¿Qué quería?

Oía los sonidos que procedían de su boca, pero ella no podía comprenderlos. Los sonidos eran fragmentos distorsionados, sacados de contexto, sin sentido. Incluso su cara…, a ella le resultaba difícil mirarle, observarle durante el tiempo suficiente para leer sus expresiones. La noche anterior, había soñado con el hombre sin piel y su maestro, pero se la habían llevado abajo y la habían cambiado de nuevo. Pero quizá no fuera un sueño. ¿Había estado otra vez en el agujero? Y si era así, ¿qué había hecho él? ¿Le había comido sus recuerdos del lenguaje? ¿Podía ella volver a aprender el significado de esas palabras si insistía con fuerza? ¿O eran sus oídos? ¿Eran sus oídos todavía suyos o se los habían llevado? ¿Qué podía querer él de sus oídos? ¿Cuánto tiempo tardaría él en dejarla morir al fin?

El hombre seguía hablando. Ella bajó la mirada hacia él y negó con la cabeza. ¿Quería él al hombre sin piel? Se llevó la mano a la mejilla y tiró de la piel, simulando la acción de un cuchillo con la otra.

Claramente, él no comprendía lo que ella quería decir. Ella sostuvo los dedos en lo alto, alrededor de la mano, y los contoneó, pero él tampoco pareció comprender.

De repente, él se dio un golpe en la frente. ¿Un pensamiento? Volvió a hablar, pero sus palabras carecían de significado, como antes. Ella negó con la cabeza. Él la llamó con se ñas, le indicó que debía sentarse. Cautelosamente, ella obedeció. Raramente se sentaba durante el día.

¿Por qué estaba él haciendo esto? ¿Qué quería?

Id se tocó la mano con el dedo índice y después hizo un gesto de giro con el mismo índice y el pulgar. Ella trató de estudiar su cara en busca de alguna pista, pero mientras lo hacía todos sus rasgos parecieron desaparecer y dejarla mirar una pura y lisa pizarra. Ella hizo una mueca y apartó la mirada, y al hacerlo sus rasgos reaparecieron. Tenía que ser ella, pensó. Un cambio más. Una cosa más que él le había robado.

El visitante habló de nuevo. Ella creyó advertir un deje de frustración en sus palabras sin sentido, pero no podía estar segura. Lo que sucedió después la sorprendió. Él extendió el brazo y le tocó la cara. Sus manos eran suaves y amables, y recorrieron lentamente sus labios.

—Bienvenida —dijo una voz.

¡Lo entendió! ¡Conocía esa palabra! Después vio el miedo en los ojos del desconocido y se dio cuenta de quién había hablado.

El hombre sin piel había regresado a la habitación. Tenía la capucha quitada y se veían los músculos al descubierto que eran su cara.

—No esperaba visitantes —dijo—, pero es una sorpresa muy agradable.

El visitante dijo algo, pero sus palabras seguían siendo un caótico borrón de sonidos.

—Me encantaría explicarlo —dijo su dueño, moviéndose lentamente hacia ella—. Pero hay mejores lugares para ello. Vendrás conmigo, espero.

Ella no podía dejar que sucediera. Empujó al visitante con toda la fuerza que pudo, y él retrocedió dando tumbos hasta la puerta. Pero pareció comprender y en cuanto recuperó el equilibrio echó a correr.

Pero aquello no era suficiente. El hombre sin piel hizo restallar su brazo como si fuera un látigo y un tentáculo de piel salió volando de su manga. El reluciente zarcillo envolvió los tobillos del visitante y lo derribó al suelo. Su maestro gritó y una de las garras entró por la puerta. Se produjo una breve lucha, pero el resultado nunca estuvo en duda.

—Llevadlo abajo —dijo su maestro.

La garra se lo echó al hombro y se lo llevó.

El hombre sin piel se volvió hacia ella. Sus enloquecidos ojos refulgían en sus hondas cuencas.

—Y tú…, supongo que tendré que pensar algo nuevo para ti. La risa del hombre sin piel resonó en sus oídos cuando se volvió para seguir a la garra.