Llamas parpadeantes arrojaban largas sombras. Pero aquello no era el campo de batalla. El fuego ardía en una preciosa chimenea de mármol azul, llenando la sala con el rico aroma del cedro. Aquella era la casa de Hadran d’Cannith, y el mobiliario ponía de manifiesto su riqueza y su poder. Los suelos estaban cubiertos de suaves alfombras sarlonianas, cada una de ellas bordada con laberínticos patrones de ángulos retorcidos y espinosos. Retratos y lujosos tapices adornaban las paredes, mostrando las gloriosas hazañas de sus ancestros Cannith. Dominando la sala había un gran escritorio de madera oscura cuya superficie estaba cubierta de sellos dorados que resplandecían a la luz del fuego.
Hadran d’Cannith estaba sentado tras el escritorio, mesándose la barbilla mientras escuchaba el relato de la exploradora. Había transcurrido un año desde la Batalla del Risco de Keldan y la devastación que había borrado Cyre de las páginas de la historia. Un año desde que había oído una palabra de su prometida. Hadran era un hombre rico e influyente, y había gastado una fortuna en exploradores, mensajeros y adivinos. Aunque se temía lo peor, siempre se agarraba al rescoldo de la esperanza. Y ahora, parecía, sus plegarias habían sido atendidas.
—Lei resultó herida en el risco de Keldan, Hadran —dijo la exploradora. Llevaba una larga capa de piel verde oscura y la capucha le ocultaba la mayor parte de la cara—. Ha sido difícil encontrar información sobre la batalla, pero parece que su tropa se enfrentó a una fuerza arrolladora de nacionalidad desconocida. Fueron empujados hacia el oeste, basta tierras en disputa entre Thrane y Breland, y ésa es la única razón por la que Lei sigue con vida. El Día del luto, ella estaba justo en las afueras de Cyre, fuera del alcance del desastre. Imagino que es una de las pocas personas que vieron el Luto con sus propios ojos.
—¿Pero está viva? ¿Estás segura? —Hadran se mordió el bigote gris, una costumbre que su primera esposa siempre había detestado—. ¿Por qué no llegó hace meses? ¿Por qué no me ha mandado un mensaje a través de las piedras?
—Yo no soy adivina, mi señor —respondió la exploradora, ciñéndose la capa esmeralda con fuerza alrededor del cuerpo—. Creo que sus compañeros la llevaron de vuelta a las ruinas de Cyre para buscar a otros supervivientes. Por lo que respecta a las piedras, no me sorprendería que no tuviera ni una moneda. Pero sé sin lugar a dudas que Lei d’Cannith está viva y de camino aquí. Creo que ella y sus compañeros llegarán a Sharn esta semana.
—¡Ésa es una noticia prodigiosa! —gritó Hadran, poniéndose en pie de un salto. Se dio cuenta de que estaba temblando—. Sé… Sé que uno no puede fiarse de esas cosas, pero hace unos meses hablé con una agorera sobre Lei. Me dijo que nunca nos casaríamos, que la muerte se interpondría entre nosotros dos. Oré y oré por que fuera una falsa visión y, oh, bendita sea Olladra, ¡lo era!
Se movió para abrazar a la exploradora, pero ésta dio un paso atrás.
—Ten cuidado, Hadran —dijo la exploradora, con la voz más profunda y más oscura—. Es fácil malinterpretar una profecía. He dicho que tu prometida viene a Sharn. No he dicho que vuelvas a verla.
—¿Qué? —dijo Hadran. Su alegría se había convertido en ira.
—Tu oráculo dijo que la muerte se interpondría entre tú y Lei. —Las sombras de la sala parecieron tornarse más profundas, y debajo de la capucha el rostro de la exploradora estaba perdido en la oscuridad—. Diste por hecho que era la de ella.
Se quitó la capa con un manotazo y Hadran soltó un grito horrorizado.
Unos momentos después, la exploradora se limpió las manos ensangrentadas en la camisa de Hadran. Recogió su capa y se la colocó sobre los hombros, sin ponerse la capucha. Dio una última mirada a la ruina que en el pasado había sido un señor con la Marca de dragón.
—Le daré tus recuerdos a Lei, Hadran —susurró—. Tengo grandes planes para ella. Grandes cosas.
Nadie la vio salir.