Daine estudió al enemigo y cuanto le rodeaba, y en la mente se le aparecieron posibles estrategias. Ninguna era buena. Eran muchos más que ellos, Lei estaba desarmada y lo único que él tenía era su maldita daga. Aunque pudieran luchar, los guardianes sólo estaban haciendo su trabajo, y resistirse a la detención no haría más que empeorar las cosas. Por un momento, Daine pensó en correr hacia la puerta abierta de la iglesia, pero no tenían ni idea de lo que había en su interior ni ninguna razón para creer que les protegería de la acción de la ley.
—¿Capitán? —dijo Través con toda tranquilidad.
Daine sabía que el forjado podía hacer caer a dos de los arqueros en los primeros segundos de la batalla. Pero no era suficiente.
No había alternativas. Lentamente, Daine dejó su daga en el suelo e hizo un gesto a los demás para que lo imitaran. Los guardianes les rodearon, les ataron las muñecas, y les llevaron a algún lugar fuera del distrito.
Los guardianes se mantuvieron tensos y en silencio, y los alabarderos y ballesteros mantuvieron sus armas en guardia, como si esperaran que en cualquier momento fuera a producirse un ataque. Quizá fuera así. Los duendes miraban desde las sombras, y un ogro se rió de los guardianes dejando a la vista unos mugrientos colmillos. La Guardia no era bienvenida en la Puerta de Malleon, y sólo unos pocos protegían a la patrulla. Daine estaba impresionado. Claramente, ese equipo había sido enviado en su busca sólo horas después de la muerte del guardia. Ni siquiera en Metrol habría esperado Daine esa rapidísima respuesta. Y con la sórdida reputación de Sharn, casi esperaba que la ley no se tomara la molestia de tratar de solventar el crimen, aunque el hecho de que la víctima fuera un guardia probablemente tenía mucho que ver con la velocidad de la respuesta.
Salieron de la Puerta de Malleon sin incidentes y los guardias se relajaron al subirse a un ascensor y subir torres arriba. Nada podía hacer que Jode guardara silencio, y logró entablar conversación con uno de los guardias mientras abandonaban el distrito. Ahora que estaban inmóviles, Daine oyó el final de esa conversación.
—¿… Carralag? —dijo Jode—. He oído que tiene muchos trucos escondidos.
—Es una gárgola —dijo su captor, una mujer semielfa con el pelo plateado corto y las mejillas pecosas—. No importa lo tramposa que sea, no tiene las alas suficientemente largas para competir con un pegaso o un hipogrifo.
—¡Daeras! ¡No hables con los prisioneros! —El sargento era casi tan alto como Través, y Daine supuso que debía su color gris y su nariz chata a la sangre orca. La semielfa asintió con expresión huraña y le dio la espalda a Jode.
—Vamos a Vigilia de la daga —susurró Jode, acercándose furtivamente a Daine. Era el distrito de la guarnición que Jode había mencionado anteriormente.
—Genial. Así que mientras me hiervan en aceite, ¿por qué no tratas de hacer algunas preguntas sobre Rasial?
—Lo interesante es que la guardiana no sabía nada de la naturaleza de nuestro crimen. Sabía que la acusación era de asesinato, pero le ordenaron que te detuviera a ti y a cualquiera que viajara contigo. Asumámoslo: el asesino eres tú.
—Gracias, Jode, me alegra saber que estás conmigo en esto. Por otro lado, tú apuñalaste a la mujer.
—Y la curé —señaló Jode—. Pero no te preocupes, estoy seguro de que podremos salir de ésta. Estaba pensando en Lei y Través. ¿Cómo va a hacerles responsables la Guardia?
—¡Silencio! —El sargento tiró al suelo a Jode de una patada. Daine hizo rechinar los dientes pero se quedó quieto. La última vez que había peleado en un ascensor las cosas habían acabado mal, y el sargento de la piel gris estaba buscando una excusa para ponerse violento.
La excusa procedió de un lugar totalmente inesperado. Mientras el sargento se giraba hacia Daine, se produjo un movimiento veloz. Lei golpeó con el pie la rodilla del semiorco y éste cayó al suelo. Los guardias no sabían nada de los encantamientos que Lei había tejido para la batalla con el minotauro, y ninguno de ellos estaba preparado para su cegadora velocidad. Se lanzó hacia delante, arrancó la cuerda de las manos de su captor y se arrodilló en una posición defensiva, levantando los puños cerrados ante ella como si fueran una maza.
El sargento se puso en pie y desenvainó su espada.
—Te voy a cortar el pie por eso que acabas de hacer, basura llorona.
—Inténtalo, animal —dijo Lei entre dientes—. ¿Has visto a ese minotauro hace un momento? Lo he hecho con mis manos desnudas. Como toques a mis amigos de nuevo estarás besando el suelo antes de que puedas parpadear.
El sargento la contempló con los ojos entrecerrados, y Daine vio el ligero movimiento que hizo con la espada. Los cuatro ballesteros se pusieron en guardia, ocuparon su espacio a su alrededor y se prepararon para disparar en cuanto fuera necesario. Través vio la mirada de Daine y lo tuvo claro en seguida: pese a su velocidad sobrenatural, no podía enfrentarse a los guardias ella sola. O actuaban todos juntos o…
—Lei, baja la guardia —dijo Daine firmemente—. Yo soy el que quieres, piel gris. Si vas a descargar tu ira en alguien, que sea conmigo.
Lei siguió en guardia. Tras ella, los ballesteros estaban apuntando.
—¡Lei!
A regañadientes, Lei bajó los brazos. Un guardia la ató con su cuerda, pero los demás no iban a arriesgarse. Dos de los arqueros siguieron apuntando su espalda con las ballestas. El sargento dio unos pasos, miró de soslayo a Daine, y después le golpeó en la cara con la empuñadura de su espada, derribándole al suelo. Bajando la mirada, el semiorco le escupió y se alejó. Lentamente, Daine se puso en pie y se acercó a Lei a trompicones.
—Nunca pensé que tú serías la que empezarías una pelea —susurró, palpándose los dientes con la lengua.
—Nunca pensé que tú serías el que me detendría —respondió ella. Daine veía la ira en sus ojos, pero los ballesteros todavía estaban alerta, con los dedos blancos en el gatillo de sus ballestas.
—Has luchado demasiadas batallas que no se podían ganar. Estoy orgulloso de lo que hiciste, ahora y antes, pero éste no es el momento. Veamos adónde nos lleva esto.
Ella asintió, pero no le miró a los ojos.
El ascensor se detuvo y fueron escoltados por las calles de Vigilia de la daga. Cada distrito parecía tener su sabor, y éste no era una excepción. Tenía la atmósfera de una inmensa fortaleza. Las murallas estaban reforzadas para resistir las armas de un asedio, y los guardianes llenaban las calles. Comparado con los distritos inferiores e incluso Den’iyas, las calles eran excepcionalmente tranquilas. La gente hablaba en voz baja y los mercaderes ni siquiera anunciaban a gritos sus mercancías. Un par de hipogrifos volaban por encima de sus cabezas, y Daine vio a soldados montando a las bestias. En el pasado, Rasial Tann había estado allí.
—Está muy limpio, eso debo reconocerlo —señaló Jode—. Me pregunto quién limpia las calles de mierda de hipogrifo.
Un guardia le golpeó con la base de la alabarda.
Pasaron por una gran plaza abierta en la que había un círculo de pilastras. Un grupo de criminales estaba allí en exhibición, con las cabezas y las manos sujetas en argollas de madera. Unos poco espectadores lanzaban basura a los prisioneros, pero incluso ellos parecían tímidos y reservados en comparación con lo que esperaba Daine.
Vigilia de la daga era sede del ejército local y de la Guardia de Sharn. Ocasionalmente, escuadrones de soldados brelish pasaban a su lado, algunos marchando en estricta formación, otros de permiso, paseando. Daine todavía llevaba su uniforme cyr, y fue saludado con risotadas y alguna que otra piedra.
Llegaron a su destino. La guarnición de Vigilia de la daga era una visión impresionante. Los muros de piedra eran de dos pies de grosor y había en ellos hendiduras para los arcos y otras armas mortíferas, y Daine vio a algunos arqueros observándolos mientras se acercaban. Había profundas cicatrices y algunas manchas en la muralla, como si el ácido o el fuego hubieran erosionado la piedra. Parecía que aquella fortificación había sido puesta a prueba en el pasado. Un inmenso hipogrifo de madera se alzaba a cada lado de la puerta, con las garras alzadas y listas para golpear. Daine se preguntó si las estatuas cobrarían vida si se producía un ataque.
Al entrar en la guarnición, fueron rodeados por más guardias todavía. Sustituyeron las cuerdas con las que estaban atados por argollas metálicas. Parecía que la Guardia de Sharn no quería correr ningún riesgo.
El sargento departió con un administrador vestido de negro y verde. El sargento pareció consternado con las noticias, pero Daine no logró oír lo que decían. Finalmente, regresó y habló en voz baja con sus hombres. El sargento señaló con la cabeza a Daine. Lo siguiente que éste sintió fue un terrible dolor en la nuca y que todo se volvía negro.
Cuando recobró la conciencia, estaba tendido sobre un duro suelo de piedra. Abrió los ojos con la esperanza de ver la tenue luz de una celda. Pero le sorprendió la brillante iluminación y la suave alfombra que había bajo su cabeza. Tenía el cráneo todavía dolorido por el golpe, pero no parecía tener ninguna herida importante. Algo parecía estar mal, y entonces se dio cuenta de que le habían quitado las esposas.
—Bien, Daine. ¿Quién iba a creer que nos veríamos en estas circunstancias? Veo que Olladra no te ha tratado muy bien.
La voz era familiar, pero en el estado de aturdimiento en el que se hallaba Daine le resultó difícil ubicarla. Poniéndose de rodillas, trató de registrar cuanto le rodeaba. Por los suelos y las paredes de granito, supuso que se hallaba todavía en el interior de la guarnición de Vigilia de la daga, quizá en la oficina de un oficial. Un tapiz cubría la pared que había ante él con una representación de la famosa batalla entre los Mariscales Centinelas de la casa Deneith y el rey bandido del Bosque del susurro. Pero la voz procedía de su derecha. Daine se apartó las telarañas de la cabeza y se volvió hacia la voz.
Tras una hermosa mesa de madera de Aerenal había un hombre sentado. El sello de Sharn ocupaba casi toda la pared que había tras la mesa. La visión de Daine seguía un tanto borrosa, pero se dio cuenta de que el hombre llevaba un uniforme de capitán. Entrecerró los ojos y la cara del desconocido cobró forma.
—¿Grazen? —dijo, aturdido—. ¿Grazen d’Deneith?
El capitán se rió y se puso en pie.
—Por un momento pensé que los guardianes te habían hecho heridas irreparables. Los soldados llorones no son muy estimados en Vigilia de la daga. —Caminó alrededor de la mesa y le tendió la mano a Daine para ayudarle a ponerse en pie—. Ahora soy Grazen ir Tala.
Daine negó con la cabeza mientras trataba de procesar esa información.
—¿Qué?
—¿Qué quieres que diga? —Grazen se pasó una mano por el cabello marrón dorado y sonrió—. El amor todo lo conquista. Yo era un Mariscal Centinela cuando nos vimos por última vez, ¿verdad? Hice una larguísima expedición a Sharn persiguiendo a un grupo de asesinos lhazaar. Durante mi estancia, conocí a una adorable joven que resultó ser la única heredera de una inmensa fortuna, y después de pensarlo un poco, decidí abandonar la casa y establecerme en Sharn. Puede parecer una locura, lo sé, pero no soy el primero en abandonar voluntariamente su casa.
Grazen señaló a Daine una silla y después regresó a su mesa. Daine se sentó, tratando todavía de absorber la información.
—Pero…
—¿Qué estoy haciendo aquí? Como te decía, estuve aquí mucho tiempo de expedición. Cuando supo de mi estancia aquí, el comandante Iyan tuvo el placer de ofrecerme un puesto. Así que aquí estoy ahora, Tengo una mujer adorable, una gran fortuna, dos hermosos hijos, aunque sin marca, y una posición que me otorga considerable autoridad y respeto. Me alegro de ver que a ti también te ha ido bien.
La cabeza de Daine se había aclarado, pero prefirió no responder a ese dardo.
—Pero tú siempre fuiste partidario de las causas perdidas, ¿verdad, Daine? Y mira de lo que te ha servido. Según el sargento Holas, ni siquiera tenías una espada cuando te detuvieron. Me pregunto qué diría tu abuelo de eso.
Daine cerró los puños pero se contuvo.
—Acabemos con esto de una vez, Grazen. Maté a un hombre. Lo reconozco. Pero fue un accidente, y mis compañeros no tienen nada que ver.
—Ah, sí, tus variopintos acompañantes. Siempre supiste de quién rodearte. Hablando de lo cual, ¿has visto a Alina últimamente?
Daine se vio sorprendido con la guardia baja.
—¿Qué?
—Oh, está aquí, en Sharn. He pensado que quizá quisieras recordar los viejos tiempos. En cualquier caso, estás equivocado. —Grazen esbozó una sonrisa—. No has matado a nadie.
Se llevó la mano a una bolsa que llevaba en el cinto y sacó un disco de platino que le tiró a Daine. En la superficie había grabado el símbolo de una pluma junto a una serie de signos místicos.
—El símbolo de la pluma. Sólo se puede usar una vez, pero te salva la vida si alguna vez sufres una caída mortal. Si vives en los niveles superiores y puedes permitirte uno, eres un idiota si no lo llevas contigo, y el sargento Lorrak no es idiota. Supongo que podría haber mandado a Lorrak a detenerte, pero no me gusta nada echar a perder una sorpresa. Yo no me interpondría en el camino de Lorrak si fuera tú. Puede que esté vivo, pero sin duda nunca olvida una afrenta. Y creo que le impediste que se divirtiera un poco.
—Sí, que se divirtiera —dijo Daine pensando en la duendecilla—. Tienes a un personal muy bueno. De modo que la acusación de asesinato te la inventaste.
—¿Habrías venido si te lo hubiera pedido por favor?
—No lo sé.
—Al menos eres sincero. Y eso es de lo más infrecuente en estos tiempos. —Escudriñó a Daine cuidadosamente—. ¿Qué dirías si te ofreciera un trabajo, Daine? No sería fácil, dado que eres un oficial del enemigo, pero Cyre ha desaparecido y nunca regresará. Y tengo relaciones aquí. ¿Te gustaría trabajar para el ganador por una vez?
—¿Qué tiene esto que ver contigo?
Grazen se rió.
—Te he echado de menos, Daine. Bueno, te daré unos cuantos días para que lo pienses. Pero un consejo: no te acerques a Alina. No te metas en problemas. Y cuidado con el sargento Lorrak. En honor a nuestra vieja amistad, no te preguntaré qué estabas haciendo en la Puerta de Malleon. Pero con amistad o sin ella, aquí es donde está mi corazón ahora. Todavía no has cruzado ninguna frontera. Todavía. Pero si lo haces, estaré ahí para hacerte caer.
—Gracias por el consejo, Grazen. Me ha encantado ponerme al día contigo. Ahora, si no te importa, quisiera volver con mis amigos.
—Por supuesto. —Pasó un dedo por encima de una piedra-alarma que había en su mesa y dos guardianes entraron en la estancia—. Minal, Dal, escoltad a nuestro invitado con sus compañeros y haced que les devuelvan sus posesiones. —Volvió a mirar a Daine—. Piensa en mi oferta, Daine. Y en mi consejo. Podría ser la única oportunidad que te quede para hacer lo correcto.
Daine no dijo nada mientras los guardianes lo acompañaban afuera.
Jode, Través y Lei le esperaban en el atrio.
—¡Daine! —gritó Lei—. ¿Qué está pasando?
—Todo ha sido un malentendido.
—¿Quieres decir que alguien le salvó? —dijo Jode. Una sirvienta les llevó sus armas y las repartió entre ellos.
—Algo así, sí. —La sirvienta llegó hasta él. Le dio la daga y después una larga espada con una vaina y un arnés de piel negra—. Esto no es mío —dio Daine.
—Un regalo del capitán Grazen —respondió ella—. Dice que has perdido tu espada. —Era un arma preciosa, incluso envainada.
Lei miró el arma y frunció el entrecejo.
—Daine, ¿por qué…?
Él siguió su mirada y vio el sello del ojo en el sol de la casa Deneith grabado en la empuñadura, brillando a la luz del fuego frío.
—Era de un viejo amigo —dijo—. Parece que ya no va a usarla más. —Pensó en devolvérsela a la sirvienta, pero una espada era una espada. Frunciendo el entrecejo, se puso el arnés—. Ahora, larguémonos de aquí.