La novena campana estaba sonando cuando Daine abrió los ojos. Estaba solo. Su mano se fue a su espada y no encontró nada. La puerta de la habitación empezó a abrirse. Se dio la vuelta y se puso de pie tras la puerta. Una gran figura blindada se introdujo en la habitación, moviéndose con un silencio sobrecogedor. Daine cerró los puños y se preparó para darle un duro golpe en la nuca al intruso…, y después se frenó.

Era Través.

—¡Través! ¿Dónde están los demás? ¿Dónde está mi espada?

Través se giró para mirarle, sin aparentar sorpresa.

—Jode ha salido más temprano esta mañana. Creo que se ha llevado tu espada con él. Lei está en el comedor, acabando de desayunar. Dassi va a cerrar la cocina, y Lei ha pensado que quizá querrías comer. He venido a decirte que no «va a conjurar cocina para nadie que no sea capaz de levantarse a una hora razonable».

Daine frunció el entrecejo y tomó su camisa de malla.

—No creo que necesites armas, capitán. He observado a los demás clientes. Algunos llevan cuchillo, pero no creo que haya ningún peligro inminente.

Daine se encogió de hombros.

—Pues vamos.

Lei estaba sentada a una mesa redonda, hablando con la tabernera. Tenía los ojos ligeramente hinchados y parecía más pálida de lo normal. Tenía la voz fría y serena.

—Tienes suerte, Daine. Dassi te ha guardado el último cuenco de gachas. Supongo que ya están frías. Como te gustan.

La mediana se marchó a por la comida de Daine. La comida conjurada de Lei no sabía a nada. Después de probar la papilla de la tabernera, fría y apelmazada, Daine pensó que la echaba de menos.

—¿Cómo estás? —preguntó.

Lei le miró de soslayo.

—Bien. Maravillosamente. No podría estar mejor. General.

Tenía un tono cortante, pero Daine lo ignoró. En ese momento, la ira podía ser la única forma de contener las lágrimas.

—¿No hay rastro de Jode?

—No. El maldito zorro se ha llevado mi bolsa. Si le hace algo a mis forjados, le despellejaré vivo.

—Lei… —Trató de tocarle la mano, pero ella la apartó—. Saldremos de ésta.

Ella lo miró.

—No te atrevas a decirme cómo tengo que sentirme, Daine. No tienes ni idea. Es mi familia. Es mi vida. Que me traten así, pensar que Hadran lo permite…

—¿Hay alguien con quién puedas hablar? No es la primera vez que estás en Sharn. ¿Hay alguien que pueda darnos información?

Lei se dispuso a espetarle una respuesta, pero respiró profundamente y empezó de nuevo.

—Sí…, es posible. Nunca me han visto en el enclave, pero hay algunas personas a las que podría sondear. Pero tienes que comprenderme, mi familia era de Metrol. No conozco a muchos de los Cannith de Brelish, y si Hadran no quiere verme… No lo sé. —Negó con la cabeza—. No lo entiendo.

—Trata de ser paciente. Llegaremos al fondo del asunto.

La puerta se abrió y Jode entró procedente de la calle. Estaba sonriente y sonrojado, y arrastraba la bolsa de Lei.

—¡Bebidas para todos! —gritó, lanzándole un galifar a Dassi—. Yo pago la primera ronda.

—¿A la décima campana? —preguntó Daine. Pero ninguno de los otros clientes iba a rechazar una ronda gratis, y hacía ya algún tiempo que Daine no bebía otra cosa que agua.

Lamentablemente, la cerveza de la Mantícora era de la misma calidad que sus gachas.

Jode se subió a la mesa y desde allí le lanzó la bolsa a Lei. Ella lo observó con los ojos entrecerrados. Él sonrió encantadoramente y le dio un largo trago a la cerveza. Después, puso una cara terrible.

—¿Cómo es que de repente estamos invitando a todo el mundo? —preguntó Daine. Lei ya estaba mirando en el interior de su fardo.

—Bueno, pensé que sería bueno hacerme una idea de la situación, darme a conocer un poco entre la gente de por aquí, y mientras estaba en ello encontré una casa de empeños de una mujer que me pareció decente, y pensé que sería bueno que tuviéramos por lo menos un puñado de monedas.

—¿Dónde está mi ballesta? —dijo Lei.

—Oh, venga ya. ¡Estamos en la ciudad más grande del mundo! ¿Crees que vas a necesitar una ballesta en las calles de Sharn?

Daine puso la mano gentilmente en el hombro del mediano.

—Través me ha dicho que te has llevado la espada de mi abuelo al salir esta mañana. ¿Me la puedes devolver?

—Estoy seguro de que está a buen recaudo, Daine. —Éste le apretó con más fuerza—. ¡Ya sabes que tengo un don para juzgar a la gente! Además de lo cual, todavía tienes tu daga, ¿verdad?

—Jode…

—Ya sé que esto te puede parecer precipitado, pero te lo aseguro, ¡ya le he dado a la moneda un buen uso!

—¿Invitando a cerveza aguada a unos desconocidos?

—He encontrado el rastro de un viejo amigo tuyo. Alguien que estoy seguro que podrá ayudarnos a salir de ésta.

—Te escucho. —No le había soltado.

—Alina Lyrris.

Daine soltó una maldición y tiró su jarra al sudo. Empujó a Jode encima de la mesa.

—¿Es una broma?

—¡No! Lleva en Sharn más de un año. Pensé que con tu historia…, ya sabes, que podría ofrecernos trabajo.

Lei estaba perdida en sus pensamientos de nuevo, pero Través mostró interés.

—¿Qué historia es ésa? ¿Quién es Alina?

Daine respiró profundamente y soltó a Jode. Forzó una sonrisa y se sentó.

—Alina Lorridan Lyrris es una vieja amiga con la que… tuve tratos antes de unirme a la guardia de la reina.

—¿Cómo podría ayudarnos?

Respondió Jode.

—Alina es una mujer rica, y estoy seguro de que tiene muchos contactos en Sharn. Sin duda, le encantaría poder ayudar a un viejo amigo como Daine. Ya he hablado con uno de sus socios y hemos acordado una reunión dentro de una hora.

Daine se mordió el labio pero permaneció en silencio.

—Entonces, preparémonos —dijo Lei.

Daine negó con la cabeza.

—No sé…

—… ¿si debemos concentrar todos nuestros recursos en un lugar? —dijo Jode—. Brillante como siempre, general. Través, ¿por qué Lei y tú no tratáis de descubrir algo sobre la casa Cannith? Debe haber alguien en Sharn dispuesto a hablar contigo, Lei. Daine y yo hablaremos con Alina.

Través alzó la mirada hacia Lei y después asintió.

—¡Muy bien! —dijo Jode, radiante—. Nos reuniremos aquí, digamos, ¿a la segunda campana?

—Voy a por mi armadura —dijo Daine frunciendo el entrecejo.

—¿Alina Lyrris? ¿Dónde nos has metido?

Altos muros era tan deprimente a la luz del día como a oscuras. El gueto era un distrito exterior, construido a lo largo de la muralla de la gran torre del Desembarco de Tavick. Los callejones y las calles estaban llenos de refugiados de todas la naciones, pero la mayoría de los pedigüeños y los trabajadores de más baja estofa eran cyr. Con la destrucción de su patrie, esas almas desgraciadas no habían tenido otro lugar al que ir. Pasaron junto a un veterano manco de la guardia de la reina, que extendió su única mano con un gesto de imploración. En un callejón cercano, un par de niños salvajes perseguían un perro con piedras en las manos.

—Sabes que ella es nuestra mejor esperanza —dijo Jode—. Sabes que tiene dinero.

¿Y qué tendremos que hacer para conseguirlo?

Dale una oportunidad. No tenemos que aceptar nada.

—Voy a ver a Alina Lyrris. ¿Y sabes qué es lo mejor de eso? ¡Que empeñaste mi espada, maldita sea!

—Más razón para ir a ver a Alina ¿no crees? Cuanto antes tengamos dinero, antes podrás recuperarla.

—Tú…

Una nueva voz les interrumpió.

—Perdón… ¿General?

La voz pertenecía a un anciano, que había seguido a la pareja. Como todos los habitantes de Altos muros, estaba claro que no pasaba por su mejor momento. Tenía una horrible cicatriz en la base del cuello y la carne chamuscada le desaparecía bajo la ropa. Pero a pesar de la suciedad de su piel y su ropa maltrecha, el desconocido se comportaba con dignidad y orgullo, y su voz tenía un aire de tranquila autoridad. Escudriñó a Daine con atención.

—Creía que conocía a la mayoría de nuestros generales, pero…

Ah, un simple error dijo Jode alegremente—. Sé que ha habido algunas historias exageradas sobre la región, pero mi compañero es el capitán Daine, de la guardia de la reina. Sirvió con valor y distinción hasta el final, y estoy seguro de que ha oído, por poner un ejemplo, cómo salvó la vida del general Ir’Dalas en la Batalla de las Tres Lunas.

El anciano puso fin a la historia alzando la mano.

—Capitán, entonces. Soy…

Teral ir’Soras —dijo Daine.

El hombre asintió

—Recuerdo haberte visto en la corte de Metrol cuando yo era joven.

—Tienes buena memoria, capitán. Han pasado muchos años desde que aconsejara a la reina. Y ahora es demasiado tarde para salvarla. Los soberanos guardan su alma y nos salvan a todos.

Daine inclinó la cabeza respetuosamente y después retomó su cuidadosa observación del viejo noble.

—Tuviste suerte de estar lejos de Metrol el gran día. ¿Cómo acabaste aquí?

—Es una larga historia, y no para contar en la calle. ¿Quizá querrías cenar conmigo esta noche? Hay muchos de nosotros en Sharn, y estoy tratando de reunir a los refugiados.

—Por supuesto —dijo Daine—. Estoy seguro de que no puede ser peor que lo que sirven en la Mantícora.

—Fantástico —dijo Teral con una ligera reverencia—. Es la tienda negra de la plaza central. Te veré a la puesta de sol.

Daine inclinó la cabeza respetuosamente mientras Jode hacía una dramática reverencia. El anciano sonrió un poco antes de darse la vuelta y desaparecer entre la muchedumbre. Daine observó cómo se alejaba.

—¿Qué opinas de esto?

Jode se encogió de hombros y siguió hablando.

—Es un hombre generoso que trata de crear un bastión de valores cyr. O es un oportunista que espera poder capitalizar la ira de los refugiados para crear un bloque de poder. Tengo claro cuál de las dos cosas es más probable, pero eso no tiene ninguna importancia.

—Supongo que no. —Caminaron un buen trecho en silencio, cruzando las puertas de Altos muros hasta la torre del Desembarco de Tavick—. ¿Dónde vamos a vernos con Alina?

—Se llama Den’iyas. Está en una de las otras torres. Va a ser una larga caminata, me temo. A menos que quieras subir en uno de esos aerocarros…

—¿Después de que nos fuera tan bien ayer? No lo creo. No voy a dejarte malgastar el dinero que obtuviste a cambio de mi espada.

—Hablando de la familia —dijo Jode—, ¿se lo has dicho a Lei?

—No. No voy a hacerlo. Y tú tampoco. ¿De acuerdo?

—Como quieras. Pero si en alguna ocasión…

—No. Punto. —Daine se detuvo, se arrodilló y sujetó a Jode—. ¿Comprendido? Nada de insinuaciones ni bromas. Nada.

—De acuerdo. Pero opino que…

—¡Jode!

—¡Está bien! Mis labios están sellados.

—No me des ideas.

Caminaron en silencio un rato hasta que Jode tiró de la pierna de Daine.

—Allí.

Una fila de gente se subía trabajosamente a una plataforma circular elevada. Parecía una especie de escenario, de unos veinticinco pies de diámetro y rodeado por una baranda metálica baja. La amplia rampa parecía haber sido diseñada para vagones.

—¿Qué pasa? —dijo Daine.

—Ahí es donde vamos —dijo Jode, llevando a Daine al escenario.

—¿Nos vamos a reunir con Alina allí?

Jode puso los ojos en blanco.

—No. Vamos a subir a Den’iyas con eso. Capitán No-puedo-permitirme-una-aerocalesa.

En ese momento, la plataforma empezó a ascender.

El distrito de Den’iyas estaba situado entre las agujas superiores de las Torres Menthis, alto en el cielo. Daine estaba empezando a adaptarse al ruido y el bullicio de las calles inferiores, pero Den’iyas era algo completamente diferente. Los niveles inferiores se ajustaban a la idea que Daine tenía de una gran ciudad: mugre y pobreza por todas partes, mercaderes anunciando a gritos sus mercancías y pedigüeños asaltando a cualquiera dispuesto a escucharles. Por contraste, Den’iyas era una imagen sacada de un libro de cuentos para niños. Las calles estaban limpias, los edificios eran brillantes y alegres, el aire estaba lleno de canciones y risas. En una esquina, un trovador enseñaba a un grupo de niños a tejer luz en el aire, trazando con los dedos hipnóticos patrones de refulgente color; mientras Daine observaba, uno de los espectadores creó un trazo inseguro pero similar.

Eran gnomos, Den’iyas era el corazón de la población de gnomos de Sharn, y Daine era más alto que la inmensa mayoría de la gente que estaba en la calle. De poco más de tres pies, más altos y rechonchos que los medianos, los gnomos le parecieron a Daine no tanto niños humanos como adultos en miniatura. Llevaban buena ropa con los colores del arco iris y todo el mundo iba impecablemente arreglado. La mayor parte de los hombres llevaba barbas recortadas y largos bigotes, mientras que las mujeres llevaban toda clase de asombrosos peinados y sombreros. Aunque había la misma variedad en el color de la piel y el pelo que en las muchedumbres humanas de más abajo, casi todos los gnomos tenían el pelo claro y la piel pálida, con un brillo dorado. Parecía casi un circo o un sueño, con campanadas resonando en el aire y actores haciendo malabares con globos de luz.

—Vigila por dónde andas —avisó Jode—. Sé que parecen agradables, pero créeme… Vigila lo que dices.

Los edificios eran tan hermosos como los pequeños ciudadanos del distrito, y casi todos ellos disponían de dos puertas: una de la medida de los medianos y los gnomos y otra para los visitantes de mayor altura. Jode guió a Daine por entre talladores de gemas y fabricantes de azúcar hilado, y el olor de canela caliente les llenó los orificios nasales. Finalmente, llegaron a un pequeño parque en el que un gnomo anciano vestido de granate y oro cuidaba de un lecho de flores de fuego. Jode se acercó al jardinero.

—No es mi intención decirle cómo tiene que hacer su trabajo, pero debería andarse con cuidado con las espinas.

El gnomo escudriñó a Jode con cuidado, frunciendo el entrecejo por encima de su inmenso bigote rubio. Justo cuando Daine iba a interceder entre ambos, el jardinero gruñó:

—Os está esperando.

A pesar de su pequeño tamaño, su voz era la de un resonante barítono. Las flores se hicieron añicos y desaparecieron, dejando en su lugar una escalera que descendía hacia la oscuridad.

Jode sonrió.

—Tú primero —le dijo a Daine.