«¡Oh, Dios mío!».
Morgan saltó de la bañera, agarró una toalla y se envolvió con ella, cubriéndose lo mejor que pudo. ¡La había visto… y todo lo que había hecho!
Se volvió hacia la ventana, esperando que Jack hubiese tenido la decencia de marcharse para darle privacidad ahora que ya lo había atrapado comportándose como un mirón. Pero Jack seguía allí, imperturbable, sin camisa, con su enorme pecho subiendo y bajando a causa de la respiración entrecortada, controlándose a duras penas. Peor aún, la observaba con una mirada ardiente y depredadora. Absolutamente sexual. No parecía que fuera a disculparse. Esos ojos le estaban diciendo que lo había excitado. Que la deseaba. Que tenía intención de tenerla. Punto.
El ardor entre sus muslos que había intentado apagar, latió con fuerza, volviendo de nuevo a la vida. Morgan cerró los ojos, luchando contra el torbellino de deseo que crecía en su interior. Deseo y furia disputaban una carrera en su estómago. Luchando codo con codo, muy por delante de la mortificación que ocupaba el tercer lugar.
Pero al final fue la furia quien llegó a la línea de meta.
¡Maldita sea! Puede que Jack, le hubiera salvado la vida, pero eso no le daba derecho a invadir su intimidad y espiar cualquier cosa que ella estuviera haciendo, mientras él mismo se excitaba. Arrogante. ¡Grosero! Todos los hombres eran iguales.
El famoso temperamento O’Malley, del que siempre se había enorgullecido su madre, ardió como lava líquida en su interior, devorando a su paso cualquier vestigio de calma y decoro.
Dirigiéndole una mirada llena de veneno a la ventana, Morgan se dio la vuelta con rapidez y abandonó el cuarto de baño, atravesó el pasillo hacia la cocina y la salita, dirigiéndose hacia la puerta trasera de la cabaña.
Antes de llegar a ella, la puerta se abrió. Jack entró, feroz y silencioso. Y tan tenso, que lo más probable era que si le lanzaba un cuchillo, éste rebotara. Él cerró la puerta a sus espaldas con un tranquilo chasquido que resonó en la planta de sus húmedos pies a través del brillante suelo de madera.
—¡Hijo de perra! —le gritó, acercándose a él hasta que sólo los separó un metro—. ¿Cómo te atreves? ¿Creíste que no me daría cuenta o que no me importaría? O tal vez pensaste…
—Basta. —Él no levantó la voz, pero aún así sonó tan cortante como un látigo.
—Vete a la…
—Morgan —le advirtió, rechinando los dientes.
Y ella se interrumpió, ciñéndose firmemente la toalla contra su cuerpo y con el pecho agitado por la cólera. La voz de Jack aún resonaba en la habitación. La orden implícita ardía en sus ojos. ¿Estaba furioso con ella? Increíble.
Antes de que ella pudiera replicar, él añadió:
—No tenía intención de espiarte, cher. Salí para comprobar la seguridad del perímetro. Habías dejado la contraventana entreabierta, y no pude apartar la mirada. Lo siento.
¿Una disculpa? ¿Así sin más? ¿Sin intentar justificarse ni defenderse?
La furia de Morgan se disipó… demasiado rápido para su gusto. Maldita sea. Era difícil continuar furiosa con alguien que le había ofrecido una disculpa. E incluso era más difícil permanecer disgustada con un hombre que se había quedado paralizado porque le había gustado verla.
Pero ella era una O’Malley y no estaba dispuesta a rendirse sin luchar.
—¡No tenías derecho! Todo esto es demasiado embarazoso. Estoy completamente avergonzada.
Él dio un paso hacia ella.
—¿De tu cuerpo? ¿De ser una mujer con necesidades?
—¡De que estuvieras observándome! No me puedo creer que estuvieras allí parado, mirándome como si fuera la estrella de una película porno o algo similar.
—No es la conducta que se espera de un anfitrión, de acuerdo. No es correcto. —Los ojos de Jack brillaron con sinceridad y un deseo que no desaparecía—. Sin embargo, Morgan, debes admitir una cosa: saber que te observaba, que no podía apartar los ojos de ti, te resultó excitante.
—No. —Se negó a proporcionarle esa satisfacción a pesar de saber que la humedad que manaba entre sus piernas era debida a sus palabras.
—E,sos ojos azules dicen lo contrario, cher.
—Necesitas gafas. ¿Pensaste que me alegraría saber que convertiste mi baño en un espectáculo? ¿Pensaste que diría «claro, nos conocimos ayer, pero siéntete libre de espiar los momentos más íntimos de mi vida»?
—Sólo pensé en lo hermosa que estabas. —Se acercó todavía más—. Si fueras mía, no tendrías motivos para satisfacerte a solas. —Sonrió—. Por supuesto, me encantaría ver cómo te acaricias sólo por el placer de mirarte.
Bajando la vista, ella no pudo evitar percibir el contorno de la rígida erección que presionaba contra la bragueta de los vaqueros de Jack. Morgan sintió que se le calentaba la piel, y que la excitación palpitaba de nuevo entre sus piernas. ¡No! Necesitaba su furia, toda esa magnífica ira.
Pero lo único que hizo fue darse cuenta de lo cerca que él estaba. De que estaba medio desnudo, mientras que ella apenas estaba cubierta. Estaba pisando terreno peligroso, en especial con Jack mirándola con ese fuego oscuro brillando en sus ojos. En especial cuando la respuesta de su propio cuerpo era tan ardiente.
Morgan dio un paso atrás.
—Quieta.
El calmado tono de su orden, la hizo vibrar. Morgan vaciló, pensando a toda velocidad. No tenía por qué escucharle, no tenía que estar delante de él casi desnuda y acatar sus órdenes. De hecho, sería mucho mejor que no lo hiciera.
—Que te den. No tengo dos años, ni soy un robot —le contestó antes de retroceder de nuevo.
Jack la alcanzó.
«¡Huye!» se dijo a sí misma. Pero él ya la había agarrado suavemente por la muñeca, aunque ella sentía su presa como si fuera una tenaza de acero. Y también sentía su calor…
—Quédate.
Por alguna razón, algo en su voz la atraía… No, no debía escucharle.
Tal vez era porque Jack encarnaba cada pecado que anhelaba experimentar. Alguna vez se había masturbado en su oscura y solitaria cama sólo para sentirse frustrada al difuminarse la satisfacción cuando se daba cuenta de que aquello no era real.
Él la soltó y la rodeó lentamente al mismo tiempo que le rozaba los hombros suavemente con la yema de los dedos. El corazón de Morgan se aceleró. Sintió que se le ponía la piel de gallina en los brazos. Ni siquiera quería pensar en lo que le estaría ocurriendo a los pezones que tanto le dolían.
Jack se detuvo a sus espaldas. Su cálido aliento le cosquilleó en ese sensible lugar entre el cuello y los hombros. El calor de él irradió por su espalda y sus piernas. Morgan contuvo el aliento. Dios mío, estaba demasiado cerca. Demasiado cerca para ignorarlo. Demasiado cerca para negar el efecto que tenía sobre ella.
El ardor de entre sus muslos alcanzó nuevas cotas, como si ella no se hubiera acabado de correr hacía sólo unos minutos.
Le dirigió una mirada cautelosa por encima del hombro. Jack estaba allí mismo, esperando, como si hubiera sabido lo que ella haría. Sus miradas se encontraron, la de él era ardiente y exigente. Jack soltó un suspiro fuerte e intenso.
Iba a tocarla.
Un estremecimiento electrizante la atravesó, a la vez que se llamaba estúpida de todas las maneras que conocía. Apartó la mirada de él y clavó los ojos en la puerta otra vez, ciñéndose la toalla con más fuerza.
Jack no dijo nada, pero Morgan podía sentir sus ojos fijos en ella, observando su piel todavía húmeda, su respiración jadeante.
¿Y ahora qué? Esto había pasado de castaño a castaño oscuro en tan solo dos minutos. Y si no quería que pasara a negro, tenía que escapar ya.
—Dime por qué necesitabas un orgasmo —le murmuró al oído.
No podía. Sólo le confirmaría lo que ya debía saber: que una parte de ella, la más desvergonzada, lo deseaba, y sentía mucho más que curiosidad periodística por el placer que él podía darle.
—No es asunto tuyo, Jack.
—No me llames así, no cuando estemos a solas.
Quería que lo llamara señor. Ella siguió allí de pie, temblando, con la mente y el corazón latiendo a toda velocidad entre la incertidumbre y la emoción prohibida. Morgan se sentía… reclamada por las palabras de Jack. Sus órdenes removían algo en su interior y le provocaban un ramalazo de necesidad.
«¿Cómo sería rendirse? ¿Ceder a las exigencias de esa voz?».
Peligroso. Malo. Ceder ante todo lo que Jack representaba y que no debería desear, sólo la llevaría directa al infierno.
—¿Te llamo entonces asno? Sería lo más apropiado —le soltó la bravuconada y se volvió para enfrentarse a él—. No me intimides.
Esperó una fiera respuesta, una orden que fuera más un gruñido de frustración. Pero no llegó.
En lugar de responderle, él se acercó todavía más, hasta que sólo un susurro la separaba del rugiente calor de su cuerpo.
—No hay razón para que te avergüences de tus deseos.
—No lo hago. Llámame reprimida si quieres, pero de lo que me avergüenzo es de tener público mientras tengo un orgasmo —le espetó.
—Eso no es cierto —le dijo él con suavidad.
Tragando, Morgan intentó apartar la vista de su mirada conocedora y sexual. La envolvió entonces su olor, a hombre y a misterio, picante como la comida cajún y duro como la vida en el pantano.
Se apartó poco a poco de él.
—¿Crees que me conoces?
—Sé cosas sobre ti. Sé que no estás segura sobre tu sexualidad. Que tienes deseos que no quieres confesar. Los veo en tus ojos. Deseos prohibidos sobre ser sometida…
—¡No ves nada! No soy una depravada.
—No, no lo eres. Cualquiera que lo crea es idiota.
Jack intentó agarrarla de nuevo, con la determinación plasmada en las rudas facciones masculinas. Morgan no quería saber exactamente qué era lo que estaba resuelto a hacer. Se sintió invadida por el pánico, y lo empujó con la mano, apartándose de su alcance. La espalda de Morgan chocó contra la puerta.
Y Jack se acercó lentamente a ella. Como un depredador. Tenía que escapar. Tenía que hacerlo. Ya.
Morgan fue hacia la izquierda para esquivarle. Jack la bloqueó con el brazo, cortando esa vía de escape. Usó esa misma táctica en el lado derecho antes de que ella pudiera dar un paso en esa dirección.
Luego Jack se inclinó hacia delante, colocando una mano contra la puerta, al lado de su cabeza. Ella no podía mirarlo, se negaba a hacerlo. Como para captar su atención, Jack rozó su cuerpo contra el de ella, consiguiendo que crueles chispas de deseo la recorrieran de arriba abajo. En realidad, ese simple contacto fue suficiente para que ardiera como un petardo.
—Mírame. —Él se apartó para darle un poco de respiro.
Había algo en el interior de Morgan que quería obedecer. Esa voz ronca con ese deje francés y esa orden explícita tiraban de ella. Pensar en rendirse hizo que su estómago se retorciera expectante y que el deseo le latiera en el clítoris. Ese hombre era una enorme contradicción. Un protector agresivo. El hombre que ataba a las mujeres era el mismo que hacía un extraordinario esfuerzo para protegerla.
Eso la confundía. Él la confundía.
Finalmente, ella levantó su tempestuosa mirada hasta que chocó con la de él.
—¿Qué demonios quieres de mí?
—Que seas sincera.
—No, no es eso. Quieres que me rinda, que abra las piernas como una descerebrada y que te dé lo que sea que andes buscando.
Una media sonrisa se insinuó en la boca de Jack.
—Tienes razón en parte. Quiero que te rindas, cher. Quiero que te abras de piernas cuando yo te lo diga. Pero no porque seas una descerebrada, sino por todo lo contrario. —Él se acercó, rozando de nuevo su cuerpo contra el de ella, y todo indicio de sonrisa desapareció—. Quiero que ardas por mí. Quiero enseñarte lo que anhelas en secreto y no te atreves a pedir… quiero enseñarte lo placentero que puede llegar a ser.
Morgan tragó saliva, luego abrió la boca para replicar. Pero ¿cómo se suponía que debía de contestarle a eso? ¿Qué respondía una mujer a un hombre que decía que iba a satisfacer todas sus fantasías sexuales? ¿Negándose?
—No pienso…
—Piensas demasiado. En todo lo que no debes, en todo lo que te asusta. Prueba a pensar en todas las formas en que podría complacerte.
Oh, ya había pensado en eso.
Jack apartó una de las manos de la puerta. Le rozó la nuca y siguió bajando por las clavículas. Y luego siguió bajando más. Le acarició el pecho cubierto por la toalla, luego le rozó el pezón erecto que suplicaba su contacto.
Incluso a través de la toalla podía sentir la caricia. Un ardiente escalofrío le hizo crepitar las entrañas como si fueran bacon frito. Se quedó sin aliento y paralizada bajo la oscura mirada de Jack.
Él repitió el movimiento otra vez. Y otra. El placer recorrió a Morgan desde las doloridas y tensas cimas de los pezones, bajando en espiral por su cuerpo tenso hasta su vagina. Dejó caer la cabeza contra la puerta, incapaz de contener un gemido.
—Eso es. —Jack presionó los labios contra su garganta mientras seguía avanzando. Su otra mano se unió a la primera en el suave tormento a sus pezones con sólo la delgada toalla entre ellos.
—Quiero ver esos hermosos pezones. Necesito tenerlos en mi boca, cher. Deja caer la toalla.
El deseo burbujeó dentro de Morgan, llevándola al punto de ebullición incluso cuando lo poco que le quedaba de cordura gritó en algún lugar de su mente. El recuerdo de sus caricias en el club y el explosivo placer que había sentido, todavía la obsesionaban. Esos persistentes deseos, unidos a su enérgica orden, hicieron tambalear su autocontrol.
De todos los hombres que podía desear, ¿por qué tenía que ser él? ¿Por qué lo deseaba ahora, cuando un acosador la perseguía?
Maldición, puede que fuera porque Jack era la personificación de cada una de las húmedas fantasías nocturnas que la habían mantenido despierta durante tantas noches. Tal vez fuera porque en ese momento él estaba bajando la mano sobre la toalla, deslizándola sobre su estómago y la curva de su cadera, mientras su impresionante erección presionaba contra ella. No cabía duda, era él y toda esa testosterona. Todo eso distraía a su mente del acosador.
Su madre siempre le había dicho «con la cuchara que escojas, tienes que comer». ¿Podría vivir consigo misma si se alejaba del atractivo prohibido de Jack sin ni siquiera probarlo?
Él curvó la mano sobre su trasero y con la yema de los dedos comenzó a acariciar muy suavemente la hendidura entre sus nalgas. Una nueva oleada de estremecimientos la atravesó. Ella lo reconoció como lo que era, una hábil maniobra. Si ahora se arqueaba para apartarse de sus dedos se apretaría contra su erección. Él no perdía de ninguna manera.
«¿Acaso pierdes tú?», la desafió la vocecita en el interior de su cabeza.
Jack siguió acariciando la hendidura de sus nalgas, esta vez con más fuerza, profundizando un poco más. Una oscura emoción le recorrió la columna. Automáticamente, Morgan jadeó y se arqueó contra su mano.
—Buena chica —le murmuró en el oído, provocando un nuevo escalofrío en su espalda.
El pulgar volvió a juguetear con su pezón, ahora con tanta fuerza que ella podía sentir cada callo de su piel. Volvió a gemir.
—Cher, deja caer la toalla. Montre moi ton joli corp —Su respiración era jadeante, la voz tensa, pero controlada—. Muéstrame tu hermoso cuerpo.
—Ya lo has visto cuando me espiabas.
—Enséñamelo —gruñó Jack.
Oh, Dios. La orden implícita en su voz convirtió el sordo dolor de su entrepierna en un latido. Quería obedecer. Mucho. Un crepitante ardor la recorrió de pies a cabeza. La sangre rugió a través de su cuerpo, hinchando su clítoris. Ya mojada por el orgasmo anterior, sintió que la humedad anegaba sus pliegues más íntimos, amenazando con derramarse. El aroma picante y carnal de Jack destruía cualquier pensamiento racional. Todas las partes de su cuerpo ansiaban sus caricias sin control.
«¿Qué podría ocurrir si cedes?», preguntó la vocecita.
Más decepción y más frustración. Más rechazo y más ridículo.
No obstante, para encontrar los zapatos perfectos tenía que probárselos antes. ¿Ocurriría lo mismo con los amantes? Quizá tres no habían sido suficientes.
—Jack —logró articular en medio de sus provocativas caricias—. Hablo de sexo con la gente para ganarme la vida. No es necesario experimentarlo para hacer el programa.
—Olvídate del programa. Necesitas lo que yo puedo darte. Deja de negártelo.
—No me estoy negando nada. —«¡Estúpida!». Morgan se mordió el labio, segura de que las mejillas ruborizadas y los duros pezones desmentían sus palabras.
Él le agarró la barbilla con la mano.
—Como me mientas otra vez, te azotaré las nalgas con tanta fuerza que no podrás sentarte en una semana. Dime por qué te niegas lo que quieres.
—No me toques. —Ella intentó librarse de su presa.
Jack se mantuvo firme.
—Cher, voy a hacer mucho más que tocarte. Mucho más. Y cuanto más te empeñes en no contestarme, más te haré implorar.
Oh, Dios mío. Sus palabras la hacían arder tanto como la implacable demanda que veía en sus ojos acrecentaba sus miedos. Podría hacerlo; podría hacerla implorar. Y pensarlo la hizo estremecerse.
—Genial. Para tu información, no soy una mujer fatal. No disfruto demasiado del sexo.
El encanto cajún se superponía a su arrogancia con un simple gesto de esos labios que inspiraban el pecado. Jack le depositó unos besos calientes en el cuello y le mordisqueó la curva del hombro.
—Disfrutaste de todo lo que hicimos en Lafayette.
Sorpresa. Eso era lo que había hecho. Había estado demasiado conmocionada para reaccionar en realidad. Deseando y desconfiando de sí misma. Callándose, tensa y frustrada, hasta que su cuerpo había cedido. Además, sentía curiosidad por él. Por su estilo de vida, pero participar la comprometería mucho más que seguir con la duda. Y tenía el mal presentimiento de que saborear a Jack Cole acabaría convirtiéndose en una adicción.
—No nos conocemos.
Las yemas de los dedos de Jack le recorrieron el hombro, dejándole a su paso un rastro de anticipación y la piel de gallina.
—Te conozco lo suficiente como para saber qué te haría gritar de placer. Pero eso no es lo que te detiene.
Le besó el cuello, la barbilla, subiendo poco a poco hasta su boca. Ella se derritió bajo sus labios. Dios, se sentía tan bien. Y ese olor… ¿contendría algún ingrediente que era kriptonita para su autocontrol?
—Ni siquiera nos gustamos —señaló ella, jadeando desesperada, eludiendo el beso… un beso que deseaba tanto que se le retorcieron las entrañas de deseo.
De nuevo, él sonrió con un destello de dientes blancos visible en la estancia bañada por la suave luz del amanecer.
—Ahora mismo me gustas mucho, cher. Me gustaste desde el primer momento, cuando hablamos en el chat. Me gusta que seas lista, intrépida y endiabladamente sexy.
Él murmuró esas palabras contra la boca de Morgan que se sintió desfallecer. En Lafayette, Jack le había tocado los pechos, le había acariciado el clítoris, la había penetrado profundamente con los dedos, sí. Pero ese ligero beso la embriagaba, como el vino más dulce envuelto en pecado y terciopelo, con un toque de lujuria que prometía placer. Ese beso era una demostración previa de fuerza y control. Casi en contra de su voluntad, se inclinó hacia él.
Por un loco instante, Morgan pensó que él se apartaría. Que jugaría con ella, excitándola para luego retirarse. Sin embargo, Jack le tomó la cara entre las manos y le atrapó la mirada con esos ojos oscuros.
—El recuerdo de tenerte entre mis brazos me ha mantenido duro durante toda la noche. Observarte dormir fue una tortura. Pensé en tumbarme junto a ti en la cama, en arrancarte la ropa a tiras y devorar todo lo que encontrara debajo. Quiero tenerte, cher. Recorrerte con mi boca. Penetrarte profundamente. Quiero que grites mi nombre mientras te corres.
Morgan no podía respirar. Esas palabras no sólo revolucionaban su libido, sino que impactaban en su cuerpo, minando su capacidad de resistencia ante el placer que prometían. Jack la despojaba del aire, de la voluntad de resistir. ¿Cómo sería sentir a Jack? ¿Saborearlo? Ese anhelo le hacía palpitar el clítoris de necesidad. Apenas podía contener los gemidos ante la necesidad de volver a correrse. Y él casi ni la había tocado.
¿Qué ocurriría si le daba rienda suelta a sus deseos? ¿Cómo sería dejarse llevar y entregarse a alguien con toda esa experiencia sólo una vez?
Soltó un suspiro entrecortado. El deseo era como un bosque en llamas bajo un fuerte viento que la consumía sin piedad. Su excitación amenazaba con licuarse entre sus piernas. Se humedeció los labios resecos, pero cuando la mirada de Jack captó el movimiento, subió la temperatura varios grados más.
—¿Quieres tomarme con esa boquita rosada, cher? Mientras te observaba dormir, te veía de rodillas, con mi polla en esa deliciosa boquita tuya.
Morgan apenas tenía experiencia con el sexo oral. Leer y hablar sobre ello en el programa no podía compensar ese hecho. Pero en ese momento, con un hombre enorme como Jack delante de ella, apretado contra ella, parecía algo irrelevante. Jack inspiraba el deseo de probar cualquier cosa, incluyendo su pene.
—Oh, ya veo que te gusta la idea —murmuró él, acariciándole los labios con su aliento—. Esos ojitos azules se han oscurecido. Me pregunto que más te gusta. Sé que te gusta esto…
Como ya había hecho antes, Jack le acarició los pezones a través de la toalla, ahora dolorosamente duros, rozándolos con los nudillos y las yemas de los dedos. Morgan contuvo el aliento y no pudo evitar arquearse contra él buscando fin a tan erótico tormento.
—Unos pezones sensibles. Será un placer succionarlos hasta que los pueda sentir hincharse contra mi lengua.
¿Lo haría? La sugerencia la hizo retorcerse de placer.
—No vayas tan deprisa. No he dicho que sí —señaló ella, intentando recuperar la cordura. Pero el tono ronco de su voz hizo que la protesta pareciera un chiste.
¡No, no, no! Jack podría estar excitándola más allá de sus convicciones —más allá de su aguante—, pero al día siguiente… ¿Cómo afrontaría su vida al día siguiente si se dejaba llevar? ¿No tenía suficiente con el acosador? Había quedado con él para entrevistarle para su programa Provócame, no para convertirse en el juguete de un dominante.
—Tu cuerpo ya lo da por hecho, cher. Estás jadeando. Tienes los pezones duros como diamantes. —De repente, Jack buscó la abertura de la toalla a la altura del vientre, la abrió y apretó la cálida palma de su mano contra la piel de Morgan. Él estaba tan caliente, que ella se sobresaltó. Quemaba. Morgan se estremeció. Se acercó más a él. Ahora sus pechos se rozaban. La boca de Jack estaba sólo a un centímetro de la de ella mientras deslizaba la mano sobre su cadera, por su vientre… hasta el nacimiento del vello púbico.
—¿Vas a negarlo, cher?
Morgan vaciló. Si fuera una chica lista, gritaría ahora un «no» rotundo. Se apartaría de él, volvería a esa bañera que había abandonado y que ahora estaría llena de agua fría y se sumergiría en ella hasta el fondo. Pero las yemas de los dedos de Jack dibujaban círculos sobre su vientre, sobre sus muslos, tocando ligeramente el montículo que quería seducir.
Morgan apretó con fuerza los muslos, pero sólo sirvió para sentir más el agudo deseo que bajó por su vientre y se extendió por sus muslos. Tener sólo una toalla encima no la consolaba.
—¿O vas a decir que sí? —murmuró él—. ¿Vas a dejarme penetrarte con mis dedos y mi lengua? ¿Vas a dejar que mi polla te llene profundamente?
Oh, Dios, más palabras provocativas que le hacían tener ideas lascivas y le sugerían imágenes acordes con ellas.
Morgan echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Quería decir que sí, anhelaba más que nunca sentir ese placer prohibido que sabía que Jack podría proporcionarle.
«Una vez. Sólo una vez», le susurró la vocecita en la cabeza. «¿Qué daño podría hacerle?».
Muy pronto, con un poco de suerte, ese asunto del acosador terminaría, y volvería a Los Angeles para grabar la próxima temporada de Provócame. Jack Cole sería un tórrido recuerdo al que recurrir en una noche fría para excitarse. Así de sencillo.
—Jack…
—¿Quieres algo? —se burlaba de ella mientras sus dedos se deslizaban con ligereza por su vientre y sus caderas. Esos ojos oscuros chispeaban, esa boca juguetona la provocaba sin piedad.
Ella y su resistencia se rindieron.
Como respuesta a su pregunta, le agarró la mano y se la colocó sobre su montículo. Él tanteó con uno de sus cálidos dedos entre los pliegues hinchados y le rodeó el clítoris una vez, dos veces. Morgan se quedó sin aliento, y contuvo el deseo de abrir las piernas para él.
—Si deseas algo, cher, deja caer la toalla. Lo quiero todo de ti, te quiero desnuda.
Morgan se negó a detenerse a pensar, a reconsiderarlo otra vez. Ya tendría tiempo de sobra después. Así que se arrancó la toalla. Ésta cayó al suelo lentamente, dejándole la piel de gallina y… nada más. Se estremeció…, pero no de frío.
Jack permaneció delante de ella con una mirada ardiente que prometía un placer capaz de hacerle perder la cabeza.
—No puedo esperar a estar en tu interior. Entraré tan profundamente que jamás lo olvidarás.
La boca de Jack cubrió la de ella en un beso arrollador. No, él hizo algo más que besarla. Él la devoró, la consumió, la poseyó. Morgan se abrió para él, aceptando la estocada hambrienta de su lengua que sabía a especias y que la llenaba de una necesidad abrasadora, mientras se lanzaba a una devastadora danza de seducción. Sintió que se le aflojaban las rodillas. Su pasión era a la vez picante y dulce como la miel y tan dura como el acero. Era única. Embriagadora. Morgan gimió en su boca, y él devoró el sonido con ansia.
Jack bajó las manos hasta sus caderas y las asió con fuerza, atrayéndola directamente contra la erección contenida en los vaqueros. La acomodó justo en el lugar adecuado, y ella sintió que su ansiedad crecía. Tanto que le dolía. La apretó de nuevo contra sí, obligando a Morgan a levantar la pierna para rodearle la cintura, abriendo su cuerpo para él en una súplica silenciosa.
Él aceptó de inmediato, cogiéndole el muslo y anclándolo sobre su cadera, consiguiendo el roce perfecto con su clítoris. Morgan se asió a sus hombros desnudos y duros, intentando resistir a pesar de la mareante necesidad.
¿Había estado alguna vez tan excitada? No. ¿Alguna vez había deseado algo tanto como para sentir que moriría si no lo conseguía? No.
Era una tortura. Era un placer.
Él continuó devorándole la boca, dándole pequeños mordisquitos en los labios, enroscando su lengua con la de él. Jack no dejó sin atender ninguna parte de la boca de Morgan, y la saboreó a conciencia. Con desesperación, ella restregó los pechos contra el muro caliente y duro del pecho de Jack, rodeándole el cuello con los brazos y profundizando más el beso.
Cuando apartó sus labios de los de ella, Morgan se agarró a él en señal de protesta. Él le apartó los brazos y los apoyó contra la puerta con una mirada de advertencia.
Se sostuvieron las miradas, los ojos oscuros de Jack brillaban de necesidad, instándola a aceptar todo lo que quisiera hacer a continuación. Morgan tenía el cuerpo demasiado excitado y la mente demasiado obnubilada por el deseo para negarse. La respiración entrecortada de Jack era la única indicación de que no estaba tan controlado como parecía.
Presionándola contra la puerta, Jack se apretó de nuevo contra ella, rozándole el pene otra vez contra su clítoris. Pero ahora, se inclinó para añadir una nueva sensación a la mezcla: su boca en los pezones de Morgan.
Morgan se arqueó contra Jack, no sólo ansiosa por ofrecerle más, sino por el dolor que sentía. Él comenzó una hábil succión, un lametazo provocador.
—Jack —protestó ella suavemente—. Jack.
—Ya sabes cómo llamarme —le advirtió, pellizcando con sus dedos los sensibles pezones—. Hasta que te corras no quiero volver a oír mi nombre en tus labios…
—Sí, señor —gimió ella. Lo que fuera para que volviera a tomar los pezones en su boca.
La recompensó con una ardiente succión de las cimas de sus pechos; primero una y luego la otra. Y viceversa. Una y otra vez. Primero con la lengua caliente, luego con tiernos mordiscos que la hicieron jadear y arañarlo.
Por primera vez en su vida, pudo sentir realmente que sus pezones se llenaban de sangre, que se hinchaban.
Con un último lametazo, Jack volvió a usar las manos.
—Muy bonitos. Deberían de estar así siempre, tiernos, rosados, erguidos, esperando que los acaricie.
Volvió a cerrar los pulgares y los dedos sobre ellos con la dureza necesaria para hacerla contener el aliento. Luego los retorció, haciendo que Morgan gritara, mientras la humedad anegaba sus muslos como un torrente. Dios, jamás había estado tan sensible, sentía que podría llegar al orgasmo sólo con que jugara con sus pezones. Había leído que era posible, pero jamás se lo había creído. Hasta ahora.
—¿Estás resbaladiza y ardiente para mí? —le preguntó mientras le rozaba el cuello con su cálido aliento.
—Sí —respondió ella entrecortadamente.
—¿Sí, qué?
—Sí, señor.
Jack deslizo los dedos por el valle entre sus pechos, los arrastró por su vientre, su monte de Venus, luego los sumergió en su húmedo calor. Acarició el clítoris y ella gimió contra su boca.
—Tócame —gimió Morgan.
—Aquí no mandas tú, cher. Aceptas lo que te doy. No importa cómo te lo dé.
—Pero…
Jack dio un paso atrás, rompiendo todo contacto. Morgan se lo quedó mirando fijamente con los ojos bien abiertos. Qué bastardo.
—O lo hacemos a mi manera o no lo hacemos. ¿Entendido?
—Maldición, eres un arrogante —le contestó rechinando los dientes mientras la excitación y la furia ardían a fuego lento en su interior.
—Eso ya lo habíamos hablado. ¿Seguimos, cher? Es tu elección.
Al final, Morgan estaba demasiado excitada, y sentía demasiada curiosidad por saber lo que haría a continuación para considerar cualquier otra cosa.
—Será como tú digas, señor.
—Buena chica. Abre los muslos.
Apoyándose contra la puerta, Morgan abrió las piernas. Jack arrastró los dedos entre los hinchados y húmedos pliegues femeninos, jugueteando con la punta del clítoris, y expandiendo la humedad con los dedos. La respiración de Morgan se aceleró junto con los latidos de su corazón. Asombroso. Jack sabía exactamente dónde tocar, cuándo y por cuánto tiempo para llevarla hasta el precipicio, pero sin dejar que cayera.
Muy pronto, ella sintió que el rubor se extendía por toda su piel. Era una masa gimiente y temblorosa, suplicando por que él la llenara, por que aliviara esa monstruosa necesidad que había creado en ella. Morgan le recorrió el pecho con manos ávidas, acariciando las increíbles líneas de los pectorales, el abdomen musculoso. Era asombroso. Tenía músculos duros, pero a la vez suaves, por todos lados.
La llevaba casi al límite de la excitación con esos habilidosos dedos, y con algún pellizco ocasional en sus pechos. Los besos largos y febriles la hacían gemir, arquearse e implorar en silencio. Jugó con ella, llevándola más y más alto hasta que Morgan se sintió mareada, delirante, capaz de hacer cualquier cosa para que él acabara con ese tormento.
Desesperada, bajó la mano por el estómago de Jack y agarró la protuberancia de su miembro a través de los vaqueros. Era enorme. Grueso y duro, le daría lo que su cuerpo necesitaba. ¿Por qué no lo hacía ya?
Con un siseo, Jack le agarró la muñeca y la volvió a poner contra la puerta, cerca de la cabeza de Morgan.
—No me has pedido permiso para tocarme.
—Pensé que te gustaría —jadeó ella.
—Pensaste que así me privarías del control, Morgan, que así podrías obtener rápidamente lo que querías. Non. Me tocas cuando yo lo diga y no antes.
Inquieta, más allá de la necesidad, cambió el peso de un pie a otro. Él metió un pie entre sus muslos para que no los pudiera cerrar. Jugueteó de nuevo con sus pezones, ahora ligeramente doloridos. De alguna manera, ese diminuto indicio de dolor sólo consiguió que cada toque fuera más vivido, que cada caricia fuera directa a su clítoris.
—Por favor, señor.
—¿Por favor qué, cher? —Le volvió a pellizcar los pezones y murmuró la pregunta contra sus labios—. ¿Quieres que te folle?
Ella jamás le había dicho esas palabras a un hombre en su vida. Jamás imaginó que podría llegar a decirlas. Pero ahora, no podía imaginar no decirlas. Necesitaba a Jack ya, embistiéndola dura y rápidamente.
—Sí —murmuró—, fóllame.
Él se detuvo, arqueando una ceja con impaciencia.
—Señor —añadió ella precipitadamente, entre jadeos—. Fóllame, señor.
Como recompensa, él deslizó dos dedos sobre su clítoris y lo frotó suavemente, dibujando unos tortuosos círculos en torno al duro nudo. Morgan había imaginado que, sin lugar a dudas, su deseo no podía aumentar mucho más. Se había equivocado, pensó con un gemido.
Ahora, cada aliento de Morgan era un jadeo. El aire entraba y salía rápidamente de sus pulmones. Los latidos de su corazón lo ahogaban todo excepto la necesidad de sentirle profundamente en su interior.
—Bájame la cremallera de los pantalones.
Morgan no vaciló, ni jugueteó. Bajó la cremallera y le deslizó los odiados vaqueros por las caderas. Jack no llevaba ropa interior, así que su miembro brotó libre hacia las manos que lo esperaban.
Ella lo frotó. Su técnica era apurada e inexperta, estaba segura, pero la urgía la necesidad de tocarle, de sentir al hombre que pronto estaría dentro de ella. Cerró los puños en torno a él, uno sobre otro, y le acarició la gruesa y gloriosa longitud.
Hasta que él la agarró de las muñecas y le apartó las manos, volviéndolas a poner contra la puerta.
—No sigues mis indicaciones, cher. Dije que me bajaras la cremallera, no que me bajaras los pantalones y me acariciaras la polla. Un error más y tendrás que olvidarte de que te folle.
Ella se mordió los labios, tratando de contener la impaciencia y asintiendo con la cabeza.
—Comprendo, señor.
Le latió el clítoris al decir esas palabras. Dios, ¿qué le ocurría? Había llegado demasiado lejos para que le importara. Pero más tarde…
En silencio, él saco un paquete del bolsillo y se bajó los vaqueros hasta las rodillas. Segundos después, rasgó el cuadrado paquete metálico y se enfundó el preservativo en el glande púrpura, luego lo deslizó por toda su longitud. Lentamente. Demasiado lentamente para Morgan, que resistió el impulso de ayudarle o de apresurarlo o de mover los pies con impaciencia.
De repente, él se inclinó, la levantó por las caderas y apretó el cuerpo de Morgan entre la puerta y su propio cuerpo.
—Rodéame la cintura con las piernas.
Ella vaciló. ¿Podía la gente realmente tener relaciones sexuales de pie? Ella jamás había intentado hacer nada más exótico que permanecer encima.
—Hazlo —la voz de Jack era afilada como el acero.
Sin más vacilación, Morgan levantó las dos piernas y le rodeó las caderas. Unos momentos después, él la recompensó con la sensación de su pene indagando en su entrada, grueso y preparado. Conteniendo el aliento, se agarró a sus hombros, justo en el borde, esperando.
La penetró con la punta, y aunque dura, la sintió como un trozo de cielo, como un elixir mágico que aliviara el dolor que la carcomía viva.
—Dilo otra vez —exigió él con una voz ronca—. Dime qué quieres.
Morgan ni se planteó vacilar.
—Fóllame. ¡Ahora!
Entonces, Jack empujó las caderas de Morgan hacia abajo mientras él empujaba hacia arriba. Los tiernos tejidos internos que llevaban tanto tiempo sin ser penetrados protestaron al principio, incapaces de acomodar su grosor. Ella gritó.
—Relájate —se salió de ella—. Ábrete para mí, cher.
Morgan se esforzó en relajar sus músculos, algo difícil cuando estaba agonizando lentamente por el deseo. Jack siguió empujando lentamente, con su carne atravesándola como si fuera mantequilla suave, despertando todas sus terminaciones nerviosas y provocándole estremecimientos de placer. Morgan sintió que estallaría y le pareció que pasaba una eternidad hasta que él estuvo enterrado por completo en ella. Oh, Dios, necesitaba correrse.
Jamás había tomado a un hombre tan grande ni tan profundamente. Lo podía sentir casi en la garganta. La anchura de la erección la hizo estirarse hasta que su carne ardió. Pero no era suficiente.
Ese indicio de dolor fue como echar leña al fuego. Su sangre corrió rauda por sus venas, y rompió a sudar. El dolor la hizo ser consciente de estar viva, del intenso placer que aún estaba por llegar.
—¡Más! —exigió ella—. Nunca ha sido tan bueno.
Sin previo aviso, él se retiró casi en su totalidad, luego volvió a penetrarla con más suavidad que antes. El dolor se desvaneció, pero los sensibles pliegues del sexo de Morgan se habían estirado más que nunca. Ella hubiera jurado que podía sentir cada centímetro, cada vena de su pene rozarle la carne tan repentinamente sensible de su interior.
Jack le proporcionó un placer atormentador con cada lenta estocada, cada roce del glande en su interior la hacía jadear y arder de necesidad, haciendo que se olvidara de todo menos de las sensaciones que le provocaba, de la necesidad que tenía de él.
—Cher, tu sens si douce —le murmuró Jack al oído mientras empujaba en ella una vez más—. Eres tan dulce.
Ella intentó contenerse, resistirse al placer que amenazaba con hacerle perder la cordura. Pero con esas palabras y el siguiente envite de su dura erección, el orgasmo la barrió como un furioso huracán… rápido, fuerte, distinto a cualquier cosa que hubiera experimentado antes.
—¡Jack! —gritó ella, clavándole las uñas en los hombros.
Morgan supo entonces que su primera suposición había sido correcta: jamás volvería a ser la misma.
Con el grito de Morgan resonando en sus oídos, Jack se sumergió en el sedoso paraíso de su vagina una vez más y perdió el control del orgasmo que retenía por un hilo.
La explosión se originó en un punto de su vientre, y el placer se extendió por su miembro. Salió a chorros de su cuerpo, llevando la dicha a todas partes. Se sintió un poco mareado. Le temblaban los dedos. Los latidos del segundo clímax de Morgan lo envolvieron, ordeñando cada gota de semen, dejándolo sumido en una pesada satisfacción.
¿Había sido tan bueno alguna vez?
Luchando por recobrar el aliento, Jack abrió los ojos para ver la cara ruborizada de Morgan, sus labios hinchados, sus hombros relajados.
«¿Mostraría ella ese aspecto tras pasar una noche con Brandon?».
El pensamiento surgió de la nada. La cólera lo atravesó como un relámpago, como si lo hubiera invadido una corriente helada. Se quedó paralizado.
¿Cólera? Sí, Brandon la había tocado. Ella pertenecía a ese bastardo.
«Ah, pero te la acabas de tirar», se recordó a sí mismo. «La venganza es dulce».
Cierto, pero sus entrañas, ese lugar donde le supuraba una herida que lo corroía desde hacía tres años por la traición de Brandon, no gritaban de júbilo, sino que estaban pendiente de las sensaciones que Morgan extendía a su alrededor, de su perfume a frambuesa. Acababa de correrse en su interior y ya quería volver a hacerlo.
«Muy listo, Jack».
La había engañado para llevarla allí y se la había tirado como pago de una deuda. El primer objetivo de la misión se había cumplido. Fin de la historia.
Jack se obligó a retirarse y a dejar a Morgan de pie. Ella lo miró con los ojos agrandados, buscando consuelo y preguntándole sin palabras qué iba a pasar entre ellos ahora.
Como si él lo supiera.
Reprimiendo una maldición, se dio la vuelta, se quitó el condón de un tirón y lo lanzó al cubo de basura más próximo. El porqué volvía a estar enojado, no lo sabía. ¿Quizá porque a él le gustaba Morgan y ella no merecía ser utilizada? O puede que fuera porque había querido creer que ella no traicionaría al hombre con el que pensaba casarse, abriéndose de piernas para otro.
Era una estupidez.
Se cerró la cremallera de los vaqueros y miró a Morgan de nuevo. Le temblaba el labio inferior. Su expresión había pasado de saciada a precavida en unos segundos. Algo en lo más profundo de Jack quiso abrazarla y tranquilizarla. Otra parte de él estaba asustada de su reacción ante ella.
—Coge lo que quieras de la cocina —le señaló a su alrededor y se dio la vuelta para marcharse.
Con largas zancadas, Jack atravesó la cabaña hasta sus dominios privados. Sacando las llaves del bolsillo, abrió la puerta.
«Entra. Cierra. No la mires».
Imposible.
Jack se giró para mirarla. Incluso desde el otro extremo de la cabaña podía ver los temblores que la recorrían, las marcas de su barba en la piel desnuda, los pezones hinchados tan dulces y suculentos que le hacían la boca agua, y el vello rojizo que cubría la entrada de su sexo.
Se le contrajo el vientre.
«Vuelve. Cruza la habitación, cógela. Tómala otra vez».
Ignorando la voz, cerró la puerta de golpe y echó el cerrojo, luego se acercó al ordenador del escritorio de la esquina. Se desplomó pesadamente en la silla y lo encendió. Pero sus pensamientos e impulsos no estaban para acciones mundanas. Su instinto le decía que acababa de cometer un gran error al darle la espalda a Morgan. Si hubiera pensado más allá de su deseo de tomarla y de la reacción alocada que había tenido ante ella, se habría dado cuenta de que si quería que dejara a Brandon, tenía que mantenerla embelesada y saciada. Constantemente. Nada más le podía asegurar que Morgan dejaría por su propia voluntad al antiguo compañero de Jack. Y si tuviera dos dedos de frente, se pondría de pie, volvería con ella y la llevaría a su cama para atarla.
Pero Jack vaciló. Morgan había abierto una brecha en su control. Necesitaba recuperar el aliento, pensar. Morgan y sus sentimientos no eran importantes; sólo importaba haber llevado a cabo la primera parte de su venganza. Tenía que decidir cómo conseguir lo demás, la parte en que ella dejaría a Brandon. Tenía que ordenar sus prioridades.
Pero en vez de eso, pensaba en peligrosas fantasías que incluían atarla a su cama y penetrarla lentamente. Mataría por sentir la exuberante calidez de sus labios, por acariciarle la suave garganta, por saborear sus pezones rosados, el estómago plano. Por probar la humedad de su sexo que estaba seguro que sabría a ambrosía.
Maldita sea, tenía que dejar de pensar con la polla y recordar que Morgan era un medio para conseguir un fin. Ella había engañado a su novio… no era la mujer adecuada con la que enrollarse. Ya había pasado por eso antes. Tenía cicatrices que lo probaban.
Por si fuera poco, a ella aún la perseguía un acosador que quería matarla. Estaba asustada y él se había prometido protegerla, y obtener de ella algunas respuestas. Era lo menos que podía hacer, por utilizarla. Tenía que concentrarse en protegerla, no en las sensaciones que le provocaba. O en imaginar cómo sería someterla por completo.
Ya encontraría la manera de convencerla de que dejara a Brandon sin que ello implicara hundir su miembro en su cuerpo repetidas veces hasta que ambos estuvieran demasiado saciados para moverse.
Una rápida mirada al reloj de su muñeca le dijo a Jack que todavía no eran las siete de la mañana, demasiado temprano para llamar a Deke, su socio, o a cualquier otra persona. Deke tenía un montón de contactos, desde senadores a conserjes. Conocería a alguien que supiera algo sobre el acosador. Pero hasta entonces, todo lo que Jack tenía que hacer era concentrarse en Morgan o en la venganza.
Vale, en la venganza. Pensaría en eso, se centraría en lo dulce que sería hacer pagar a Brandon por su traición. No se sentía especialmente contento, al menos aún no. Probablemente no lo estaría hasta que Morgan dejara a ese bastardo. Había sabido desde el principio que su plan tenía un enorme defecto: que Morgan no le contara a Brandon su indiscreción, si era así, Jack no tenía manera de asegurarse de que Brandon lo descubría. No habría manera de probarlo. Y probarlo… era importante. De hecho, lo era todo.
Levantándose de la silla, Jack se paseó por la habitación. ¿Cómo podría probarle a Brandon que había penetrado profundamente a su mujer hasta hacerla gritar su nombre? Él había obtenido una prueba irrefutable de la traición de Brandon con un vídeo, pero…
Pero… podría pagar a Brandon con la misma moneda.
Jack sonrió. Ojo por ojo…
Ignorando una punzada de culpabilidad, volvió rápidamente a la silla y se dejó caer en el asiento para comenzar a teclear. Unos segundos después, encontró lo que estaba buscando: la grabación de seguridad de la cabaña unos minutos antes. Abrió el archivo y comenzó a mirarlo desde las 6 a. m. Lo pasó a cámara rápida hasta que Morgan apareció de pronto gritando con aquella pequeña toalla verde.
Luego se reclinó en el asiento para observarlo a velocidad normal y con sonido. No quería perderse ni un segundo.
Demonios, tenía un pelo precioso, tan rojo, que caía sobre sus hombros como una tentación ígnea. Esa piel cremosa, salpicada de pecas, lo impulsaba a querer recorrerlas con la lengua. Se ponía duro sólo con recordar la manera en que olía, como a frambuesas frescas con una pizca de canela. Morgan era el tipo de mujer fuerte, que no se rendía, que a él le gustaba saborear. Hacía mucho tiempo que no conocía a una mujer como ella. Perdía el tiempo con Brandon.
En el vídeo en blanco y negro, la besaba y le acariciaba los pezones. Observar cómo cerraba los ojos, cómo se ruborizaba, cómo se arqueaba para ofrecerse a él, le excitó una vez más. Experimentarlo había sido… algo increíble, pero observarla era como volver a tenerla de nuevo y saborear cada reacción.
Ella le susurró algo. Jack le respondió, pero el audio del archivo no lo recogía. Aunque poco importó cuando dejó caer la toalla. Si bien su propio cuerpo bloqueaba la mayor parte de la vista del cuerpo de Morgan, podía verse la curva de un pecho y un atisbo de suaves pliegues rosados, protegidos por el vello rojizo. Pero también se veía mucho más. La curva exuberante de sus caderas, la flexibilidad de sus muslos. Su expresión vulnerable. Había corrido un riesgo con él, y lo sabía. Y entonces vio su reserva. No estaba convencida al cien por cien de ceder. Pero la dolorida curiosidad había derrotado, finalmente, a la preocupación. Se moría de ganas de someterse, pero no quería aceptarlo.
Y tenía que haber una razón. Estaba más que interesado en resolver ese misterio.
Jack maldijo de nuevo, debatiéndose entre la culpabilidad, la curiosidad y el repentino apremio del deseo cuando se observó a sí mismo levantarla, apretarla contra la puerta y entrar en ella con una serie de envites apasionados. Recordó —comenzando a sudar— lo estrecha que había sido, cómo se había esforzado en tomarle. Pero no había pronunciado una palabra, una queja. Una mueca de dolor le cruzó el rostro, y Jack apretó los puños. Maldita sea, ¿por qué no le había dicho nada? Hacerle daño era lo último que había querido. La próxima vez…
No puede haber una próxima vez, se recordó a sí mismo. Ya tenía lo que necesitaba en ese archivo. ¿El saber que ella había sentido tal devastación sensual a manos de un total desconocido sería suficiente para hacerla dejar a Brandon? Era muy pronto para decirlo, pero se temía que obligarla a dejar al hijo del senador no sería tan fácil. Tendría que idear algo…
Mientras la observaba aceptar toda la longitud de su miembro y la expresión de placer en su rostro, esperaba que aquel encuentro no hubiera sido suficiente, deseaba que ella se sometiera a él otra vez. Y otra. ¿Por qué negar la verdad? Lo atraía. Todo en ella lo atraía: su piel, su olor, su audacia. Era una interesante mezcla de inocencia y provocación. Tímida y contenida un momento y atrevida e implorante al siguiente. Le gustaba esa pequeña paradoja en ella.
El vídeo continuó, segundo a segundo, mientras la aplastaba con fuerza contra la puerta. Podía ver cómo el orgasmo se abría paso desde el interior de Morgan. Abrió los dulces labios. Gimió y apretó las piernas en torno a él. La observó quedarse sin aliento y casi podía sentir su sedoso calor envolviéndolo, incluso ahora. Borrar de su memoria su olor, sus reacciones —toda ella— no iba a ser fácil.
Jack se removió, ajustándose los pantalones. Hizo una mueca. ¿Cuándo se había puesto tan duro como una roca por una mujer quince minutos después de haberla tomado? Muy rara vez. ¿Cuándo una mujer había invadido su mente después de tomarla? Nunca.
Soltó un suspiro. ¿Por qué era ella diferente? Las palabras de su abuelo le impactaron como un ariete en el vientre. «Si sueñas a menudo con una mujer pelirroja, es que vas a conocerla y que va a convertirse en tu alma gemela». Imposible. La mujer de su mente, de sus sueños, era simplemente una fantasía. No era Morgan.
Pero con ella se había sentido como si fuera una fantasía hecha realidad.
En la pantalla, Morgan le arañaba la espalda. La podía oír claramente: «Más. Nunca ha sido tan bueno». Jadeó un par de veces, antes de que sus labios le rozaran febrilmente el cuello. «Nunca había sido así».
Jack tembló ante el recuerdo. Sí, había sido bueno. Jodidamente espectacular, si era honesto consigo mismo. Maldita sea, no tenía necesidad de tirársela de nuevo. Ahora que tenía la prueba de que lo habían hecho, esa parte de su venganza había sido completada. Morgan había servido a sus propósitos. Y no existía eso de la media naranja.
«¡Jack!», observó cómo Morgan gritaba su nombre y se dejaba caer contra él, dando y tomando placer.
Allí en la silla, con la mirada clavada en el cuerpo de Morgan, con las pelotas tensas por la necesidad de correrse de nuevo, Jack apretó los dientes conteniendo el deseo de acariciarse la polla a través de los vaqueros.
Pero también podía ver que ella se contenía, manteniéndose de alguna manera apartada de él, sin entregarse por completo a sus caricias. Algo de lo que no se había dado cuenta mientras estaba enterrado en su canal, apretado y húmedo, con sus gritos resonando en los oídos. Observó la pantalla con atención. Era un misterio. ¿De qué demonios se trataba?
Rebobinó y volvió a ver los últimos momentos de nuevo. Bueno, no podía saber por qué Morgan había contenido una parte de sí misma al final. Sólo sabía que le disgustaba mucho. Lo sentía como una traición. Algo que le impelía a conseguir su completa rendición.
Maldiciendo, Jack cortó y pegó un trozo del vídeo, incluyendo esos momentos en los que Morgan decía que nunca había sido tan bueno, y cuando gritaba su nombre mientras se corría. Tal vez Brandon no se daría cuenta de que ella no se había entregado sin reservas.
Una cosa era cierta. Brandon era un hijo de perra, pero no era estúpido.
Aun así eran las mejores secuencias que tenía. Serían suficientes para convencer a Brandon. Podría ocuparse de lo que fuera que Morgan ocultaba más tarde.
Antes de poder cambiar de idea, Jack envió el archivo al mail personal de Brandon, junto con unas palabras amistosas.
«¿Cómo va esa carrera política, viejo amigo? Jack».
¿Cuánto tiempo —se preguntó— pasaría antes de que su «colega» viera el vídeo de su antiguo compañero de escuadrón tirándose a su novia? ¿Qué haría cuando lo hiciera?
No pudo reprimir una fría sonrisa de satisfacción.
Pero Morgan volvió a inmiscuirse en sus pensamientos. Esbozó una sonrisa cuando la imaginó abierta y atada en su cama, y él a punto de tomarla. Completamente a su merced. Húmeda, suplicante. Dispuesta y ansiosa de que la poseyera de todas las maneras posibles.
Y se preguntó qué tendría que hacer para persuadirla no sólo de dejar a Brandon, sino de entregarse sin reservas.
Tenía que descubrirlo. Ese deseo no iba a desvanecerse, se conocía lo suficientemente bien para saberlo. Eclipsaría todo lo demás. Por ahora, el tiempo estaba de su parte. Morgan estaba a salvo por el momento. El acosador probablemente no tenía ni idea de dónde estaba. Sería difícil que alguien que no fuera acadiano siguiera a un hijo de los pantanos por esa salvaje e indomable tierra.
Así que Jack la seduciría, y llevaría a Morgan de nuevo a la sumisión. Y no sólo una vez. Ella dejaría a Brandon. Y le entregaría esa parte de sí misma que no le había dado antes. Esa parte que él sospechaba que no le había ofrecido a ningún hombre. Jack pensaba asegurarse de que se lo diera todo a él.