En cuanto cerró el puño con las llaves dentro, Luc se inclinó sobre ella y la tomó en brazos. Alyssa se aferró a su cuello, y el olor más cálido a pino, almizcle y jabón inundó sus fosas nasales. Si él no la hubiera estado sosteniendo entre los brazos, se habría caído al suelo.
—¿Q-qué…? —farfulló—. ¿Qué estás haciendo?
Él introdujo la llave y abrió la puerta. Se detuvo delante de la centralita de la alarma para que ella pudiera desconectarla. Después de que cesara el pitido, Luc atravesó la cocina y la llevó hasta la salita, donde la dejó en el mullido sofá. Cogió la manta con la que ella se cubría cuando hacía más frío y se la puso encima de las piernas.
—¿Estás bien?
—Estoy más cansada de lo que pensaba —murmuró. Santo Dios, estaba segura de que se quedaría dormida antes de quitarse la ropa. Y si pasaba la noche con el vestido puesto, lo estropearía.
Gimiendo, intentó levantarse. Luc hizo que se volviera a tumbar Sin fuerzas para resistirse, ella se reclinó sobre los cojines con una expresión enfurruñada.
—No vas a ningún sitio.
—Tengo que desvestirme. Y desmaquillarme.
—Puede ser, pero no ahora. Dame cinco minutos. Espérame aquí tumbada. Te prometo que no tardaré.
Alyssa no tenía ni idea de qué pretendía hacer él, pero estaba demasiado cansada para discutir.
—De acuerdo.
Lo oyó alejarse mientras cerraba los ojos. Lo siguiente que supo fue que Luc la sacudía con suavidad.
¿Alyssa?
Mmmm. Se había quedado dormida en el sofá mientras él… ¿hacia qué?, ¿mirarla?
Entonces, el olor a comida le inundó las fosas nasales y le rugió el estómago. Abrió los ojos y se encontró al lado un plato con huevos, tostadas, fruta y yogurt.
Antes de que ella pudiera abrir la boca, él se puso el plato en el regazo y le lanzó una mirada severa.
—Vas a comer algo. Además, no quiero que vuelvas a pasarte otro día sin comer o dormir. Ahora, abre bien la boca.
Parecía que Luc hablaba en serio. Para sus adentros, Alyssa se sintió encantada. ¿Estaba Luc intentando conseguir que se enamorara todavía más de él? Tyler no cocinaría para ella ni siquiera en sus momentos más solícitos. Apenas sabía freír un huevo. Y vale, sí, cocinar era el trabajo de Luc, pero que lo hiciera después de que tampoco hubiera dormido él mismo y de llevar todo el día en pie, la conmovía.
—Puedo comer sola. —Alyssa intentó coger el tenedor.
—Estoy seguro de que lo has hecho desde que cumpliste un año. Pero así me siento menos culpable por no haberte dejado dormir o por que no hayas comido. Déjame a mí.
Ella no estaba de acuerdo con él. Podría haberle ordenado a alguien en el club que fuera a buscar una ensalada y haberse echado una siesta en cualquier momento si hubiera querido. Era una mujer adulta. Pero Luc insistía en cargar con toda la culpa.
Algún día, él haría muy feliz a alguna mujer. No ser ella, casi la hacía gritar.
—¿Alyssa?
Tentada, y demasiado cansada para discutir, abrió la boca. Sintió en la lengua la suave textura de los huevos con queso y especias. Oh, y cebollitas, tomate y setas, justo en su punto, que se derritieron contra su paladar. Luc le ofreció también una tostada y unas cucharadas de yogur con bayas. Un placer absoluto.
—¿Por qué lo haces? —preguntó ella entre mordiscos—. También estás cansado. Te sientes culpable, ¿verdad?
Él hizo una pausa, bajó el tenedor y la miró directamente a los ojos.
—Lamento haberte enfadado y estropeado el día. Pero ocuparme ahora de tu bienestar no es algo que haga porque me sienta culpable.
Una insidiosa esperanza la aguijoneó. Alyssa abrió la boca para seguir preguntando.
Luc le puso el dedo en los labios.
—Shhhh, esta noche no. Hablaremos mañana.
Luc tenía razón. No iban a resolver nada ni a aclarar las cosas mientras los dos estuvieran tan cansados. Puede que no fuera de las que dejaban para mañana lo que deberían de hacer hoy, pero en ese momento tenía su lógica. Y además, quería disfrutar de aquella fantasía un poco más.
Asintió con la cabeza y abrió de nuevo la boca, y él le ofreció el siguiente bocado.
Cuando el plato estuvo vacío, Luc le puso el pelo detrás de la oreja.
—¿Tienes más hambre?
—¿Tú no comes nada?
—Piqué algo en la cocina del restaurante. No tengo apetito.
Aquel frustrante hombre no permitía que se preocupara por él, pero insistía en ocuparse de ella. Sintió una especie de culpable placer. Como cuando comía helado, algo que no debía permitirse si quería que le siguiera sirviendo la ropa. Pero por una vez… sólo una vez, era condenadamente delicioso dejarse llevar.
—¿Quieres comer algo más? —preguntó él.
Alyssa se puso la mano sobre el estómago.
—Estoy llena.
Luc le brindó una tierna sonrisa y el corazón de la joven se aceleró. Qué fácil había sido enamorarse de él… y qué estúpido.
—Vamos. —Luc la ayudó a levantarse. Cuando ella se tambaleó, él le miró los pies y frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
Negando con la cabeza, Luc se arrodilló y le quitó los zapatos. «Ahhh…». El placer fue casi orgásmico. Alyssa no se había dado cuenta de cuánto le dolían los pies. Estrenar zapatos era horrible, pero estaba tan cansada que había dejado de notar el dolor.
—¿Te duele? —murmuró Luc, alzándola de nuevo contra su pecho.
—Puedo andar —protestó ella.
Él la miró fijamente con aquellos ojos oscuros e inescrutables.
—Sí, pero no es necesario. Conecta la alarma.
Cuando pasaron ante la centralita, él se detuvo y ella tecleó el código. Una vez hecho, él se aseguró de que la puerta estaba cerrada con llave y comenzó a subir las escaleras.
—Peso demasiado para esto —insistió ella.
Luc se rió.
—Una vez, me pasé el verano cargando sacos de cincuenta kilos de grano en los muelles, acarreaba un saco en cada hombro. Llevarte en brazos de un lado para otro es como cargar con un niño pequeño.
«Mentía, pero era tan tierno…». Alyssa sonrió y cerró los ojos, disfrutando de su cercanía y preocupación. Santo Dios, aquello era el Paraíso. Pero acabaría pagándolo al día siguiente con el último trocito de su corazón.
* * *
Luc se giró y se hundió en una cama muy confortable. Había un olor muy agradable, como a melocotones y a canela. «Mmm…». Y tenía a su lado un cálido cuerpo femenino, relajado como sólo permitía la confianza absoluta. Movió una mano tentativamente y se encontró una exuberante cadera bajo los dedos.
Su erección matutina le exigió mucho más.
Abrió los ojos y observó las paredes blancas, las cortinas suaves y las sombras de la mañana. Y la suave y rítmica respiración de la rubia platino que le acompañaba.
Alyssa.
Al instante, se tensó de deseo, ansiedad y confusión.
¿Qué demonios había ocurrido el día anterior? Cuando se despertó, después de haber mantenido unas relaciones sexuales increíbles, se dio cuenta de que Alyssa no estaba con él en la cama. Ella no había respondido a sus llamadas al móvil y se sintió cada vez más inquieto. Cuando un poco después la encontró, por fin, en el Bonheur, ella estaba entre los brazos de Tyler, y Luc sintió tantos celos que comenzó a ver rojo.
Existían varias razones por las que no entendía su propia reacción. La principal era porque no le había mentido a Alyssa cuando le dijo que creía improbable que se hubiera acostado con Tyler. A Luc le había llevado su tiempo llegar a esa conclusión, pero sabía que era verdad. Alyssa era demasiado ambiciosa para arriesgar el éxito del Bonheur por un polvo.
No es que aquello le proporcionara un gran alivio, pues dudaba mucho que la relación que mantenían Alyssa y Tyler fuera platónica. Pero tampoco era probable que si Luc no estuviera allí, el gorila ocupara su lugar, aunque era algo que podría ocurrir cualquier otro día.
Intentó ignorar la imagen que apareció en su mente mientras apretaba a Alyssa contra su cuerpo.
Lo que Luc no lograba comprender era por qué le importaba tanto con quién se acostara Alyssa. Recordaba todas las relaciones que había mantenido durante los últimos seis años —la mayoría a tres bandas—, y jamás había sentido deseos de agarrar a la chica y reservársela para sí mismo. Y ahora, sin embargo, era un impulso incontenible.
«Los celos sólo aparecen cuando se tienen sentimientos hacia una mujer».
Deke había hablado de sentimientos. Y Luc sólo tenía unos días para averiguar qué hacer con ellos. El día anterior, ella se había alejado de él. Él había notado la distancia que interpuso entre ellos. Aquella realidad le había hecho sentir un pánico irrefrenable que no comprendía. No era probable que volviera a ver a Alyssa después de esa semana. ¿Por qué dejarla entrar en su vida cuando no tenía cabida en el futuro que había imaginado? Ni su aspecto ni su manera de comportarse encajaban en lo que él esperaba de una madre; desde luego, la suya no había sido así. Y si continuaba adelante con sus planes de recurrir a la medicina para tener un hijo, o aunque acudieran a un banco de semen, quedarse embarazada sería un suicidio profesional. Sí, vale, también era la propietaria del Bonheur y podía hacerse cargo del restaurante estando embarazada… Pero seguía pasando mucho tiempo en «Las sirenas sexys». Además, la fecundación in vitro no era precisamente lo que a uno se le venía a la mente cuando la tenía delante. Y ésa era su única alternativa para ser padre. Pero, al mismo tiempo, necesitaba follar con ella para no volverse loco. Para que cuando volviera a Texas, pudiera centrarse en Emily y en su sueño de paternidad.
El problema era que, en realidad, le gustaba Alyssa. Como mujer y como persona. Y lo que había entre ellos no era sólo sexo.
Peor aún, la noche anterior él había sentido un extraño placer al encargarse de ella. Alyssa trabajaba muy duro, atendía todas las necesidades que planteaban sus negocios y los empleados antes de ocuparse de sí misma.
Cuando él se hubiera ido, ¿quién se encargaría de ella?
Tyler.
Santo Dios, sólo el nombre de aquel hombre le corroía por dentro. Cerró los ojos con fuerza. ¿Por qué demonios debería estar tan celoso de otro hombre cuando era él quien la tenía desnuda a su lado?
«Porque no va a durar».
Ignorando aquel feo pensamiento, se incorporó y miró el reloj que había sobre la mesilla. Las diez y dieciocho. «Guau», los dos estaban tan cansados que habían dormido más de nueve horas.
De repente, ella rodó lentamente hacia él y abrió los ojos. Tenía una mirada somnolienta y los ojos manchados con una sombra negra de rímel. Pero en vez de parecer un mapache, parecía vulnerable.
En cuanto lo vio, Alyssa apartó la mirada con una expresión de pánico.
—¿Qué ha pasado?
Maldición, se volvía a alejar, cuando lo que Luc quería era sentir que se fundía contra él otra vez, que le rodeaba confiada con los brazos, que le ofrecía los labios.
Luc le acarició el hombro para tranquilizarla.
—Nada. Tenías hambre y estabas cansada. ¿Recuerdas que te di de cenar anoche?
De inmediato, ella se ruborizó y asintió con la cabeza.
—De tu mano.
Él sonrió.
—Sí. Luego te traje a la cama en brazos. Te quedaste dormida cuando estaba subiendo la escalera.
Ella se cubrió la cara con las manos y lo miró entre los dedos.
—¿En serio?
Luc asintió con la cabeza.
—Como un tronco. Mascullaste algo sobre que no querías que se estropeara el vestido, así que te lo quité y te metí en la cama.
Alyssa se retorció y parpadeó.
—Pero me has desnudado del todo.
—No sé lo que usas para dormir… y me gusta verte así.
Ella puso los ojos en blanco y emitió un suspiro.
—¿Qué hora…? ¡Oh! —Alyssa miró el reloj y maldijo por lo bajo—. Deberíamos estar en el restaurante a las doce. Creo que los demás llegarán a las dos.
—Bien. Entonces tenemos tiempo.
—¿Para qué? —le dijo entrecerrando los ojos con desconfianza.
Tenía el cuerpo apretado contra el de él. No podía tener ninguna duda de que él la deseaba. Pero la expresión de Alyssa decía que el sexo no ocupaba el primer lugar en su mente y Luc imaginó que todavía tenía que hacerle alguna pregunta sobre el día anterior.
—En primer lugar, para desayunar —le aseguró.
—¿Y qué más?
—Cualquier cosa que se nos ocurra.
Ella se sentó en la cama envuelta en las sábanas. La tela ocultaba sus exuberantes curvas, pero a la vez las resaltaba. Luc se volvió loco de deseo.
—Vamos a ahorrarnos tiempo y saliva. Contéstame a una pregunta. ¿Qué hay entre nosotros?
«Eso era ser directa». Luc la admiró de verdad por tener el valor de preguntar lo que realmente quería saber y no tomar el camino fácil.
—No lo sé. —Le respondió con sinceridad—. Lo único que sé es que me gustas, te deseo y sólo de imaginarte con Tyler me vuelvo loco de celos.
Ella hizo una pausa.
—¿No te suele ocurrir?
Luc negó con la cabeza. Se dio cuenta de que en ninguna relación que él hubiera mantenido se había tomado tiempo para conocer a una mujer salvo para lograr sus propósitos. Un medio para alcanzar un fin, para conseguir que la mujer hiciera lo que él quería. Pero a Alyssa quería conocerla porque le tenía absolutamente fascinado.
—A mí tampoco —admitió ella—. No suelo mantener… relaciones.
Él frunció el ceño.
—¿No sueles involucrarte sentimentalmente?
Alyssa se rodeó las rodillas con los brazos y se las apretó contra el pecho.
—Me cuesta mucho confiar en la gente. No suelo intimar demasiado con los hombres. —Le lanzó una mirada de advertencia—. Se supone que esta casa es mi lugar de retiro, mi refugio zen, de ahí las paredes blancas, las fotos en blanco y negro de naturaleza y corrientes de agua. Cuando vengo aquí es para evadirme, no para follar.
Si no la entendía mal, ella estaba diciéndole que jamás había llevado allí a otro hombre. ¿Cómo encajaban Tyler y las llaves? ¿Sería sólo una cuestión profesional? El hecho de que Alyssa hubiera roto su propia regla dos veces con él decía mucho sobre sus sentimientos. El regocijo que sintió en el pecho al comprenderlo, le aterrorizó.
Santo Dios, ¿acostarse con Alyssa durante cuatro días serviría realmente para quitársela de la cabeza o sólo para estar más colgado por ella?
—Yo he tenido pocos amigos íntimos, así que esta situación también es extraña para mí.
Es decir, que a ella, él le importaba. No es que fuera gran cosa, pero por algo se empezaba. La pregunta era… ¿adónde les conduciría eso? Luc no lo sabía.
—¿Hay alguna razón por la que no te involucres emocionalmente? —Sabía por experiencia que las emociones hacían que el sexo fuera más intenso. Era la razón por la que le gustaba sentir algo por sus parejas.
—No me gustan las complicaciones y no creo en los finales felices. Todas las noches veo montones de hombres casados en el club. Darían lo que fuera por acostarse conmigo, o con alguna de las chicas, sin pensar ni un momento en su esposa. —Esbozó una amarga sonrisa—. Tú mismo estás engañando a tu novia. No soy estúpida, Luc. No quiero acabar con el corazón roto.
¿Fue por eso por lo que ella se largó sin despedirse la mañana anterior? ¿Porque él le afectaba emocionalmente? ¿Y por qué le agradaba tanto pensar que era así?
—¿Adónde nos conduce todo esto? —susurró él.
—Si fuéramos listos, lo dejaríamos ahora mismo.
No hasta que él estuviera preparado para hacerlo. Y a pesar de lo triste que parecía, no creía que fuera tampoco lo que ella deseaba.
Así que se acercó más y le rozó la boca con la suya.
—No creo que pueda comportarme de una manera inteligente en nada en lo que tú estés implicada.
Notó que ella contenía el aliento, y le deslizó los labios por el cuello, notando cómo le palpitaba el pulso.
—Luc… —Alyssa le puso una mano en el hombro.
Él estuvo seguro de que tenía intención de apartarle pero, sin embargo, cerró el puño en su pelo y le acercó más, rozándole la mandíbula con los labios, mordisqueándosela de camino hacia la oreja.
Luc se estremeció. Santo Dios, ¿qué le hacía esa mujer? Cuando estaba con ella perdía la cabeza.
O, peor todavía, el corazón.
Alyssa se puso de rodillas a su lado y lo empujó hasta que cayó de espaldas sobre la cama. Luc se dejó hacer, gimiendo cuando ella arrancó la sábana y se colocó encima de él, depositando un rastro de besos ardientes sobre su pecho. Volvió a hacer aquello que le hacía en las tetillas y, maldita sea si no estaba tan duro que ya no podía pensar.
Cuando ella le deslizó la mano por el abdomen y le rodeó el miembro con los dedos, él soltó un grito.
—¿Te gusta que haga esto? —le preguntó ella, como una tímida esposa, mientras le acariciaba la longitud con la punta de los dedos.
—Joder, sí.
—Todos te consideran un hombre muy controlado. Un perfecto caballero sureño. —Se rió—. Pero en la cama no eres un caballero.
Una vez más, le acarició de arriba abajo, apretándolo, haciéndole arder donde le tocaba. Cuando le pasó el pulgar por el glande, Luc arqueó la espalda y abrió mucho los ojos.
«¡Jesús!».
Alyssa le daba un nuevo significado al placer. Estaba seguro de que cada gota de sangre de su cuerpo estaba entre sus piernas. La presión era vehemente y cada roce acumulaba otra sensación sobre las que ya sentía.
Entonces, ella se deslizó hacia abajo.
—Ésa no es una buena idea —graznó él.
Pero le enredó los dedos en el pelo y la ancló entre sus piernas, guiándola hacia su polla.
Ante el primer roce de su boca, el deseo se descontroló. Apretó los dientes.
—Oh, Dios mío.
Mirarla. Tenía que verla. Luc no quería perderse ni un momento mientras sentía su boca sobre él. Ella movió las pestañas, y sus vivaces ojos azules le golpearon en el corazón. Aquella dulce boca abierta para él, el hinchado labio inferior era el lugar perfecto para su polla. La vio sacar la lengua un poco para lamerle el glande como si fuera un pirulí. Entonces, ella gimió y se humedeció los labios. Y él perdió la razón.
—Chúpamela —le ordenó—. Métela en la boca y succiónamela.
Pero Alyssa se limitó a arquear una ceja y a lamerle los testículos, deslizando el pulgar de arriba abajo por la rígida longitud. Luc se vio atravesado por una nueva sensación, como si alimentaran una hoguera con gasolina.
—No me des órdenes. Si te la chupo será cuándo y cómo yo quiera.
Luc le dio un tirón en el pelo. Alyssa se estaba burlando de él, y eso no era una buena idea. Se tensó y apretó los dientes con fuerza mientras intentaba dominarse. Pero ella deslizó la lengua por su miembro otra vez y le rozó el sensible glande con los dientes. Él gimió de placer. Jamás había sentido antes un deseo tan doloroso, pero lo que ella le hacía era… Maldición…
Se agarró la polla y la guió hacia la boca de Alyssa.
—Chúpamela ya —le ordenó con la voz apremiante y tensa. Ya se disculparía más tarde. Ahora mismo necesitaba sentir la húmeda seda de su boca calentándole el pene.
En el momento en que ella curvó la lengua en torno a su miembro, Luc contuvo el aliento. Una urgente sensación le atravesó y le bajó con rapidez por las piernas. El deseo consumió su cuerpo mientras Alyssa movía la cabeza. Una bella estampa.
Lo introdujo hasta el fondo de la garganta antes de comenzar a succionar con fuerza. Luc casi perdió la razón. Luego ella le pasó la lengua por el glande y le clavó las uñas en los muslos. El deseo creció rápidamente, llevándolo hasta los límites del aguante y el control. Maldita sea, sólo treinta segundos y ya estaba a punto de estallar. Luc comenzó a jadear. Le tiró del pelo, intentando detenerla. Cada llameante sensación, cada abrasador escalofrío actuaba en su contra. Santo Dios, no iba a poder resistir ese placer durante mucho más tiempo.
Pero no, no se correría en su boca. Lo haría en su sexo. Tenía que ser allí. Se había convertido en su lugar favorito. A pesar de lo mucho que le gustaba su boca y de no poder esperar para volver a probar su culo… necesitaba estar dentro de su parte más femenina, haciéndola alcanzar un orgasmo tras otro, antes de dejarse llevar él también por el éxtasis.
Pero primero, iba a darle a esa bruja descarada un poco de su propia medicina.
La apartó de su polla y se oyó un sonoro «plop» cuando lo consiguió. Ella intentó tomarle otra vez, gimiendo de frustración.
—No he terminado —gruñó.
—Por ahora, sí. Es mi turno.
La anticipación le inundó cuando la rodeó con los brazos y la alzó sobre su cuerpo, colocando los muslos de Alyssa a ambos lados de su cabeza.
—¡Luc! —protestó ella.
Él no se molestó en responderle. El olor de su almizclada esencia lo envolvió, incrementando todavía más el deseo de probarla. La sangre le hirvió en las venas cuando la sujetó por las caderas. Levantó la cabeza, deslizando la lengua por los empapados pliegues de su sexo y buscando el clítoris. Estaba mojado, hinchado y duro. «Perfecto».
Cuando lo succionó entre los labios, ella emitió un agudo gemido y se agarró al cabecero como si tuviera que sujetarse para no caerse. Luc sonrió y pasó la lengua por aquel nudo de terminaciones nerviosas.
—Oh, Dios mío… Oh, Luc… —jadeó ella—. ¡Así! Más deprisa. No puedo…
Le rozó el clítoris con los dientes suavemente, con la presión suficiente para demostrarle que, de hecho, sí podía. Ella alcanzó el éxtasis al instante.
La joven gritó de placer, y fue el sonido más dulce que hubiera oído Luc jamás. La liberación de Alyssa provocó una necesidad primitiva y una satisfacción diferentes a cualquiera que él hubiera sentido antes. Siempre le había gustado dejar saciadas a sus parejas, pero ahora era tan gratificante como frustrante. Increíble… pero no suficiente. Ni de lejos.
Luc paladeó los fluidos que brotaban de su cuerpo. Sin duda, los iba a necesitar más tarde. Pero ahora, él quería más en su lengua. Muchos más.
Inmovilizándola con una mano en su cadera, le deslizó la otra por el interior de los muslos, hasta introducir un dedo en su interior. El calor de Alyssa lo envolvió al instante entre sus palpitantes músculos internos, todavía latiendo por el clímax.
—No quiero más jueguecitos. Quiero que me folles de una vez.
No hasta que ella estuviera bien preparada. No hasta que él hubiera derribado aquel muro que se había erigido entre ellos. No hasta que ella se hubiera rendido a él por completo.
Luc no perdió el tiempo con palabras. Le deslizó los dedos en el sexo tenso y apretado. Santo Dios, cada vez que se introducía en su interior encontraba una deliciosa resistencia. Hoy era incluso mejor porque todavía estaba inflamada de su último encuentro.
Sumergió los dedos en su interior con un giro de muñeca. Unos segundos y algunas caricias después, encontró aquel suave y sensible lugar en su interior y lo frotó sin misericordia mientras buscaba de nuevo el clítoris con la boca.
Ella se quedó sin respiración, se aferró a las sábanas, arqueándose para intentar atenuar las sensaciones.
Luc notaba en los dedos y en la lengua que la carne de Alyssa todavía se hinchaba y humedecía más. Ella comenzó a jadear y a gemir.
—Luc. Oh, Luc… Por favor. Es demasiado. Demasiado fuerte. ¡Ooooh!
En ese momento, él quería proporcionarle el tipo de placer que la devastaría, que destrozaría cualquier tipo de resistencia para siempre.
Capturó el clítoris con la lengua como si fuera un caramelo, haciéndolo rodar arriba y abajo, de un lado para otro. Ella tenía los músculos tensos y cerró los puños sobre el cabecero, envuelta en el frenesí mientras sus pliegues se hinchaban todavía más. Luc apartó la boca un momento para mirarle el sexo. ¡Sí! La carne latía con un encendido color rojo que exigía satisfacción.
Ella respiró hondo durante ese momento de alivio hasta que aquella dolorosa y estremecedora sensación la envolvió y le exigió la liberación.
Entonces gritó.
—¡Luc!
—No quiero detenerme, ¿y tú?
—No. Por favor, no…
Fue todo lo que él necesitó. Sonriendo ampliamente, volvió a sujetar el clítoris entre los labios y a succionarlo. La trabajó con dientes y lengua, chupando hasta que el cuerpo de Alyssa se tensó por completo y comenzó a correrse y a gritar de una manera salvaje.
Luc se sintió lleno de satisfacción. Dios, le encantaba aquello.
Pero todavía no había acabado con ella.
La deslizó sobre su cuerpo hasta las caderas, y le separó más las piernas con las rodillas, sujetándose la polla anhelante con la otra mano.
—¡Un momento! —jadeó ella, intentando coger aliento—. ¿Y el condón? Ya se nos olvidó la última vez.
Él también había estado demasiado ocupado y abrumado para pensar en ello.
Luc vaciló.
—Estoy sano —dijo finalmente.
—Yo también, pero no estoy tomando la píldora…
Luc se incorporó sobre la cama y cubrió la boca de Alyssa con la suya. No había necesidad de dejarle terminar esa frase. No importaba, y él no quería pensar en ese tema ni, mucho menos, confesar su esterilidad. Quizá debería ponerse un condón, pero penetrar a Alyssa sin protección era una experiencia sublime que no quería perderse.
Por un segundo, ella se opuso al beso, pero Luc continuó devorándola ardientemente hasta que ella se unió a él, derritiéndose, moviendo la boca con la misma ferocidad.
Consumido por las llamas, la hizo bajar unos centímetros más, ofreciéndole su erección.
Penetrarla fue un poco más fácil esta vez, pero no del todo. Era tan ardiente y devastadora como esperaba. La fricción de su carne le hizo emitir un desgarrador gemido. Luc apretó los dientes para no explotar, en especial cuando ella contuvo el aliento y le tiró del pelo. Alejar aquella frenética sensación resultó todavía más difícil cuando Alyssa se contorsionó encima de él, asegurándose de que la punta chocaba contra el útero. Luc no podía estar más profundamente en su interior.
Era asombroso. No, era jodidamente asombroso.
—Cariño… ¿te gusta?
Alyssa gimió una respuesta. Él sonrió. Entonces la alzó, retirándose lentamente.
Cuando volvió a penetrarla hasta el fondo, el placer le hizo hervir la sangre y provocó que su polla comenzara a latir. Era un éxtasis completamente abrumador. La deseaba de una manera insaciable e indiscutible. Le había hecho alcanzar un deseo tan profundo, que esperaba no convertirse en un ariete. Quería que Alyssa se corriera otra vez. Aquello no era negociable a pesar de lo mucho que él necesitaba alcanzar el orgasmo.
Apretando sus caderas contra las de ella, comenzó a embestirla con unos envites profundos y duros, enterrándose por completo en su interior, ardiendo, sintiendo que ella latía alrededor de su polla. Un empuje tras otro, cada vez más duro y más rápido. El sexo no era sólo sexo. Era algo intenso e increíble. Contener el placer se hizo más difícil con cada estocada que asestaba dentro del cuerpo exuberante de Alyssa, en especial cuando ella palpitó en torno a su miembro, jadeando y gimiendo.
—¡Sí! —gritó, arqueando el cuerpo contra él—. Luc… ¡Oh, Dios mío!
Oírla gritar su nombre le hizo perder totalmente el control. Quería estar dándole placer a Alyssa durante horas… durante días. Pero el calor que le envolvía le hizo entrar en combustión, inflamándole como si fuera un líquido incendiario. La presión, la necesidad y el deseo estaban a punto de romper su contención. Pero aun así, se prometió que Alyssa se perdería con él.
El pecho de la joven oscilaba de arriba abajo ante su boca, y él tomó la sensible punta con la boca y succionó. Ella arqueó la espalda, apretando el pezón contra la lengua de Luc.
Y allí, contra su piel, él susurró:
—Córrete…
—Sí —sollozó ella, ciñéndole el pene con sus músculos internos.
Luc ya no pudo dominarse más. Le hormigueaba la espalda. Tenía los testículos tensos. Además, Alyssa le mantenía preso con su sexo, ordeñándole con unas pulsaciones duras mientras le cubría la cara con unos besos desesperados y le rodeaba el cuello con los brazos. Luc se aferró a ella cuando la llenó tan profundamente como era posible, casi dentro del útero.
Por un momento, voraz e indefenso, imaginó a Alyssa con su anillo en el dedo, a su lado en la cama todas las noches, en su casa, con su hijo creciendo en su vientre. Aquel pensamiento hizo astillas su autocontrol y el orgasmo lo inundó. Con la imagen bailando todavía en su mente, explotó e inundó el sexo de Alyssa.
Después del último estremecimiento, volvió a recuperar la razón. Qué fantasía tan jodidamente ridícula… por muchas razones.
En ese momento, Alyssa se dejó caer sobre él. Aunque no debería, Luc disfrutó al sentir los latidos del corazón y el cuerpo saciado y laxo de la joven. Le pasó la mano de arriba abajo por la espalda húmeda, tranquilizándola.
—¿Estás bien, cariño?
Ella asintió con la cabeza y rodó a un lado para sentarse en el borde de la cama.
—Genial.
Ella sonaba más bien agotada y confundida, y él no podía olvidar que las últimas palabras que habían salido de su boca, antes de que él la sedujera, fueron que debían poner fin a lo que había entre ellos.
Ahora, existían pocas probabilidades de que eso ocurriera. Luc no había acabado con ella. No lograba sacársela de la cabeza. Aquella alocada fantasía sobre el futuro que había aparecido en su mente era la prueba más evidente. Pero ella ya estaba intentando escapar, dejando claro que Luc tendría que esforzarse más para volver a acostarse con ella los próximos tres días. Su mente ya barajaba varias ideas para conseguirlo. E iba a disfrutar con ello.
En el interior del Bonheur, el personal de cocina estaba recogiendo los últimos servicios. Alyssa había recorrido el local durante toda la noche, tanto el comedor como el patio, asegurándose de que todo estaba perfecto y los clientes satisfechos. Miró el reloj. Faltaban menos de diez minutos para cerrar las puertas y que finalizara la primera jornada auténtica —y exitosa— de su nuevo negocio.
Menos de diez minutos durante los cuales Luc seguiría sacando la cabeza de la cocina, buscándola con la mirada y haciéndole tiernas preguntas sobre su bienestar. Tanta ternura iba a destrozarle el corazón, y si él continuaba presionándola, Alyssa no sabía lo que haría.
Necesitaba algunos minutos para sí misma. Entonces podría volver a mirarle con la armadura colocada en su lugar.
Cerró la puerta de la oficina, encendió la luz y respiró hondo. Luc la abrumaba. Era intenso y exigente aunque tenía un lado tierno; ella lo había visto. Pero tenía un secreto que le corroía por dentro. Algo que le atormentaba profundamente, y Alyssa no sabía qué era.
Suspiró y se acercó al escritorio nuevo. Si Bonheur tenía éxito, se trasladaría allí, llevaría el portátil y los archivos. Nombraría a una de las chicas, por ejemplo a Sadie que era la más responsable, gerente, y así podría pasar más tiempo en el restaurante. Había trabajado muy duro para lograr el éxito, para cambiar su vida. Pensar que nunca más tendría que desnudarse ante nadie era algo que la satisfacía enormemente. Y si lo lograba, podría decir que lo había hecho todo por sí sola.
Durante un momento, Alyssa se preguntó qué habría pensado su madre sobre sus logros. Pero luego se dio cuenta de que se habría avergonzado de cualquier cosa que tuviera que ver con «Las sirenas sexys» y hacer striptease… y de todo lo que había tenido que hacer antes. La buena de Trisha siempre había tenido el talento natural que poseen las mujeres de Berverly Hills para esconder la cabeza como los avestruces, en especial antes de las diez de la mañana.
Y ya no importaba. Su madre había muerto y el futuro se extendía ante ella… Dejando a un lado el tema de Luc, Bonheur había funcionado bien esa noche. Era un principio alentador.
Hizo girar el mullido sillón del escritorio para hundirse en él y… soltó un grito agudo.