Ninguna luz llevaba a las profundidades de las cloacas, ninguna fuente de iluminación, y sin embargo la oscuridad no impedía su visión. Sombras grises y azules pintaban el mundo, pero podía advertir cada detalle de su alrededor: el agua mugrienta cubriendo sus pies, la vasta montaña de desperdicios alzándose ante él, y los cuatro cuerpos tendidos al pie de la colina, ahora sin el menor rastro de putrefacción o decadencia.
—Es una visión triste, ¿verdad?
La voz fue un sobresalto. Daine se dio la vuelta y su movimiento provocó una salpicadura de agua entre las olas. Allí estaba Jode, encaramado sobre lo que quedaba de un viejo taburete, con aspecto de estar tan vivo como lo estaba la mañana anterior.
—Jode. Estás… —Volvió a mirar al muladar. El cadáver seguía allí, con su expresión de paz que contradecía la terrible herida en su cráneo.
—¿Muerto? Quizá. Quizá no. —Inclinó la cabeza y le dio un golpecito a la Marca de dragón algo iluminada que tenía en la cabeza—. No encontrasteis mi Marca, Daine, ¿cómo sabéis que me encontrasteis a mí? ¿Qué me definía? —Sonrió y dio un salto muladar abajo—. El agua es un poco profunda aquí —dijo, caminando hacia el lugar en el que se encontraba Daine. Bajó la mirada hacia el cadáver—. Dime, Daine, ¿en qué parte de eso estoy yo? ¿Me ves en ese cadáver?
—No.
—¿Lo ves? Tú mismo lo dijiste. Si alguien puede burlar al Guardián de Almas, ése es Jode. ¿Por qué estáis tan preocupados por mí? Y ahora, venga, salgamos del agua.
Jode se encaminó hacia uno de los túneles de las cloacas y dio un salto para subirse al lateral, que estaba más elevado.
—Esto es un sueño —dijo Daine, siguiéndole lentamente—. Todo está en mi imaginación.
—Sólo porque sea un sueño no significa que esté en tu imaginación —dijo Jode—. ¿Has pensado alguna vez que tu imaginación podría haberse visto arrastrada al sueño?
—¿Qué quieres decir?
—¿Y si el sueño no se detiene cuando te despiertes? —Mientras Jode hablaba, el pasadizo empezó a venirse abajo. Entonces Daine se dio cuenta de que estaba siendo reformado: una hilera de inmensos dientes de piedra sobresalían del suelo y del techo. Un momento después, el pasadizo quedó bloqueado por esa demoníaca sonrisa de mármol negro—. ¿Qué haría mientras tú estás despierto?
Daine se dio la vuelta, pero una segunda hilera de dientes había sellado el pasadizo a su espalda.
—Quizá no quiera abandonarte.
Daine le dio una patada a un diente gigante. Parecían sólidos como la piedra y sintió un dolor creciente en el tobillo.
Jode se puso ante él.
—Ése ha sido siempre tu problema, Daine. Siempre tratas de usar la ira como respuesta. A veces tienes que mirar el interior.
Jode se llevó la mano a la boca y sacó de ella una larga llave de mármol blanco. Encajó la llave en un hueco entre los dientes. Se oyó un clic y un sonido chirriante llenó la cámara al tiempo que los dientes empezaron a retroceder.
—¿Qué sabes? ¿Y qué estás buscando realmente?
El mundo revelado tras los dientes de piedra no era el pasadizo de las cloacas que habían visto antes. Estaban en mitad de un baile de máscaras. Docenas de bailarines daban vueltas; elaborados disfraces ocultaban caras y cuerpos. Daine reconoció aquel lugar. Era el salón de espejos de Alina en la ciudad de Metrol. El techo arqueado de la sala de baile se alzaba muy por encima de él y en el aire flotaban, como constelaciones, candelabros de pálida luz azul. Todas las superficies eran reflectantes y todos los bailarines estaban rotos en un centenar de imágenes diferentes. Pero algo estaba mal. Él no se reflejaba en los espejos. Y Jode…, las imágenes de Jode eran las del cadáver ensangrentado. Y los bailarines. Sus reflejos eran de los soldados que habían luchado junto a él en la guerra. Saerath, Lynna, Cadrian, incluso Jholeg, el duende, todos observándolo desde las paredes mientras se movían en una danza infinita.
—Estás atrapado en el pasado —dijo Jode—. Trataste de destruir tu vergüenza convirtiéndote en un héroe, pero tu justa causa sólo trajo sangre y muerte.
Daine trató de responder pero se dio cuenta de que no podía hablar. Entonces, en el otro extremo de la sala, vio a una pálida joven con el cabello color cobre recogido encima de la cabeza, bailando con su propio reflejo. Su vestido verde sin espalda revelaba la Marca de dragón de los hacedores, situada justo en la base de su cuello. Daine no tenía ninguna duda de que se trataba de Leí. Se abrió paso entre la muchedumbre, tratando de llegar hasta ella, pero era como caminar por una ciénaga. Apenas podía mover los pies, y los bailarines no paraban de interponerse entre él y la joven. Cuando trataba de apartarlos, se volvían de piedra y, por lo tanto, obstáculos aún más infranqueables.
La mujer de verde se alejaba cada vez más de él. Llegó a un pasillo que llevaba al taller privado de Alina. Se detuvo y giró la vista hacia él, y era Lei, pero había algo raro en ella…, los ojos. Los irises eran grandes y violeta y resaltaban en mitad de los tonos azules y grises. Sonrió y desapareció en la esquina.
Finalmente, Daine llegó al pasillo, pero Lei no estaba en ninguna parte. Pero allí había otro Daine: era más joven, más arrogante, impaciente por entrar en acción. El ojo observante del emblema de la casa Deneith brillaba en la empuñadura de su espada.
—¿Buscas a alguien, anciano?
—¿Lei…?
—Eres una amenaza para los que se preocupan por ti, anciano. Sacrificaste a tu familia por tu país. No lograste salvar tu país y después no lograste salvar a tu amigo. Incluso perdiste la espada de tu abuelo.
—Jode la empeñó, ¡y ni siquiera sé a quién la empeñó!
—¿Siempre tienes alguna excusa?
—Tú no eres yo.
—¿Y quién eres tú?
Daine desenvainó su espada, la espada de Grazen. Su reflejo se rió.
—Es un pobre hombre el que blande la espada de otro. —Entonces se puso en guardia y dijo en un tono aburrido—: La señora de Lyrris ha declarado esta sección de la mansión prohibida a los invitados. Si quieres sobrevivir a esta noche, te sugiero que vuelvas por donde has llegado.
Daine embistió con el impulso de un rayo, y debería haber atravesado a su doble a la altura de las rodillas. Pero su enemigo desvió el golpe con un movimiento de barrido. Él apenas bloqueó la desganada respuesta que siguió y su espada hizo un zumbido con el impacto.
—Estás peleando contigo mismo, Daine —dijo su doble. Contraatacó con un intento de golpe doble y casi hizo que Daine soltara la espada por medio de un ataque circular—. Pero has tirado tu pasado y todavía no has abrazado el futuro.
El Daine joven se movía con una luz cegadora y un arco de hierro alcanzó de lleno la espada de Daine, que tembló y se rompió en una docena de pedazos. Un segundo después, la punta de la espada de su oponente estaba en su garganta.
—Pregúntate —dijo el doble— quién eres en realidad. Qué quieres en el mundo. Descúbrelo rápido. Quizá no te quede mucho tiempo.
Sus rasgos se transformaron hasta que dejó de ser Daine: era Monan. Con una risa salvaje, arrancó su espada. Sintió un dolor filoso, terrible, y Daine no podía respirar. Estaba cayendo y lo último que oyó fue la voz de Jode.
—Hay ciertas cosas que no puedo decir.
Oscuridad…