Jack bajó las escaleras con Morgan de la mano. Apenas pudo evitar usar la otra para acomodar la dura longitud de su miembro en los vaqueros. Caramba, esa mujer iba a conseguir que le estallara la cremallera.
Tras el episodio en el dormitorio de Alyssa, sabía varias cosas innegables sobre Morgan O’Malley: Uno, tenía un cuerpo increíble. Lo que veía, sentía y olía cuando la tenía cerca lo afectaba a un nivel primitivo que lo instaba a minar su resistencia hasta que se rindiera por completo a él. Dos, era increíblemente caliente. Tenía los pechos erguidos y los pezones sensibles, una boca plena y una inesperada veta de independencia que le decía que sería todo un reto y un triunfo para el hombre que pudiera dominarla. Tres, le gustaba someterse…, pero no quería admitirlo. Sus húmedas reacciones, casi orgásmicas ante sus pequeñas —de acuerdo, no tan pequeñas— demandas para acostumbrarla a sus caricias, habían sido delatoras. Cada vez que la había amenazado con atarla, ella se había mojado aún más. Jack había necesitado un sorprendente autocontrol para evitar que llegara al clímax y para no zambullirse profundamente en su sexo mientras lo alcanzaba.
Sabía algo más sobre Morgan: no se dejaba llevar por el pánico ni se rendía ante el peligro. Estaba asustada, cierto. Sólo una idiota no lo estaría si la persiguiera un francotirador para matarla. Pero Morgan había actuado con lógica, a pesar de que al principio se había mostrado en desacuerdo con él y había rechazado sus primeras ofertas de ayuda. Todo eso decía mucho de ella… y de cómo tenía que tratarla. Con paciencia, persistencia, y una combinación de ternura y exigencia.
Por último, si Morgan era la novia de Brandon Ross, debía de estar aburrida y muy tensa. Brandon habría pasado por alto todas esas necesidades que no comprendía y que no podía satisfacer. Jack apostaría lo que fuera a que ella estaba llena de fantasías secretas. Satisfacerla plenamente requería a alguien con más pelotas, ternura y autocontrol de los que Brandon poseía. Casi sintió lástima por Morgan. De hecho, puede que a largo plazo le estuviera haciendo un favor…
Pero la piedad no iba a impedir que se vengara del gilipollas que le había jodido la vida.
Antes, sin embargo, tenía que sacar a Morgan viva del club.
Cuando llegaron a la puerta trasera del oscuro club de striptease, la guió a través de una cortina entre bastidores. Bruscamente se detuvo la música y comenzó un batir de palmas. Una morena delgada con enormes pechos de silicona contoneaba las caderas ante una multitud de hombres que le metían dinero en un minúsculo tanga. Morgan la miró fijamente, claramente incómoda ante la desnudez de la chica y el manoseo de los desconocidos. Perfecto. A pesar de que él había ido a docenas de lugares como ése, quería a una mujer, ansiosa y dispuesta sólo para él. Apartando la mirada de la stripper, Jack escudriñó la multitud. Conocía el estado de ánimo de la clientela; esos juerguistas borrachos sólo buscaban una diversión placentera. Al otro lado de la habitación llena de humo, había un tipo con vaqueros y un suéter negro que miraba a su alrededor en vez de a la chica morena que acababa de darse la vuelta para ofrecer a la audiencia un inmejorable vista de su trasero. A unos metros de él, había otro tipo trajeado oculto en una esquina, con el ceño fruncido y la mirada vigilante. Había algo que no cuadraba. El bulto de la chaqueta sugería que ese tío llevaba encima una pistolera con un arma.
Uno de esos hombres —o ninguno— podía ser el tirador de Morgan. Pero Jack sabía que no podía permitirse el lujo de correr riesgos.
Con aire despreocupado se detuvo en medio de la multitud, se volvió hacia Morgan y la atrajo hacia él para abrazarla y besarla en el cuello. Ella se puso tensa.
—Cher —le dijo.
Para los que estaban cerca sólo era una palabra cariñosa. El asentimiento de cabeza de Morgan le confirmó que ella lo había tomado como la advertencia que era en realidad. Ella se esforzó en relajar los hombros.
—Acabo de ver a un par de hombres sospechosos —le susurró contra la suave piel del cuello—. ¿Ves a alguien que te parezca familiar?
Ella vaciló, y Jack aprovechó la distracción y aspiró el dulce aroma a frambuesa de Morgan, rozando los labios contra esa piel suave como el pecado.
—No puedo pensar si me haces eso —contestó Morgan con voz ronca.
Jack le deslizó una mano por la espalda hasta la curva de las caderas, más porque le apetecía que porque fuera necesario. Pero ese gesto contribuía a crear la imagen de que eran unos amantes que no podían quitarse las manos de encima.
—Puedes y lo harás.
Morgan maldijo entre dientes y Jack sonrió. Si la maldición no le hubiera revelado cuánto la afectaba, el pulso acelerado de su carótida sí lo habría hecho. A la parte más calculadora de Jack le gustaba saber que la alteraba de esa manera. Era muy sexy. Oh, no se había olvidado de que era probable que el tirador estuviera por allí cerca, pero no creía que ese imbécil se atreviera a dispararles con tantos testigos presentes. Y ese estúpido psicópata no tenía razón alguna para no creer que Morgan era Alyssa.
—No los veo. Hay mucho humo y soy demasiado baja.
Las dos cosas eran ciertas. ¡Maldita sea!
Rodeándola con los brazos, Jack la sostuvo contra su pecho. La cabeza de Morgan apenas le llegaba al hombro, recordándole lo menuda que era. Con tanta personalidad, el tamaño era algo fácil de olvidar.
Visto lo visto, ella había demostrado mucha de esa personalidad últimamente. A Jack podía no gustarle, pero admiraba su valor para sobreponerse a las circunstancias y su coraje para luchar.
—Salgamos de aquí, no vaya a ser que uno de ellos sea tu pesadilla.
Morgan asintió con la cabeza, pero él sintió su estremecimiento. Jack se detuvo para mirarla a la cara. Bajo el espeso maquillaje, los ojos azules reflejaban la certeza de que iban a por ella. Pero el gesto de esa boca exuberante mostraba tanto miedo como determinación. No se daba por vencida.
Ni tampoco él.
—No dejaré que te ocurra nada —la tranquilizó—. Dame la mano. Sonríe. Así. Ahora, sígueme hacia la puerta.
Lentamente, Jack se abrió paso entre la multitud, manteniéndose lo más cerca posible de la pared. Se detuvo para devolver un saludo y recibió alguna palmadita en la espalda de un par de tipos a los que había sacado de un apuro y que opinaban que tirarse a Alyssa debía de ser como estar en el paraíso.
Uno de los hombres sospechosos les prestó atención mientras se acercaban a la puerta. El tío trajeado miraba fijamente a Morgan. Jack observó cómo la estudiaba, entrecerrando los ojos. Correr sólo alertaría a ese gilipollas si es que era en realidad el acosador de Morgan.
Así que Jack hizo girar a Morgan y la atrajo hacia él para abrazarla. Ella agrandó los ojos cuando le sostuvo la cara entre las manos y le cubrió la boca con la suya.
De inmediato se sintió embriagado por su suavidad. Tras una protesta ahogada, Jack percibió que Morgan se obligaba a relajarse. Que se sometía. Abrió poco a poco los labios para él, con una tímida vacilación que hizo que él ardiera de deseo. Una deliciosa incertidumbre aderezaba el beso, poniéndole tan duro como una lanza. Pero no era suficiente… ni para convencer al asesino que la perseguía ni para apaciguar el hambre que rugía como una violenta tormenta en sus entrañas.
Jack no pudo contenerse más.
En su garganta resonó un gruñido cuando profundizó el beso y la urgió a abrir más esos suaves labios. Entró en su boca con un envite arrasador. Y gimió cuando esa calidez húmeda y dulce, que sabía como la canela, estalló a través de sus sentidos. Y se mezcló con el sabor del miedo.
Morgan comenzó a devolverle el beso lentamente, rindiéndose y dejándose caer contra él suavemente. Pronto, soltó un suave gemido y siguió el ritmo de Jack, buscándolo con la lengua cuando él se retiraba. Clavó las manos en sus hombros y se aferró a él, inclinando la cabeza a un lado para que sus bocas se acoplaran perfectamente. Manteniéndola presa entre sus brazos, Jack se hundió más en ella. El sabor del miedo disminuyó. Ella se estremeció… pero ahora, esa reacción nada tenía que ver con el temor.
Morgan contuvo el aliento… luego se rindió, entregándose por completo a él.
Conteniendo el placer ante tan lujuriosa respuesta, Jack se prometió a sí mismo que más tarde tendría tiempo más que suficiente para acostarse con ella, para seducir a la novia de Brandon y disfrutar de cada una de esas respuestas suaves y tímidas. Pero eso vendría después.
Finalizando el beso con un mordisco en el irresistible labio inferior de Morgan, Jack abrió los ojos a tiempo de ver cómo el hombre trajeado hablaba con algunos clientes habituales. Jack se aseguró de que Morgan quedara oculta de la vista de esa gente. Esperaba que ninguno de ellos recordase que jamás le habían visto besar a Alyssa de esa manera.
El hombre trajeado escuchó las respuestas y luego inclinó la cabeza dando las gracias. La decepción le ensombreció la cara. El tío de los vaqueros y la camiseta había desaparecido.
—Creo que será mejor que nos vayamos —le murmuró Jack a Morgan—. Salgamos de aquí.
De nuevo, la tomó de la mano y la condujo hacia la puerta principal. La multitud de la calle los tragó con rapidez, y Jack sonrió.
En cuanto pasara el peligro, en cuanto estuviera seguro de que ya estaban a salvo, podría concentrase en Morgan… y pensar en todas las maneras deliciosas de conseguir que se rindiera.
Al cabo de unos minutos, Jack la condujo a su camioneta, estacionada en una oscura calle lateral. Morgan vaciló. Brandon no se iba a alegrar de que dejara su coche atrás, pero ¿qué otras opciones tenía? No podía discutir la lógica de Jack de que el acosador vigilaría el coche que había seguido hasta allí.
Después de que se subieran al vehículo, Jack se giró hacia el asiento del pasajero. Hubiera tenido que ser ciega para no darse cuenta de que estaba mirando la piel expuesta de su muslo y el escote del atuendo de cuero púrpura que Alyssa le había dejado. Con toda esa piel expuesta, Morgan deseaba tener una tienda de campaña a mano para ponérsela encima. Otra parte de ella, sin embargo, disfrutaba de esa cálida mirada. La necesidad, que atravesó como una flecha su dolorido clítoris, la impulsaba a subir un poco más la falda y alentar a Jack con una mirada. Resistió esa peligrosa tentación.
El oscuro y familiar deseo colisionó en su interior con el estrés y la incertidumbre. ¿Cómo se le había puesto la vida patas arriba con tanta rapidez? ¿Cómo había acabado a merced de un desconocido que la hacía anhelar cosas que la avergonzaban tanto?
—No me mires —le espetó.
Jack apartó la mirada cuando así lo quiso.
—¿Por qué? Estás fabulosa.
—Parezco una fulana.
Rápido como un rayo, él se movió en el interior del vehículo e invadió el espacio de Morgan. Olía a medianoche y a hombre. Era peligroso.
—Pareces ansiosa y dispuesta. Pero no pareces en venta.
—Es lo mismo.
—Non, no lo es.
Jack no añadió nada más durante largos momentos. Se acomodó en su asiento y puso la camioneta en marcha, luego se incorporó a la vía de tres carriles, para dirigirse al atardecer. Luego fueron al sureste, hacia el corazón del bayou.
Dirigiéndole otra ardiente mirada, Jack finalmente le explicó:
—Cuando una mujer vende su cuerpo, un hombre revisa su cartera antes de volver a mirarla. Si estás ansiosa y dispuesta un hombre no tiene que pensar en nada más. Si estás ansiosa y dispuesta sólo para él, haces que arda de pura necesidad. En este momento, yo estoy duro como una roca.
La noche comenzaba a cerrarse finalmente en torno a ellos. Morgan tragó saliva. Jack la miró a través de la oscuridad de la cabina de la camioneta. Para ser sincera consigo misma, se había excitado. ¿Se habría dado cuenta él de que nunca antes se había vestido provocativamente para un hombre?
—Si fueras mía —continuó él con un ronco susurro—, mostrarías una imagen elegante en público, pero en privado… —Sonrió, sus dientes blancos, iluminados por la luz de la luna, resaltaron en la oscuridad de la cabina; era una sonrisa que prometía placer—. En privado, llevarías todavía menos ropa de la que llevas ahora. Mucha menos. Ni siquiera ese tanga inservible que llevas puesto.
Morgan apenas podía respirar. No quería vestirse así. Parecería barata y fácil.
Pero no podía negar que también la hacía sentirse consciente de su cuerpo, de su poder femenino. Sexy, necesitada y deseable. ¿Cómo era posible?
—Eres demasiado directo.
—Soy sincero —admitió—. ¿Para qué mentir?
—Oh, no sé. Para parecer educado. —Jack simplemente bufó—. Y estas bragas no sirven para nada. Ni siquiera cubren lo esencial.
—Exacto. ¿Y para qué quieres que te cubran?
Ella soltó un grito ahogado.
—No soy de las que les gusta exhibirse.
—Pero si fueras mía, lo que hay bajo la falda sería mío no tuyo, para mostrarlo u ocultarlo a quien yo quiera y donde yo quiera.
Esas palabras la hicieron arder de indignación, y también la llenaron de un deseo implacable e inconfundible. Se quedó sin aliento.
—¿Te asusto, cher? Eso es sumisión. Dejar el control en manos de otra persona. Tu intimidad, tu cuerpo, tu placer.
Se quedó callado varios minutos, y Morgan se perdió en sus propios pensamientos. ¿Querría un Amo que su pareja mostrara parte —o todo— su cuerpo a quien él quisiera? ¿Dónde él quisiera? ¿En cualquier momento? Se movió inquieta en el asiento al pensarlo. Era perturbador y escandaloso. Pero al mismo tiempo esas palabras eran provocativas, prohibidas. Por Dios, se había vuelto loca.
Se sintió invadida por la curiosidad. Por eso, se permitió preguntarle. Después de todo, tenía que entrevistar a ese sujeto. Integridad periodística y todo eso.
—Lo que dices, parece egoísta y pervertido, exponer así a alguien sin tener en cuenta sus sentimientos.
—Puede parecer eso a primera vista.
—¿Cómo que a primera vista?
—Como te dije en el chat, una de las tareas de un buen Amo es ver en el alma de la sumisa y concederle cada placer que desee. Muchas sumisas no son conscientes de sus deseos más secretos. —La miró, sus ojos color chocolate eran penetrantes y directos—. O les parece tan vergonzoso que se niegan a confesarlos.
Estaba hablando de ella. «Sobre ella». Se lo dejaba claro con su ardiente mirada. Morgan comenzó a respirar con rapidez y se le aceleró el corazón. No podía ignorar que su vientre —y sus pezones— estaban doloridos y tensos.
—Obligas a una mujer a que lleve a cabo actos que crees que desea en secreto, aunque ella no quiera admitirlo.
—Tiene que aceptarlos para encontrar verdadera satisfacción. Yo sólo la ayudo.
—¿De qué manera? Quiero decir, ¿siempre estás tratando de leerle la mente y de convencerla de hacer cosas nuevas e inusuales?
—Todo lo que es nuevo la excitará. Ella me dará el control total y me rogará que la tome donde y como quiera. Estoy seguro de que te das cuenta de los beneficios.
Sí, era difícil no darse cuenta. ¿Sería posible estar tan excitada como para llegar a implorar de tal manera? Una imagen mental de Jack atándola, y metiéndole mano, mientras ella se contorsionaba bajo su tacto inundó su cabeza. Una explosión de calor ardió en su vientre. Y creció. Dios sabía que las agresivas caricias de antes la habían llenado de deseo tan rápido que casi se había mareado. Y aquel beso arrebatador había hecho desaparecer todos sus miedos y vacilaciones, a la multitud que la rodeaba y al acosador.
No dudaba que él pudiera hacer que una mujer suplicara cualquier cosa, lo que fuera. Si no era precavida, si no guardaba las distancias, se convertiría con rapidez en otra muesca en el poste de su cama. Peor aún, él podría explorar su psique y dejar al descubierto todas las fantasías ocultas que mantenía guardadas en el fondo de su mente.
Era el momento de cambiar de tema.
—Gracias por sacarme de Lafayette. Habría corrido llena de pánico, sin ton ni son, cuando las balas comenzaron a volar. Yo sola jamás hubiera podido disfrazarme y despistarle.
—Ése es mi trabajo, Morgan.
—No tenías por que hacerlo. —Luego, acordándose de la manera en que sus manos le habían recorrido el cuerpo de arriba abajo en el dormitorio de Alyssa, le dirigió una mirada suspicaz—. De hecho, creo que hiciste más de lo que el trabajo requería.
—Piensa lo que quieras. —La sonrisa de Jack le dijo a Morgan que esa afirmación le divertía.
—Es lo que suelo hacer. —Ella rechinó los dientes, deseando saber cómo podría borrar esa sonrisa de su cara—. ¿A dónde vamos?
—A un lugar. Es seguro. Puedes esconderte allí hasta que se nos ocurra algo.
Pensar en estar cerca de Jack, aunque sólo fuera por unos días, la ponía nerviosa.
—Tal vez debería alquilar un coche y regresar a Houston. Ya me he impuesto dem…
—Lo descubrirá y te perseguirá, Morgan. Ese tío no es estúpido. Es un psicópata pero no es tonto. ¿Quieres estar a salvo o muerta? Además, será una buena oportunidad para que aprendas más sobre Dominación y Sumisión. Puedo asegurarte de que parecerás una experta en tu programa.
—Creo que ya sé suficiente.
—Cher, apenas has arañado la superficie.
—No necesito que me andes toqueteando.
La sonrisa de Jack podría derretir la mantequilla.
—Puedes pensar que no lo necesitas, pero yo sé la verdad. Lo necesitas más de lo que crees.
Morgan se quedó boquiabierta.
—No eres más que un bastardo arrogante.
—Tú eres una sumisa, y yo un arrogante. ¿Ves cómo ya nos vamos conociendo?
La burla la hizo hervir de furia.
—¡Yo no soy… eso! Llévame de vuelta a Lafayette.
Él le dirigió una mirada divertida.
—¿Al coche de tu amigo, donde es probable que tu acosador te apunte con su precioso rifle mientras nosotros hablamos?
Ella se mordió los labios. Maldita sea, ¿por qué tenía que tener razón?
—O tal vez debería dejarte en la comisaría de policía —continuó burlándose—, siempre son una ayuda inestimable en casos de acosadores.
Apretando los puños, Morgan no dijo nada; sabía que él tenía razón.
—O quizá podrías coger un avión de regreso a Los Angeles, ¿cuánto tiempo crees que pasará antes de que tu acosador pare de hacerte fotos y vuelva a dispararte a la cabeza? ¿Tienes ganas de morir?
—No. —La voz de Morgan vibró por la cólera que atravesaba su cuerpo—. ¿Por qué no cierras el pico?
Jack sólo sonrió.
—No eres demasiado lista si prefieres enfrentarte a un asesino que a tu propia sexualidad, Morgan. Te haré la misma pregunta que te hice antes de que el psicópata empezara a disparar. ¿Qué es lo que te da miedo?
—No quiero hablar de eso.
Él se encogió de hombros, como si su respuesta le diera lo mismo.
—Genial. Es tu vida. ¿Te llevo de regreso a Lafayette o prefieres permanecer a salvo conmigo?
Dios, quería hacerle algo a ese bastardo. Escupirle en la cara y cortarle las pelotas, exigirle que la llevara de vuelta al coche de Brandon para poder regresar a Houston, lejos de sus palabras desafiantes y sus caricias perturbadoras.
Solo que una vez más, maldita sea, él estaba en lo cierto. Volver a ponerse en el camino del asesino porque Jack era capaz de excitar sus fantasías sexuales era una estupidez. No conocía ningún lugar seguro al que ir, y a pesar de la sugerencia de Brandon, no iba a llamar al senador Ross. Él no movería ni un solo dedo para ayudarla.
—Iré contigo —dijo ella volviendo a rechinar los dientes.
—Buena chica. Tenemos unas horas de viaje por delante y se hace tarde. Intenta dormir un poco.
Morgan no estaba segura de poder hacerlo. Se sentía vulnerable con un hombre como Jack, en especial mientras tenía a un acosador pisándole los talones.
—Estoy bien.
—No ha sido una sugerencia. No nos sigue nadie. La carretera está desierta. —Señaló los campos abiertos y la carretera que se extendía ante ellos, completamente iluminada por los focos delanteros—. Estás a salvo, cher, y podrías necesitar las fuerzas más tarde en caso de que no hayamos despistado a tu acosador definitivamente.
Ella suspiró, luego le dirigió una mirada reacia. Una vez más, él tenía razón.
Morgan cruzó los brazos sobre el pecho y se giró hacia la ventanilla. Pero muy pronto, el rítmico traqueteo del coche la adormeció. Cerró los ojos y se quedó dormida.
Dos horas más tarde, Jack detuvo la camioneta en la orilla del agua, delante del bote que estaba en el mismo sitio donde lo había dejado. Después de subir a bordo con una adormilada Morgan, navegaron río abajo un buen rato. Jack utilizó una pértiga para abrirse paso por el pantano mientras Morgan disfrutaba de un sueño ligero, temblando bajo el aire frío de febrero. Él intentó protegerla del viento con su cuerpo. Ella se acurrucó de manera inconsciente contra él cuando la rodeó con un brazo.
Lo que lo puso tan duro que dolía.
Alcanzaron su destino poco antes de las diez. Sosteniendo con firmeza a Morgan entre sus brazos, Jack no la despertó para llevarla a una cabaña en penumbra.
Había esperado hablar poco en Lafayette, seducirla rápidamente y llevarla a una habitación de hotel donde consumar su venganza. Pero tenerla allí, en sus dominios, era mejor y peor al mismo tiempo. El acosador le había ayudado a manipular a Morgan para poder llevarla justo donde quería, algo que jamás había soñado. Tenía a Morgan para él solo, en su territorio, donde podría dedicarse horas enteras a seducirla y consumar así su venganza. Sí, su dulce venganza.
Pero Jack no podía negar que el pirado que la acechaba le preocupaba. Al menos allí, podría protegerla del psicópata que había decidido que si él no podía tener a Morgan, nadie más iba a hacerlo. La protegería; se lo debía. En particular cuando estaba claro que Morgan no podía valerse por sí misma y que ya había llegado al límite de sus fuerzas.
Además, a un nivel físico, ella confiaba en él. Esa confianza lo afectaba, lo endurecía y al mismo tiempo lo llenaba de ternura. ¿Por qué negarlo? Ella le gustaba, incluso a pesar de lo que odiaba a su novio. Era al mismo tiempo valiente y vulnerable, perspicaz e inocente. Y por alguna condenada tazón, tenía la impresión de haberla visto antes en alguna otra parte…
Cambiando a Morgan de posición en sus brazos, Jack metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. Dentro de la cabaña, las líneas puras y los suelos de madera le recordaban su niñez, los días de pesca con su grand-pére, Brice. Ese lugar siempre le traía buenos recuerdos, si bien las antiguas leyendas familiares que le contaba su abuelo lo hacían reír.
—Ah, así que lo has hecho.
Jack se puso tenso… hasta que reconoció la voz.
—Maldición, viejo. ¿Intentas matarme de un susto para poder recuperar tu coto privado de pesca?
Brice agitó la mano con desdén.
—Ya te gustaría a ti. No volvería a este lugar ni por todo el oro del mundo. Está lleno de ratas.
Jack sabía que no era cierto, pero Brice era demasiado mayor para vivir allí, estaba demasiado lejos de cualquier hospital.
—Tienes provisiones y cámaras de seguridad. Todo está en perfecto estado y el generador está encendido. Úsalo con moderación.
—Gracias. Sabía que podía contar contigo.
—¿Es ésta la chica a la que intentan matar? —Brice señaló a Morgan, que Jack aún sostenía en brazos.
—Sí.
Entrecerrando los ojos, Brice se acercó y la observó con atención.
—¿Estás seguro de que no la has traído aquí para acostarte con ella? Es una jolie fille, pero viste como una fulana, ¿lo es?
—Es un disfraz, grand-pére.
Brice frunció el ceño y meneó la cabeza; una silenciosa desaprobación oscurecía sus fuertes rasgos. Sonriendo, Jack pasó junto a su abuelo y se dirigió al único dormitorio de la cabaña. Dejó a Morgan en la cama, y se inclinó para quitarle las botas negras. Si su abuelo no hubiera estado observando, le habría quitado el resto de la ropa por el mero placer de mirarla…, pero Brice no lo aprobaría y ver algo tan atractivo podría provocar que le diera un ataque a ese viejo corazón de ochenta y dos años.
—¿Todavía tienes esos sueños? —le preguntó su abuelo de repente.
Jack puso los ojos en blanco, lamentando el día que se lo había contado.
—No significan nada.
—Jovencito, te has criado en el bayou, a pesar del ejército y de esa enorme ciudad en la que vives. Y una maldición es una maldición. Si sueñas a menudo con una pelirroja, es que vas a conocerla y que va a convertirse en la mujer de tu vida.
«Ya estamos de nuevo con esas tonterías», pensó Jack con un suspiro. Si Brice quería usar la leyenda para justificar que se había casado con una chica sesenta años antes, que lo hiciera. Pero Jack se negaba a creer que la chica sin rostro que se le aparecía en sueños con el pelo rojizo brillando sobre los hombros desnudos bajo la luz del amanecer estaba destinada a ser su único y verdadero amor. Eso no iba a ocurrir. Esa pelirroja era sencillamente una fantasía que su mente había conjurado.
—Bueno, como no he conocido a ninguna pelirroja últimamente, no hay nada que discutir. Los sueños, sólo son sueños.
—Puedes engañarte, jovencito. Pero ella aparecerá. Y no tardará mucho. ¿No me dijiste que llevabas cinco meses soñando con eso?
«En realidad son seis». Jack se encogió de hombros.
—Ella te convencerá —afirmó Brice.
—Lo que tú digas, grand-pére.
El anciano gruñó. Sabía que Jack renegaba de la famosa leyenda familiar que él tanto amaba. Para él los sueños sólo eran una coincidencia, resultado de la soledad y de que llevaba mucho tiempo sin tener una relación seria. No había manera de que entrara en razón.
—Bueno, este anciano va a llevar su viejo cuerpo a casa y a meterlo en la cama. ¿Necesitas algo más, jovencito?
—Así estaremos bien.
—Cuida a tu jolie fille.
Jack suspiró.
—No es mi chica.
Y por alguna maldita razón, le molestó decir eso. Probablemente porque ella estaba loca por un gilipollas como Brandon Ross.
Con una risa cascada por la edad y la diversión, Brice se marchó. Jack oyó que la puerta se cerraba y volvió al dormitorio.
Encendió la lámpara de queroseno de la habitación, y una luz tenue iluminó a Morgan. Parecía incómoda, la observó removerse y murmurar en sueños.
Le quitó los llamativos pendientes que no había visto antes y los dejó en la mesilla. El top púrpura, que no era del estilo de Morgan, tendría que seguir donde estaba por el momento. Si se lo quitaba, lo más probable era que la despertara. Encogiéndose de hombros se dio cuenta de que sólo podía hacer una cosa más para que estuviera más cómoda.
Con gentileza, Jack agarró la peluca rubia por la nuca y le quitó las horquillas una a una. Ella suspiró en sueños, agradecida, cuando él le retiró la peluca y la dejó en la mesilla al lado de los pendientes.
Al volver a mirarla, Jack frunció el ceño y levantó la lámpara para ver mejor a Morgan.
No podía ser. No era posible.
Pero bajo la brillante luz dorada, no había lugar a la duda: el tenue resplandor revelaba un brillante pelo rojizo.