Daine se volvió hacia Través.
—Encuentra a Jode. Rápido. Si no lo encuentras, vuelve a la Mantícora y nos reuniremos allí.
Través salió corriendo y Daine prestó toda su atención a Lei y a la desconocida. Ésta era algo más joven que Lei, y no había dudas respecto a su riqueza. Su hermosa túnica verde estaba hecha de sedasueño de Zil y decorada con vetas de oro y platino que recordaban el dibujo de las estrellas en el cielo. Un arco iris de piedras preciosas adornaba su sombrero dorado, arrojando luz en un millar de pedacitos. Estaba mirando desdeñosamente a Lei y no decía nada.
Y entonces Lei le dio un puñetazo.
No fue una bofetada elegante. Lei había estado en el campo de batalla durante años, y aunque formaba parte de los cuerpos de apoyo, había participado en más de una reyerta. El golpe pilló a Dasei completamente por sorpresa. La mujer retrocedió dando un traspiés, casi cayendo sobe un puesto de elegantes sombreros. Un hilo de sangre manó de su nariz, y sus ojos estaban llenos de furia. Se incorporó, introdujo una mano en una de las ondeantes mangas de su túnica y sacó una varita mágica de madera de roble negra y con la punta de cristal y señaló con el extremo más delgado a Lei.
Daine supo que no podría llegar hasta Dasei a tiempo de impedir que lanzara el conjuro, pero embistió de todos modos. Mejor tarde que nunca.
No tendría que haberse preocupado. En la fracción de segundo que Dasei había tardado en sacar la varita, Lei ya se había puesto en movimiento y hecho girar el bastón de maderaoscura. Un golpe bajo en forma de barrido impacto justo debajo de la rodilla izquierda de Dasei. Ella soltó un aullido de dolor y cayó al suelo. Un segundo golpe le dio en la mano e hizo saltar por los aires su varita. Daine la atrapó en mitad de su vuelo y se la puso en el cinto.
Lei se quedó junto a la mujer caída con el bastón de maderaoscura en su garganta. Sin duda era un efecto de la luz, pero a Daine le pareció que la cara grabada en el extremo del bastón estaba sonriendo un poco más de lo habitual. Lei tenía una expresión adusta.
—Lei, ¿qué estás haciendo? —dijo él.
—No te mentas en esto, Daine.
Dasei miró de soslayo a Lei desde el suelo, agarrándose los dedos doloridos.
—He soportado más dolor en los últimos tres días que tú en toda tu vida, Dasei. —Lei agitó el bastón en dirección a la cara de Dasei, pero en el último momento lo apartó. La mujer herida se encogió y soltó un grito—. Quizá sea el momento de cambiar eso.
—¿Lei? —dijo Daine, y dio un paso adelante con cuidado. ¿Era el bastón lo que hacía que Lei se comportara así? ¿Podía haberle hecho algo?
—¡No te metas en esto! —le espetó ella. Puso la punta del bastón en la garganta de Dasei—. Me estoy acostumbrando. Sobreviviré. Pero que tú, ¡que tú!, ni siquiera me hables… —Apretó la garganta de Dasei, obligándola a arquearse—. Si crees que voy a consentir eso, es que no me conoces tan bien como creía. —Apartó el bastón y la mujer jadeó—. Ahora, intentémoslo de nuevo. Dasei d’Cannith, me alegro mucho de verte.
Por un momento, Dasei miró a los ojos a Lei y Daine vio en ella el mismo fuego que había visto tantas veces en Lei. Después desapareció y bajó la mirada al suelo.
—No deberías estar aquí, Lei. Vete.
—¿Y adónde debería ir, prima?
—¡Por mí, puedes irte a Dolurrh! —Dasei alzó la vista hacia ella—. Ya no eres mi prima. No tienes ningún lugar en la familia ni en Sharn.
—Creo que puedo vivir con dos de esas tres cosas. —La voz de Lei era más tranquila, y bajó el bastón—. Pero será así si no terminamos nuestra ultima conversación en la calle. —Extendió la mano—. Levántate. Seguro que puedes convencer a tu corazón de que invite a una última comida a una prima que se marcha.
Dasei no dijo nada, pero agarró la mano y Lei la ayudó a levantarse.
—Tú guías —dijo Lei—. Como puede ser mi última comida con un miembro de la casa Cannith, confío en tu generosidad. —Mientras Dasei les guiaba a una casa de baños, Lei miró a Daine—. ¿Dónde están Través y Jode?
—Jode desapareció para hacer no sé qué encargo. Y he mandado a Través en su busca. ¿Qué está pasando aquí? —Señaló con la cabeza a Dasei—. Eso ha sido un poco… sorprendente.
—Según recuerdo, eres tú el que tira enanos por la baranda de ascensores. ¿Es que yo no puedo expresar mi ira?
—Parecía impropio de ti.
Lei bajó la mirada al suelo por un momento.
—Lo sé. No tendría que haberle pegado…, después de nuestro pasado. No podía creer que apoyara mi expulsión. —Negó con la cabeza y esbozó una pequeña sonrisa—. ¿Viste su expresión cuando la tiré al suelo? He perdido mi fortuna familiar, pero eso es un recuerdo que conservaré.
Daine chasqueó la lengua y guardó su daga en la vaina.
—Ahí está. Y hablando de cosas buenas, creo que es hora de comer.
La casa de baños era frecuentada por gente rica. En una mesa de un rincón, un banquero mroriano entretenía a un grupo de mercaderes enanos y gnomos con una colorida historia acerca de los valores relativos de los soberanos, las coronas y los galifars de oro, y una risotada resonó en toda la sala.
Daine sorbió su jarra.
—Gnomos. Una cosa es que el tabernero agüe la cerveza, pero sólo un gnomo podría conseguir que la gente pagara todavía más por simple agua.
Dasei puso los ojos en blanco.
—No es sólo agua —explicó Lei—. Es una infusión de varias hierbas, y la jarra está hecha de arcilla olorosa para mejorar aún más la experiencia estética.
—Eso dicen nuestros pequeños amigos. Pero ¿la has probado ya? —Le dio un largo trago—. A mi modo de ver, estás pagando un buen oro por agua en una jarra que huele bien.
Lei se encogió de hombros.
—Razón por la que paga Dasei. Bien, prima, ¿estás lista para hablar?
Había dagas en la mirada de Dasei, pero recobró la compostura.
—¿Y si no lo estoy? ¿Piensas empezar otra reyerta?
—¿Ésa es la razón por la que has elegido un restaurante en el que tienen armas colgadas de la puerta?
Dasei apartó la mirada.
Lei se quedó mirando la mesa.
—Das, lo siento. No debería haberlo hecho. Pero los últimos días han sido muy difíciles. Ponte en mi lugar.
—¿Cómo iba a hacerlo?
—¿Cómo iba hacerlo yo? Todo este desastre es todavía un misterio para mí. ¿Qué he hecho para merecer esto?
La expresión de Dasei se suavizó.
—¿Quieres decir que no lo sabes?
—¿Por qué iba a mentir? He estado luchando en la guerra durante los tres últimos años. He pasado los últimos cinco meses cavando en lo queda de mi patria. Hace más de medio año que no veo a ningún miembro de la casa, y era solamente un mensajero. ¿Cómo he podido traicionar a la casa? ¿Cuándo he podido hacerlo?
Llegó su comida por aire, en las manos de un camarero invisible. Daine había soñado en un pedazo bien sangriento de carne, pero resultó que la especialidad de la casa era el pan, que era tan exótico y estaba preparado con tanto cuidado como el agua.
—No…, no lo sé —dijo Dasei—. Pero no fuiste la única en ser expulsada, y no exigí detalles. Los últimos meses han sido duros para todos.
—Creo que mis dificultades han sido mayores que las tuyas.
—No lo entiendes. —Dasei vació su jarra y la dejó en la mesa, dando un golpe; un instante después, fue retirada por un camarero invisible—. Tú creciste en Cyre. Metrol era el corazón de la casa, y era el consejo el que nos mantenía unidos a todos. Estos últimos meses… han sido un caos, Lei. Las líneas de suministro se han venido abajo. Los negocios son inseguros. Dicen que el Consejo del trono podría prohibir el uso de forjados, o al menos su creación. La mitad de los barones quieren liderar el próximo consejo, mientras que la otra mitad ni siquiera quiere un consejo. Ha habido una retención de mercancías y materiales, algunos hablan incluso de sabotaje en el interior de la casa.
—¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—Merrix es uno de los aspirantes a líderes. Ha intentado purgar la casa. Dice que está expulsando a los traidores y los enemigos de la casa, pero es posible que sólo se esté preparando.
—Sigo sin entenderlo. ¿Cómo voy a ser yo un enemigo de la casa? ¿No tiene que justificarse ante alguien?
Dasei asintió
—Tuvo que explicar sus argumentos a los árbitros regionales, sí. No conozco la respuesta, pero tengo una información que tal vez tú no tengas. Entre otras cosas, no eres la única persona que ha expulsado de la casa.
—Eso ya lo he entendido.
—Lo que puede que no sepas es que los otros dos que ha expulsado son tus padres, Aleisa y Talin.
—¿Qué? Pero si… ¡están muertos!
—Parece que no quiere arriesgarse. Tal vez tu destino esté unido al suyo. Quizá acusó a toda tu familia.
Lei se terminó el agua y dejó la jarra sobre la mesa con un fuerte golpe. A Daine le sorprendió que sobreviviera entera. Mirando a su alrededor, Lei alzó su jarra medio llena y le dio otro trago. Daine le puso la mano en el hombro.
—Culpar a los muertos es siempre más fácil que retar a los vivos —dijo él amablemente—. Tengo la sensación de que ese Merrix sólo está tratando de sacar lo que pueda de una mala situación, y está dispuesto a sacrificar la memoria de tu familia para mejorar sus aspiraciones.
Lei parpadeó para reprimir las lágrimas, pero su voz era firme.
—¿De qué están acusados, Dasei?
—No lo sé. Te lo he dicho, sólo dan nombres, no razones. Con todo el caos, no me pareció el momento de hacer preguntas. Aunque… —Se revolvió incómodamente, frotándose los dedos amoratados.
—¿Qué?
—¿No irás a pegarme de nuevo?
—¿Qué ibas a decir?
—¿Sabes lo que le pasó a Cyre?
—Te he dicho que me he pasado los seis últimos meses allí. Lo he visto. Es más… inquietante de lo que puedas imaginar.
—Lo he oído. —Dasei miró a su alrededor y bajó la voz—. Pero lo que quiero decir es…, ¿sabes cuál fue la causa?
—¿Lo sabe alguien?
—Ésa es la pregunta del momento. Mucha gente está culpando a la casa Cannith. Se dice por todas partes que la casa tenía una fuerte presencia en la región, y los magos-creadores y los sabios todavía están intentando encontrarle un sentido. No estoy segura, pero creo que el barón Merrix ha dicho que tu familia estuvo implicada de alguna forma.
Lei se puso en pie de un salto y su silla cayó al suelo. Daine se levantó y la sujetó del brazo antes de que tuviera oportunidad de golpear a Dasei.
—¡Sólo te estoy diciendo lo que he oído! —Dasei se encogió en su silla. El fuego en sus ojos había vuelto a desaparecer.
Lei trató de liberarse de Daine, pero éste la sostuvo con fuerza. Ella se detuvo, respiró hondo y cerró los ojos. Exhaló lentamente y volvió a abrir los ojos. Daine le soltó el brazo.
—¿No estuvisteis implicados en el Lamento, pues? —dijo Dasei.
—Yo estaba allí. Es un milagro que sobreviviera. Ni siquiera sé cómo sucedió.
—¿Y cómo puedes estar segura de que tus padres…?
Daine sujetó el brazo de Lei una vez más, antes de que pudiera tomar impulso para otro golpe.
Dasei alzó las manos defensivamente.
—Mira, Lei, no estoy diciendo que hicieran nada malo, sólo pregunto…
—Creo que has dicho suficiente, señora D’Cannith. —Daine arrancó a Lei de su silla—. Gracias por… —señaló los restos de pan y agua— la comida, pero creo que ahora debemos seguir nuestro camino.
Dasei asintió. Era fácil advertir su alivio.
—Yo pagaré la cuenta.
Lei pareció calmarse, pero Daine siguió sosteniéndola.
—¿Nos vamos, señora?
Lei hizo girar el bastón y golpeó el aire, vertiendo su ira contra las moscas y las sombras. Aunque prefería verla feliz, Daine prefería la Lei enfadada a la Lei distante y carente de emociones con la que había estado conviviendo los últimos días.
—Sólo estaba repitiendo lo que había oído —dijo Daine.
—Lo sé. Pero me enfurece. ¿Cómo puede alguien pensar que nosotros, que ellos, hicieron una cosa tan horrible?
—Alguien lo hizo.
—¿De veras? —Se detuvo y se dio la vuelta para mirarle—. Entonces, ¿por qué no han vuelto a hacerlo? No hay nada que demuestre la participación humana. Quizá alguna conjunción épica de los planos abrió una salida a Kythri.
—¿Cubriendo la nación entera?
—Bueno, eso no lo sabemos. Tú seguías la Llama de plata, ¿verdad? ¿Cómo sabes que no fue obra de uno de esos malvados seguidores de la Llama?
—¿Quizá porque son seguidores de la Llama?
Ella se lo quedó mirando.
—Ya sabes lo que quiero decir. No hay nada que demuestre que los humanos tuvieran que ver con ello, y no digamos y a la casa Cannith, y sin duda no mis padres.
—Bueno… —Daine se puso a andar de nuevo.
Lei lo siguió pisándole los talones.
—¿Qué?
—¿Recuerdas nuestra última batalla en el risco de Keldan?
—¿Cómo iba a olvidarlo?
—Nunca supimos para quién luchaban esos forjados.
—¿Y?
—Venga ya, Lei. ¿Un ejército de forjados desconocidos? Tú sabes tan bien como yo que no se construyen a sí mismos, y no llevaban ninguna insignia. ¿Qué estaban haciendo en Cyre? Y después ese navío. Alguien tuvo que dedicar una inmensa cantidad de recursos a proteger esa área. ¿Qué estaba pasando allí?
Lei apartó la mirada.
—Estás pensando en Chimenea Blanca, ¿no es así?
—¿Me culpas?
Lei suspiró y negó con la cabeza. Habían llegado al ascensor. Sorprendentemente, estaba vacío.
—Lo sé. No tengo ninguna razón para confiar en mi…, en la casa Cannith. Pero me niego a creer que mis padres tuvieran algo que ver.
—¿Qué hicieron ellos durante la guerra?
—Pasaron la mayor parte de sus vidas trabajando con forjados. Trabajaron con Aaren d’Cannith en el primer verdadero forjado hace treinta y un años. Es una larga historia, pero al final ya no manteníamos una relación tan estrecha. Es culpa mía. Supongo.
—Mmm. ¿Qué dijo la esfinge? «Debes olvidar tu casa y centrarte en tu familia».
Lei asintió pensativamente. Se detuvieron en el siguiente distrito y una patrulla de la Guardia se subió.
—Tienes razón. ¿Pero cómo podría…?
—¡Vaya, vaya! —La voz rasposa procedía de su espalda y empezó a hablar en cuanto el ascensor empezó a descender.
Daine se dio la vuelta. Había cuatro alabarderos bloqueando la puerta del ascensor. Ante ellos había un enano, el sargento Lorrak, al que Daine había tirado del ascensor.
Aquel ascensor.
—¿Vas al suelo, chico? —dijo el enano—. Conozco una manera más rápida.