Al salir del Rey del Fuego, Lakashtai se puso la capucha y ocultó su rostro en profundas sombras.
—Cuéntamelo todo —dijo—. ¿Cómo empezó? ¿Qué sabes del espíritu hostil?
—Mis compañeros y yo fuimos atacados anoche en las calles de Altos muros. Parecía un simple intento de robo, pero el líder tenía una extraña risa que pareció meterse en mi cabeza y dificultarme concentrar. Una vez hubimos acabado con sus aliados, él…, bueno, no sé qué hizo exactamente. Me vi arrollado por su corriente de pensamientos y emociones, como si estuviera vertiendo su vida entera en mí. Después ambos nos desvanecimos.
—¿De eso hace casi veinticuatro horas?
—Sí.
—Sería mejor estar en un lugar discreto, pero esto tendrá que bastar.
Habían entrado en un edificio que parecía una taberna. Como muchos de los edificios del Disparate, era uno de los lugares más raros que Daine había visto jamás. Las paredes parecían estar hechas de grueso cristal, y las antorchas del interior emitían una radiación brillante que llenaba todo el edificio. No había ventanas, aunque en cierto sentido todo el edificio era una gran ventana. Daine veía a la gente que se movía en su interior, aunque el efecto distorsionador de sus paredes de grueso cristal impedía ver los detalles.
Al entrar, descubrieron que todo el edificio estaba hecho de cristal. La superficie de los suelos era basta, y daba tracción y un cierto grado de opacidad, pero los suelos, las paredes, los techos…, todo era de duro cristal. Daine se preguntó cómo se podía construir algo así, aunque sin duda Lei lo habría sabido. Los muebles eran los habituales de madera y latón, y podrían haber estado en cualquier granja brelish. De alguna manera, la presencia de ese mobiliario común no hacía más que resaltar la extraña naturaleza de la arquitectura.
Un hombre joven con el pelo blanco largo se acercó a ellos cuando entraron. Al principio parecía llevar una sencilla camisa blanca y un par de pantalones marrones, pero cuando se acercó Daine vio un ligero movimiento del aire a su alrededor, y se dio cuenta de que el hombre llevaba también un gabán hecho de tela invisible.
—Bienvenidos a la Casa de Cristal, viajeros —dijo el tabernero—. Si venís a cenar, esta noche servimos el mejor pez fantasma de Sharn, junto con…
—Lo único que necesitamos es una habitación —dijo Lakashtai. Sacó una moneda de platino con la que habría podido pagar una estancia de un mes en la Mantícora—. El tiempo es esencial.
Los ojos del tabernero refulgieron y la moneda desapareció rápidamente.
—Por favor, seguidme, viajeros.
Las paredes estaban hechas de cristal, pero las puertas eran de gruesa madera y casi parecían flotar en mitad del cristal iluminado por el fuego. La habitación era sorprendentemente austera, aunque Daine imaginó lo que Lei diría si le contara que había estado en una habitación con una cama de verdad. Empotrada en una pared había una antorcha eterna con una portezuela para ocultar la luz a los ojos dormidos.
—Túmbate —ordenó Lakashtai. Sus palabras eran una canción, pero había hierro tras la música. Se quitó la capucha—. Sigue con tu historia. ¿Qué fue del hombre que te atacó?
—Cayó en coma, y hace una hora me pareció verle en la calle. Pero al parecer me había desmayado y el encuentro tuvo lugar en mi mente. Luchamos y yo logré ganarle, pero dudo que el truco que utilicé funcione por segunda vez.
Aquí estamos de nuevo.
Daine estaba junto a la Mantícora y la voz de Monan sonó en el aire. El conversor estaba apoyado contra la puerta de la taberna.
Daine no dijo nada.
—Tu abuelo fue una mala elección —dijo Monan, caminando hacia él—. Quizá fuera un soldado profesional, pero tú peleabas contra él, y ése fue mi error. Pero tengo tantas armas que usar contra ti…
Sus alrededores cambiaron y Daine se halló en una lujosa casa, la finca de Alina Lyrris en Metrol, que Daine no había visto desde hacía ocho años. Daine sabía lo que Monan estaba tratando de hacer, y esperó oír la voz de Alina. Pero fue Lei quien se le apareció.
—¿Qué crees que habría pensado de haberlo sabido? —dijo Lei—. Nunca creí que fueras capaz de algo así, Daine. Pero tampoco debiste creerlo tú, ¿verdad? ¿Todavía te atormenta? ¿O la guerra ha quemado la vergüenza que había en ti?
Se acercó y Daine vio un destello de metal en su mano. ¿Un cuchillo? El instinto hizo que se llevara la mano a la empuñadura de la espada, pero la memoria ralentizó sus pensamientos. ¿Por qué pelear? A pesar de sus esfuerzos, ¿qué había hecho en los últimos ocho años? Cyre había desaparecido y ahora volvía a trabajar para Alina. ¿Qué sentido tenía?
Pero mientras apartaba la mano de la espada, mientras Lei se acercaba, sintió una presencia, algo fundamentalmente… otro.
«Aparta la mirada, Daine. Cierra los ojos».
Los pensamientos procedían del interior de su mente, pero él sabía que eran de Lakashtai. Aunque apartó la mirada, vio una sombra cayendo sobre la falsa Lei, vio una expresión de puro terror en su rostro. Cerró los ojos. Se produjo un horrible grito, gorjeante…, y no importaba cuánto tratara de ignorarlo, todavía era la voz de Lei. Era un sonido que perseguiría sus sueños.
Cuando Daine abrió los ojos, estaba tendido en una suave cama en una habitación de refulgente cristal. No sintió ningún rastro de Monan en su mente, y Lakashtai no estaba allí. En la cama, a su lado, había un pequeño pedazo de cristal verde. Lo alzó. Era frío al tacto, y por un momento sintió el tacto de unos dedos kalashtar en su mano.
Se metió el cristal en el monedero de su cinturón, recogió su túnica y salió de la brillante habitación hacia las oscuras calles de más abajo.