La visita a la taberna había servido para una cosa. Había obligado a Lei a dejar de pensar en su propia desgracia. La joven hizo toda clase de preguntas mientras el trío se encaminaba de vuelta a Altos muros, mientras que Través se mostró más silencioso de lo habitual.
—¿Crees que los tarkanans podrían haber matado a esos hipogrifos? Quizá fueron contratados por los partidarios de alguna otra bestia y él estaba intentando descubrir quién estaba detrás.
—Es posible —dijo Daine—. Eso, o bien sabía quién mató a sus hipogrifos y pensó que los tarkanans podían ayudarle a vengarse de los asesinos. Supongo que encontrar a los tarkanans es el próximo paso.
—Parece peligroso.
—¿Y esto lo dice la mujer que luchó contra trescientos forjados?
—¿Tienes un ejército del que no me hayas hablado?
—Tienes razón. Pero de todos modos hay algo que me preocupa.
—¿De qué se trata? —dijo Lei. Por un momento, se distrajo con una pequeña torre que había al cabo de la calle. Parecía estar construida con láminas de acero superpuestas.
—Alina insinuó que Rasial trabajaba como contrabandista, introduciendo y sacando mercancías por el aire. De modo que, si seguía volando, si seguía en Sharn, ¿por qué dejó las carreras?
—Quizá todavía estaba tratando de descubrir quién saboteó sus carreras anteriores —dijo Lei—. No se atrevía a regresar basta que hubiera identificado a su enemigo.
—Es posible —dijo Daine—. Pero… ¡era miembro de la Guardia de Sharn! ¿Por qué recurrir a un grupo de asesinos en lugar de las fuerzas de la ley? ¿Qué podía tener que ver con ellos?
—No lo sé.
Caminaron un trecho en silencio y al fin llegaron al ascensor. Otras tres personas se montaron con ellos. Pedigüeños, a juzgar por su aspecto y su ropa: capas raídas y hechas trizas. Había un semiorco musculoso, un hombre alto y delgado, y una joven mujer mediana. Cuando el ascensor empezó a descender, algo en la mediana llamó la atención de Daine. Iba cubierta de suciedad, y su capa era simple lana deshilachada. A primera vista, parecía uno más de los cientos de pedigüeños que Daine había visto con los años. Pero mientras la miraba, una rata salió de entre los pliegues de su capa y trepó hasta su cara. Gritaba y gemía y la mediana le susurraba quedamente. Daine recordó la rata que había visto en el Rey de fuego y sintió que se le helaba la espina dorsal.
Levantando la mirada, Daine vio que el hombre delgado se había acercado a él. Bajo la capucha de su capa, el desconocido tenía la cara totalmente desfigurada, cruzada de pústulas y de los estragos de la enfermedad. Sus ropas llevaban el olor dulzón de la podredumbre y la decadencia.
Miró a Daine y habló con la voz profunda y áspera.
—Tienes información que necesito, llorón.
El desconocido parecía muy seguro a pesar de que él y sus acompañantes no iban armados. Daine puso la mano en la empuñadura de su espada con un movimiento lo más evidente posible.
—¿Y tú eres…?
—Soy Bal, de la casa Tarkanan, y me dirás lo que quiero saber o no saldrás vivo de este ascensor.
—Éste era nuestro siguiente paso, ¿verdad? —dijo Lei.
—¿Va a suceder esto cada vez que nos subamos a un ascensor? —dijo Daine—. Porque quizá empiece a utilizar las escaleras. —Desenvainó la espada pero mantuvo su punta a un lado—. Bien. ¿Empezamos esta conversación de nuevo?
—Creo que deberíamos. —Bal se lanzó a correr como un borrón en movimiento. Antes de que Daine pudiera ser consciente de lo que estaba sucediendo, el hombre en estado de putrefacción le dio una fortísima patada en la mano. Su espada salió volando por los aires y se detuvo sobre la barandilla. Bal separó sus labios agrietados de los dientes podridos—. ¿Empezamos?
Daine asintió. Se maldijo a sí mismo por haber infravalorado a su enemigo…, pero veía el mismo exceso de confianza en Bal.
—De acuerdo. Veamos si podemos arrojar un poco de luz sobre las cosas.
Lei deslizó la mano en el interior de la petaca del cinturón tras comprender la señal de Daine. Sacó una esfera de oro y la lanzó entre el mediano y el semiorco. Ambos soltaron un grito cuando una nube de cegadoras partículas doradas les rodeó.
Través desenvainó su largo mayal de la espalda. Al mismo tiempo que soltaba la cadena del mango, le dio una certera patada a la espada de Daine, que regresó a su propietario girando sobre sí misma en el aire. Daine se agachó y recogió la espada con la mano derecha al tiempo que desenvainaba su daga con la izquierda. Se enderezó y colocó la espada en el pecho de su enemigo.
—Muy bien —dijo Daine—. Hablemos.
Bal volvió a lanzarse hacia delante, moviéndose con una energía y una elegancia estremecedoras. Pero esta vez Daine estaba preparado. Se agachó para esquivarle y le hizo un corte largo y profundo en la barbilla.
—No tienes ni idea de con quién te las estás viendo —dijo Bal entre sus maltrechos dientes. Deslizándose junto a Daine como si fuera un fantasma, el hombre en estado de putrefacción lanzó la palma de su mano derecha contra la garganta de Daine.
De repente, por la sangre de Daine manaba hielo. Sentía escalofríos por todo el cuerpo, y lo único que podía hacer era mantenerse en pie. Dio un débil golpe, pero Bal se agachó de bajo de él. Lo siguiente que Daine supo era que estaba en el suelo del ascensor con Bal sobre él. El dolor empeoró. Podía ver a Través sobre el cuerpo caído del semiorco, con Lei y la chica de la rata debajo.
—¡Basta! —gritó Bal en una voz semejante al viento invernal—. Si toco a tu amigo de nuevo, morirá.
Lei se quedó inmóvil. Través siguió dándole vueltas a la cadena de su mayal, formando una cantarína telaraña de metal, pero no golpeó.
—Yo puedo aplastarle la cabeza a tu colega —dijo—. Y sospecho que también morirá. —Su voz era tranquila y mesurada.
Se produjo un momento de tensión que duró una eternidad…, y después Bal se rió, un chirrido largo y seco.
—Es cierto. —Dio un paso atrás—. Pido disculpas por mi agresión innecesaria. Quizá podamos ayudarnos mutuamente.
Tras él, el semiorco gimió y se llevó una mano a la cabeza.
Daine se puso en pie. Se sentía mareado y tenía náuseas, pero el dolor parecía estar disminuyendo.
—¿Qué quieres? —gruñó.
—Estamos buscando a Rasial. Zae —señaló con la cabeza a la mediana, que se estaba frotando los ojos y mirando de soslayo a Lei— os oyó mencionar su nombre. Nunca os había visto antes. ¿De qué le conocéis?
El ascensor se estaba acercando al suelo.
—Creo que me gustaría conocer tu historia antes de hablar mucho más. Conozco una posada no lejos de aquí. ¿Puedo ofreceros una copa de tal?
Bal miró a sus colegas, la chica de la rata acurrucada en un rincón y el guerrero tirado en el suelo.
—Quizá eso sea lo mejor.
El semiorco, al que Bal llamaba Korlan, se separó del grupo cuando llegaron a Altos muros; al parecer, tenía algo personal que hacer. Zae y Bal acompañaron al trío a la Mantícora. Los demás clientes se dispersaron rápidamente cuando Bal entró en la sala, aunque Daine no supo si fue a causa de su siniestra reputación o simplemente por el aspecto que le daba su enfermedad. La posadera se quejó, pero cuando Daine le dio unas cuantas coronas regresó rápidamente con un frasco lleno de tal humeante.
La pequeña Zae se agachó bajo la mesa y les observó. Dos ratas salieron de los pliegues de su túnica y su movimiento imitó al de la mediana.
—Masca esto —dijo Bal al tiempo que le ofrecía a Daine una hoja parecida a cuero—. Te ayudará con los síntomas.
Daine contempló la hoja y finalmente se puso a mascar. Lo peor que podía hacerle era matarle, y visto cómo se encontraban eso sería un alivio. Aunque no había empeorado desde el ascensor, todavía estaba mareado y se sentía débil.
—¿Qué me has hecho? —preguntó.
Bal le dio un sorbo al tal lentamente, observando a Daine.
—El toque helador es innato en mí. Es un don que comparto con Rasial Tarkanan.
—Tarkanan… —Lei tomó aire ruidosamente—. ¡Sois una aberración! —Apartó su silla de la mesa.
—Soy un bendecido, hija de Cannith —dijo Bal. Su voz era tranquila pero sus ojos refulgían—. ¿Quieres que comparemos el poder de nuestros dones?
Zae se rió a la sombra de la mesa, sus ratas chirriaban debajo de ella.
—¡Lei! —ladró Daine—. ¡Tranquilízate! ¿De qué estás hablando?
Lei suspiró profundamente y volvió a acercar su silla a la mesa.
—¿Qué sabes de la Guerra de la Marca?
Daine se encogió de hombros.
—Halas Tarkanan era el más poderoso de los señores aberrantes. Cuando los linajes puros trataban de limpiar la oscuridad, fue Tarkanan quien organizó en un ejército a los portadores de marcas aberrantes.
Bal mostró sus dientes.
—«Limpiar la oscuridad». Una manera generosa de hablar de asesinato.
Lei lo miró de soslayo y por un momento Daine creyó que iba a sacar su arma.
—¡Las marcas aberrantes son generosas con el cuerpo y el alma! Fuego, oscuridad, muerte…, ¡no eran fuerzas que debieran canalizar los vivos!
—Pero, sin embargo, lo hacemos. Teméis lo que no podéis controlar. Vosotros construís. Yo destruyo.
—¡Basta! —dijo Daine. Las piezas estaban empezando a cuadrar—. Has dicho que podríamos ayudarnos mutuamente, Bal. ¿Qué quieres?
—Rasial es uno de nosotros, y está desaparecido. Regresó a la ciudad hace dos días, pero desde entonces no lo hemos visto. Nos preocupa que se haya metido en líos y queremos encontrarle antes de que se haga daño.
Daine deseó que Jode estuviera con ellos. Leer caras no era su especialidad.
—¿Por qué crees que puede estar en peligro?
—Rasial estaba trabajando entre las sombras. Sabemos que no nos contaba algunas de sus actividades. Tenemos nuestras sospechas. Lo que me lleva a una pregunta: ¿por qué le buscáis vosotros?
—Hemos sido contratados por la Guardia del Viento de Vigilia de la daga. Quieren que vuelva para una carrera que va a celebrarse y nadie sabe dónde está. —Daine se había pasado los últimos diez minutos inventando una historia, y maldijo a Jode por no estar ahí. Mentir no era algo que se le diera bien a Daine.
—¿Vigilia de la daga? —Bal lo pensó—. Ya. ¿Los guardias de allí contrataron a un grupo de llorones para que hicieran su trabajo?
«¡Maldita sea!», pensó Daine. Ojalá hubiera tenido tiempo de comprarse ropa nueva. Lei habló antes de que pudiera responder.
—Creo que nos dieron el trabajo por mí —dijo—. Yo quizá sea de las tierras Enlutadas, pero por encima de todo soy una Cannith. Y estoy en edad de prometerme en matrimonio. Creo que el comandante esperaba ganarse mi favor ofreciéndole este trabajo a mis amigos. Y, para ser sincera, creo que le encanta darle órdenes a un viejo capitán de Cyre como si fuera un perro a su servicio.
Bal asintió lentamente.
—Podría ser, supongo. Pero Rasial no va a volver con la Guardia. Rasial Tann está muerto. Ahora es Rasial Tarkanan y su lugar está con nosotros.
—Lo entiendo —dijo Daine—. Pero sin duda comprendes que cuanto más tiempo sigamos con la investigación, más tardaremos en cobrar. Quizá puedas ayudarnos. Somos nuevos en la ciudad y podríamos valernos de algunos amigos. Si descubrimos alguna información más, te la pasaremos encantados…, por las atenciones recibidas.
Se produjo una pausa mientras Bal bebía lo que quedaba de su tal. Finalmente, dejó la jarra en la mesa.
—Muy bien, llorón. Prueba lo que vales. Puedes contactar conmigo por medio de Illian Apotecario en las Torres del dragón.
Apartó su silla y se puso en pie. Debajo de la mesa, Zae llevaba a cabo una silenciosa y animada conversación con dos ratas y un ratón. Al unísono, los roedores desaparecieron entre los pliegues de su capa.
—Antes de que te vayas —dijo Daine—, ¿puedes decirnos algo para ayudarnos a encontrarle?
Bal esperó.
—Creo que tenía tratos con alguien en este distrito. Pero no sé con quién. —Le hizo a Zae un gesto con la cabeza y se encaminaron hacia la puerta—. Quizá volvamos a encontrarnos, llorón. La próxima vez, yo me lo pensaría bien antes de desenvainar la espada.
Daine le devolvió la mirada con un semblante adusto.
—La próxima vez, la sorpresa no estará de tu lado.
El hombre en estado de putrefacción mantuvo su mirada un instante y después se marchó sin añadir una sola palabra.
Dassi, la tabernera, rompió finalmente el largo silencio que siguió.
—Cómo me alegro de que se haya largado, general. Estoy seguro de que has visto cosas peores en tus tiempos, pero no me gusta nada su pinta. ¿Por qué no te tomas otra copa de tal y nos cuentas la historia del orfanato de Olaran de nuevo?
Daine asintió y sonrió, aunque en su interior estaba maldiciendo a todos los medianos mentirosos.
Jode no tardó en regresar. Los cuatro se retiraron a su habitación y Daine les contó los acontecimientos de las dos últimas horas.
—Marcas de dragón aberrantes…, interesante —dijo Jode frotándose la Marca de dragón pensativamente.
—Inquietante —dijo Lei.
—Hay una cosa que no entiendo de todo esto —dijo Daine—. Había oído hablar de Marcas de dragón aberrantes anteriormente. Pero en las historias que conozco, la gente con esas marcas negras agrian la leche o asustan a los perros, esa clase de cosas. Matar con el tacto es algo muy distinto que hacer que la pintura se desconche. ¿Por qué nunca había oído hablar de eso antes?
—La mayor parte de los aberrantes fueron eliminados hace más de mil años —dijo Lei—. Hoy en día, normalmente sólo aparecen cuando dos personas de distintas casas portadoras de la Marca de dragón tienen un hijo juntas. En lugar de poseer la Marca de ambas casas, el niño puede desarrollar una sola Marca pervertida, imperfecta, normalmente con un poder muy débil o sin él. La teoría habitual es que esa Marca dañada proyecta esa imperfección en el alma de quien la porta, y los portadores de marcas aberrantes con frecuencia se vuelven locos, o por lo menos eso he oído. Ésa es la razón por la que las casas portadoras de la Marca de dragón no deben mezclar su sangre.
—Matar con el tacto no me parece una muestra de poder débil.
—Conocí a un hombre con una Marca aberrante —terció Jode—. Tenía un tacto helador como el que has descrito. Un tipo desagradable, eso sin duda. Pero no hubiera creído que fuera capaz de ganarte, Daine.
—Así es. —Lei se detuvo y pensó un momento—. Hay otra posibilidad…, pero es sólo una leyenda.
Daine se encogió de hombros.
—Cuéntala de todos modos.
—La Guerra de la Marca estableció las doce casas portadoras de la Marca de dragón que existen hoy en día. Se supone que las casas se unieron para poner punto final a las Marcas aberrantes, para impedir la hibridación y acabar con los que ya estaban manchados por la oscuridad.
—Eso suponía.
—A partir de aquí, todo son leyendas y rumores. Pero según se dice, las Marcas de dragón aberrantes poseídas por el señor de Tarkanan y sus aliados no eran marcas débiles e imperfectas. Podían crear plagas, provocar el fuego del cielo, romper la tierra con temblores y cosas mucho peores. Pero la mente y el cuerpo humanos no estaban hechos para contener estos oscuros poderes, y esas marcas volvían locos a sus portadores o les provocaban la enfermedad y la muerte.
—Lo que explicaría al furúnculo andante y la chica que pasa más tiempo hablando con ratas que con personas.
—Es sólo una teoría. —Lei se detuvo para pensar—. También he oído hablar de una sustancia llamada sangre de dragón, que aumenta el poder de una Marca de dragón durante un breve período de tiempo. Supongo que podría funcionar con una Marca aberrante lo mismo que con una verdadera.
—Y no te olvides de Korlev —dijo Jode, en referencia a un hechicero que había servido con ellos algunos meses en la guerra.
Aunque no tenía Marca de dragón, Korlev había aprendido a manipular la energía mística para producir una amplia gama de efectos. Afirmaba ser uno de los «dientes de Eberron» y había sido muy útil antes de que los valenar le mataran.
Daine negó con la cabeza.
—Muy bien. Quizá sean aberraciones podridas de droga o quizá sean hechiceros. De modo que no dejemos que nos toquen. Centrémonos en Rasial. ¿Has descubierto algo útil, Jode?
—Rasial es muy apreciado. Honesto, según dice todo el mundo. Tenía un talento especial para trabajar con los hipogrifos y un montón de amigos en el enclave local de la casa Vadalis. Correr y volar eran sus dos pasiones. En resumen, era guapo, talentoso, popular: una estrella en ciernes. Después sufrió esos dos accidentes. Una semana más tarde, desapareció. Nadie le ha visto desde entonces.
—Mmm.
—Dicho esto, algunos guardias no me contaron toda la verdad, y no los más amables precisamente. Puede que Rasial fuera honesto, pero creo que últimamente ha andado haciendo tratos con los tarkanans, probablemente para que le ayudaran a ocultar sus actividades de contrabando.
Daine asintió.
—La pregunta importante es por qué. Por qué un hombre exitoso y honesto tira por la borda todo lo que tiene y traspasa la línea de la ley.
—Quizá no tuviera otra elección —dijo Lei. Los otros se dieron la vuelta y la miraron—. Piensa en ello, Jode. Las Marcas de dragón…, las Marcas de dragón puras… no aparecen al nacer. Aparecen más tarde, normalmente a causa del estrés. Si Rasial hubiera tenido ese tacto helador, ¿y si se le manifestó por primera vez en la Carrera de los Ocho Vientos? ¿Y si fue él quien mató a su montura?
Jode asintió.
—Se excita durante las carreras, su montura muere…, eso sería un dilema.
—Podría haberse unido a los tarkanans para aprender sobre su Marca.
—Y por lo que parece —dijo Daine— una vez te unes a ellos, sigues ahí hasta la muerte. Pero todavía hay algunos cabos sueltos. No creo que los tarkanans conozcan la relación entre Rasial y Alina, y será mejor que no les demos ninguna pista. Pero ¿qué estaba haciendo Rasial para Alina? ¿Por qué la traicionó, y para quién trabaja ahora? ¿Qué está ocultando a los tarkanans? ¿Y dónde está?
—Todas son buenas preguntas —dijo Jode—. Pero diría que teníamos que reunirnos con el consejero Teral para cenar a la séptima campana.
—¿Y? —dijo Daine.
Fuera, sonó la séptima campana. Jode sonrió.
—¿Salemos a cenar, señor Daine?