Era casi la undécima campana cuando Daine regresó a la Mantícora. Través había envuelto el cuerpo de Jode con la maltrecha capa. Lei estaba estudiando pergaminos con los ojos rojos y llenos de lágrimas.

Daine se sentó en el jergón vacío y se quitó algunos restos que había en su camisa de malla.

—¿Qué habéis descubierto?

—Le quitaron la Marca —dijo Lei—. Además, creo que se la quitaron con esto. —Empujó un pergamino por el suelo. Era una descripción de las piedras de dragón que Alina quería que recuperaran para ella—. El otro día te dije que una piedra como ésa podía unir las energías de una Marca de dragón para crear una defensa contra otra Marca. Creo que alguien logró ir más allá. Le arrancaron la Marca, el espíritu, todo lo que definía su identidad mística. —Brevemente, le contó los resultados de la autopsia.

Daine desenvainó la daga mientras Lei hablaba y lentamente fue tallando agujeros en el suelo. Cuando ella mencionó la ausencia de cerebro, clavó la daga en el suelo y la hoja adamantina cruzó la madera como si fuera papel. Apretó los dientes y arrancó la daga del suelo. En los dos últimos años había visto a mucha gente morir, y en ese momento no había tiempo para la pena o la furia. Respiró hondamente y dejó la daga a un lado. Desenvainó su espada, carcomida por el ácido, y la dejó junto a su armadura.

—Tengo que restaurar esto. Es posible que tengamos una batalla pronto y no quiero que se desmorone en el momento en que golpee metal.

Lei asintió y tomó la espada. Al pasar los dedos por la hoja, el metal empezó a manar y a restaurarse. Al cabo de un momento le había devuelto su aspecto original. Después hizo lo mismo con la armadura.

—Voy a tener que fortalecer el metal para que quede perfecta —dijo—. Pero no será tan fuerte como antes.

—Como te parezca —dijo Daine.

Alguien llamó a la puerta.

Era demasiado temprano para Rhazala. Daine tomó su espada restaurada y se dirigió hacia la puerta. Algo encorvado, le señaló a Través que abriera la puerta. En cuanto hubo espacio suficiente, su mano pasó por la apertura y la punta de su espada apuntó al estómago de su visitante.

Al otro lado de la puerta había una mujer humana. Iba vestida de cuero negro y lana, y llevaba una gran bolsa. Tenía grabado sobre el corazón el emblema de correo de la casa Orien. No retrocedió ni parpadeó. Parecía estar acostumbrada a clientes suspicaces.

—¿Eres Daine? —dijo ella.

—Soy yo.

Daine se enderezó. Bajó la espada pero no la guardia. Esperaba un correo, pero después de la muerte de Jode no podía estar seguro de nada.

Los ojos de la correo descendieron para contemplar el símbolo de Deneith en la empuñadura de la espada de Daine, y después parpadeó. Probablemente le habían señalado ese rasgo para identificar a Daine. Sacó dos objetos de su bolsa, un pequeño monedero de piel y una carta sellada, y se los dio a Daine. Abriendo el monedero, Daine sacó una doble corona y la puso en la mano. Ella desapareció en seguida.

—¿Qué ha sido eso? —dijo Lei. Había acabado con la armadura de Daine. Los eslabones eran más delgados que antes, pero al menos cubriría su torso.

—Correo Orien de Alina. —Agitó el monedero—. Tenemos un monedero de soberanos de plata. Deberían ayudarnos a comprar el tiempo de los duendes. También pagaremos s Dassi. —Rompió el sello de la carta y desplegó el papiro. El mensaje estaba escrito en una lengua fluida y elegante.

«Tras la muerte de mi exempleado, debes encontrar los bienes que portaba, independientemente de la forma que hayan podido adoptar. Como estos bienes pueden ser sacados de la ciudad, si no puedes resolver este asunto en dos días tendré que considerar nuestra nueva asociación un fracaso, lo que sería una tragedia para ambos. Buena suerte».

—¿Algo? —dijo Lei.

—No. Alina quiere las piedras «independientemente de la forma que hayan podido adoptar». Y si no lo logramos en dos días, se puede… enfadar.

—¿Deberíamos preocuparnos por eso?

—Nos contrató para este trabajo porque necesitaba gente desconocida. No creo que nuestro caso sea el mismo que el de unos empleados ineficaces.

—Ya.

—Dices que ya casi estás inoperante por hoy, ¿verdad?

Lei asintió.

—Podría hacer pequeñas reparaciones, pero eso es todo. Tengo que descansar.

—¿Qué hay de esa varita, la que destruyó esa cosa en las cloacas?

Lei metió la mano en el bolsillo lateral de su bolsa y sacó la varita. Le dio un golpecito a la hilera de piedras de dragón del lateral de la vara.

—Descarga de rayos alimentados por las piedras incrustadas. Pero está seco. La energía tardará un rato en volver a estar al máximo.

—De modo que si queremos pelea —dijo Daine— será mejor que esperemos hasta mañana. —Se detuvo, pensando—. Muchas cosas dependerán de lo que sepamos de Rhazala. Por ahora…, vacía tu bolsa, Lei. Quiero ver qué más tenemos.

—¿Todo?

—Sí.

Lei se encogió de hombros. Tardó varios minutos en sacarlo todo. Daine había olvidado lo grande que era el compartimento central. Pero su memoria había estado en lo cierto y sonrió.

—Muy bien, Lei. Esto es lo que quiero que hagas.

Diez minutos más tarde, Través, Rhazala y Daine estaban de vuelta en las calles de Altos muros. La duendecilla y el forjado recorrían las calles como sombras. A pesar de su tamaño, Través había sido construido para hacer reconocimientos, y se movía con una fluida elegancia que los guerreros forjados más corpulentos no podían igualar. Junto a sus compañeros, Daine se sentía patoso y ruidoso, como si fuera un oso cazando en compañía de panteras.

Al cabo de cinco minutos Rhazala se detuvo.

—En alguna parte cerca del centro —dijo señalando.

—¿Estás segura? —dijo Daine.

—Sí, sí. El túnel sale de ahí abajo. Pasa por la Puerta de Khyber, como el túnel de deshechos y agua. Y aquí abajo hay un mal lugar. Los tipos silenciosos han perdido exploradores en esta zona antes. Normalmente a manos de comedores o chacales rojos, pero en la Puerta de Khyber hay cosas peores, y creo que aquí es donde puede vivir al menos uno. Los tipos silenciosos ni siquiera se acercan aquí.

—Muy bien. Buen trabajo, Rhazala. Aquí está tu paga.

Se había atado el monedero alrededor del cuello, pero cuando se llevó la mano allí se dio cuenta de que había desaparecido. Dándose la vuelta, vio que Rhazala se lo estaba dando. Le mostró dos soberanos de plata en la mano izquierda.

—Sólo lo he agarrado para cobrarme mis servicios —dijo con engreimiento—. Esta vez.

Daine suspiró y asió el monedero. Rhazala sonrió e hizo una reverencia, y al instante había desaparecido. Daine parpadeó. ¿Era su desaparición obra del talento de la duendecilla y su agotamiento o había intervenido la magia? Cualquiera que fuera la respuesta, Rhazala ya no estaba allí.

Daine negó con la cabeza.

—Vamos, Través. No quiero seguir con esto sin luz del día, y no me vendría nada mal dormir un poco. —Como quieras, capitán.

Ambos iniciaron el camino de vuelta a la Mantícora. Daine escrutó al forjado un instante.

—¿Estás bien, Través?

—¿Capitán?

Daine hizo un gesto vago.

—Bueno, con Jode…, ya sabes, sólo me ha obligado a pensar en la tropa. Has servido conmigo desde que acepté el mando. Has sido todo lo que un comandante podría pedir a un soldado, y nunca me has decepcionado. Has seguido todas mis órdenes sin cuestionarlas y he acabado apoyándome en eso.

—Me alegra escuchar eso, señor.

—Pero ya no estamos en el ejército, Través. Ya no soy tu capitán. Sólo soy tu compañero, tu amigo.

—Lo comprendo, pero me siento más cómodo operando bajo una cadena de mando militar. Tú tenías una vida antes de entrar en el ejército cyrano. Yo no. Fui forjado con el conocimiento de la guerra grabado en mi mente, y estuve en el frente diez días después de mi… nacimiento, si es que se le puede llamar así. La guerra es mi naturaleza y siempre será parte del modo en que veo el mundo. Mientras me tengas, siempre serás mi capitán.

—Has servido en la Guardia cuatro veces más que yo. ¿No crees que deberías estar al mando?

—No te entiendo, capitán. Los humanos nacen sin un fin. Tú debes encontrar tu camino en la vida. Yo fui hecho para una tarea específica, y siempre he conocido la naturaleza de esa tarea. No fui hecho para mandar y no tengo ninguna intención de intentarlo.

Daine se encogió de hombros.

—Está bien. Pero, Través…, los humanos con frecuencia creen que saben lo que tienen que hacer con sus vidas, y no siempre tienen razón. Sólo porque alguien te haya dicho cuál es, en teoría, tu finalidad… ¿Estás seguro de que es así?

—Soy fruto del diseño. Fui hecho para destacar en una tarea específica y nunca podría ser tan bueno en ningún otro campo. ¿Tiene algún sentido esta discusión?

—Sólo estaba pensando de nuevo en la esfinge. Dijo que todavía no conocías tu finalidad.

—Me pareció que le dabas poca importancia a sus palabras.

—En ese momento no le di ninguna. Pero ahora… —Daine negó con la cabeza—. Después de lo que he visto esta noche, no puedo evitar preguntarme por lo que dijo.

Través permaneció tan impasible como siempre.

—Si tengo otra finalidad, se revelará a su debido tiempo. Hasta entonces, estoy satisfecho.

—Muy bien. Pero, Través, no hablas mucho. Lo entiendo si no tienes mucho que decir. Pero si alguna vez hay algo que yo pueda hacer, quiero que me lo digas.

—Como desees.

Daine estudió a Través, pero el forjado no tenía ninguna expresión en la cara. Daine todavía sentía que había algo de lo que Través no quería hablar. Quizá fuera la muerte de Jode. Daine había mandado a Través a buscar a Jode, y el forjado podía estar culpándose por la muerte de su amigo. «Sólo tengo que observar y esperar», decidió Daine.

La primera campana del nuevo día estaba sonando cuando llegaron a la Mantícora. Daine estaba exhausto. Había sido un largo día y el amanecer del siguiente prometía ser todavía más peligroso. La idea de una cama —incluso un jergón desordenado en el suelo— lo reclamaba a gritos.

A esa hora, Daine dio por hecho que la sala común de la Mantícora estaría vacía, pero se equivocaba. En una de las mesas había un solo hombre, observando la puerta y bebiendo de una jarra desportillada. Cuando Daine y Través entraron por la puerta, el visitante dejó su jarra y se puso en pie.

—Ya era hora de que llegaras, Daine. ¿En qué líos te has metido?

Era Grazen ir’Tala, capitán de la Guardia de Sharn.