La música retumbaba en los oídos de Luc.
Cuando sonaron los últimos acordes y Alyssa se dejó caer de manera sugestiva al lado de la barra de stripper con su tanga de encaje —y nada más— Luc se puso tan duro que casi le dolía.
En el momento en el que la música murió, la multitud que llenaba el club prorrumpió en un atronador aplauso. Luc apretó los dientes. En ese momento, cada hombre del local estaba empalmado gracias a la mujer que él se moría por llevar a la cama. Una y otra vez. La mujer a la que no debería tocar.
Después de más de dos minutos de vítores y aplausos, los clientes del club se sentaron. Con una traviesa sonrisa en los labios y, tras ponerse aquella pequeña chaqueta de lentejuelas roja que apenas le cubría los pezones, Alyssa agarró el micrófono.
—Gracias a todos por estar aquí esta noche —dijo ella todavía jadeante—. Habéis sido vosotros, con vuestro entusiasmo, los que a lo largo de los últimos cinco años habéis hecho de «Las sirenas sexys» un lugar especial. No sabéis cómo me alegro de que hayáis decidido compartir con nosotros esta velada.
Alyssa pestañeó, enardeciendo a la multitud. Luc quiso vomitar. No, no era cierto. Lo que quería era sacarla de allí, echársela al hombro y prohibirle que volviera a subirse a ese escenario para desnudarse en público.
Suspiró. Comportarse como un cavernícola era más el estilo de Deke. Y Alyssa no era suya. Jamás lo sería.
¿Por qué demonios se había dejado convencer para quedarse cocinar durante toda la semana? Ah, sí. Se sentía culpable. Tres meses antes, ella había cumplido su parte del trato. No era culpa suya que él no hubiera podido —que todavía no pudiera— controlarse. Tampoco era culpa de Alyssa que Deke se hubiera largado entonces dejándola a solas con el lado más oscuro de Luc. Dado que ella habla invertido todos sus ahorros y su futuro en ese nuevo restaurante, él le debía las siete clases magistrales que le había prometido. Aquellos asombrosos pechos, las acusadoras preguntas que Alyssa le había hecho con tanta dulzura y sus propios recuerdos habían obrado en su contra. No había podido librarse.
Después de agradecer la asistencia de la multitud durante un rato más, ella se bajó del escenario y se abrió paso entre sus admiradores. Tyler, el gorila, le consiguió una silla sin dejar de revolotear a su alrededor con aire protector. Con los brazos cruzados y el ceño fruncido, resultaba muy amenazador. Pero no lo suficiente para disuadir a los más fervientes admiradores. Éstos se acercaron todo lo que pudieron y, algunos, incluso le deslizaron billetes en el tanga. Ella les apartó las manos con una picara sonrisa, pero aquello no les detuvo.
Un tipo con una camiseta de la Universidad de Louisiana se abrió paso entre el gentío y se acercó a Alyssa, plantándole un beso en la boca. Ella no se apartó, aunque le puso las manos en los hombros. Unos instantes después, Tyler empujó bruscamente a aquel tipo y lo mandó hacia la puerta con una mirada que no auguraba nada bueno. Acto seguido el gorila se acercó más a Alyssa, anunciando que ella era suya por todos los poros de su piel.
Negándose a mirarlos durante más tiempo, Luc maldijo para sus adentros y reconoció la amarga verdad. Ella le había tomado el pelo. La noche que pasó con Alyssa, ésta le había jurado que hacía casi dos años que un hombre no entraba ni en su cama ni en su cuerpo. Entonces la había creído. La había sentido demasiado estrecha.
Viendo aquel tumulto de gilipollas babeantes, sabía que no era posible que su cama hubiera estado vacía más de dos días.
Pero no importaba si Alyssa se acostaba con el gorila, con todos sus clientes o con toda la población masculina de Louisiana. Luc había hecho un trato y lo cumpliría. Además, mantendría las manos alejadas de ella durante una semana, no importaba lo encantadora que fuera. Tenía un futuro en el que pensar y, si Dios quería, pronto tendría también una esposa y un hijo.
* * *
A las tres de la madrugada, cuando finalmente estuvieron cerradas las puertas del club y todos se hubieron marchado, Luc y Alyssa se quedaron solos.
Ella se permitió saborear durante un momento el hecho de que, si todo iba bien, había realizado el último striptease de su vida. Jamás tendría que volver a exhibir su cuerpo para poder comer. Lo había hecho durante catorce años. El restaurante representaba el futuro, el billete para una vida mejor. Trabajaría lo duro que fuera necesario para no tener que volver a enseñar las tetas a unos desconocidos. Luc era justo lo que necesitaba para tener éxito. Menos mal que lo había convencido para quedarse.
Por el bien del restaurante… y por el suyo propio.
Él permanecía erguido a su lado, tan tenso como un tambor. Alyssa sonrió. Aquel delicioso y nervioso chef no tenía ni idea de lo que se le venía encima.
—¿Estás seguro de que quieres ir ahora al restaurante? —le preguntó.
Él asintió con la cabeza.
—Ver el lugar me servirá para estructurar los platos, para sentir el influjo de la comida. Es necesario que conozca al personal, aunque ya he hablado con tus cocineros y con el gerente por teléfono, todos han seguido mis instrucciones al pie de la letra. Ya hemos previsto el menú de esta semana. ¿Te has encargado de comprar la lisia de suministros que envié?
Alyssa asintió con la cabeza y le lanzó una mirada descarada.
—Tienes unos gustos muy caros, señor Traverson.
—Es una inversión productiva, recuperarás el dinero, señorita Devereaux.
Ella sabía que él mismo se aseguraría de ello. No quería deberle ni una puñetera cosa cuando se largara. Pero Alyssa había previsto que las cosas ocurrieran de otra manera. Se había prometido a sí misma que a finales de semana poseería a Luc en cuerpo, mente y alma.
Condujeron, cada uno en su coche, hasta donde estaba situado el restaurante. Alyssa no quiso tener en cuenta que él se había negado a ir en el mismo vehículo que ella.
En cuanto llegaron, Alyssa sacó las llaves del bolso y abrió la puerta. Una vez dentro, se acercó a la esquina y accionó el interruptor de las luces de ambiente. Había luces más intensas, por supuesto, pero ¿para qué encenderlas? No servían a sus propósitos.
Alyssa observó su obra. Era… simplemente elegante. Un ventanal ocupaba una de las paredes, el resto eran paneles de madera oscura sobre las que había distintos detalles en dorado, marrón y tierra, salpicados con algunos toques de color borgoña y chocolate. El amplio espacio tenía una atmósfera acogedora y expectante, como si esperara a los clientes. Había sillas y mesas por todas parles, en unas cuantas se había colocado la vajilla de porcelana china y la cristalería, así como las servilletas de lino, para que ella se hiciera una idea de cómo quedaba. En la pared del vestíbulo había un letrero donde se podía leer el nombre del restaurante, BONHEUR. Siempre que lo veía se sentía orgullosa de sí misma.
Miró a Luc por el rabillo del ojo. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y estudiaba el restaurante con mirada especulativa. A Alyssa le palpitó más rápido el corazón mientras esperaba su respuesta. No tenía sentido que deseara su aprobación con tanta intensidad… pero no podía evitarlo.
—Y bien, ¿qué te parece? —dijo ella respirando hondo.
—Bonheur —murmuró él—. En francés significa «felicidad».
—Pensé que era adecuado. Quiero que los clientes sean felices aquí. Y rezo para serlo yo también.
—Me gusta. ¿Tienes la intención de ofrecer cenas a grupos? ¿O te inclinarás más por las cenas íntimas?
—Pensaba ofrecer las dos cosas.
Él volvió a recorrer las mesas con la mirada.
—Pues si quieres ofrecer cenas románticas, algunas mesas tienen que estar más alejadas de las destinadas a los grupos; yo las colocaría en las esquinas, son más acogedoras. La cafetería y el comedor… —Señaló hacia el centro de la estancia, donde un tabique a media altura separaba ambas zonas— están demasiado próximos. Resultará difícil separar los dos ambientes cuando la gente que está en el comedor puede ver a la que está bebiendo, riéndose y fumando. Mira al techo, ¿hay extractores de humo?
Era algo que Alyssa había pensado, pero no le gustaba dividir el espacio. Aunque él tenía razón.
—No hay zona de fumadores.
—¿Ni siquiera en la cafetería? Perderás algunos clientes.
—Merece la pena. Quiero que la cafetería sea para que la gente se tome un aperitivo mientras espera su mesa, no para clientes que no vayan a cenar aquí y que sólo busquen marcha o ligues. Para eso ya está el club.
Luc asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Ella tomó nota mental de desplazar las mesas más pequeñas a las esquinas y de llamar al contratista para arreglar el tema del tabique.
—¿Dónde está la cocina? —preguntó él.
Alyssa se mordisqueó los labios y se dirigió a una esquina, donde encendió más luces. Ella entendía de juegos y seducción, pero de restaurantes… de eso sabía él, y ahora era Luc quien rezumaba seguridad en sí mismo. Alyssa lo agradeció. Se había esforzado mucho para que la cocina del Bonheur resultara un lugar adecuado, un sitio en el que un chef de la categoría de Luc se sintiera orgulloso de cocinar.
Mientras recorrían el pasillo, tuvo conciencia de que Luc tenía los ojos clavados en ella. Notó que le rozaba los hombros con la mirada, que le abrazaba la cintura y que no era capaz de apartarla de su trasero. Ella sentía el rastro ardiente que iba dejando en su piel.
—La cocina no se ve desde el comedor. Bien pensado.
Cuando llegaron a la estancia, cubierta de acero inoxidable en su mayor parte, ella encendió más luces.
—He oído que a la gente no le gusta ver la cocina mientras está comiendo.
Una vez más, Luc cruzó los brazos sobre el pecho, estudiando lodo el local y asintiendo con la cabeza lentamente.
—Es muy agradable. Una zona de trabajo amplia y bien situada. Una cocina de doce fogones. ¿De gas?
—Por supuesto.
La aprobación que mostraba la cara de Luc la calentó por dentro.
—Es el número de fogones adecuados. Y cuatro fregaderos. Están muy bien colocados los utensilios en las paredes. ¿Y los calientaplatos?
Alyssa indicó un estante debajo de las encimeras y otro en el pasillo, donde los platos esperarían hasta ser llevados a las mesas.
—Muy bien. Y has instalado una gran cámara frigorífica. —Miró hacia la otra esquina, se acercó y abrió la puerta—. Tiene un buen congelador y mucha capacidad.
—Al final siempre se queda corto. —Ella sonrió.
—Mmm. —La miró como si estuviera combatiendo el deseo de devolverle la sonrisa—. ¿De qué material es este suelo? —dijo dando un golpecito en el suelo con la punta de la bota.
—De corcho. No se resbala, es fácil de barrer y fregar y es blando, lo que viene bien para la gente que tiene que estar mucho tiempo de pie.
Por fin, él la miró. Era evidente en su cara lo impresionado que lo había dejado.
—¿Lo has pensado todo tú sola?
—La mayor parte. El contratista también me ha echado una mano. Algunos clientes de «Las sirenas sexys» tienen negocios de restauración y les pedí consejo. El resto… investigué a fondo. Quería que todo resultara perfecto.
Algo cambió en la expresión de la cara de Luc. Se tensó mientras su mirada oscura se volvía huidiza y algo lejana.
—Pues has tenido éxito.
¡Maldita sea! ¿Qué había dicho para que desapareciera cualquier atisbo de calor de su rostro? ¿Era por haber mencionado a «Las sirenas sexys»? ¿Acaso ahora la consideraba poco más que una prostituta?
Alyssa alzó la barbilla. Conocía a los hombres. Incluso aunque Luc dijera que ella no era su tipo, sabía que le excitaba. Eso ya era algo.
De nuevo, él se centró en los negocios.
—¿A qué hora estará aquí el personal mañana?
—¿Te va bien a las doce?
—Perfecto. —Luc se dio la vuelta.
—Ya has aprobado los menús. ¿Necesitas ver algo más esta noche? —preguntó ella jugando con las llaves y preguntándose cómo recobrar la armonía que habían compartido sólo unos minutos antes.
«Paciencia —se dijo a sí misma—, ciñete al plan. La noche todavía es joven».
* * *
Luc siguió a Alyssa hasta el aparcamiento vacío del restaurante. La buena iluminación conseguiría que los clientes se sintieran seguros. Sin embargo en ese momento, a él le disgustaba profundamente porque podía ver cada movimiento de las tentadoras caderas de Alyssa mientras ésta se dirigía al coche. Se puso duro de nuevo.
Había ido en el 4x4 desde el club de striptease para no tener que estar confinado con ella en un espacio tan pequeño el tiempo que les llevaría recorrer tres manzanas. No se veía capaz de responder de sí mismo ni siquiera esos cinco minutos. En la cocina del Bonheur; le había asaltado el deseo de ponerla encima de una de esas encimeras de acero inoxidable y follarla hasta que perdiera el sentido. Así que, debía agradecer el comentario que ella había hecho sobre «Las sirenas sexys» y los favores que, probablemente, habría tenido que ofrecer a sus leales clientes a cambio de los consejos. Sólo de pensarlo tuvo que apretar los dientes, notando que se le revolvía el estómago. Se cabreó.
«Maldita sea, Alyssa es una stripper. No es el tipo de mujer que se pasa dos años sin sexo». Había sido un idiota al creerla cuando se lo había susurrado temblorosamente en la cama tres meses atrás. Se dedicaba a excitar a los hombres. Y era muy buena. No podía estar furioso con ella por conseguirlo con él, Alyssa no había ocultado nunca lo que era. Pero estaba enfadado con ella y, también, furioso consigo mismo porque le importara tanto.
En el aparcamiento había tres coches. Cuando apretó el botón del mando a distancia para desbloquear la puerta del conductor, la observó hacer lo mismo con su pequeño deportivo negro. Luc apretó los puños. Ahora, Alyssa se iría a su casa, se despojaría de aquella faldita, de ese top blanco, del sujetador rojo y de los puñeteros zapatos. Aunque ella no tuviera cabida en lo que él esperaba del futuro, lo único que deseaba en ese momento era seguirla. Ayudarla a librarse de cada una de esas prendas y hundirse en ese cuerpo perfecto y apretado.
Luc tragó saliva.
«Mantén la bragueta cerrada. Cocina y cierra la boca y, dentro de siete días, podrás largarte de Lafayette. ¿Acaso no posees un poco de control sobre ti mismo?».
En el aparcamiento resonó un chillido y le arrancó de sus pensamientos.
Alyssa.
A Luc se le detuvo el corazón y saltó del coche, corriendo como un loco por el asfalto. Ella chocó directamente contra su pecho. La sostuvo contra su cuerpo, agarrándola por los hombros desnudos.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó con rapidez.
Alyssa respiró temblorosamente.
—¡Cabrones!
Antes de que Luc pudiera preguntarle a quién se refería o qué quería decir, ella se volvió hacia el interior de su coche en busca de algo. Un momento después, le mostró un largo cuchillo de sierra con un papel clavado en la punta. La luz de los faroles hacía que la palabra «puta», escrita con lápiz de labios rojo intenso, brillara ante los ojos de Luc.
La sorpresa fue enorme, pero se transformó en furia rápidamente. Era irónico, él mismo lo había pensado hacía sólo un momento. Pero jamás se le ocurriría decirlo en voz alta, y mucho menos escribirlo en una nota y dejársela clavada en el asiento del descapotable.
—¿Quién puede haberlo hecho? —dijo con una profunda rabia vibrando en su voz.
Ella tiró el cuchillo sobre el asiento del acompañante y le lanzó una mirada de cautela por encima del hombro.
—Quien sabe.
Luc la hizo girarse hacia él y apretó los dientes.
—¿Quién-puede-haberlo-hecho?
Alyssa lo miró con cara de asombro.
—Mira, esto no es nada nuevo. Este tipo de cosas me ocurren a menudo.
«¿A menudo?». Aquello le enfureció aún más. Luc se acercó más a ella con el ceño fruncido amenazadoramente. Puede que a Alyssa no le preocupara, pero a él sí.
—¿Qué ha dicho la policía al respecto?
—¿La policía? —Ella negó con la cabeza—. Esto sólo es… una gamberrada. Quizá lo haya puesto un cliente del club que se haya enfadado porque no le presté la suficiente atención. Sí, es lo más probable.
Y también lo podían haber hecho en serio. Aquello no era para tomárselo a broma.
—¿Y si esto proviene de una mente lo suficientemente enferma para hacerte daño? ¿Desde cuándo recibes cosas de éstas?
—Como ya te he dicho, pasa de vez en cuando. Pero hace ya tiempo que…
—Entra en mi coche. —Terminó por decir Luc, sabiendo que no era lo más prudente quedarse en un aparcamiento oscuro ofreciendo un blanco perfecto. Puede que no fuera guardaespaldas profesional como su primo Deke, pero había pasado el suficiente tiempo con él y con su socio, Jack Cole, para saber que quedarse allí, a la intemperie, era algo que no debían de hacer.
—¿Qué? —le dijo ella llena de incredulidad—. No pienso dejar aquí el coche.
—Te voy a llevar a casa. Vas a llamar a la policía y a denunciar los hechos para que puedan investigarlos.
Alyssa vaciló, pero le sostuvo la mirada.
—Luc, me parece encantador que te preocupes de esta manera, pero…
—Entra en el coche de una puta vez.
Ella palideció y él maldijo por lo bajo. Tenía que controlar su carácter. Pero aquel estado de frustración sexual al que estaba sometido, unido a la alarma que sentía, hacía que le resultara muy difícil. ¿Acaso alguien tenía derecho a asustarla e insultarla? Luc cerró los puños y deseó poder incrustárselos a quién fuera que la estuviera amenazando.
Alyssa suspiró y Luc se preparó para una discusión, pero ella se dirigió al 4x4.
—De acuerdo.
Le abrió la puerta y la observó deslizarse en el interior con los mechones color platino balanceándose sobre los hombros. Parecía tranquila y reservada a pesar de que acababa de ser amenazada. ¿Sería sólo una fachada?
Meneando la cabeza, se dirigió al asiento del conductor. Cuando se sentó, ella estaba hablando por teléfono.
—Lamento llamarte tan tarde, Remy. Quería hacer una denuncia. Alguien ha forzado mi coche…
Alyssa le relató los hechos al policía con rapidez y frialdad. Luc sólo oyó un murmullo en respuesta, más en tono condescendiente que preocupado, y frunció el ceño. ¿Es que nadie se iba a tomar en serio lo sucedido?
Le arrebató el móvil y escupió un saludo.
—Tome huellas dactilares. Es verdad que Alyssa ha tocado el cuchillo, pero podría encontrar más huellas en él. Quienquiera que lo haya hecho forzó la cerradura del coche.
—Parece una gamberrada. Algunos jóvenes no saben donde están los límites…
—¿Que hayan clavado una nota con la palabra «puta» en el asiento le parece una gamberrada? ¿Lo encuentra gracioso?
Remy se aclaró la voz.
—No, no lo es. Pero no creo que nadie haya querido hacerle daño.
Luc hizo rechinar los dientes.
—¿Suele solucionar todos sus casos antes de visitar la escena del crimen?
Por fin, Remy se puso serio.
—Lo investigaré.
—Hágalo.
Alyssa se puso al teléfono.
—Gracias, cariño, te lo agradezco mucho.
Cuando finalizó la llamada, Luc abandonó el aparcamiento con rapidez. Apenas podía hablar.
—¿Cariño? Ese hombre ni siquiera quería investigar lo que ha sucedido y ¿le llamas «cariño»?
Ella encogió los hombros.
—Es una costumbre de Louisiana. Se cazan más moscas con miel que con vinagre.
—¿De veras? —la desafió—. ¿No será más bien una cuestión de «éste es mi cliente»? ¿Es uno de los tipos que te vio actuar esta noche?
Alyssa tragó saliva.
—Invité a las fuerzas del orden locales, incluyendo al sheriff. De esa manera la posibilidad de que los gamberros se descontrolen y me destrocen el club se reduce considerablemente.
Luc se aferró con fuerza al volante.
—Eso es que sí.
Combatió el deseo de golpear algo como le pedía el cuerpo e inspiró hondo. Durante la noche que pasaron juntos había sido fácil no pensar en que Alyssa tenía más amantes. Habían estado solos envueltos en la quietud de la casa. Nada de teléfonos, ni de clientes, ni de psicópatas dejando amenazadores «regalitos» en el coche. Sólo ellos dos e interminables horas de placer. Santo Dios, había sido un maldito ingenuo.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Qué importancia tiene que Remy y los chicos estuvieran allí?
La breve respuesta fue «ninguna».
—Si quieres preocuparte por algo —continuó ella—, hazlo por tu habitación en el hotel. Son casi las cuatro de la madrugada, es probable que Homer haya cancelado tu reserva y se la haya ofrecido a alguno de los turistas que han llegado para el festival que comienza mañana.
Él frunció el ceño. Después de todo lo que había sucedido esa noche, ¿Alyssa estaba preocupada por él?
—Di el número de la tarjeta de crédito para garantizar que me registraría esta noche.
Una misteriosa sonrisa de Mona Lisa jugueteó en las comisuras de la boca de Alyssa. Algo que le volvió a poner duro. Maldita sea, ¿cómo lo conseguía?
—Eso no sirve de nada con Homer. Estoy segura de que, al no aparecer después de que cerrara el club, creyó que la habitación estaba disponible. Pero si no me crees, llámale.
Presionó algunas teclas del móvil y se lo pasó.
—¿Tienes en la agenda el número del dueño del hotel? —Sólo se le ocurría una razón y era algo que le horrorizaba sólo de pensarlo. ¿Sería también cliente de ella?
Dios, iba a vomitar.
—Algunos de los clientes de fuera de la ciudad necesitan a menudo un lugar donde dormir la mona. Homer me suele echar una mano.
A Luc le gustó la explicación. Pero aún así, seguía haciéndose preguntas. ¿Acaso no había muchas strippers que se sacaban un dinero extra haciendo otro tipo de cosas?
Con el teléfono pegado a la oreja, Luc miró a Alyssa. Su rostro parecía dorado bajo la luz de las farolas que entraba a través de las ventanillas mientras recorrían la calle a toda velocidad, una vía llena de casitas de ladrillo rojo que llevaba hacia una vecindad de casas más grandes y elegantes. A pesar de haber estado allí sólo una vez, recordaba exactamente cómo llegar a casa de Alyssa. La imagen de la casa, decorada siguiendo la filosofía zen, estaba grabada a fuego en su cerebro.
Homer respondió en ese momento, mascullando las palabras. Resultó evidente que había estado durmiendo y que no le hacía demasiado feliz que le hubieran despertado.
—Luc Traverson al teléfono. Quería avisar de que llegaré dentro de unos minutos para registrarme. ¿Dispongo todavía de la habitación?
El hombre del otro lado de la línea se aclaró la voz.
—Bueno, cómo no ha aparecido por aquí, he pensado que…
Luc esperó, pero notó que perdía la paciencia otra vez al ver que el propietario del hotel parecía haberse quedado mudo.
—¿Qué pensó? ¿Le ha dado mi habitación a otra persona?
—Esperé hasta las dos y media y usted me aseguró que estaría aquí antes de medianoche. Llegó gente con críos, estaban muy cansados, y…
—¿Tiene otra habitación? —Cerró los ojos y apretó el teléfono contra la oreja.
—Estoy completo. Es la primera vez en este año, pero es que el festival atrae a mucha gente. Al parecer este año viene a tocar gente buena de verdad.
Luc se contuvo y contó hasta diez.
—¿Y mañana?
—No me quedará libre ninguna habitación hasta el martes. Hay un par de hoteluchos siguiendo la carretera… —dijo Homer con evidente antipatía—. Pero también estarán completos. Y le aseguro que no permitiría que durmiera allí ni mi perro. La limpieza deja mucho que desear.
A Luc le iba a estallar la cabeza. Estaba acostumbrado a viajar a ciudades cosmopolitas. Se alojaba en el hotel Crillon cuando viajaba a París, en el Dorchester cuando iba a Londres, en el Península en Tokio y en el Beverly Wilshire en Los Ángeles. El que se hubiera quedado sin habitación en el Cajún Haven de Homer, a las cuatro de la madrugada, fue la gota que colmó el vaso.
Oprimió el botón y finalizó la conversación. En lugar de ceder al deseo de tirar el móvil por la ventanilla, se lo devolvió a Alyssa con rigidez.
—Tienes razón.
—Pensé que sería mejor ahorrarte el viaje hasta allí, conozco a Homer muy bien.
Homer la debía de conocer también muy bien, ya que sin duda era otro hombre más a añadir a los que habían visto a Alyssa desnuda.
Luc suspiró. Tenía que dejar de importarle quién la había visto desnuda. Si no se controlaba, acabaría por querer arrancarle la cabeza a la mitad de la población masculina de Lafayette a lo largo de la semana siguiente. Se la había tirado una noche. Lo que ella hubiera hecho antes —o después— no era asunto suyo.
¿Dónde demonios iba a dormir esa noche?
—Tengo una habitación libre en casa —le propuso Alyssa con voz queda—. Está limpia y es tranquila…
—No quiero ser una molestia. —Porque si se alojaba en su casa, acabaría dentro de ella otra vez.
La última vez, cuando había pasado la noche con ella, había sido insaciable. Durante seis horas. No había habido nada demasiado caliente, demasiado lascivo, ni demasiado íntimo. Ella le había correspondido con el tipo de deseo que le hacía arder, avergonzar y disfrutar a partes iguales. Luc había tomado todo lo que ella le ofreció… y todavía más. Luego había vuelto a empezar. La había follado de todas las maneras posibles una y otra vez. Sin condón. Algo que no había hecho desde hacía más de una década, salvo con Kimber.
Y los recuerdos de aquella noche increíble con Alyssa le arrebataban cualquier brizna de control.
—No será una molestia. Yo tengo una habitación y tú necesitas una cama.
Alyssa alargó la mano suavemente sobre la de él cuando movió el cambio de marchas. Aquella caricia le tensó los testículos y le hizo hervir la sangre.
—Además —murmuró ella—. Quizá… tengas razón. Si lo que ha sucedido esta noche no es una broma, entonces será mejor que no esté sola. ¿No crees?
«Sí, estarías mejor sola».
Pero sería un auténtico bastardo si se lo dijera. Le dirigió una sonrisa forzada.
—Será un placer quedarme en tu casa.
* * *
Luc mentía como un cosaco. Pero ella no se quedaba corta. Le había ofrecido a Homer una gratificación para que no estuviera disponible la habitación que Luc había reservado y dudaba mucho que, a pesar de todo, alguien intentara hacerle daño esa noche.
Mientras recorrían las oscuras calles de Lafayette en el 4x4 de Luc, se sintió muy cansada, aunque llena de anticipación. Por fin iba a estar a solas con el hombre que deseaba, en su casa; en el mismo lugar donde ya habían hecho el amor apasionadamente. Aunque parecía que a Luc ese hecho no le alegraba demasiado.
Ese hombre era una incógnita. La lujuria que brillaba en sus ojos era inconfundible. De hecho, parecía que fuera a estallar en llamas cada vez que la miraba. Pero también era evidente su desprecio. Y le intrigaba la cólera que demostró al ver la nota en la que alguien la llamaba «puta».
—Si no es una gamberrada, ¿quién se molestaría en clavar esa nota con un cuchillo en el asiento de tu coche?
Lamentablemente, la lista era larga.
—Luc, déjalo. Será mejor esperar a saber qué averigua Remy.
—No. —Él le lanzó una mirada de impaciencia—. Si la persona que lo hizo nos visita mientras dormimos, me gustaría tener una idea de a quién me enfrento.
—No te preocupes. Si realmente creyera que estoy en peligro, llamaría a Tyler. O a Jack Cole. Tu primo y él son los mejores y, además, Jack es un viejo amigo. Fue quien me obligó a instalar el sistema de seguridad que tengo en mi casa. Es de lo mejorcito.
Luc apretó los dientes y el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
—Te he dicho que yo te mantendría a salvo esta noche y así será. Contesta a mi pregunta.
Era como un perro que no quería soltar a su presa, algo que la llenó de esperanza. Quizá ella le importara un poco. Incluso aunque fuera algo que iba contra el sentido común y los deseos de Luc.
—En primer lugar podría ser cualquier novia o esposa celosa a la que no le guste la cantidad de tiempo que su hombre pasa en mi club. Es más frecuente de lo que crees.
—Las mujeres no suelen usar cuchillos.
No. Le habían desinflado las ruedas, le habían cubierto la casa de huevos y le habían enviado más notas insultantes de las que podía contar. Las mujeres despreciadas solían dar la cara y rara vez le provocaban molestias.
—¿Qué me dices de tus antiguos amantes? —le dijo, inmovilizándola con una mirada ardiente—. ¿Y de los actuales?
Alyssa cerró los ojos. Por supuesto él asumía que había muchos. Ya se había enfrentado a algo parecido, no debería doler tanto. Pero, maldita fuera, dolía.
—La noche que pasamos juntos te dije que llevaba dos años sin acostarme con nadie. Y no me he acostado con otro hombre desde entonces.
Luc negó con la cabeza; parecía como si estuviera intentando contener los pensamientos que le atravesaban la mente.
—Alyssa, puedes estar en peligro. Necesito que me digas la verdad.
Girándose en el asiento, la joven le miró intentando controlar su temperamento.
—Te he dicho la verdad. Que no me creas no significa que yo haya mentido.
—Vamos —gruñó él—. ¿No hay ningún cliente que quiera hacer algo más que ver esos hermosos pechos desnudos? ¿Ningún contratista que te haya hecho un favor y quiera algo a cambio?
Alyssa contuvo la cólera cerrando los puños.
—No actúo así.
Él vaciló.
—¿No fuiste tú la que estuvo de acuerdo en follar conmigo hace tres meses para que fuera tu chef invitado esta semana?
«No es eso, estaba dispuesta a hacer lo que fuera porque te deseaba… y esperaba que luego quisieras mantener una relación conmigo». Pero de ninguna manera pensaba abrirle ahora el corazón. Él la había abandonado al amanecer y después le había mandado un impersonal ramo de flores. Y ahora la trataba como si fuera una prostituta.
Pero si Alyssa sabía de algo, era de hombres. Sabía que Luc sentía algo por ella. Y pensaba conseguir que lo admitiera.
—Tú eres diferente.
—Por supuesto —bufó él, deteniéndose en un semáforo en rojo.
Pero Alyssa ya había tenido suficiente. Alzó la barbilla y se volvió pura mirarlo fijamente.
—Mis únicos errores han sido ser tan estúpida como para creer que realmente eres un encantador caballero sureño y querer saber cómo era hacer el amor con alguien que no me considerara una prostituta. Ha sido una tontería. Ya me he dado cuenta de que eres como cualquier otro y no el hombre educado y caballeroso que pareces. ¿Tratas así a todas las mujeres?
Él apartó la mirada y apretó el volante con más fuerza. Respiró hondo, intentando controlarse. Alyssa se dio cuenta de que a Luc no le gustaba hablar de cómo se había comportado aquella noche. Tal vez él no había querido desearla y le avergonzara haberlo hecho. Quizá todavía era así.
—Te he preguntado sobre tus amantes. Aceptaré tu palabra de que hace dos años que no te acuestas con nadie.
—Pero no me crees.
—¿Y qué me dices de tus actuales amantes? ¿Tyler?
Aquello no era asunto de Luc. A Alyssa aquella conversación le parecía una mierda. La lógica le decía que sería mejor que olvidara cualquier estúpida fantasía de llegar a mantener una relación feliz con Luc. Él no había hecho el amor con ella con aquel fervor porque sintiera la química que ardía entre ellos. Lo había hecho porque ella había sido su primera experiencia de sexo salvaje y desenfrenado. Quizá debería limitarse a mantener relaciones sexuales con él y no perder el tiempo en emociones sin sentido.
Pero su corazón no quería darse por vencido.
—Tyler jamás intentaría matarme. Quienquiera que haya hecho esto, no es alguien que haya pasado por mi cama. Es alguien que está cabreado conmigo.
Luc observó que la joven encogía los hombros, luego miró al frente cuando el semáforo se puso en verde.
—¿En quién piensas?
—Esta noche, te habrás fijado en un joven que se abrió camino para darme un beso. Se llama Peter, no sé su apellido. Comenzó a frecuentar el club hace seis meses. Se ha convertido en un cliente habitual. Es un niño rico y gasta mucho dinero. Parece pensar que eso le da algunos derechos especiales.
—¿Le has aclarado las cosas? —La voz de Luc sonaba peligrosamente tensa.
—Le he dejado todo bien claro. Tyler también lo ha hecho. Le hemos llegado a sacar a patadas y le he dicho que sus insinuaciones amorosas no son bien recibidas. Pero no se rinde.
Luc apretó el volante con más fuerza.
—¿Te ha insultado alguna vez?
Alyssa negó con la cabeza.
—Suele ser muy gráfico con respecto a lo que desea; unas auténticas guarradas, todo hay que decirlo, pero jamás ha recurrido a los insultos. Eso es más el estilo del concejal Primpton.
—¿Un concejal municipal? ¿Un representante electo del pueblo te ha llamado «puta»?
¿No estaba siendo Luc un poco inocente?
—Por supuesto. Su programa electoral se basa en la rectitud y la moralidad, así que, si fuera capaz de conseguir clausurar «Las sirenas sexys» sería considerado un héroe. Muchos ciudadanos se sentirían felices si eso ocurriera. Y ésa es la cruzada de Primpton desde que resultó elegido hace dieciocho meses. Al principio no era tan vehemente, pero como las elecciones están a la vuelta de la esquina, está presionando más.
—¿Cómo?
—Organiza protestas delante del club, publica algunos artículos en el periódico local sobre la guarida del pecado que hay en la ciudad y la basura que se puede encontrar allí dentro. Recientemente colaboró con un periodista para ponerme una trampa e intentar demostrar que era una prostituta que se vende por dinero. —Alyssa soltó un bufido—. Le dije lo que pensaba con un vocabulario muy gráfico.
Por fin, Luc detuvo el coche delante de su casa. Alyssa salió de un salto y le hizo una seña para que esperara en el interior del vehículo. Se acercó a la puerta jugando con las llaves y lanzándolas al aire, abrió la puerta principal, desconectó la alarma y se acercó a la puerta del garaje para abrirla oprimiendo un botón. Luc introdujo el vehículo en el garaje y salió del coche con una maleta de mano. Parecía tenso y nervioso.
—He pensado que será mejor que aparques dentro. No quiero que te destrocen el 4x4 ni que haya habladurías. Vamos.
Él asintió con la cabeza clavando la mirada en ella. Alyssa cerró la puerta del garaje. Daría cualquier cosa por saber qué pensaba Luc. La tensa conducta del hombre y su incansable y visible erección le decían que, aunque era evidente lo mucho que lo deseaba, haría cualquier cosa para evitar acostarse con ella. Y después del interrogatorio al que la había sometido esa noche, ella estaba más que dispuesta a hacerle sufrir.