Llevar una capa del uniforme cyr en una guarnición brelish no fue una de las mejores ideas de Daine, aunque no lo tenía planeado así. Pese a no ir encadenados, estaban llamando la atención y recorrieron rápidamente las calles hasta el ascensor más cercano.

—Creo que valdría la pena gastar unos cuantos soberanos en ropa nueva, Daine —dijo Jode.

Daine frunció el entrecejo. Sabía que Jode tenía razón, pero odiaba la idea de desprenderse de su uniforme. La guerra había terminado y Cyre había dejado de existir, pero mientras llevara el uniforme, la nación seguiría existiendo en su corazón.

Caminaron la mayor parte del camino en silencio, cada uno de ellos perdido en sus pensamientos. Través se acercó a Daine y habló en voz baja.

—Esta situación me incomoda, capitán.

—¿De qué se trata?

—¿Dices que nos trajeron hasta aquí porque ese capitán de la guardia sabía quién eras y quería darte un consejo?

«Y relamerse con ello», pensó Daine, pero no lo dijo.

—¿Cómo conocía tu identidad? Según tu historia, el guardia herido sólo te vio unos pocos minutos, y nunca le dijiste tu nombre. Pero ese capitán de la guardia desplegó muchos recursos para detenerte por lo que parece que es un crimen inexistente. —Era muy propio de Través ir directamente al corazón de las cosas. Muchos de los aspectos sociales del comportamiento humano eran un enigma para el soldado forjado. Pero había luchado para Cyre durante casi treinta años, y su capacidad táctica era al menos tan aguda como la de Daine.

—Tienes razón —dijo Daine—. Y parece que sabían también dónde encontrarnos.

—¿Es posible que hayas sido traicionado por… Alina?

¿Haría ella algo así? Daine dejó que sus pensamientos retrocedieran a los dos años que había estado a su servicio.

—Francamente, no lo sé. No sé qué ganaría ella con eso.

—Si no estás seguro de que se pueda confiar en esa mujer, ¿por qué estamos trabajando para ella?

—No es tan sencillo, Través. Ahora estamos solos. Alina nos está ofreciendo una gran cantidad de oro, y necesitamos dinero si queremos sobrevivir. Sé que eso es algo en lo que tú no piensas, pero la mayor parte de nosotros necesitamos comer y beber, y después de años de esas gachas me gustaría probar algo con algún sabor. Necesitamos refugio y seguridad. ¡Y quiero recuperar mi espada! —Su voz se alzó en la última frase. Suspiró hondamente para calmarse.

—¿Es eso tan importante? —preguntó Través—. La espada que te han dado es de una calidad y un diseño similares. Parece casi idéntica. ¿Por qué quieres recuperar tu espada anterior?

—No se trata de su utilidad. Esa espada era un regalo de mi abuelo. Era la espada que utilizó en la batalla, y es lo único que me queda de él. Es el recuerdo, no la espada.

Si Través hubiera sido humano, tal vez se habría encogido de hombros. Pero como no lo era, se detuvo un momento y después siguió hablando.

—Si no Alina, ¿qué hay del tío de Lei, Jura? Fue él quien nos dijo que fuéramos a la Puerta de Malleon. ¿Podía ser alguna clase de trampa?

—Él sabía que estaríamos allí, pero sigo sin ver por qué. Y el capitán de la guardia, Grazen, no se me ocurre qué contacto pueda tener con Jura. Quizá es sólo una coincidencia.

—Quizá. —Través se sumió en el silencio. La placa de mitral de su cara era imposible de leer, era tan impertérrita como una estatua o un casco.

Llegaron al ascensor unos minutos más tarde.

—Buen viaje —murmuró el guardián del ascensor cuando vio a Daine.

—Me quedo aquí —dijo Jode cuando se dispusieron a embarcar—. Todavía tenemos que investigar a Rasial, y ya estamos aquí.

—¿Qué…? —empezó a protestar Daine, pero Jode le interrumpió.

—Tú tienes que largarte de aquí ahora mismo. Mientras vayas vestido así, eres la promesa de una pelea, y Través casi igual. —Contó unos cuantos soberanos—. Toma, compraos nuevas capas. Algo discreto. Brelish. ¿Comprendido?

Daine no estaba acostumbrado a recibir órdenes del mediano, pero sabía que Jode tenía razón.

—Veré qué encuentro aquí —dijo Jode—. ¿Por qué no bajáis a Disparate de Hareth y veis qué encontráis allí?

—¿Qué hay del templo? —dijo Lei—. ¿Derroto a un minotauro y ahora nos vamos a olvidar de eso?

—Dudo que vaya a ninguna parte —dijo Jode—. Descenderemos torre abajo y volveremos cuando hayamos llegado al fondo. Nos reuniremos en la Mantícora a la séptima campana.

Lei miró de soslayo a Daine. Al cabo de un instante, asintió.

—Muy bien, pero ándate con ojo.

—Por supuesto —dijo Jode—. ¿Través? Intenta pasar un poco desapercibido. Cuando la gente intenta entablar una conversación intrascendente…, bueno, llamas demasiado la atención.

—Como quieras —dijo Través.

Jode sacó algunas monedas más y se las dio a Lei.

—Toma. Si vais a ir metiendo las narices en las tabernas, tendréis que pedir una copa o dos.

—No es una mala idea —susurró Daine.

Cada uno de los distritos de Sharn era del tamaño de una aldea o un pueblo pequeño, y como cualquier aldea o pueblo, cada uno tenía su propia personalidad. Entre la miseria de Altos muros y la Puerta de Malleon, la fría atmósfera militar de Vigilia de la daga, el pretencioso lujo del Refugio de Dalan y el incesante buen humor de Den’iyas, Daine había visto más diversidad de la que había visto en años, pero nada le había preparado para el Disparate de Hareth. Situado a media altura de la gran torre de Dura, Locura era un excéntrico surtido de iglesias y pequeñas torres. Cada edificio era completamente diferente. Estilos arquitectónicos, materiales de construcción, patrones de color…, nada hacía juego. Una tradicional torre brelish de piedra y mortero se hallaba junto a una nudosa aguja de madera de Aerenal que parecía haber sido grabada en el tronco de un árbol inmenso. Un torreón chato de ladrillos rojos dominaba una plaza cubierta de refulgente arena plateada. El cielo era igualmente caótico. Los pisas más elevados de las torres estaban conectados por una maraña de puentes un laberinto de madera, piedra y cuerdas. Criaturas voladoras se introducían en las torres o volaban a su alrededor. Un semental alado perseguía juguetonamente a una inmensa lechuza negra, y un par de guardias de los Alas doradas pasaban en lo alto montados en sendos hipogrifos.

—¿Qué locura es ésta? —murmuró Daine.

—Has respondido a tu pregunta —contestó Lei—. El arquitecto era un hombre llamado Hareth ir Talan, y «loco» sería una manera educada de describirlo. —Se detuvo junto a la torre de madera y contempló los muros irregulares y torcidos—. De acuerdo con la leyenda, quería edificios que reflejaran todas las naciones de Galifar para que cualquier visitante de cualquier país tuviera un lugar en el que sentirse en casa.

—Parece bastante razonable, pero… Sé que los elfos de Aerenal utilizan madera en casi todos sus edificios, pero nunca había oído decir que vivieran en árboles.

—No viven en árboles. —Lei levantó la mirada hacia las ramas más altas de la torre—. Cuando Hareth hubo construido edificios para todas las culturas diferentes del reino de Galifar…, bueno, todavía quedaba espacio libre en el distrito. De modo que empezó a mirar a otras culturas: Riedra, Adar, incluso las ruinas de las llanuras del Diablo y Xen’drik. Con el tiempo, hasta esa fuente de inspiración se secó, de modo que buscó la inspiración en las llanuras exteriores. Creo que ésta es su idea de cómo deben ser las casas en Lamannia, el Bosque del Crepúsculo.

Los planos exteriores eran uno de los grandes misterios del mundo. Los sabios decían que había trece planos, sombras de la realidad vinculadas a diferentes aspectos de la existencia. Los sabios y las mujeres ancianas contaban fantasiosas historias acerca de la naturaleza de cada plano: los infinitos campos de batalla de Shavarath, el brillante y cristalino paisaje de Irian, las ciudadelas flotantes de Syrania. Por lo que Daine sabía, esas descripciones eran pura fantasía. Había oído las leyendas de poderosos magos viajando a los reinos exteriores, pero hasta que conociera a alguien que realmente hubiera ido allí, Daine seguiría considerando esas historias como cualquier otra fábula. Con todo, no se podía negar que había fuerzas que tenían influencia sobre el mundo. Daine todavía recordaba cuando Eberron se alineó con Shavarath en mitad de la Ultima guerra: las tormentas de espadas giratorias que estallaron en mitad de las batallas, arrojando a los guerreros de ambos bandos en terroríficos torbellinos de sangre. Su abuelo le había hablado de la última conjunción con Dolurrh, el Reino de los Muertos, y de cómo los soldados que caían en la batalla se negaban a morir. Si esas conjunciones eran raras y temporales, había lugares en el mundo en el que el toque de esas llanuras exteriores se sentía a todas horas. Sharn era uno de ellos. El vínculo con el plano de Syrania permitía la capacidad de volar, y eso sostenía a su vez los conjuros que impedían que las inmensas torres cayeran. Lamannia, se decía, era el corazón del mundo natural. Contemplando el extraño árbol-torre, Daine se dio cuenta de que podía encajar en un lugar como aquél.

—Los edificios, los puentes… —prosiguió Lei—. Algunos dicen que estaba loco, pero algunos artificieros de la casa Cannith opinan de otro modo. Mi padre creía que Disparate de Hareth había sido diseñado de acuerdo con una precisa fórmula, que cuando los planos y las lunas muestren un alineamiento específico, se revelará su verdadero propósito.

Lei se quedó en silencio, un destello de pesar cruzó su rostro. Raramente mencionaba a sus padres. Habían vivido en la capital cyrana de Metrol, y Daine sabía que ambos habían muerto en la guerra unos diez años atrás. Lei nunca había hablado de las circunstancias de su muerte, y Daine no había querido preguntar. Dejó que reflexionara en silencio y examinó las calles que les rodeaban. Los habitantes de Disparate de Hareth eran casi tan diversos como lo edificios. Daine vio a viajeros de todos los rincones de Khorvaire que habían acudido a Locura a participar en los juegos y espectáculos de Sharn.

—Daine… —Cuando Lei volvió a hablar, su voz fue suave y pensativa—. ¿Quién te ha dado esa espada?

—Un hombre llamado Grazen. Un viejo amigo, como os dije.

—¿Miembro de la casa Deneith?

—Sí.

—Pero… los soldados de la casa Deneith no juraron lealtad a ninguna nación. La casa se funda en los principios del servicio mercenario. ¿Cómo podría un heredero de Deneith servir como oficial en la Guardia de Sharn?

—Él era parte de la casa Deneith. La abandonó.

Lei abrió los ojos de par en par.

—¿Fue… expulsado? ¿Como yo?

—Creo que no. Creo que él eligió marcharse por su propia voluntad.

—Oí decir eso, pero… me resulta difícil imaginármelo.

—¿En serio? ¿Son los otros miembros de tu familia gente tan maravillosa? Me imagino cómo debe ser cansarse de pasar la vida en compañía de alguien como el señor Jura.

Lei negó con la cabeza.

—No puedes entenderlo, Daine. La casa… es más que sólo una familia. Es la base de la vida. Ser parte de la casa te eleva por encima de toda nación, de toda raza. De pequeña, soñaba con el día en que mi marca aparecería y me permitiría ser parte del trabajo de mi casa. —Se detuvo con los ojos refulgentes y los pensamientos muy lejos—. Los reyes, vienen y van. Son las casas marcadas por el dragón las que han dado forma a Khorvaire. Mira lo que Cannith ha hecho sólo en el ultimo siglo. Dimos a luz una nueva raza. —Se vino abajo y soltó un profundo suspiro.

Daine le puso una mano en el hombro.

—No tienes que ser parte de una casa para hacer algo en la vida —dijo—. Están los Doce, el Congreso Arcano…

Lei le apartó la mano parpadeando para reprimir las lágrimas.

—¡No lo entiendes! Es… —Levantó una mano y se frotó la espalda, justo por debajo de la nuca. Aunque casi siempre la llevaba cubierta, Daine sabía que allí era donde tenía su Marca de dragón—. Es para lo que nací. Es lo que soy. ¿Cómo puede alguien rechazar eso?

Daine sabía que no quería una respuesta, pero no pudo evitarlo.

—¿Qué hay de Jode? —dijo—. ¿Cómo encaja él en esto?

La pregunta pareció sacar repentinamente a Lei de su ensueño. Jode no hacía ningún esfuerzo por ocultar su Marca de dragón, pero nunca había hablado de su relación con la casa Jorasco, la casa mediana de la sanación.

—No…, no lo sé. Traté de sacar el tema antes, pero él mencionó otra cosa y no quise insistir. Quizá fuera expulsado. Pero siempre es posible que sea un expósito.

—¿Qué quieres decir?

El cambio de tema permitió a Lei recuperar su papel como sabia y maestra, y empezaron a hablar de nuevo.

—Sabes que las Marcas de dragón están vinculadas con las líneas sanguíneas, ¿verdad? Como las marcas están unidas a las líneas familiares de la casa, siguen en la casa. Es una razón por la que los que tienen una determinada Marca de dragón con frecuencia tienen rasgos físicos parecidos. Pero cuando hay un… expulsado… sigue portando de todos modos el poder de la Marca y puede pasarla a su descendencia. De modo que es posible que un niño nazca fuera de la casa y, sin embargo, posea la Marca de la casa. Creo que éste es el caso de Jode, un hombre con el don de Jorasco, pero sin ningún vínculo con la casa.

—Creía que la casa no aprobaría eso, que alguien interfiriera con su monopolio sobre la Marca. ¿Qué impide que un grupo de externos a la casa funden una nueva?

—Bueno, eso es más o menos lo que ha sucedido con los elfos, aunque la escisión procedió del interior de la casa —dijo Lei—. Pero tienes razón, es algo que siempre ha tratado de ser impedido. Tienes que entender que es algo extremadamente raro que alguien sea castigado así. El tío Jura es el único expulsado que conozco. Como dijo Jode, antes los mataban. Incluso después del fin de esa práctica, los expulsados eran con frecuencia castrados o… mutilados. Desde el auge de Galifar, esas prácticas se han reducido. Durante los últimos siglos, la mayor parte de las casas aprobaron leyes que permitían a los expósitos pedir el acceso a la casa. A menos que alguno de los padres sea un enemigo declarado, nada se gana con castigar al niño.

—Y pese a todo, ahí está Jode.

—¡Y yo que sé! Pregúntaselo a él.

Daine negó con la cabeza.

—Mejor no molestarle.

Caminaron un poco más.

—Has cambiado de tema —dijo Lei—. Todavía no comprendo por qué tu amigo Grazen abandonó la casa. Pero ya que lo hizo…, ¿por qué guardaba esa espada? ¿Y por qué te la dio?

—Bueno… —Daine pasó los dedos por la empuñadura de la espada—. Tienes razón. Los soldados de Deneith no pueden jurar fidelidad a ningún rey ni reina. Su lealtad pertenece primero a la casa y después a quien les pague, sea quien sea. Al parecer Grazen encontró algo —o a alguien— que para él acabó siendo más importante que la casa. Supongo que tuvo que abandonar su casa para estar con ella. No tiene nada que ver con lo que te ha pasado a ti. Quizá él quisiera guardar el recuerdo de sus logros con la casa y por eso guardó la espada. Y en cuanto a por qué me la dio, no tengo ni idea. Sabía que yo no tenía espada. —Y quería regocijarse con eso, pensó—. Es una buena espada. Y obviamente yo nunca podré manejarla sin pensar en él. —Se parecía bastante a la verdad, y Lei pareció aceptarlo.

La joven se detuvo de nuevo y lo miró inquisitivamente.

—Tienes algo del aspecto de los Deneith —dijo ella—. El color de tu pelo, esos ojos azul oscuro, incluso la forma de los ojos… No sé por qué no me había dado cuenta antes.

Daine se encogió de hombros.

—¿Quizá hay un expósito en mi árbol genealógico? Eso explicaría por qué Grazen y yo fuimos tan buenos amigos.

Lei asintió.

—Podría ser. En cualquier caso, aquí estamos.

—¿Qué?

Lei señaló el edificio que tenían ante sí. Daine había estado tan absorbido en la conversación que no bahía prestado ninguna atención a lo que les rodeaba. Miró su destino y parpadeó. El Rey de fuego era distinto de cualquier otra taberna que hubiera visto jamás. Una torre chata de piedra negra taraceada con símbolos de cobre reluciente, parecía la fortaleza de un mago maligno salido de sueños premonitorios. Pero el signo cuadrado que había encima de la puerta tenía el aspecto indistinguible del anuncio de una taberna, con la imagen de una baraja de cartas con el Rey de fuego en la parte superior. Mientras lo miraba, un trío de gnomos borrachos salió dando traspiés del edificio, Los tres tuvieron que inclinarse sobre la puerta para abrirla.

—¿Qué es esto? —preguntó Daine.

Lei había sacado el paquete de pergaminos de Alina.

—En teoría, es el centro principal del juego en la torre, especialmente para apostar a deportes aéreos, como la Carrera de Ocho Vientos. Jode pensó que quizá pudiéramos recabar información sobre Rasial de alguno de los clientes. Por lo que respecta al diseño, supongo que fue inspirado por las leyendas del fiero plano de Fernia. ¿Estás preparado para entrar?

Daine miró a su alrededor en busca de Través. Dado su tamaño y su infrecuente aspecto, el soldado forjado tenía el don del ocultamiento, y Daine tardó un momento en verle entre las sombras. Le hizo con la mano derecha la señal de que esperara y vigilara, y Través asintió casi imperceptiblemente.

—Muy bien —dijo Daine—. Veamos qué podemos encontrar.