Jack Cole curvó protectoramente su cuerpo sobre la pequeña forma femenina de Morgan y utilizó la mesita de hierro para protegerla cuando sonó otro disparo. A su alrededor los clientes de la cafetería comenzaron a gritar y a correr despavoridos. Maldijo entre dientes mientras ella se estremecía violentamente bajo él.
¡Maldita sea! Tenía la venganza al alcance de su mano, y pasaba eso. No podría tirarse a la mujer de su enemigo hasta hacerla gritar su nombre si ella moría.
La furia lo invadió, pero que alguien estuviera frustrando su venganza no era la única razón de su ira. No, estaba absolutamente furioso de que algún gilipollas hubiera infundido tal pavor a esa pequeña pero vibrante mujer.
No iba a negar que había engañado a Morgan para utilizarla, pero no pensaba hacerle daño. Todo lo contrario. Pensaba descubrir lo que la excitaba y así poder cumplir cada una de sus fantasías hasta que todo el cuerpo de Morgan vibrara de satisfacción.
Hasta que a ella ya no le interesara Brandon Ross y abandonara a ese hijo de perra.
Sin embargo, el estúpido que empuñaba el arma tenía otras intenciones, como meterle una bala en la cabeza.
Morgan se volvió a estremecer. Contuvo un grito. Jack la estrechó con más fuerza, apretándola contra la mesita de hierro. Salvarla era algo instintivo. El peligro era su trabajo. Una necesidad. Brandon Ross le había traicionado tres años antes, y Jack pensaba devolverle la humillación. Pero no estaba dispuesto a permitir que Morgan muriese.
—Voy a ponerte a salvo —le susurró al oído.
El instinto le conminaba a sacar la pistola y devolver los disparos. Pero había demasiada gente alrededor como para correr el riesgo. Y le daría a Morgan un susto de muerte.
Y ella ya estaba muerta de miedo, maldita sea. Morgan sonreía ante la cámara para ganarse la vida, no esquivaba balas.
Cuando el camarero había llevado el sobre a la mesa y había observado cómo el color abandonaba la cara de Morgan, dejándola pálida como la tiza cuando los mustios pétalos de color rosa habían caído de sus manos, él había olido su miedo. Al captar el destello del sol en el cañón de un arma en el tejado de enfrente, Jack no había dudado acerca de lo que iba a ocurrir.
Odiaba no haberse equivocado.
Mirando la silla que Morgan había ocupado momentos antes, observó los agujeros que habían dejado las implacables balas. Maldijo de nuevo.
Bajo él, Morgan intentó incorporarse. Jack la detuvo.
—¡No te levantes!
—Tengo que irme. Huir, t-tengo que esconderme.
Una rápida mirada al tejado de enfrente le indicó que el tirador había desaparecido. O eso o estaba buscando una ubicación mejor aprovechando el caos. Lo que los convertía en unos blancos fáciles, por lo que debía sacar a Morgan de esa área descubierta lo más rápido posible.
—Tengo que ponerte a salvo —insistió Jack, ayudando a Morgan a ponerse en pie—. ¿Estás herida?
Ella se caló de nuevo el sombrero y se aseguró la bufanda que le cubría el pelo.
—No.
—¡Entonces corramos!
Cogió su helada mano en la suya, cubriéndola por completo. Maldición, era una mujer diminuta, mucho más pequeña de lo que un poderoso nombre como Morgan hacía suponer.
Corriendo tanto como se lo permitían las piernas, Jack arrastró a Morgan tras de sí, parapetándose detrás de las mesas que estaban patas arriba al oír más disparos. La condujo hacia la parte de atrás de la cafetería, y la empujó para que doblara la esquina del edificio, urgiéndola sin palabras a continuar. Ella lo hizo, mientras se agarraba firmemente el sombrero con la otra mano. Jack miró con el ceño fruncido por encima del hombro de Morgan. No había manera de saber si el tirador seguía entre la multitud, pero debía suponer que sí. Más valía prevenir que curar.
—¿Adónde vamos?
Jack no contestó; estaba demasiado ocupado improvisando un plan. En silencio, la condujo por las calles, metiéndose en los callejones. Se oyeron más disparos. Una bala le silbó junto a la oreja, y soltó una maldición. Si ese hijo de perra le tocaba un solo pelo a Morgan, Jack iba a matarlo con sus propias manos.
Entraron en una tienda abarrotada, y casi chocaron contra una ancianita. Al echarse a un lado para que la ceñuda abuelita y su andador pudieran pasar, perdieron unos preciosos segundos.
Tan pronto como tuvieron vía libre, Jack volvió a tomar la pequeña mano de Morgan y tiró con fuerza de ella, obligándola a correr de nuevo. Salieron por la parte trasera de la tienda a un callejón oscuro y estrecho. Gracias a Dios conocía aquel lugar como la palma de su mano.
Oyeron de nuevo una serie de disparos, esta vez desde la parte delantera de la tienda por la que habían salido.
¡Maldición!
—Tenemos que seguir, cher.
Jadeante y sudorosa, ella simplemente asintió con la cabeza y ajustó su paso al de él.
Al final del callejón, llegaron a una puerta metálica pintada de negro y con unas letras rojas donde se podía leer Las Sirenas Sexys. Incluso con la puerta cerrada, se sentía la vibración de la música y del gentío en su interior… a pesar de que sólo eran las tres y pico de la tarde.
Por experiencia, Jack sabía que la puerta estaría cerrada con llave.
Levantando un puño, golpeó la puerta con todas sus fuerzas, sin importarle hacer una abolladura. Mientras esperaba, miró por encima del hombro para ver si los seguían.
Sonó un nuevo disparo, haciendo saltar esquirlas de los ladrillos a unos veinte centímetros del hombro de Morgan.
Lanzando una rápida mirada al callejón, maldijo entre dientes. Estaba lleno de cubos de basura y de suciedad, demasiados lugares para que se escondiera el tirador.
—¡Hijo de perra! —Golpeó ruidosamente la deteriorada superficie metálica otra vez—. Que alguien abra esta maldita puerta.
Por fin, una rubia oxigenada, conocida de Jack, abrió la puerta.
—Jack. ¿Qué diablos te pasa?
Él empujó a Morgan al interior, y la siguió a un almacén atestado de latas vacías de cerveza.
—Hay un tirador acechándonos. Necesito tu ayuda.
Había un caballito de madera y una fusta justo al lado de la entrada. Al parecer, Angelique acababa de actuar.
Cerró la puerta de golpe y observó de nuevo el cuarto en penumbra iluminado por una única bombilla roja y decorado con pintura negra descascarillada. Una delgada puerta separaba ese área del escenario y de la retumbante música del club.
—¿Un tirador? Cielo Santo… ¿a quién has cabreado esta vez?
—Alyssa, ésta es Morgan —gritó para hacerse oír por encima de la música—. Es presentadora de un programa en la televisión por cable…
—¡Eres Morgan O’Malley! ¡Me encanta Provócame!
Morgan, que se había quitado las gafas de sol, extendió la mano hacia Alyssa. Hum, ojos azules y enrojecidos, algunas pecas, piel blanca… no era el tipo de Brandon. Supuso que habría cambiado de gustos.
Jack habló entre dientes.
—Entonces acierto al suponer que te encantará ayudarme a mantenerla con vida el tiempo suficiente para que pueda hacer más programas. El tirador iba a por ella. —Jack se volvió hacia Morgan—. Morgan, ésta es Alyssa Devereaux, la dueña de Las Sirenas Sexys. El más famoso, o infame, según se mire, club de caballeros del sur de Lousiana.
La pequeña mujer de Brandon le dirigió una débil sonrisa, intentando por todos los medios no clavar los ojos en el espeso maquillaje de Alyssa, ni en la falda indecente, ni en las botas de fulana. No había nada sutil en Alyssa. Aún se vestía como una stripper, aunque hacía años que no bailaba en público. Era capaz de succionar la polla de un hombre como si intentara tragarse el picaporte de una puerta. Tenía un vocabulario peor que el suyo. Pero también tenía un gran corazón.
Alyssa haría uso de esa lengua viperina que tenía para arrancarle la piel de las pelotas si supiera que Morgan no era un cliente sino un medio para vengarse. Y si bien regentaba un local donde las mujeres se quitaban la ropa para excitar a los hombres, no permitía que nadie se pasara de la raya con las chicas que estaban bajo su techo. Jack planeaba pasarse de la raya en todos los sentidos.
—¿Por qué te disparaban? —Le preguntó Alyssa a Morgan con el ceño fruncido.
—Ésa es una buena pregunta —contestó Jack, lanzando a Morgan una mirada implacable, una de esas miradas que esperaba que la persuadiera de decir la verdad. Aún no había tenido la oportunidad de establecer su autoridad. Ella no tenía motivos para confiar en él. Maldita sea, unas horas más, y habría conseguido llevársela a la cama, penetrar en su cuerpo, establecer su dominación. Había estado seguro de que ella iba a aceptar su ayuda con el programa. Tal y como estaban las cosas, ya no estaba seguro de nada.
No era así como había previsto la venganza.
—¿Jack? —Ella pronunció su nombre con inseguridad, con una voz temblorosa.
No le gustaba nada oír el miedo y la cautela en su voz. Prefería un «señor» avergonzado de esa boca provocativa mientras se esforzaba en aparentar indiferencia.
Pero ya llegarían a eso, en cuanto hubiera solucionado toda esa mierda.
—Morgan, ¿me vas a decir qué está pasando, cher?
Su piel todavía estaba pálida, especialmente por el contraste con el abrigo oscuro y el sombrero, demasiado grandes para su pequeño cuerpo. Estaba muerta de miedo, pero aún así logró asentir con la cabeza. Jack soltó un suspiro de alivio.
—Hace aproximadamente tres meses, alguien comenzó a enviarme cartas con fotos mías en diferentes lugares, la mayoría de las veces en lugares públicos. Resultaba extraño, pero no amenazador. Hace unas cinco semanas, comenzó a mandarme fotos del interior de mi casa, tomadas a través de las ventanas. Incluso envió una que tomó desde el garaje mientras yo salía con el coche. Te aseguro que está enfadado. No sé por qué. Me vine a Houston para estar con un amigo y huir de él. —Suspiró profundamente y continuó—: Me siguió. No lo supe hasta ayer cuando recibí esto.
Morgan se abrió la cremallera del abrigo lo justo para sacar un sobre doblado de un enorme bolso que llevaba cruzado sobre el pecho. Se lo pasó a Jack con una mano temblorosa.
Con la tensión anudándole las entrañas, Jack lo abrió. Las fotos cayeron en sus manos. Morgan en un aeropuerto, vestida con unos vaqueros de talle bajo, una camiseta enorme y el pelo oculto bajo una gorra de béisbol. Sólo reconoció su perfil, la terca barbilla, las pecas que le salpicaban la nariz y que le hacían preguntarse hasta dónde se extenderían. Le hacían sentir el alocado impulso de jugar a unirlas entre sí.
En la siguiente aparecía ella leyendo una revista sentada en el patio. La cara quedaba oculta por la revista. El sólo veía sus manos, la portada de People y las delicadas pecas que le salpicaban los brazos… y el nacimiento de los pechos, casi visibles bajo la delgada tela de un top blanco, con unos pezones del color de las cerezas maduras que le hacían la boca agua.
Desde el mismo momento en que había oído los rumores de que era la novia de su antiguo camarada Brandon, se había sentido intrigado. Hablar con ella en el chat sólo había incrementado ese interés. La Morgan de esas fotos, la Morgan de carne y hueso, hinchaba su miembro. No podía esperar a tenerla atada en su cama rogándole que le permitiera correrse… cumpliendo así su venganza.
Pero había algo en ella. Algo que le resultaba sumamente familiar. Se sentía como si la conociera, como si la hubiera visto antes y no sólo en las fotos que había en la web de su programa. ¿Se habían encontrado en alguna ocasión? No, habría recordado a una mujer como Morgan. Había algo en ella… Ya lo averiguaría.
Consumido por una creciente lujuria, Jack cogió la última foto y se quedó paralizado. Él siempre elegante Brandon Ross con un traje de diseño le daba la espalda a la cámara mientras se inclinaba para besar a Morgan. Jack podía ver sólo la mitad de las piernas femeninas desnudas bajo la seda verde y el encaje negro, y los brazos levemente pecosos con que le rodeaba el cuello a Brandon. La imagen le contrajo el vientre.
Y la nota garabateada, con ese tono amenazador y posesivo no hizo nada para que se relajara.
La última foto, la de Morgan en plan esposa despidiéndose de su marido antes de que él se marchara a la oficina, también confirmaba que Morgan O’Malley era la mujer de Brandon Ross. Ella sería el pago que le cobraría a su viejo amigo por clavarle un puñal en la espalda. Tenía que mantener a Morgan con vida y no delatarse al hacerlo.
—¿Este acosador te ha seguido desde L. A.? —le preguntó.
—Sí. —La voz todavía le temblaba.
Jack suspiró.
—Obsesionado y enfermo. No es una buena combinación. Está claro que es listo si puede sacarte estas fotos sin que tú te enteres. Y sabe manejar las armas. No creo que puedas salir de aquí ilesa, Morgan. Necesitas ayuda. Y yo te puedo ayudar.
Ella vaciló, luego habló con una voz sorprendentemente ronca.
—Me has salvado de esas balas que probablemente me habrían matado. No puedo pedirte que te arriesgues…
—No me lo has pedido, yo me he ofrecido. —Estaba claro que ese hijo de perra conocía la casa de Brandon, y Morgan no parecía la clase de chica que supiera empuñar un arma ni parecía dominar técnicas de defensa personal. Era misión suya mantenerla con vida—. Morgan, yo soy guardaespaldas. No me quedaré quieto viendo cómo te matan cuando te puedo sacar de aquí de una pieza.
—¿Cuánto?
Jesús, alguien le había disparado y ¿aún quería hablar de dinero?
—Por cuenta de la casa.
La sorpresa la dejó boquiabierta.
—¿Por qué?
Él se encogió de hombros con despreocupación.
—Si te mata, tendré mis quince minutos de gloria.
Ella levantó esos enrojecidos ojos azules hacia él y le dirigió una mirada cínica.
—En serio. Está claro que no te interesa la fama.
Así que ella sospechaba que le interesaba otra cosa. Pero Jack todavía quería que ella lo mirara con esos inocentes ojos azules mientras le insuflaba un poco de lógica. Podía estar loca y negar que necesitaba ayuda. Pero también entendería por qué lo hacía.
Él era un perfecto extraño… y no era lo único que la hacía vacilar. Apostaría todo su dinero en ello. Por lo poco que habían hablado antes de que apareciera el francotirador, se había dado cuenta de que Morgan sentía interés por él. Y de que sentía curiosidad por sus inclinaciones sexuales. Más curiosidad de la que mostraría alguien que sólo estuviera investigando para un programa de televisión. El reticente deseo de Morgan lo excitaba como no lo había hecho nada en mucho tiempo.
—Eso no cambia el hecho de que me necesitas. El tirador sabe que ahora estás en el edificio. Así que no puedes salir. Yo puedo sacarte de aquí.
Morgan apretó los dientes. Jack observó cómo luchaba para no negarse. No lo hizo, lo que probaba una vez más lo lista que era.
—¿Cómo?
—Te vestirás como Alyssa. Ella te proporcionará la ropa adecuada.
—Y también necesitará maquillarse —señaló Alyssa—. Yo no tengo pecas, Jack.
Una rápida mirada a Morgan demostró que no llevaba ni rastro de cosméticos en su pálida cara.
—Sí, por supuesto. Hazlo.
—No. Esto no funcionará —protestó Morgan.
—¿Tienes una idea mejor, una que no termine contigo dentro de una caja de pino?
Mientras esperaba que ella admitiera la verdad, que no podía permitirse el lujo de rechazar su ayuda, Jack observó a Morgan. De cerca, podía ver sus armónicos rasgos, la boca plena, un cutis de porcelana que estaba demasiado blanco por el miedo. Las cejas arqueadas tenían un color imperceptible bajo esa luz. Bajo ese cutis tan blanco, la bufanda, el sombrero y el enorme abrigo, sospechaba que sería hermosa. El hijo del senador Ross no se conformaría con menos.
Morgan suspiró.
—No se me ocurre nada.
—Eso es lo que yo decía. Alyssa, llévala arriba y ponle algo ligero. ¿Tienes alguna peluca?
—Sí. —La rubia oxigenada asintió con la cabeza.
Morgan lo miró enfadada.
—Esto no va a funcionar.
—¿Por qué?
—Alyssa y yo no usamos la misma talla.
Jack las observó a las dos.
—Ella es más alta. Pero puedes ponerte unas botas de tacón de aguja para parecer más alta. ¿Qué número usas?
Ella pareció sorprendida ante la pregunta.
—Un treinta y siete.
Jack le dirigió a Alyssa una mirada inquisitiva.
—Ni lo sueñes —dijo la stripper—. Yo uso un treinta y nueve.
—Ya lo arreglaremos —dijo Jack—. Podemos rellenar la punta de las botas con papel higiénico o algo por estilo. Será poco tiempo.
—Ése no es el mayor problema. —Morgan centró la mirada en los atributos quirúrgicamente realzados de Alyssa que en ese momento pugnaban por no desbordar la parte superior de su bikini.
Jack volvió a pasear la mirada por la pequeña figura de Morgan. No podía ver lo que había debajo del abrigo, pero por las fotos que había visto sabía que debían de ser cien por cien naturales, no como el par de la copa E de Alyssa.
—Alyssa tiene habilidad para elegir la ropa que haría que cualquier mujer pudiera aparecer en el póster central de una revista masculina.
—¿Y luego qué? —Morgan se movió con nerviosismo, dirigiendo la mirada a la puerta con rapidez, como si esperara que su indeseado admirador pudiera atravesarla en cualquier momento.
—Tenemos que despistar a ese bastardo y llevarte a un lugar seguro.
—¿Y después?
—Nos ocuparemos de eso una vez que hayamos salido de aquí, ¿vale? Buscaré un lugar donde no pueda encontrarte hasta que podamos dar con una solución para todo esto.
Morgan se mordió un labio y le dirigió una mirada ansiosa y cautelosa. Quería aceptar, pero no confiaba por completo en él. Jack podía verlo en su cara. Morgan vaciló, pero lo miró de frente como si lo estuviera evaluando. Jack se preguntó si sabría algo de su pasado. ¿Le habría hablado Brandon de él?
—Puede que ese hijo de perra se haya estado saliendo con la suya hasta ahora, pero aún no se había topado con alguien como yo. Morgan, no voy a dejar que se acerque ni a cinco metros de ti.
Ella vaciló un poco más, luego asintió temblorosamente con la cabeza.
—Tú eres el profesional. Nos ocuparemos de lo demás más tarde, cuando salgamos de aquí.
Más tarde ella estaría desnuda, esposada y abierta, preparada para recibir todo el placer que estaba impaciente por darle. Reprimiendo una sonrisa, le miró fijamente el hinchado labio inferior. Había algo en ella, incluso con esa horrible ropa, que despertaba su interés. ¿O quizá era la certeza de que pertenecía a Brandon?
No, era algo más. Bajo ese feo sombrero, la bufanda y el abrigo, estaba seguro de que se ocultaba una hermosa mujer, dulce e inocente, pero también sexy, provocativa y ardiente. Corromperla sería un placer. Se sintió todavía más excitado.
¿Quién iba a pensar que la venganza sería tan dulce… en todos los aspectos?
Rodeada por la música que resonaba tan fuerte como para hacer temblar las paredes, Morgan siguió a Alyssa por las estrechas escaleras del club. Al parecer la rubia era la propietaria de Las Sirenas Sexys. Morgan no podía imaginarse cómo alguien podría confundirla con una stripper, no importaba cuánto la maquillaran. Alyssa poseía una arraigada sexualidad que cualquier mujer desearía para sí… y que muy pocas poseían.
Aun así, Morgan sabía que tenía que intentarlo, representar ese papel lo mejor que supiera hasta que pudiera salir de Lafayette y escapar del psicópata que la acechaba. La otra alternativa era la muerte.
Le gustara o no el Amo J, que al parecer se llamaba Jack y era un extraño, era su única esperanza de salvación.
Más con miradas que con palabras, Jack había dejado bien claro que no era un santo. Incluso ahora, ella podía sentir el calor de su mirada en la espalda. Contra su voluntad, lo miró por encima del hombro. Jack la miraba fijamente, con esos ojos casi negros, observándola subir las escaleras. Una sonrisa especulativa transformaba los cincelados rasgos de su cara.
No sabía nada de ese hombre, salvo que tenía ese tipo de belleza masculina que hacía que una mujer lo mirara dos veces y babeara después. Ah, y que por supuesto le gustaba mandar en la cama. Era difícil olvidarlo. Pero su sonrisa la ponía nerviosa. ¿Por qué parecía tan feliz alguien que acababa de escapar de un tiroteo?
Finalmente, Alyssa y ella llegaron arriba. La rubia la condujo hacia la puerta del final del pasillo, a una pequeña, pero sorprendentemente lujosa, suite.
La rubia cerró la puerta tras ellas, dejando afuera el fuerte ruido de la música. El suelo todavía vibraba bajo sus pies. El ritmo sexy resonaba a su alrededor, crudo y sugerente.
Morgan observó la habitación. En el centro, había una enorme cama sin hacer, y una lámpara de pie lanzaba una luz dorada sobre las blancas sábanas. La madera del suelo brillaba bajo sus pies. Las paredes, de un suave color crema, acentuaban las cortinas blancas que colgaban de una enorme ventana. Cuatro fotos con paisajes en blanco y negro colgaban sobre la cabecera de la cama.
—¿Esperabas un dormitorio de color rojo con una barra de stripper en el medio? —le preguntó Alyssa arqueando una ceja.
Morgan se sintió avergonzada. Se lo había preguntado.
—No sabía qué esperar. Esto es precioso.
Los rasgos de Alyssa se suavizaron.
—Es tranquilo. Venga, vamos a quitarte esas feas ropas.
Antes de que Morgan pudiera pedir un poco de intimidad o una bata, Alyssa le estaba desabrochando el abrigo y sacándoselo por los hombros.
Lo lanzó sobre la cama. Como una madre que estuviera desvistiendo a su hijo pequeño, Alyssa agarró el bolso y la camiseta de flores. Antes de poder emitir una protesta, la stripper se los había sacado por la cabeza y lanzado al suelo.
—Si me indicas dónde está el baño, podría desvestirme…
Alyssa la ignoró y apretó el cierre delantero del sujetador blanco de encaje. Un leve tirón y fuera. Morgan se quedó desnuda de la cintura para arriba ante una completa extraña.
Alyssa estudió los pechos de Morgan, sopesando uno de ellos en su mano.
—Tenemos material para trabajar.
Morgan se enderezó, resistiendo el impulso de correr y esconderse como cuando estaba en el vestuario de la escuela en séptimo grado.
—¿Qué haces?
—No tienes nada que no haya visto ya, cariño. Una noventa C. —Le echó otra mirada al resto del cuerpo y Alyssa añadió—. Usas la talla treinta y ocho, ¿no?
—¿Cómo lo has sabido?
Ella sonrió.
—Es mi trabajo. Termina de desnudarte y prepárate.
Alyssa desapareció por la puerta, cerrándola con suavidad. Morgan la siguió con la mirada. ¿Qué se terminara de desnudar? Como si fuera tan fácil. Como si se desnudara todos los días delante de otras personas.
Jamás lo había hecho. Bueno, lo más probable era que Alyssa sí lo hiciera, así que no la cogería desprevenida. Y Morgan se dio cuenta de que si quería salir de allí sin una bala en la cabeza, sería mejor que superara con rapidez su recato.
Con un suspiro se quitó los vaqueros y las bragas blancas de algodón, doblándolos pulcramente y colocándolos en el borde de la cama. Miró a su alrededor buscando una bata o una manta. Una toalla… cualquier cosa que sirviera para cubrirse. Nada. Morgan no estaba acostumbrada a pasearse desnuda. Aunque estaba claro que a Alyssa eso no le molestaba.
La rubia regresó con un sujetador negro de raso y un tanga a juego. Con los dientes arrancó las etiquetas, deslizó un par de rellenos de gel en el sujetador y se lo pasó a Morgan.
Antes de que Morgan pudiera pedirle que la dejara sola, Alyssa desapareció de nuevo, esta vez en el cuarto de baño contiguo a la suite. Agradeciendo el respiro temporal de no sentir la mirada de la mujer, Morgan se puso el tanga con dificultad. No era cómodo… ¿a quién le gustaba llevar una cuerda en el culo?, pero quedaba muy bien.
Alyssa salió del cuarto de baño llevando algunas ropas muy pequeñas y unas brillantes botas de tacón alto. La rubia se detuvo en el umbral, esperando. Morgan la ignoró. En lugar de mirarla, observó con el ceño fruncido los rellenos de gel del sujetador. ¿Era eso la versión moderna del sujetador relleno con algodón?
Cuando Morgan hizo una mueca, Alyssa se rió.
—Haz lo que quieras. Es la manera más rápida de conseguir un buen par de tetas. Con la ropa puesta, nadie nota la diferencia.
Soltando el aire que contenía, Morgan se dio cuenta de que era cierto. No iba a disculparse por no tener una copa D.
Morgan comenzó a ponerse el sujetador totalmente consciente de que Alyssa observaba cada movimiento. Resultaba muy incómodo. Mataría por tener la misma naturalidad que Alyssa con la desnudez, pero no la habían educado de esa manera. Había cumplido los veintiuno cuando reunió el valor de masturbarse. Después de todo, su madre la había enviado a una exclusiva escuela para chicas y había sabido poco de sexo antes de cumplir los dieciocho. Hasta que fue a la universidad, Morgan no había conocido la diferencia entre cutículas y clítoris.
Apartando esos pensamientos, Morgan se abrochó el sujetador y metió los pechos en las copas. El sujetador era muy escotado y con unos tirantes muy estrechos. La tela de encaje negro apenas le cubría los pezones. Los rellenos de gel le elevaban los montículos de los senos y los exhibían con descaro. Incluso tenía escote.
Alyssa soltó un silbido y le dirigió una mirada descarada.
—Voy a darte un consejo: no le enseñes las tetas a Jack a menos que quieras volverlo loco de lujuria.
La rubia se dio la vuelta y se dirigió de nuevo al cuarto de baño. Morgan clavó los ojos en la espalda delgada de la mujer y en los sedosos mechones que le caían sobre los hombros.
Alyssa era más atractiva que cualquier chica de póster. Aunque aparentaba más de treinta años, tenía una pinta estupenda. Morgan sabía con seguridad, basándose en la exhaustiva investigación de Reggie, que Jack no era gay. Teniendo en cuenta todo eso, era lógico pensar que Alyssa y él estuvieran enrollados. Pero por el consejo que le había dado la mujer, suponía que no le importaría que ella sedujera a Jack.
Por Dios, había abandonado Los Angeles, donde siempre había pensado que la vida era demasiado surrealista, y había aterrizado en el país cajún, un lugar que empezaba a parecerle la versión sureña de Oz.
—No pienso enseñarle a Jack mis pechos —dijo ajustándose el sujetador, deseando que la cubriera un poco más.
—Puede que no, pero te apuesto lo que quieras a que los verá.
Morgan frunció el ceño.
—¿En qué te basas? Estaba entrevistando a Jack para mi programa. Y después, cuando comenzó el tiroteo, él se ofreció para protegerme…
—Y lo hará. Es el mejor. Pero Jack Cole es un hombre de pechos, y tú tienes un buen par.
Lo dijo como si estuviera hablando de algo tan cotidiano como el tiempo.
Alyssa se volvió y cogió un maletín de maquillaje del tocador. Dejando el maletín a un lado, estudió la cara de Morgan con algo de impaciencia.
—¿Y eso no te molesta? —Morgan no pudo contener las palabras.
Desvió la mirada a la cama tan deshecha, que parecía haber sido utilizada para algo más que para dormir. Morgan se preguntó si Jack había estado allí antes de conocerla… y por qué pensar en eso la molestaba.
—¿Qué Jack se acostara contigo? —Se encogió de hombros—. No es mío.
Morgan frunció el ceño. Todo eso era demasiado extraño.
—No va a ocurrir nada de eso. No tengo intención de enrollarme con Jack.
—El camino del infierno está lleno de buenas intenciones —le contestó Alyssa con una risa gutural.
Antes de que Morgan pudiera deshacerse de la confusión que sentía y replicar, la rubia cambió de tema.
—Tenemos que maquillarte.
Alyssa levantó una delgada mano y le quitó a Morgan el sombrero y la bufanda.
Un momento después, comenzó un frenesí cosmético. Cubrió el rostro de Morgan con un maquillaje base. Continuó con el corrector; Morgan esperaba que éste cubriera lo peor del daño causado por la falta de sueño. Después vino el colorete, seguido por el lápiz de labios rojo sirena que aplicó con pincel y el perfilador negro para los ojos. Luego aplicó con rapidez una sombra de ojos sobre los párpados cerrados y utilizó un rímel negro para las pestañas. Lápiz de cejas y rímel castaño ocultaron el hecho de que sus cejas no eran del mismo color claro de la otra mujer.
Cuando Alyssa se apartó y la condujo ante el espejo del cuarto de baño, Morgan sólo reconoció sus ojos azules y el óvalo de su cara.
—Estás genial. De todas maneras, ahí fuera todos estarán demasiado borrachos para saber si eres tú o yo. Aunque por si acaso, la ropa que he escogido para ti garantizará que las miradas masculinas no suban de tus tetas.
Morgan quiso protestar. Tenía las palabras en la punta de la lengua, pero las contuvo. Si disfrazarse de stripper la mantenía con vida, bueno… sobreponerse a la vergüenza sería mucho más fácil que tener una bala entre las cejas.
—Haz lo que haga falta —suspiró Morgan.
—Vamos a recoger tu pelo para ponerte la peluca.
—Puedo hacerlo yo. —Morgan se llevó los dedos a la cabeza y se la frotó.
—Las pelucas son un engorro. Lamento que tengas que ponerte una, pero para hacerte pasar por mí, tienes que ser rubia.
Morgan se encogió de hombros. La incomodidad era poco sacrificio a cambio de permanecer viva.
—Y tenemos que asegurarla bien. Jack va a querer pasar revista antes de que salgas. No te dejará poner un pie fuera hasta que esté convencido de que puedes pasar la prueba. Se toma muy en serio la tarea de proteger a sus clientes.
La idea de que Jack le pasara revista le provocó un vuelco en el estómago. Jack era muy atractivo, y que fuera un dominador sólo hacía que Morgan se sintiera más intrigada, a pesar de sus reticencias y miedos.
Asegurando la peluca rubia en su lugar, Morgan dejó de pensar en ello. Estaba muy cansada. Además estaba estresada. No iba a hacer el amor con Jack, así que las preferencias sexuales de ese hombre le traían sin cuidado.
Alguien golpeó la puerta. A Morgan se le disparó el corazón. ¿Habría logrado el tirador seguirla hasta allí? Dirigió la mirada a la ventana, esperando que sirviera como vía de escape.
La puerta se abrió y entró Jack con unos vaqueros rotos y descoloridos, una camiseta, una gorra de béisbol y un bigote falso. Todos esos cambios en su apariencia lo hacían parecer considerablemente diferente. Pero aun así, no le pasó desapercibido su expresión de enfado.
—Maldición, ¿qué estáis haciendo aquí dentro? ¿Una fiesta de pijamas?
—No te pases, Jack. Me he dado toda la prisa que podía —dijo Alyssa con una sonrisa, luego lo besó en la mejilla—. Buena suerte —le dijo a Morgan.
Luego se marchó, dejándolos solos.
La mirada de Jack atravesó la habitación y se clavó en ella. Esos ojos oscuros la abrasaron, y una lenta y pecaminosa sonrisa apareció en la boca masculina. Esa mirada hizo que se le retorciera el estómago. Rápidamente, Morgan se dio cuenta de que no llevaba puesto más que un tanga y un sugerente sujetador, y echó un vistazo alrededor buscando cualquier cosa que pudiera cubrirla.
Atravesó la estancia a toda velocidad para coger una de las sábanas blancas de seda de la cama. Jack se la arrebató de las manos.
—No es el momento de ser modesta, cher —le susurró al oído; su voz tenía un inconfundible acento cajún.
El cuerpo de Jack impactó contra su trasero, sus piernas se pegaron a las de ella, el ancho pecho le rozó los hombros. El calor que él emitía le atravesó la piel y la excitó. A pesar de la cálida sensación, los estremecimientos le recorrieron la piel y sintió que le bajaba un escalofrío por la espalda. De manera inoportuna, se le irguieron los pezones.
Morgan tragó saliva. Puede que él fuera uno de los buenos, pero en ese momento, su postura era la de un auténtico depredador.
—No necesito que estés aquí mientras me visto.
—Mais oui, para tu desgracia pienso supervisarte. No saldremos de aquí hasta que esté convencido de que puedes pasar por Alyssa.
—Llevo vistiéndome sola desde los tres años. Creo que me las puedo arreglar perfectamente.
—Cierto, pero Alyssa va a ser nuestra tapadera. Vamos a pasearnos por ahí abajo como si estuviéramos sedientos de sexo. La gente está acostumbrada a verme tocarla. Muy a menudo. Pero tú…
La rodeó con una mano y le acarició la barriga con la palma.
Ella dio un brinco y se quedó sin aliento cuando su ancha mano se detuvo sobre su estómago desnudo; el calor se concentró bajo su piel, insidioso e imparable.
—Saltas cuando te toco —le susurró al oído—. Si lo haces en público, toda esa gente sabrá que no eres Alyssa.
Con cada palabra que decía, Jack la hacía ser más consciente de que él era un hombre —muy hombre— y ella una mujer. Él tenía la clase de personalidad poderosa que la atraía. Sentía un aleteo en el estómago cuando él hablaba. Se le hinchaban los pechos. Se sentía nerviosa e insegura cuando él estaba demasiado cerca. Morgan se tragó un nudo tan grande que pensó que se ahogaría e intentó apartarse de él.
Jack no se movió… ni la soltó.
Rechinando los dientes, ella dijo:
—Debe de haber otra manera de salir de aquí que metiéndome mano.
—Yo no lo aseguraría. Si quieres salir de una pieza, cher, tu acosador no debe reconocerte con este disfraz. Para ello tenemos que conseguir que parezca real.
La mano que estaba posada sobre su estómago comenzó a subir poco a poco.
Morgan sintió vértigo ante la intimidad de sus palabras. La tocaría en público, donde los vería gente desconocida. Al instante, se le volvieron a hinchar los pechos. Y se le humedeció la entrepierna.
«Era imposible». A ella no le iban las exhibiciones públicas. Y las demostraciones cavernícolas de Jack no deberían excitarla. Tener fantasías era una cosa. Vivirlas era algo completamente diferente. Era una estupidez acceder a eso, en especial con un desconocido.
Jack interrumpió sus pensamientos acunándole un pecho entre los dedos para continuar subiendo poco a poco.
Hasta que Morgan le sujeto la muñeca para detenerle.
—No creo que necesites tocarme con tanta intimidad para sacarme de aquí.
Él se detuvo.
—¿Menos de una hora conmigo y ya eres una autoridad en la materia?
—Esto no es un juego. ¡Es mi vida!
—Exacto —le gruñó al oído—. La gente, y no precisamente la de confianza, estará ahí fuera. Me verán con una mujer que creerán que es Alyssa. Si contienes el aliento, y me apartas la mano cada vez que te la ponga encima, sabrán que eres una impostora. Y si el acosador les ofrece dinero para que le informen de cualquier mujer sospechosa, serás un blanco fácil.
«Y uno fácil de matar». Jack no lo dijo, pero lo pensó. Igual que lo hizo Morgan.
—¿No podría salir de aquí disfrazada de vagabunda, de monja o algo por el estilo?
—Ese amiguito tuyo que va armado estará vigilando. ¿No crees que ver salir a una monja del club despertaría sus sospechas?
Tenía razón, maldita sea. Tenía que relajarse. Si vestirse de stripper y dejar que un tío bueno la acariciara unos minutos bastaba para mantenerla con vida, dejaría de lado la vergüenza y el recato.
Sólo había un problema: no reaccionaba ante Jack como si fuera una farsa, sino de verdad. Su cuerpo se excitaba simplemente con un susurro o una mirada suya. Pero aun así, la vergüenza que sentía al responder ante él no era nada comparado con la muerte. Cuando saliera de ese lío, encontraría un nuevo lugar donde esconderse, no tendría que volver a ver a Jack Cole ni a preocuparse de que supiera cómo excitarla.
Aspirando profundamente, le soltó la muñeca.
—Chica lista —la elogió.
Morgan sintió la mirada de Jack cuando él movió la mano hasta cubrirle el pecho por completo. Ella tragó. Dios, sentía el peso de su seno en la cálida mano. Siguió acariciándola mientras con el aliento le abrasaba la nuca. La tensión se le anudó en el estómago… y más abajo. Los pezones se le endurecieron hasta lo indecible bajo esa mirada ardiente. Morgan cerró los ojos.
Luego él le rozó la tensa punta con el pulgar. Un placer electrizante le bajó por la espalda.
Incapaz de resistirse, se arqueó, presionando el pecho contra la mano.
—Buena chica —murmuró Jack en su oído, luego le rozó la sensible curva del cuello con los labios.
El deseo pulsó en su interior, profundo y duro. El corazón le martilleaba y tuvo que apretar los muslos.
La mano izquierda imitó a la derecha, tomando posesión del otro pecho entre los ardientes dedos. Esta vez Morgan no brincó, pero luchó contra la necesidad de retorcerse mientras el placer arrasaba sus sentidos ante el doble asalto. Se mordió el labio para no gemir.
¿Por qué su cuerpo reaccionaba de esa manera ante un hombre que no conocía y cuyo estilo de vida sexual ella no practicaba?
Todo eso dejó de tener importancia cuando él le pellizcó las duras puntas de los pezones, haciéndolas rodar lentamente con erótica paciencia.
El deseo le aguijoneó el vientre, y descendió como una flecha hacia su entrepierna.
—Jack —protestó ella.
—Shhh, lo estás haciendo muy bien, cher. Con tal de que actúes como si esto fuera normal, las cosas irán bien.
¿Bien? Si volvía a hacer eso otra vez, se derretiría sin remedio.
No lo hizo. Su mano derecha abandonó el pecho para deslizarse hacia abajo por el estómago de Morgan, y siguió bajando, y bajando, hasta que los dedos de Jack se colaron bajo la tira húmeda del tanga para encontrar el clítoris hinchado y hambriento. Morgan se quedó sin aliento y apretó los muslos contra él. Dios, él parecía tan excitado como ella. Eso era ridículo. No iba a tocarla así en público.
—No hagas eso —la advirtió, sacando la mano—. Un cuerpo tenso y contenido te delatará. Relájate.
—Esto no es necesario —le replicó con la voz ronca.
Él soltó un bufido cínico.
—Estás hablando como una chica que no tiene detrás de sí a un asesino. Nos ha seguido hasta aquí. ¿O se te ha olvidado?
—No, y no soy una chica.
—¿Non? Entonces deja de comportarte como si lo fueras. Será un milagro si sales de aquí intacta. Estoy tratando de salvarte la vida, no de arrebatarte la virtud.
—¿Y esta clase de comportamiento no llamaría la atención?
—Nueva Orleans no es el único lugar donde se celebra el Mardi Gras. El sol ya está poniéndose, y la fiesta está a punto de empezar. Fingir bien nos hará perdernos entre la gente, cher.
Era posible que él tuviera razón. Tenía que confiar en él. No tenía motivos para no hacerlo, y la había mantenido con vida hasta entonces.
—Lo siento.
Sintió como asentía con la cabeza.
—Abre las piernas.
Oh, Dios Santo. ¿Para qué? ¿Qué pretendía hacer ahora?
Morgan se quedó paralizada ante la indecisión. Si con el roce de un dedo en el clítoris sentía escalofríos por todo su cuerpo, ¿qué sentiría con toda la mano? ¿Se reiría de ella si tenía un orgasmo? Tal y como estaban las cosas, estaba más cerca de lo que podía pensar…
—Si tengo que atarte para que te acostumbres a mis caricias, lo haré.
Ante ese gruñido de advertencia, sintió cómo la humedad manaba de ella, cubriendo su carne ya hinchada. Oh, qué humillante. Si Jack supiera lo que había provocado esa amenaza… Se puso a temblar.
Con una fuerza sorprendente, Jack metió un pie entre los pies desnudos de Morgan y los separó.
—Pon las manos por encima de la cabeza.
—¿Qué?
Morgan intentó cerrar las piernas, pero Jack había metido el muslo entre ellas. Santo Dios, ¿sentiría él cómo sus jugos le empapaban los vaqueros a través del tanga? ¿Pensaría que era débil o fácil?
—Es la última vez que te lo digo —la amenazó—. Apoya las manos en la pared o las cosas se van a poner muy feas.
¿Muy feas? ¿A qué otra cosa podía estar refiriéndose aparte del sexo? Todo su cuerpo se estremeció ante la idea.
—Veo que no me haces caso… supongo que quieres que te ate, Morgan.
—No. —Ella cedió y apoyó las manos en la pared por encima de la cabeza.
Pero sabía que le había mentido. En apariencia, la idea de ser su esclava sexual parecía primitiva y machista. Era algo que la gente no consideraba propio de una vida sexual sana. Pero por un instante, Jack la había obligado a enfrentarse a sus fantasías.
—Así está mejor, pero tienes que dejar de cuestionar todo lo que te digo. Si te digo que hagas algo, lo haces. No es negociable.
Era algo que iba contra su independencia. Pero a la vez, hacía que el nudo de deseo en su vientre se anudara más fuerte.
—Eres un arrogante.
—Y voy a seguir siéndolo. Será mejor que me hagas caso, pequeña, o tendrás que asumir las consecuencias.
Morgan quería negarse, convencerlo de que su poder no la atraía. Pero sólo empezaría una pelea que no tenían tiempo de terminar. Si quería salir de allí con el orgullo intacto, tenía que convencerle de que estaba preparada para engañar a su acosador. Y para eso tenía que hacer creer a toda esa gente de afuera de que estaba totalmente familiarizada y cómoda con las caricias de Jack.
—Ya tienes lo que querías. Tengo las manos en la pared. Sé que me vas a manosear en público. No mostraré ni sorpresa ni incomodidad. ¿Acabamos ya con esto?
—No estás preparada.
—Lo estoy.
—Entonces, si hago esto…
Volvió a meter la mano en el tanga, le acarició el clítoris con los dedos antes de bajar hacia su abertura e introducir dos dedos profundamente en ella. Bajó la mano izquierda por su estómago para cubrirle el clítoris con ella.
Incapaz de evitarlo, Morgan contuvo la respiración.
—Ves, no estás preparada —le dijo, y comenzó a acariciarle el clítoris, mientras los dedos con los que la penetraba comenzaban a moverse hasta encontrar un nudo de nervios que Morgan no sabía que poseía. Jack frotó ese punto sin piedad, despacio, con golpecitos insistentes que enviaron una oleada de estremecimientos por todo el cuerpo de Morgan.
Estaba a punto de tener un orgasmo, como un coche a toda velocidad a punto de caerse por el borde de un precipicio. Su vagina se apretaba con un hambre voraz en torno a los dedos de Jack, su cuerpo suplicaba la liberación. Jack la mordió en el cuello. Luego se apretó contra su espalda, presionando una erección inequívocamente grande contra la hendidura de su culo.
Al menos no era la única excitada, pensó Morgan mientras dejaba caer la cabeza, sobre el hombro de Jack, comenzando a sudar cuando los dedos masculinos continuaron llenándola y jugueteando con su clítoris. Su pecho subía y bajaba con cada respiración. Eso era un delirio. ¡Una locura! Ese placer acabaría por matarla. ¿Cuándo se había excitado ella tanto y con tal rapidez?
Las sensaciones siguieron creciendo, hasta que sintió que el placer la ahogaba, casi al borde del estallido.
Luego Jack la privó de sus caricias, sacando las manos del tanga y poniéndoselas sobre las caderas.
—Nada de correrte, al menos hasta que yo lo diga.
Antes de que pudiera evitarlo, Morgan soltó un gemido.
Jack la besó en el cuello otra vez, la rozó con los labios, la mordisqueó.
—Ya me lo agradecerás más tarde.
Morgan no podía imaginar por qué decía eso. Sentía los nervios a flor de piel. La había estimulado tan a fondo que estaba tensa y su mente parecía un torbellino. Si la tocaba en público, lo más probable era que llegara de golpe al clímax con tanta intensidad que perdería el conocimiento.
Le deslizó las manos por el vientre otra vez, hasta sus pechos. Los acarició, rodeando los pezones doloridos con la yema de los dedos. Ella se arqueó contra sus manos, apretando al mismo tiempo el trasero contra la impresionante erección que tenía a sus espaldas, mientras se mordía los labios para contener un gemido.
Él se apartó con una risa.
—Buen intento.
—Jack. —Ella no quería suplicar. De verdad. Pero ¿cómo se suponía que iba a poder contenerse ante ese hombre cuando todo su cuerpo le dolía de necesidad?
—¿Vas a cuestionarme de nuevo?
El tono de su voz le decía que ésa era una idea muy mala. Pero dejarla en ese estado tampoco era justo. Aun así, una mirada por encima del hombro a la cara de pocos amigos de Jack detuvo la súplica que tenía en la punta de la lengua.
—No.
—Y si yo… —él introdujo la mano en el tanga otra vez y le frotó el clítoris con un dedo— hiciese esto…
El placer se disparó a través de ella una vez más, rápido y voraz. Morgan gimió y empujó las caderas hacia atrás hasta apretarse contra él. Estaba tan cerca…
De nuevo, él se retiró.
—Excelente. Ahora no darás un brinco cuando te toque.
—¿Vas a dejarme así?
—¿Estás invitándome a hacer algo al respecto más tarde? —El murmullo ronco de la voz de Jack le retumbó en el oído.
A Jack le gustaba atar a las mujeres y poseerlas en cuerpo y alma. El pensamiento le inundó la mente. ¿Qué diablos había hecho?
Permitirle hacer cualquier cosa, todo lo que quisiera…
—Ni en sueños. —Ella se puso rígida e intentó apartarse de él.
—Es una pena. Me encantan las nenas como tú, tan estiradas por fuera y tan cremosas por dentro. Sólo con pensar en oírte gritar mi nombre mientras te poseo me pongo a cien.
Oh, por Dios. También ella.
—Sólo eres mi entrevistado. Eso es todo.
—¿Te mojas así por todos tus entrevistados? —se burló él.
—Vete al infierno.
Con una risita ahogada, él le palmeó el trasero desnudo con la ancha palma de su mano.
—Vístete.
Morgan pasó a su lado y él le dio otro cachete, que ella sintió como si fuera fuego puro. Se tuvo que morder los labios para no gemir.
«Sólo tengo que vestirme de una vez y salir de aquí».
Mientras Jack esperaba, Morgan se puso una indecente falda de cuero color púrpura muy apretada. Después se puso un ceñido top de cuero que resaltaba su pequeña cintura y le elevaba los senos. Durante todo el rato, sintió la penetrante mirada de Jack en la espalda, y cómo, la lujuria que él había provocado, le hacía arder.
Al fin, se calzó las altas botas negras de tacón. Sorprendentemente, eran muy cómodas.
—Salgamos de una vez —le espetó.
Él la miró.
—¿Estás preparada para lo que ocurrirá cuando atravesemos esa puerta?
—Nos arrestarían si hiciéramos más de lo que ya hemos hecho, así que por ahora creo que he pasado lo peor.
Jack la guió a la puerta con una sonrisa arrogante.
—¿De verdad crees eso?