Greykell se reunió con ellos en la enfermería cyr de la plaza de Togran. El suelo de la tienda estaba cubierto de jergones, y había gente de todas las edades esparcida sobre ellos. El olor de sangre y carne gangrenosa impregnaba el aire, y la sala estaba llena de gemidos y gritos en voz baja. La mayor parte de los pacientes eran veteranos de la guerra. Algunos se estaban recuperando de las heridas, pero otros eran víctimas de los ataques mágicos del propio Luto. A un hombre le faltaban el brazo y la pierna derechos. Parecía que su lado derecho hubiera sido transformado en cera y después expuesto a un tremendo calor. Una joven estaba incorporada y hacía gestos con la mano derecha, un complejo movimiento que repetía una y otra vez, pero tenía los ojos ausentes y en blanco. Greykell estaba en la parte posterior de la tienda, contemplando una figura inmóvil con la piel pálida como la de un muerto y el cabello gris plateado. Era el conversor.

—Me alegro de verte por aquí, Daine —dijo Greykell, dándose la vuelta para mirarle—. Por el momento, nuestro amigo no da señales de vida. Huida le ha dado otro vistazo esta mañana. Por desgracia, es difícil saber si sólo está fingiendo.

—Puedo intentar algo al respecto —dijo Lei. Su capacidad para canalizar y tejer energía mágica era limitada, pero después de una buena noche de descanso estaba lista para volver al trabajo.

—Hazlo —dijo Daine.

Lei sacó un pequeño disco de mármol rojo pulido de la bolsa de su cinturón. Tenía un ojo grabado en la superficie que a Daine le recordó al que había en la empuñadura de su espada prestada. Lei resiguió las líneas del ojo, musitando encantamientos, y al cabo de un momento el ojo empezó a brillar tras la estela de su tacto.

Un minuto más tarde, había terminado.

—¿Te parece? —preguntó a Daine. Él asintió y ella sostuvo la piedra sobre la cabeza del conversor. Cerró los ojos y alargó una mano para estudiar la superficie de la cara del conversor. Finalmente, volvió a abrir los ojos—. Nada —dijo—. Está completamente vacío. No queda ningún pensamiento.

—Sigue con ello —dijo Daine. Se giró a Greykell—. Jode me ha dicho que conoces a la gente que nos atacó. ¿Puedes explicar algo de todo esto?

Greykell negó con la cabeza.

—En absoluto. Philan, el hombre gordo, ahora la estatua gorda, estaba el otro día en el mercado contando a los niños historias de Cyre. Sarris, la mujer con las garras, fue una exploradora a mis órdenes. Quizá excesivamente celosa, pero nunca vi sus garras antes.

—¿Se conocían entre ellos? —preguntó Jode.

—Aquí todo el mundo se conoce —dijo Greykell—. Pero no tengo ni idea de si pasaban mucho tiempo juntos.

—¿Qué hay del otro gemelo? —dijo Daine—. ¿Le habéis encontrado?

—Todavía no. Pero Daine, se trata de un conversor. Esto puede no tener nada que ver con Hugal y Monan. Podrían ser tan inocentes como tú o como yo.

—O puede que Hugal y Monan nunca hayan existido.

—Yo diría que al menos uno ha sido siempre un conversor y que el otro es humano —dijo Jode—. Los conversores no son malos en sí mismos, pero poca gente confía en ellos.

—No entiendo por qué —dijo Daine.

—Son sólo gente, Daine. Este Monan pudo conocer a Hugal cuando eran niños. Se gustaron y decidieron ser «hermanos». No es tan infrecuente, por lo que he oído. He sabido también de comunidades de conversores que tienen una serie de identidades que comparten, de modo que puedes tener seis conversores que se turnan siendo Lei, Jode o Daine.

—O Hugal o Monan.

—Exactamente.

Daine frunció el entrecejo.

—Greykell, así pues, ¿no sabes nada de esto, qué pretendía esa gente o por qué nos atacaron?

—Bueno… —Pensó un momento antes de seguir—. Si creéis que Monan está detrás de esto, hay una serie de factores a tener en cuenta. Todos sois miembros del ejército cyr, pero también lo soy yo y no he sido atacada por el momento. Vuestro compañero tiene la Marca de la curación. Hablando de eso, Jode, ¿te importaría ayudar a Huida allí? Tiene cuatro casos más de fiebre por gusanollamas. Y después está ese otro amigo vuestro, el del dibujo. Yo apostaría por una de las dos últimas cosas. Y como mi propósito es mantener el orden en Altos muros, ¿por qué no me contáis de qué va todo esto en realidad?

—¿Qué quieres decir?

Se tapó el ojo bueno.

—Sólo soy medio ciega, Daine. Jode es un buen embaucador, pero no me he creído esa historia del primo ni por un minuto. A mi modo de ver, o Monan y sus raros amigos trabajaban con ese Rasial y estaban intentando protegerle de vosotros, o bien le quieren muerto y vosotros resultasteis ser más convenientes. ¿Quieres contarme la verdad? Y ya puestos —se giró para mirar a Lei, que estaba sentada en silencio con los ojos cerrados—, ¿puedes decirle a tu amiga que deje de leer mi mente? Si tenéis preguntas, hacedlas.

Daine se puso colorado y le dio un golpecito en el hombro a Lei. Ella parpadeó y dejó a un lado la piedra grabada.

—Está diciendo la verdad —dijo.

—Eso te lo podría haber dicho yo gratis —gruñó Greykell.

—Muy bien, capitana Greykell —dijo Daine—. Pero no estoy cómodo hablando aquí. Ven a nuestra habitación en la Mantícora y te diré lo que sabemos.

Greykell esbozó una sonrisa.

—Me parece bien. Siempre he querido probar sus gachas. He oído decir que son lo máximo.

Daine se encogió de hombros.

—No lo sé. Ya tomé demasiadas gachas en mis tiempos, y honestamente, ya tengo suficiente.

—¿Marcas de dragón aberrantes? —Greykell frunció el entrecejo—. ¿Como en «Cómete las raíces azucaradas o la Señora de la Plaga se te llevará en mitad de la noche?».

Daine asintió.

—Dices que viste a Rasial hablando con Hugal o Monan, ¿verdad?

—Eso creo…, pero es sólo un vago recuerdo. Una discusión en un mercado, hace quizá una semana.

—Podría ser. Rasial tenía que transportar mercancías de contrabando para mi jefa. Regresó con las mercancías hace dos días pero nunca hizo la entrega. Me pregunto si había hecho otro trato en secreto.

—O dos —comentó Jode—. Los tarkanans parecían ansiosos por encontrarle. Podrían ser sólo vínculos familiares, o puede que haya más.

—¿En qué consistía la entrega?

—Unas raras piedras de dragón.

—Pero ninguno de los atacantes tenía Marcas de dragón —dijo Greykell—. ¿De qué les iban a servir las piedras?

—Las distintas clases de piedras de dragón tienen distintos usos —explicó Lei—. En este caso se trata de piedras de dragón de Khyber, y pueden unir las energías de Marcas de dragón y otras fuentes de poder mágico. Pensando en ello, me doy cuenta de cuál puede ser su valor. No sé cómo, pero alguien parece haber tejido capacidades sobrenaturales en esa gente del mismo modo en que yo puedo colocar encantamientos en objetos. Quizá esas piedras de dragón pueden dinamizar el proceso. Si las piedras de dragón crecieron y fueron suspendidas en un medio líquido… No lo sé. Todo es teórico. ¿Hay algún artificiero talentoso en la comunidad, Greykell? ¿O quizá un transmutador?

—Claro —dijo Greykell—. El viejo Jol, que vive en la tienda que está llena de agujeros y lleva una sartén como sombrero. —Soltó una risotada—. No, no tenemos a ningún artificiero talentoso aquí. ¿Crees que este lugar sería el desastre que es ahora si lo tuviéramos?

—¿Qué hay de la mujer con el ojo de un basilisco en la palma de la mano? ¿Cómo sucedió?

—La vieja Hila era una viuda de guerra, que además perdió también a sus dos hijos en la batalla. Recuerdo que cené con ella en la tienda de Teral hace unos meses. Era sorprendentemente enérgica y se pasó la mayor parte del tiempo quejándose de que Breland nos dé de comer migajas después de haber destruido todo lo que tenemos. Recuerda haber discutido de eso con ella. Es lo que yo decía anoche, no va a servirnos de nada aferrarnos a esa ira.

—¿Y después te convirtió en piedra? —dijo Jode.

—No. Y estoy segura de que sus manos eran normales entonces. Es una costurera. Recuerdo verla con ese vendaje hace algunas semanas, pero supuse que se había cortado trabajando.

Aquello inquietó a Daine.

—Demasiado para ser un efecto del Luto. ¿Estás diciendo que en algún momento del mes pasado le metieron un ojo de basilisco en la palma de la mano?

—Nunca había oído hablar de una cosa así, Daine.

—Mmm. ¿Qué hay de la chica con los dientes de piedra? ¿Podrían estar relacionadas ambas?

—No lo creo —dijo Lei—. Nunca había visto un efecto de petrificación concentrada antes.

—No hay ninguna relación —dijo Greykell—. Conocí a Olalia la primera vez que cené con Feral, y de eso hace casi cuatro meses. Creo que ella es de veras una víctima del Luto. Hemos visto a muchos horrores surgidos de nuestra patria. Hay al menos seis personas en la enfermería que están peor que ella.

—Jode…, pareces ser un experto en conversores —dijo Daine—. Le dan una nueva forma a sus cuerpos, ¿verdad? ¿Podría un conversor transformar el cuerpo de otra persona? ¿Ponerle un ojo de basilisco a Hila en la mano?

—No. —Jode y Lei respondieron al mismo tiempo. Se miraron y Lei prosiguió—. Los conversores tienen una capacidad muy limitada de cambiar su apariencia. Un conversor no podría siguiera colocar un ojo que funcionara en su propia mano, y no digamos ya un ojo con poderes mágicos. Es como la Marca de dragón, un conversor puede colocar el dibujo en su piel, pero no puede adquirir los poderes de la Marca.

—De acuerdo. —Daine se frotó la frente—. Repasemos esto una vez más. Tenemos a un grupo de gente en Sharn con Marcas de dragón aberrantes que canalizan peligrosas energías. Un miembro de ese grupo es un exguardián, que puede matar a la gente con su tacto. Empieza a trabajar a espaldas de sus nuevos amigos. En el proceso, empieza a tratar con Hugal o Monan, que pueden ser o no conversores en ese momento. Monan, si era Monan, tiene su propio grupo de amigos, el club de los escupidores de ácido con un ojo extra y garras. Tenemos la cena de anoche. Monan descubre que Jode tiene la Marca de la sanación y que estamos buscando a Rasial. Corre a reunir un grupo de sus amigos para atacarnos. ¿Por qué?

Lei tomó la palabra.

—Es posible que Rasial no tenga nada que ver con eso. Claramente, esa gente está transformando su cuerpo de un modo antinatural. Tiene que ser algo peligroso. —Miró a Greykell—. ¿Se han producido muertes sospechosas últimamente?

—Desapariciones, sí…, pero no es el mejor lugar ni el mejor momento para ser un cyrano.

—Implantar órganos monstruosos… Imagino que por cada ojo de basilisco que funcione se produce una nueva muerte. Quienquiera que esté haciendo esto habría querido hacerse con los servicios de Jode para mantener con vida a esos individuos. La pregunta real es cuánta gente más de esa hay aquí. ¿Los vimos a todos anoche o hay más?

—Supongo que Hugal nos lo podría decir —dijo Daine.

—Le estamos buscando —dijo Greykell—. La Guardia de Sharn tiende a ignorarnos. O no somos merecedores de su tiempo o tienen miedo de entrar en nuestro distrito. Creed lo que queráis, pero yo he reunido a unos cuantos amigos para ayudar a mantener el orden. Veremos si podemos encontrarle.

—Gracias, capitana Greykell.

—Te lo dije, eso ya ha terminado para mí. No creo estar haciéndolo para vosotros. ¡No quiero que le suceda nada a Jode mientras sigamos teniendo gusanollamas por aquí! —Se rió y le dio un golpe a Daine en un hombro—. ¿Y tú qué dices? ¿Alguna idea?

—Sólo una. —Daine suspiró. Miró a Lei—. ¿Lista para regresar a la Puerta de Malleon?