Alina los estaba esperando en la sala de espejos. Aquel día llevaba un vestido negro y oro con varas rematadas con amatistas entre el pelo dorado. Daine se preguntó ociosamente si se trataba de un puro ornamento o serían varitas mágicas. Podía ser muy propio de Alina llevar un arsenal místico a modo de decoración.

—Confío en que vengas con lo que te pedí, Daine —dijo. Había una serpiente con escamas plateadas enrollada alrededor de su muñeca izquierda, y le estaba rascando desinteresadamente la barbilla. Llevaba un anillo de platino en cada dedo, cada uno de ellos con una gema o una piedra de dragón distinta—. ¿O vienes a pedirme más oro?

Daine se llevó la mano al monedero del cinturón y sacó una pequeña bolsa de tela. La dejó sobre la mesa y la deslizó hacia ella.

—Creo que esto es lo que nos pediste que encontráramos.

Alina alzó la muñeca hasta el pelo y la pequeña serpiente se deslizó de su brazo y se enrolló alrededor de una de las varitas que llevaba en el pelo. Ella tomó la bolsa y esparció cuidadosamente su contenido sobre la mesa. Había dos grandes pedazos de cristal oscuro con vetas azul marino, un buen número de piedras más pequeñas y dos frascos de cristal con tapones de corcho y sellos de plomo. Los frascos estaban llenos de un fluido sombrío y en la etiqueta de cada uno de ellos había un complejo símbolo, parecido a una Marca de dragón, pero distinto de las doce Marcas conocidas.

Alina asió uno de los frascos y lo examinó detenidamente.

—La gente que robó esta mercancía y mató a Rasial había desarrollado un proceso para robar Marcas de dragón —explicó Daine—. En teoría, ésa es la esencia de la Marca de dragón, al menos de una Marca aberrante. No tengo ni idea de qué vas a hacer con eso. Dado que la gente que lo robó no hizo nada con eso, podría ser peligroso.

—Fascinante —dijo Alina. Levantó la mirada hacia Daine—. ¿Y las herramientas que utilizaban en ese proceso de extracción?

—Fue una pelea terrible, Alina. Casi nos mataron y me temo que el taller quedó destruido en la batalla. Dijiste que recuperáramos lo que quedara de las piedras. No dijiste que tratáramos de no hacer destrozos.

Alina se encajó de hombros.

—Estoy segura de que no había nada que hacer. —Escudriñó el frasco de cerca una vez más—. Supongo que esa batalla tuvo lugar después de vuestra visita a la tienda del consejero Teral en Altos muros.

—Es bueno saber que nos vigilas.

Alina sonrió.

—Siempre vigilo mis inversiones. Ya lo sabes.

—Si nos has estado vigilando tan de cerca, supongo que ya sabes lo que sucedió con Jode.

Alina dejó el frasco sobre la mesa y se llevó una mano al corazón.

—Sí, Daine. Lo siento. No lo olvidaremos pronto, y sólo podemos dar las gracias por que los demás hayáis sobrevivido. —Bajó la mirada a los dos frascos oscuros—. Lo que me intriga es que esos malvados preservaran esas Marcas aberrantes pero dejaran que la Marca de Jode se deslizara entre sus dedos. —Levantó la mirada hacia Daine, con sus fríos ojos violetas en una perfecta máscara de solidaridad—. Sin duda un idiota podía ver lo valiosa que sería la esencia de esa Marca.

Daine no dijo nada, pero Lei habló:

—Puede haber toda clase de explicaciones —dijo—. Quizá el proceso no había sido perfeccionado y no lograron capturar la Marca. Quizá ya la han utilizado, aunque todavía no sé cómo se aplicaría.

Alina contempló a Lei y por un momento no dijo nada. A Lei aquello le pareció inquietante. Alina era del tamaño de un niño humano, pero era difícil hacer cuadrar eso con su elegancia y su inteligencia. A juzgar por el modo en que Daine actuaba cuando estaba cerca de ella, estaba claro que Alina era peligrosa, pero Lei todavía no sabía qué la convertía en una amenaza.

Finalmente Alina habló.

—Cierto. Así es como sucede siempre con la experimentación mágica, y supongo que es mejor así. Si alguien encontró una forma fiable de tomar y transferir los poderes de una Marca de dragón, ¿qué le sucederá a nuestra civilización? Sin duda, si yo pudiera comprarme una Marca de dragón, lo haría, y seguro que no soy la única. Como ya habéis visto, existe quien está dispuesto a matar para obtener poder. —Le sonrió a Lei—. Qué suerte, querida, que tu taller fuera destruido.

Daine tembló. Sabía que los secuaces de Alina se pondrían a buscar en el caos bajo Altos muros antes de que el día terminara. Esperaba que Través y él hubieran causado suficiente daños en el taller para que hubiera quedado inutilizado, aunque, recordando los pensamientos inhumanos que habían fluido por su mente, Daine pensó que tal vez la técnica requiriera la participación de un desollador de mentes.

—En cualquier caso, habéis llevado a cabo vuestra tarea, y con un coste terrible. ¿Cómo queréis recibir vuestro pago? ¿En monedas? ¿Joyas? ¿Una carta de crédito?

—En realidad, Alina, tengo un favor que pedirte.

Los ojos de Alina brillaron a la luz del fuego de amatista.

—¿Un favor? Bien. ¿Qué puedo hacer por ti, Daine?

—Supongo que cuando se trata de negocios, tienes algunos conocidos en la ciudad.

—Ciertamente.

—Me preguntaba si podrías utilizar una parte de nuestro pago y ayudarnos a comprar una propiedad en Sharn.

Alina arqueó su perfecta ceja.

—¿Un pedazo de torre? Es una propuesta cara.

—Estoy interesado en un lugar en Altos muros.

El rostro de Alina carecía de expresión como siempre, pero Daine podía percibir cierto desdén.

—Bueno, sí, podría ver. ¿Quieres un agujero en la muralla o algo más o menos soportable?

Ahora Daine percibía la mirada de Lei.

—Soportable. Lo mejor que podamos comprar. Sin piojos.

—Nada fácil en Altos muros —dijo Alina—. Pero lo Lograré. —Pensó un momento y después metió la mano en una de sus paredes de espejos. Cuando su mano salió, sostenía una pequeña caja. Se la dio a Lei—. Una casa respetable es cara, incluso en Altos muros. Pero aquí, Lei, hay cien dragones de platino para ti y para tus amigos. Ojalá podáis encontrar algún pequeño lujo entre la sordidez que tu capitán ha elegido para ti.

Lei tomó la cajita pero no dijo nada.

—Y para ti, Daine, estoy segura que puedes imaginarte mi sorpresa cuando encontré una espada familiar en una casa de empeños. Todavía me sorprendió más el estado en el que se hallaba. La empuñadura estaba en muy malas condiciones. La hice restaurar a su estado original, y supuse que la querrías volver a tener.

Volvió a meter la mano en el espejo y sacó una larga espada. La espada de Daine. Pero estaba casi irreconocible. La hoja había sido afilada y pulida hasta parecer un espejo, pero lo que llamaba la atención era la empuñadura. Cuando servía en la Guardia, la empuñadura de la espada de Daine había quedado gastada, sin ningún detalle. Ahora había sido pulida como la hoja, y la empuñadura brillaba en blanco y plata, con el Ojo Vigilante de la casa Deneith grabado.

—Estoy segura que tu abuelo estaría orgulloso de ver que vuelve a tus manos —dijo Alina—. Os buscaré habitaciones en el Árbol de Plata mientras tanto. Está en la calle Próspero.

—Todavía tenemos nuestra habitación en la Mantícora.

—Daine —dijo Alina en tono reprobador—. ¿No les darás a tus compañeros la oportunidad de ver lo mejor que Sharn puede ofrecer antes de instalaros en las profundidades? Disfrutad de unos días de lujo al menos. Considéralo un regalo.

—Te lo he dicho antes, Alina… —Daine se detuvo y se dio la vuelta. Miró a Lei—. Muy bien. Entonces nos vamos.

—Me pondré en contacto cuando haya encontrado vuestra nueva casa. Y me ha satisfecho mucho el modo en que os habéis comportado. Todos. Estoy segura de que pronto tendré más trabajo para vosotros. Hasta entonces… —Hizo un gesto y la pared de espejo se abrió—. Conocéis el camino.

—Estoy segura que pronto tendré más trabajo para vosotros —dijo Daine refunfuñando mientras se abrían paso entre la incesante alegría de las calles de Den’iyas—. Te guste o no.

Lei lo sujetó por el brazo y lo detuvo.

—¿Altos muros?

Daine apartó la mirada.

—Has dicho que querías quedarte en la ciudad un tiempo. Me ha parecido que con el oro que tenemos conseguiríamos algo mejor en Altos muros.

—Te lo he dicho antes, Daine. Cyre era tu casa, no la mía. Yo sólo viví allí.

—Naciste en Cyre, Lei. Luchaste de nuestro lado. Tus padres murieron allí.

Por un momento, hubo un destello de verdadera ira y pensó que quizá había ido demasiado lejos.

—¡Y tú! —estaba diciendo ella—. ¿Cómo explicas esto? —Le dio una palmada a la empuñadura de su espada—. ¿Hay algo que deba saber, Daine-sin-apellido?

—¿Tenemos que mantener esta conversación en la calle?

—Quiero respuestas. Ahora.

—Bien —dijo Daine—. Nací en la casa Deneith. Mi padre es el general Doran d’Deneith de la Marca del filo. Ésta es la espada de mi padre y sí, quité el emblema cuando me uní a la Guardia cyr.

—¿Tienes…?

—¿La Marca del centinela? No. No pasé la Prueba de Siberys, para consternación de mi padre.

Lei apartó la mirada, avergonzada.

—Pero ésa fue sólo una de las decepciones, y no la peor. Mira, a mí me importaba. Quería creer en aquello por lo que estaba luchando, creer que estaba sirviendo una causa noble. Pero cuando el negocio de tu familia consiste en vender tu espada a cambio de oro, preocuparse es un crimen. Luchas por cualquiera que tenga oro, y haces lo que te ordenan.

Su tono se había vuelto más intenso a cada frase. Lei no se atrevía a mirarle a los ojos.

—Durante un tiempo interpreté el papel del buen hijo. Serví a un cliente rico de la casa e hice todo lo que me pidió. Vi cosas, e hice cosas, que acosarán mis sueños hasta el día en que muera. Finalmente, no pude soportarlo más. Renuncié a mis derechos de nacimiento y me entregué a algo en lo que creía, la nación de Cyre, la nación que me había protegido desde que era un niño, cuyos valores he admirado hasta el día de hoy. Quizá no había nacido siendo ciudadano de Cyre, pero en mis primeros años de servicio aprendí más sobre moralidad y amistad que de niño en Deneith.

—Daine…

Respiró hondo.

—¿Y la ironía? Mira cómo he acabado. Desprecié mi herencia por una tierra que ahora está muerta. Parece que a fin de cuentas mi padre tenía razón. Vive el momento. Obtén la satisfacción de tu trabajo, no de tu amo.

—¡Daine, basta! —Él la miró—. Está bien. No lo sabía. Obviamente, tengo mucho que aprender, y obviamente nos has estado ocultando muchos secretos.

Ahora fue Daine el que apartó la mirada.

—¿Pero qué tiene eso que ver con el ahora? ¿Con una vida en Altos muros?

—Greykell tenía razón. Cyre ha desaparecido y tenemos que mirar adelante. Y lo reconozco, tú mereces algo más que lo que has obtenido en estos últimos años.

—Lo sé.

—Pero Altos muros es lo más parecido a casa que encontraremos aquí. Sé que no es a lo que estabas acostumbrada, Lei, pero un centenar de dragones no nos darán para una mansión en las nubes.

Lei suspiró pero reconoció que tenía razón.

—No sé qué va a pasar. Luchaba por una causa y esa causa ha desaparecido. Soy un soldado. No soy un asistente de refugiados. No voy a ponerme a dar vueltas por ahí como Greykell, para ayudar a la gente a encontrar trabajo.

—¿Pero…?

—No lo sé —dijo Daine—. Teral era una figura poderosa en la comunidad. Estoy seguro de que ahora que él no está va a haber caos.

—Greykell podrá manejarlo.

—Tal vez. Pero ¿qué hay de los otros seguidores de Teral? No voy a convertirme en un cuidador, y no te pido que me ayudes. Pero soy un soldado, y si puedo ayudar a defender a esta gente, lo haré.

—Yo fui creado para proteger a la gente de Cyre —dijo Través—. Me uniré a ti.

—Esto no será un compromiso constante, Lei —dijo Daine—. Pero estaremos aquí si Greykell y su milicia necesitan ayuda. Mientras tanto, buscaremos otro trabajo. Buscaremos algo en lo que creer. Una causa por la que luchar.

Lei pensó un momento.

—¿Por qué oigo a Jode cuando hablas?

Daine pensó en Jode, en el mediano que dejó que una duendecilla le robara su oro.

—Porque sabes que él diría lo mismo.

—Está bien —dijo Lei—. Pero estoy harta de dormir en jergones duros y con moho. Tenemos cien dragones: quiero una buena cama.

—Como quieras.

—Y no quiero volver a ver un cuenco de gachas nunca más.

—Nada que decir.

—Muy bien, entonces volvamos a la Mantícora, si le damos algo de oro, ¿crees que Dassi podrá darnos comida de verdad? Después de las gachas, el lagarto es el siguiente en mi lista de alimentos prohibidos.

Lei enlazó sus brazos con los de Daine y Través, y caminaron hasta el ascensor que les llevaría a casa.

Más tarde, Daine se excusó y regresó a la habitación llena de polvo. Rebuscando en su bolsa, encontró una fardo envuelto en cuero que había escondido aquella mañana y lo desenvolvió cuidadosamente. En el interior había una pequeña botella hecha de cristal grueso y una Marca grabada en el sello que le resultaba familiar como la cara de un amigo, la Marca de sanación, la Marca de Jode.

Durante unos minutos se quedó sentado solo, en la oscuridad, sosteniendo la botella y contemplando aquella negrura. Finalmente, envolvió la botella y la volvió a meter en su bolsa.

—Buenas noches, viejo amigo —susurró.