Korlan odiaba Sharn. Era un hijo de las profundas ciénagas, y echaba de menos la tranquilidad de su patria: las noches pasadas a solas con los sonidos de los sapos, el agua, los grillos, el viento en los juncos…
Las torres de Sharn eran antinaturales, y el constante parloteo de voces era un asalto constante a sus oídos. Odiaba las muchedumbres; dondequiera que mirara ojos, mirándole, gritando y charlando, llenando el aire de ruido y hedor.
Pero las marismas ya no eran su casa. Cuando tenía diez años, la Marca había aparecido, el fuego manó en su sangre amenazando con consumir su espíritu si no lo liberaba. En un momento de locura, había matado a su hermano con una gota de fuego que surgió de sus manos. Eso fue todo lo que necesitó. Se marchó de las marismas, estaba manchado y tocado por el Profundo Wyrm, y si regresaba con su familia, ellos harían cuanto pudieran para matarlo. Durante un tiempo había vagado, enfebrecido y confuso, por las llanuras occidentales, y fue ahí donde los tarkanans lo encontraron y le enseñaron a controlar su don. Odiaba Sharn, pero era el hogar de su verdadera familia. Era el único lugar del que sería.
Korlan tenía la piel rosada de un brelander, pero su físico musculado y su férreo temperamento sugerían su linaje inhumano, y sus inmensos dientes caninos sobresalían de sus labios cuando estaba enfadado. Hoy, sus dientes estaban totalmente a la vista. Bal había dicho que la intimidación sería la mejor aproximación, y Korlan quería acabar con aquello rápidamente para poder volver a su silenciosa estancia en las torres del dragón.
Había un guardia delante de la tienda. Pero Korlan había crecido cazando volutas nocturnas y era cuestión de deslizarse entre las sombras sin que le vieran. Un solo puñetazo era todo lo necesario para mandar al guardia al suelo convertido en un fardo.
Su objetivo ya le estaba esperando cuando entró en la tienda. El hombre parecía no ir armado, pero Korlan era consciente de lo muy embusteras que podían ser las apariencias. Korlan se concentró, y se produjo un momento de terrible dolor cuando la sangre de sus venas ardió con un terrible calor. Concentró el dolor en la palma de una mano y las llamas parpadearon alrededor de sus dedos.
—Estoy aquí por Rasial Tarkanan —dijo Korlan, bajando la mirada hacia su enemigo—. Me dirás dónde está y me dirás qué negocios tienes con él.
—Lo siento, pero tengo otros planes.
Era difícil interpretar la expresión de aquel hombre. Su cara era una hórrida máscara de músculos a la vista, húmedos, y tenía los ojos hundidos en las cuencas. Si tenía miedo de Korlan y las llamas, no lo mostraba.
—No era una pregunta —dijo Korlan.
No podía desatar toda la fuerza de sus manos en llamas sin prenderle fuego a la tienda, pero encontró que ese tacto fogoso tenía la virtud de hacer cambiar de opinión, y extendió el brazo en dirección al hombro del hombre desollado.
El hombre se movió con una velocidad asombrosa, agachándose y embistiendo a Korlan. Era sobrenaturalmente fuerte para su tamaño, y Korlan se vio empujado contra el lateral de la tienda. Sonriendo, se puso en pie con la intención de desatar todo el fuego que llevaba en su interior. Bal quería respuestas, pero habría otras fuentes.
Pero cuando alzó sus manos en llamas, vio un borrón ante sí. La lengua de su enemigo dio un chasquido fuera de la boca, cruzando el espacio que había entre ellos. El dolor le atravesó la garganta y cuando la lengua retrocedió Korlan vio un despiadado dardo en su punta. Un gélido escalofrío recorrió su cuerpo, insensibilizó sus nervios y extinguió las llamas. Sus piernas se negaron a responder a su cerebro y cayó al suelo. Al cabo de unos segundos estaba totalmente paralizado, incapaz de hacer nada más que observar cómo su enemigo se acercaba a él.
—Me alegro de ver que los antiguos amigos de Rasial le están buscando —dijo el hombre sin piel. Korlan no pudo ni encogerse cuando el hombre sacó un largo cuchillo. Con un hábil movimiento, el desconocido abrió el chaleco de Korlan y dejó a la vista el torso y la Marca aberrante que cubría su pecho izquierdo—. Adorable.
El hombre sonrió dejando a la vista una boca llena de dientes sanguinolentos. Salió del campo visual de Korlan. Éste oyó cómo otros entraban en la tienda, pero no pudo girar la cabeza para mirar.
—Llevadle abajo —dijo el hombre. Volvía a estar a la vista, riéndose de Korlan con la cara desollada—. Me temo que tengo cosas que hacer en otra parte, pero mis compañeros te reunirán con el joven Rasial. Gracias por tu contribución a nuestra causa.