Rhazala los guió por las calles de la Puerta de Malleon. Como antes, los habitantes la evitaron. Claramente, todo el mundo sabía que era una emisaria de la medusa, y Daine se preguntó qué habría hecho para ganarse el puesto. Todavía era difícil tomarla en serio. La mitad del tiempo iba dando saltitos por la calle, y la otra mitad cantaba canciones duendes sin ningún sentido. Pero tras haberla visto en la pelea, Daine se preguntaba qué parte de aquello era una simple pose.
Pasaron ante un grupo de duendes que pintaban siluetas de gárgola en pedazos de tela gris.
—Es para los Ocho Vientos —explicó Rhazala, dándole un golpecito a una banda de tela gris que llevaba en la muñeca—. Carralag ganará este año. Ya lo veréis.
Jode estaba tan alegre como siempre, y estuvo charlando con la chica, comentando la Carrera de los Ocho Vientos y la historia del murciélago y la gárgola. Pero Daine seguía frustrado por su encuentro con la medusa, y no tenía ningún interés en oír los trucos que la gárgola podría utilizar contra el grifo o el pegaso. Aquel fuego todavía ardía cuando llegaron a las puertas del distrito, y asintió cortésmente a la duendecilla y salió a las calles de Oldkeep. Sin hablar con los demás, los llevó a la primera taberna que vio, un garito mugriento con un grifo cabeza abajo sobre la puerta.
—¿Todavía te queda dinero? —le gruñó a Jode.
Jode le lanzó un soberano. Daine golpeó con la moneda la barra.
—Me da igual lo que sea mientras sea fuerte —dijo.
El camarero gruñó y Daine se dio la vuelta y se encaminó hacia una sucia mesa. Los demás le siguieron. Jode y Lei se sentaron. Través siguió de pie; al ser de hierro, piedra y madera era inmune a los efectos del cansancio, y generalmente prefería estar preparado para la acción. Tras observar sus aledaños, Través aferró el mayal. La cadena siguió envuelta alrededor del mango, pero sin duda sintió que era mejor estar preparado.
—Estás de un humor encantador —le dijo Jode a Daine—. Creía que te interesaba la conversación sobre los arqueros aéreos. El año pasado podríamos haber utilizado un escuadrón de gárgolas arqueras.
—Pero no lo hicimos, ¿verdad? Y ahora esos soldados están muertos.
El camarero les llevó unas cuantas jarras llenas de una pestilente bebida de las marismas. Daine le dio un largo trago. Lei olió su jarra y la dejó a un lado.
—¿Y eso es una noticia? —dijo Jode—. Me gustaría que tuvieras algo más reciente que ofrecerme.
—Bien. —Daine vació su jarra con un largo trago y después la dejó sobre la mesa con un golpe. Tomó la jarra que Lei había dejado—. ¿Por qué estamos haciendo esto? ¿Por qué estamos aquí?
—¿En Eberron?
Daine lo miró fijamente.
—En Sharn. Trabajando para Alina. ¡Hablando del tiempo con malditos duendes ladrones!
—Oh, Rhazala es una buena chica. Me recuerda a mí a su edad. —Jode dio un sorbo e hizo una mueca—. Excepto por la piel naranja, naturalmente. Pero Daine, ¿dónde íbamos a estar si no? Cyre no va a volver, y probablemente hay tantos cyr en Sharn como en el resto de Khorvaire. Trabajar para Alina…, ¿cómo si no podríamos conseguir esa cantidad de dinero? Si no te gusta, haz algo para ayudar a los refugiados. Dales el dinero que obtengamos de Alina. Estoy seguro de que Greykell le sabrá dar un buen uso, O…, tengo una idea: descubre quién está convirtiendo en monstruos a refugiados cyr y haz algo al respecto. Una locura, ¿verdad?
Daine bajó la mirada hacia su bebida y torció el gesto.
—¿Y qué tiene que ver Alina con eso?
Jode asintió.
—Se trata de tu familia, ¿verdad?
Lei había estado observando a los sombríos clientes de la taberna, pero al oír eso levantó la mirada.
—¿Qué quieres decir?
—Cállate, Jode —gruñó Daine.
—Ya has oído lo que ha dicho la esfinge sobre tu pasado. Yo creo que tiene parte de razón.
—¿De qué estás hablando?
—No creo que Daine esté listo para hablar de ello —dijo Jode—. Digamos que nuestros caminos se cruzaron tiempo antes de que nos uniéramos al ejército, y hay ciertas cosas a las que nuestro capitán tiene que enfrentarse.
Lei miró a Daine, pero éste sólo hizo una mueca.
—Mira —dijo ella—. No me importa de qué va todo esto, pero no tenemos otro lugar al que ir. ¿Sabes qué? Me gustaría vivir en un sitio que no esté lleno de piojos. No esperaba que mi vida consistiera en esto. El futuro que debería haber tenido me fue robado también, así que ya basta. Hagamos lo necesario para conseguir ese oro. Si quieres dar tu parte a los refugiados, hazlo. Cyre no era mi casa y ya no tengo familia. Y estoy harta de sufrir por ambas cosas.
Tras ellos, Través continuaba en silencio, inmóvil.
—De qué buen humor está todo el mundo hoy —dijo Jode—. La alegría en esta mesa es impresionante. Pero tienes razón. No conseguiremos nada bebiendo, sólo gastarnos el poco dinero que nos queda. Así que, ¿qué más tenemos?
Daine cerró los ojos y soltó un largo suspiro. Jode tenía razón, por supuesto.
—Bien. Tenemos esos bichos raros de Altos muros que parecen haber sido creados mediante la magia. Quizá sea voluntario. Quizá no. Y hay un conversor implicado.
—Dudo que eso signifique nada —dijo Lei—. No hay una gran conspiración de conversores. Es fácil desconfiar de ellos, pero los conversores son individuos como nosotros. No son una multitud sin rostro.
—Con la salvedad de que no tienen rostro —señaló Jode—. ¿Y cómo puedes estar segura de que no es una conspiración? A menos que tú seas un conversor…
Lei se lo quedó mirando.
—Por lo que recuerdo, eras tú el que decía que los conversores no eran necesariamente malos.
Jode se encogió de hombros.
—Sólo me pongo en el papel del Viajero. ¿Estás segura de que era yo quien hablaba esta mañana?
Daine abrió los ojos.
—Cállate, Jode. Sabemos tres cosas acerca de los bichos raros con los que nos peleamos anoche. Uno era un conversor, otra había recibido su… «don» en las últimas semanas, y hay muchas posibilidades de que tuvieran algo entre manos con nuestro amigo Rasial.
—Todo cierto —dijo Jode.
—Lo que no sabemos es qué estaría haciendo Rasial con un grupo de creadores de monstruos. —Se acabó el resto de la jarra y se puso en pie—. Bebed. Vamos a hablar con Alina.
Jode miró la jarra.
—Creo que paso. Tendré que estar alerta cuando hablemos con ella.
—Tú mismo.
—¿Crees que es necesario concertar una cita? —dijo Daine mientras el ascensor los subía a Den’iyas.
—Estoy seguro de que sabe que vamos —dijo Jode.
—Si sabe tanto, ¿para qué nos necesita?
—Excelente pregunta.
—¿Hay algo más que deba saber antes de conocer a Alina? —La curiosidad de Lei se había impuesto a su malestar, y era difícil seguir de mal humor en el agradable paisaje del enclave gnomo.
—Le gusta jugar —dijo Jode—. Si habla contigo, tenlo en mente. Tratará de provocarte y simulará saber más de lo que sabe.
—¿Por qué?
Jode se encogió de hombros.
—Es parte de la cultura Zil. Los gnomos siempre han luchado con palabras en lugar de espadas. Cuanto más sabe de ti, cómo reaccionas, cómo puede manipularle, más fuerte es su posición.
—Mejor no decir nada —dijo Daine.
Lei asintió.
—¿Es peligrosa?
«¿Quién no lo es?», pensó Daine, recordando su descripción de Rasial.
—Sin duda —dijo—. Es extremadamente rica, y puedes estar segura de que tiene guardias y otras defensas mágicas esparcidas en su morada.
—Y guardaespaldas, imagino —terció Jode—. A Alina le gustan los guardaespaldas.
Lei lanzó a Daine una mirada interrogadora, y él respiró hondamente antes de poder continuar.
—Es una maga de cierto talento, aunque no sé exactamente hasta qué punto es poderosa. Andate con cuidado. No la aprietes.
—No pensaba hacerlo.
—Bien.
El gnomo jardinero sonrió y se inclinó cortésmente cuando se acercaron, y un momento más tarde se reveló el pasaje secreto que había bajo el jardín.
—La señora de Lyrris os espera —dijo.
—¿Lo ves? —dijo Jode.
Daine negó con la cabeza.
Descendieron por el pasaje y pronto se encontraron en la sala de los espejos. Daine se dio cuenta de que la ventana ahora presentaba una visión totalmente distinta. A menos que sus ojos le engañaran, estaban viendo la Puerta de Malleon. Alina estaba junto a la ventana con un espejo espía de oro en la mano. Ese día llevaba un vestido verde y oro cuyos bordados presentaban una asombrosa semejanza con la armadura familiar de Lei. Se giró hacia ellos con una sonrisa brillante.
—Bienvenidos de nuevo, Daine, Jode. —Hizo un gesto circular con el brazo—. Por favor, sentaos. —Se encaminó hacia Lei y levantó la mirada hacia ella; Daine siempre se olvidaba de lo pequeña que era en realidad Alina—. Soy Alina Lorridan Lyrris. Y tú debes ser Lei d’Cannith.
—Sólo Lei.
—Por supuesto. Discúlpame. ¿Una copa de tal de raíz negra, quizá?
—Déjala, Alina —dijo Daine—. Hemos venido aquí por una razón.
—¿Os habéis quedado sin dinero?
—Eso también —dijo Jode.
—Estoy escuchando.
—No sé a qué estás jugando —dijo Daine—. Es obvio que sabes más que nosotros. Es difícil imaginar que no pudieras encontrar a Rasial por ti misma.
Alina se volvió para mirar por la ventana.
—Sé que es difícil de creer, pero mis poderes son limitados. —Daine miró de soslayo a Jode. Tal reconocimiento de debilidad era muy impropio de ella, y por lo tanto muy sospechoso—. Creo que ya habéis encontrado a otros miembros de la casa Tarkanan.
—Sí. ¿De modo que sabías de la relación de Rasial con los tarkanans?
—Por supuesto. —Volvió su cara hacia él y se dio un golpecito en la mano—. Os dije que no permitierais que Rasial os tocara, si lo recordáis. Ésa es la razón por la que no he podido emplear mis fuentes habituales. El equilibrio de poder en la ciudad está cambiando. Hay un buen número de viejas fuerzas establecidas que han sido parte de Sharn desde que se construyeron las primeras torres. Pero han llegado nuevos poderes en la estela de la guerra, yo entre ellos. Ahora es un juego de alianzas y subterfugios, para ver si los recién llegados pueden echar raíces y desalojar a los árboles viejos y establecidos.
—Nunca había pensado en ti como una jardinera, Alina.
—Tengo cierto talento para hacer que las cosas crezcan. Todos vosotros deberíais saberlo.
—¿Y en qué parte de tu jardín encajan los tarkanans?
—Por el momento, los tarkanans se han mantenido neutrales en esta lucha. Dudo que les gustara saber que Rasial trabajaba para mí. Pero, a pesar de ello, si hubiera que hacer algo con él no quería que pudieran implicarme. No puedo permitirme tener a los tarkanans como enemigos…, todavía.
—¿Por qué no nos dijiste esto?
—Hay cosas que no puedo decir, Daine.
A Daine le sorprendió ver la expresión estupefacta de Jode; aquello era más o menos lo que esperaba que dijera Alina.
—Sabía que os toparíais con los tarkanans —prosiguió Alina—. Cuanto menos supierais de la situación, más natural sería vuestra reacción, y menos opciones de que ellos advirtieran vuestra relación conmigo. En este momento, estáis a salvo de ellos. Les causasteis una fuerte impresión.
—¿Qué hay de nuestros raros amigos de Altos muros? ¿Qué sabes de eso?
—Sabes que odio tener que reconocer mis limitaciones, pero hasta ayer no sabía nada de nada. Tengo algunos contactos en Altos muros, de modo que he tenido noticia de los cadáveres. ¿Sabéis por qué os atacaron?
«¿Estaba diciendo la verdad?», se preguntó Daine. Alina era tan impenetrable como siempre. Sus rasgos podrían estar tallados en mármol blanco.
—Esperaba que nos lo dijeras tú —dijo Daine—. Creo que tu amigo Rasial tenía tratos con ellos.
—Ah.
—Ah, sí. Sabes más de tus piedras robadas que nosotros, y más sobre magia de lo que yo sabré jamás. ¿Tienes alguna idea de por qué un conversor que no paraba de reírse y una mujer con un ojo nuevo en la mano quieren tus piedras?
Alina se detuvo con la mirada distante. Se sentó y, tanteando tras su silla, sacó un vaso de luz cegadora. Dio un sorbo pensativamente.
—No lo sé.
—¿De veras? ¿Se trata de otra de esas cosas que no puedes decirnos?
Alina levantó la mirada hacia él con los ojos fríos y duros. Daine alzó una mano en señal de disculpa.
—Recuerda con quién estás tratando.
—Lo siento. Ha sido un día largo y a duras penas estamos a la primera campana. Pero nos estamos quedando sin pistas, Alina. Cualquier cosa sería de ayuda.
Alina asintió.
—No lo sé…, pero es posible. Las piedras de dragón son perfectas para contener ciertas clases de energía mágica. En teoría, si cargas la piedra y después la mueles hasta convertirla en polvo y ese polvo lo conviertes en una forma líquida…
—¡Eso es exactamente lo que estaba pensando! —dijo Lei. Alina la miró y ella apartó la mirada.
—No puedo decir qué pasaría exactamente —dijo Alina—. Nunca había adquirido piedras de ese calibre antes, razón por la que quería quedarme con esa remesa. Pero en teoría, si tratas de inducir una transformación mágica y no te importan los posibles efectos secundarios en tus sujetos…, sí, las piedras podrían ser extremadamente valiosas para vuestros fabricantes de monstruos.
Daine asintió.
—¿Cuánto valen? ¿Cuánto crees que le pagaron a Rasial?
—Has trabajado conmigo antes, Daine —dijo Alina—. Creo que Rasial no es tan tonto como para contrariarme por algo tan absurdo como el oro.
—Estaba dispuesto a contrariar a los tarkanans para trabajar para ti —comentó Jode.
—Cierto, pero no creo que Rasial se haya considerado jamás un verdadero tarkanan. Basan su pertenencia en esas miserables Marcas de dragón, y Rasial odia esa Marca, por útil que sea. Podrían castigarle por trabajar a sus espaldas, pero no le matarían ni le harían nada peor. Ahora bien, nuestra relación…, como ya he dicho, no me traicionaría por dinero.
—Es posible que tengan alguna especie de influencia sobre él, que él no tuviera otra opción en ese asunto —dijo Daine—. Si están interesados en las piedras, diría que es muy probable que él ya se las haya pasado.
—Estoy de acuerdo. —Alina hizo girar la luz líquida en su largo vaso—. Rasial es una preocupación secundaria, Daine. Quiero mis piedras. Si tienes razón y esos fabricantes de monstruos ya tienen las piedras, quiero saber qué planean hacer con ellas, o qué han hecho ya. Para eso os estoy pagando cuatrocientos dragones, por las piedras o por lo que quede de ellas. Rasial puede pudrirse.
—¿Alguna idea de dónde buscar? Nuestras pistas no han dado nada.
Jode parecía pensativo, pero fue Alina quien finalmente habló.
—¿Estáis seguros de que la gente que os atacó eran todos cyr?
—Sin duda. Bueno, con la excepción del conversor.
Alina pensó.
—Quienquiera que esté haciendo esas aberraciones necesita un espacio para que el paciente se recupere, por no mencionar mesas con ataduras y un sistema para preservar los elementos vivos. Eso no puede hacerse en una tienda o una sola habitación. Si vuestra gente está operando fuera de Altos muros, diría que el único lugar en el que podrían ocultar un taller así sería más abajo, en las Maquinarias.
—¿Con qué crees que podemos encontrarnos si topamos con más de ellos?
—No lo sé. El ojo de basilisco es muy ingenioso. Nunca he conocido a nadie que pudiera llevar a cabo esa transferencia. Si hay que juzgar por ese nivel de capacidad…, bueno, una arpía podría ser una buena fuente para alas, y quizá incluso se podría encontrar el modo de robar su voz. El aliento de un dragón, el cuerno de un unicornio, la mortaja de una bestia desplazados…, un concepto fascinante, ciertamente. Dicen que los conversores son hijos de humanos y dobles. ¿Puedes estar seguro de que vuestro conversor nació así?
Lei frunció el entrecejo.
—Es posible, pero no veo…
—Eres de la casa de los hacedores, señora D’Cannith —dijo Alina—. Tejes magia en la piedra y el metal. Tu enemigo, nuestro enemigo, parece hacer lo mismo con la carne y el hueso. Quizá quieras descubrir por qué, cómo y quién. Y yo podría pagarte por esa información. Si hay un nuevo jugador en el tablero, quiero saber de él, razón de más para utilizaros a vosotros, mis extranjeros. Pero, por ahora, quiero mis piedras de dragón. Os sugiero que actuéis rápidamente. Si esa gente está llevando a cabo experimentos mágicos, pronto podría ser demasiado tarde para recuperarlos. —Sacó un pequeño monedero que le tiró a Jode—. Creo que será mejor que conserves esto, Jode.
El mediano asintió.
—Ahora, por favor, seguid con ello. El tiempo se está acabando. —Alina se encaminó hacia uno de los espejos y un momento después lo atravesó y desapareció.
—No me ha parecido tan mal —dijo Lei. Un niño gnomo pasó junto a ellos haciendo girar una argolla de fuego frío.
—¿Has visto el pájaro nuevo? ¿El morado? —le dijo Daine a Jode.
Jode asintió
—Q’barran comenueces, creo. Muy exótico.
—¿Y? —dijo Lei.
—Oh, nada.
—Hay algo que tengo que hacer —dijo Jode, y a Daine le sorprendió su tono serio—. Tuve una idea mientras escuchaba a Alina y…, bueno, es algo que tengo que hacer solo. Os veré en la Mantícora a la tercera campana.
—No —dijo Daine—. No es seguro, especialmente si esas… cosas iban tras de ti. ¿Qué estás pensando?
Jode negó con la cabeza.
—Es algo que tengo que hacer a solas. Tienes que confiar en mí.
—No se trata de confianza.
—Después de todo lo que hemos pasado, sabes que puedo arreglármelas solo. Pasaré desapercibido.
—No sabemos cuántos bichos raros más hay ahí, qué pinta tienen ni qué hacen. Lo siento, Jode, pero…
—¡Dasei! —gritó Lei. Un momento más tarde, estaba corriendo entre la muchedumbre.
—Dolurrh —maldijo Daine—. ¡Venga! ¡Rápido! Se agachó entre la multitud que tenía ante sí. Mientras corría desenvainó su daga y sostuvo su hoja fuertemente contra su antebrazo.
—¡Dasei d’Cannith! —gritó Lei, todavía corriendo. Llegó a una pequeña plaza y alcanzó a una mujer con una túnica verde y el pelo corto rojo parcialmente oculto por un gorro dorado de seda—. ¡Dasei! ¡Gracias a Olladra! No sabes cómo me alegro de verte.
La mujer giró su rostro hacia Lei, pero tenía una expresión gélida. Justo entonces, Daine se dio cuenta. Través le había seguido, pero Jode no aparecía por ninguna parte.