Grazen ir’Tala iba vestido para la batalla. En lugar de la piel verde y negra de la Guardia de Sharn, Grazen llevaba una preciosa camisa de malla. Los eslabones estaban cubiertos de esmalte, y estaba tan bien tejida que no hizo ningún ruido cuando Grazen se puso en pie. Es más, la armadura parecía absorber los sonidos de su movimiento. Grazen llevaba un cinturón de cuero negro y, como Daine, llevaba una espada y una daga. Bajo la armadura, llevaba un jubón y pantalones anchos, con guantes y botas de piel oscura. Su ondeante capa de tejido negro era la oscuridad con forma sólida. Era toda una imagen de la elegancia en las maltrechas instalaciones de la Mantícora, pero tenía la mano en la empuñadura de la espada, y Daine sabía lo rápida y mortal que esa arma podía ser.

—Capitán Grazen, qué sorpresa tan inesperada —dijo Daine—. ¿Qué te trae a una casa tan humilde a estas horas? ¿O ahora se considera temprano?

Través todavía tenía el arco en la mano. Si llegaba el caso, sabía que podía apuntar y soltar una flecha antes de que Grazen pudiera recorrer la distancia que había entre ellos. Pero todavía no sabía cómo interpretar la presencia de Grazen. ¿Iban a detenerle de nuevo?

Grazen miró a Través para evaluar la amenaza que presentaba el arquero forjado. Finalmente volvió a sentarse.

—¿Por qué no os sentáis conmigo? —dijo señalando un taburete situado al otro lado de la mesa—. He traído un odre de vino iltrayano conmigo, junto a una buena hogaza de pan y unos trozos de tríbex ahumado. Imagino que no tendréis grandes festines en esta encantadora taberna. Según recuerdo, siempre te gustó un buen iltrayano.

Daine contempló con detenimiento a Grazen. Finalmente se volvió hacia Través.

—¿Por qué no vas a ver cómo está Lei? Puedo arreglármelas solo.

—Como desees.

Una vez Través hubo desaparecido por la escalera, Daine sacó el taburete de debajo de la mesa y se sentó. Grazen sacó otra jarra y colocó un saco sobre la mesa. Como había prometido, contenía pan, queso y una odre del mejor vino que Daine había probado en cinco años. Durante algunos minutos, Daine se concentró exclusivamente en la comida. Sabía que Grazen iría al grano tarde o temprano, y finalmente lo hizo.

—Sé lo que has estado haciendo, Daine.

—Entonces ya vas un paso por delante de mí. —Daine partió otro pedazo de pan y se lo quedó mirando—. ¿Has estado alguna vez en uno de esos restaurantes gnomos donde lo único que sirven es pan y agua? —Puso un poco de tríbex ahumado sobre el pan, le dio un buen mordisco y masticó pensativamente.

Grazen lo observó sin decir nada.

—Dime —dijo Daine—. ¿Qué he estado haciendo?

—Trabajar para Alina Lyrris.

—¿Qué podría haberme llevado a hacer eso?

—Ésa es la pregunta. Después de todos tus años de servicio en Cyre, ¿vas a convertirte en un mercenario ahora? Mi espada te queda mejor de lo que esperaba.

Los dedos de Daine se tensaron alrededor de su jarra.

—Cuida tus palabras, amigo.

—¿Qué clase de amigo sería si lo hiciera? Te ofrecí un trabajo, Daine, la oportunidad de trabajar para la Guardia. La paga no es muy buena, pero sería una forma honrada de vivir.

—Por lo que he oído en Sharn, la Guardia no parece especialmente honrada.

Ahora fue Grazen quien frunció el entrecejo.

—Además, yo serví en Cyre. Me pasé los últimos seis años luchando contra brelanders. ¿Por qué diablos iba a arriesgar mi vida para defenderlos?

—¿Qué te ha llevado a trabajar para Lyrris?

—Yo he preguntado primero.

Grazen vació su jarra y la dejó sobre la mesa.

—Muy bien. Te hablaré claro, Daine. Por respeto a la amistad que tuvimos en el pasado. No sé qué te ha pedido Alina que busques. Pero cuando lo encuentres, quiero que me lo traigas a mí.

—No sé qué…

—Estoy dispuesto a pagarte lo mismo que ella. Gracias a mi matrimonio dispongo de una gran fortuna, y puedo hacerlo. Lo que sea. Cualquier precio.

—No lo entiendo. ¿Por qué estás interesado?

—Porque quiera lo que quiera… No quiero que lo tenga. ¿Necesitas una razón mejor?

—Mira, Grazen. Aunque estuviera trabajando para Alina…

—No me mientas, Daine. Nunca has sido muy bueno mintiendo y odio verte mentir por ella.

Daine cerró los ojos y respiró hondo.

—Muy bien. Estoy trabajando para Alina. Hice un trato, Grazen. Acepté hacer un trabajo. ¿Me estás pidiendo que rompa mi palabra? Pensaba que creías en honrar los compromisos.

—¿Lo hace Alina?

—Que yo sepa, nunca ha faltado a su palabra. Pero sí he visto lo que hace a los que la traicionan.

—Daine, estás en el lado equivocado.

—¿Y tú estás en el lado correcto?

—Yo no estoy en el lado de nadie. Sólo te estoy ofreciendo una salida.

Daine pensó en eso un momento.

—¿Recuerdas a mi amigo Jode?

—¿El mediano?

—Sí. —Miró a Grazen a los ojos—. Está muerto. Creo que fue asesinado por enemigos de Alina. Dime. ¿Crees que la Guardia de Sharn perseguiría a los asesinos de un refugiado mediano asesinado bajo la ciudad?

Por un momento, Grazen lo miró a los ojos, pero después apartó la mirada.

—No.

—No estoy haciendo esto por Alina. He perdido mi patria. He perdido la guerra. Ahora he perdido a mi mejor amigo. Y puede que pierda la vida. Pero no voy a perder el honor. Hice una promesa y la cumpliré.

Grazen se puso en pie.

—Muy bien. Pero considera mi oferta y piensa en lo que te podría costar tu promesa. No quieres tenerme de enemigo, Daine.

—Tienes razón, no quiero.

—Entonces espero que tomes la decisión adecuada.

—Veremos.

Grazen se encaminó lentamente hacia la puerta.

—Puedes quedarte el resto del vino. Por los buenos tiempos.

Daine asintió y Grazen salió a las calles oscuras de Altos muros. Daine se sirvió otra jarra de vino iltrayano y se quedó sentado en las sombras de la sala vacía, pensando en Jode y en las promesas que había hecho.

Pero finalmente la odre se acabó. Recogiendo el saco de comida, Daine se encaminó arriba, a los brazos del sueño que le esperaban.