En los primeros tiempos de Sharn, la plaza de l ogran había sido un centro comercial. Las tiendas de los mercaderes del otro extremo de Khorvaire y tierras aún más exóticas llenaban la plaza abierta. Ésta estaba repleta de tiendas, pero la tela ricamente decorada había sido sustituida por piel untada con aceite. Había centenares de refugiados cyr en la ciudad, y muchos de ellos vivían en esa aldea improvisada. Después de la destrucción de Cyre, Breland fue la única nación que acordó dar refugio a los exiliados, y muchos cyr hicieron el largo viaje al sur con la esperanza de recuperar la relación con los familiares que se habían establecido en Sharn antes de la guerra. Habían llegado y habían descubierto que los cyr y otras civilizaciones no brelish habían sido reubicados en el gueto de Altos muros y privados de sus fuentes de ingresos. Como Daine, la mayor parte de los refugiados llegaron a Sharn solamente con la ropa que llevaban puesta. En ese poblado de tiendas, los nobles y los campesinos eran iguales.
Docenas de personas escudriñaron a Daine mientras se abría paso hacia la gran tienda negra situada en el centro de la plaza. Algunos asentían respetuosamente, pero un número igual parecía hosco o incluso resentido.
—No es lo que yo llamaría el recibimiento a un héroe —observó Jode.
—¿Ves algún héroe? —Daine miró a los ojos de los airados refugiados y se preguntó dónde habían estado hacía tres años, qué había robado la guerra a cada uno de ellos—. Perdimos.
Jode llevaba su única indumentaria festiva, un alegre gorro color borgoña bordado con una telaraña tras un arco iris de colores. Además de darle un cierto aire elegante a su gris uniforme militar de piel, el gorro ocultaba su Marca de dragón de la vista de los curiosos.
—Parece que todos los buenos espacios ya han sido ocupados —dijo estudiando las tiendas—. Esperaba tener una buena vista de una de esas hogueras de basura cuando instalemos nuestra tienda aquí.
Jode estaba tratando de quitarle hierro a la situación, pero lo que decía tenía algo de sentido. A menos que realizaran ese trabajo para Alina, podrían estar viviendo allí en una semana.
—Si nos vemos obligados a ello, empeñaremos algo más —dijo Daine. Su daga, la bolsa de Lei… Todavía les quedaban algunos objetos de valor, aunque Daine odiara la idea de arriesgarse a perder esos tesoros.
—Pero antes —dijo Jode— deberías preguntarte por qué, en caso de comprarnos una tienda, no iba a ser de color negro. Y si compráramos una tienda negra, el consejero feral no podría decirle a la gente que fuera a la tienda negra. ¿Crees que él haría algo al respecto?
Resultó que la tienda de Teral no pasaba precisamente desapercibida. Aparte del color, era más alta que las tiendas que la rodeaban y en el poste central ondeaba la bandera de Cyre. Un enano agachado y calvo se hallaba en su entrada. Hizo una reverencia cuando se acercaron y abrió la portezuela.
—Teral os está esperando —dijo.
Paredes de tela dividían el interior en salas. La entrada parecía servir también como salón y cuarto de servicio, y petates maltrechos se apilaban contra las paredes. Una mesa baja y redonda dominaba el centro de la sala, y seis personas se habían sentado ya a ella en el suelo: feral, una vieja semielfa con un niño, dos hombres jóvenes que parecían ser gemelos idénticos, y una mujer de algo más de treinta años con un parche en el ojo.
El consejero feral se puso de pie y rodeó lentamente la mesa, ayudándose de un bastón nudoso.
—¡Ah, capitán Daine! Sé bienvenido en mi casa.
La edad y las dolencias se habían cobrado su peaje en el exconsejero. Cojeaba del pie derecho, y la punta de una larga cicatriz fruncida podía verse en el lado izquierdo de su garganta. A pesar de estos males, se movía con una confianza tranquila y su voz era cálida y tranquilizadora.
Jode dio un paso hacia delante e inclinó la cabeza.
—El honor es nuestro, de veras. —Sonrió mientras se incorporaba—. Pero tengo que preguntárselo. ¿Tiene que llamarlo «casa»? Sin duda «hogar» es un término amplio. He visto hogares que no eran más que agujeros en la pared, pero siempre he pensado que no se trataba de una casa si se pueden recortar las paredes.
Daine extendió la mano y sujetó a Jode por el cuello y tiró de él hacia atrás.
—Creo que recuerdas a Jode, mi sanador. Como ha dicho, es un honor para nosotros tu invitación, señor Ir’Soras.
—Por favor, Daine. Sólo Teral. Ya no tengo propiedades y en esta comunidad todos somos iguales.
—¿Excepto tus sirvientes? —dijo Jode cuando una joven mujer emergió de una de las portezuelas con pan para la mesa.
Daine le dio un golpe en la cabeza.
—Disculpa.
—No, es un simple malentendido. Aquí no hay sirvientes. Soy un anciano, pero hay gente que respeta lo que he hecho por Cyre en el pasado y mis intentos de unir a los supervivientes ahora. No sé qué haría sin Olalia, Karris y los demás. —Sonrió a la joven, que inclinó la cabeza y desapareció por la parte posterior de la tienda. Pese a la confianza de feral, no dijo nada y evitó el contacto visual con los visitantes.
Teral regresó trabajosamente a la mesa y se sentó.
—Ahora, por favor, uníos a nosotros y presentaos. Trato de cenar con gente distinta cada noche. Nuestra gente es todo lo que nos queda de nuestra orgullosa nación, y debemos reunirnos si queremos sobrevivir.
Daine se sentó junto a feral y los demás soldados se distribuyeron alrededor de la mesa. Través se quedó tras Daine.
—No tengo necesidad de ningún sustento —dijo—. Prefiero quedarme de pie.
Los demás invitados se miraron.
—Está bien —dijo Daine Inclinando levemente la cabeza, continuó—. Éste es mi camarada Través, que sirvió a nuestra nación como explorador y escaramuzador. Yo soy Daine y, hasta la tragedia, ostentaba el rango de capitán en el comando del sur.
La mujer de un solo ojo sentada a la izquierda de Teral sonrió al oír eso. Parecía ser algo mayor que Daine. Llevaba el cabello dorado recogido en una larga cola que le llegaba a las caderas. Un grupo de finas cicatrices recorrían la parte posterior de la oreja derecha, que tenía desgarrada. Llevaba una blusa marrón y pantalones anchos parcheados con tela verde.
—¿Y tienes apellido, capitán Daine?
—Prefiero Daine.
—¿Y quién no?
Teral asintió en dirección a la mujer.
—Greykell también era oficial en el comando del sur. Quizá os conozcáis.
Daine escudriñó a la mujer. Ella sonrió y en ese momento la recordó.
—¿La loba sonriente?
—Prefiero Greykell —dijo, con una sonrisa todavía mayor. Nacida en una de las familias de la pequeña nobleza de Cyre, era una de las pocas capitanas en el comando del sur y era conocida por sus brillantes y heterodoxas estrategias, su tenacidad inquebrantable y su capacidad para inspirar a sus soldados. Algunos decían que mostraba demasiada piedad con el enemigo, pero la piedad siempre había sido una virtud cyrana y la reina la había halagado por su comportamiento. Se frotó la barbilla pensativamente, estudiando a su vez a Daine.
—Veamos, Daine. ¿Luchaste en el frente de Valenar, no es así? ¿Y qué oí…? Antes de que te unieras a la guardia, tú…
—¿Podrían traerme algo de beber? —dijo Daine—. Estoy muerto de sed.
—Disculpa —dijo feral—. ¡Olalia! —Dio unas palmas y la muchacha regresó portando una jarra de arcilla—. Me temo que sólo tenemos agua, capitán. Mi mesa es humilde.
—La compañía es más importante que el aguamiel —dijo Daine.
Olalia llenó de agua con cuidado su copa. Parecía estar temblando ligeramente.
—¿Pasa algo? —preguntó él.
Teral tocó el brazo de la chica y ésta se estremeció, casi dejó caer la jarra. No emitió ningún sonido.
—Olalia ha sufrido terriblemente en los últimos años. Vivía en la aldea de Callol. ¿La conocéis? Fue capturada por los darguuls hace poco más dedos años, y ella y su familia fueron apresados. Después del desastre, ella escapó a las ruinas de Cyre, y yo la encontré cuando estaba buscando a supervivientes. No es fácil saber lo que le hicieron los duendes y lo que le sucedió en las tierras Enlutadas. Pero sé que tuvo que ver cómo sus hermanos morían y… —Le tomó la mano, pero ella mantuvo los ojos clavados en el suelo—. Enséñaselo, Olalia —dijo él gentilmente.
Lentamente, la joven levantó la vista. Frunció los labios y Jode soltó un gemido. Los dientes y las encías de Olalia estaban esculpidos en mármol negro. Los dos gemelos rubios sentados al otro lado de la mesa se rieron, pero Greykell los miró y se sumieron en el silencio.
—¿Qué…? —dijo Daine.
—Su boca ha sido convertida en una piedra —explicó Teral—. Los dientes, las encías, la lengua y buena parte de los músculos. Puede abrir la boca lo justo para beber. Terrible, lo sé, pero fascinante, ¿no creéis?
—¿Cómo sucedió? —dijo Daine.
Olalia apartó la mirada y siguió en silencio. Su piel era más pálida incluso que la de Lei, y tenía el pelo negro corto y los ojos oscuros. Por alguna extraña razón, Daine se sorprendió pensando que sus dientes hacían juego con sus ojos.
—No estoy seguro —dijo Teral—. Ella no puede hablar, y por lo que yo sé es analfabeta. Creo que fue alguna clase de tortura, sangre de alguna bestia activada por medio de la hechicería y vertida en su boca. Pero pudo también ser efecto de las tierra Enlutadas.
Daine asintió. Había visto cosas raras y terribles durante el tiempo que pasó en Cyre, cosas peores que una lengua de piedra. Olalia había tenido suerte.
—Lo siento —le dijo él—. Pero me alegro de que estés viva.
Olalia se negó a mirarle a los ojos.
—Puedes irte —dijo Teral, y ella regresó a la cocina sin volver la mirada.
Tras la salida de Olalia, se produjo un momento de silencio. Después, Peral partió la hogaza de pan y la repartió.
—Veréis cosas peores aquí, me temo —dijo en voz baja—. Muchos de los atrapados en la estela del Lamento sufrieron de alguna forma, en la mente o en el cuerpo. —Sus ojos descendieron hacia su pierna herida y su cicatriz—. Yo fui de los que tuvieron suerte.
—Yo creo que el Luto es una de las mejores cosas que nos han sucedido —dijo uno de los gemelos.
Los dos hombres sentados al otro lado de la mesa parecían idénticos. Ambos eran humanos, de casi treinta años, vestidos con ropa vulgar verde idéntica. El pelo lacio y rubio les caía sobre los hombros. Pero lo que llamó la atención de Daine fueron los ojos del que hablaba, que eran del azul más pálido que había visto jamás. El hombre, además, no parpadeaba.
—Y yo creo que eres un idiota, Monan —dijo Greykell, golpeando al hombre en la nariz con un certero pedazo de pan.
—Es Hugal.
—No, no lo es. Sólo lo dices porque crees que no puedo distinguiros.
La sonrisa del hombre desapareció.
—¿Puedes?
—Nunca lo sabrás.
Lei les interrumpió.
—¿Cómo puedes decir que la destrucción de nuestra patria nos ha ayudado? —Se había ido poniendo de mal humor mientras se abrían paso entre las masas de refugiados para llegar a la tienda de Teral, y su voz era grave y dura.
Monan sonrió e hizo una reverencia burlona.
—Estaba empezando a preguntarme si podías hablar o también tenías la boca de piedra. Soy Monan Desal, y éste es mi hermano Hugal.
—Yo soy Lei d… —Lei se interrumpió, reprimiéndose. Se había quitado el anillo Cannith y su Marca de dragón estaba oculta.
—¿Leide? Qué nombre tan bonito.
—Tranquila —gruñó Daine.
Lei se puso colorada y miró de soslayo a Daine antes de volver a mirar a Monan.
—No has respondido mi pregunta. ¿Cómo puedes creer que el Luto fue una buena cosa?
Monan se distrajo con la llegada de la comida, estofado de tríbex con hojas de selas. Teral podía considerar humilde su comida, pero después de seis meses de gachas insípidas, era una verdadera delicia. Los gemelos se lanzaron sobre el estofado como muertos de hambre, y fue Teral quien finalmente respondió la pregunta de Lei.
—Hay algunas personas en nuestra comunidad que creen que Cyre merecía su destino —dijo.
Daine casi dejó caer la cuchara.
—¿Qué?
—Cientos de refugiados viven en Altos muros, y cada persona tiene una opinión diferente. Pero la raíz de este argumento es que Cyre era débil. Mishann era la heredera legítimo al trono de Galifar. Si hubiera sido más agresiva, podría haber acabado con la rebelión antes de que se convirtiera en una guerra.
Greykell frunció el entrecejo.
—En otras palabras, debería haber matado a sus hermanos y hermanas en lugar de confiar en que seguirían las leyes y los deseos de su padre.
Monan alzó los ojos del estofado.
—Bueno, no lo hicieron, ¿no es así?
Hugal se rió.
—Recuérdame, Monan, ¿qué hiciste durante la guerra?
Hugal dejó de reírse y Monan apartó la mirada.
Greykell esbozó una sonrisa y después miró a Daine.
—Hablando de la guerra, ¿cuánto tiempo tienes pensado llevar ese uniforme?
Daine se sonrojó un poco y recordó la conversación que había mantenido el día anterior con Jode.
Se encogió de hombros.
—Llevar una capa o un broche no cambia quién eres. Cyre sigue con nosotros. Pero la nación ha desaparecido. El ejército ha desaparecido. Lo único que estás haciendo al llevar esa capa es airar a la gente que necesitas como amiga, deberías saberlo. Estás alentando la pelea cuando tenemos que trabajar por la paz.
—Ésa es una cuestión sobre la que Greykell y yo no estamos completamente de acuerdo —dijo Teral—. Si olvidamos nuestra tradición, nuestra unidad, ¿qué nos queda?
—¿Qué tenemos ahora? —Greykell seguía sonriendo, pero su voz había adoptado un tono un tanto más duro—. ¿Vamos a ser el reino de las tiendas? Has visto las tierras Enlutadas. Cyre no va a volver. No me gusta más que a ti, pero deberíamos tratar de encontrar una buena vida para nuestra gente aquí en Breland. Tenemos que sacar a nuestra gente de Altos muros, no regocijarnos en nuestro aislamiento.
Monan estalló de nuevo. No. Esta vez fue Hugal.
—Somos todavía una fuerza a tener en cuenta. ¿Qué dices tú, capitán? ¿Crees que la guerra ha terminado?
¿Hablaba en serio? Daine no sabía qué decir.
—No te ofendas, Hugal —dijo Jode—, pero ¿cómo podría ser de otro modo? Seamos honestos. Estábamos perdiendo la guerra. Aunque cada cyr sobreviviente pudiera blandir un arma, no podrías formar un ejército capaz de alzarse contra Breland.
—¿Quién ha hablado de un ejército? —Los ojos de Hugal refulgían.
—¿Entonces? —dijo Daine.
—¿Habéis visto las tierras Enlutadas? —preguntó Hugal.
Greykell puso los ojos en blanco. Parecía haber oído eso antes.
—Me pasé meses buscando supervivientes —respondió Daine—. Teral, dices que encontraste a la muchacha allí, ¿no es así? Pues ya encontraste un superviviente más que yo.
Teral bajó la mirada hacia su agua con los ojos distantes.
—Había más en el sur, Daine. Yo mismo estaba en Metrol cuando empezó el Luto, nunca olvidaré esa noche.
—Si la has visto, deberías saberlo —dijo Hugal—. Cyre no está muerta. Sólo ha cambiado.
Daine rememoró los cadáveres que no se pudrían, la bruma en llamas, la lluvia de sangre.
—Tal vez.
—No podemos volver allí —dijo Hugal—. La tierra no puede sustentar la vida. Eso lo sabemos. Pero todavía es nuestra patria. Es nuestro pasado, y quizá nuestro camino al futuro. Hay poder en Cyre. Has visto las maravillas y los horrores que hay al otro lado de la bruma. ¿Y si podemos enjaezar ese poder? ¿Cómo podría nadie alzarse contra nosotros?
—¿Y qué haríamos con esa arma? —preguntó Greykell—. ¡Los dientes de Olladra, Hugal! Nuestros ancestros se enorgullecían de su talento y sabiduría. Entre las Cinco naciones, sólo nosotros observábamos los dictados de Galifar. ¿Extenderías las tierras Enlutadas a todo el continente?
—El trono de Galifar era nuestro por derecho. Los otros traicionaron una tradición de mil años, y nuestra patria pagó el precio. ¿Merecen algo mejor? ¿Y tú, Daine? ¿Deseas dejar que Cyre caiga en el olvido?
Daine pensó. Finalmente dijo:
—Nunca perdonaré a Wroann por su papel en el inicio de la guerra. No sé si podré mirar alguna vez a un soldado brelish y no ver a un enemigo. Pero Cyre siempre estuvo del lado de la paz y la sabiduría. Luchamos para preservar nuestra nación, no por nuestro deseo de conquista o venganza. Si ahora nos volvemos contra eso…, entonces seremos nosotros quienes destruyamos de verdad Cyre.
Se produjo una larga pausa y después Teral aplaudió.
—Bien dicho, capitán.
Greykell asintió e incluso Monan esbozó una sonrisa.
Hugal inclinó la cabeza.
—Ciertamente. Espero que disculpes mi salida de tono. A mi hermano y a mí nos gusta ponernos en el papel del Viajero, y a veces llevo las cosas demasiado lejos. Naturalmente, sería una locura expandir las tierras Enlutadas —sonrió—, aunque pudiéramos liberar los misterios que hay tras ella.
Daine escudriñó cuidadosamente a los gemelos en busca de alguna señal de sinceridad. ¿Habían estado buscando solamente la discordia? Greykell también estaba observando a Hugal, y no había más que asco en sus ojos.
La conversación, pasado el rato, se reanudó. Teral contó sus recuerdos de la corte y la última reina noble de Cyre, a la que había asesorado en los últimos días de la guerra. Los otros dos comensales eran una anciana semielfa llamada Sallea y su nieto, Solas. Dijeron poco durante la comida. Sallea hizo algunos esporádicos comentarios en la lengua de Valenar, y Daine pensó que no hablaban la lengua común de Galifar. El niño era delgado y enfermizo, y se limitaba a toquetear su estofado. En un momento dado, tosió, y Daine vio una mancha de sangre. Jode también la vio y rápidamente se acercó al niño.
—¿Qué es, Jode? —preguntó Daine.
—Gusanollamas. Muy avanzadas. No pinta bien.
Sallea tomó al niño y lo apartó de un tirón. Greykell frunció el entrecejo y Teral asintió gravemente.
—No es el primero, me temo. Sé que las fuentes principales están limpias, pero hemos perdido a gran número de niños. Haré que Huida le eche un vistazo. Podrá aliviar su dolor.
Jode miró a Daine con una pregunta en los ojos. Daine asintió. Jode se quitó el sombrero de lana que llevaba y dejó a la vista la Marca azul y plateada que tenía en la cabeza calva.
Los ojos de Teral se abrieron de par en par.
—¿Es eso…?
Jode dijo algunas palabras en el idioma de Sallea. Lentamente, ella soltó al niño de su abrazo y Jode colocó sus palmas a ambos lados de su cabeza. La gente sentada a la mesa se sumió en el silencio y todos los ojos se fijaron en Jode. El azul de su Marca de dragón empezó a refulgir con una luz interior. Sólo duró un momento, pero pareció durar mucho más.
Jode soltó la cabeza del niño y la luz de su Marca se apagó.
—Va a tardar algunos días en recuperarse —le dijo a Sallea—. Pero vivirá.
Dicho eso, el ensalmo se rompió y todo el mundo empezó a hablar al mismo tiempo, Teral hizo oír su voz por encima del ruido.
—Jold, ¿has curado al niño?
Jode asintió.
—Sí, y me llamo Jode.
—¿Eres miembro de la casa Jorasco?
Jode se encogió de hombros.
—Llevo la Marca de la curación, pero no debo lealtad a ninguna casa. —Lo dijo con tal facilidad que pareció lo más normal del mundo.
Greykell dio un respingo.
—¡Eso es extraordinario! ¿Dónde están tus límites? Estoy pensando en media docena de niños enfermos, y también está Ellymer…, está quedándose ciego.
Jode miró a Daine. Ésa era la razón por la que ocultaba la Marca, la razón por la que le había preguntado a Daine antes de curar al niño.
—Sólo puedo desplegar una cantidad limitada de poder antes de tener que descansar —dijo Jode—. Luchar contra una infección es difícil, más difícil que librar una batalla. Puede que hayáis tenido sanadores en vuestras unidades, pero la mayor parte de ellos probablemente utilizaban piedras de dragón para concentrar su energía. Supongo que puedo intentar curar a esos niños, pero sólo podré ayudar a uno al día. Y no puedo hacer nada por ese Ellymer, lamentablemente. No tengo esa clase de poder.
—Supongo… —Greykell se dio un golpecito en el parche del ojo.
—Me temo que no.
—Bueno, me estoy acostumbrando. Pero te agradeceríamos toda la ayuda que pudieras prestar a la comunidad.
—¡Por supuesto! —dijo Teral—. Esto es un golpe de suerte sin precedentes. No tenía ni idea. Una Marca de dragón libre, ¡aquí con nosotros!
Daine miró de soslayo a Lei, pero ella permaneció en silencio.
—Y tú, Daine —Greykel señaló su espada, que tenía el Ojo de Deneith labrado en la empuñadura—. ¿Tienes la Marca del centinela?
«Gracias, capitán Grazen», pensó Daine.
—No —dijo—. Perdí mi espada durante uno de nuestros viajes, y ésta es un regalo de un amigo.
Durante un rato, la conversación versó sobre los poderes y las limitaciones de la Marca de dragón de Jode. Peral estaba interesado en lo que podía hacer. ¿Podía recuperar la mandíbula de Olalia? ¿Qué clase de parásitos podía destruir? Greykell estaba más interesada en las aplicaciones civiles más directas de sus habilidades, y Jode se mostró de acuerdo en trabajar con el sanador local Huida, para tratar de identificar y ayudar a los refugiados que tuvieran los problemas más serios.
Cuando hubieron terminado de comer, Sallea le dio de nuevo las gracias a Jode y se llevó a su nieto a la cama. Uno de los gemelos se marchó, Daine no recordaba cuál de los dos. Mirando al otro lado de la mesa, advirtió que Lei y el otro gemelo estaban enfrascados en una intensa conversación, demasiado intensa para su gusto.
—Monan —dijo Daine—, ¿no deberías irte?
El hombre se rió. Era un sonido que Daine estaba empezando a odiar.
—Soy Hugal. —Puso una mano en el hombro de Lei—. Y ha sido una conversación muy agradable.
—Tenemos que irnos —dijo Daine—. Lei, Jode…
—Un momento —dijo Jode—. Consejero Teral, si me permites la pregunta… Debes conocer en profundidad la vida en Altos muros, ¿no es así?
Peral asintió.
—¿Por qué lo preguntas?
—¿Conoces por casualidad a este hombre? —Jode sacó uno de los dibujos de Alina, doblado para ocultar la parte escrita. Lo colocó en mitad de la mesa, y Hugal y Teral lo examinaron—. Se llama Rasial.
—¿Es cyrano? —dijo Peral frunciendo el entrecejo.
—No. Brelish. Pero tenía familia en Cyre. Un primo suyo sirvió en tu unidad y murió en el risco de Keldan. Sólo tenemos que hacerle llegar un mensaje.
Peral estudió el pergamino un momento.
—No, me temo que no puedo ayudaros.
Hugal negó con la cabeza y sonrió.
—De todos modos, su aspecto me resulta familiar —dijo Greykell—. ¿Estás seguro de que no le has visto, Hugal?
El gemelo se encogió de hombros.
—Mmm. Quizá Monan.
—Bueno, había que intentarlo. —Jode recogió el pergamino y se puso en pie—. ¿Vamos, amigos?
Greykell se puso en pie y, sin mediar aviso, le dio a Daine un abrazo asfixiante. Tenía la fuerza de un oso.
—Un placer conoceros, Daine, Lei. Jode, espero verte mañana.
Tras recuperar la respiración, Daine asintió.
—Buenas noches, capitán. Y gracias de nuevo, señor Teral. No dudes en avisarme si puedo serte de utilidad.
—No te preocupes, Daine. Sin duda lo haré.
Los cuatro soldados recogieron sus pertenencias. La muchacha, Olalia, había aparecido para limpiar la mesa y Daine se dio cuenta de que estaba mirando a Jode. Sus dientes de mármol brillaron a la luz de la antorcha y desapareció detrás de una portezuela de tela.