Era difícil concentrarse con el cuerpo de Jode tendido allí, pero Daine tuvo que obligarse a ello. Se arrodilló para examinar los cadáveres. No era ningún experto, pero el cuerpo de Rasial parecía estar en peor estado que los demás. Quizá había muerto antes que ellos. Todos los cadáveres tenían las mismas heridas que Jode: la parte posterior del cráneo destrozada, probablemente con una maza o una porra. La cavidad del cráneo estaba casi completamente vacía. Rasial tenía unas pequeñas cicatrices paralelas en el pecho, probablemente marcas de uñas, no tan profundas como para ser letales. Las heridas de la cabeza eran las únicas que parecían significativas. Daine registró los cuerpos, pero ninguno llevaba nada. Se volvió hacia el vigilante duende.

—¿Tenía éste alguna posesión?

El duende negó con la cabeza.

—¿Estás seguro? Puedo conseguirte oro si tienes lo que estoy buscando.

La mención del oro encendió un fuego en los ojos del duende, pero volvió a negar con la cabeza.

—No tenía nada.

Daine maldijo. Caminó hacia Lei.

—Vayámonos de aquí, Lei. Tenemos que llevarle a la superficie.

Lei no dijo nada. Estaba mirando a Jode con los ojos abiertos de par en par.

—¿Qué pasa?

—Daine, su Marca de dragón… no está.

Tenía razón. Jode tenía la Marca de sanación en la cabeza, era el orgulloso símbolo de su don mágico. A pesar de la terrible herida, hubiera sido fácil de ver. La Marca ya no estaba allí.

—¿Es posible? —dijo Daine—. ¿No es él?

Lei examinó el cuerpo más detenidamente y estudió la frente.

—No lo sé, pero las Marcas de dragón no desaparecen tras la muerte. No desaparecen jamás. —Pasó una mano por encima de su cara—. Me gustaría creer que se trata de una trampa, pero no lo creo. —Una lágrima descendió por su mejilla mientras miraba a Daine—. La esfinge dijo que sufrirías una pérdida hoy, Daine. No dijo que lo haríamos todos.

Daine cerró los ojos y respiró hondamente.

—Descubriremos quién hizo esto, Lei. Se lo haremos pagar. Pero ahora tenemos que seguir adelante. Le lloraremos cuando haya sido vengado.

Ella asintió aunque su cara era todavía una máscara de pesar.

—Lo sé.

—Tenemos que encontrar el modo de llevarle. Aquí. —Tomó los restos de su capa—. Utiliza esto.

—¿Qué hay de los demás?

—No podemos con todos. Preocúpate por Jode.

Lei asintió y envolvió a Jode en la capa. Le susurró a la tela.

—¿Qué haces? —preguntó él.

—Tejer un encantamiento. Impedirá que su cuerpo se descomponga.

Daine se volvió hacia Rhazala.

—¿Estáis dispuestos a ganaros unas cuantas monedas más?

—¡Siempre! —dijo la chica alegremente.

—Entonces id a ver a Illian Apotecario en… Torres del dragón, creo. Quiero que hables con un hombre llamado Bal. Dile que has encontrado los cadáveres de dos de sus amigos.

—Eso haremos. Pero ¿y vosotros? Decís que no tenéis ninguna moneda y después ofrecéis oro por mercancías robadas.

—Puedo conseguir más dinero. Posiblemente mucho más. Si nos ayudáis, tú y tus amigos tendréis una recompensa.

Rhazala y el vigilante conversaron en susurros. Rhazala se volvió hacia Daine y asintió.

—Os necesitaré. Si necesitáis a gente silenciosa, yo sé dónde encontrarles.

—Bien. Quiero hablar con quien encontró los cadáveres. Tengo que ver el lugar en el que los encontró.

—Entonces tendrás que hablar con Hazg —dijo el duende vigilante—. Iré a por él. —Se abrió paso entre las mugrientas profundidades.

—¡Daine! —gritó Lei.

Él se volvió hacia ella. Lei le había arrancado lo que quedaba de su ropa a Rasial y estaba estudiando su cuerpo desnudo.

—¿Qué estás haciendo? —dijo él.

—Él tampoco tiene la Marca, Daine.

—¿Qué quieres decir?

—Según Bal, sus poderes proceden de una Marca de dragón aberrante. Rasial, se supone, podía matar con el tacto. ¿Dónde está su Marca?

—Mmm. ¿Alguna idea?

—Quizá. Tengo que volver a la Mantícora.

—¿Qué hay de Jode? ¿Está… preparado?

Lei hizo una mueca y señaló el fardo cubierto de tela a los pies del muladar.

—Necesitaré tu ayuda.

Daine caminó trabajosamente por las aguas de la cloaca y sostuvo el cuerpo de su amigo. Lei tomó su morral y lo abrió. Un pedazo de cordel definía el tamaño de la abertura al compartimento central de la bolsa. Soltando el cordel, tiró de la boca de la abertura, creando un cono, como un embudo.

—Creo que cabrá —dijo ella. Extendió la abertura hacia Daine.

Mirar el interior era como mirar unas aguas profundas y negras. Daine podía percibir algo ahí, pero no podía ver nada. Parpadeando para contener las lágrimas, Daine metió el cuerpo de Jode por la abertura. Tuvo una ligera sensación de resistencia, como si estuviera empujando el cadáver por el fango, pero después desapareció y también lo hizo Jode.

Lei tiró del cordel y cerró la bolsa.

Hazg era un duende hosco con el pelo desigual y la piel descamada. Hablaba poco pero se movía con una rapidez sorprendente por la resbaladiza piedra. Los condujo a uno de los túneles que llevaban la basura hasta la cámara central. Cuando hubieron recorrido unos doscientos pies por el pasaje, vieron que una gran piedra había caído del techo. Hazg se detuvo y se encaramó a la piedra.

—Aquí —dijo, con la voz áspera. Aquí quedaron esas cosas. Los cuerpos estaban aquí.

—Gracias, Hazg —dijo Daine.

—No quiero gracias. —Se frotó el pulgar y el índice.

Daine miró a Rhazala. Ella frunció los labios y finalmente sacó una corona para Hazg, que salió corriendo túnel abajo.

—¿Cuándo vas a darme más dinero? —preguntó Rhazala.

—¿Por qué? ¿Ya te has gastado todo el que me robaste?

Rhazala no mostró síntomas de vergüenza.

—No deberías haberlo puesto tan fácil. Otro te lo habría robado si no lo hubiera hecho yo. Tienes suerte. De no ser por mí, ¿quién estaría pagando a los tipos silenciosos ahora?

Daine decidió no responderle.

—¿De dónde procede la basura que llega por este túnel?

Rhazala miró a su alrededor y vio algunas marcas casi borradas en la pared.

—Altos Muros y Puerta de Khyber.

—¿Dos distritos por un solo túnel?

—Puerta de Khyber está debajo de Altos muros —dijo Rhazala. Con las manos hizo un gesto para señalar la existencia de varios niveles—. Como las Maquinarias, pero ahí no hay negocios. Sólo mercados de ratas y gente que le tiene miedo a la luz. Es más grande que Altos muros, y más profundo que el lugar en el que estamos ahora, hasta hay viejos lugares a los que no van siquiera los tipos silenciosos.

—¿Y dónde está el pasaje más cercano a la superficie?

—No lejos. ¿Queréis ir?

Daine pensó por un momento.

—¿Sabes dónde está su salida?

—No, pero alguien lo sabrá, seguro. ¿Lo investigo?

—Primero muéstranos el camino de salida. Después descúbrelo y reúnete con nosotros en la Mantícora dentro de dos horas. Si es peligroso, quiero que Través esté con nosotros. Y tendré tu oro, espero.

—Si tienes el oro, yo tendré la información —dijo Rhazala, entusiasmada.

—Adelante, pues.

La décima campana estaba sonando cuando regresaron a las calles de Altos muros. Rhazala se había quedado abajo para investigar los túneles.

—¿Cómo vas a pagarle? —preguntó Lei.

—Yo me encargo de eso. ¿Qué opinas sobre la ausencia de la Marca de dragón?

—Tengo que examinar a Jode y ver qué puedo descubrir. Necesitaré hacer una vara de adivinación. Pero te advierto que no puedo hacer más encantamientos esta noche.

Daine asintió.

—Lo sé. Tenemos que andarnos con cuidado. Pero no podré volver a dormir hasta que hayamos hecho todo lo que podamos.

El pesar cruzó el rostro de Lei.

—No sé si seré capaz de dormir en ningún caso. Es… Trato de olvidarme, de pensar que estará esperándonos en la Mantícora.

Daine le puso una mano en el hombro.

—No pierdas la esperanza. Si alguien puede encontrar el modo de engañar al Guardián de Almas, ése es Jode.

Ella asintió, pero no halló ninguna palabra alegre.

Través estaba esperando en la sala común cuando llegaron.

—Ca… General Daine, mi señora Lei. No he visto a Jode y Dassi dice que no ha regresado en nuestra ausencia. —Se detuvo—. ¿Qué ha pasado con tu armadura y tu ropa, capitán?

Daine y Lei se miraron.

—Jode está muerto, Través.

—No lo entiendo.

—Eso es lo que la duendecilla quería enseñarnos. Encontró el cuerpo de Jode en las alcantarillas.

Través se quedó en silencio un rato.

—¿Fue atacado por nuestros enemigos de anoche?

—Parece probable. La alcantarilla procedía de Altos muros, pero no sabemos cómo lo encontraron ni por qué lo mataron. Anoche parecían quererle vivo.

—Quizá no hizo lo que querían.

—Quizá —dijo Lei.

Través volvió a quedarse en silencio. Su cara metálica no dejaba traslucir sus emociones. Finalmente dijo:

—En este lugar no hay ninguna guerra. Esta muerte no tiene sentido.

—Quizá ahí es donde te equivoques —dijo Lei—. Uno de los dos, ayudadme a subir a nuestra habitación.

—Través, ve con ella. Yo tengo otra cosa que hacer.

—Sí, capitán.

Una vez Lei y Través se hubieron marchado, Daine encontró a la tabernera Dassi.

—¿Dónde está la estación de mensajes más cercana?

—Calle Mediapiedra en Arco Negro, general. —Sonrió con dulzura—. ¿Ha habido algún avance en la obtención de vuestro crédito, general?

—Quizá —dijo—. Te lo diré cuando vuelva.

Arco Negro era la guarnición del Desembarco de Tavick. Era el distrito más austero en el que Daine había estado. Situado en el suelo y cerca de las puertas de Sharn, estaba más fortificado aún que Vigilia de la daga. Daine no tardó mucho en encontrar lo que estaba buscando, el blasón de la casa Sivis, que colgaba de un tablón dorado sobre una gran puerta negra.

Aunque era muy de noche, la estación de mensajes bullía de actividad. Los gnomos corrían de un lado para otro y el aire estaba lleno de susurros. Había una pared entera cubierta de estanterías llenas de numerosos tomos de piel negra idénticos. En el otro lado de la sala había tres bustos de mármol en altos pedestales. Los bustos tenían los rasgos de viejos y sagaces gnomos con piedras de dragón en los ojos. Había dos gnomos sentados junto a cada busto, cada uno de ellos con una pluma y un libro. De vez en cuando, los gnomos hablaban con la estatua, pero la mayor parte del tiempo parecían limitarse a escuchar y a escribir furiosamente en sus libros. Había un puñado más de sillas junto a la puerta. Una mujer que llevaba la insignia de los correos de la casa Orien se quedó dormida en una, mientras que un mensajero con la libre de la Guardia de Sharn estaba sentado en otra.

Las estaciones de mensajes de casa Sivis eran la espina dorsal de la comunicación de larga distancia en Khorvaire. Aunque lo llamaban Marca de la escritura, la Marca de dragón estaba vinculada a todas las formas de la comunicación. Hablando a la figura de piedra, un gnomo podía mandar un mensaje al otro extremo del continente. No era ni mucho menos instantáneo, pero sí mucho más rápido que cualquier humano o bestia, Cuando el mensaje llegaba a la piedra parlante deseada, un gnomo en la estación de piedra lo anotaba, y o bien lo retenía para que fuera recogido o bien lo daba a un correo local para que lo entregara en mano. Daine había oído que la casa Sivis había desarrollado su propio idioma sólo para mandar y anotar mensajes. No le sorprendería. Los gnomos estaban obsesionados con la seguridad de su sistema.

Daine se acercó al portavoz gnomo.

—¡Buenas noches, señor! —dijo el gnomo alegremente—. ¿Mandas o recibes?

—Mando —dijo Daine—, pero hay una complicación.

El gnomo alzó sus pobladas cejas y esperó a que Daine siguiera.

—Tengo que mandar el mensaje a cobro revertido.

—Bueno, señor, hay algunas naciones que tienen acuerdos con la casa, pero a menos que seas un miembro acreditado de la corte en cuestión, me temo que no puedo…

—El mensaje es para Alina Lorridan Lyrris.

—¿Y qué quieres decirle? —El gnomo sacó un papiro y una pluma y sonrió.

En la Mantícora, Través colocó el cuerpo de Jode sobre uno de los maltrechos camastros. Contempló la terrible herida que había destrozado la cabeza de su amigo.

—Quienquiera que lo hiciera, merece ser castigado —dijo con un tono sordo.

Lei estaba buscando en su bolsa y sacó los conjuros místicos y varios pergaminos.

—No sabía que tuvieras sentimientos de venganza, Través.

—Esto no es una cuestión de venganza, mi señora. Esto es la guerra y la guerra es mi finalidad.

Ella sintió.

—También será la mía.

Vio un minotauro cayendo a su tacto, un soldado forjado haciéndose añicos y, en ese momento, el puro odio hizo desaparecer toda la pena. El momento pasó y ella se quedó en la habitación miserable con sus encantamientos y sus papeles y el cadáver de su amigo. Suspiró, resuelta a reprimir las lágrimas.

Lei colocó sus herramientas sobre el camastro. Tomó una vara de madera y le susurró; tejió un pequeño ensalmo de adivinación. Cuando hubo terminado, encontró un pedazo plano de cristal negro y grabó el símbolo de un cráneo en la superficie. Dejó el disco de piedra a un lado.

—¿Qué estamos haciendo, mi señora? —preguntó Través.

Lei tomó la vara.

—Primero voy a examinarle más de cerca y buscar alguna clase de energía mística. Después veremos lo que puede decirnos.

Pasó los dedos por la vara para activar el encantamiento que había introducido en ella. Lentamente, con cuidado, pasó la vara por el cuerpo.

—Aquí hay residuos de energía mágica, muy débiles, pero sin duda presentes. —Estudió el cráneo roto más de cerca y sintió arcadas y dejó caer la vara.

—¿Mi señora? —dijo Través, acercándose para sostenerla por los hombros.

—Estoy… Estoy bien —dijo, incorporándose—. Es…

Se arrodilló de nuevo. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, examinó la herida más de cerca.

—¿Qué pasa?

—La herida… no es lo que parece. —Lei tomó un pequeño cristal refulgente e iluminó el borde irregular de la herida—. Mira, esto fue causado por uno o dos fuertes golpes con un objeto largo y romo.

—¿Y? —dijo Través.

—Pero, debajo, parece cono si su cerebro hubiera sido extraído antes de que se produjera la herida. No hay rastro de materia cerebral en el interior del cráneo.

—¿Por qué iba alguien iba a hacer una cosa así?

—No lo sé, pero significa que estaba muerto antes del golpe, que alguien estaba tratando de ocultar la primera herida. Sólo puedo pensar que los asesinos estaban tratando de esconder una pequeña herida con este golpe brutal. —Tembló y tomó el disco de cristal—. Veamos si Jode puede decírnoslo.

—¿Cómo puede hacerlo?

Lei colocó el disco en lo que quedaba de la frente de Jode.

—El encantamiento que he tejido en el interior de esta piedra nos permitirá hablar con Jode, aunque sólo sea unos minutos. No es… él, sólo los rastros que su espíritu dejó tras de sí. Pero debería poder decirnos lo que sucedió, al menos, todo lo que sabemos antes de…

Lei estaba tratando de construir un relato ordenado, de centrarse en aquello como un reto a su sabiduría, pero era su amigo, y sabía que aquélla era la última vez que hablarían con él. Través le puso una mano en el hombro y durante un momento ella se sostuvo en su brazo, apretando el frío metal tan fuerte como pudo. Después respiró hondo y regresó al cadáver.

Tocó el disco de piedra y desató las energías con un susurro y un pensamiento.

—Jode —dijo con la voz tranquila—. Dinos quién te hizo esto.

El silencio fue absoluto.

—Jode —repitió—. Dinos quién te ha hecho esto.

Nada.

—¡Jode! —gritó, aunque sabía que él no podía oírle—. ¡Jode!

Un momento más tarde, Través la estaba abrazando y acunándola suavemente.

—Tranquila, mi señora. Tu encantamiento ha fallado, eso es todo. Tranquila.

Lei negó con la cabeza, tocando la piedra. Sentía la energía mística corriendo todavía por su interior.

—No. No, no es eso. Se ha ido, Través. No queda nada de nada. Todo se ha ido.

Se asió con fuerza a Través y se aferró a él, y sus lágrimas empezaron a manar.

—No sólo se llevaron su Marca —susurró—. Le destruyeron completamente.