Las calles de la Puerta de Malleon estaban casi vacías. Los duendes eran nocturnos por naturaleza, y el sol de mediodía caía sobre calles silenciosas y adoquines quebrados. Los habitantes estaban empezando a ponerse en marcha cuando Daine y sus aliados recorrían sus calles; un par de niños duendes miraron por encima de un montón de basura y ropa, y un chinche bien vestido vertió el contenido de una palangana desde una ventana en las alturas. Un sonido dulce llenaba el aire, la voz de una mujer entonando una canción sin palabras, llenaba el aire de alegría y belleza. Casi inconscientemente, Daine se encaminó hacia al sonido, pero al cabo de unos pocos pasos advirtió que sus piernas estaban siendo agarradas. Era Jode, que estaba sujetando sus piernas.
—Es una arpía —dijo mientras el sonido etéreo continuaba—. No son la mejor compañía para el almuerzo.
Través puso una mano en el hombro de Lei para impedirle que siguiera el sonido. Escucharon la melodía encantadora durante un momento, pero ésta se desvaneció. Una arpía se alzó en el aire desde una torre cercana con un pedazo de carne goteando en la mano.
Daine negó con la cabeza y se puso en movimiento de nuevo.
—¿Qué hacen criaturas como ésas en una ciudad? ¿Por qué la Guardia no ha hecho nada al respecto?
—Esas criaturas pueden parecerte monstruos —señaló Lei— pero muchas de ellas son tan listas como tú o como yo, y sólo están tratando de sobrevivir como nosotros. —Se había lastimado un dedo del pie al meterlo entre dos adoquines irregulares y estaba utilizando el bastón de maderaoscura para liberar del peso su pie derecho—. Ha encontrado un lugar en esta comunidad, y me jugaría todo mi oro a que ha pagado su desayuno. La mayor parte de monstruos exóticos aquí son empleados por la casa Tharashk, que vende sus servicios y se hace responsable de su comportamiento.
—Quizá fuera de la Puerta de Malleon —dijo Jode—. Pero ¿recuerdas esas estatuas que encontramos ayer? Empiezo a pensar que las leyes de esta tierra no se aplican en este distrito.
—Es posible. Siempre he oído decir que es mejor no acercarse a la Puerta, y no creo que a la Guardia le importe la muerte de un duende inocente.
—Mmm —dijo Daine—. ¿Y si esas esculturas no eran obra de una medusa? Acabamos de conocer a alguien que puede convertir a la gente en piedra.
—Una idea interesante —dijo Jode—. ¿Pero qué ganaría una vieja costurera cyrana petrificando a duendes?
—¿Qué ganaría petrificando a Lei? ¿O a mí?
—Bueno, podría comprarle tu espada a la casa de empeños si tú no la reclamabas.
Daine tocó su espada prestada.
—No me lo recuerdes. Aureon sabe que he pensado en la posibilidad de matar para recuperarla.
Jode esbozó una sonrisa encantadora. En la distancia, la arpía empezó a cantar de nuevo.
—Tengo que reconocerlo —dijo—. Es un sonido adorable.
—Adorable —dijo Daine frunciendo el entrecejo.
En la puerta del templo había una ogra. Nevaba una falda negra y un arnés de piel negra decorado con pinchos de latón. Tenía alrededor de sus inmensos y callosos puños bandas de piel con pinchos. Tenía un aspecto sorprendentemente agradable, tratándose de una ogra, especialmente en la Puerta de Malleon. Parecía haberse lavado el pelo negro al menos una vez, y tenía unos ojos raramente listos, que en ese momento les estaban observando.
—¿Bien? —murmuró Lei mientras se acercaban al guardián de la puerta—. Parece que vamos a pelear de nuevo. ¿Crees que puedes con ella?
—No soy tan fuerte como ella. Esperemos que no sepa que hacer con su fuerza. —Daine cobró ánimos y dio un paso hacia la ogra. Para su sorpresa, ella se hizo a un lado e inclinó la cabeza levemente.
—Ella espera. —Su voz era un trueno ronco, casi demasiado brutal para ser comprendido. Golpeó la puerta con el puño cubierto de piel. Se produjo un estallido resonante y la puerta se abrió. Aunque el sol estaba en lo más alto del cielo, el pasadizo que había al otro lado estaba completamente a oscuras.
—¿Podrías ser más específica? —dijo Jode mirando desde la altura de sus rodillas—. ¿Tiene un nombre? ¿Es más grande que un chinche?
La ogra ni siquiera bajó la mirada hacia él.
—Entrad y descubridlo —dijo. No era una sugerencia.
La puerta se cerró una vez hubieron cruzado el umbral. La oscuridad era completa. Lei susurró unas palabras y los tachones dorados de su armadura se iluminaron.
Desde el exterior, el edificio parecía un templo olvidado en honor del Ejército Soberano, abandonado siglos atrás y entregado a las grietas y la basura. A la luz de la refulgente armadura de Lei, era fácil ver por qué había sido abandonado. Unas pocas vigas habían caído del techo y el suelo estaba lleno de polvo y detritus. Las ventanas habían sido tapiadas con mortero.
—Me esperaba algo un poco más majestuoso —dio Jode mirando a su alrededor—. Si te tomas la molestia de que tu ogra se lave el pelo, uno pensaría que también le quitas el polvo al templo.
—¿Es seguro? —se preguntó Daine mirando el techo—. Si hemos llegado hasta aquí para que se caiga una piedra y nos aplaste, voy a llevarme una decepción.
—Diría que sí —dijo Lei, mirando con los ojos entrecerrados en la oscuridad—. Pero yo no tiraría ninguna piedra.
Una brisa fresca sopló en la sala. Daine buscó su origen, pero no vio ninguna abertura. Después se percató de una débil luz naranja en el extremo opuesto del pasillo, algo que surgía del suelo.
—Allí. Vamos. Través, ponte el último y síguenos.
Través colocó una flecha en su ballesta y mantuvo otra en la mano. Daine desenvainó la espada y la daga, y Lei alzó el bastón de maderaoscura. Jode empezó a silbar una alegre tonada talentana, pero se detuvo cuando Daine lo miró de soslayo.
—¿Qué? —dijo—. ¿Crees que alguien va a montar una emboscada y a exigirle a Lei que luche contra un minotauro desarmada? Debo reconocerlo, no me lo esperaba. —Daine siguió mirándolo—. Está bien —dijo con un suspiro, desenvainando su cuchillo—. Me callaré.
Lei susurró una palabra poderosa y la luz mágica se apagó. En la nueva oscuridad, el brillo que surgía del extremo de la sala resultaba todavía más evidente. Los tres formaron un semicírculo y avanzaron mientras Través los seguía a treinta pies de distancia. Daine empezó a oír un grave gorjeo, el sonido de un líquido denso hirviendo. La fuente del sonido era también la fuente de la luz. Resultó ser un estanque de metal fundido, de casi diez pies de ancho. Se acercaron sintiendo el calor y el olor del fuego. En un círculo alrededor del temible estanque, había nueve altares de piedra, uno por cada uno de los señores del Ejército Soberano. El altar más grande estaba justo delante de ellos. Era de granito rojo y tenía grabado el sello del Martillo de Onatar, señor del Fuego y la Forja. Una gran grieta recorría el centro del altar y partía el martillo en dos.
—¡Qué trampa tan diabólica! —susurró Jode—. Saben que no nos resistiremos a bañarnos en el estanque.
Daine suspiró y bajó la espada.
—Ya estáis en llamas.
Los oídos de Daine tardaron un momento en registrar esas palabras. Recordó la canción de la harpía: era belleza pura destilada en sonido, sobrenatural e inhumana.
La voz procedía directamente de delante de ellos, y de repente Daine advirtió la inmensa sombra negra agachada encima del alboroto de Onatar. ¿Había estado allí desde el principio? ¿O había aparecido con el sonido de la voz? La figura avanzó y quedó a la Vista por la luz del estanque de metal fundido.
Una esfinge.
Tenía el cuerpo de un gran gato negro con el cuello y la cabeza de una hermosa doncella cita, aunque si la cabeza hubiera estado en un cuerpo humano, habría tenido que medir nueve pies para mantener la proporción. Su piel era una superficie sin imperfecciones, sus ojos refulgían, dorados. Tenía el pelo negro como la medianoche y le caía hasta la mitad de la espalda hasta confundirse con las grandes alas de cuervo plegadas. El negro de su piel y su cabello presentaba bandas de color naranja brillante, y éstas parecían refulgir bajo aquella luz tenue. Cuando se dio la vuelta, las bandas ardieron como llamas. Llevaba tres cadenas en el cuello —una de oro, otra de plata y otra de adamantino negro— y también ellas refulgieron a la luz del estanque brillante.
Daine se quedó perplejo, sin habla. Había visto criaturas extrañas antes. Algunas de las bestias contra las que había luchado en las tierras Enlutadas hostigarían sus pesadillas durante el resto de su vida. Pero nunca había visto algo con la cruda presencia y la imagen de majestad inhumana de aquella esfinge. Aquellos ojos dorados parecían mirar en su interior. Volvió a hablar. Fue una visión impresionante, pero a Daine le pareció imposible reprimir su maravilla.
—Lei, Daine, Jode. No tengáis miedo. Venid en paz y estaréis seguros. Ven adelante, Través. Soy Llamaviento y os he estado esperando.
Tratando de encontrar su voz, Daine dijo:
—¿Cómo sabías que veníamos?
—Tranquilízate. —Su voz era tan hipnótica que parecía una orden—. El destino es como una llama.
—¿Consume y destruye todo lo que toca? —dijo Jode. A diferencia de Daine y los demás, Jode no se había visto afectado por la Majestad de la esfinge.
—Cuidado con lo que sugieres —dijo la esfinge—. Tu destino puede sin duda consumirte y acarrear una gran destrucción. Pero cuanto mayor es la llama, más luz arroja, y más lejos puede verse. Vi vuestros fuegos ardiendo en las tierras Enlutadas. Os observé mientras os acercabais y dispuse que estuvierais aquí hoy.
—¿Y si hubiéramos decidido no venir? —dijo Daine.
Llamaviento sonrió y no dijo nada.
—De modo que no teníamos más opción. ¿Es eso lo que estás diciendo?
—No. Podíais elegir. Tenéis poder. Pero no siempre veis las fuerzas que os mueven. ¿Por qué habéis venido esta mañana?
—Bueno, intentamos visitarte ayer, pero apareció la Guardia.
—¿Por qué?
—Un viejo amigo quería verme.
—¿Por qué?
—No lo sé. Para advertirme, supongo.
—¿Y cómo sabía que te encontraría aquí, en un lugar que la Guardia no guarda?
—¡No lo sé! ¿Va a responder alguna pregunta o sólo a hacerlas?
Llamaviento giró la cabeza y sus ojos dorados recogieron la luz del estanque.
—Encontraréis respuestas a su debido momento. Por ahora, debéis haceros las preguntas a vosotros mismos. No soy la única que puede ver vuestras llamas. Otros están mirando y están dando forma a vuestro camino. La muerte de Hadran d’Cannith, la presencia de tu amiga Alina…, no son accidentes. Advertid la coincidencia.
Lei dio un paso hacia delante, y ahora eran sus ojos los que ardían en la oscuridad.
—¿Sabes quién mató a Hadran? ¡Dime!
Llamaviento retrocedió y extendió sus alas. Plumas doradas se ocultaban tras el negro, y por un momento pareció estar rodeada de llamas.
—Tú le mataste, Lei. Los que te observan tienen planes para ti, y una vida con Hadran no era lo que deseaban.
—¿Quién? ¿Quiénes?
La esfinge se posó sobre sus ancas y volvió a recoger las alas.
—No lo sé. Veo vuestros fuegos, pero los que observamos estamos ocultos en las sombras. Te diré esto. Todos tus problemas están atados a tu pasado, a quién eres, y a los que han venido antes. Tu destino está vinculado al de tu familia, tus padres y tus hermanos.
—Mis padres están muertos —dijo Lei—, y no tengo hermanos.
—Cargas con el legado de tu sangre, y ya has conocido a uno de tus hermanos. Debes olvidarte de tu casa y centrarte en tu familia.
—¡Basta! ¡Basta! —gritó Lei—. ¡Toma tu bastón y déjanos en paz! —Lanzó el bastón de maderaoscura a Llamaviento. El bastón se quedó inmóvil en el aire y después descendió lentamente hacia Lei y cayó a sus pies.
—El bastón no ha sido nunca mío —dijo Llamaviento—. Sólo hice que llegara hasta ti. Es poco lo que puedo hacer por ti. Acepta este regalo.
Través caminó hasta ella. Recogió el bastón y le puso la otra mano en el hombro. Llamaviento sonrió levemente.
—Tus amigos se apoyarán en tu fortaleza en los tiempos que están por venir, Través —dijo—. Pero ni siquiera tú conoces tu fortaleza.
—¿Qué quieres decir? —dijo Través. Hasta Lei parecía desconcertada.
—¿Sabes cuál es tu fin, Través?
—Fui diseñado para servir como explorador de la infantería ligera y unidad de apoyo, especializado en el sigilo y el reconocimiento.
—Eso es lo que te dijeron. Eso es lo que has hecho. Pero está lejos de la verdad. Debes descubrir a tu familia.
La cara metálica de Través era incapaz de mostrar ninguna expresión.
—No tengo familia. Fui forjado en los talleres de Cyre.
—¿Por quién?
—No lo sé.
—Si quieres conocer tu fin, debes empezar por eso.
—¿Qué hay de mí? —dijo Jode—. ¿También yo tengo misteriosos asuntos familiares?
Llamaviento bajó la mirada hacia el pequeño mediano.
—Tú conoces a tu familia, Jode. Y sabes quiénes son. Lo que importa son las elecciones que harás en las próximas horas. Hay una llave que sólo tú puedes encontrar, oculta entre dos piedras que sólo tú puedes mover. Debes encontrarla tú solo, pero pagarás un precio terrible por hacerlo. Tienes el poder de acabar con el sufrimiento de los demás, pero tendrás que sacrificar todo lo que tienes.
—¿Por qué estás haciendo esto? —dijo Daine—. Si sabes tanto de nuestros destinos, ¿a qué vienen los acertijos? ¿Por qué no nos dices lo que sabes?
La esfinge miró a Daine y sonrió.
—¿Qué respuesta quieres oír, Daine sin apellido? ¿Que estoy limitada por leyes divinas y arcanas y que os he dicho todo lo que puedo deciros? ¿Que os he dicho todo lo que necesitáis saber para completar vuestro fin en este mundo? ¿O que tengo mis propios planes y estoy dando forma a vuestro destino tanto como los otros que observan?
—¿Qué es lo cierto?
—¿Qué creerás?
—Supongo que tienes un misterioso acertijo para mí.
Llamaviento lo miró.
—Has dado la espalda a tu pasado, Daine. Vendiste la espada de tu familia mucho antes de que lo hiciera Jode. Tendrás que recuperar esa espada.
—Cualquier espada me sirve.
—No digas eso. El valor de una espada depende de quién la blande. Si usas lo que tienes, triunfarás.
Daine no dijo nada, Los ojos de la esfinge brillaron cuando prosiguió.
—Habrás perdido mucho más que tu espada cuando el sol se haya puesto. Debes hacer la paz con las sombras si quieres sobrevivir. Los enemigos te rodean y la oscuridad más profunda se oculta en la luz.
—¿Tienes más parábolas o hemos terminado aquí?
—Sólo una más. Llegará un momento en que te pedirán que entregues a tu mejor amigo. Andate con cuidado. Tendrás que cargar con las consecuencias el resto de tu vida.
—¿Y ya sabes lo que decidiré?
—Por supuesto. Pero tú no lo has decidido todavía. —Llamaviento sonrió por última vez—. He dicho todo lo que puedo decir, o todo lo que diré. Marchaos. Vuestros enemigos esperan.
Extendió las alas y emprendió el vuelo hasta desaparecer entre las sombras de la cúpula. Daine la buscó, pero no se la veía en ninguna parte.