Eric abrió la puerta unos segundos más tarde. Tyler le observó desde una esquina en sombras del porche, con los ojos entrecerrados. Su antiguo compañero miró a Del de arriba abajo, pero había algo en sus ojos. Estaba tenso. Frunció el ceño; si Eric sólo quería devolver a Del el pendrive, ¿por qué estaba nervioso?
A menos que, como ellos se temían, no estuviera solo.
El corazón se le aceleró. Movió la mano hacia la Glock que llevaba en la cinturilla y dio un paso adelante. Eric le hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza y, soltando el marco de la puerta, llevó la mano a la oreja derecha, haciéndole una seña secreta.
Ese gesto era uno de los que habían convenido hacía muchos años, cuando se convirtieron en compañeros. Era la señal para «buscar ayuda».
—Hola, Del. Adelante. —Eric la tomó del brazo y la guió al interior.
No iba a permitir de ninguna manera que aquel capullo que la había engañado y casi violado la metiera dentro de una casa donde sólo la aguardaba peligro. Estaba a un paso de atraerla hacia sí para largarse de allí y tener al menos una oportunidad para sobrevivir. No sabía si podría ayudarla una vez que entrara y la puerta se cerrara.
Eric le lanzó una mirada suplicante. Tenía la cara tensa y el cuerpo rígido.
Del se volvió hacia él y le puso la mano en el pecho. Con ese gesto le pidió sin palabras que se quedara fuera; le rogó que se mantuviera en silencio para no alertar a quien estuviera esperándoles en el interior.
Pensó a toda velocidad. Si entraba con ella, le registrarían y despojarían de sus armas. Tenía que controlar sus emociones. A pesar de lo mucho que odiara la idea, si se quedaba fuera tenía más posibilidades de ayudarla. McConnell y él podrían acercarse sigilosamente y tomar por sorpresa a aquellos hijos de perra.
—Como le ocurra algo, eres hombre muerto —susurró.
Eric movió la cabeza indicándole que estaba de acuerdo.
—Hola, Eric —dijo Del, casi con demasiada alegría—. ¿Dónde tienes mi pendrive?
—Por favor, pasa un momento. —Eric abrió la puerta para que ella pasara y luego se la cerró en las narices.
Esperó escuchar el clic del cerrojo, pero no ocurrió.
«Mmmm». Eric era un paranoico que jamás olvidaba cerrar con llave puertas y ventanas. Nunca.
Con el corazón desbocado en el pecho, se deslizó por las sombras del porche y bajó los escalones para dirigirse a la valla que separaba el camino de acceso de Eric del de su vecino. Pasó por encima y luego corrió hasta el 4x4 negro aparcado calle abajo. Xander bajó la ventanilla al verle acercarse.
—Venga, vamos. —Miró a McConnell y no se anduvo con rodeos—. Del ha entrado con Eric en la casa. Es evidente que está acompañado, no ha cerrado la puerta con llave, pero conociendo a Eric, sus «acompañantes» estarán vigilándola. Podemos entrar por la entrada trasera y por la ventana del dormitorio. Me hizo un gesto de advertencia, así que imagino que habrá tenido la precaución de dejarlas abiertas. Tendremos que acceder y deshacernos de quien quiera que esté allí.
—Sigilo y asesinato, las misiones que más me gustan. —McConnell salió del 4x4 con un rifle de asalto M4 en la mano.
Era evidente que el niño bonito tenía dinero suficiente como para armar a un ejército. Y él también estaba preparado; llevaba encima dos pistolas, un cuchillo y una granada; esperaba que no fueran necesarios. Si Carlson tenía pelotas para aparecer en esa reunión, significaría que quería ver muerta a Del. Si ése era el caso, aquel hijo de perra no tenía ninguna posibilidad de salir vivo de allí.
McConnell y él cruzaron la calle evitando ser vistos desde las ventanas de Eric, por si acaso. Corrieron agachados junto a la fachada de la casa y entraron en el patio lateral, donde había una unidad de aire acondicionado que zumbaba para aliviar el calor del día.
Sin emitir un solo ruido, Tyler apuntó hacia la parte trasera de la casa. Se agacharon para pasar ante las ventanas, evitando que les viera cualquier persona que pudiera encontrarse en el cuarto de baño o en el dormitorio de atrás. Pegado a la fachada, le indicó a McConnell la puertaventana de la izquierda. Luego se señaló a sí mismo y la ventana del dormitorio, a la derecha.
McConnell asintió con la cabeza y miró a su alrededor.
Tyler le sujetó por el brazo.
—Sálvala pase lo que pase —ordenó.
—Lo haré. Pero deja de pensar con la polla o este rescate acabará siendo un puto desastre —gruñó el tipo, liberándose y acercándose a la puerta del patio.
Maldiciendo por lo bajo, avanzó hasta la ventana y comenzó a abrirla. Definitivamente, Eric estaba preparado para recibir compañía y le había facilitado la tarea. ¿Quería decir eso que su antiguo compañero estaba de su parte? ¿O sólo sería otra manera de vengarse de él? Después de todo, si alguien tenía las manos tan manchadas como Eric, ¿qué le importaría asesinar a su enemigo?
Lanzó una rápida mirada a su espalda y comprobó que McConnell había entrado sin incidentes. Él se coló en el dormitorio, que estaba revuelto pero desocupado. Aunque vio la puerta entreabierta, no detectó a nadie en el pasillo. ¿A qué demonios estaba jugando Eric?
Comenzó a recorrer la casa, dispuesto a deshacerse de cualquier secuaz que se encontrara y esperando verse traicionado de un momento a otro. Rezó para que no fuera demasiado tarde para salvar a Del.
Eric la condujo al interior, guiándola por el pasillo hasta la salita. Al instante, Del vio a un hombre con un arma enorme y se le heló la sangre en las venas. Eric la había hecho caer en una trampa y conseguido que Tyler no entrara con ella. ¿Para deshacerse de la protección que podría proporcionarle o para dar tiempo a su amante a que preparara un asalto? No lo sabía. Estaba aterrada, tan aterrada que incluso estaba dispuesta a confiar en su ex-marido.
El sicario comenzó a registrarla, demorándose más tiempo del debido en sus pechos. No era muy alto, pero los tatuajes tribales y la AK-47 hacían que se le tomara en serio. Vio a otros dos hombres de aspecto similar en la salita; uno estaba apoyado en la pared que separaba ésta de la cocina. El otro se paseaba ante la entrada de la sala. Le reconoció por las fotos como Doble T, el líder de la banda de la calle Dieciocho.
Y en el sofá, tan relajado como si estuviera en su propia casa, Carlson; con un elegante traje gris y una impoluta camisa blanca. Su pelo canoso estaba perfectamente peinado y la miraba con una sonrisa petulante, la misma que esbozaría el gato que se hubiera comido al canario. El terror hizo que le diera un vuelco el estómago.
Lanzó a Eric una mirada llena de furia.
Su ex ni se inmutó y ella se preguntó si confiar en él resultaría un error fatal. Durante un segundo, cerró los ojos y rezó por Tyler. Se sentía tranquila al saber que, si no salía viva de allí, él se ocuparía de Seth.
—Hola, señora Catalano. ¿O prefiere que me dirija a usted por su nombre de soltera, ahora que usted y mi detective favorito se han divorciado?
Ella había conservado su apellido de casada para el periódico, dado que era el que conocían sus lectores, pero a efectos jurídicos había recuperado el de soltera, que era el que llevaba Seth. Dudaba, sin embargo, que a Carlson le interesara todo aquello.
—Me da igual.
—Claro, claro… —convino él de manera amistosa.
—Hay gente que sabe dónde estoy, así que, si me ocurre algo, preguntarán e indagarán.
—Por eso tengo a mi buen detective para ayudarme. El puede conseguir muchas cosas y, a lo largo de los años, ha sido una buena inversión.
¿Eric llevaba años recibiendo sobornos? Miró a su ex con una expresión de traición. Él se negó a sostenerle la mirada.
Durante los últimos dos años la había decepcionado. La había despreciado, engañado, echado a la calle al descubrir que estaba embarazada… Sin embargo, jamás había imaginado que fuera el tipo de policía que no sólo miraría para otro lado, sino que facilitaría los crímenes. Aquella nueva muestra de su traición le revolvió el estómago.
—Por favor, explíqueme: ¿qué la poseyó para emprender esta caza de brujas? —Carlson lo dijo despacio, como si tuviera todo el tiempo del mundo—. Sólo soy un funcionario público que cumple con su trabajo.
Ella hizo una mueca.
—Sí, a menos que tengamos en cuenta que aceptaba sobornos. La gente no tiene por qué verse obligada a sufrir la violencia de las bandas y de la droga sólo porque usted quiera tener más dinero.
—No puede probarlo.
—Lo cierto es que sí puedo —alardeó—. Mantuve una interesante conversación con Lobato Loco antes de que le matase. Me lo contó todo.
Carlson intercambió una rápida mirada con el matón que se apoyaba en la pared, luego recobró la sonrisa.
—Es la palabra de un criminal muerto contra la mía.
—Él conservaba algunas grabaciones de llamadas telefónicas. Son muy incriminatorias —mintió.
Tuvo que hacerlo porque no podía pensar en otra manera de obligarlo a hablar sobre el asunto e incriminarse a sí mismo. Si lo conseguía, la cámara que Xander había puesto en el bolso lo grabaría todo.
La cara del fiscal cambió de expresión al instante.
—¿Qué dice?
—Conozco su trato. Usted pasa por alto los crímenes de la banda de la calle Dieciocho y ellos le pagan con parte de los beneficios que obtienen traficando con drogas. Lobato Loco me dio algunas grabaciones en las que trataban el tema con todo lujo de detalles antes de que le cortaran la cabeza.
Se acabó.
—¿De veras? Si eso es cierto, ¿por qué no ha escrito todavía esa historia? ¿Por qué está aquí, desesperada por recuperar su pendrive? —Sonrió con aire satisfecho.
—¿Por qué piensa que todavía no he escrito la historia? —Ella arqueó una ceja—. Quizá sólo falte publicarla.
—Creo que está tirándose un farol. No puede probar nada.
Encogió los hombros, haciendo gala de una confianza que no sentía.
—Incluso la insinuación de esta clase de escándalo sería muy malo para alguien que aspira a convertirse en fiscal jefe. Podrían hacerse muchas preguntas, quizá abrirse una investigación…
Carlson vaciló, reprimiendo claramente su ira, y golpeó levemente el carísimo mocasín italiano de piel contra el suelo de madera.
—Eso no es más que un disparate. Estoy seguro de que se podrá evitar.
Quiso escupirle a la cara, decirle que ella jamás llegaría a un acuerdo con un bastardo como él. Pero sabía que, en su situación, bajo la atenta mirada de tres asesinos armados, hacerlo no era lo más inteligente. Además, no sólo quería probar la culpabilidad de Carlson, también quería salir viva de esa casa. Debía fingir que cooperaba.
—¿Qué ha pensado?
—Interrumpa esta caza de brujas sin sentido y llegaremos a un acuerdo.
—¿Eso qué significa? —se burló—. ¿Qué se le ha ocurrido?
—Le sorprendería.
Ella hizo una mueca.
—Ya lo ha hecho. ¡Hizo explotar mi coche!
—No sé de qué me está hablando. —Pero su, demasiado, inocente expresión decía otra cosa.
—Tonterías. Dígamelo ya.
Se contuvo para reprimir las palabras. Intentando intimidarlo para que confesara no iba a conseguir nada. Iba a tener que arriesgarse más. El corazón le palpitó en el pecho. Podía ganar algo de tiempo con esa táctica, pero desde el momento en que vio a aquellos hombres armados, supo que eso no acabaría bien.
—Muy bien, es usted un angelito —concedió. Luego miró a Eric—. ¿Podrías devolverme el pendrive, por favor?
Él la miró con los ojos muy abiertos, preguntándole sin palabras si había perdido la cabeza. «Probablemente sí».
—El pendrive ya no existe. Una pena… —confesó Carlson con una sonrisita—. Contenía demasiadas especulaciones sin sentido sobre mis negocios y finanzas. No quería que nadie imaginara lo que no era.
Ella resopló.
—Hace sólo dos horas que Eric me llamó para que viniera a recuperarlo. ¿Y ahora ya no existe? Estoy segura de que fue usted quien lo destruyó para que mi información no llegara al público. Si no tiene nada que ocultar, ¿por qué le preocupa tanto su contenido? ¿Por qué está aquí? —Ante su silencio, ella puso los ojos en blanco—. Da igual, si mi pendrive ya no existe, no hago nada aquí. Me largo.
Quizá eso le forzaría hacer algo.
Se giró hacia la puerta, teniendo cuidado de que el bolso tuviera una buena perspectiva. Carlson se levantó del sofá y la retuvo rudamente por el codo.
—No tan rápido —murmuró—. Mi… Mis socios quieren tener una pequeña charla con usted.
Cuando él señaló con la cabeza en dirección a Doble T, supo lo que iba a ocurrir. El criminal la llevaría al dormitorio, le dispararía y, mientras, Carlson saldría de allí como si tal cosa. Tenía las conexiones necesarias para conseguirlo, incluyendo a Eric.
Tenía dos opciones: pelear o seguir hablando y esperar que su muerte no fuera en vano.
—Ha sido más astuto que yo, tengo que reconocérselo. De alguna manera ha anticipado cada uno de mis movimientos. Antes de que Doble T y yo mantengamos esa conversación, dígame al menos si la información que obtuve es cierta. Total, ¿qué puede perder? ¿Por qué mandó asesinar a mi amiga Lisa y le cortó la cabeza a Lobato Loco?
Carlson hizo un gesto con la mano.
—No tengo ni idea de qué habla.
—Vamos, dígamelo. Voy a estar muerta dentro de cinco minutos, ¿qué más le da contarme la verdad?
—No le debo nada —repuso Carlson con toda su sangre fría.
—Cierto. Admiro su genialidad —le alabó, casi escupiendo las palabras—. Es cierto que ha engañado a todo el mundo sin consecuencias durante años. Es una auténtica hazaña. Apuesto lo que sea a que no lo sabe casi nadie. ¿Qué mal le hará que yo lo sepa? Si la curiosidad mató al gato, al menos apacigüe la mía.
No parecía muy dispuesto a ello; se notaba en su expresión testaruda. Probaría utilizando su vanidad.
Frunció el ceño.
—Oh, ¿acaso interpreté mal la situación? ¿Hay otro cerebro en la sombra y usted sólo cosecha los beneficios?
Carlson se detuvo y la miró con la mandíbula tensa. Luego desplazó la vista al tipo que la había cacheado.
—¿Está limpia?
El pistolero asintió con la cabeza.
—Sí.
La mirada del fiscal cayó sobre su bolso. Él entrecerró los ojos, y ella lo apretó contra su cuerpo, intentando disimular el miedo que la embargaba. Carlson agarró el bolso con rapidez y lo registró, apartando las cosas en todas direcciones. Satisfecho, se lo devolvió.
—¿Quiere una historia, querida? Pues dado que dentro de cinco minutos estará muerta, como usted misma ha dicho, voy a contársela. Una vez que acabe de hablar, permitiré que Doble T la lleve de vuelta al dormitorio de su ex-marido y le meta una bala en la cabeza.
Del lanzó una mirada a un sonriente Doble T e intentó no dejarse llevar por el pánico. Tenía que permanecer calmada si quería vencer a Carlson.
—No quiero que piense, ni por un minuto, que hay otro cerebro —gruñó Carlson—. No hay nadie que sepa manipular el sistema como yo. No hay nadie mejor que yo, puta estúpida.
—Tuvo que pagar a alguien para que hiciera explotar mi coche. —No era una pregunta, lo sabía.
—Por supuesto. Se estaba volviendo un incordio, hurgando sin cesar en mis asuntos. Intenté deshacerme de usted sin llamar la atención. —Carlson miró con desagrado al tipo que la había cacheado—. Pero alguien no hizo bien su trabajo.
Del se sintió casi eufórica. Puede que muriera, pero Carlson había dicho lo suficiente como para incriminarse a sí mismo. Aún así, no quería que le detuvieran por instigación de asesinato, quería que fuera juzgado por fraude, blanqueo de dinero, extorsión, soborno… Todo el paquete. Lanzó una mirada a Eric, preguntándose si él también caería. Parecía una concha vacía y horrorizada.
«No lo sabía», leyó en sus labios. Imaginó que se refería a la bomba. ¿Supondría alguna diferencia que Carlson se lo hubiera dicho? Quizá. Podía ver el pánico y la ira en su expresión. Eric podía ser un capullo, pero no quería verla muerta.
De todas maneras, no tenía tiempo para eso. Debía obligar a Carlson a confesarlo todo ante la cámara.
—Me llevó mucho tiempo asociarle a usted con ese dinero proveniente del narcotráfico de la banda de la calle Dieciocho, y más todavía relacionarlo con Redirect Comunication, su compañía falsa. En otras ocasiones utilizó el negocio de diseño de interiores de su mujer o el concesionario de vehículos de su hermano, imagino. Es listo, no puedo negarlo. ¿Qué porcentaje de las ganancias le dan los líderes de la banda de la calle Dieciocho? ¿El cinco por ciento?
Carlson se rio.
—Como si fuera a correr tanto riesgo por una cantidad tan ridícula. Me dan el quince, y me he ganado hasta el último penique. Además, parte de los ingresos eran para pagar otros sobornos, como el de su ex-marido.
La sorpresa debió resultar patente en su cara. Eric suspiró y encorvó los hombros.
—Sé lo que piensas. Lo… Lo siento.
—Me engañaste, aceptaste dinero de esta escoria. ¿Hasta dónde habrías llegado el otro día si no te hubiera dado una patada en los huevos? —Él no respondió y su cólera fue en aumento—. ¿Qué te ha pasado? No eres el mismo hombre con el que me casé. No eres el hombre que pensaba que eras.
—Bueno, yo también me doy cuenta de eso. Cuando estábamos casados, quería… más de lo que tenía. Carlson me hizo una oferta y la acepté. Me gustaban las chicas y la pasta. Por fin tenía lo que deseaba; desgraciadamente, disfruté poco de ello antes del tiroteo. Entonces esa jodida bala lo cambió todo. La cólera se adueñó de mi vida. Ni siquiera sé qué demonios me ocurrió después. —Parecía muy desgraciado y su voz estaba llena de desprecio por sí mismo—. Todo ha salido mal.
Eric no había sido siempre así y se sintió triste por él. Pero había cavado su propia fosa y eso no era culpa de ella. Tenía que dejar de pensar que ella había tenido algo que ver.
—¿Cuánto dinero ha conseguido con todo esto, Carlson?
—¿En los últimos tres años? Millones. Cada año es más lucrativo que el anterior.
¡Oh, Dios!, aquello era horrible, pero había conseguido la historia. Xander sabría qué hacer con ella. Ahora sólo le quedaba rezar para que Tyler pudiera ayudarla o lograr encontrar la manera de escapar.
Quiso poder disponer de unos minutos más para tratar de encontrar una salida a aquello. Quizá Tyler y McConnell tuviera un plan. Sabía que Tyler no la dejaría morir sin intentar rescatarla. Daban igual las consecuencias, entraría a por ella. Sólo tenía que conseguirle más tiempo.
—¿Su mujer lo sabe? —preguntó a Carlson.
—Claro que no. Marbella es muy hermosa y le gustan los lujos, pero yo soy el responsable de las finanzas.
—¿Y su hermano? Carlson asintió con la cabeza.
—A menudo utilizamos los tráilers de los vehículos para hacer entregas. Su reputación como honrado hombre de negocios no tiene precio. Nadie ha sospechado nunca nada.
Clavó los ojos en Eric.
—¿Cuánto conseguiste tú?
—Nena, déjalo…
—No soy tu nena. Después de todo lo que hiciste para destrozar nuestro matrimonio y mi vida, me debes la cortesía de una respuesta. ¿Cuánto dinero obtuviste?
Él suspiró.
—Unos doscientos mil dólares. Usé el dinero para comprar tu parte de la casa.
Así que ella, sin querer, había tomado dinero proveniente del narcotráfico. ¡Maldito fuera! Eso la enfureció todavía más.
—¡Cabrón! ¿Y ahora vas a dejar que me maten?
Eric pareció pensativo, pero no dijo nada.
—Después de que muera, espero que haber dejado a un niño sin madre te impida dormir por la noche.
—Tocado —se burló Carlson—. Creo que es suficiente. Dentro de un momento, saldré de aquí y me iré a la oficina para tener testigos de que no tuve nada que ver con su asesinato. Con diez minutos será suficiente; Doble T podrá poner punto final entonces a su miserable vida. Catalano, llamarás entonces al 911 y dirás que acabas de llegar a casa y te has encontrado con tu ex-esposa muerta en el dormitorio. Parecerá un trágico suicidio, te echaba de menos y no quería vivir sin ti. Eso te quitará de encima al detective Hines, de Homicidios.
Ella contuvo el aliento. Carlson trazaba los detalles de su muerte como si hablara del tiempo. Ninguna inflexión en la voz, ningún remordimiento. Sólo un criminal hablando de su muerte, queriendo que pareciera que era una mujer deprimida incapaz de superar su divorcio.
Eso no podía estar ocurriendo. ¿Dónde se había metido Tyler? ¿Y si le hubieran capturado o herido y no había podido colarse en la casa? El miedo le atenazó las entrañas. Si ése era el caso, su única posibilidad era intentar salvarse por sí misma y asegurarse luego de que él estaba bien.
En el otro lado de la sala, Doble T le hizo un gesto de impaciencia para que se reuniera con él en el pasillo. Del abrió al boca para negarse, pero no dijo ni una palabra. Discutir no serviría de nada. Tenía que estar ojo avizor y buscar una oportunidad. Si sólo tuviera que enfrentarse a un hombre y no a cuatro… Quizá entonces tendría más posibilidades, a pesar del AK-47.
Dio un paso adelante, pero parecía que llevaba plomo en los pies. Por dentro se sentía entumecida, casi muerta. Tenía el corazón acelerado, le rugía la sangre y los pensamientos iban a toda velocidad… Todo le gritaba que estaba muy viva. Observó a Doble T, esperándola…
El tipo que estaba apoyado en la pared sonrió burlón cuando ella pasó.
—No vayas a divertirte con la chavalona sin mí, chato.
Doble T se rio y la tomó del brazo bruscamente.
—No tardes demasiado o la habré dejado ya para el arrastre.
Con la espalda pegada a la pared del pasillo, Tyler tuvo que contar hasta diez para contener el deseo de matar a aquellos hijos de puta. Iba a arrancarles todas las extremidades, y Eric estaba incluido en el lote. Su antiguo compañero y amigo le había ofrecido la posibilidad de salvar a Del, sí, pero no había movido ni un dedo para contribuir al esfuerzo. Le dolía en el alma darse cuenta de que, si hubiera seguido su instinto e investigado el errático comportamiento de Eric antes del tiroteo, todo aquello podría haberse evitado.
Por supuesto, eso significaría renunciar a Del y a Seth, pero lo haría con gusto si así seguían con vida.
Hubo un ruido de pasos sobre el suelo de madera del pasillo. Unos seguros e impacientes, los otros frenéticos y sin ritmo, acompañados por gemidos femeninos de dolor y de alguien siendo arrastrado.
Definitivamente, mataría a esos hijos de perra. Y de eso se encargaría solo, McConnell tendría que buscar otra manera de entretenerse.
Cuando el pandillero que llevaba a Del entró en la estancia, saltó sobre él y le clavó el cuchillo en la nuca; luego lo deslizó hacia abajo, matándole al instante. Del retrocedió con un jadeo cuando Doble T se desmoronó en el suelo. Él le lanzó una mirada de advertencia mientras sostenía al pistolero antes de que el sonido que provocaría al caer resonara en toda la casa.
Le señaló la puerta del cuarto de baño, esperando que ella le entendiera. Lo hizo y la abrió con rapidez, para evitar cualquier chirrido delator. Un momento después, depositaba el cadáver en la bañera. Lenta y silenciosamente, corrió la cortina de la ducha y cubrió el cuerpo de Doble T.
Indicó a Del que saliera y la guió al dormitorio principal.
—Sal por la ventana y rodea la casa. No te dejes ver, no hagas ruido. Tendrás que saltar la valla, pero Xander está…
—No voy a dejarte aquí solo.
Le pareció tan hermosa y testaruda que quiso discutir, pero no tenían tiempo. Debería haber imaginado que no se retiraría sin más. Así que le ofreció su Glock y su teléfono con un suspiro.
—Ya sabes lo que tienes que hacer. McConnell debería cubrirme. Avisa a Xander con un mensaje de texto. Dile que se asegure de que Carlson no escapa.
Luego se dirigió al pasillo para terminar aquello de una vez.
Ella le sujetó por el brazo.
—Hay dos hombres más ahí fuera, además de Carlson. Uno está apoyado contra la pared que separa la sala y la cocina, y otro cerca de la puerta principal.
—Gracias, ángel. —Le acarició la mejilla.
—No sé lo que hará Eric. Por favor, vuelve sano y salvo.
—Eric puede ayudarme o acabará con una bala entre los ojos. Deberá elegir.
—Te amo. —Ella le apretó el brazo con más fuerza.
—Voy a volver a tu lado para demostrarte cuánto te amo yo. —La besó con dureza y luego se dio la vuelta para enfrentarse a Eric, Carlson y los demás tipos.
Pegó la espalda a la pared que separaba la sala del pasillo y estiró el cuello para mirar en el interior de la cocina. McConnell se había ocultado en una esquina oscura. Le hizo un gesto con la cabeza y el guardaespaldas de Xander se puso en movimiento, dirigiéndose a la puerta trasera y sacudiendo la manilla con furia.
Aquel ruido parecía hecho por alguien intentando escapar.
—Ve a echar un vistazo, Manny; es la puerta trasera. Y tú, Huero, vigila el dormitorio —ordenó Carlson.
Tyler escuchó el ruido de pasos aproximándose. Esperó, conteniendo la respiración, a que Huero llegara al pasillo. Una vez que el pistolero dobló la esquina, fuera de la vista de Carlson, le rebanó el gaznate. El hombre quedó laxo con un gorgoteo. Una pena, no tenía ni dieciocho años, pero había estado dispuesto a matar a Del y, para él, no era necesario nada más.
Arrastró el cadáver hasta la bañera y lo arrojó sobre el de Doble T. Salió del cuarto de baño y se dio cuenta de que había sangre por todas partes: el suelo, su camisa… Pero ya se preocuparía de eso más tarde.
—Manny, ¿qué demonios ocurre? —ladró Carlson—. ¿Huero? —gritó de nuevo al no recibir respuesta. Silencio sepulcral. En sentido literal.
Él recorrió el pasillo con rapidez y miró en la cocina. Sin duda alguna, McConnell se había deshecho del último capullo. De hecho, el guardaespaldas de Xander parecía tan relajado como si estuviera a punto de tomarse unas cañas mientras esperaba que dieran el paso siguiente.
Sonrió; McConnell le gustaba. ¡Joder!, quizá aquello resultara.
—¡Maldita sea, respondedme! —ordenó Carlson.
«No creo que le responda nadie». Sonrió.
El fiscal gruñó con frustración.
—Es probable que estén demasiado ocupados tirándose a la periodista y no piensen que tener que disimular una violación complicará mucho las cosas. ¿Tienes un arma encima, Catalano?
—Claro. —Eric atravesó la estancia y, un momento después, se escuchó el sonido de un cartucho introduciéndose en una pistola.
—Muy bien —aprobó Carlson—. Ve a matar a esa zorra. ¿No te engañó? Pues diviértete un poco con ella.
Se puso tenso, esperó conteniendo el aliento a ver que hacía Eric. Un momento más tarde, escuchó que amartillaba el arma.
—Ya le he hecho a Del demasiado daño. No pienso hacerle nada más.
Se quedó paralizado. ¿Había decidido Eric, por fin, hacer lo correcto?
Carlson comenzó a reírse.
—No me apuntes a mí, soy tu dueño. Como te enfrentes a mí, te mataré; sería tan fácil… Aunque creo que preferiría verte en prisión. ¿Cuánto tiempo crees que resistirías antes de que los miembros de la banda de la calle Dieciocho se enteraran de que les has traicionado? ¿Qué crees que te harán entonces?
No era más que una amenaza, pero una muy real.
—He hecho mucho trabajo sucio a lo largo de los dos últimos años —dijo Eric—. Así que las cosas son como son, estoy jodido haga lo que haga. La jodí y no es culpa de nadie más que mía. Del sólo está tratando de hacer lo correcto y no voy a matarla por eso. Una vez la amé.
—Búa, búa, búa… —se burló Carlson—. Menudas memeces. Lo correcto es lo que yo te diga que hagas. No se te ocurra sacar a relucir ahora la conciencia. —Suspiró con impaciencia—. Iré yo mismo a sacar a Huero del coño de esa puta y la mataré.
Resonó un pesado ruido de pasos en la madera, hacia el pasillo. Tyler se puso tenso.
—¡Alto! —ordenó Eric—. No vas a tocarla.
Un momento después, escuchó una caída y un golpe, seguidos de un sonido metálico. Asomó la cabeza por la esquina y vio a Eric forcejeando con el correcto Carlson, inmovilizándole en el suelo. El fiscal gruñía y luchaba, pero Eric le retenía con las manos en el cuello. El cristal roto de la pantalla de una lámpara cubría el suelo y el arma de Eric se movía erráticamente, de un lado para otro, impulsada por sus pies.
Haciéndole un gesto a McConnell para que no se moviera, Tyler salió precipitadamente del pasillo hacia la sala sin hacer ruido. Pensaba ocuparse él mismo de Carlson. Si éste intentaba escapar por el pasillo, el guardaespaldas de Xander se ocuparía de que no fuera demasiado lejos. Fuera de una manera o de otra, nadie se acercaría a Del.
Mientras él entraba en tromba en la sala, Carlson logró poner a Eric de espaldas en el suelo y propinarle un puñetazo en la mandíbula. Eric no permaneció quieto ni un segundo, pero fue suficiente para que el fiscal se hiciera con el arma.
—¡Manos arriba! —gritó apuntando a Carlson con la Glock.
El hijo de perra giró la cabeza y entrecerró los ojos al tiempo que se ponía en pie.
—El amante de la zorra. Debería haber imaginado que no vendría sola.
Eric se levantó también; parecía bastante aliviado.
—Sí, deberías haberlo imaginado —repitió lentamente—. Voy siempre por delante de ti, gilipollas. ¿Sabes todo lo que le contaste antes a Del? Ha sido grabado y enviado. Ya está en manos del FBI y cada conexión está siendo investigada mientras hablamos. Espero que los federales lleguen en cualquier momento. Creo que te harán un montón de preguntas. Se acabó. Manos arriba.
La cara de Carlson se vio deformada por la cólera.
El tipo estaba planeando algo y él no pensaba permitírselo.
—Ni siquiera estoy dispuesto a contar hasta tres antes de meterte una bala en la cabeza.
Con un suspiro de derrota, Carlson hizo como que bajaba el arma. Un momento después, brincó detrás de Eric y, utilizándolo como escudo, le apuntó a la columna con la pistola.
—Puedo asegurarme de que esta vez no vuelva a andar si no me dejas salir de aquí. O puedes intentar matarme, pero tendrás que matarle a él primero.
«Capullo».
Pensó frenéticamente, sabiendo que disponía de unos segundos a lo sumo para salvar a Eric e impedir que aquello se le fuera de las manos. Pero Eric intervino, dio a Carlson un codazo y se agachó, dejándole hueco para disparar.
Carlson y él apretaron el gatillo a la vez. Una bala impactó en el pecho de Eric, la otra entró limpiamente entre los ojos del fiscal.
Eric cayó al suelo, gimiendo y maldiciendo entre dientes, mientras Carlson se desplomaba, ya muerto.
Todo había acabado.