Los escalones de piedra descendían hasta una sala oscura. Puede que hiera un pasillo de altísimos techos para el gnomo, pero Daine tuvo que agacharse para no golpearse la cabeza. Cuando Jode le siguió, el jardín ilusorio se rehizo y les dejó aislados en una completa oscuridad.

—¿Has sabido de todo esto esta mañana? —dijo Daine, tanteando con una mano la pared de piedra al avanzar.

—He tenido tratos con gnomos antes —dijo Jode—. Una vez he sabido que Alina estaba en Sharn, ha sido sólo cuestión de mencionar los nombres adecuados y dar unas cuantas monedas a las personas correctas. Si pasas varios meses en Zilargo acabas aprendiendo cómo funciona. Si sobrevives.

—No sabía que habías estado en Zilargo. —Daine nunca había estado en la tierra natal de los gnomos.

—Un lugar horrible, amigo mío. Como una flor envenenada.

El pasillo era muy corto, y al cabo de poco Daine se topó con una pared de piedra. Se produjo un fuerte sonido y la piedra cedió y dejó a la vista una cámara bien iluminada. Daine cruzó la puerta y se irguió. Los techos allí le permitían incorporarse.

La sala presentaba una imagen inusual. Era una habitación cuadrada, y cada pared era de unos veinte pies de largo. Una gran chimenea circular dominaba el centro, pero en lugar de carbón estaba llena de cristales de amatista. Llamas violetas danzaban por encima de las brasas, y un agradable olor de flores llenaba el aire. Toda clase de sillas y sillones rodeaban la chimenea, y si bien la mayoría eran del tamaño de los gnomos, había algunos de escala humana. Un diván parecía haber sido diseñado para ogros, aunque Daine no lograba comprender cómo iba a entrar un ogro por aquel pasillo. Pero el aspecto más desorientador de la sala eran los espejos. Tres de las paredes estaban completamente cubiertas de espejos, que creaban una mareante sensación espacial. La cuarta pared disponía de una sola ventana que daba al exterior de la torre y ofrecía una visión de ojo de pájaro del río Daga y la tierra que rodeaba Sharn, con sólo algunas volutas de nubes entre ellos y los acantilados que había miles de pies más abajo.

No había puertas visibles, ni estanterías, ni muebles. Aparte de las sillas esparcidas alrededor de la chimenea, los únicos objetos en la estancia eran una serie de intrincadas jaulas de pájaros colocadas en la pared que quedaba frente a la ventana. Había seis jaulas, cada una de las cuales estaba hecha de media docena de metales preciosos, distintos tejidos y decoradas con gemas. Si las jaulas eran hermosas, más todavía lo eran los pájaros exóticos que había en su interior. Daine nunca había visto nada semejante. No era druida, pero supuso que eran de las tierras que había más allá de Khorvaire, las junglas de Aerenal, quizá, o las distantes llanuras de Sarlona. Curiosamente, los pájaros se mantenían en completo silencio; observaban a los intrusos detenidamente pero no hacían ningún sonido ni hacían revolotear las plumas.

Después se dio cuenta. Podía ver a los pájaros en los espejos, pero…

—Los espejos…, ¿dónde están nuestros reflejos?

—Creo que no son espejos, Daine. Si no recuerdo mal, desde el lado de la torre en el que estamos no puede verse el Daga.

—¿Ilusiones?

—Eso creo. Diría que esas imágenes pueden ajustarse a voluntad. —Jode estudió la ventana—. La pregunta es: ¿es esto lo que en realidad está sucediendo sobre el Daga ahora? ¿O es todo fruto de la imaginación?

—Eso es lo que lo hace tan interesante, ¿verdad?

Era una voz de mujer, baja y ronca, pero con una cadencia cantarína y lírica. Hacía mucho tiempo que Daine no oía esa voz, pero no era algo que uno olvidara. Alina Lorridan era una de las mujeres más hermosas que Daine había visto jamás, pese a que no medía más de tres pies de altura. Llevaba una túnica diáfana de seda bordada con intrincados patrones de oro puro que rompía la luz en mil pedazos refulgentes al moverse. Sus grandes ojos violetas hacían perfecto juego con el collar de amatista. Su cabello pálido era casi del mismo color que el oro de su túnica. Lo llevaba recogido en docenas de trenzas, cada una de las cuales estaba sujetada por anillos de plata y metida en uno de los numerosos ojetes de los brazos y la espalda de su túnica, creando una ondulante capa dorada que oscilaba al caminar.

Daine no la había visto antes de que hablara. O bien era invisible o había surgido de los espejos. Jode y él parecían estar a solas con ella, pero sabía por experiencia que debía haber guardaespaldas cerca. Si Alina podía llegar sin ser vista, los guardianes podían estar en la sala. ¿Eran las paredes reales?

Alina mostró sus dientes perfectos en lo que la mayor parte de la gente consideraría una sonrisa.

—Daine, qué maravilla volver a verte. Cuando recibí el mensaje de Jode…, bueno, nunca creí que nuestros caminos volvieran a cruzarse.

—Ocho años es mucho tiempo, Alina.

—Sí, lo es…, para ti. Qué pena desvanecerse tan rápido. Con todo, me alegró saber que habías sobrevivido a tu paso por la guerra y el desastre que se llevó a Cyre. —Se acercó a la colección de pájaros—. ¿Queréis algo? ¿Agua? ¿Vino? ¿Sueñolirio? Tengo una buena cosecha cyrana. Podría ser vuestra última oportunidad de probarlo

—Juré que nunca más bebería contigo.

—Como quieras. —Cuando Alina se dio la vuelta había una copa de líquido dorado en su mano—. De todos modos, siempre has bebido demasiado.

Cruzó la habitación y se tendió lánguidamente en un sillón de terciopelo. Las llamas de amatista refulgieron y arrojaron violentas sombras por toda la sala.

—Después de tener noticias de Jode, he investigado un poquito y debo decir que me ha sorprendido agradablemente descubrir que os acompañaba una joven dama. —Hizo un gesto ocioso y una imagen de la cara de Lei cobró forma temblorosa en el aire—. Una heredera de la Marca de dragón, nada menos. ¿Volviendo a tus inicios, Daine?

—Déjala fuera de esto, Alina —dijo Daine, encaminándose hacia ella.

—¿Estás seguro de eso, Daine? —El rostro de Alina carecía de expresión, pero sus ojos brillaban a la luz del hogar—. Tengo entendido que la joven dama está en una situación difícil en este momento. Quizá…

—¡Te he dicho que la dejes fuera de esto! Esto es entre tú y yo.

—Así es. —Alina cerró la mano y la cara de Le i desapareció—. ¿Y qué quieres, Daine? ¿Qué tienes para ofrecerme?

Jode dio un paso adelante.

—Siento si te he inducido a error, señora Lyrris. Estamos buscando un trabajo honesto, no un regalo o un intercambio. Tras la pérdida de Cyre, tenemos que encontrar un lugar en el nuevo mundo. Un simple trabajo, una oportunidad de ganar algunos soberanos…, tú empleas a docenas de personas, ¿no es así? Sin duda hay alguna cosa para la que podemos serte de utilidad.

Alina se rió musicalmente. Daine sintió un escalofrío en la base de la espina dorsal.

—¿Un trabajo honesto? Parecerías un completo idiota, Jode. —Se quedó mirando el fuego un instante—. Debes estar muy desesperado para acudir a mí en busca de un trabajo honesto. Pero… —Escudriñó atentamente a Daine—. Quizá haya algo que podáis hacer por mí. Un sirviente mío, un mensajero que hace un buen trabajo, un trabajo honesto, ha desaparecido. Creo que me ha traicionado y me ha robado. No sería el primero. Hasta que… lo aclare, sí, supongo que podría utilizar un poco de ayuda externa. Si recuperáis lo que me ha robado, creo que sería justa una recompensa.

Daine miró a Jode de soslayo. No parecía peligroso.

—¿Qué puedes contarnos, mi señora?

Alina señaló una pared. La imagen de un hombre apareció en el reflejo de la habitación. Fuera por coincidencia o artificio, su situación y postura eran iguales a las de Daine, y cuando Daine se movió la imagen duplicó sus acciones. Daine se acercó a la pared para mirar más de cerca al desconocido en el espejo.

—Es Rasial —dijo Alina.

Era humano, poco más de veinte años, con el cabello negro lacio hasta los hombros y caído alrededor de la barbilla. En determinadas circunstancias, habría parecido guapo, pero tenía los ojos angustiados y una expresión hambrienta, desesperada. Vestía de piel oscura, una corta capa negra y llevaba una daga en la mano derecha.

—Rasial era piloto de carreras aéreas con un talento especial para los hipogrifos y los halcones. Dejó de competir después de un terrible accidente, pero todavía le quedaban talento y ambición. Le ayudé a volver a ponerse en marcha, y a cambio me hizo ciertos servicios, entre ellos introducir algunas mercancías exóticas en Sharn por el aire. Recientemente, le pagué mucho dinero para que introdujera en la ciudad un paquete especial. Sé que regresó a Sharn ayer, pero no he recibido mi mercancía y él se ha escondido. Hay muchas posibilidades, pero sospecho que la avaricia de Rasial finalmente ha sido mayor que su lealtad. Como he dicho, no es la primera vez que alguien se aprovecha de mi naturaleza generosa.

—¿Quieres que lo atrapemos para ti? —preguntó Daine.

—Me ofendes, Daine. No soy una mujer vengativa. Tú sigues vivo, ¿no es así? Me da igual lo que le pase a Rasial, pero quiero lo que le pagué: la mercancía o al menos información de quién la tiene ahora. Traedme algo de eso y os pagaré…, digamos, trescientos dragones. Eso debería ser más que suficiente para que os establezcáis en Sharn o donde penséis instalaros.

—Cuatrocientos —dijo Jode—. Somos cuatro.

—¿De veras piensas en tu forjado como un socio? Siempre me han parecido animales de compañía.

—Tiene razón —dijo Daine—. Cuatrocientos.

—Trescientos cincuenta —dijo ella lánguidamente—. Media moneda para medio hombre.

—Vale más que yo, Alina.

—¿Qué te hace pensar que hablaba de vuestro forjado?

—Cuatro o nada.

—Oh, Daine. —Alina soltó un dramático suspiro—. ¿Crees que puedo hacer aparecer monedas de platino en el aire?

—¿Quieres una respuesta?

La gnomo le contempló solemnemente y al final permitió que una sonrisa cruzara sus rasgos perfectos.

—Muy bien. Por los viejos tiempos. Cuatrocientos.

—¿Qué estamos buscando?

—Piedras de dragón de Khyber —dijo Alina—. Una clase de piedra muy rara, mirad. —Señaló con un dedo el espejo y la daga que Rasial tenía en la mano se convirtió en un fragmento de cristal negro entreverado de venas moradas. Las venas eran tenuemente luminosas. De vez en cuando, se encendían con una llamarada de luz—. Podría daros una aburrida conferencia acerca del origen y el valor de esas cosas, pero imagino que vuestra amiga puede hacerlo tan bien como yo. Sé que Rasial no ha salido de la ciudad. Quizá todavía tenga esas piedras, o puede que ya las haya vendido. En cualquier caso, encontrar a Rasial es probablemente lo mejor para empezar.

Daine escudriñó cuidadosamente a Rasial.

—¿Es peligroso?

—¿Quién no lo es? —Alina hizo girar el vino en la copa perezosamente.

—¿Cómo sabes que no ha abandonado la ciudad?

—Tengo mis fuentes.

—Eres de mucha ayuda, como siempre. ¿Hay alguna cosa en concreto que debamos saber?

—Ahora que lo dices…, si llegáis a cruzar vuestras espadas, te sugiero que no le dejes que te toque.

—¿Es todo?

—Es todo lo que necesitáis.

—Lo recordaré. —Daine le dio la espalda al espejo—. Mira, Alina, soy el primero en reconocer que necesitamos ese dinero. ¿Pero por qué estás haciendo esto? Podrías contratar a un entrometido tharashk por mucho menos de lo que nos ofreces. ¿Y nos dices que no podrías encontrarlo por ti misma?

—Daine —dijo con tono de reproche—, no aceptas mis regalos. ¿No puedo ayudar a un viejo amigo encargándole un trabajo sencillo?

Tus regalos nunca son gratuitos, y nunca fuimos amigos. ¿Qué pretendes?

Alina se rió.

—Parece que diez años no son tanto tiempo. Me conoces demasiado bien. Estás en lo cierto. Tengo una razón para querer utilizaros en esto.

—¿Caras nuevas? —dijo Jode.

—Efectivamente. En esta ciudad hay un equilibrio de poder delicado. Rasial tiene amigos. Si me ha traicionado, hay gente que puede descubrir mis fuentes habituales. Vosotros sois de fuera. No os relacionarán inmediatamente conmigo. —Sonrió—. Y si os pasa algo malo, ¿qué pierdo yo?

—Muy gracioso —dijo Daine.

—Señora Lyrris —les interrumpió Jode—, supongo que el tiempo es vital. ¿Qué nos puedes decir de Rasial y sus colaboradores? ¿Cuántas piedras tiene? ¿Son muy grandes?

Alina metió la mano bajo el sofá y sacó un paquete envuelto en piel negra.

Todos los detalles están aquí. —Lanzó el paquete a Daine y después sacó un monedero más pequeño—. Aquí hay unos cuantos soberanos. Debería ser suficiente para que os pongáis en marcha. Si necesitáis más, hacédmelo saber. Y ahora, si no os importa, tengo otros asuntos que atender.

Hizo un gesto en dirección a la puerta y ésta se abrió de nuevo.

—Por cierto, Daine —dijo ella mientras salían.

—¿Sí?

—Si yo fuera tú, me compraría una espada.