—Señor de Chyrassk —susurró Teral, y sus camaradas y él se postraron. Daine observó horrorizado cuando el horrendo ser entró en la sala. La criatura no habló, pero los zarcillos que tenía alrededor de la boca se retorcieron, y Daine sintió su satisfacción como si fuera suya.
Chyrassk recorrió la sala hasta la mesa en la que estaba esposada Lei y empezó a llenar el hueco de la superficie con líquidos brillantes.
—¡Lei! —gritó Daine.
La figura demacrada siguió con sus preparatorios, ajustando los fluidos en la mesa y colocando cristales alrededor del cuerpo de Lei. De vez en cuando le acariciaba la frente con uno de los tentáculos que tenía alrededor de la boca.
—¡Lei!
No hubo respuesta.
Incluso desde el otro lado de la sala, Daine percibía el poder de la criatura, la fuerza mental que mantenía hechizada a Lei. Su presencia era abrumadora. Era como si estuviera viendo por medio de los brillantes ojos dorados de esa cosa, como si él mismo estuviera preparándose para arrancarle la vida a Lei. Daine casi podía saborear el cerebro de Lei, la carne deliciosa y los mucho más exquisitos recuerdos que había en ella. Sabía que en el instante en que muriera, su esencia —su espíritu, su Marca de dragón, todo lo que ella era— le sería tomado, capturado en cristal y listo para ser procesado. La sensación pasó y los pensamientos de Daine volvieron a ser los suyos.
Teral estaba riéndose y hablando para sí, frotándose las manos.
—Pronto mía —dijo entre dientes—. Su alma mía, sí, mía.
La curiosidad superó el horror de Daine y habló.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué va ese monstruo a compartir su poder contigo?
Los ojos de Teral brillaban enloquecidos, y Daine no estaba seguro de que el consejero fuera consciente de que estaba hablando.
—Chyrassk es un hijo de la locura, un emisario de la era por venir —dijo Teral con los ojos refulgentes—. Se alimenta de pensamientos y mentes, pero no es de este mundo y no puede devorar un alma humana. Pero yo no tengo esas limitaciones. Chyrassk consumirá su carne, pero su espíritu será mío. Sí.
Lei se movió ligeramente en el momento en que el desollador de mentes le sujetó la cabeza con las membranas. Daine no pudo soportarlo más.
—¡Lei! —gritó, volcando toda su energía en la voz—. Despierta, ¡ahora!
Funcionó. Teral soltó un suspiro entrecortado cuando Lei echó la cabeza hacia un lado, liberándose del monstruo. La criatura se detuvo y Daine sintió su frustración. Una mente intranquila resultaba menos sabrosa para el devorador. Una vez más, los pensamientos de la cosa fluían por su mente y vio la cara de Lei cuando Chyrassk lo intentó por segunda vez.
—¡Kazhazar! —gritó Lei.
El aire retembló y Lei desapareció. La lengua filosa de Chyrassk restalló en el aire vacío. El encantamiento que Lei había tejido en su guante sólo podía ser utilizado una vez y su radio de acción era limitado, pero fue suficiente. Deslizándose por el espacio y el tiempo, Lei reapareció un instante después en el oscuro rincón de la sala, junto a su morral.
Pese a su sorpresa, Feral se recuperó rápidamente. Pero Daine sabía qué encantamientos había preparado Lei y ya estaba en movimiento. Haciendo acopio de toda su fuerza, se impulsó hacia arriba, tirando contra las cadenas y lanzó sus pies hacia delante para agarrar a Feral por la garganta y tirarlo al suelo.
—¡Hazlo! —le gritó a Lei.
El golpe de Daine había sorprendido a Teral, pero sólo por un momento. Ya estaba poniéndose en pie. Chyrassk se volvió para mirarlos; su ira era un dolor abrasador en sus mentes, y Hugal y los demás corrían por la sala con las garras y las espadas refulgentes bajo la tenue luz.
Lo único que Lei necesitaba era un momento.
Sujetando su morral, abrió el compartimiento central, desplegó el embudo de tela que le permitía introducir grandes objetos en bolsillo extradimensional.
—¡Ahora! —gritó.
Través emergió con su inmensa ballesta en la mano y disparó una flecha en el mismo momento en que salía. El niño salvaje que embestía contra Lei cayó con una flecha en la rodilla.
Pero Través no estaba solo. Dos forjados más pequeños, exploradores de rápidos movimientos con espadas fundidas en los brazos, salieron por aquel portal tras él. Lei y Daine habían encontrado tres de esos forjados dañados e inertes en las ruinas de Cyre, y Lei los llevaba consigo desde hacía meses. La noche anterior, había al fin conseguido que dos de ellos funcionaran. Estaban maltrechos y gastados, y los encantamientos de Lei no durarían mucho, pero por el momento podían luchar.
Atacaron al consejero Feral. El combado consejero era sobrenaturalmente rápido y fuerte, pero los dos forjados eran todo un reto para cualquier soldado, y al estar hechos de metal y madera eran inmunes al veneno inmovilizador de Feral. Éste siseó y maldijo, esquivó una espada y dio una fuerte patada en el estómago a uno de los exploradores.
Una vez los forjados salieron de la bolsa, Lei rebuscó en un bolsillo lateral. Daine había perdido su espada en la tienda de Feral, pero el resto de sus armas estaban ocultas en la bolsa mágica, listas para ser utilizadas cuando fuera necesario.
Los humanos alterados eran una amenaza menor. El enemigo más mortal era Chyrassk. Ahora que Lei estaba de pie y era totalmente consciente, reconoció a la criatura, que había visto en sus estudios: un illithid, un desollador de la mente, devorador de la esperanza. Eran los comandantes de los ejércitos de Xoriat, la Llanura de Locura. Se decía que habían llegado a Eberron hacía miles de años en una invasión procedente de fuera de la llanura que había devastado los imperios de esa era. Una antigua orden de druidas los había hecho retroceder, a ellos y sus ejércitos, a las profundidades de la tierra y los había encerrado en las cavernas de Khyber. Claramente esas antiguas cadenas se habían debilitado si los desolladores volvían a rapiñar en la superficie.
Aunque podían consumir un cerebro humano en cuestión de segundos, la mayor arma de los illithid era su poder telepático. Mientras Lei rebuscaba sus armas, Chyrassk desató una devastadora oleada mental. Desde Hugal hasta Daine, las criaturas que había en la sala jadearon y se retorcieron, sus mentes quedaron atrapadas en la tormenta de pensamientos en conflicto. El hombre de un solo brazo que había junto a Hugal cayó al suelo, llorando, y el propio Hugal tuvo que aferrarse la cabeza, con un rictus de dolor en la cara.
Lei luchó contra el flujo de emociones. Su mente era un borrón: la desesperación, la desesperanza y el dolor trataban de abrumar cualquier clase de pensamiento consciente. Pero les venció. Se agarró a los recuerdos de sus compañeros: la risa de Jode, Daine caminando en el campo en llamas del risco de Keldan, la tranquilidad y la voz suave de Través. Recordó los retos que habían afrontado juntos, las fuerzas que habían vencido, y supo que no podía dudar ahora.
El asalto terminó tan repentinamente como había empezado. Los forjados no se vieron afectados por el asalto mental, al igual que Teral, Daine había soportado el ataque, pero tenía el rostro pálido y angustia en los ojos.
—¡Través! —gritó con la voz temblorosa—. Ataca…, líder…, ¡ahora!
Través respondió al instante. Soltando su ballesta, cargó contra Chyrassk y sacó su largo mayal en plena carrera. El desollador de mentes siseó y un rayo de pura energía mental envolvió a Través. Ni siquiera una conciencia inhumana como la del forjado era suficiente para protegerle de sus efectos. Pero si el golpe habría reducido a un humano al babeo y la catatonia, Través sólo se quedó momentáneamente aturdido. Al cabo de unos segundos había llegado hasta Chyrassk, y el desollador de mentes apenas pudo evitar el primer golpe circular del mayal.
—¡Daine! —gritó Lei.
Le lanzó la daga adamantina. Fue un buen lanzamiento, pero no le fue fácil atraparla con la mano esposada. Y el momento fue el preciso. Hugal se había recuperado y descargó un ataque con espada contra Daine. Éste se echó hacía un lado, pero no se movió con la rapidez suficiente y la hoja de Deneith le rasgó las costillas. Hugal soltó una risotada.
No se rió por mucho tiempo. Lei sacó la varita que le había robado a su prima y le lanzó un rayo de energía a Hugal. Pero el hombre parecía tener ojos en las sienes y se movió con una velocidad sobrenatural. Se agachó y se dio la vuelta, y el rayo pasó por encima de él. Incorporándose, corrió hacia Lei.
La distracción fue suficiente. Sujetando las cadenas con la mano izquierda e impulsando los pies contra la pared, Daine se dio la vuelta y cortó el pedazo de cadena que quedaba por encima de su muñeca derecha. Ningún metal podía resistir una hoja adamantina, y la cadena se partió como si fuera una cuerda. Daine cayó al suelo, y la rigidez de sus músculos le hizo proferir un grito de dolor. Pero no había tiempo para consolarse. Hugal había arrinconado a Lei en una esquina de la sala, y la varita no podía hacer frente a la espada.
Con el pedazo de cadena colgando del brazo, Daine embistió a Hugal. Le atacó con la cadena, pero su enemigo se dio la vuelta y se agachó con una facilidad sobrenatural.
—No eres un enemigo para mí, Daine —dijo Hugal con una risa. Esquivó la trayectoria de la daga de Daine y, por un momento, éste se quedó mirando la punta de la varita de Lei. Un segundo después la espada de Hugal rasgó la espalda de Daine cuando éste se volvió—. Tengo más ojos en el interior de mi mente. Puedo leer todos tus movimientos.
—¿De verdad?
Daine miró a los ojos a Lei y desvió la mirada hacia el suelo. Se puso a la defensiva pero, hiciera lo que hiciera, Hugal lograba esquivar su daga. Era como si la espada de Hugal estuviera hecha de niebla. Cada vez que trataba de golpear, Hugal se deslizaba hacia un lado o por encima de su arma, y le hacía otro pequeño corte. Ninguno de los ataques era grave, pero el dolor y la pérdida de sangre estaban empezando a pasarle factura.
Lei ya había sacado de la bolsa el bastón de maderaoscura y mientras Hugal le daba otra estocada a Daine, ella agarró el bastón y le dio un golpe circular a Hugal en las rodillas. Una vez más, él reaccionó con unos reflejos inhumanos y se agachó para evitar un golpe que ni siquiera debería haber visto… Pero tuvo un momento de distracción, y eso era lo único que Daine necesitaba. Un arco brillante adamantino oscuro cortó el aire y Hugal se quedó con la empuñadura y una pulgada Je hoja.
—¿Tu amigo no tendrá algo que decir al respecto? —le preguntó Lei a Daine, al mismo tiempo que le daba una patada a Hugal en las piernas.
—Nunca he necesitado una espada con la Marca de dragón —respondió Daine—. ¿Cómo quieres que acabe esto, Hugal?
—Tengo algunas ideas —dijo Hugal.
Se movió como un borrón y pilló a Daine con la guardia bajada. Arrojó la inútil empuñadura a la cara de Daine y después lo derribó al suelo con una patada rápida y circular. Siguiendo con el mismo movimiento, se dio la vuelta para encarar a Lei y sujetó el bastón con ambas manos. Levantó el pie para darle una patada en el estómago…
Y después gritó.
Del mango del bastón de maderaoscura habían crecido espinas negras que se le clavaron en las manos. Las espinas retorcidas le clavaron las manos al bastón y la agonía pareció excluir todo pensamiento consciente. Lei y él forcejearon con el bastón, pero Lei cambió la posición de las manos para poder hacer palanca, y Hugal estaba debilitado por el dolor y la sangre que manaba de sus doloridas palmas. Soltó un gemido pero se negó a rendirse.
Daine agarró la daga. Por un momento, dudó. Nunca le había gustado acuchillar a nadie por la espalda. Pero había sido soldado durante seis años y espadachín durante muchos más, y estaba cubierto de su propia sangre. Aquello tenía que acabar. Plantó la punta de la espada en la nuca de Hugal y se echó hacia delante. Con apenas un grito, Hugal cayó al suelo. Su peso muerto casi arrebató el bastón de manos de Lei, pero las espinas negras desaparecieron y el bastón se deslizó de sus manos.
Mientras Daine recuperaba el aliento, a su espalda se produjo un choque y un brazo con armadura salió deslizando por el suelo. Se dio la vuelta y vio a Peral rodeado por los restos de los dos exploradores. La túnica del consejero estaba rasgada, deshilachada y cubierta de manchas de sangre. A pesar de sus heridas, miró a Daine y Lei sin miedo.
—Puedes acabar con esto, Teral —dijo Daine.
Se agachó y se preparó para atacar, dando vueltas lentamente a la cadena que llevaba en la muñeca. Lei estaba susurrando tras él, y él sabía que necesitaba tiempo para completar el ensalmo que estaba tejiendo.
—Pienso hacerlo. —Teral siseó y se lamió una gran herida que partía en dos el dorso de su mano—. Vuestras espadas no tienen poder sobre mí.
Mientras Daine observaba, vio que la herida en la armadura de carne de Teral se estaba curando lentamente.
—Estoy muy impresionado —dijo Daine—. ¿Funciona con una cabeza cortada?
Teral soltó una risotada.
—¿Para qué estás luchando, Daine? No tienes país. Todo aquello por lo que has trabajado ha sido destruido. Únete a nosotros. Que el mundo comparta ese dolor. —Se acercó y un carnoso tentáculo surgió de su manga izquierda y se enrolló en su mano, una cobra ciega a la espera de atacar.
—Tienes razón —dijo Daine—. Mi hogar fue destruido, pero eso no es todo lo que tengo. Todavía tengo a mis amigos. Y te llevaste a uno. —Se echó hacia delante y un movimiento de la daga, rápido como un rayo, cortó el tentáculo suspendido.
Teral aulló de rabia. Mientras Daine se preparaba para el ataque, Lei estaba ya en movimiento. Su bastón salió impulsado y golpeó a Peral de lleno en el pecho. El consejero se detuvo repentinamente, gritando de dolor. Para su sorpresa, Daine vio que la armadura antinatural de Peral había recobrado la forma en el lugar en el que le había dado Lei.
—¡Venga! —gritó ésta.
Atacaron. Teral había recuperado el equilibrio. Moviéndose con una rapidez sobrehumana, aferró la pierna de uno de los exploradores forjados hechos trizas y se la lanzó a Lei. Le dio en el pecho y cayó. Daine siguió en movimiento, y con un ágil gesto golpeó un lugar descubierto de la armadura de Teral. Se produjo una ligera resistencia cuando la daga se hundió en la carne, rasgó entre las costillas y ascendió por el pecho del consejero hasta el cuello.
Teral aulló. Aferró a Daine por la garganta y lo levantó en el aire. A Teral le salía sangre de la boca y del pecho, pero su fuerza era sobrehumana. Su mano estaba aplastando la garganta de Daine, el mundo estaba empezando a desvanecerse.
Y entonces la cabeza de Peral explotó.
Través se había colocado tras él y había descargado con toda su fuerza el mayal contra el cráneo del consejero. Teral se convirtió en un peso muerto y arrastró a Daine al suelo. Incluso muerto, seguía apretando con fuerza y Daine forcejeó para liberarse de los dedos que le atenazaban la garganta.
—Través… —dijo jadeando. Por un momento, el alivio recorrió su cuerpo. Después se dio cuenta de que Chyrassk había desaparecido.
Con una patada seca, Través echó el cuerpo de Teral a un lado y después puso su pie de metal sobre el pecho de Daine, empujándole contra el suelo. Sin mediar palabra, Través alzó su mayal para dar otro golpe mortal.