—No se por qué me he dejado convencer —dijo Daine mientras Jode y él regresaban al ascensor central. Cerca, un mercader regateaba con un cliente el precio de un jubón iridiscente mientras una pequeña gnomo con un brillante sombrero rojo jugaba con una brillante bola de luz entretejida con hebras de ilusión. El sombrero puntiagudo de la chica era casi tan alto como ella.

—Somos soldados, no detectives. Y había decidido no volver a ver a Alina nunca más. No digamos ya trabajar para ella.

—Nunca hemos hablado de lo que hiciste para ella.

—Así es.

—Daine, sé que no es lo que tenías pensado, pero la guerra ha terminado. Y Cyre ha desaparecido. Nada va a cambiar eso. Necesitamos un nuevo comienzo, y si tienes alguna manera mejor de conseguir cuatrocientos dragones me gustaría conocerla.

Caminaron un trecho en silencio.

—¿Extraordinaria colección de pájaros, ;no es cierto? Qué colores tan bonitos.

—Cierto —dijo Daine—. Me pregunto quiénes eran antes.

Jode soltó una risotada y dejó que el tema se esfumara.

Una vez se encontraron en el ascensor junto a otros residentes, Daine desenvolvió el paquete de cuero. En el interior había un fajo de papiros llenos de dibujos y de la nítida escritura de Alina. Daine y Jode separaron las páginas y se pusieron a ojearlas. Una página describía las piedras de dragón de Khyber. Era casi todo un galimatías arcano, y Daine decidió que sería Lei quien le echara un vistazo. Había un mapa de Sharn, con breves notas sobre algunos distritos. Las últimas páginas del fajo de Daine eran referente a Rasial. Una incluía dibujos de su cara desde distintos ángulos, otra contenía una breve biografía.

—Rasial Tann… —murmuró Daine escudriñando el papiro—. Aquí hay algo que Alina no mencionó: formaba parte de la Guardia de Sharn, una unidad llamada Alas doradas.

—Sí, eso encaja —dijo Jode, golpeando con el dedo la hoja superior de su fajo, una descripción de varios acontecimientos deportivos—. Mira aquí. ¿Esos pilotos de hipogrifos? Son Alas doradas. La unidad tiene el fin de perseguir y responder a los crímenes aéreos, pero al parecer muchos de los pilotos también participan en las carreras.

—Y como exguardia, Rasial sabría cómo evitar las patrullas que buscaban contrabandistas…, si es que no sigue teniendo amigos dentro.

—Un guardia sin suerte se pasa al crimen. Una tragedia de nuestros tiempos.

—Parece que ganó el trofeo de la Carrera de Ocho Vientos hace dos años. ¿Te suena?

—Sí, está todo aquí. Un acontecimiento anual en… Dura. La carrera más importante de Sharn. Vienen espectadores de todo Khorvaire.

—¡Nunca verás nada igual! —La nueva voz era grave y aguda al mismo tiempo. Dándose la vuelta, Daine vio a una duendecilla que estaba tras sus piernas—. Toda clase de bestias persiguiéndose y peleándose, corriendo entre los tejados. —Sus ojos rojos brillaron—. El año pasado, el grifo giró sobre la derecha del águila después de que sonara la campana. Todavía se puede ver la sangre en la aguja de Kelsa.

Jode habló antes de que Daine pudiera ahuyentar a la duendecilla.

—¿Cuál es tu bestia preferida?

—La gárgola, por supuesto —dijo, como si hablara con un niño todavía más pequeño que ella—. La Puerta de Malleon era antes ese Murciélago, pero ahora es la Gárgola. Todavía no ha ganado, pero es rápida, ágil y lista, y estoy segura de que este año las cosas cambiarán.

—¿Quién ha ganado los últimos años?

—El estúpido pegaso. El hipogrifo iba a ganar, pero se murió.

—¿Uno de los otros lo mató?

—No, eso habría sido más divertido. —La muchachita verde hizo un gesto con la mano: un vuelo interrumpido súbitamente por una caída—. Se murió. Dejó una mancha muy grande en la plaza de la Carraca. Mi amigo Galt tiene dos plumas.

El ascensor se detuvo para recibir a dos pasajeros nuevos que llevaban los uniformes verdes y negros de la Guardia de Sharn. El rechoncho enano miró a Daine con suspicacia. Su compañero era una mujer humana, alta, cuya cara era un amasijo de cicatrices. Daine se pasó ausentemente un dedo por la cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda, recordando batallas pasadas con soldados brelish. El ascensor volvió a ponerse en marcha y empezó a descender lentamente los mil pies restantes hasta el suelo.

—El pegaso es muy, muy rápido —dijo la duendecilla—. Pero Carralag es listo, y sé que será el mejor este año.

—¿Alguna vez has…? —empezó Jode.

El guardia enano aferró a la duendecilla por el cabello y la echó hacia atrás. Soltó un grito de dolor.

—¡Tú otra vez! —le espetó él—. ¿Qué te he dicho acerca de subirte a este ascensor, niña?

La chica trató de darse la vuelta, pero le tenía agarrado el pelo con mucha fuerza.

—¡No lo sé! ¡Sólo quería ver el cielo!

—Ya sabes lo que te he dicho —dijo el enano. Puso su mano encallecida alrededor de su cuello y la levantó en el aire. Detrás de él, su compañera sonreía—. Te he dicho que si te volvía a ver te tiraría por encima de la baranda. Deberías haberte quedado en tu sitio, niña.

El enano se dirigió hacia la baranda. La duendecilla pateaba y jadeaba y trataba de quitarse la mano del cuello. Daine le dio al enano una patada en la parte posterior de las rodillas y éste cayó al suelo. La muchacha corrió a protegerse detrás de Daine, acurrucándose contra la baranda.

El enano se puso en pie.

—¡Por los dientes de Dorn! —gritó, desenvainando una pequeña espada muy afilada—. Acabas de cometer un gran error, llorón.

La mujer con la cara llena de cicatrices llevaba una alabarda y se dirigió hacia el flanco de Daine.

—¿Debería haberme quedado cruzado de brazos mientras tirabas a esta niña por la barandilla?

—No es una niña. Es una duende. Sólo está en este ascensor para meter la mano en los bolsillos de los idiotas como tú. Pero supongo que tú debes hacer algo parecido. No puedo imaginarme a la escoria de los llorones con un trabajo decente en los barrios altos. —Escudriñó a Daine cuidadosamente—. Acabas de golpear a un oficial de la guardia. Creo que mereces otra cicatriz por eso,

—Creo que pasaré. —Daine estudió a sus oponentes y se giró tal modo que su espalda quedara contra la baranda. Se llevó la mano a la espada…, y recordó que no estaba ahí. ¡Maldito Jode!

—Adelante —dijo el enano—. Desenvaina tu cuchillo, chico. Dame una razón para ensartarte.

El ascensor se detuvo y los demás pasajeros salieron corriendo. Sólo quedaron allí Daine, Jode, los dos guardias y la duendecilla, que no dejaba de gimotear.

El enano se dirigió hacia Daine cuando el ascensor volvió a moverse.

—No eres tan valiente ahora, ¿eh? —Levantó la mirada hacia los ojos de Daine y le puso la punta de la espada en la garganta. Daine bajó la mirada. La alabardera observó cómo un pequeño punto de sangre florecía en la garganta de Daine, y por un momento bajó la guardia.

Daine estaba esperando el momento de actuar, pero la ayuda llegó de un lugar inesperado. La duendecilla soltó un grito, se tiró sobre el enano y le clavó las uñas y le mordió la piernas. Cuando el guardia miró hacia abajo, Daine le golpeó la mano y su espada salió volando. La alabardera desenvainó su arma y de repente soltó un gemido y cayó al suelo; sin que nadie se diera cuenta en mitad del caos, Jode se había escurrido tras ella y le había clavado su estilete en la rodilla.

Como se pasaba la mayor parte del tiempo tratando heridas, Jode tenía una comprensión muy aproximada del dolor. Sabía dónde dolía y cómo atacar allí. La mujer soltó el arma y se llevó las manos a la pierna, olvidándose de cuanto la rodeaba.

—Ya basta —le dijo Daine al enano—. Dejemos esto aquí. No hace falta que nadie más resulte herido.

El enano respondió con un aullido incoherente. Atacó, pero Daine le esquivó. Escupiendo con rabia, el guardia recogió la alabarda y atacó de nuevo con el arma a la altura del pecho de Daine. En el último segundo, éste se apartó de su camino. Sujetó el mango superior del arma y se lanzó contra ella con todo su peso. Quería desarmar al enano, pero calculó mal su peso y su impulso. Con un largo alarido, el enano salió volando por el encima de la barandilla y desapareció.

Daine corrió al borde, pero no había nada que hacer. Se dio la vuelta.

—¡Jode! —gritó—. Asegúrate de que esa mujer no se desangre. ¡Rápido! Nos bajamos en la próxima parada.

Jode pareció impertérrito al arrodillarse y ponerse manos a la obra.

—Y pensar que podría haberme ido de aquí con una pluma.

La duendecilla estaba llorando.

—No te va a pasar nada —dijo Daine, arrodillándose ante ella—. Pero tienes que ponerte en pie y largarte de aquí. ¿Tienes casa?

Ella asintió, secándose las lágrimas.

—Vete a casa. Ahora. Y no vuelvas a este ascensor. Nunca. ¿Me entiendes?

Volvió a asentir.

Un instante después, el ascensor se detuvo. La duendecilla desapareció entre las sombras de la calle. Daine y Jode salieron fingiendo una total normalidad y pasaron entre la multitud que esperaba para subir. En el disco, la guardia semiconsciente se agarraba la rodilla y lloraba.

—¿Qué quieres decir con qué la viste agarrarlo?

—¿Tú no? —dijo Jode—. Me pareció un robo en toda regla. Pensé que sería un regalo. Tú eres muy fácil de convencer, y estoy seguro de que ella necesitaba el dinero tanto como nosotros.

—Oh, este día no hace más que traer sorpresas agradables. Empeñas la espada de mi abuelo, me convences para que trabaje para Alina, ves cómo una ladronzuela nos roba el dinero que recibimos para nuestros gastos y, ¿lo mejor de todo? Acabo de matar a un miembro de la guardia de la ciudad.

—Eso no lo sabes. Esto es Sharn. Es muy probable que la guardia lleve conjuros contra estos sucesos. —Sonrió con travesura—. O quizá alguien le ayudó en el suelo.

—¿Después de una caída de centenares de pies?

Jode se encogió de hombros.

—Esto es Sharn.

Daine cerró los ojos y rugió. Estaban sentados en una mesa en la Mantícora, y ahora que sólo tenían el dinero de lo empeñado por la mañana, estaban bebiendo agua.

Través y Lei no tardaron en regresar.

—¿Ha tenido éxito vuestra misión, capitán? —preguntó Través. Lei parecía sumida en sus pensamientos.

Jode respondió por él.

—¿Aparte del hecho de que Daine sea un asesino y de que una duendecilla le robó? Diría que sí. Tenemos que perseguir a un ladrón, devolver una mercancía robada y, si lo conseguimos, obtendremos más dinero del que habríamos ganado en treinta años más en el ejército.

—A mí no me pagaron por mis servicios.

—Lo que demuestra que tengo razón. ¿Y vosotros? ¿Alguna noticia?

Través miró a Lei. Como ella no dijo nada, prosiguió él.

—La acusación era cierta. Lei ha sido expulsada. Ningún miembro de la casa Cannith habla con ella. Con todo…

—Hay alguien —dijo Lei en voz baja—. Mi tío. Jura. No he hablado con él desde que era una niña. Pero ahora… podría decirme qué está pasando o darme un mensaje de Hadran. No he visto a Jura en mucho tiempo. El… —Se detuvo, pero no pareció poder encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, alzó la mirada hacia Daine—. Te agradecería que vinieras conmigo.

Daine se puso en pie.

—De acuerdo, pero si no te importa, evitemos los alrededores del ascensor de Den’iyas.