Lei gimió. El sabor a cobre de la sangre le llenaba la boca y su cabeza era un yunque palpitante. Aferrándose al bastón de maderaoscura, se obligó a ponerse en pie y a ignorar el dolor en las costillas. Logró incorporarse en el momento en que Través le volaba el cráneo a Teral. Pero mientras ella avanzaba, Través empujaba a Daine al suelo y alzaba el mayal para un segundo golpe.
A Lei le pareció claro al instante. Aunque era difícil influenciar los pensamientos de un forjado, no era imposible. Chyrassk debía encontrar la manera de invertir las percepciones de Través. Través había golpeado a Teral primero, y Lei supuso que veía a todo el mundo como enemigo. Si era así —rezaba por tener razón—, al menos Través no estaba bajo el control directo de Chyrassk. De haber sido así, sabía sin dudarlo que Daine y ella morirían.
Lei se lanzó hacia delante y le puso la mano en el pecho. Se concentró y el tiempo pareció quedar inmóvil. Través se convirtió en el centro de todos sus sentidos, el resto del mundo se desvaneció a medida que su red de energía surgía a la vista. Se concentró todavía más, tratando de encontrar qué había hecho Chyrassk, romper su sujeción mental. Su talento consistía en arreglar el metal y la piedra, no el pensamiento y el espíritu, pero la desesperación la llevó a actuar por puro instinto, y se adentró más y más. Pero no había nada que hacer, y durante todo ese tiempo inmóvil supo que sólo tenía segundos para actuar. Llena de remordimiento, endureció sus pensamientos y golpeó el corazón de la red, la luz que daba vida a Través.
Su mundo explotó.
Por un momento, pensó que se había vuelto loca. La red de vida de Través se había replicado y ahora estaba viendo cuatro variaciones distintas del mismo patrón. Después se dio cuenta de que se habían producido cambios, que alguien más estaba pensando con su mente y haciendo pequeños ajustes a cada una de las cuatro redes, comentando esas variaciones con otros pensamientos que ella no podía percibir. No podía asir ninguna de las palabras. Era como si las olvidara en el mismo momento en que las oía. Pero había una percepción del yo, un reconocimiento, y se dio cuenta de que ésos eran los pensamientos de su madre, preservados en la misma esencia de Través desde el momento de su creación. En ese instante, en el tiempo en que se inspira, supo para qué había sido construido Través.
También repentinamente regresó al mundo material, cayendo de rodillas. Través permaneció inmóvil un segundo, osciló y se desplomó. Lei sintió arcadas, tanto por el dolor en las costillas y la cabeza como por el horrible pesar de su mente. Los recuerdos ya se estaban desvaneciendo, y no recordaba exactamente lo que había visto. Pero sabía que sus padres habían construido a Través el mismo año en que había nacido, y bajando la mirada hacia el forjado caído, se preguntó si había matado a su hermano.
Daine se puso en pie trabajosamente. Lei estaba mirando la forma inerte de Través.
—¿Está muerto? —dijo él, poniéndole la mano en el hombro.
—No…, no lo sé. —Lei se frotó la sangre, las lágrimas y la bilis que tenía mezcladas en la cara—. Lo intenté. Intenté destruirle. Tenía que hacerlo. Pero sucedió…, sucedió algo.
Sus palabras se perdieron en un nuevo ataque de llanto. Daine no sabía qué le sucedía, pero no tenía tiempo para descubrirlo.
—Lei —dijo—. Tenemos que ponernos en marcha. Esa cosa, Chyrassk debe de haber huido mientras hablábamos con Teral. Tenemos que encontrarle. Tenemos que acabar con esto. Si feral decía la verdad, hay docenas de esos perversos guerreros arriba. Tenemos que destruir a Chyrassk antes de que llegue a ellos. De lo contrario, todo esto, Través, Jode, habrá sido en vano.
Lei tenía la capacidad de convertir la pena en ira, y ahora esa capacidad acudió en su ayuda. En su mente, vio al monstruo inclinado sobre ella, con su afilada lengua descendiendo para devorar su cerebro. Imaginó a Jode sufriendo el mismo tratamiento y el fuego ardió en su sangre. Parpadeó para reprimir las lágrimas y asintió.
Daine abrió el camino. Estaba débil a causa de la pérdida de sangre, pero corrió tan rápido como pudo. Poco después habían salido de la inmensa sala. Idénticos pasillos se abrían a derecha e izquierda.
—¿Por dónde? —dijo Lei.
Través había sido siempre el rastreador de la unidad, pero Daine había tenido que afinar sus sentidos en su primera carrera.
—Por ahí —dijo, señalando. A la izquierda, en el suelo, había algunas manchas de sangre entre verde y negra—. Parece que Través logró dar unos cuantos buenos golpes antes de que Chyrassk lo trastornara.
Corrieron por el pasillo a oscuras. Las antorchas de luego frío eran pocas y estaban lejos entre sí, y el aire era frío y húmedo. El pasillo giraba y se retorcía. Era perfecto para una emboscada, de modo que a Daine no le sorprendió cuando se toparon con una.
Daine giró una esquina y se encontró con dos refugiados cyr —una mujer semielfa y un anciano cubierto de cicatrices— esperándoles. En cuanto Daine apareció, la mujer se puso a cantar. Su voz era el sonido más dulce que Daine había oído jamás, una música que estaba más allá de las simples palabras. Por un momento olvidó al devorador de mentes, Teral, el anciano. El mundo se desvaneció en la pureza del sonido. Pero un instante después el sonido cesó abruptamente, justo cuando el anciano saltaba hacia Daine, una boca llena de dientes como agujas descendiendo hacia la garganta de Daine. Fue el instinto lo que le salvó. Esquivó el ataque, moviéndose a un lado, y clavó su daga en las costillas de su atacante. El hambre pervertido siseó y la clavó las garras a Daine, pero no tenía la vitalidad de Teral y un instante después cayó al suelo.
I ras arrancar la daga, Daine vio que Lei estaba peleando con la mujer. En el instante que se dio la vuelta para encararlas, Lei le dio un fortísimo golpe en la garganta a la semielfa que cayó al suelo.
—Voz de arpía —dijo Lei mirando a la mujer inconsciente—. Sigamos.
Pasaron ante algunos portales abiertos, pero el rastro de sangre inhumana seguía por el pasillo. A través de los arcos, Daine vio una sala llena de planchas de mármol. ¿Unos barracones? ¿Una cripta?
Finalmente, el pasillo se acabó. Al entrar en la última cámara, Daine tuvo que contener la respiración.
Había un laberinto de pasarelas metálicas suspendido sobre estanques de líquidos brillantes, un calidoscopio de colores y olores. Una oleada de aire caliente bañó a Daine cuando se subió a la pasarela, y un olor dulce y empalagoso lo marcó. Casi perdió el equilibrio, pero logró recomponerse justo a tiempo. Las pasarelas eran de apenas tres pies de ancho y no tenían baranda. Cualquier pérdida de equilibrio significaría caer en el agitado depósito de abajo.
Daine se colocó delante y ambos caminaron lentamente por la primera pasarela. No había antorchas en la sala y la única luz procedía de los burbujeantes líquidos que había treinta pies más abajo. Daine no veía ningún rastro de Chyrassk, pero había un hilo de aceitosa sangre verde en la pasarela. Por lo que él veía, no había otras salidas de la sala.
—Lei, ¿qué te parece todo esto? —susurró.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, vio que había una serie de cadenas y poleas fijadas al techo. Algunas de ellas sostenían las pasarelas. Pero otras descendían hasta los recipientes.
Lei miró por el borde y estudió uno de ellos.
—Creo que es una especie de incubadora. ¿Ves donde la cadena toca la superficie? Creo que ahí hay una especie de cofre. Diría que han metido a gente en esos recipientes.
—¿Por qué?
—Piénsalo. Teral y sus seguidores tienen esas cosas injertadas en el cuerpo. Sabemos que es algo que siguen haciendo aquí. El contenedor del final de esas cadenas puede contener a alguna criatura a la espera de ser injertada en un cuerpo humano, o quizá un humano recuperándose de la experiencia.
—Genial —dijo Daine—. ¿Cada una de esas cadenas tiene atado a un futuro monstruo? ¿Qué hacemos?
—¿Cortar las cadenas?
—Supongo que no hay mucho donde elegir.
Daine miró debajo de la pasarela y observó cómo se unían los segmentos de metal. Tuvo una creciente sensación de satisfacción. Sólo unos pasos más…
—¡Lei! ¡Corre! —gritó lanzándose hacia delante y tirando de ella con todas sus fuerzas. Tomada completamente por sorpresa, Lei dio un traspiés. Cerca del extremo de una pasarela, logró detener el movimiento, colocando su bastón en un hueco en el suelo de la plataforma.
—¡Dolurrh! —maldijo—. ¿Qué crees que…?
Un tremendo estallido sonó tras ella. Se volvió. La pasarela en la que estaban hacía un momento había caído al suelo de la sala. Las cadenas que la sostenían se habían deshecho y Daine había logrado por los pelos que llegaran al siguiente segmento.
—Chyrassk está aquí —dijo Daine—. Lo percibo.
Lei estudió las cadenas y sacó la varita.
—Creo que esta plataforma es estable, pero ahora no podemos volver a la salida.
Daine contempló las sombras. Sentía una presencia, un pensamiento de satisfacción en lo más hondo de la mente. «Dos no tienen esperanza —pensó—. Mejor acabar con esto rápidamente». Aquéllos eran sus pensamientos, puros y naturales, y por un momento cambió su centro de gravedad y se preparó para tirarse al suelo.
Pero Lei lo detuvo y le impidió saltar con el bastón de maderaoscura.
—Daine, ¿qué estás haciendo?
—Yo…, iba a…, no lo sé —dijo—. Estaba…, yo…, ¡allí!
Chyrassk emergió de entre las sombras. Su piel aceitosa brillaba a la luz de los estanques y sus ojos dorados refulgían en las sombras. Chyrassk estaba a menos de treinta pies de distancia, pero se hallaba en una pasarela y era imposible ver, a simple vista, cómo llegar hasta allí. Alzó una mano en su dirección.
«Caed y morid».
Una vez más, Daine se vio atrapado en una tormenta de pensamientos salvajes, un tumulto mental que ahogó todo razonamiento consciente. Tras el estallido mental, dio varios traspiés y después el dolor desapareció. Se oyó un sonido, débil pero claro, que pareció rodearle y levantar su locura, Tardó un momento en darse cuenta de lo que era.
El bastón de Lei estaba cantando. La pequeña cara de madera se movía. Su voz era débil pero perfectamente distinguible. Daine percibió la furia de Chyrassk, y de nuevo se desató la tormenta de pensamientos caóticos, pero se hizo añicos contra la barrera de sonido. Daine miró de soslayo a Lei, pero ella parecía tan sorprendida como él.
A Daine no le gustaba el bastón de maderaoscura. Eran demasiadas las cosas que no sabían de él. La esfinge quería que Lei lo tuviera, pero parecía posible que Llamaviento hubiera mandado a Jode a la muerte, o al menos puesto en el camino que le acabó matando. Y cuando había echado espinas para herir las manos de Hugal…
¿Qué era? ¿Qué quería?
Era demasiado peligroso. Tenía que deshacerse de él. Encontraría una forma de enfrentarse al desollador de mentes, pero tenía que poder confiar en la gente que tenía a su lado. ¿Cómo podía saber que esa cosa no estaba manipulando la mente de Lei? Todavía tenía la larga cadena en la muñeca, y golpeó con ella.
Lei se quedó tan sorprendida como Daine cuando su bastón empezó a cantar. Estaba claro que tenía poderes ocultos, pero con el caos de los últimos días no había tenido tiempo de estudiarlo con detenimiento. ¿Era sensible? Por muy expresiva que fuera la pequeña cara, era perfectamente posible que los poderes del bastón fueran desencadenados por determinados acontecimientos.
La canción parecía estar protegiéndolos del ataque de Chyrassk, pero ¿por cuánto tiempo? Lei sabía que tenía que actuar.
—¿Qué hacemos? —dijo. Miró a Daine y se echó atrás justo a tiempo de esquivar el ataque de la cadena. Soltando la varita, adoptó una postura defensiva—. ¿Qué estás haciendo?
—Suelta el bastón, Lei —dijo Daine acercándose a ella. Ella retrocedió, pero había poco espacio para maniobrar en la estrecha pasarela—. Tíralo. Te ha hecho algo y no podemos arriesgarnos.
—¡No seas ridículo! ¡Es la única razón por la que estamos sanos y salvos!
—¡Te está manipulando, Lei! Si no lo tiras, lo haré yo.
Daine volvió a atacar. Lei logró desviar la daga con el bastón, pero la hoja le hizo un gran corte en la empuñadura. Por un momento, la canción adoptó un tono dolorido.
«Es Chyrassk», se dio cuenta Lei. El desollador de mentes debía estar amplificando los miedos y las sospechas de Daine y valiéndose de eso para controlarle. Si suelto el bastón, ambos estaremos indefensos.
—¡Daine, basta! ¿Qué nos pasará si destruimos el bastón?
Daine seguía débil a causa de sus heridas, y ésa era la única razón por la que ella había podido evitar sus ataques hasta ese momento. Pero ahora se estaba acercando y trataba de agarrar el bastón con la mano que tenía libre, y ella se estaba quedando sin espacio para retroceder.
Reuniendo desesperadamente todo su poder de voluntad, Lei extendió su mente. Su armadura era una reliquia familiar diseñada para retener encantamientos temporales. Aunque normalmente era necesario un determinado período de tiempo para tejer un ensalmo, podía tejer efectos menores en su armadura rápidamente, aunque aquello podría consumir tanta energía como fabricar un encantamiento más largo y poderoso.
Mientras Daine avanzaba, susurró una palabra poderosa y saltó adelante. Los remaches dorados de su armadura parecieron levantarla por los aires. No era exactamente volar, pero podía ignorar buena parte de la fuerza de la gravedad y saltó por encima de la cabeza de Daine. Aterrizó en una plataforma a su espalda. Dándose la vuelta, le dio un rápido golpe con el bastón. Él dio un traspiés y casi cayó de la plataforma.
—Maldita sea, Lei, ¿estás tratando de matarme? —gritó Daine. Se dio la vuelta y ahora tenía verdadera furia en los ojos.
«¿Qué puedo hacer?», pensó ella. En su debilitada condición, era posible que pudiera derribar a Daine de la plataforma. ¿Y después? Pero si dejaba que Daine destruyera el bastón, ambos estarían indefensos.
Daine atacó de nuevo. Lei saltó por segunda vez, pero lo había subestimado. Esta vez él estaba preparado, y cuando Lei saltó por encima de su cabeza, atrapó con la cadena su tobillo y ella aterrizó con un golpe y a duras penas pudo mantenerse sobre la pasarela. Daine la miró; tenía una expresión adusta.
—Basta de correr, Lei. ¿No ves lo que eso le ha hecho a tu mente? ¿O es demasiado tarde para salvarte? —Se detuvo un instante, como si oyera voces en su interior—. O tiras ese bastón o tendré que matarte. Es el único modo…, el único modo de estar seguros. Lo hago por tu bien.
Oyó la incerteza en la voz de Daine, pero sin duda los deseos de Chyrassk se estaban abriendo camino en su cabeza. Estaba cambiando su centro de gravedad, preparándose para atacar, y esta vez probablemente la mataría.
Lei no pensó que su pierna herida tuviera la fuerza necesaria para otro salto, pero Daine también estaba desequilibrado. Si escogía el momento adecuado, podría hacerle la zancadilla. Sin duda caería en el fluido tóxico, pero ella viviría y todavía tendría el bastón para protegerse.
Pero no podía hacerlo. Ya había sacrificado a Través. No podía hacerle daño a Daine, a ningún precio. Cerró los ojos y esperó a que el golpe cayera.
Cuando Daine dio inicio a su ataque, se produjo un borrón de movimiento en la entrada de la sala: una inmensa sombra metálica emergiendo a la luz. Través alzó su ballesta, hizo retroceder la flecha y disparó. Se oyó el susurro de una flecha en pleno vuelo y Chyrassk gritó. Un raro gemido ululante.
Daine se quedó inmóvil, confuso; la concentración mental del desollador de mentes se tambaleaba. ¿Estaba de veras atacando a Lei?
Través siguió disparando, elegante y mortalmente. Se clavaron en Chyrassk una flecha tras otra, y Daine sintió su furia. Se desató junto a sus pensamientos tratando de aplastar la mente de Través de una vez por todas, pero el forjado luchó con una determinación estoica. La siguiente flecha se clavó en uno de los ojos dorados de Chyrassk. Se oyó un grito terrible, un estallido de dolor puro que amenazó con partir en dos la cabeza de Daine, y después Chyrassk cayó de la pasarela y desapareció en una cuba de burbujeante vitriolo que quedaba muy por debajo. Lei y Daine miraron hacia abajo en busca de algún rastro de movimiento. Pero aparte de un breve rastro de sangre, que se desvaneció rápidamente, no había nada. Chyrassk había desaparecido.
Daine se arrodilló junto a Lei y la abrazó con fuerza. Todavía le sangraba la pierna e hizo una mueca de dolor, pero sonrió.
—Través… —susurró.
—¡Través! —gritó Daine—. ¿Estás bien?
—Estoy operativo, aunque dañado —respondió Través mientras se acercaba a ellos—. Recuerdo poco después de haberme enfrentado por primera vez a esa criatura.
—Has llegado justo a tiempo, y eso es lo que más importa.
—No —dijo Través—. Hay más. Creo…, mientras estaba inhabilitado, creo que tuve un sueño.
—¿Un sueño? —dijo Lei, débilmente. Se había extenuado basta sus límites y ahora se estaba viniendo abajo rápidamente. Daine se dio cuenta de que el bastón de maderaoscura ya no cantaba y de que la cara volvía a estar inmóvil en la madera.