cabecita, cher. Piensas demasiado cuando todo es muy simple.
—¡No, no lo es! Es mi cuerpo, mi… —Morgan sacudió la cabeza intentando encontrar las palabras correctas.
—¿Tu vida? ¿La imagen que tienes de ti misma? Lo sé. ¿Pero prefieres saber que fuiste lo suficientemente audaz como para probarlo o tener que admitir que estabas tan asustada que huiste antes de meter un pie en el agua?
¿Por qué demonios la presionaba así?
—¡Para! Esto es sólo por ti. Tú sólo quieres mantener relaciones sexuales conmigo.
Él le dirigió una sonrisa contrita… una que le hizo curvar los dedos de los pies.
—Es cierto que te deseo, mais. Nunca te lo he ocultado. Pero tampoco quiero que seas desgraciada cuando la verdad podría liberarte.
—No me siento desgraciada. ¡Me encanta mi vida!
—Estoy seguro de que te encanta tu vida. Con excepción del sexo. Si quieres descubrir la verdad, pasa una noche conmigo —la desafió—. Sólo una, a mi manera. Mañana, si no te ha gustado, no habrá nada más que decir. No volveré a tocarte.
Señor, la desafiaba a descubrir la verdad, una que podría estallarle en las narices.
Morgan suspiró. Jack tenía razón. Nunca le había gustado el sexo, nunca había explorado esa parte de sí misma llena de sueños febriles. Tal vez. Tal vez esos dos hechos estaban relacionados. Tal vez había llegado el momento de saciar su curiosidad. Si se permitía experimentar esas fantasías, podría borrarlas de su mente una vez que las hubiera satisfecho.
Y si Jack sólo quería utilizarla… Bueno, ¿por qué no podía utilizarlo ella a su vez? Como un alocado experimento científico. Él no era precisamente desagradable a la vista, y cuando estuviera enterrado profundamente en su interior, el placer sería lo suficientemente intenso como para hacerla perder la cabeza. Con su ayuda, podría deshacerse del fastidioso deseo de ser dominada sexualmente por un hombre. Luego podría volver a su vida normal y liberarse de las calumnias de Andrew y, algún día tal vez, iniciar una nueva relación con la cabeza bien alta.
—No soy cobarde, ni sumisa. Tómame y te lo demostraré.
La cogió de la mano.
—Necesitas averiguarlo de una vez por todas.
Pasara lo que pasase, por la mañana los dos sabrían la verdad. Jack se daría cuenta entonces de que estaba equivocado. Morgan asintió con la cabeza.
—Necesitamos una palabra segura —dijo Jack.
—Cierto. —Morgan no fingió no entenderle. Había leído lo suficiente para saber a qué se refería—. Si digo la palabra «pantano», te detendrás.
Jack asintió con la cabeza, y el pelo oscuro cayó sobre su ancha frente.
—Si dices «pantano», lo dejamos. Pero antes de usar esa palabra, tienes que estar segura de que no puedes soportarlo más. Una ligera incomodidad no es suficiente. Ya sea física o mental. Voy a cuestionar todas tus creencias sobre el sexo. Voy a pedirte más de lo que nunca has dado de ti misma. No hay lugar para esconderse, Morgan. Quiero que quede totalmente claro. ¿Estás preparada para esto?
—No. ¿Para demostrarte que te equivocas conmigo? Sí.
Jack luchó por contener una sonrisa.
—Vale.
Y con eso, se levantó y se quitó la camiseta. Enderezó los hombros y la expresión de su cara cambió. Un aire de autoridad, impenetrable e intimidante, lo rodeó. Tan excitante como un relámpago, tan enérgico como un trueno.
Morgan se estremeció a la vez que se decía a sí misma que debía ser fuerte.
—Ya conoces las reglas, Morgan. Yo soy el Amo. Todo lo que diga es ley. Harás lo que te diga, cuando te diga, y como te diga. Sin titubeos. Sencillamente lo haces.
Él sostuvo las tiras de terciopelo en las manos, acariciándolas con el pulgar. Morgan intentó olvidar la sensación de esas tiras en sus muñecas y tobillos, sujetándola con fuerza para que él hiciera con ella lo que quisiera. Sólo ese pensamiento hizo que se le retorciera el vientre de lujuria.
No, no, no. Eso no era erótico, sólo era… extraño.
Una fugaz sonrisa apareció en la boca de Jack cuando la pilló mirando las ataduras de terciopelo.
—Muy bien.
Un escalofrío bajó por la espalda de Morgan que apartó la mirada. Pero ya era demasiado tarde. Él había visto cómo miraba las tiras. La voz de Jack, extraordinariamente ronca, le exigió con rudeza:
—Quítate el tanga.
Jack observó cómo Morgan vacilaba, todavía rodeándose las rodillas con los brazos, debatiendo mentalmente si debía o no acatar su orden. Normalmente, ese tipo de vacilaciones, serían una ofensa punible. Pero todo eso era nuevo para ella, su mente todavía se resistía al dominio que su cuerpo suplicaba. Por ahora, sería paciente con ella… tanto como le fuera posible. Pero saber que Morgan pronto estaría bajo su cuerpo, totalmente abierta para que él pudiera hacer todo lo que quisiera con ella, desafiaba su autocontrol.
Tragándose un nudo de lujuria, la miró con una expresión dura.
—Cuando doy una orden, espero que sea obedecida de inmediato. Quítate el tanga o usa la palabra de seguridad.
Morgan se mordió ese exuberante labio inferior. Al verlo, el miembro de Jack pulsó en el interior de los vaqueros. Dios, quería esa boquita alrededor de él, que esos labios plenos se abrieran para tomarle, mientras penetraba su boca profundamente, que esa pequeña lengua le lamiera el glande. «Paciencia», se dijo a sí mismo.
—Pensaba… ¿no me vas a besar al menos?
Maldición era demasiado naïve. Tenía mucho que aprender para llegar a ser una buena sumisa. Y él se moría de ganas por enseñarle.
Algunas veces eso significaba jugar duro.
—Me estás cuestionando —la advirtió—. Si yo pensara que es el momento adecuado para un beso, te lo habría ordenado. Te estás comportando como una petite fille, una niña demasiado asustada para afrontar sus propios deseos. Y me estás haciendo perder el tiempo. —Jack le dio la espalda.
Dio un paso hacia la puerta, y luego otro. Y comenzó a preguntarse si esa jugada le saldría mal.
—¡Un momento! Estoy asustada. Esto es nuevo para mí. Y… —le dijo ella suavemente— y no quiero que lo parezca.
Jack se volvió hacia ella. Por fin, un poco de sinceridad. Era un paso adelante.
—¿Cómo me tienes que llamar aquí? —la desafió.
—Señor. —La palabra salió temblorosa de sus labios, y lo atizó como el fuego, enviando una ardiente oleada de deseo a su pene.
Para recompensarla, se acercó a su lado y le ahuecó la mejilla con la palma de la mano.
—Tienes que enfrentarte a ti misma, cher. Yo no soy tu enemigo. Yo sólo voy a ayudarte.
—Es que no puedo dejar de pensar que…
—Ya conoces las reglas. No pienses. Simplemente obedece.
Ella suspiró.
—Nunca he sido buena obedeciendo órdenes, señor. Pregúntale a mi madre.
Sonriendo, él le prometió:
—Jamás te pediré que limpies tu habitación o que saques la basura. Obedecerme a mí será bastante más fácil.
Morgan lo miró y asintió con la cabeza temblorosamente, con la inocencia y la necesidad brillando en sus ojos azules.
El corazón de Jack dio un vuelco. Maldición, era tan hermosa, tan tímida. Había algo en ella que le hacía querer tomarla de todas las maneras posibles, mientras le decía lo perfecta que era. Una locura…
Apartándose, cambió la expresión divertida de su cara por una severa y se cruzó de brazos.
—Es tu última oportunidad. Quítate el tanga, Morgan.
Ella se quedó inmóvil durante un instante antes de soltar un profundo suspiro y estirarse sobre la cama, exponiendo sus exuberantes y pálidos pechos enmarcados por el bustier. Sus pezones todavía estaban duros y rosados por los labios de Jack.
Una nueva oleada de lujuria le golpeó en el vientre y bajó hasta sus testículos cuando ella le dirigió una mirada indecisa, luego enganchó los pulgares en la tira de encaje de sus caderas. Lentamente, tan lentamente que él pensó que se moriría de tanto contener el aliento, Morgan comenzó a bajarse el tanga, exhibiendo más piel perfecta salpicada con diminutas pecas.
Luego expuso el ardiente vello que protegía su sexo. Jack apretó la mandíbula. Ansiaba saborearla. Ella ya estaba húmeda. Completamente mojada y preparada. Saberlo lo mataba.
Por fin, dejó caer la prenda al suelo. Morgan se enderezó, dirigiéndole una mirada indecisa, pero armándose de valor echó los hombros hacia atrás e irguió la cabeza. Jack sabía por la manera en que se movía que estaba conteniendo el deseo de cubrirse los pechos con el bustier que le colgaba de los hombros y taparse con las manos la unión de las piernas, pero no lo hizo. Su respeto por ella creció… igual que crecía el ansia de tenerla completamente a su merced.
—Recoge el tanga.
Morgan clavó los ojos en él, frunciendo un poco el ceño mientras buscaba la lógica a su petición. Tenía que conseguir que dejara esos hábitos.
—No quiero repetirlo —la advirtió.
Con la expresión divida entre la confusión y la resignación, se inclinó y recogió el tanga, luego lo sostuvo contra los pechos desnudos. Tenía el ardiente pelo rojo suelto sobre los hombros. Y esa boca roja, que haría que Angelina Jolie se sintiera orgullosa, tenía los labios húmedos y abiertos. Un dulce rubor se extendió por sus mejillas.
Jack contuvo el aliento. Maldita sea, era tan hermosa. Era un desperdicio que fuera de Brandon Ross. Pensar en llenarla de placer hasta que gritara su nombre, resquebrajaba su autocontrol. Se ponía más duro por segundos. Tenía que contenerse. De otra manera, no podría darle lo que ella necesitaba… lo que los dos necesitaban.
—Dame el tanga, cher.
Tragando con fuerza, ella extendió la mano indecisa con la prenda de seda y tiras doradas. El miedo y el ansia por complacer se reflejaban en su cara, y le estrujaron el corazón. Tenía que apaciguarla y excitarla. Equilibrar sus respuestas. Era la única manera de conseguir que se dejara llevar.
Jack tomó el tanga y cerró el puño sobre él. Estaba húmedo. E incluso a veinte centímetros de su nariz, podía oler el aroma a deseo que desprendía la prenda. El nudo de lujuria de su vientre se retorció con tanta fuerza que apenas pudo respirar.
—Estás mojada.
Morgan no dijo nada, sólo se lo quedó mirando con esos enormes ojos del color del mar Caribe, que se agrandaban más a cada segundo que pasaba.
—Respóndeme, Morgan. Sí o no.
—Sí —tomó aliento.
—¿Sí, qué? —la apremió.
—Sí… señor.
Aún no lo decía con fluidez, pero lo haría. La tendría a su merced hasta que lo hiciera. Alternando entre la suavidad y la severidad. Conservando un delicado equilibrio. Mantenerla excitada e indecisa, sería un placer para él.
—Bien. Me encanta que estés mojada. Pienso mantenerte así toda la noche.
Ella absorbió sus palabras, tensándose levemente. Con las pupilas totalmente dilatadas. Con las areolas tensas y arrugadas alrededor de los pezones. Se pasó la lengua por el pleno labio inferior. El miembro de Jack palpitó de impaciencia.
—Jack…
—No me llames así. Si tengo que recordártelo otra vez, te azotaré el trasero.
Morgan frunció el ceño. Tensó la mandíbula. Quería soltarle algún comentario mordaz. Pero simplemente se lo tragó.
Jack sonrió para sí. Morgan estaba aprendiendo. Lenta, pero segura…
—Sí, señor.
—Bien. Quítate el bustier.
Morgan accedió casi sin vacilar. Casi. No era perfecto, pero iban progresando.
La suave reprimenda que le venía a la boca murió cuando ella expuso la línea delgada de su torso, el vientre plano, los hombros gráciles, la curva llena de sus pechos. Jack nunca hubiera pensado que fuera posible, pero su miembro se endureció todavía más con una oleada de sangre nueva.
—Dámelo —exigió.
De nuevo, hubo una demora antes de cumplir la orden. Satisfecho por el momento, lanzó las prendas a la silla. Cuando se giró hacia Morgan, vio que volvía a pasarse la lengua por esos labios provocativos.
Maldita mujer, estaba poniendo a prueba su paciencia y autocontrol. Ahora, la primera vez que iba a tenerla bajo su dominación, tenía que controlar a Morgan por completo. No podía vacilar. No podía mostrar debilidad, ni falta de control, sólo una seguridad que no admitía negativas.
Reafirmar su dominación era la clave para persuadirla de que hiciera caso a las necesidades de su cuerpo. Era la única manera en que podría quitársela a ese bastardo de Brandon. Luego, después de que la hubiera tomado, después de que se entregara por completo, después de que admitiera que necesitaba a un hombre autoritario y de que dejara a su novio, él se quedaría satisfecho.
—Ponte de rodillas, cher.
La mirada de Morgan voló a la de él, sus ojos azules mostraban una interesante mezcla de pánico y lujuria. Estaba procesando la orden, intentando averiguar lo que él quería. Pero ya lo sabía.
Tal como él sabía que ella podría usar la palabra de seguridad en vez de hacer cualquier cosa que le pidiera. Pensarlo lo irritó. Quería —necesitaba— sentir su lengua acariciándole el pene, abriendo sus labios para tomarle. Quería ver su adoración, su sumisión, su aceptación, su excitación.
—¿Señor?
—No te he dado permiso para hablar. Sigue mis indicaciones o usa la palabra de seguridad.
El mohín de la boca y el ceño fruncido de Morgan le dijeron sin palabras que se sentía rebelde y frustrada. Pero sus ojos, puros lagos de deseo, reflejaban su excitación.
Esa expresión revelaba todo lo que a él le gustaba de ella. Su dicotomía —sus inocentes experiencias y sus necesidades licenciosas—, lo conducían a un peligroso estado de lujuria. A un deseo arrollador que no podía recordar haber sentido antes. Eso iba más allá de la necesidad psicológica de querer controlar, más allá del puro deseo físico por una mujer. En ese momento, quería poseerla en cuerpo y alma.
De repente, Jack se preguntó si antes de dejarla ir podría tomar a Morgan todas las veces que fueran necesarias para arrancarla de su alma.
Al fin, ella bajó la mirada, y se puso de rodillas lentamente.
Estaba tan cerca que Jack podía sentir su aliento en el miembro, aprisionado en la bragueta de sus vaqueros. Le costó cada pizca de autocontrol no arrancarse los pantalones de un tirón, para así sentir su aliento y su boca directamente en él. Pensarlo le provocó una oleada de lujuria que hizo palpitar su erección todavía más.
—Mucho mejor. Como recompensa, puedes hablar. ¿Qué querías decir, Morgan?
—No sé demasiado sobre el sexo oral.
—¿Cómo sabes que es eso lo que quiero?
—Lo supuse. Si es eso lo que quieres, creo que deberías de saber que la única vez que lo hice, él no…
—¿Se corrió en tu boca?
Un nuevo rubor inundó las mejillas de Morgan.
—No.
La información golpeó de lleno en el vientre de Jack. Así que el puritano de Brandon no había encontrado satisfacción en esa hermosa boca inspiradora de pecados. Sabía, por el encuentro de esa mañana contra la puerta, que la idea la excitaba. Y quería que Morgan experimentara los actos que la excitaban. Pero saber que sería el primer hombre que dejaría su simiente en la boca de Morgan le tensaba los testículos, y hacía que su lujuria fuera todavía más apremiante. Era primitivo, posesivo e ilógico, pero había algo en él que reaccionaba salvajemente ante el conocimiento de que ningún otro hombre la hubiera tomado de esa manera.
Al bajar la mirada descubrió que Morgan no sentía rechazo por esa demanda, sino incertidumbre. La ansiedad hacía que el azul de sus ojos destacara en la pálida cara. Ella se mordió el labio inferior con nerviosismo.
—Mi responsabilidad como Amo no es sólo darte órdenes, sino guiarte y darte placer. Se trata de confianza. Debes confiar en mí, cher. Te ayudaré, te daré lo que necesitas. ¿Entiendes?
La mirada de Morgan abandonó su rostro, y bajó por su torso hasta detenerse en la insistente erección que empujaba contra la bragueta de los vaqueros, justo delante de su cara. Sacó de nuevo la lengua para humedecerse el labio inferior.
Jack contuvo el aliento, inundado por los pensamientos de que, pronto, esa lengua rosada lamería su glande. La lujuria le retorció el vientre, convirtiéndolo en un nudo tenso de necesidad. ¡Merde! La deseaba tanto que era una tortura.
—Sí…, señor.
Jack apenas logró mascullar una respuesta antes de desabrocharse los vaqueros y bajarse la cremallera. Su miembro saltó libre a su mano y lentamente se acarició la gruesa longitud. Morgan miró fijamente la carne dura con una expresión vacilante y ardiente. Quería tocarle; su cara tenía la misma expresión que un niño ante el escaparate de una confitería. Empuñando su miembro, esperó mientras observaba cómo los ávidos ojos femeninos seguían su mano.
Cuando una gota le perló el glande y ella se humedeció los labios, Jack ahuecó la cabeza de Morgan con su mano libre. Las suaves hebras sedosas de su pelo resbalaron entre sus dedos cuando bajó la mano a la nuca. Luego acarició la suave piel de la mandíbula y la atrajo lentamente hacia su miembro.
—Chúpamela, Morgan. A fondo.
Con lentitud, la boca femenina se acercó a su miembro. La mirada de Morgan buscó la suya mientras se preparaba para tomarlo en su boca. Jack contuvo el aliento. Dios, no podía apartar la vista de ella, no podía dejar de observar cómo esos labios rojos y sensuales se preparaban para envolverlo. Sintió que una fiebre delirante lo inundaba mientras se imaginaba lo caliente y sedosa que sería su boca.
Al fin, ella acogió el hinchado glande que todavía rezumaba humedad. La mirada de Morgan jamás vaciló mientras cerraba los labios en torno a él y le arrasaba con la lengua la sensible parte inferior, enviando un cegador escalofrío de placer a la espalda de Jack. Él apretó los dientes para contener un gemido.
Ella se detuvo y se retiró un poco. Él se lo permitió, pero tensó la mano en su nuca como advertencia. Esa lengua rosada humedeció de nuevo su glande, y luego sus propios labios. Jack la observó, enfebrecido por la caliente mirada de Morgan, llena de inocencia y asombro, y de deseo por experimentar todo aquello que finalmente se había superpuesto a sus miedos y dudas.
Esa visión hizo que Jack tuviera que contenerse con todas sus fuerzas para no bombear salvajemente en esa boca. Respiró hondo.
—Más profundo, cher. Hasta la garganta.
Ella asintió con la cabeza, rozando con la lengua la punta hinchada de su pene. Morgan abrió más la boca para abarcar tanto cuánto pudiera. El cálido y resbaladizo cielo de su boca envolvió la mitad de la longitud, acunándola con la lengua. Jack gimió. Ella sacudió la cabeza, moviéndola para intentar tomar todavía más.
La sensación de que lo envolvía, de la imagen de Morgan llenándose la boca con su carne, lo llevaron peligrosamente cerca del clímax. Le apretó la nuca al empujar otro centímetro más en las dulces profundidades de su boca.
Morgan se retiró un poco, luego deslizó sus labios abarcando más longitud, casi hasta el fondo de su garganta, acompañando el movimiento con un gemido. El sonido vibró dentro de él. El placer subió por su miembro, y le rodeó el escroto como una prensa. Se inclinó cuando Morgan levantó la mano hasta los testículos y los ahuecó con esos dedos suaves.
Maldición, tenía buenos instintos.
Jack se tensó de nuevo, luchando contra el deseo de desatar su lujuria, de penetrar en su boca en una búsqueda irreflexiva de placer, dejándose llevar por la ebullición que comenzaba en su escroto. Esa lenta exploración lo estaba matando al mismo tiempo que lo doblegaba. Curvó los dedos de los pies contra el suelo de madera.
¿Cómo diantres podía mantener el control con esos labios hinchados y esa boca tensa, succionándole hasta despojarlo de la cordura?
El glande chocó finalmente contra el fondo de la garganta, añadiendo una nueva dimensión a su placer. Incapaz de contenerse, cerró los ojos y gimió, admitiendo su necesidad.
—Eso es, cher. Así. Succióname profundamente.
Al abrir los ojos de nuevo, Jack se encontró a Morgan inclinada sobre su miembro con los ojos cerrados. Su actitud era casi reverente, mientras lo tomaba por completo. Luego se fue retirando con una lenta pasada de la lengua. Tan condenadamente lenta, que Jack creyó que perdería la cabeza y el control antes de que ella volviera a acoger en su boca toda la longitud.
Estaba al límite; los fluidos recorrían su cuerpo en una desesperada prisa por alcanzar el orgasmo. Cada músculo de su cuerpo temblaba, mientras le agarraba el pelo con ambas manos, exigiendo más.
—Más rápido. Rodéame con esa dulce lengua. Venga…
Ante sus palabras, Morgan estableció un ritmo más rápido, pero no tanto como para que Jack no pudiera sentir cada surco de su lengua. Todavía era lo suficientemente lento como para despojarlo por completo de su capacidad de raciocinio; no podía ni recordar su maldito nombre.
Que no lo tomara en su boca ya no era una opción. Enterrando las manos en sus cabellos empujó entre los labios plenos y suaves, hasta el fondo de su garganta.
—Trágame —exigió con la voz ronca—. Cuando esté en el fondo de tu garganta, trágame.
Y asombrosamente, lo hizo. Cada vez que él se hundía. Con un ritmo perfecto como si fuera una auténtica profesional. Nunca había sentido nada tan asombroso.
Demonios, esa mujer iba a destrozarle con ese orgasmo.
El sudor le resbaló por las sienes y la espalda al intentar resistir la creciente presión de sus testículos. No podría negarse el placer demasiado tiempo. La oleada oscura y el dolor acuciante le exigían que cediera. Se contuvo, apretando los dientes cada vez que la lengua de Morgan lamía el glande, cada vez que hundía las ruborizadas mejillas para succionarlo.
Jack quería detener ese clímax rugiente, disfrutar de ese palpito, dulce como la miel, un poco más. Se retiró de su boca, conteniendo el aliento para no sentirse invadido por su perfume, necesitando un momento para no ser bombardeado por las sensaciones que provocaba la sedosa lengua que lamía su miembro.
Cuando abandonó su boca con un suave plof, ella gimió y se lamió los labios, dirigiéndole una tórrida mirada que le imploraba al mismo tiempo que lo desafiaba.
—Por favor, señor. —Fijó la mirada hambrienta en su miembro, abriendo la boca.
Jack tomó su erección con la mano, pasando el pulgar por el glande húmedo, luego metió el dedo mojado en la boca abierta.
—¿Quieres más de esto?
Aspiró profundamente cuando ella lamió la humedad de la yema del pulgar. Jack no podía apartar la vista de sus mejillas sonrosadas.
—Sí, señor.
—Dime qué es lo que quieres.
—Quiero tomarte en la boca, señor.
—¿Qué parte de mí? —rugió Jack, torturándolos a ambos con largas pasadas de su mano por la erecta longitud.
La mirada de Morgan quería comérselo vivo.
—Tu miembro, señor. Déjame tomarlo en la boca.
—Hasta ahora, no has seguido muy bien mis instrucciones.
—Lo haré, señor.
—Haré que cumplas esa promesa, Morgan. —Le agarró la nuca de nuevo—. Succióname.
«L’aide de ciel me», pensó él mientras cedía al deseo de empujar en la boca de Morgan otra vez con un fuerte gemido que podría haber sacudido la cabaña hasta los cimientos. «Qué el cielo me ayude».
De nuevo, no pudo resistir el deseo de follarle la boca. Su ritmo profundo e insistente la llenaba, exigiendo que lo tomara una y otra vez. La observó; los labios hinchados, las mejillas sonrosadas, los ojos entrecerrados mientras lo saboreaba. Tenía los pezones más duros que nunca. Verlos le hacía estallar la mente, lo despojaba del control.
Jack se tensó de nuevo, la presión de sus testículos era casi dolorosa mientras luchaba por contener el clímax, retrasando lo que parecía un inevitable y explosivo final.
Morgan abrió los ojos, dirigiéndole una mirada inquisitiva y seductora, buscando su aprobación. Dulcemente le rogó que siguiera empujando, alentándolo con la promesa de un éxtasis que él jamás había conocido.
Esa mirada destruyó el poco control que le quedaba. El clímax bajó por su espalda, ardió en sus testículos, y explotó en su pene. El desgarrador placer hizo que exclamara el nombre de Morgan con un grito ronco, que se convirtió en una letanía mientras el éxtasis sacudía su cuerpo con un estremecimiento tras otro.
Débilmente, a través del martilleo de su corazón, oyó el borboteo de Morgan.
—Trágalo —dijo con voz ronca, frotando una de sus manos contra el largo cuello de Morgan—. Trágalo todo, cher.
Con una dulce sumisión —por el momento—, ella lo hizo. Pero Jack no se engañaba. La sonrisa que asomaba a los labios de Morgan le hablaba de su prisa por excitarlo, por doblegarlo, por despojarlo de sus aceradas defensas.
Se retiró de las dulces profundidades de su boca y se quitó los vaqueros. Una dulce saciedad lo embargaba, mientras recuperaba el control. Ahora, podría derribar las defensas de Morgan y devolverle el favor. Ahora, podría conseguir su rendición, desnudar su alma, y asegurarse de que hacer el amor con Brandon Ross no volvería a estar en su lista de prioridades.
Jadeando, cansada pero dispuesta, Morgan clavó los ojos en Jack mientras se ponía de pie. Él dejó a un lado los vaqueros y se volvió hacia ella con la mirada ardiente. El corte militar del pelo de Jack sólo acentuaba la cara angulosa, la mandíbula firme con la sombra de barba, y el hoyuelo del mentón. La deliciosa vista no se detenía ahí.
Morgan dejó vagar la mirada por los hombros fornidos, los sólidos y marcados pectorales, la línea tensa de sus músculos. Bajó los ojos al tesoro de su ingle.
Incluso relajado, su pene era grande. Cuando estaba erecto habría avergonzado a la mayoría de los hombres.
Y ella lo había conquistado. El enorme y poderoso Jack había sucumbido ante ella. ¿Sería esa irresistible sensación de poder la razón por la que a él le gustaba dominar?
Morgan se humedeció los labios, consciente de ese poder. A pesar de su impresión inicial, no se detuvo a interrogarle. No preguntó si lo había hecho bien o mal, ya tendría tiempo para ello más tarde. En ese momento le dirigió una picara sonrisa. Había sobrevivido al reto de someterse sin sufrir ni un solo rasguño. No se había sentido como una marioneta sin pies ni cabeza acatando sus órdenes. Había sido más bien como seguir las pistas para saber exactamente cómo controlarle y satisfacerle.
—Pareces contenta contigo misma.
Morgan intentó borrar la sonrisa de su cara, pero no pudo. No quería ocultar su satisfacción, eso sólo lo provocaría. Así que se encogió de hombros.
—Piensas que esto es un juego, Morgan. Que has ganado y que yo he perdido y que todo se acabó. Que ya no tienes que temer someterte a mí.
La suave risa de Jack le dio la primera indicación de que había juzgado mal la situación. La sonrisa de Morgan vaciló.
—Cher, no hemos hecho más que empezar. Te prometo que te habrás sometido a mí antes de que acabe la noche.
El susurro la golpeó en el vientre, volviendo a despertar su desconcierto. ¿No lo había hecho ya? Cada uno de los tíos con los que había estado, bueno…, Andrew, por ejemplo, habría necesitado ocho horas de sueño y un buen tazón de Wheaties antes de estar preparado de nuevo. Y Andrew se había considerado un sprinter. ¿Acaso Jack era un corredor de maratón?
El pensamiento inundó su vientre con una incomoda y apremiante lujuria.
—Arrodíllate en la cama. —La voz la arrancó de sus pensamientos.
—¿P-por qué?
Cualquier rastro de relajación tras el orgasmo había desaparecido de la expresión de Jack.
—Porque lo digo yo. Yo mando, tú te sometes. Si vuelves a preguntarme o si vacilas otra vez, te sacudiré el trasero.
Tic-tac, tic-tac. De repente, Morgan fue consciente de cada uno de los segundos que transcurrían entre ellos. Dirigió la mirada a la cama deshecha y luego a Jack, cuya respiración regular y cuya mirada firme le decían que hablaba completamente en serio.
No quería eso, no lo quería. Pero el dolor entre sus piernas se había convertido en un sordo latido. Aún tenía en la boca el tentador sabor salado de él. El placer que le había proporcionado el febril encuentro contra la puerta irrumpió en su mente. Quería volver a sentir eso, quería ser poseída y experimentar otro orgasmo que sacudiera los cimientos de su cuerpo.
Jack tenía algo. De alguna manera esa presencia dominante que alternaba con esas sonrisas burlonas la tranquilizaban, a la vez que la hacía sentirse protegida. La había ayudado a librarse de un francotirador. El hecho de que a menudo fuera capaz de leerle la mente como si la comprendiera, la desconcertaba. Estaba tratando de convertirla en una sumisa, aunque ella no lo era.
Jack cerró los puños y luego los relajó.
—Morgan.
Dio un paso amenazador hacia ella con la sombra de una reprimenda ardiendo en sus ojos.
Al final, el deseo de Morgan tomó la decisión por ella. Se sometería a él. Sólo esa noche. Como si fuera un experimento. Una sola vez no podía hacer daño a nadie, ¿verdad?
Se subió gateando a la cama y se arrodilló frente a él.
—Date la vuelta. De cara al cabecero.
En otras palabras, que le diera la espalda. Sabiendo que sólo tenía unos segundos para decidirse, Morgan buceó en sus pensamientos. ¿Qué iba a hacer Jack? No la lastimaría. La había protegido cuando el acosador había comenzado a disparar. Había logrado sacarla de Lafayette de una pieza, pero…
—Mi paciencia tiene un límite —ladró Jack—. Date la vuelta.
El gruñido exigente la sobresaltó. Quería que lo hiciera ya.
Con una última mirada, una que ella sabía que mostraba toda su incertidumbre y ansiedad, Morgan accedió.
—Siéntate sobre los talones. —La voz sonaba ahora más cerca, acentuada por la precisión militar de los pasos de Jack en el suelo de madera.
El tono severo de la voz masculina era algo que Morgan no podía pasar por alto. No se atrevió ni a ignorarle ni a vacilar.
Una vez que se hubo sentado sobre los talones, Jack le pasó la yema de un dedo por la curva del hombro, como si la recompensara. Se quedó sin aliento. El suave toque la alarmó y la inflamó. Un rastro de fuego permaneció tras esa simple caricia.
Luego él deslizó la palma de la mano entre sus omóplatos.
—Inclínate hacia delante hasta que te toques las rodillas con los pechos. Pon los brazos por encima de la cabeza con las palmas de las manos extendidas sobre la cama.
Morgan procesó la orden, imaginándose la posición que adoptaría. Sería una postura inocente si estuviera en una de sus clases de yoga. Pero hacerlo ahora significaba dejar el trasero y la espalda totalmente vulnerables a Jack.
Los dedos de Jack empujaron suave pero inexorablemente la espalda de Morgan hasta que finalmente ella accedió. Siempre podía dejarlo si Jack la presionaba demasiado. Tenía una palabra de seguridad.
Con la mejilla descansando sobre las suaves sábanas, extendió los brazos por encima de la cabeza, mientras las piernas permanecían dobladas bajo su cuerpo. Jack retiró la mano de su espalda. Morgan observó cómo él se acercaba con pasos acompasados hasta el cabecero de la cama.
Tensó el vientre ante el miedo a lo desconocido. ¿Qué estaba haciendo él? ¿Qué planeaba hacer?
—¿Señor?
—Morgan, ya hemos hablado de esto. No puedes abrir la boca a no ser que te dé permiso.
—Sólo quiero saber qué vas a hacer.
El aire de la habitación pareció espesarse. Morgan sintió su silencio, el latigazo de desaprobación que atravesó a Jack. Saber que lo había decepcionado provocó una desagradable sensación ácida en el estómago de Morgan. Hablar sin permiso estaba prohibido, al igual que hacer preguntas. No sabía porqué, pero tenía la certeza de que esta vez se había extralimitado.
Sin previo aviso, él le agarró la muñeca izquierda con una mano. Al cabo de unos instantes, se la ató con un lazo de terciopelo. Un tirón, otro más y un segundo después él se apartó. Discretamente, Morgan intentó tirar de la muñeca.
Estaba firmemente atada.
Antes de que pudiera comenzar a comprender las implicaciones, Jack rodeó la cama, le cogió la muñeca derecha y repitió el proceso.
Tenía los dos brazos inmovilizados, firmemente atados con un lazo de terciopelo a los postes de la cama. Dio un suave tirón, luego otro no tan suave. Nada. Las ataduras no cedieron ni un centímetro. Jack debía de haber sido un buen Boy Scout si sabía hacer esos nudos tan perfectos.
El pánico la invadió como la ola de un tsunami. Oh, no. Estaba totalmente perdida. Jack estaba determinado a tomar el control. Un control que ella no estaba dispuesta a darle.
Luchó, tirando de los brazos con un gemido atemorizado. Dios mío, ¿en que había estado pensando? Una cosa era imaginar dar a un hombre el control absoluto de su cuerpo. Y otra muy diferente era hacerlo realmente, incluso aunque le confiara a éste su seguridad física. ¿Cómo sabía realmente que podía confiar en él?
Pero las ataduras no cedían.
Cuando gimió otra vez, Jack la tranquilizó acariciando suavemente la cabeza de Morgan.
—Morgan, respira hondo. —Esperó hasta que lo hizo, entonces susurró con una voz tranquilizadora e hipnótica—: Estás a salvo. Estás bien. Confía en mí.
Ese ronco susurro le llegó hasta el fondo del alma. El tono suave de su voz le pedía que fuera razonable, que no tuviera miedo. Por alguna razón que no pudo comprender, la tranquilizó. Le hizo caso y se quedó quieta.
Como recompensa, él le deslizó la palma de la mano por la espalda expuesta.
—La sumisión consiste en tener confianza, Morgan. Tienes que confiar no sólo en que te cuidaré, sino en que te daré todo lo que necesitas, cada placer inimaginable. Pero para dártelo necesito tu ayuda. Él placer se origina, en parte, en la entrega total del control.
De repente, la caricia en su espalda desapareció. Unos momentos después, fue reemplazada por una palmada fuerte en su trasero.
Alarmada por su acción, Morgan tiró de las ataduras.
—¡Ay! Detente.
Pero antes siquiera de haber acabado de decir las palabras, comenzó a sentir una peculiar picazón en la piel que dio paso a un fuego persistente en el lugar donde la había zurrado.
—Aquí mando yo, Morgan. Tu cuerpo es mío para darte placer o para castigarlo según me convenga. Ahora mismo, te mereces un castigo.
Apenas se había recobrado de la sorpresa cuando la zurró de nuevo con la misma fuerza que la vez anterior, pero esta vez en la otra nalga. Morgan se mordió los labios cuando sintió el aguijón inicial. Luego, como antes, el ramalazo de dolor dio paso a un calor inesperado que se extendió desde su trasero.
—Sorprenderte. Eso es lo que pretendo. Haré cosas que no siempre comprenderás ni creerás desear, puede que no estés de acuerdo con ellas. Lo importante es que confíes en que conozco los límites de tu cuerpo, y que lo aceptes. Si confías en mí, en mi habilidad para derribar tus barreras mentales, te daré el placer que tu cuerpo desea.
Volvió a golpearla de nuevo, una fuerte palmada en cada nalga.
Morgan se quedó sin aliento.
—Vete al infierno.
La risa atronadora de Jack sonó a sus espaldas.
—Sólo estás cavando tu propia fosa, cher.
Le pasó la callosa palma sobre la piel hormigueante de su trasero. La calidez de la piel de Jack penetró en ella, mezclándose con el ardor de su trasero, creando un fuego que casi la hizo gemir. ¿Cómo podía gustarle eso? No tenía sentido.
—No puedes experimentar lo que quieres hasta que aprendas a entregarte a mí por completo —le susurró en el oído.
Mentalmente, se rebeló contra sus palabras, pero al mismo tiempo se dio cuenta de que tenía la vagina completamente empapada.
¡No, no, no! La estaba zurrando como a una niña caprichosa. Y no le gustaba eso, de verdad que no.
Pero el dolor se estaba convirtiendo rápidamente en un latido placentero e imposible de ignorar.
Morgan cambió de posición, procurando evitar la mano de Jack. No lo consiguió. Dos cachetadas más, una en cada nalga, y más fuertes que las anteriores. Sintió una oleada de furia, pero eso no detuvo el ardor que se extendía por su piel, el calor palpitante que le llegaba hasta los huesos. Oh, Dios mío…, su carne comenzaba a palpitar dolorida. Morgan sintió la sangre bullir bajo su piel, inundándole el clítoris.
Luchar contra ello era inútil.
—¿Lo has comprendido?
Esa voz era como la de un sargento de instrucción sexual. Cada palabra estaba envuelta en acero, pero por debajo subyacía la burlona promesa de lo que podría llegar a ser, la promesa aterciopelada del éxtasis.
Una nueva oleada de calor atravesó su cuerpo, inflamó su clítoris y ahogó sus protestas. Su cuerpo exigía más.
—Sí, señor.
—Mucho mejor —la elogió él.
Fue entonces cuando Morgan se dio cuenta de que elevaba el trasero, anticipando el siguiente golpe. Que era muy consciente del vacío de su sexo, y que se retorcía contra la sábana, ansiando que la llenara.
Las excitantes sensaciones la sacudían. Los escalofríos recorrían su espalda. Sentía todo su cuerpo caliente y agitado. Había estado inflamada por las sensaciones y el olor de Jack cuando lo había tomado con la boca, pero en esa posición, las suaves caricias castigadoras la habían hecho consciente de sí misma como mujer y de que estaba bajo su control. Sin duda esa postura revelaba las partes más secretas de su cuerpo, y al estar atada, él podría tocarla siempre que así lo quisiera.
Algo que —de una manera escalofriante— le daba más placer que hacerle perder el control.
Él le deslizó la mano por la espalda. Morgan se arqueó como un gato, buscando el cálido hormigueo que provocaba su caricia.
Inmediatamente, Jack apartó la mano.
—Estarás quieta a menos que te diga otra cosa.
El tono de su voz le dejó bien claro que él esperaba una respuesta.
—Sí, señor.
—Excelente.
No, no lo era. Morgan sentía que la temperatura de su cuerpo aumentaba, que sus pensamientos comenzaban a deslizarse dentro de una espiral de lujuria. Lo que era correcto o no estaba siendo reemplazado por el placer y el dolor, por la necesidad de alcanzar el orgasmo. Y extrañamente, por la necesidad de complacer a Jack.
Jack se giró y se dirigió hacia la puerta. Morgan miró por encima del hombro y lo observó salir. Con el trasero tenso y desnudo, sintió una nueva corriente de necesidad, al mismo tiempo que la desaparición de Jack provocaba su miedo. ¿A dónde había ido? ¡No podía dejarla allí así! ¿Cuándo tiempo creía él que podía estar esperando en esa posición?
Morgan movió la cabeza y miró el reloj de la mesilla de noche. El tictac resonaba en el silencio. El único otro sonido que se escuchaba era el latido de su corazón.
Pasaron cinco minutos. Luego otros cinco. Se le comenzaron a entumecer las piernas. Notó el leve frío de la habitación al no estar Jack presente. Pero algo le decía que no se moviera. Algo le decía que aquello era una prueba.
Y no tenía intención de fallar.
Después de otros ocho minutos, él regresó con una pequeña caja negra en una mano, y una erección que no dejó lugar a dudas sobre la habilidad de Jack para excitarse de nuevo. Sin decir nada, él dejó la caja en la mesilla de noche y la miró.
—Aún estás en la posición correcta. Bien. Muy bien.
Le pasó un dedo por la curva de la espalda y más abajo, entre sus nalgas. Ella se puso tensa, jadeó, y apretó las nalgas intentando escapar de él. Él vaciló, pero como ella no protestó, continuó viajando hasta su sexo.
Luego se quedó allí. Las yemas de sus dedos se pasearon sobre la resbaladiza superficie que se apretaba contra su mano. Se deslizaron de un lado a otro, rodearon los labios mayores, extendiendo la humedad con un ritmo descuidado y pausado.
Estaba jugando con ella. ¡Sólo jugando! Pero estaba demasiado excitada para encolerizarse. Morgan movió las caderas contra su mano. «¡Haz algo!», gritaba su cuerpo en silencio.
Él simplemente usó la otra mano para darle una nueva cachetada en el trasero.
—Estáte quieta —exigió.
Jack agarró a Morgan por las caderas para detener el movimiento provocativo. Ella se tensó, luchando por permanecer quieta. Los músculos le temblaban tanto del esfuerzo como del placer inmisericorde que la invadía.
—Tu sexo está mojado, Morgan. Incluso más mojado que esta mañana. E hinchado. ¿Piensas que estás lista para ser poseída?
Cerrando los ojos con fuerza, Morgan intentó contener la respuesta. Si le decía que sí, sólo la atormentaría. Si le decía que no, la atormentaría aún más. Pero pretender fingir indiferencia ante el mágico dominio de los dedos que se paseaban entre sus jugos, entre sus pliegues sensibles, sencillamente, no era posible.
—Sí, señor —gimió finalmente.
Le dolía por todos lados. Palpitaba de deseo. Todo lo que había entre sus rodillas y su ombligo pedía a gritos su boca, su miembro. ¡Lo que fuera! Necesitaba que hiciera algo.
Jack siguió jugueteando con ella.
—Eres demasiado respondona. Cuando te sometas por completo… entonces ya veremos.
Oh, también quería responder a eso. Eso era todo lo sumisa que iba a ser. Jack podía tomarlo o dejarlo…
«¡Oh, Dios mío!».
Dos dedos se deslizaron en la humedad, atravesando sus pliegues resbaladizos y penetrando con rapidez en su interior. Un giro de la muñeca, un toquecito de esos dedos y encontró el punto G donde comenzó una lenta, pero firme caricia.
Casi de inmediato, el placer se extendió por los muslos de Morgan, se clavó en su clítoris y subió por su pasaje. Todo su cuerpo cobró vida mientras él continuaba la despiadada presión en ese lugar tan sensible.
Morgan gimió, larga y roncamente. Luego arqueó de nuevo las caderas en una muda invitación a que fuera más rápido, pero él la ignoró. Siguió penetrándola con la misma profundidad y el mismo ritmo pausado.
La sangre comenzó a rugir en los oídos de Morgan. Se percató de que los latidos de su corazón vibraban en su interior, de que su clítoris palpitaba con el mismo ritmo. Se le formó una patina de sudor entre los pechos doloridos, en las sienes, en la nuca, entre los rígidos muslos.
Ese hombre la llevaba más y más alto. Dios mío, ya estaba llegando a la recta final, estaba casi al borde del precipicio. E iba a caer en picado desde una altura desconocida. Su cuerpo estaba tenso, preparándose. Morgan jadeó, gimió, ansiándolo más que nada en el mundo…
De repente, él se retiró.
—No te he dado permiso para correrte.
—¿Qué? —Morgan apenas podía hablar.
—No te correrás hasta que yo lo diga. El control es mío, cher.
Jack desapareció y rodeó la cama para coger la caja negra. ¿Qué demonios estaba haciendo? Ella estaba allí, agonizando, deshaciéndose en un charco de necesidad, y él se dedicaba a jugar con esa maldita caja.
Gimió dolorida mientras la frustración que atormentaba su cuerpo la hacía temblar. Bueno, si él no la ayudaba, se las arreglaría sola.
Morgan intentó moverse en vaivén para producir la suficiente fricción sobre su clítoris y así llegar al clímax. Al instante, Jack la detuvo con una palmada en el trasero. Luego le inmovilizó la cadera con la mano, impidiendo que se moviera bajo la presión de su presa.
—Eres una chica mala. Te correrás cuando yo te lo diga, en mi mano, con mi miembro dentro. No porque te retuerzas para conseguirlo.
Con ese comentario, Jack se subió a la cama tras Morgan y volvió a zambullir los dedos en ella. Pero no volvió a tocar ese dulce lugar de su interior, sólo movió las yemas de un lado para otro, mojando los dedos.
—Separa las rodillas —exigió, acomodando la mano libre entre ellas para urgirla a separar los muslos.
Morgan accedió, jadeante y aturdida, hundida en el pantano de deseo al que la llevaban sus caricias.
Jack sacó los dedos del pasaje femenino y le dio un ligero toquecito al clítoris, dejándola paralizada y sin aliento. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Qué iba a hacer Jack?
Un toque más tarde, donde ella menos lo esperaba, contestó a sus preguntas.
Antes de que Morgan pudiera protestar, uno de los dedos de Jack, empapado con sus jugos, le penetró el ano, traspasando el apretado anillo de músculos. El dedo invasor le provocó un aterrador estremecimiento de placer. Jadeó.
—No —gimió ella.
—Sí —afirmó él—. Tienes un culo hermoso. No voy a ignorarlo.
Le invadió el trasero con otro dedo más, creando una ardiente presión. Algo extraño y prohibido. El placer la propulsó al cielo. Morgan contuvo el aliento, luego se mordió los labios. ¿Cómo podía gustarle eso?
Pero de repente, le fue imposible no desear más de lo mismo.
—Eso es, cher. Haz presión contra mis dedos. Tengo que abrirte bien para tomarte por aquí.
Entonces Jack la hizo arder más que con cualquier cosa que ella pudiera haber imaginado, llevándola cada vez más cerca del borde, mientras la penetraba con los dedos con un ritmo hipnotizante. Dentro, fuera, dentro, fuera…
Las sensaciones eran demasiado nuevas e inesperadas. Él había encendido demasiadas partes de su cuerpo, y todas gritaban de necesidad. Los tensos pezones se frotaban contra las sábanas con cada penetración. El clítoris palpitaba. El anegado sexo aún latía bajo su toque.
Y ahora, los dedos de Jack la llevaban a una lenta y alocada excitación, despertando demasiadas sensaciones en una parte de su cuerpo que sólo había considerado erótica en sus más prohibidas fantasías nocturnas.
Luego el placer fue demasiado intenso para pensar. Sólo podía moverse con su toque, arqueándose para salir al encuentro de sus dedos, mientras gemía y se estremecía. Tenía el cuerpo tenso y centrado en alcanzar el clímax que estaba cada vez más cerca, dominándola y engulléndola.
Cuando Jack retiró los dedos de su culo, Morgan gimió en señal de protesta sin poder evitarlo, sin poder pensar siquiera qué estaba haciendo.
—No he terminado, cher —la tranquilizó.
Un poco después Morgan oyó un pequeño estallido seguido de un sonido vibrante, y sintió algo nuevo, ligeramente frío y definitivamente extraño en su entrada trasera. Un vibrador. Tembló cuando Jack jugueteó con él en torno a su sensible abertura.
El placer de Morgan se centró allí tan agudo que no podía imaginar nada igual. En especial cuando Jack empujó el vibrador un poco.
—Presiona contra él —le ordenó con suavidad.
Morgan lo hizo encantada. La vibrante sonda se calentó con rapidez ante el contacto con su cuerpo. Soltó un sonido de puro placer por el oscuro deseo que creó el aparato. El vibrador era del mismo tamaño que uno de los dedos de Jack, pero muy suave, mientras él lo deslizaba dentro y fuera de su cuerpo. Morgan se arqueó contra él, buscándolo, febril en su lujuria. Gritó, agarrando la sábana con los puños.
Jack se movió detrás de ella, cubriéndola con su cuerpo mientras le murmuraba en el oído.
—Estás muy sexy con el vibrador dándote placer en el culo. Un hombre podría perder el control simplemente mirándote.
Morgan miró a Jack por encima del hombro. Estaba arrodillado detrás de ella, mirándola con esos ardientes ojos color chocolate que le abrasaban la piel ya de por sí caliente. Sus anchos hombros ocuparon todo su campo de visión cuando le agarró las caderas con esas grandes manos. Su pecho musculoso, cubierto de sudor, subía y bajaba por la respiración jadeante. Parecía un hombre cuyo control pendía de un hilo.
No tuvo tiempo para recrearse cuando él la penetró hasta la empuñadura con un golpe de su sexo. Morgan jadeó ante la sensación de él llenando completamente el pasaje que ahora era más estrecho por el vibrador que ocupaba su trasero. Se sentía llena por completo. La doble penetración la hizo agarrarse a las sábanas otra vez, cerrando los puños con desesperación.
—¡Jack!
—Sí, cher. Eres deliciosa —gimió él mientras empujaba en ella—. Es como follar nata montada y canela.
Aumentó el ritmo con rapidez hasta un nivel frenético. La fricción y las vibraciones resonaban en sus sensibles aberturas, provocándole miles de escalofríos. Sintió que su sangre corría desesperada, inundándole el sexo, el ano. Morgan jadeó, gritó cuando el placer se extendió por su cuerpo más rápido de lo que podía soportar. Los nudillos se le quedaron blancos cuando apretó con fuerza las sábanas. La peligrosa necesidad amenazaba con tragarla, con hacerle perder el juicio para no recobrarlo jamás.
Jack era implacable. La escalada hacia el clímax fue rápida. Se mordió el labio hasta sentir el regusto de la sangre en su boca, pero nada podía contener el placer.
Sus gemidos se convirtieron en gritos ensordecedores. Morgan sentía cómo su vagina se cerraba en torno al miembro de Jack, agarrándolo como si nunca lo fuera a dejar salir, palpitando con la inminente tormenta. Él continuó con el mismo ritmo pausado, tomando su sexo con una poderosa determinación.
Con los dos pasajes repletos, la mente de Morgan dio rienda suelta a sus fantasías. Esas fantasías que se negaba a tener a la luz del día, esas imágenes que la fascinaban. Dos hombres penetrándola, trabajándola para poseerla y llenarla, para follarla hasta…
—Córrete, Morgan. ¡Ya! —gritó Jack con voz ronca.
Ella soltó un grito ronco cuando un impresionante orgasmo atravesó su cuerpo. Se estremeció una y otra vez mientras lo ordeñaba. Aquel torbellino de placer superaba cualquier cosa que hubiera conocido antes, le aniquilaba todo vestigio de pensamiento y control, la capacidad del habla. Lo único cierto era el devastador clímax que le nublaba la vista, que tensaba su cuerpo hasta dejarla ingrávida mientras Jack la empujaba a esa clase de éxtasis que sólo había imaginado.
El ronco grito de Jack hizo eco al suyo mientras se corría con una prisa febril.
Cayeron desmadejados sobre la cama. Jack la liberó del vibrador pero se mantuvo a sí mismo profundamente enterrado en ella, acariciándole suavemente la piel como si quisiera poseerla más allá del orgasmo. Como si ella no sólo fuera aceptable, sino maravillosa.
Cuando Jack curvó su cuerpo alrededor de ella, con la respiración jadeante contra su hombro, el cuerpo de Morgan —peor aún, su corazón— brincó de alegría ante esos maravillosos pensamientos.