Debieron caminar media milla antes de encontrar el ascensor. Ahora estaban descendiendo lentamente hacia la base de Sharn en un gran disco de metal flotante. Daine trataba de ignorar el hecho de que la única cosa que había entre él y una caída de dos mil pies era un delgado campo invisible de energía arcana. Través llevaba a Lei en brazos. Finalmente se había quedado dormida. Daine estaba en el centro del disco, hablando en voz queda con Jode.
—¿Cómo sabemos siquiera si esto es real? ¿Y si el pedrusco del forjado estuviera gastándole una broma?
Jode negó con su pequeña cabeza.
—No es algo acerca de lo que se hagan bromas, capitán. Especialmente un forjado, y todavía más si es un sirviente de la casa del señor con el que va a casarse. Ese forjado pertenece a la casa, y si el señor quisiera fundirle, podría hacerlo.
—¿Y Hadran? ¿Podría haber hecho que el forjado dijera eso? ¿O condenado a Lei a no celebrar el matrimonio? No se han visto durante años, ¿verdad?
—No, sigue sin tener sentido. La familia de Lei murió con Cyre. Si Hadran quiere librarse, ¿quién iba a desafiarle? Además, hay supuestos establecidos para la expulsión. No es algo que uno haga a capricho, sea un señor o no.
Daine suspiró.
—Mientras, estamos en la estacada. Vaya con la famosa generosidad del señor Hadran. Y si Sharn es como Metrol, me temo que a los guardias no les gustará que acampemos en una esquina.
Jode sonrió.
—Déjamelo a mí, capitán. ¿Te he decepcionado alguna vez?
—Voy a simular que no me has hecho esa pregunta.
Altos muros, en el pasado un distrito residencial, había sido convertido en una cárcel, un gueto fortificado para los que eran considerados un riesgo para Breland y Sharn. Ahora que la guerra estaba llegando a su fin, las puertas estaban abiertas y la reja de la entrada subida, pero los guardianes seguían allí, y arqueros enfundados en capas negras recorrían las murallas que daban su nombre a la zona. Al otro lado de las puertas, el distrito era una visión deprimente. Las paredes estaban resquebrajadas, las ventanas rotas, los adoquines habían sido arrancados del suelo. La poca gente que seguía allí eran tipos sucios con ropa desgarrada y manchada que observaban desde callejones o se asomaban por las ventanas hechas trizas.
—Bueno, parece que no hay guardias que puedan impedirnos que durmamos en las calles, pero yo no lo haría —dijo Jode—. Tengo la sensación de que nuestro amigo Morgalan se sentiría como en casa aquí.
—¿Qué estamos buscando exactamente? —preguntó Daine.
—Lo sabré cuando lo vea. —Un instante después, Jode levantó una mano para indicarles que se detuvieran—. Esto servirá.
Encima de una puerta había pintada, sin gran talento, una melancólica mantícora. En una esquina estaba el cuerno del hostal junto a una pequeña estrella de Cyre.
—Bueno, parece que los cyr son bienvenidos —dijo Daine— pero seguimos teniendo un problema: no tenemos ni una sola moneda.
—Confía en mí.
Jode abrió la puerta de un tirón y entró como si aquel lugar fuera suyo. Daine le siguió mientras Través dejaba a Lei en el suelo y la despertaba suavemente.
El interior de la Mantícora era tan anodino como su fachada. La gente hosca sentada en la sala común escudriñó suspicazmente a los viajeros. Daine veía aquí y allí el revelador aspecto de Cyre en algunas caras: una barbilla estrecha, ojos color de avellana rodeados de marrón. Pero si Jode esperaba una efusión de cariño, debió sentirse enormemente decepcionado.
Para sorpresa de Daine, Jode llamó a la tabernera en voz alta en la lengua de las Llanuras de Talenta, y aquélla apareció al cabo de un momento. Era una mediana rechoncha con canas en el pelo marrón, y contestó a Jode en la misma lengua. Siguió una animada discusión durante la que Jode señaló a cada uno de los viajeros e hizo una rara serie de gestos. Hasta los demás clientes mostraron interés y se inclinaron hacia delante para ver las payasadas de un mediano loco. La tabernera pareció dudar, pero al final asintió y Jode la abrazó. Apartándole de un empujón, la mediana regresó a la cocina.
—He conseguido algunos días —susurró Jode—. Diga lo que diga, asentid.
Un instante después, la tabernera regresó con un juego de llaves y les llevó al piso de arriba. Las llaves no parecían necesarias, puesto que la mayor parte de puertas estaban a punto de caerse de sus bisagras. Abrió la puerta que estaba al final del pasillo.
—Sé que no es a lo que estás acostumbrado, general —dijo ella—, pero espero que sea suficiente hasta que el banco te haga llegar las letras de crédito.
Daine miró de soslayo a Jode. ¿General?
—Llevamos muchos días en el campo. Tu generosidad será apreciada. —Se arrodilló para besarle la mano y ella apartó la mirada sonrojada.
—Oh, no, general. Pensar que uno de los asesores de la reina está en mi humilde taberna. Y después de que hayas arriesgado tanto para salvar a esos huérfanos talentanos. De veras, unos cuantos días es lo menos que puedo hacer. —Sonrió de nuevo—. El desayuno se sirve a la octava campana. Espero que me cuentes más relatos de tu valor en la batalla.
—Por supuesto, por supuesto —dijo Jode—. Pero ahora mismo, el general necesita descansar.
En el pasado, es posible que la habitación dispusiera de una lámpara de luego frío. Quizá de una cama. Pero el mobiliario había desaparecido y sólo quedaban allí un par de mohosos catres sobre el suelo. Había una sola lámpara de aceite y las arañas se dispersaron por las paredes cuando Jode logró encenderla. Daine había visto celdas carcelarias con más comodidades. Soltó un suspiro.
—Muy bien, Jode. ¿General?
Jode se encogió de hombros.
—A Dassi le gustan las historias de la guerra. Confío en que puedas inventarte unas cuantas. Pareció especialmente interesada en tus esfuerzos para ayudar a los niños medianos a escapar de Cyre en los últimos días de la guerra, pese a un gran riesgo personal y constantes ataques de los guerreros inmortales de Karrnath.
Daine negó con la cabeza sonriendo.
—¿Y qué hemos conseguido con eso?
—Bueno, le gustan las historias, pero es una negociadora dura. Nos va a dejar la habitación durante cinco días, y espera que entonces se le pague puntualmente y con un poco de propina. Por suerte para nosotros, el precio es muy razonable.
—No es sorprendente, dado el lujo de las instalaciones.
—¿Y dice eso un hombre que se ha despertado en una zanja llena de barro?
—Cierto. ¿Alguna idea de cómo vamos a pagar?
—Alguna. Mañana me haré una idea de nuestra situación, capitán. Pero ahora lo que necesitamos es descansar.
Daine asintió.
—Sí, tienes razón. Tú y Lei coged las… camas. Comparado con mi bonita zanja, el suelo estará bien.
Través ayudó a Lei a ocupad en el catre y después sacó sus mantas de la bolsa. Al cabo de un instante, Lei y Jode estaban dormidos. Través sacó su largo mayal, se dio la vuelta para quedar de cara a la puerta y se preparó para la guardia nocturna. Daine apagó la lámpara. Se quedó tendido en el suelo durante lo que le pareció una eternidad. De vez en cuando se oía un grito o un quejido de la calle, o movimientos al otro lado de la puerta. En esas ocasiones, Daine descubría que tenía la mano sobre la empuñadura de su espada antes de pensar en ello.
Pero al fin consiguió dormir.